Cómo ser un padre feminista - Jordan Shapiro - E-Book

Cómo ser un padre feminista E-Book

Jordan Shapiro

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  • Herausgeber: Plataforma
  • Kategorie: Bildung
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2022
Beschreibung

Hay cientos de libros sobre la crianza de hijos, y con razón – convertirse en padre es algo intimidante y difícil, que te cambia la vida-. Pero cuando se trata de libros sobre la identidad de género en ese proceso, más que sobre los aspectos prácticos de la crianza de niños, casi todos abordan el rol de la madre. Si lo que buscas es información sobre qué significa ser padre, probablemente te sorprenderá encontrar muy poca cosa en las estanterías de las librerías. Esta obra replantea la concepción de paternidad y masculinidad con el fin de criar seres humanos más empáticos y justos que aporten una nueva visión a la sociedad actual. Aquí descubriremos qué implica ser padre y cómo construir una identidad de padre más inclusiva. Una indagación ponderada y muy necesaria sobre la paternidad y la masculinidad en el siglo XXI, de la pluma del miembro senior del Sesame Workshop y reconocido experto en la crianza de hijos en la era digital, Jordan Shapiro.

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Cómo ser un padre feminista

Una guía para detectar actitudes problemáticas sobre género, sexo y poder

Jordan Shapiro

Traducción de Xavier Gaillard

Título original: Father Figure. How To Be a Feminist Dad, originalmente publicado en inglés por Little, Brown and Company, en 2021, en Estados Unidos

Primera edición en esta colección: septiembre de 2022

This edition published by arrangement with Little, Brown and Company, New York, New York, USA.

All rights reserved.

© Jordan Saphiro, 2022

© de la traducción, Xavier Gaillard, 2022

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2022

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-19271-29-7

Diseño de cubierta y fotocomposición: Grafime Digital S.L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

Introducción. El dilema del padrePrimera parte. En el nombre del padreSegunda parte. Padre nuestro, rey nuestroTercera parte. ¿Quién es tu papi?Cuarta parte. Cómo ser un padre feministaConclusión. Figura paterna en desarrollo

Dedicado a Angie Murimirwa, Lydia Wilbard, Lucy Lake y todos los miembros de la Asociación CAMFED; me enseñasteis que creer que el poder restituidor del liderazgo participativo y emergente no es algo en absoluto idealista o ingenuo.

Estaba en lo cierto, por supuesto, pero se unió a todos los hombres blancos woke que situaban su privilegio fuera de ellos mismos, como diciendo, «sé que no debería ignorar o ponerme a la defensiva en lo referente a mi estatus en nuestro mundo». Da igual que la capacidad de situarse fuera del patrón de la dominación de los hombres blancos sea el privilegio. El reino, el poder y la gloria no pueden rebasarse.

CLAUDIA RANKINE

IntroducciónEl dilema del padre

LUNES, 7 DE ENERO, 2019, 7:35 A.M.: Abrí los ojos en una habitación de hotel en Nashville. Me sentía cansado, la noche anterior hubo demasiado pollo picante y música country. Quería volver a dormir, pero mi teléfono no dejaba de vibrar sobre la mesilla de noche. Llegaban mensajes de texto de mi madre: «Me alegró ver que tu libro aparecía en el WallStreet Journal. Pero no me gustó la reseña. Me pareció ruin». Leí en voz alta las palabras de mamá a mi pareja, Amanda, que estaba estirada en el otro lado de la cama, revisando las notificaciones matutinas de su teléfono. Su hermana le había enviado un mensaje parecido sobre el mismo artículo.

Mi libro The New Childhood: Raising Kids to Thrive in a Connected World (La nueva infancia: criar a los niños para que prosperen en un mundo conectado) había salido a la venta la semana anterior, y había venido a Nashville para promocionarlo. Decidimos pasar aquí el fin de semana entero junto a unos amigos de Dinamarca que querían visitar la capital de la música americana antes de que se les caducaran las visas de trabajo. Teníamos planeado encontrarnos con los daneses dentro de un par de horas para comer panecillos, pollo frito y salsa de carne en Monell’s –sin duda el mejor desayuno de todo el país–, ¡pero lo más urgente era hacerme con una copia de ese periódico!

Amanda y yo nos vestimos rápidamente y bajamos al vestíbulo en el ascensor. El hotel Noelle es un ejemplo paradigmático de arquitectura art déco de los años treinta, con techos muy altos, ventanas arqueadas, elementos de latón pulido y paredes de mármol de Tennessee color rosa brillante. Se halla muy cerca de Printer’s Alley, un barrio histórico que antaño albergó dos periódicos, diez imprentas y trece editoriales –el lugar idóneo donde hospedarse si eres un escritor friki interesado por la historia–. Encontramos un ejemplar del Wall Street Journal cerca de la máquina de expreso, en el mostrador de café hípster, y me senté en uno de los enormes sofás azules a leerlo.

Al principio me emocioné cuando encontramos la página de críticas y vi la portada de mi libro reproducida a todo color en la esquina superior izquierda. Es justo el tipo de posicionamiento que ansían todos los autores. Pero luego leí la crítica. La primera frase decía lo siguiente: «Cuando Jordan Shapiro se separó de su mujer hace un tiempo, sus hijos tenían 4 y 6 años». La autora empezaba hablando de mi divorcio, y en los siguientes párrafos hacía todo lo posible para retratarme como un padre progre, haragán y en exceso permisivo. Ponía por los suelos mi alegato a favor de los videojuegos como una gran forma de pasar tiempo en familia ante la pantalla, escribía: «Él no tiene ningún problema en consentir a sus hijos, aunque su madre, por lo visto, sí lo tiene». Que conste que ni mis hijos ni mi exmujer saben de dónde sacó esta periodista la idea de que hay algún tipo de tensión en la crianza compartida de nuestros hijos. No la hay, pero esa no es la cuestión. El meollo del asunto es la insinuación de que un padre divorciado tampoco puede tener mucha idea de cómo criar a los hijos. Mi doctorado en psicología profunda, así como mis credenciales como experto reconocido en el ámbito del desarrollo y la educación infantil, le parecieron completamente irrelevantes a esta escritora. Por el solo hecho de que, según su opinión, un buen padre debería ser el cabeza de una familia heterosexual tradicional.

No soy Ward Cleaver (Leave it to Beaver), Phil Dunphy (Modern Family) o Howard Cunningham (Días felices). Ni siquiera soy Mike Brady (La tribu de los Brady). Soy un padre soltero que comparte la custodia de sus hijos. Por lo visto, mucha gente cree que vivo una existencia alocada de playboy en un piso tapizado de terciopelo en el que suena música lounge por unos altavoces de alta fidelidad, y donde los niños no tienen ningún tipo de límites. Mientras viajaba por Estados Unidos para promocionar mi libro sobre crianza, constaté que mucha gente llegaba inmediatamente a la conclusión de que, como estoy divorciado, es imposible que pueda saber qué es lo que les conviene a mis hijos. Este prejuicio me dolió especialmente. Me había pasado años escribiendo artículos, columnas y un libro repleto de historias personales sobre mi experiencia como padre. La paternidad era una parte importante de mi identidad. La relación que mantenía con mis hijos no solo determinaba mi carrera, sino que también daba forma a mi concepto de autoestima. Me veía, antes que nada, como una figura paterna. Nunca se me había pasado por la cabeza que el hecho de estar divorciado pudiera a priori impedirme encajar en la concepción cultural predominante de lo que significa ser un buen padre.

Si bien a lo largo del año siguiente el libro fue en general muy bien recibido, el estigma del padre divorciado me siguió acompañando. Empecé a verlo por todos lados: en varios puntos de la cultura pop, y en ambos bandos del espectro político. Por ejemplo, en abril de 2019 Michelle Obama dijo en un discurso en Londres: «A veces pasas el fin de semana con el padre divorciado y te lo pasas la mar de bien, pero luego te pones enferma», la exprimera dama criticaba a Donald Trump. «Eso es lo que estamos atravesando en Estados Unidos. Es como si estuviéramos viviendo con el padre divorciado». Me chocó que menospreciara sin ningún pudor a los millones de padres divorciados que están intentando hacer lo mejor para sus hijos.

Según el Pew Research Center, «la proporción de progenitores solteros que son padres ha aumentado más del doble en los últimos cincuenta años. Ahora, un 29 % de todos los progenitores solteros que viven con sus hijos o hijas son padres, en comparación al 12 % de 1968». Y los estudios sobre si el género de los progenitores solteros tiene algún efecto en los hijos o hijas siguen sin llegar a conclusiones claras, quizás porque no es nada fácil determinar criterios exhaustivos. Por ejemplo, en referencia al rendimiento académico, los hijos de padres solteros suelen sacar mejores notas y tienen un porcentaje más elevado de graduación escolar, mientras que las madres solteras insisten más en preservar rutinas supuestamente tradicionales, como la cena en familia. Un conjunto de hallazgos no tiene por qué ser mejor que el otro. Lo que los investigadores sí pueden afirmar es que probablemente los niños prosperarán en hogares con progenitores cariñosos, comprensivos y entregados –ya sean solteros o no, ya sean hombres, mujeres o de género no binario–. No hay pruebas que demuestren que los hogares disfuncionales encabezados por una mujer sean mejores que los encabezados por un hombre, ni que la identidad de género o el estado civil tengan correlación alguna con la disfuncionalidad. Sin embargo, los estigmas persisten, porque los estadounidenses se toman muy en serio sus «valores familiares». Según la historiadora Stephanie Coontz, Teddy Roosevelt fue el primer presidente que advirtió a los ciudadanos estadounidenses de que «el futuro de la nación yace en “la vida doméstica más adecuada”». Prácticamente un siglo después, Ronald Reagan sumó su voz a muchas otras afirmando que «las familias sólidas forman la base de la sociedad».1 Pero ¿cuál es la vida doméstica más adecuada? ¿Qué es una familia sólida? No lo sabemos.

Como explicaré en este libro, la familia nuclear, tal como solemos imaginárnosla adjudicando expectativas de género concretas a las madres y los padres, no es ni esencial ni tradicional. Simplemente es un producto de la era industrial. Hoy en día las normas laborales, económicas y de género prevalecientes están en proceso de transición, y, sin embargo, la mayoría de nuestros supuestos sobre los valores familiares –que fueron establecidos para fomentar una perspectiva sobre el mundo de una época pretérita– siguen siendo los mismos. Nos hemos emperrado en actualizar nuestra concepción de la vida familiar pese a que sabemos que es poco realista esperar tantos cambios en nuestro mundo sin alterar el resto de ámbitos. La familia cambiará. Es inevitable. De hecho, ya está cambiando, pero la mayoría de padres y madres no tienen las herramientas para enfrentarlo. Están anclados a creencias vetustas que ya no ayudan a proporcionar una base adecuada sobre la que erigir narrativas de identidad significativas. Lo más probable es que a los niños no les pase nada, pero a sus padres y madres les espera un buen bofetón de realidad.

Este libro está pensado específicamente para los padres, y trata sobre la paternidad. Analiza cómo supuestos e imágenes populares entorno a las figuras paternas se entrelazan con actitudes problemáticas vinculadas al género, el sexo, el poder, la agresión, la heteronormatividad y la autoridad. Existen concepciones negativas sobre las figuras paternas que siguen profundamente incrustadas en el imaginario sobre el desarrollo infantil, la adultez y el éxito profesional que no rebatimos. Incluso configuran nuestra percepción básica de la psicología individual. Quizás estas ideas fueron útiles en otro momento de la historia, pero en el mundo actual hacen más daño que bien, así que en las siguientes páginas identificaré algunas de estas narrativas problemáticas sobre la paternidad. También ofreceré imágenes de un nuevo tipo de figura paterna que podrían servir de inspiración –una figura menos dominante, menos paternal, y no necesariamente masculina.

Este libro también podría considerarse un botiquín de primeros auxilios para aquellos padres que tengan la sensación de que han quedado tocados cuando intentaban reconciliar sus expectativas sobre la paternidad y sus identidades como hombres adultos con una cultura que está despojándose activamente de sus antiguas tendencias patriarcales. A día de hoy hay muchos hombres que se quedan paralizados al tener que digerir mensajes opuestos. Adoptar plenamente el feminismo parece traicionar la narrativa tradicional del buen padre. Adoptar plenamente la historia prevaleciente del buen padre indudablemente traiciona el feminismo. Algunos de los que dedican de manera admirable sus esfuerzos a negociar estas tensiones, a menudo, no se dan cuenta de cómo su adherencia inconsciente a las narrativas patriarcales robustece la desigualdad sistémica. Sufren un latigazo cervical cuando van con las mejores intenciones pero el tiro les sale por la culata, así que enseñaré a los padres cómo pueden encajar mejor en la escala actual de valores culturales. Los padres pueden interpretar el papel de cuidador de sus hijos o hijas de un modo distinto, y pueden ampararse en otro tipo de narrativa de identidad parental, adquiriendo una conciencia de sí mismos mucho más sólida. Pueden ser padres feministas.

¿Qué es un padre feminista? Primero debemos definir el feminismo. Mi definición preferida es con la que bell hooks –célebre autora, teórica, profesora y activista social– empezó su libro El feminismo es para todo el mundo: «En pocas palabras, el feminismo es un movimiento para poner fin al sexismo, la explotación sexista y la opresión».2 Me gusta lo muy directa que es esta explicación, no es para nada complicada, terrorífica o inhospitalaria. Tampoco plantea una guerra entre hombres y mujeres. El feminismo empieza con una crítica vigorosa de esa jerarquía radicada en el género que le adjudica un lugar privilegiado al hombre, que facilita la dominación y la violencia, y que fomenta la misoginia y la homofobia. Sin embargo, la definición de hooks es lo suficientemente abierta como para que podamos reconocer que el patriarcado también puede perjudicar a los hombres. Los desposee de ciertos derechos, pone a prueba su autoestima y los presiona para que adopten narrativas de identidad sexistas. La autora Chimamanda Ngozi Adichie lo explicó bien: «La masculinidad es una jaula pequeña y dura y metemos a los niños dentro de ella».3 Las mujeres no son las únicas víctimas del sexismo, y los hombres no son sus únicos agentes. El patriarcado es un problema para todo el mundo, da igual que estés subyugado a él o te beneficies de él.

La obra de bell hooks fue mi primera introducción al pensamiento feminista serio. Después de ver durante muchos años a hombres que se ponían a la defensiva ante la mera mención de la «la palabra que comienza por la f-», hooks me ofreció una vía de entrada al feminismo. Me enseñó a ser responsable de mis acciones sin por ello tener que sentirme como un supervillano. Cuando empecé a escribir este libro, cogí de la estantería mi copia manoseada y muy subrayada de Teoría feminista: de los márgenes al centro, y lo releí. Sobresalió inmediatamente una frase en concreto: «El feminismo no es ni un modo de vida, ni una identidad prefabricada, ni un papel listo para ser interpretado».4 Lo escribí en un pósit y lo pegué en la parte de arriba del monitor de mi ordenador. Como hombre cisgénero5 que se disponía a escribir un libro sobre feminismo, era consciente de que nunca debería caer en una especie de postureo ético –es decir, ponerme un disfraz feminista para cosechar aplausos de manos progresistas. (Apunte: cis- es un prefijo latino que significa «de este lado», a diferencia de trans-, que significa «a través». La identidad de un individuo cisgénero se corresponde con el sexo que le fue asignado al nacer.) Ese comentario de hooks me recordó que, por mucho que estuviera explorando la identidad de la paternidad, ser un padre feminista no es algo que debiera quedar reducido a un papel bidimensional interpretado únicamente por personas que se identifican como hombres. Puedes verte como una figura paterna en el momento en que te conviertes en el responsable de un niño, desde luego, pero ser un padre feminista siempre será una práctica iterativa, un proceso sin fin. A pesar del título de este libro, no es algo que puedas ser; es algo que puedes hacer. No tiene tanto que ver con ser, sino con convertirse. Siempre podrás ir un paso más allá: siempre habrá más estereotipos que puedas cuestionar, inequidades adicionales en las que puedas centrarte. Quizás empieces a rehuir la división típica de las labores domésticas. ¿Quién hace la comida? ¿Quién se encarga de la barbacoa?6 Quizás tengas cuidado de no comprar productos que exprimen el sexismo haciendo publicidad con eslóganes tipo «Las madres exigentes prefieren Jif», como si los padres no tuvieran ni la más remota idea de nutrición y sándwiches de crema de cacahuete.7 Quizás evites las dicotomías azul/rosa, camiones/muñecas, deportes/glamur tan omnipresentes en la moda infantil, los diseños de cuartos de bebé y las tarjetas de felicitación de recién nacidos. Quizás optes por no asignarles un género a tus críos, utilizando pronombres neutrales para protegerlos del agarre asfixiante de las expectativas y estereotipos patriarcales. Estés donde estés en el continuo, el feminismo es solo un marco que cincela las decisiones que tomas y las actitudes que adoptas. Siempre exige autorreflexión, evaluación y reinvención constante.

Bien, pues, ¿cómo puedes hacerlo? Si estás buscando un libro repleto de consejos asequibles sobre cómo criar chicas seguras de sí mismas y chicos cariñosos, aquí no los vas a encontrar. Desde luego considero apremiante que los padres aprendan a comunicarse con sus hijas de formas que neutralicen los mensajes patriarcales perseverantes sobre la inferioridad de las mujeres; pero este no es un libro de frases diseñado para enseñarte qué decirle a tus hijas pequeñas. De igual modo, es imprescindible que los padres enseñen a sus hijos a relacionarse con las chicas de maneras que contrarresten la típica perspectiva misógina sobre el sexo, el consentimiento, el privilegio y la condescendencia, pero no esperes un listado de puntos de discusión pensados para desbaratar la cultura de la violación o abordar los hábitos de consumo obsesivo de pornografía de tu hijo adolescente. Este no es un libro sobre cómo criar a los hijos –o por lo menos no entraría dentro de esa categoría en el sentido convencional–. Más bien es una guía para que puedas realizar una autointervención. Insta a los padres a modificar sus mentalidades, temperamentos e inclinaciones. Pretende ayudarlos a descubrir todas esas cosas que hacen –cosas cotidianas, normales y corrientes– que reproducen actitudes problemáticas y afianzan sistemas opresivos.

Por supuesto, no será posible erradicar una vida entera de patrones de pensamiento sexista y patriarcal solamente leyendo este libro. ¿Por qué? Porque el feminismo no es una solución inamovible a un problema estático. Es, más bien, una herramienta variable que nos proporciona la capacidad de tomar, en contextos dinámicos y fluctuantes, decisiones deliberadas que sean antisexistas y sensibles al género. Te enseñaré a utilizarla, y al hacerlo retrataré la imagen de un nuevo tipo de figura paterna que sea capaz de inspirar, un modelo a seguir para padres que intentan desesperadamente navegar en un mundo de narraciones constantes. Ten algo bien claro, padre feminista no es una identidad. Pero, paradójicamente, puedes intentar ser un padre feminista; y de hecho, deberías hacerlo.

El proceso de convertirse en un padre feminista, según mi conceptualización, se rige por cuatro principios fundamentales:

Cultivarás activamente una concienciación crítica. Esto significa que estarás dispuesto a considerar críticas a lo que bell hooks llama con frecuencia «el patriarcado capitalista imperialista supremacista blanco». Sé que suena a algo extremo, quizás más radical y subversivo de lo que te esperabas cuando abriste este libro. Intenta mantener la mente abierta. hooks dice que la frase simplemente describe «los sistemas políticos entrelazados que se hallan en las raíces de la política en nuestro país».8 Podría ser considerada una de las primeras teóricas interseccionales, al aseverar que es engañoso hablar de desigualdad de género sin hablar también de sexualidad, raza y estatus socioeconómico. Un padre feminista es consciente de este hecho. Intenta ver el mundo a través de una lente crítica e interseccional, y se propone identificar, cuestionar y luego reconstruir las narrativas problemáticas e injustas. También se muestra crítico ante las estructuras financieras, económicas, políticas, tecnológicas y legales que pretenden impedir que cuestionemos la mentalidad patriarcal. Un padre feminista adopta esta actitud incluso cuando la mirada autorreferencial le quema porque están en juego sus privilegios. Es decir, cuando se ve obligado a reconocer cosas que quizás preferiría no reconocer.Llevarás a cabo una crianza sensible. Esto significa que eres una persona adaptable, reflexiva y abierta a perspectivas diversas y pluridimensionales. Estás dedicado a contrarrestar la autoridad patriarcal narcisista, que es un término que utilizo en la segunda parte de este libro para describir un supuesto que no solemos cuestionar: que los hombres cisgénero –especialmente los padres– tienen derecho a definir y/o protagonizar la realidad narrativa que configura las experiencias del resto de personas. Nuestras instituciones a menudo dan prioridad a la vida del padre. Por ejemplo, los estudios médicos todavía tratan la anatomía masculina adulta como si esta fuera el estándar. Y no es algo exclusivo a la biología: veo el mismo patrón en mis propias labores profesionales. El canon literario académico occidental sigue siendo predominantemente masculino, y nuestras teorías psicológicas siguen basándose, de manera inexplicable, en mitos de género marcado radicados en el patrilinaje.Te comprometerás a criar a tus hijos en un ambiente despojado de, lo que yo llamo en la tercera parte de este libro, esencialismo sexado de vestidores. Esto significa que estarás dispuesto a descartar narrativas basadas en el determinismo biológico y sustituirlas por acciones y retóricas antisexistas. «La biología es un tema interesante y fascinante», escribió Chimamanda Ngozi Adichie en el libro donde daba consejos para criar a una hija feminista, pero «nunca la aceptes como justificación de cualquier norma social. Porque las normas sociales las crean los humanos, y no hay ninguna norma social que no pueda ser cambiada».9 Un padre feminista acepta esto como verdad. También es consciente de lo fácil que es que la conducta de un padre o una madre fortalezca sin darse cuenta la suposición de que las convenciones de género más opresivas se basan en la ley natural. Además, sabe que el sexismo es omnipresente, así que se toma la molestia de crear alternativas que puedan presenciar sus hijos.Pondrás en práctica una inclusividad rigurosa. Esto significa, en el sentido más básico, que te comprometerás a criar a tus hijos de formas que cuestione los estereotipos sexistas y las binarias de género tradicionales. Dicho de otro modo, el padre feminista no se pregunta ¿cómo preparo a mis hijos para las duras realidades de un mundo radicado en el género?, sino que es consciente de que su deber consiste en criar hijos que estén capacitados para cuestionar todo tipo de sexismo, misoginia, injusticia y opresión. Una figura paterna carga con una responsabilidad universal sobre sus espaldas: cultivar una actitud no violenta y no dominante, ofreciéndole a sus hijos un modelo basado en el aprecio de la diversidad y la tolerancia. Un padre feminista lleva su compromiso con la igualdad más allá de los prejuicios cisgénero; también lucha para crear un mundo más seguro para individuos transgénero, no binarios y disidentes del género. De hecho, rechaza todas las formas de discriminación, explotación, indignidad y coerción. Sabe que el consentimiento es un prerrequisito no solo para el sexo, sino también para la educación, el trabajo, la espiritualidad, la psicología, las políticas estatales y el juego.

Soy consciente de que, así de entrada, estos cuatro principios podrían parecer relativamente abstractos y confusos. Quizás incluso querrías refutar algunos de ellos, pero, te lo suplico, no te precipites. El resto del libro se dedicará a clarificarlos y hacerlos irrefutables. Por desgracia, no existe ninguna forma fácil y rápida de hacerlo. Revisaré los cuatro principios en detalle en la última sección del libro. Sin embargo, aunque saltes a esa parte, no hallarás explicaciones concisas o simples de ninguna de estas ideas. Se solapan y entremezclan. Del mismo modo, convertirse en un padre feminista exige que los cuatro principios entren en juego, todos a la vez, en todo momento, razón por la cual he escrito el libro de una manera interdisciplinaria, para que sea un reflejo de eso.

Antes de empezar quisiera dejar bien clara una cosa. No me considero una especie de padre feminista ideal. No acato todos los principios en todo momento. Desde luego intento hacerlo lo mejor posible, pero también cometo muchos errores. Muchas noches, cuando estoy estirado en la cama antes de quedarme dormido, lo primero que siento es remordimiento. Reflexiono sobre todas las interacciones problemáticas que he mantenido con mis chicos a lo largo del día. Las revisito en mi mente, evaluando mis decisiones, reprobando mis errores. Y finalmente me propongo ser una mejor figura paterna –y un mejor padre feminista– mañana. Por ello este libro está repleto de anécdotas donde describo mis meteduras de pata. Así como The New Childhood estaba lleno de historias positivas e inspiradoras de sesiones de pantalla familiares e interacción con los medios compartida, este libro es distinto. Quiero mostrar a los lectores cómo he aprendido a reconocer y recapacitar las formas inconscientes y deplorables a través de las cuales soy partícipe de sistemas y estructuras sexistas, patriarcales, binarias y misóginas. Espero que tú puedas aprender a hacer lo mismo.

Seamos honestos. Al principio, convertirse en un padre feminista es algo que duele. Y mucho. Pero, a la larga, te liberará.

Primera parte En el nombre del padre

JUEVES, 6:15 A.M.: Estoy mirando por las ventanas de nuestro piso de tres habitaciones, en un undécimo piso. El alba ilumina el horizonte de Filadelfia, y hago una foto para Instagram. #Dedosrosados #Epítetoshoméricos #Philly.

Llegó la hora de empezar a gritar a mis hijos. ¡Levantaos de la cama! ¡Cepillaos los dientes! ¡Poneos los zapatos! ¡Haced la mochila! Enciendo las lámparas de su habitación –luminosas, drásticas, contundentes–. La luz disuelve las sombras, y mis hijos se esfuerzan para mantener los ojos cerrados, resistiéndose a la iluminación como los prisioneros liberados de la caverna de Platón. Marcho por el pasillo hasta llegar a la cocina.

Necesito café –un expreso doble– mientras escucho las noticias.

Veinte minutos después: ya tengo mi dosis de cafeína. He repasado la lección sobre la Antigua Grecia y los orígenes de la filosofía que impartiré a mis estudiantes de la Universidad de Temple a media mañana, pero mis hijos todavía están sepultados bajo las sábanas.

«¿Por qué creéis que os he comprado smartphones?», grito, «¿Solo para que miréis YouTube? Aprended a poner la alarma…, si no, os desactivaré el plan de datos». ¡Puaj! Es el peor tono de voz que tenía mi propio padre, y está saliendo de mi boca –involuntaria y amargamente, tan rancio como un vómito.

«¿De verdad creéis que quiero empezar el día pegando gritos?», pregunto con una entonación fingida, mientras mi enfado irracional va en aumento, como si todo fuera su culpa. No lo es, por supuesto. Simplemente me resulta frustrante encontrarme escuchando la banda sonora de mi adolescencia, y no me gusta sentirme atrapado en un algoritmo cíclico, una fórmula intergeneracional de drama doméstico. Me fastidia lo trágico que es tener que interpretar un papel como si fuera un autómata, recitando de manera mecánica un guion, especialmente teniendo en cuenta que no lo escribí yo. Me abotono un pantalón azul, paso un cinturón por sus presillas y me miro en el espejo para ver si esta camisa revela mi barriga de mediana edad, que cada vez es más notable. Lo hace. Decido ponerme un color más oscuro, que me haga parecer más delgado.

Me estoy peinando la barba y recuerdo a Ram Dass, un maestro espiritual y gurú hippie de la generación de mi padre. En una ocasión dijo: «Si crees que has alcanzado la luz, ve a pasar una semana con tu familia». Hacía referencia a cómo los viejos patrones desencadenan respuestas y reacciones emocionales poco meditadas. Creo que todos nos podemos identificar con esto. El drama familiar puede parecer tan insoslayable, encapsulado y recurrente como un rollo de pianola. Esta es la verdadera razón por la cual la rutina matinal me quema tanto. Me despoja de poder. Pone en evidencia mi propia falta de autonomía. El enojo que siento hacia mis hijos se enciende de forma proporcional a la decepción que siento de mí mismo. Percibo la disonancia de mi propia vulnerabilidad emocional, y hago exactamente lo mismo que presupongo que hizo siempre mi padre –y tantos otros hombres antes de él–. Saco bola y ostento la poca autoridad de la que puedo alardear.

¡Si no puedo controlar mis propias acciones, intentaré controlar las vuestras…, eso que os quede bien claro!

Ladro hasta que me duele la garganta. Pastoreo a mis chicos hasta esa situación incómoda en que todos nos estamos de pie en el recibidor de la casa con las chaquetas puestas, las mochilas colgando de nuestras espaldas, poniéndonos los guantes. Estamos listos para empezar el día, pero por alguna razón nos detenemos a respirar unos segundos antes de girar el pomo de la puerta. Daría la impresión de que los tres hemos estado representando una especie de drama primordial improvisado.

Hacemos una pausa, como si quisiéramos darle al público imaginario la posibilidad de aplaudir, y después salimos del escenario por el lateral derecho.

Actúa como un hombre

Todos estamos perpetuamente actuando. Encarnamos papeles y personajes como lo haría un actor de teatro. Probablemente habrás escuchado la manida cita de Como gustéis de Shakespeare: «El mundo entero es como un escenario; mujeres y hombres no son más que actores». Más recientemente, Kurt Vonnegut comenzó Madre noche, su novela de 1962, con la frase «somos lo que pretendemos ser».10 Palabras mucho más profundas que un mero sentimiento poético.

Detengámonos un momento a analizar la palabra persona. Proviene del latín clásico, antaño hacía referencia a la máscara que se ponía un actor, no solo cuando interpretaba un rol dramático, sino también cuando se realizaban rituales. Visualiza las pelucas pulverulentas que llevan los abogados británicos, son claras manifestaciones residuales de aquellas antiguas máscaras ceremoniales de persona. Asimismo, el vestido blanco de novia, el alzacuello del sacerdote, o el uniforme de equipo de los deportistas profesionales son todos casos modernos de persona en el sentido tradicional, en forma de vestimentas para acompañar una actuación ritual. Hay muchos más ejemplos sutiles: un atuendo corporativo oscuro de camisa y corbata, zapatos formales de puntera perfectamente pulida, el fino lustre sintético de un polo de golf marca Under Armour. Y no solo es la ropa. También confeccionamos nuestros vocabularios. Recuerda cómo sitcoms como The Office o Silicon Valley se burlan de acrónimos y buzzwords, esa habla absurda que utiliza la gente que pulula por entornos empresariales o el mundillo de las start-ups. ¡Si quieres encajar en esos entornos y prosperar, tendrás que conocer bien esa jerga! Súmale los protocolos que has adquirido y las rutinas o conductas propias de situaciones concretas. Al final te habrás hecho una idea del teatrillo complejo que constituye tu realidad social.

El famoso psicólogo suizo Carl G. Jung utilizó el término persona para designar la actitud de cara al exterior de un individuo.11 Lo describió como «una especie de máscara, diseñada por un lado para causar una impresión definida en los otros, y, por otro, para ocultar la verdadera naturaleza del individuo».12 Jung sabía que todos vestimos, metafóricamente, uniformes y trajes confeccionados con el propósito de comunicar un estatus y una afiliación, de demostrar que podemos asumir legítimamente los roles cotidianos que pretendemos interpretar. En mi caso, este juego de improvisación de toma y daca se hace bastante aparente cuando llego a casa del trabajo, al final del día. Mientras me pongo un cárdigan, me acuerdo de míster Rogers. Me imagino las cámaras televisivas en plataformas enormes y las lámparas brillantes Fresnel que se alzaban justo detrás del proscenio de su sala de estar de cartón-piedra. Me pongo unas zapatillas cálidas y vellosas, y les ofrezco a mis hijos, que acaban de llegar del cole, un tentempié saludable. Luego, les advierto con cierta dureza que deberían hacer los deberes antes de engancharse a los videojuegos. Quiero fomentar buenas costumbres. Quiero enseñarles a priorizar sus obligaciones, a ser responsables. Pero mientras corto tacos de manzana y los llevo a la mesa, me pregunto si simplemente estoy actuando como un padre, asumiendo la persona de un papá. ¿Me limito meramente a interpretar el papel de la única forma que he visto interpretarlo? Es lo que afirmaría el famoso sociólogo Erving Goffman, quien describió la vida mental humana como el producto –no la causa– de una interpretación social en constante desarrollo. Su libro más famoso, La presentación de la persona en la vida cotidiana, publicado en 1956, es ahora uno de los libros de ciencias sociales más citados de todos los tiempos.13 El teatro es la metáfora sobre la que radica el libro.

Según Goffman, el yo «no es algo orgánico que tenga una ubicación específica, y cuyo destino fundamental es nacer, madurar, y morir. Es un efecto dramático que surge de forma difusa de la escena que se representa. La cuestión típica, el problema crucial, es si ese efecto será o no desacreditado».14 Lo que quiere decir es que el yo, tal como lo conocemos, emerge como respuesta a un contexto social. Mi identidad no es fruto de la naturaleza, por lo menos no en el sentido de que existe un verdadero yo interior y auténtico, o un temperamento único que ha sido biológicamente predeterminado. Lo que propone Goffman es que el yo individual es solo el efecto, no la causa.15 Vamos descubriendo quiénes somos a medida que orquestamos nuestras actuaciones, y recibimos reacciones y sugerencias de nuestros públicos (la gente de nuestro alrededor, que son también, como nosotros, intérpretes). Este proceso de autodescubrimiento equivale a aprender la conducta social. Es como un ensayo general: interpretamos el papel tal como ha sido escrito, y probamos nuevas cosas siempre en busca de una gran ovación. Para parafrasear a la cantautora superestrella Taylor Swift: «Nos convertimos en la persona que la gente quiere que seamos».16