Compromiso falso - Kim Lawrence - E-Book

Compromiso falso E-Book

Kim Lawrence

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Beschreibung

Holly aún se sonrojaba al recordar su último encuentro con Niall Wesley. Este había rechazado su amor adolescente, y ella se juró que algún día caería humillado a sus pies... Años más tarde, Niall, siempre arrogante y seguro de sí mismo, se encontraba en apuros. Necesitaba una mujer que se hiciera pasar por su novia y Holly era la candidata perfecta. Sin embargo, los acontecimientos no se desarrollaron como ella había imaginado...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Kim Lawrence

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Compromiso falso, n.º 1221 - diciembre 2015

Título original: The Engagement Deal

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7337-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Holly enterró la cabeza bajo la almohada, y se esforzó por ignorar el estridente timbrazo que sonaba en la puerta del apartamento de su hermana. Apretó los dientes, en un esfuerzo inútil por recuperar el sueño, y al no conseguirlo, se tapó los oídos con las manos.

Quienquiera que fuera no parecía dispuesto a marcharse. Exasperada, tiró la almohada por encima de su cabeza, con tan mala suerte que rebotó en la pared y fue a estrellarse contra un cerdito de porcelana que su hermana tenía en la mesilla.

Holly se quedó mirando las piezas rotas, y decidió con optimismo que con un poco de pegamento quedaría como nueva… en el supuesto, claro, de que no fuera una auténtica antigüedad de mucho valor. Con Rowena nunca se sabía: en su piso se mezclaban alegremente las gangas del rastro con piezas muy caras.

Echó un vistazo alrededor para buscar una bata. Aunque hacía casi una semana que se había mudado, todavía no había acabado de deshacer las maletas. Al final desistió, al fin y al cabo, llevaba un pijama tan recatado que no inspiraba la menor lujuria.

–¡¿Quién es?! –refunfuño mientras descorría los cerrojos.

–¡Necesito hablar con Rowena!

«Sí, tú y todos los hombres de menos de noventa años de la ciudad, a juzgar por los mensajes del contestador», se dijo Holly sardónicamente. Aquel tipo había sido el primero en llegar tan lejos, así que asumió que se trataba de alguien conocido.

Resopló para quitarse un rebelde mechón pelirrojo de la frente.

–Pues no está… –empezó, parpadeando para acostumbrarse a la luz del vestíbulo–. ¡Oh! ¡Eres tú!

¡No era así en absoluto como se lo había imaginado! Como en un sueño, descorrió el cerrojo. Niall Wesley no era de la clase de hombres a los que se pudiera dejar esperando en la puerta… y, pensándolo bien, tampoco era del tipo de los que una espera encontrarse al abrir. En su caso, no abundaban los hombres guapos, y ciertamente a Niall este adjetivo le hacía poca justicia, con esmoquin, y que llamaran a su puerta a las ocho de la mañana.

–¿Nos conocemos? –preguntó extrañado antes de que la luz del reconocimiento iluminara sus ojos de un brillante azul–. ¡Eres Polly! ¿no? –y sin pedirle siquiera permiso entró en el vestíbulo y se quedó plantado delante de uno de los amplios ventanales del salón.

La joven se quedó algo mohína al comprobar que, como siempre había temido, él apenas parecía recordarla.

–No, Holly –le corrigió secamente.

–¿Has tenido un accidente o algo así? –preguntó Niall.

¡Casi se le había olvidado! Instintivamente, se llevó una mano al ojo derecho y buscó un espejo donde mirarse.

–Algo así –replicó evasivamente, evaluando los daños. Podría haber sido peor, concluyó con su optimismo característico. Lo podría disimular con un poco de maquillaje.

–¿Cuándo va a volver Rowena? –insistió el joven lanzando una mirada impaciente a su reloj.

La mayoría de la gente se hubiera quedado impresionada al ver la exclusiva joya, pero Holly se sintió más atraída por la visión de la muñeca que aquel gesto había dejado al descubierto. Inmediatamente se maldijo a sí misma por semejante reacción de adolescente.

De repente recordó el ramalazo de pura pasión «adolescente» que había sentido la última vez que lo vio en carne y hueso… para ser exactos, mucho más de lo primero que de lo segundo, por desgracia para su equilibrio mental.

Se había prometido a sí misma que la próxima vez que viera a Niall Wesley no quedaría ni rastro de acné juvenil, ni llevaría aparato en los dientes, y procuraría disimular su rebelde melena pelirroja. De las dos primeras cosas se había desembarazado con facilidad y, para su sorpresa, había descubierto que su cabello provocaba más admiración que otra cosa entre el elemento masculino.

Recordó que también se había propuesto impresionarle con su rutilante belleza y chispeante ingenio. Ni por lo más remoto se había imaginado llevando aquel horrible pijama tan recatado. Eso le pasaba por no haber sido capaz de rechazar el regalo de una anciana tía que no tenía ni la menor idea de sus gustos, y que aún pensaba que tenía la misma talla que a los dieciséis.

A esa edad, Holly había alimentado las más desatadas fantasías, pero de eso hacía mucho tiempo: la realidad se había revelado mucho más excitante… solo que si hubiera sabido que iba a volver a verlo se hubiera esforzado por presentar mejor aspecto. Por mucho que hubiera empezado el siglo XXI, Holly sabía que aún pasaría mucho tiempo antes de que a una mujer dejaran de juzgarla por su aspecto. En cualquier caso, no le hizo demasiada gracia darse cuenta de que aún persistía su ansia adolescente por impresionarlo.

–Te he preguntado que cuándo va a volver Rowena.

Por desgracia, ninguna de sus maldiciones había surtido efecto: no había engordado ni un gramo, su pelo era tan suave y brillante que le daban ganas de enredar en él los dedos. Se ruborizó al imaginar semejante gesto. Definitivamente, tenía que poner coto a su desatada imaginación como fuera.

–Dentro de seis meses.

–¡¿Cómo dices?! –Niall frunció el ceño.

–¡No me mires así, que yo no tengo la culpa! –Holly conocía perfectamente todas sus artimañas: podía mostrarse realmente encantador, hacer que todo el mundo a su alrededor sucumbiera a su encanto. A veces, le parecía ser la única en el mundo capaz de ver al miserable egoísta que había en su interior… aparte de su ex esposa, por supuesto.

–¡Dios! Justo cuando la necesitaba… ¿Dónde está?

¡Aquel hombre era un egoísta de campeonato! No pudo reprimir una sonrisa al ver la desolación con la que se dejó caer en el sofá, sonrisa que se desvaneció de inmediato al pensar la de veces que lo habría hecho. No quería ni imaginarse lo que habría hecho allí…

–En Nueva York –replicó, corriendo un tupido velo: lo que su hermana hiciera con ese o cualquier otro hombre en la intimidad de su hogar no era asunto suyo.

–Así que es eso… –se aflojó la corbata, y se recostó en el respaldo con los ojos cerrados.

–Pero, ¿qué te pasa?

Niall abrió los ojos, pero Holly se dio cuenta de que la miraba sin verla, como si hubiera olvidado su presencia. O tal vez estuviera deseando que se marchara para hundirse hasta el fondo en un océano de autocompasión.

–Estoy perdido a no ser que encuentre… –repentinamente le lanzó una mirada esperanzada–. Pero, dime, ¿qué estás haciendo tú aquí, Po… Holly? –se preguntaba por qué razón una mujer crecidita como ella se ponía aquel pijama horrendo.

–Se acabó el contrato del piso en el que estaba, y Rowena me dijo que podía quedarme hasta que encontrara otra cosa.

Niall recordó que su amiga le había contado que su hermana estaba estudiando. De hecho, se había pasado toda una fiesta contando divertidas anécdotas sobre las penurias de la vida de estudiante. Pero de eso hacía muchísimo tiempo. Conocía montones de excelentes estudiantes que no acababan de encontrar trabajo; puede que ese fuera el caso de aquella chica.

Holly se iba enfureciendo por momentos al comprobar que él no demostraba el menor interés por ella; ni siquiera le había preguntado qué había estado haciendo durante los últimos años.

Diez años atrás, él formaba parte del brillante grupo de amigos de la universidad de su hermana. Ella los llamaba El Círculo Encantado. Sus vidas habían continuando destilando glamour cuando se lanzaron a conquistar el mundo, por lo menos en el plano profesional: Niall no era el único de ellos que estaba divorciado, aunque en su caso, ese era el fallo más visible. Le estaba bien empleado por haberse casado con una belleza sin demasiado seso.

–¿Y qué está haciendo Rowena en Nueva York?

–Le han ofrecido el puesto de editora que Anabel ha dejado vacante unos meses. Quieren que ella… bueno, no lo sé exactamente –confesó; no entendía muy bien los métodos de trabajo de la destacada revista de modas en la que trabajaba su hermana–. El caso es que le pidieron que se fuera para allá cuanto antes.

–Nos hemos debido cruzar –comentó Niall–. Me alegro por ella –añadió, pero por el tono en que lo dijo era evidente que estaba más preocupado por los inconvenientes que le iba a acarrear aquel imprevisto. Holly dio gracias por no tener amigos tan egoístas como él.

–Estoy segura de que, de haber sabido que te iba a ocasionar tantos trastornos, habría renunciado sin dudarlo –ironizó.

Niall le lanzó una aviesa mirada, sin dejarse engañar por un momento por el aire de fingida inocencia de aquella brujilla, porque eso era lo que parecía con aquella mata de pelo de color tan exuberante y sus oscuros ojos.

–Me alegro de corazón. Sé lo mucho que ha trabajado por conseguir ese puesto –y lo mucho que debía haberlo planificado, pensó para sus adentros con admiración sincera. Su amiga sabía exactamente lo que quería en la vida y se lanzaba a muerte para conseguirlo–. Lo que pasa es que lo siento por mí.

–Sí, tiene que ser realmente muy duro –se burló Holly, medio enfadada, medio intrigada por sus palabras–: rebosas salud por los cuatro costados, eres inmensamente rico y francamente guapo –ni se molestó en mencionar el título nobiliario que heredaría cuando su padre muriese.

Él alzó la nariz, en un gesto casi idéntico al que aparecía en los retratos de sus ancestros que Holly había visto colgados de las paredes de la mansión familiar, Monksleigh Manor; la había visitado el único día al año que abría las puertas al público, esa había sido su única oportunidad de vislumbrar la riqueza y la historia que los Wesley habían acumulado durante generaciones.

–Gracias –Niall sonrió.

Holly sintió que la abandonaban las fuerzas: prefería con mucho vérselas con su desdén que lidiar con aquella amabilidad tan poco característica de él.

–¿Por?

–¿Francamente guapo has dicho?

–Mucho más de lo que imaginas –bufó Holly.

Niall se encogió de hombros, pero por debajo de su burlón cinismo, Holly percibió algo diferente: ¿estaría harto acaso de que la gente le tuviera en consideración solo por su buena apariencia? Enseguida desechó aquella idea tan peregrina: ¿a quién no le gustaría ser el centro de atención de cualquier reunión?

–¿Y para qué quieres a Rowena si puede saberse? –por un segundo temió que le dijera que se metiera en sus asuntos, pero, tras pensárselo un segundo, la miró sonriendo.

–Iba a pedirle que fuera mi prometida esta noche –respondió, como si fuera lo más normal del mundo.

Holly se quedó sin habla y se desplomó en la silla más cercana.

–¡¿Vas a pedirle a Rowena que se case contigo?!

–¿Acaso he dicho yo eso? –replicó picado.

Holly, que se iba recuperando del susto, se sintió herida en lo más hondo al notar que él la trataba como si fuera tonta de remate.

–Acabas de decir que vas a pedirle que sea tu prometida.

–No tengo la menor intención de volver a casarme. solo necesito una prometida para esta noche. A mi juicio, la única razón medianamente plausible para casarse es formar una familia, cosa que yo ya hice en su momento, así que fin del tema.

Hubiera sido una teoría bastante plausible para quien no conociera a la preciosa Tara.

–No esperarás que me crea que lo único por lo que te casaste con Tara fue para tener niños… –se burló Holly. No es que fuera una experta en el proceso mental masculino, pero ningún hombre que ella conociera saldría con una supermodelo pensando solo en bebés.

–He de decir –aclaró Niall haciendo caso omiso de su sarcasmo–, que Rowena sería la única mujer a la que se lo pediría –conociendo la opinión de su hermana acerca del matrimonio, Niall podía estar perfectamente tranquilo.

Disgustada. Holly reconoció el dolor punzante de los celos. De repente, tuvo una visión nauseabunda de sí misma, con un recargado vestido de dama de honor, caminando hacia el altar junto a su radiante hermana. Tendría que ser una santa para alegrarse por su hermana… y, desgraciadamente, ella no era precisamente la madre Teresa de Calcuta.

–No entiendo lo que pretendes –solo había dejado claro era que Rowena era la única con la que se casaría, sobre eso no había duda posible.

Se preguntó si se lo habría pedido ya y si ella le habría dado calabazas. Rowena tenía ideas muy estrictas sobre el amor y el trabajo, y sostenía que una mujer no podía tener ambas cosas si deseaba tener éxito en las dos.

–Eso es porque no escuchas; es muy sencillo: quería que Rowena fingiera ser mi prometida –le explicó, mientras se quitaba una invisible mota de polvo de sus inmaculados pantalones.

–¿Que lo fingiera? Pero… ¿por qué? –antes de que la interrumpiera diciéndole que no era asunto suyo, continuó atropelladamente–: ¿Es que acostumbras a dejarte caer por la mañana temprano en casa de tus amigas con semejante petición?

–¿Has dicho… por la mañana?

–Sí, ¿y…? –replicó poniéndose en pie muy digna. El efecto que quiso dar a aquel gesto quedó un poco estropeado al tropezar con el bajo de los pantalones y casi caerse.

Niall cayó en la cuenta de que tal vez aquel feo pijama que llevaba la joven podía ser de un hombre. Por alguna extraña razón, la idea de que estuviera con un hombre no le hacía la menor gracia. Debía de ser porque siempre había pensado en Holly como la hermana pequeña de su amiga, considerándola solo como una simpática jovencita con aparato en los dientes. Con sorpresa, descubrió que en la joven se habían producido varios cambios de importancia… especialmente en lo que a su físico se refería.

–No es por la mañana.

Holly lo miró, primero incrédula y, enseguida, presa del pánico. Niall se recordó que, teniendo en cuenta las juergas que se había corrido en su juventud, era el menos indicado para juzgarla.

–¿Qué día es? –preguntó.

–Miércoles por la tarde –respondió Niall.

Pálida y desencajada, Holly volvió a dejarse caer en la silla.

–¿Lo dices en serio?

–¿Qué día creías que era?

–Martes por la mañana.

–Una fiesta de órdago, ¿no?

Aunque Holly todavía se estaba haciendo a la idea de haber dormido un día más de la cuenta, no pudo dejar de notar la nota de censura en su voz.

–Pareces mi madre –aunque lo que solía reprocharle su progenitora no eran las juergas, sino la cantidad de horas que se pasaba trabajando en el hospital sin descanso. A decir verdad, no había sido una idea tan buena aceptar quedarse a la fiesta de despedida que le habían organizado después de pasarse casi sesenta horas de guardia en urgencias. ¡Y pensar que creía haber dicho en broma que se iba a pasar sus días de permiso durmiendo!

–Confío en que seas consciente de que esta es la casa de tu hermana –dijo Niall súbitamente alarmado al imaginarse hordas de jóvenes gamberros arrasando el piso–. Ella sabe que tú estás aquí, ¿verdad?

Holly se sintió un poco culpable al pensar en el cerdito que había roto. Ojalá aquel tipo le hubiera tratado con tanta displicencia cuando ella tenía dieciséis años, entonces no le habría quitado el sueño ni un minuto. En el fondo, no dejaba de tener su gracia que la considerara una persona peligrosa.

–¡Oh, me has descubierto! ¡Soy una okupa! –exclamó, lanzándole una mirada retadora–. Necesito tomar algo… No te preocupes, me refería a un café –añadió sarcásticamente.

–¿Resaca?

–¡No! –rugió Holly.

Ya en la cocina, se puso a abrir y cerrar armarios en busca del bote de café, plenamente consciente de que él la había seguido y vigilaba todos sus movimientos, comportándose como si la casa fuera suya.

–Ahí está el café –dijo al fin, demostrando lo familiarizado que estaba con aquel entorno–. Rowena solo lo toma descafeinado –añadió, alcanzándole el bote.

–Todavía no sé dónde están las cosas –se defendió Holly–. No llevo aquí mucho tiempo.

No hacía falta que lo jurara, pensó Niall mirándola críticamente mientras ella se bebía un enorme vaso de agua.

–Sabrás que la ingesta desmedida de alcohol produce una terrible sensación de sed, ¿no? –¡Diablos! Aquello sonaba como si lo hubiese dicho su padre… No podía entenderlo: con aquella chica no podía evitar sentirse protector. No había olvidado lo que había tenido que hacer para salvarla de cometer una estupidez.

–No necesito que me des lecciones, gracias –replicó secamente. Aparte de haberlo estudiado aplicadamente en sus libros de medicina, había tenido innumerables ocasiones de comprobar los efectos del alcohol gracias a su trabajo en urgencias. El tipo que le había puesto el ojo a la funerala cuando le estaba cosiendo la herida de la cabeza no era el primer borracho que había intentado agredirla.

–Lo quiero solo –Holly le lanzó una mirada aviesa–: me refiero al café, lo tomo sin azúcar.

–¿Sabes que eres un mandón? –rezongó Holly echando una cucharada de café en otra taza. Si alguien le hubiera dicho tan solo veinticuatro horas antes… mejor dicho, cuarenta y ocho, que iba a estar sentada en la cocina con Niall Wesley, se hubiera reído a carcajadas–. ¿Para qué necesitas una prometida? –preguntó curiosa–. Y solo por una noche, qué extraño.

–Es que he quedado a cenar con una mujer que quiere casarse conmigo.

–Holly se mordió el labio para resistir el impulso de echarse a reír. Le parecía cuando menos curioso que se hubiesen trastocado de ese modo los papeles de predador y presa.

–Y por eso quieres usar a Rowena como escudo –su hermana era tan hermosa que cualquier mujer se sentiría intimidada en su presencia. De hecho, ella se había pasado toda la adolescencia acomplejada por la perfección de su hermana–. ¿Cómo estás tan seguro de que quiere casarse contigo? –todo aquel asunto tal vez no fuera sino producto de la arrogancia de un hombre que se creía irresistible.

–Porque me lo ha dicho.

Holly enarcó las cejas sorprendida: evidentemente, aquella misteriosa mujer no se caracterizaba precisamente por ser muy sutil.

–A lo mejor estaba de broma –aventuró.

–Te puedo asegurar que no.

–¿Cómo estás tan seguro?

–Porque es Tara.

Holly dejó caer el cartón de leche, derramando su contenido por la impecable encimera de la cocina.

–¿No será la misma Tara…? –preguntó atónita.

–La mismísima con la que me casé y de la que me divorcié –afirmó Niall tranquilamente mientras acababa de preparar el café–. La madre de mi hijo, por si necesitas más datos.

–¡Demonios!

–Tal vez se pudiera expresar de forma más delicada, pero, la verdad, reconozco que «demonios» no está mal –bromeó Niall.

–Creía que estaba viviendo con ese actor en…

–«Estaba», tú lo has dicho. Ahora se dedica a seguirme allá donde vaya –le explicó resignado–; Si voy a París, allí se presenta ella; ¿qué voy a Los Ángeles? Pues lo mismo…

–Pero será porque viaja mucho, las modelos tienen que hacerlo…

–¿A la Feria del Libro de Munich?

–Bueno, puede que ahí no –admitió Holly.

–Nada de «puede», no digas bobadas.

–Pero, ¿no fue ella la que decidió dejarte?

Él asintió con un gesto.

–Efectivamente, pero debe tener remordimientos. Está empeñada en arreglar las cosas.

No parecía muy contento ante semejante perspectiva. Holly se preguntó si no sería un rasgo de su carácter protestar por todo. Se dijo que la idea de que la superfamosa Tara, la modelo de piernas interminables y curvas vertiginosas, estuviera arrepentida, haría vibrar de puro delirio a la mayoría de los hombres.

–¿Y por qué no le dices sencillamente que no quieres volver a casarte con ella? –no entendía por qué se empeñaba en ahogarse en un vaso de agua.

–Ya lo he intentado, pero no me cree y, además, no quiero hacerle daño –fue la sorprendente respuesta–. Los periodistas se lo hicieron pasar tan mal a la pobrecilla cuando nos divorciamos y cuando me concedieron la custodia de Thomas, que no quiero que vuelva a pasar por lo mismo –por increíble que pareciera, su tono de voz destilaba cariño sincero hacia su ex –. ¿Azúcar? –preguntó con la cuchara en ristre.

¡Pobrecilla! Holly lo miró incrédula. Según las revistas, sí, había leído hasta la última palabra de lo que se había publicado sobre la pareja, su mujer lo había dejado cuando él decidió dejar el circuito de Formula Uno, dejándole literalmente abandonado y a cargo del hijo de ambos. ¿Seguiría enamorado de ella a pesar de todo?

Aquello era increíble: ¡y pensar que dos minutos antes estaba angustiada por la posibilidad de que Niall estuviera enamorado de Rowena!

Mientras se tomaba el café, se fijó en que Niall parecía estar muy lejos de allí. Por una vez, parecía haberse olvidado de su habitual pose.

–Tara está completamente decidida –anunció tras un largo suspiro–. Dice que quiere rescatarme de una vida solitaria y sin rumbo.

–¿De verdad tienes una vida solitaria y sin rumbo? –preguntó Holly escéptica.

–Para Tara, estar soltero significa lo mismo.

–Se me parte el corazón –replicó con sorna, pero se contuvo al ver que él le lanzaba una mirada feroz.

–A mí me gusta estar soltero –declaró.

–Sí, creo que leí algo al respecto la semana pasada en el periódico con el que envolvieron el pescado –había estado disfrutando de su soltería en el asiento de una limusina con una joven aspirante a actriz que llevaba un vestido cortísimo y ajustado.

–Ya, te refieres al desastre de la ceremonia de entrega de premios –refunfuñó–. Si no fuera un caballero, te diría lo mismo que le dije a ese fotógrafo. Para tu información, no era mas que un montaje para conseguir publicidad.

–¡Ah! Ya lo entiendo –se mofó Holly–. ¿Y no podías haberle pedido a esa chica que te echara una mano en este asuntillo? Parecía muy profesional –bromeó.

–¡Claro que no! Yo no hubiera querido involucrar a nadie más, pensé que Tara me creería cuando le dije que estaba enamorado de otra persona –parecía realmente frustrado por su falta de cooperación.

–No me digas que no confía en ti. ¡Menuda falta de consideración por su parte!

–Jamás le he mentido.

Holly enarcó las cejas incrédula.

–En condiciones normales, jamás le hubiese mentido, pero esta vez lo hago por su bien –se justificó Niall a regañadientes. Era evidente que estaba deseando estrangularla.

–Por no hablar de tu propia conveniencia.

–Cuando le dije que había otra mujer, fue porque pensé que Rowena se prestaría a colaborar. Eso fue antes de enterarme de que se había ido al otro lado del océano, claro. Ahora solo tengo media hora para encontrar una sustituta –dijo lanzando una mirada desesperada a su reloj.

–Pues yo hubiera creído que había un rebaño de aspirantes deseosas de echarte una mano.

Niall le lanzó una candorosa mirada.

–El problema estriba –le explicó en un tono deliberadamente conmovedor– en que no creo que ninguna de ellas esté tan dispuesta como Rowena a devolverme el anillo de compromiso al día siguiente. Y no quiero salir del fuego para caer en las brasas.

–¡Santo Cielo!, qué duro debe de resultar ser tan irresistible –se mofó Holly cruelmente.

Niall la miró de hito en hito.

–Te pediría que me ayudaras… –hizo una pausa mientras ella profería unas cuantas interjecciones–, pero tengo la impresión de que no te gusto demasiado. Además, no creo que estés exactamente… –aunque se calló, el sentido de sus palabras resultaba evidente.

–¿Exactamente qué? –quiso saber Holly, ya en pie de guerra. Sabía perfectamente que lo que había querido decir era que nadie creería que un hombre como él iba a casarse con una mujer como ella.

Retadora, alzó la barbilla. Tal vez no volviera locos a los hombres, pero de ahí a que la tomaran por la última oportunidad de un hombre desesperado… Ya no era la misma niñita que se había hundido en la más absoluta miseria por un cruel comentario, e iba a demostrárselo a ese arrogante de Niall Wesley.