Cómo salir con un hombre lobo - María R.G. - E-Book

Cómo salir con un hombre lobo E-Book

María R.G.

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Beschreibung

¿Y si un día tus amigos se encuentran a un desconocido inconsciente y desnudo en Atocha y acaban haciéndose su amigo? ¿Y si tu única opción para pagar el alquiler es vivir con él? Esta es la historia de Mary y cómo, de la noche a la mañana, su mejor amigo, Josh, trae a Galder, el desconocido de Atocha, a vivir con ellos. La convivencia entre los tres no será un camino de flores: tanto Mary como Diminuto, el gato de Josh, ven en Galder algo extraño, un comportamiento raro… o ligeramente ¿lobuno?

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Cómo salir con un hombre lobo

- y no morir en el intento -

María R. G.

Primera edición en esta colección: mayo de 2022

© María Rodríguez Gómez, 2022

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2022

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-18927-83-6

Diseño y realización de cubierta: Marina Abad Bartolomé

Fotocomposición: Grafime

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

PrólogoEl hombre desnudo¿Qué somos, una ONG?La nueva normalidadOlor a perro mojadoLiberar tensiones¿Qué mosca le ha picado?Un gruñido a mi espaldaDos pájaros de un tiroRobin HoodDos personas diferentesDios, qué guapo es¿Te vas de barbacoa o qué?PesadillasVoy a necesitar más informaciónMiedo al compromisoGalder, asturiano queridoA mí no me gustaban los perrosOculto en las sombrasTómate algo por míMorirás como murió élMamá osaAléjate de élHay un lobo en el RetiroVolver a casa durante las fiestasNuestro movimiento para la luna llenaVeteLa mañana siguiente¿Cómo está Galder?¿Me lo prometes?Agradecimientos

A mi hombre lobo particular.

Prólogo

Hola, me llamo Mary y mi novio es un hombre lobo.

Sí, un hombre lobo. De esos que se convierten con la luna llena, tienen colmillos y gruñen a las palomas. Esos.

Parece mentira lo poco que conocemos a nuestras parejas cuando empezamos a salir con ellas. Y lo digo por experiencia, porque eso es lo que me pasó a mí al principio.

Pero puede pasar con todo, ¿eh? No solo si tu pareja es un hombre lobo. No te das cuenta de su pésimo gusto en música hasta que vais a un karaoke a la quinta cita; crees que ha sido una equivocación cuando ves por primera vez que no utiliza los intermitentes del coche (pero no, en realidad es ese tipo de persona); no te parece tan grave que quiera compartir el postre hasta que ya nunca vuelves a tener un postre para ti sola…

En mi caso, al empezar a salir con un hombre lobo, obvié otro tipo de señales que ahora veo de forma clarísima. Pero el enamoramiento y la fascinación me habían nublado tanto los sentidos que ahora solo puedo agradecer que sea un hombre lobo y no un hombre rata, porque, si no, habría acabado enamorada de alguien que huele a alcantarilla.

Puedes pensar que es peligroso y que estoy loca. Puede, por otro lado, que esto te resulte glamuroso, como te han enseñado las series y las películas. Pero yo no voy a mentirte: en realidad, la mayoría del tiempo es como tener a un humano y un perro mezclados dentro del cuerpo de un hombre adulto que odia bañarse. Literalmente.

Creo que lo que me pasó a mí (lo de enamorarse de un hombre lobo) puede pasarle a cualquiera hoy en día, y por eso he decidido plasmar aquí mi experiencia, para que no pases por alto las señales. ¿Empezamos?

El hombre desnudo

Todo comenzó un día que me acercaba, bien temprano por la mañana, a un centro de acogida municipal para personas sin hogar en mi ciudad. Querría decir que estaba colaborando con ellos porque soy una buena ciudadana, porque me preocupo por las personas con pocos recursos o porque el voluntariado es lo que da sentido a mi vida, pero aquí he venido a ser sincera. Llevaba casi un mes trabajando en el albergue por orden judicial.

Vale, ahora es cuando te asustas y dejas el libro.

Si no lo has hecho (cosa que espero, porque no me gusta hablar sola), te diré que no estaba haciendo servicios comunitarios por ser una delincuente, sino porque tengo ciertos problemas de control de la ira. Nada grave.

Sencillamente, tuve un día terrible. O DT, como me gusta llamarlo para abreviar.

Todo empezó por la mañana, en el metro, cuando un desconocido decidió que era buena idea tocarme el culo aprovechando que el vagón estaba lleno. Es horrible cuando pasa algo así, ¿sabes? Te giras para mirar, nadie te está mirando, y una parte de ti quiere creer que te han tocado sin querer. Así que lo dejas estar para no «montar una escena», pero ya no estás cómoda. Ya solo deseas que tu parada llegue cuanto antes, porque, si ese tipo te ha tocado el culo de verdad, lo último que quieres es estar cerca de él.

El caso es que soy muy consciente de que, cuando me enfado, puedo perder los papeles; llevo años trabajando el tema con mi psicóloga. Supongo que por eso decidí creer que todo había sido un accidente en lugar de algo buscado… Pero ya me dejó mal cuerpo. Así que, tras responder al enésimo autor que nos llamaba de todo por rechazar su manuscrito y cuando un compañero volvió a hacerme la bromita de la becaria que lleva el café, exploté.

Todo esto tendría más sentido si hubiera mencionado que en ese momento tenía un contrato de becaria en una editorial. Cobraba una miseria y no trabajaba la jornada completa, pero podía abrirme las puertas a quedarme ahí trabajando. ¡Y no quería gafarlo!

Por eso fue una suerte que tuviera tiempo de salir fuera antes de explotar. No recuerdo muy bien qué pasó, pero en la multa pone que tiré unos contenedores de basura al suelo y los pateé y que por si fuera poco intenté arrancar las tablillas de un banco.

Cualquiera puede tener un mal día, ¿no?

No estoy orgullosa de lo que hice, pero en mi defensa diré que, gracias a la intervención de mi psicóloga, el juez solo me condenó a asistir a terapia de grupo y a realizar servicios comunitarios durante un mes en lugar de tener que pagar la multa. De modo que tan grave no debió de parecerle.

Pero, bueno, volvamos al inicio de esta historia.

Ahí estaba yo, llegando a mi último día de servicios comunitarios, cuando me sonó el móvil. Mi primer instinto fue asustarme, claro. ¿Por qué me llamaría nadie a las siete de la mañana? El susto fue en aumento cuando vi que quien llamaba era Josh.

—¿Qué pasa? —solté nada más descolgar.

—Madre mía, Mary, no te vas a creer lo que acaba de pasarnos a Manu y a mí.

Josh se había quedado a dormir en casa de Manu el día anterior, así que no pude evitar enarcar una ceja al imaginarme alguna experiencia especialmente interesante que quisiera comentar.

—¿Es que habéis pasado una noche tan alucinante que no has podido esperar a que salga el sol para llamarme? —pregunté mientras soltaba una risita.

—¿Qué hora…? Joder, las siete. Perdona, tía, ¿te he despertado?

—No, tranquilo. ¡Empiezo mi último día de servicios comunitarios!

—¡Es verdad, era hoy! ¡Enhorabuena, mi chica!

Me detuve a unos metros de la entrada. No me parecía de buena educación entrar hablando por teléfono a un sitio donde me habían mandado como parte de una condena.

—Bueno, ¿me cuentas eso tan misterioso que acaba de pasaros?

—Manu y yo nos hemos encontrado a un tío desnudo en la calle.

Me quedé en silencio, demasiado sorprendida para poder articular palabra. Seguramente habían salido tan temprano porque Manu tendría algo que hacer en el instituto, y en el camino…

—¿Un tío desnudo? ¿Estaba borracho o algo?

—Creo que no. Parecía que se había desmayado sin más en medio de la calle.

—Desnudo.

—Sí, bueno, a nosotros también nos ha extrañado. Por eso llamamos a una ambulancia. Estamos esperando a que llegue.

—¿Y si se despierta y es violento? ¿Estáis muy cerca?

—¡No te preocupes tanto! Si se despierta, tendremos cuidado, pero, con la mala cara que tiene, dudo que eso vaya a pasar pronto. Ojalá pudiéramos hacer más para ayudarle.

—Te voy a prohibir ver más series de médicos por la noche —zanjé con una media sonrisa—. Vosotros tened cuidado y dejad que el hospital se encargue de todo, ¿vale? —Suspiré—. Bueno, me voy al albergue y después tiro para el trabajo. Tengo que volver esta tarde para recoger los últimos papeles y soy libre, así que… Luego te veo.

—Y te cuento todos los detalles. ¡Pasa un buen día!

El resto del día pasó tan rápido que pareció mentira. La mañana en el centro comunitario fue bastante tranquila, lo que no siempre es así, y, cuando volví por la tarde para recoger mis papeles, me sentí lo bastante espléndida para invitar a mis compañeros a tomar algo y despedirnos. Me pasé todo el día acelerada. Aunque, como en el trabajo no habían llegado a saber nada de mi multa, tuve que contenerme durante toda la jornada las ganas de gritar: «¡Hoy termino los servicios a la comunidad! ¡Voy a volver a mi horario de siempre!». Es que no veas lo que se nota la diferencia cuando pasas de entrar siempre a las diez a tener que estar a las siete al pie del cañón.

Aquella noche, Manu vino al apartamento que compartíamos Josh y yo a cenar y pedimos unas pizzas. Así, la pareja pudo contármelo todo tranquilamente sin tener que preocuparnos por cocinar.

Por lo visto, habían ignorado mi consejo de mantenerse al margen y habían acabado en el hospital después de encontrar la ropa del tío desnudo.

—En realidad no la estábamos buscando —explicó Josh, que intentaba que dejara de mirarlos como si estuvieran locos—. Manu tenía que coger el tren en Atocha para ir a trabajar y, cuando estábamos llegando a una de las entradas…, voilá!, ahí estaba su ropa.

Los miré y alcé una ceja.

—¡Es verdad! —se defendió Manu—. Aunque al principio dudábamos que fuera suya, pero en el estado en que estaba y por el tamaño… Nos arriesgamos.

—Claro… E intuyo que no os quedó más remedio que llevarla al hospital —adiviné, esperando que la ironía se notara perfectamente en mi voz.

—Queríamos hacer un favor, nada más. Y así de paso descubrimos un poco más del tío desnudo.

—Sorpréndeme —respondí mientras me aguantaba la risa. Tendría que prohibirles las series de detectives también.

—Se llama Galder —explicó Josh—. Venía de Asturias en el último tren y decidió que era buena idea ir a dar un paseo por Madrid la misma noche en que llegó.

—Mala idea, si no sabes qué zonas evitar —apuntó Manu mientras cogía un trozo de pizza con peperoni.

—Por eso le atracaron. El pobre dice que no se enteró de nada, que, cuando quiso darse cuenta, estaba en el suelo.

—¿Y le pegaron también?

Josh se encogió de hombros.

—Tiene un moratón en la frente, así que seguramente le dieron con algo en la cabeza y cayó redondo.

—Es una suerte que no se hiciera nada más… —comenté.

—Desde luego.

El silencio devoró nuestros pensamientos sobre la desgracia de aquel chico asturiano, atracado en su primer día en la capital. Me resultaba extraño estar comiéndome una pizza que estaba increíblemente buena mientras pensaba en ese pobre tío al que habían dejado desnudo después de atracarle.

—Es un tío bastante majo —comentó Manu, rompiendo el silencio—. Nos ha dado las gracias por todo un montón de veces… Y eso que aún no habíamos encontrado su cartera.

Me pasé la mano por la cara, sin poder creerme lo que estaba oyendo.

—No me digas que habéis vuelto a Atocha.

—Galder nos dijo que no hacía falta, que la buscaría al salir del hospital, y, si no la encontraba, cancelaría sus tarjetas y lo que hiciera falta, pero al final nos ha podido la amabilidad.

—Y la curiosidad —apostillé—. Queríais cerrar el círculo de la buena acción, ¿a que sí?

Josh sonrió con picardía.

—Eres muy lista. ¡Pues sí! Para una vez que podemos hacer algo bueno por alguien, no íbamos a quedarnos con la curiosidad de si todo había terminado bien.

—Vaya par… ¿Y la habéis encontrado?

Josh asintió.

—Estaba cerca de donde habíamos encontrado la ropa. Y lo más sorprendente es que no parecía que faltaran tarjetas ni billetes. ¡Vaya suerte!

—Vaya suerte ha tenido él con que vosotros le hayáis encontrado. Supongo que habéis vuelto al hospital a terminar la buena acción.

—En realidad, aún no se la hemos llevado, porque ya era tarde… Pero habrá que hacerlo.

No se me escapó el tono con el que Manu había dicho esa frase.

—¿«Habrá que hacerlo»?

Josh me puso su mejor cara de perrito abandonado.

—Manu no puede faltar otro día más al trabajo y yo tengo una sesión de fotos mañana. ¡Ayúdanos, Mary, eres nuestra única esperanza!

La referencia a Star Wars consiguió romper el rictus serio que había logrado mantener y Josh lo celebró como si hubiera dicho que sí.

—Yo también tengo que trabajar, ¿sabes?

—Sí, pero no entras hasta las diez. No pasaría nada si salieras un poco antes de casa y te desviaras un pelín, ¿verdad?

Le fulminé con la mirada.

—Este favor te va a costar muy caro.

—¡El finde preparo tortitas! —prometió mientras me besaba la mejilla sonoramente, y yo me pregunté cómo era posible que siempre se saliera con la suya.

Al día siguiente, estaba en los ascensores del hospital a las nueve de la mañana. Había calculado que, si llegaba, le daba las cosas, me aseguraba de que estaba bien, como Josh quería, y me iba, llegaría con tiempo de sobra al trabajo.

«No le debo nada a este chico. Bastante ha hecho Josh por él.»

Siguiendo las indicaciones que mi amigo me había dado, llegué a la habitación donde estaba ingresado y llamé a la puerta.

La bandeja del desayuno descansaba al lado de una cama que me pareció pequeña en comparación con su ocupante. El tal Galder debía de medir casi dos metros, pues todo su cuerpo parecía demasiado grande para esa cama tan pequeña.

Así, para mi sorpresa, el hombre desnudo resultó ser el tío más imponente que había visto nunca. No como los tipos duros de las películas de acción, sino de una forma más sutil pero igualmente abrumadora. Como estaba sentado en la cama, solo podía intuir su envergadura, aunque eso, junto con el vello rizado que le asomaba por el pijama, me hizo pensar en cómo se le vería estando de pie. Llevaba el pelo mojado y alborotado (¿tanto había madrugado que le había dado tiempo a ducharse?), y algo más corto que en su DNI, aunque lo suficientemente largo para que cada mechón mirara en una dirección diferente.

Sí, había cotilleado su cartera, ¿vale? No quería dar la documentación a la persona equivocada.

—Hola —me saludó con una sonrisa—, soy Galder. Intuyo que eres Mary, ¿verdad? La amiga de Josh.

—Sí… ¿Te dijo ayer que vendría yo?

Galder ladeó la cabeza levemente.

—Eso recuerdo, ¿por qué? ¿Pasa algo?

Sonreí a mi pesar.

—Que me conoce demasiado bien: cuando te lo dijo, no me había pedido que viniera aún.

Él soltó una carcajada con una voz grave tan animada que un escalofrío me recorrió la espalda.

—Eso significa que o eres muy buena amiga o que él es muy persuasivo.

—Diría que las dos respuestas son verdaderas. —Sonreí.

En ese momento recordé que tenía sus cosas en una bolsa, así que terminé de entrar en el cuarto y se las tendí.

—Gracias… Menos mal que no perdí nada —comentó, algo avergonzado, mientras revisaba entre sus pertenencias.

—Ha sido una suerte —corroboré—. Por cierto, ¿cómo te encuentras hoy?

Tenía la piel algo pálida y ojeras bajo los ojos. Aquello ya le hacía parecer algo enfermo, pero la venda en la cabeza, que cubría la herida que Josh me había descrito el día anterior, era la guinda del pastel. Seguramente su aspecto del día anterior había sido mucho peor, claro, pero pasar la noche desnudo en la calle no debe de hacerle bien a nadie.

—Mejor —respondió con una sonrisa—. Les dije a los médicos que me encontraba bien, pero insistieron en hacerme un TAC y dejarme en observación ayer y hoy, por si acaso el golpe en la cabeza había sido grave.

—¿Y te han dicho algo ya de la prueba?

—Que todo está bien. Creo que esta tarde mismo me darán el alta —comentó mientras se estiraba sobre la cama.

Bueno, eso eran buenas noticias. Se le veía bien, teniendo en cuenta su situación; tenía sus pertenencias y yo ya me había entretenido más de lo que pensaba. Era hora de irse.

—Me alegra que te encuentres mejor y que el golpe no fuera nada. Yo tengo que irme ya, pero le diré a Josh que todo está bien.

—Habéis sido muy amables conmigo. Los tres —remarcó, y me miró a los ojos con agradecimiento—. Munches gracies.

Algo en su mirada me hizo ponerme nerviosa de dos formas muy diferentes. La primera, como si mi instinto de supervivencia se hubiera convertido en el de un conejo de veinte centímetros de altura. La segunda era un tipo de nerviosismo muy diferente, no sé si me entiendes, así que decidí que sería mejor irse antes de que colisionaran.

—Ya nos veremos —me despedí, y salí de la habitación.

¿Qué somos, una ONG?

En serio? ¿Desnudo?

La expresión de Alex era una graciosa mezcla entre sorpresa e incredulidad.

—Ajá.

—¿Qué cosas habrá hecho para acabar desnudo por ahí? Tiene su punto —comentó en tono pícaro.

—Eh, esos pensamientos lascivos, que estás comprometida —le recriminó Josh, y ella se echó a reír. Cuando Aleksandra se reía, la expresión seria que solía tener se relajaba y se veía a la mujer cariñosa debajo de la fachada de negro.

Ella y Josh habían sido mis amigos desde el primer año de universidad. Nos conocimos en la cafetería en el primer mes de carrera, cuando Josh me prestó los céntimos que me faltaban para comprarme un sándwich. Ellos estudiaban filosofía y yo, filología hispánica. Ellos se iban a sentar a comer y yo no tenía compañía, así que me invitaron a unirme… Y así empezó nuestra amistad. Siempre nos apoyábamos y nos protegíamos, tuviéramos más tiempo para vernos o menos. Eran lo más cercano a una familia que tenía en la ciudad.

Y, aunque empezamos a vivir juntos poco después, Alex se acabó mudando con su novio a un apartamento que los padres de él tenían en alquiler y Josh y yo nos quedamos en el apartamento que seguíamos compartiendo. No quiero engañarte: pagar un alquiler en Madrid siendo solo dos personas y que acaban de salir de la carrera es casi imposible. Por eso habíamos buscado otra compañera de piso y habíamos vivido con ella hasta unos días antes de que todo esto comenzara. Cuando ella se marchó, le propuse a Josh que Manu se mudara con nosotros, pero no dudó en dejarme clarísimo que todavía no estaba preparado para vivir con su novio.

—Yo solo digo que el toque misterioso no se lo quita nadie. ¿A ti qué te pareció, Mary?

Intenté responder antes de que mis mejillas se tiñeran de rojo del todo, pero no fui lo suficientemente rápida.

—Te has puesto roja —me acusó Josh—. Qué fuerte. Te gustó Galder.

—¡Qué va! Lo que pasa es que me pareció más… imponente de lo que esperaba.

—¿Imponente? ¿Tenéis una foto?

—Yo tengo su WhatsApp, déjame ver —soltó Josh mientras sacaba el móvil, tan rápido que estuvo a punto de caérsele—. A mí no me pareció imponente.

—¿Cómo que tienes su WhatsApp? ¿No te despediste de él ayer y diste por zanjado tu voluntariado con desconocidos desnudos?

—Sí y no. Fui por la tarde, antes de que le dieran el alta, pero le di mi teléfono por si necesitaba algo. —Se encogió de hombros al tiempo que le pasaba el teléfono a Alex—. Me ha dicho que de momento se va a quedar en un hotel. Por lo visto estos días tiene algunas entrevistas para compartir piso.

Asentí y le di un trago a mi refresco mientras me recordaba que Josh era lo bastante mayorcito para saber en quién confiaba.

—En esta foto no se ve nada —bufó Alex—. ¿Por qué no tiene un selfie, como todo el mundo? —Guardó silencio un momento para encenderse un cigarrillo—. Pero, bueno, el tema es que, si te pareció interesante, podías haberle propuesto quedar algún día.

—A mí me dijo que le pareciste muy simpática —comentó Josh, que miró la hora en el móvil antes de guardarlo—. No me pareció notar nada raro en su tono, pero a lo mejor le gustaste también.

—Ya os he dicho que a mí no me…

—¡Igual él se planteó invitarla a salir!

—¡Pues no me extrañaría! ¡Mírala! Con ese pelazo rizado y la piel morena. Ya le gustaría a Beyoncé.

Como puedes observar, Josh es mi mayor fan. Pero no le hagas caso: exagera mucho.

—A Beyoncé solo le gano en el tamaño del trasero, Josh. Ya me gustaría a mí…

—No digas nada —me interrumpió él—, que me había quedado muy bien. Y tú tampoco, mente sucia.

Alex le tiró una aceituna con una carcajada y Josh tuvo el buen tino de mirar alrededor antes de responder.

—¿Os traigo algo más? —preguntó el camarero, que acababa de acercarse a la mesa.

Miré mi reloj y apuré el vaso.

—Para mí no —respondí mientras sacaba la cartera—. ¿Lo mío cuánto es?

En ese momento, mientras pagaba para ir a una cita que llevaba días posponiendo, me di cuenta de por qué Josh se había puesto así hacía un momento. Aquel era el día en que mi ex vendría a buscar sus cosas al apartamento. Llevaba varias semanas mandándome mensajes y yo no me había sentido con fuerzas para volver a verla hasta la semana anterior, cuando accedí a que viniera.

Ahora me esperaba un bonito e incómodo encuentro con alguien que seguramente preferiría arrancarse los ojos antes de vernos otra vez, a mí o a mi culo de Beyoncé.

—Yo me marcho ya, tomaos otra a mi salud —me despedí.

—Mucho ánimo, mi chica —me dijo Josh, y me plantó un beso en la mejilla.

—Y, si la cosa se pone fea, llámanos —pidió Alex, que me lanzó un beso desde su asiento.

Asentí con una sonrisa más falsa que mi cazadora de cuero y eché a andar hacia el apartamento.

Lucía no tardó mucho en recoger todo lo que se había dejado en el piso. Yo le había preparado una bolsa con las cosas que había encontrado, pero ella se encargó de coger cada objeto que recordaba haber comprado durante el tiempo que había vivido con Josh y conmigo.

¿Te acuerdas de eso que he comentado de que habíamos tenido una compañera de piso? Exacto, mi exnovia. Tal vez por eso Josh no quería arriesgarse a vivir con Manu todavía.

Yo esperé en el salón mientras ella recorría la casa como si fuera una aspiradora. No dije nada, no vigilé lo que cogía. Me limité a esperar.

Nuestra ruptura había sido una de las más dolorosas que había sufrido nunca. Lucía y yo habíamos aguantado saliendo casi un año antes del desastre. Yo le había hablado acerca de mis ataques de ira, y de lo mucho que me esforzaba por controlarlos. Las sesiones con mi psicóloga iban genial y mi novia parecía apoyarme en todo. La vida era sencilla.

Pero, claro, llegó el DT (día terrible) del que te hablé hace un rato. Aquella noche, cuando llegué a casa después de haber pasado la tarde en comisaría y con el peso de haber mentido a mis jefes al decirles que me había encontrado mal de pronto para que no descubrieran lo que había pasado, me encontré con reproches.

Le parecía increíblemente absurdo que me hubieran puesto una multa. ¿Cómo había podido ser tan tonta?

Por lo visto, Lucía había estado guardándose todo el tiempo que estuvimos saliendo lo ridículo que le parecía que una persona adulta tuviera ataques de ira. Según ella, no me había dicho nada porque me quería, pero en el fondo no comprendía cómo podía gastar dinero en ir al psicólogo cuando podía solucionarlo todo «si me tomara las cosas con calma».

Estarás de acuerdo conmigo en que aquel era el peor día posible para tener esa conversación.

Vacía ya de toda la rabia que me había invadido a lo largo del día, solo pude echarme a llorar y llamar a Josh para que viniera a buscarme. Manu y él iban a dormir juntos en la casa de Manu y me sentía mal por interrumpir su noche romántica, pero no podía quedarme con Lucía.

A la mañana siguiente, cuando volví al apartamento, me encontré una nota en la puerta de la nevera que decía algo así como: «Me he dado cuenta de que somos demasiado diferentes para estar juntas. Me voy del piso, pero quiero recuperar el resto de mis cosas, así que llámame y vendré a por ellas».

Y ahí estábamos.

Ella terminó de recoger sus pertenencias en silencio y volvió al salón.

—Creo que no me dejo nada… He visto una botella de vino que compré hace un mes. Ya la habíamos abierto antes de romper, así que os la dejo.

Vaya, qué detalle.

—Muy bien —asentí—. Adiós, entonces.

—Adiós. Y plantéate lo que te dije: estás haciendo rica a tu psicóloga por una tontería.

Me quedé mirándola, sin entender muy bien a qué venía aquello. Solo se me ocurrió levantarme para abrirle la puerta de la calle.

—Que sí, venga, adiós.

—Te llamaré si me he dejado algo —dijo, y le hice una peineta mientras cerraba la puerta.

Suspiré. Hacía mucho que no me sentía tan bien.

La puerta volvió a abrirse horas después. Estaba viendo una serie, haciendo tiempo hasta que Josh volviera y cenáramos.

—Mary, no te vas a creer lo que nos ha pasado a Manu y a mí hoy.

Fruncí el ceño.

—¿Otro hombre desnudo?

—Casi.

Un maullido anticipó al pequeño gatito blanco y negro que Josh sacó de su abrigo.

—Pero, pero…

Me levanté como una bala y me acerqué a Josh y Manu, que miraban al cachorro como si fuera un tesoro.

—Es diminuto… —Josh me alargó el animal y lo cogí con cuidado. No debía de tener más de dos meses. El gatito sacó las uñas para agarrarse a mis manos cuando me lo acerqué a la cara para verle mejor—. ¿De dónde lo habéis sacado?

—Nos lo ha dado una anciana por la calle.

—¿Es que vais a encontraros a toda la gente rara de Madrid esta semana?

—¡No! —se quejó mi amigo, que alargó las manos para que le devolviera su pequeño regalo—. Nos dijo que su gata había tenido una camada de gatitos y que estaba intentando regalar a las crías. Se esperó a que estuvieran destetados y empezó a buscar dueños.

—¿Y no tenía amigos o vecinos que se quedaran con ellos?

—Claro que sí, pero este era el último que le quedaba. Había salido a la calle para buscar a alguien a la desesperada.

—¿Y cómo es que nadie había querido al gato hasta que la visteis vosotros? —pregunté mientras enarcaba una ceja y sonreía.

—Porque pensaban que estaba loca —respondió Manu con la boca pequeña y ligeramente ruborizado.

—Sois de lo que no hay. —Me eché a reír.

—El caso es que hemos pensado en turnarnos al gatito hasta que vivamos juntos…

—… Cosa que podría solucionarse si os animarais a vivir juntos de una vez…

—… Pasaría dos semanas con cada uno, o tal vez se quede solo en una casa, para que se adapte mejor. Así que ¿te parece bien si empieza por quedarse aquí?

Me quedé mirando al animalito que Josh tenía entre sus manos y que miraba a su alrededor como si el mundo fuera un lugar enorme y aterrador. Razón no le faltaba.

—¿Quién va a limpiarle la arena? ¿Y a hacerse cargo de él y de todo lo que conlleva tener un animal?

—Yo. Bueno, nosotros —matizó, y movió la mano entre Manu y él—. Pero, mientras esté aquí, yo.

—Eso espero, porque no pienso tocar la caja de arena de esta pequeña bolita de pelo —dije, y me acerqué a acariciar la cabeza del gato.

—Así que ¿te parece bien que se quede?

—Claro que sí —respondí, sin saber muy bien si aquel impulso se debía a que necesitaba algo de alegría después de aquellos tiempos difíciles o a que nunca había tenido un gato antes—. Creo que nos vendrá bien tener a un gatito diminuto por aquí.

Diminuto, como acabó llamándose, se adaptó perfectamente bien a la casa. Esa primera noche comió una latita que Josh le había comprado por el camino e hizo sus necesidades en un papel de periódico. Al día siguiente, después de salir del trabajo, Manu y él arrasaron con la tienda de animales más cercana para comprarle a su pequeño toda clase de artilugios y juguetes con los que luego no jugaría. Y una caja de arena, por supuesto.

Los días siguientes fueron una maravilla, viendo cómo Diminuto iba creciendo poco a poco y jugando con él siempre que podíamos.

Pero entonces llegó el momento de pagar el alquiler.

¿Sabes lo mal que se queda la cuenta de una becaria y un fotógrafo freelance cuando tienen que pagar un alquiler como el nuestro? Mal. Muy mal.

Esa misma tarde, después de ver que las cuentas no cuadraban y cuando ya empezaba a plantearme que íbamos a tener que buscar otro compañero de piso, Josh llegó con una sonrisa de oreja a oreja.

—Tengo la solución a nuestros problemas.

—¿El dueño ha decidido bajar el alquiler?

—Ojalá. No, no es eso. —Se sentó a mi lado—. El pago del alquiler ha sido un palazo este mes y coincidirás conmigo en que necesitamos otro compañero de piso para suplir la parte que ponía Lucía.

Asentí.

—¿Se viene Manu con nosotros? Ahora tenéis un hijo en común.

—No cuela. —Josh hizo un gesto con la mano, como si intentara borrar mis palabras de un manotazo—. Pero he encontrado a alguien que necesita apartamento.

—¿Quién?

—Galder.

Me quedé en silencio un momento.

—¿Galder, el tío que te encontraste desnudo en medio de la calle hace una semana? ¿Ese Galder?

—Ese —asintió mi amigo con una sonrisa—. Hemos estado hablando estos días y me parece un buen tipo. Es simpático, está buscando trabajo y tiene ahorros para pagar el alquiler.

—Pero ¡si no le conoces de nada!

—Le he visto desnudo y he estado con él en el hospital. Eso es un vínculo mucho más fuerte que hacerle una entrevista para saber si tira de la cadena después de ir al baño.

—No sé si quiero arriesgarme a comprobarlo —murmuré, y me llevé una mano a la frente—. Primero traes al gato y ahora quieres meter en casa a un desconocido. ¿Qué somos, una ONG? Espero que no le hayas dicho nada todavía.

—Lo primero, estás enamorada de Diminuto, así que ese argumento no vale. Lo segundo, cualquier nuevo inquilino sería un desconocido.

—Menos Manu. —Josh me fulminó con la mirada, así que solo me quedó resoplar, rendida—. ¿Y si es un tío raro?

—Pues le damos las gracias y le pedimos que se vaya. Solo se viene a vivir aquí, no nos vamos a casar con él.

—¿Es que ya has hablado con él?

—Le he dicho que te lo iba a comentar.

Así que todo estaba en mis manos.

Entendía que Josh quisiera fiarse de él y era cierto que, si se mudaba ahora, pagaría el alquiler del mes siguiente al completo. «Quién sabe lo que tardaremos en encontrar a otro compañero de piso que nos cuadre, si no».

—Vale, pero le doy un mes de prueba. Si hace cosas raras o me da mala espina, se larga. ¿De acuerdo?

—Perfecto, se lo diré. Lo del mes de prueba, no lo otro —aclaró—. Le pondré de excusa que tuvimos problemas con la antigua inquilina —comentó mientras se encogía de hombros y sacaba el móvil para llamarle.

En eso tenía que darle la razón.

La tarde siguiente, Galder estaba en la entrada con una maleta pequeña y una mochila. Se le veía enorme en el marco de la puerta, y la sensación que me había invadido hacía unos días en el hospital atacó de nuevo.

El gato y yo le observamos desde el sofá, yo sonriendo lo más amablemente que pude y él sin perder detalle de lo que el nuevo hacía.

En cuanto Galder puso un pie en el interior de la casa, Diminuto le bufó.

Todos nos quedamos helados mirando al gato, que salió corriendo a esconderse a la habitación de Josh, y yo no pude evitar esbozar una sonrisa irónica:

—Bienvenido a casa.