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Ciudad sin alas, de H. Williams, es un libro desconcertante. Quizás, por sus coartadas concertadas en la épica prodigiosa del absurdo. La tensa esgrima intelectual de estos cuentos diseñan, brillantemente, oscuras heterodoxias; doctrinas heréticas e irónicas en sus principios y dudosas en sus fines. Si usted es de los que creen que la cotidianidad mata el asombro, la extrañeza del estar y el ego imaginativo, este libro viene a restituir el acto maravilloso de sentirnos en casa frente a lo insólito.
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Seitenzahl: 53
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Edición: Eduardo Sánchez Montejo
Diagramación y diseño de cubierta: Reynaldo Duret Sotomayor
Ilustración de cubierta: Omar Cerit Beltrán
Corrección: Yojamna A. Sánchez Ponce de León
© H. Williams, 2022
© Sobre la presente edición,
Ediciones El Abra, 2022
ISBN 9789592761759
Ediciones El Abra
Calle 37 s/n e/ 36 y 38. Nueva Gerona
Isla de la Juventud. Cuba
CP 25100
A medida que avanzábamos aparecían de forma aislada pequeñas alas pintadas en los muros arcaicos.
Luego la libertad del graffiti iba aumentando hasta cubrirlo todo.
H.Williams
La ciudad letrada dispone siempre de dos pares de alas. Un par que garantiza el vuelo cernido de las ideas sobre el abismo de la espesa red de las significaciones; mientras el otro par, suspende temporalmente la incredulidad del público lector. Cuando la ciudad pierde las alas contra el rigor de las estaciones, los tejedores (agónicos) de imágenes y mundos posibles escriben sus grafitos sobre el muro de las lamentaciones; asumiendo, por supuesto, todo el riesgo de los ritos de pasaje que hacen real la imaginación. Ciudad sin alas, de Genrri Wilian Martínez Jerez (H. Williams), es una de esas excertas (florilegios) de grafitos que pueden leerse como cuentos. O viceversa.
Miguel de Unamuno profirió estoicamente —frente al canon generacional— la máxima de que ya no existen generaciones, sino degeneraciones. En este libro polimórfico, H. Williams, practica otro juego: el de jugar a ser escritor—hijo de la generación espontánea. En Ciudad sin alas las pesadillas llegan como bestias ariscas. Chupan la voluntad o la astucia de sus víctimas con su boca vuelta hacia adentro. La leche rancia de sus desatinos brota de una caldera en la que se guisa una gramática infernal. Su mordida fortuita te dice a las claras que no puedes seguir ocupándote de lo que siempre ocurre, sino de lo que ocurre muy raras veces.
La tensa esgrima intelectual de estos cuentos diseñan, brillantemente, oscuras heterodoxias; doctrinas heréticas en sus principios y dudosas en sus fines. Ciudad sin alas es un libro desconcertante. Quizá por sus coartadas concertadas en una épica desconcertante. Escribir historias es ser todavía cómplice del mundo. Pero dicha complicidad puede ser abortada (abotargada) por la explosión de los mensajes y la implosión de los significados. En la narrativa de H. Williams es otra la complicidad con el cosmos-fuente: su pluma nunca deja que lo intuible de los episodios narrados quede sofocado por la espesa red de las significaciones.
La densidad diamantina del sentido de sus textos está cruzada por los aldabonazos del misterio y los fantasmas paritorios del neofantástico moderno (pienso en Julio Cortázar y Virgilio Piñera). Aldabonazos que pendonean entre lo grotesco y lo poemático, lo alegórico y lo satírico, entre lo crudamente realista y el absurdo. No es la mirada gorrionesca sobre la ciudad (sin alas) sino la mirada dinámica, incapaz de permanecer bovinamente impasible; alimento de la exigencia expedita y perentoria a la participación total en el juego de la suspensión de la incredulidad (Coleridge).
Williams es un cuentista en el espíritu de un poeta. El espacio de aparición humana de sus cuentos está sesgado por el juego volátil de la imaginación a la hora de legitimar y, por ende, autentificar a los sujetos participantes o entelequias vivientes. Pero al margen de cómo decidamos diagnosticar los síntomas escriturales de H. Williams —descentrados, alegóricos, esquizofrénicos, difusos, surrealistas…—, la originalidad de estos textos estriba en que están escritos con un lenguaje sencillo, como hijos nativos de la fronda vegetal del aprendizaje común, sin que el autor pierda por ello su fe constructivista de los mundos y las imágenes posibles.
Estos cuentos son recorridos (socorridos) por personajes fluctuantes, indecisos, en permanente pelea entre la insoportable levedad y la mudez de lo proteico. Su oficio convocante son parte de un mirador abierto a los elementos embriónicos del caos urticante de un mundo de absurdos. Los papeles que juegan (o que cumplen) los personajes no son roles canónicos, los comunes de este mundo, sino papeles hipotéticos y negociadores de una fantasía amparada en un sentido de maravilla. Los actores participan de anécdotas narradas desde distintas perspectivas cognitivas: en algunos casos, como episodios sensiblemente intuibles; en otros, se desvanece la anécdota sensible, sofocada por el sentido “figural” (figurado); en terceros, no se manifiestan pugnas algunas entre la apariencia y el sentido.
Ciudad sin alas convoca al lector a levantar vuelo mediante las alas lucífugas de la imaginación. La absurdidad como alimento inextinguible de la escritura de H. Williams tiende a rechazar la comodidad y la pereza del sobrentendido; desestima el fin esperado, como vía expedita de epatar al lector con codas inesperadas, sorpresivas. Estos relatos tienen un solo puerto fijo en el constante navegar del lenguaje ganado: como en el sexo, abre puertas a fantasías que no se han cumplido o no han de cumplirse. Luciano De Creschenzo dejó dicho que Cada uno de nosotros es un ángel con una sola ala. Y solo podemos volar si nos abrazamos unos a otros. Por tanto, para el cubileteo inteligente con la épica del intelecto propuesta, es inevitable el abrazo entre lectura y lector.
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