Ciudad Pantano - Joaquín Peón Iñiguez - E-Book

Ciudad Pantano E-Book

Joaquín Peón Iñiguez

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Beschreibung

"No hay mejor arma para combatir la literatura institucionalizada, ya sea por el mercado, la academia, el Estado (o los tres anteriores en uno), que la parodia, arte en el que Joaquín Peón Íñiguez se comprueba un maestro con "Ciudad Pantano". En este libro, desde los precursores del boom latinoamericano hasta los becarios y escritores consagrados de la actualidad son colocados en el banquillo, peor aún, ante el espejo y obligados por Peón Íñiguez a decirnos la quintaesencia de su verdad a través de tehuacanazos autoinfligidos: no se culpe al autor por los daños y las heridas, que son propios de sus voces originarias. De la carcajada a la franca autocrítica, "Ciudad Pantano es un antídoto contra la solemnidad literaria, esa enfermedad de nuestro siglo. Y del pasado. Y..." —David Miklos

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A Mercedes, esposade Gabriel García Márquez. He notado que los libros dedicados a ella tienen muy buena recepción.

Idiotas y Plagiarios y Magistas son otro tanto oro para decir mal de los modernos; y quando las otras digan que hacen vaynicas, si la preguntaren qué hace, diga que comentarios, notas y escolios, y sean á Plinio si fuere posible.

QUEVEDO

—Jugando con la literatura.—¿Qué tiene de malo eso?—La literatura, por supuesto.—Menos mal. Por un momento, temí que pudieras decir, el juego. ¿Seguimos?

CABRERA INFANTE

Salt peanuts! Salt peanuts!

GILLESPIE

ACLARACIONES

La escasa representación femenina no se debe a las condiciones históricas, al canon machista de las letras latinoamericanas ni a un sesgo de la industria editorial, sino a asuntos irresueltos del antologador con su madre. Y de su madre con su madre, y de su abuela con su bisabuela.

Ante el malentendido, se aclaró que peruanos y uruguayos fueron excluidos por motivos meramente discriminatorios. Cualquier mención a un hondureño podría llevar a esta editorial a la bancarrota.

Cabe evocar a Orson Welles, en F de falso, ensayo audiovisual dedicado a los falsificadores de arte y el mito de la originalidad, relatando la receta húngara para preparar un omelette. «El primer paso consiste en robarse un par de huevos». El antologador hurtó una docena y luego los quemó en la tostadora.

La presente antología ha recibido diversos comentarios por parte de una docena de críticos que murieron antes de que se publicara. «Como experiencia de lectura, prefiero los manuales de fontanería», señaló George Steiner. «El libro entero es un error tipográfico», dictaminó Emmanuel Carballo en entrevista. «¿Cómo obtuvieron mi dirección? Dejen de mandar spam», comentaron por correo los de Letras Libres. O, como escribiera Harold Bloom en Vice: «Digno de incluirse en el canon de las pérdidas totales de mi tiempo».

ACLAMACIONES

A la comida yucateca, el mar de Sian Kaan y los divorcios.

ACUSACIONES

A la clase política, al resto de las clases, a la gente que se chupa los dedos y vuelve a zambullirlos en el tazón de la botana.

ACOTACIONES

Para otras aclaraciones se recomienda el cloro, mucho más accesible que la claridad.

AFILIACIONES

Agorismo tropical.

APELACIONES

Cada quien es libre de chuparse los dedos cuando quiera. Lo que en verdad importa es no chupar los dedos del prójimo sin su consenso.

NOTA AL PIE: dice Alan que la pulpa de tomate aliviana los juanetes.

CHANGOS CHINOS

RECHIFLADOS

# 1

[Imagen de postal: Toma aérea de Ciudad Pantano. El cielo, una humarada azul, y el río, que en la foto aparece en tonalidades de esmeralda, en realidad es café, con algunos destellos de verde fosforescente y negro petróleo].

Querido Arcenio:

Llevo tres días en Ciudad Pantano. Tengo la impresión de que he entrado a otro campo gravitacional. Nada aquí es lo que parece, puede que sea la casa de los espejos.

El Instituto de Estudios Pantanenses me invitó a dictar una conferencia con el propósito de conmemorar el cincuenta aniversario de Los olvidadizos, y yo acepté el desafío, sumando por iniciativa propia la consigna de impartir la charla en el lenguaje de la efe, pero en ruso. Me interesaba, además, conocer esa urbe donde Buñuel filmó una de sus obras cumbre, tragicomedia sobre un tragibarrio donde toda la tragipoblación tragigasta la totalidad de su tragisalario en tragitransporte público para ir a tragitrabajar, y así tragillevan su tragidianidad.

Ahora, tras una sucesión disparatada de eventos, me quieren inculpar de asesinato. Te envío estas postales en fuga. También te las envío en fuga, quise hacerlas una superposición polifónica, una frase musical con sujeto y contrasujeto.

Al principio todo parecía en orden. El taxista del aeropuerto me platicó del clima y de política, sobre todo del clima político, de los chubascos demagógicos y las tormentas propagandísticas, pues las elecciones estaban a un par de semanas de realizarse. En esta ocasión, su relevancia trascendía la historia. Según me puso al tanto, mientras yo me puse al tonto, uno de los candidatos proponía volver a independizar Ciudad Pantano del resto del país. «La histeria me absolverá», era su eslogan de campaña. El otro fundó su ideario alrededor de la criogenia como medio para solucionar problemas sociales. Puesto en un contexto distinto resultaría estrafalario, pero como se trataba de políticos, pasé sus historias por desapercibidas, como si pertenecieran a la más rotunda normalidad y no como la primera pista que la ciudad me ofrecía para entender el disparatado mecanismo que al parecer la hace funcionar.

—Ese de la criogenia es mi gallo —declaró el taxista antes de cobrar.

# 2

[Imagen de postal: El Monstruo del Pantano, legendario personaje de la ciudad, flotando en una llanta inflable, bebiendo un coctel, insultando a niños y turistas].

La sensación de extrañeza se agravó después de mi encuentro con los empleados del hotel. El individuo del lobby me recibió embizcando la mirada, pronunciándose con tal cordialidad que casi era amenaza. Su sonrisa, como fijada con colágeno, me pareció síntoma de inminente paro, cardíaco o laboral. Eso o era una política de la empresa y le descuentan el día ante el menor gesto de hartazgo, aburrimiento, emoción sincera.

—Disculpe, por favor, caballero. Atentamente le disculpo–entrego su habitación.

Luego conocí al maletero, un tipo tan tímido que hablaba, no solo apretando los labios sino mordiéndolos hasta desfigurarse el rostro en una mueca de dolor. Cuando le pregunté qué esperaba de las inminentes elecciones, al cabo de unos segundos, vi cómo le escurría una gota de sangre por la barbilla. Por motivos que podrían ser paranormales, aunque no para normales, o si acaso, el caso, consecuencia sin secuencia de un perverso reverso con sentido ido a lo cosmicómico, mi maleta, que no era maleta sino buenera, se desvaneció en el trayecto.

Peor aún, en lugar de un cuarto me habían reservado un palomar. Supongo que eso entendieron cuando pedí habitación con vista panorámica. En lugar de tina, había un balde. En vez de frigobar, hielera de unicel. No terraza, sí un charco enlodado. Y, lo peculiar, hasta donde alcanza mi memoria, hasta donde empieza el olvido, no ordené un desconocido durmiendo en un viejo camastro. Y no lo digo porque esperaba una cama en vez de una sandwichera vertebral.

—Hey, hey —mientras sacudía al cuerpo—. Despierta, compadre.

—Sí, sí, ya, ya. Despierto. Vigilaba. Confirmaba. Atento —el cuerpo se tambaleaba de regreso a la realidad—. Permita me presente, permita me pasado y permita me futuro. Mi nombre es Chuchofedrón y me ha sido encomendada la tarea de ser su guía durante esta breve estancia en Ciudad Pantano.

Vaya degeneración de un nombre mítico, de nuestro amigo bustrofosfórico, pensaba, del rey de los parodistas, cuya corona era un pastel estrellado; el bustrobufón, que escribía siempre en sentido contrario, conducía una lancha de motor por la carretera y andaba en patín del diablo sobre el mar.

—¿Chuchofedrón?

—Sí, sí, el chuchofedrónico, el chuchofedrante, el mismísimo que chuchofedrona los días con singular ligereza. Tú cuéntame algo y yo me encargo de chuchofredrearlo.

—Es curioso, yo conocí a un Bustrofedón hace tiempo. Era gran amigo y maestro y aparición espectral.

—Desconozco al tal Bustofeón. Yo me considero una Chuchobelleza y te aseguro que has caído en buenas manos, ambas tienen palma y cinco dedos.

—Era un hombre que supo vivir, quizás por eso murió joven. Un Homo ludens. La realidad se le figuró parodia y el lenguaje un artefacto para borrar.

—¿Las parodias son esos chistes para–odiar?

—No, amigo, te confundes, las parodias son para–días de fiesta, parodiar es para–dar un bofetón al mito, para–orar a lo pagano, para otra el sarcasmo, para–osar al contrasentido y para–obviar el valor. Son para desentonar el canto y los himnos.

—Ah, ya. Son un plagio a discreción.

—Preferiría entenderlas como la apropiación sin propiedad.

Entonces, me hallé tan desconcertado que podía comerme un caballo. Abajo, en la recepción, cuando solicité el cambio de alojamiento:

—Estamos, disculpe, llenos. Podríamos por favor compensarlo con un mediante la presente paquete de toallas y jabones. Pero las toallas están sucias, usted tendría que perdone lavarlas. Saludos cordiales. Seguimos en contacto. A ver cuándo nos tomamos un café.

A veces, ante la duda, cuando la confusión lo nubla todo y no hay faro que oriente, me pregunto cómo procedería un adolescente alcoholizado en mi situación. Luego, actúo.

# 3

[Imagen de postal: Noche de muertos en Ciudad Pantano. Tradición en que la gente del pantano sale a la feria y el Cartel del Nuevo Emprendurismo los acribilla mientras intentan atinar el aro en un molde en el que no cabe].

Íbamos a toda velocidad, engullendo kilómetros en el auto descapotado de Chuchofedrón, recorríamos cual balas perdidas la Avenida Malecón, y su única costa eran barrios grises, y sus palmeras, signos en aerosol. Lo más extraño es que había una peluquería en cada cuadra. La mitad de los negocios, además de ser expendios de alcohol o talleres mecánicos, operaban como salones de belleza.

Mi guía insistió en que tenía que conocer uno de los parajes icónicos de la ciudad y en efecto, tal cual advirtió, el sitio desbordaba turistas, eran cientos tomándose fotos junto a lo que resultó ser colosal estatua de paloma, cubierta en plata, sitiada por palomas vivas y sus excreciones.

Fue ahí donde conseguí las postales que ahora recibes. Me acordé de ti, nos vi en la arena con dos mulatas mudas que estaban ahí a modo de decoración, mientras tú y yo hablábamos indetenidos, y pensé que hubieses bautizado el sitio como el Monumento a la Humanidad. Luego nos imaginé o nos recordé, no sé, sentados en el pasado, en la alfombra voladora de la juventud, bebiendo ron con Bustrofedón, especulando sobre todas las estatuas que le hacían falta a la civilización occidental. En términos conceptuales, para ser congruentes: al autoengaño, a la prepotencia, al miedo a la humillación. En términos ideales: a la duda, a la curiosidad, a la travesura. En términos mitológicos: la caja de Pandora, la caverna de Platón. En términos figurativos: la estatua–agujero.

Por el contrario, cada idea que Chuchofedrón arrojaba me parecía una versión accidentada de lo que hubiese podido ser una frase de Bustrofedón.

—Yo también soy escritor, ¿sabes? Ahora mismo trabajo en un musical de doscientas páginas sobre mi pene.

No tan lejos de ahí se hallaba el arco que conmemora una efeméride histórica y marca el inicio de los viejos barrios. Al parecer, en el año de 1874, de improviso, a causa de la confusión, impulsados por el discurso de un hombre que pretendía vender el primer telégrafo a la población pantanense, quisieron independizarse del resto del país.

A ese arco del triunfo se le conoce como el Monumento a la Reversa y no, no es un homenaje al culo, como bien podría serlo en una sociedad con moral más avanzada que la pantanense. Esta construcción conmemora el día en que el ejército, en un acto de honor sin igual, emprendió la retirada caminando hacia atrás pero mirando hacia el frente. Esto resultó desafiante en demasía para los altos mandos que montaban a caballo. Decenas de honorables guerreros y héroes patrios fallecieron en el trayecto.

# 4

[Tríptico para turistas: «Experimente las vacaciones de sus sueños. Elija entre uno de nuestros fabulosos destinos invernales: Plantón a favor de los plantones (Ciudad Pantano), marcha ecologista por la supervivencia de los mosquitos (Ciudad Pantano), huelga de hambre contra los terremotos (Ciudad Pantano). ¡¡¡Adéntrese en el folclor del país y su rica tradición marchante!!! Y por esta ocasión, reciba un bono de acarreado. Disfrute esta experiencia familiar formativa, y comparta una tienda de campaña con un agremiado ¡sin cargos criminales!»].

Una vez concluido el paseo, nos dirigimos a comer con autoridades del Instituto de Estudios Pantanenses. En la mesa aguardaban los mismos personajes de siempre, los mismos devotos de estos rituales de formalidad. De un lado tenía a un investigador de cine; del otro, un doctor en literatura. En las cercanías, un escritor profesional de poesía, su esposa, y el rector. Por cierto, ninguno de ellos conocía a Chuchofedrón y la idea de que el Instituto tuviese tales cortesías les pareció ridícula.

—A mí me encanta el trabajo de Lira Ornelas —comentó el doctor en literatura—, es muy bueno.

—Yo diría que es bastante bueno —refutó el poeta—, pero no tan bueno como podría serlo.

—Me recuerda un poco a lo que está haciendo Sosa Críado, que también es muy bueno.

—¡Sí! Es exactamente la impresión que tuve cuando lo leí.

—Lo que más me gusta de su obra es que es muy buena.

—¡Ajá! ¡A mí también!

—A diferencia de Clara Partida, que me parece un tanto malo.

—Sí, lo leí a profundidad por años y concluí que es malo.

—No como Paredes Ferraz, que es una chingonaza.

—¡Es una chingona!

Era una conversación para anestesiar elefantes hasta que, en el segundo de cinco tenedores, la polémica se desató, es decir, se levantó de su letargo, se paró sobre la mesa, usó la ensaladera como casco de batalla, sin siquiera tocar el tema de las inminentes elecciones. Unos y otros y yo, que solo llevaba la contraria para darle una tunda al aburrimiento, no lográbamos ponernos de acuerdo en la más trivial de las cuestiones.

—Es un honor tenerlos a todos reunidos para celebrar la presencia del señor Silvestre, distinguido escritor, estudioso del cine y de la noche.

—Hey, pensé que estábamos aquí para festejar mi nuevo libro: El viento, las aves y lo febril —refutó el poeta, aporreando copa—. Tenía una coreografía preparada para la hora del postre pero veo que he sido víctima de un engaño.

—Y no ha sido usted el único —irrumpió el doctor en literatura—. Yo llegué bajo el entendido de que recibiría un ascenso o mínimo habría oportunidad de difamar a alguien hasta el despido.

—A mí me dijeron que podía repartir tarjetas, así que no hay problema —agregó el artista.

—Yo sugiero —dije segundos antes de incomodar a la concurrencia— que esta velada sirva de ocasión para celebrar la existencia de los ancianos que regañan a desconocidos en la calle. Si no fuese por los ellos, francamente, ¿qué sería de nosotros?

—Concuerdo con el señor Silvestre —agregó la esposa del poeta—. Yo misma estoy agradecida con ellos y algún día aspiro a ser así.

La polémica zapateaba sobre el mantel de la tatarabuela, así que, para aliviar la tensión, se me ocurrió desafiar al rector a un trabalenguas.

—Escuche, este es uno que le encantaba a mi abuela y dice así: Chango chino rechiflado que a tu china changa chiflas, ¿por qué chiflas chango chino rechiflado a tu china changa?

—Oh. No sé, a mí lo que se me da es firmar documentos burocráticos en cantidades industriales.

—No sea tímido, señor. Es solo un juego para aligerar la atmósfera.

—Bueno, si insiste —hizo una pausa para afinar la garganta—. Chingos de changos rechiflados enchinan, chistan y hacen chillar. Me chingan chido, chiflando. Sobre los chinos, preferiría no opinar.

Visto que todos se callaron y el silencio se hizo ruidoso, decidí brindar por los niños que escalan árboles y bardas, y ponen en riesgo su vida. Tampoco funcionó.

¿Qué le va a hacer uno? Diría uno en estos casos. El mundo se me esclareció como un carnaval de farsantes y como farsas comenzaron a volvérseme parodias. ¿Soy acaso una parodia de mí mismo? ¿Soy acaso la parodia de alguien más? El mero pensamiento me puso a temblar.

# 5

[Imagen de postal: Promocional del gobierno. «Amigo extranjero, si nos visitas de fuera o vienes a vivir aquí, recuerda que a donde fueras haz lo que vieras». Y la fotografía de un bigotón con sombrero devorando una iguana viva, embutida en un taco].

FRAGMENTO DE CONFERENCIA:

¿Ficciones verosímiles para realidades inverosímiles? ¿Ficciones inverosímiles para realidades verosímiles? Inverosímiles los montes y reverdecen, dirán algunos pero yo a veces me lo pregunto. Otras veces, bailo para olvidar que la realidad también supera a las parodias.

Cada ciudad contiene otra ciudad oculta, cada calle una calle subterránea y una aérea. En uno de los muchos planos paralelos de la territorialidad, la urbe se configura a razón de sus representaciones imaginarias.

Buñuel retrató Ciudad Pantano como si hubiese una fuerza superior, un magnetismo que condenaba a los cuerpos a la tierra, a sus leyes, al sinsentido.

En cambio, a mí me han bastado unas horas aquí para percatarme de que este territorio es a todas luces una broma. Alguien me tendió una trampa. ¿Fui yo? ¿Es mi mirada o será acaso que en esta ciudad todo es intrínsecamente parodia? Hombres que son burdos dibujos de un hombre verdadero. Mujeres a disposición de una modelización ridícula de sí mismas. Todos a la orden de un rol cuya lógica, en eso sí coincido con Buñuel, es el sinsentido.

Me pregunto por qué lo que a otro le parece trágico, a mí me deshilacha en risa y carnaval. Me pregunto si el mundo no tiene salvación a menos que nos riamos lo suficiente de él. Lo mismo para los individuos que no se rían de sí mismos.

Lo que quiero decir es que esta ciudad me ha hecho percatarme de que la realidad no es sino parodia de un mundo mejor. Y sí, me roba el aliento. A carcajadas.

Por eso mi amigo Bustrofedón era la flatulencia inflamable al final del túnel: nada humano le fue divino. (…)

# 6

[Imagen de postal: Publicidad de un recinto funerario que ofrece descuentos a partir de tres muertos].

Damas y caballeros del perreo intenso. Leidis an yentelmen of intens doging. Esta noche plena invita a untar el camarón. Dis plenti nait shal bi a greit nait for unteiting de chrimp. Así que a moverse como mayonesa. Quiero que me den más gasolina. Sou, lets muv laik gasolin. Ai guana yu to giv mi som mayonis. Sacudan el cuchi–cuchi y si se meten con el cucu que sea en los baños, no aquí, que hay pura gente decente. And sheik yor cuchi–cuchi and if yu mes wit de cucu, let it bi in de batrum, not jir, ders disident pipol jir.

Eso gritaba el anfitrión del antro, un tipo tentativamente patrocinado por una marca de energéticos, cuando ingresamos. Respondía al nombre de Estrellititita, era un enano con falda corta y trenzas de estambre, como de circo. Nada que ver con nuestra Estrella. Era, no sé, como si la Sarandinha, de Fellini, esa bestia mítica de la sensualidad, ese demonio de la noche, hubiese reencarnado en una insípida edecán de una compañía de celulares.

El primer sitio al que fuimos a dar esa noche me pareció a todas luces un montaje: artificial, sin colmillos, es decir, desalmado. El amor, el deseo, la imaginación, todo lo mejor del mundo tiene colmillos. Los jóvenes restregaban sus miembros contra el inmobiliario como si estuviesen ensayando una coreografía grotesca. El volumen estaba tan ALTOque resultaba imposible hablar, imposible bailar.Imposible, se diríain inglish.

Mientras tanto, recordaba esos veranos remotos (es decir, lejanos, motorizados y pachecos) y me entró nostalgia de Habana Vieja, de los seres de la noche, del sonido de trompetas que emerge de ventanas, cloacas e intersticios de cada calle. De beber y conversar contigo hasta la madrugada, cantarle a los gallos para que despierten porque, quizás, esto no podrán negarlo románticos, cínicos o existencialistas, quizás el sentido de la vida sea beber y conversar. «Vamos, vemos, bebemos», era tu traducción al cubano del Veni, vidi, vici.

Extrañé a mi Cuepitán, mi interlocutor, mi cotorro locotor. Si la Habana es danzón y Cancún es reggaetón, Ciudad Pantano es un idiota golpeteando la mesa con una pluma. Recuerdo cómo bailábamos hace décadas, como si el cuerpo pudiese hablar otro lenguaje, más sincero, más cándido, de lo que la mente jamás podría articular. Me acordé de Estrella, la auténtica, la ballena negra con esa voz que sacudía los siete mares. Y se lo dije al tal Chuchofedrón de poca monta. Aseguró entender a qué me refería y me llevó a conocer el sitio que buscaba.

—Como dice el refrán pantanense —añadió mi insospechado guía—: «Al mal paso, darle pizza».

# 7

[Imagen de postal: Fotografía para apreciar el skyline —línea para esquiar— de Ciudad Pantano. Dos de los edificios más altos fueron insertados digitalmente].

Salimos del bar y nos fuimos boca abajo contra la noche. Chuchofedrón se había involucrado, en contra de su voluntad, en un concurso de beber tequila púrpura y ahora caminaba con media estocada en el corazón.

Laspalabrasseencimaban lasunassobrelasotras, el auto zzzumbaba mientras nos dirigíamos a un rumbo incierto, ascendiendo hacia la cúspide de la noche, como las ilusiones antes de caer. El mundo no funciona, pensaba. Casi nada es lo que aparenta ser. A mí no me engañan. Lo que vi al medio día no era un verdadero policía. De serlo, no estarían cerca de una avenida transitada, jugando un concurso de tiro, a ver quién le atina al centro de una dona. Y ese otro no era un verdadero vagabundo. De serlo, no viviría en un castillo edificado con cáscaras de plátano.