Comunicación radical - Susana de Andrés del Campo - E-Book

Comunicación radical E-Book

Susana de Andrés del Campo

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Beschreibung

Comunicación radical trenza las tesis imprescindibles para repensar y regenerar el modelo de comunicación en el papel que está llamada a ocupar en la transformación ecosocial. Decolonialidad, feminismo, pacifismo y ecología prestan el sentir divergente desde el que se formulan rutas para semillar un modelo consciente y reorientado de la comunicación que deje de ser cómplice con el ecocidio y las lógicas de dominación cultural, social, económica y ambiental. Una comunicación desde el sentir natural y la cooperación multiepistémica. Tal vez el acto más radical que hoy puede hacerse es apagar los dispositivos, intercambiar aliento, recuperar el tiempo y reencantar la vida con los relatos y cuidados que nos acercan. Una invitación a liberarnos de la dominación inserta en nuestra propia mirada, la esclavitud del clic y la violencia de nuestro consumo. El giro radical de la comunicación siembra lo importante en el huerto de lo urgente.

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Manuel Chaparro Escudero Susana de Andrés del Campo

COMUNICACIÓN RADICAL

Despatriarcalizar, decolonizar y ecologizar la cultura mediática

Itinerarios y formas del ensayo audiovisual

NORBERTO MÍNGUEZ (ED.)

Narrativas transmediales

La metamorfosis del relato en los nuevos medios digitales

DOMINGO SÁNCHEZ-MESA (ED.)

Comunicar y educar en el mundo que viene

ROBERTO APARICI Y DAVID GARCÍA MARÍN

La divulgación científica

Estructuras y prácticas en las universidades

AGUSTÍN VIVAS MORENO, DANIEL MARTÍN PENA Y MACARENA PAREJO CUÉLLAR

La radio universitaria

Gestión de la información, análisis y modelos de organización

AGUSTÍN VIVAS MORENO, DANIEL MARTÍN PENA Y MACARENA PAREJO CUÉLLAR

Entre selfies y whatsapps

Oportunidades y riesgos para la infancia y la adolescencia conectada

MIGUEL ÁNGEL CASADO, ESTEFANÍA JIMÉNEZ Y MAIALEN GARMENDIA

Tendencias en comunicación

Cultura digital y poder

RAMÓN ZALLO ELGEZABAL

Serious Games for Health

Mejora tu salud jugando

YURI QUINTANA Y ÓSCAR GARCÍA

La educación mediática en la universidad española

JOAN FERRÉS PRATS Y MARIA-JOSE MASANET (EDS.)

Niños y jóvenes ante las redes y pantallas

M.ª AMOR PÉREZ-RODRÍGUEZ, ÁGUEDA DELGADO-PONCE, ROSA GARCÍA-RUIZ Y M.ª CARMEN CALDEIRO

Cultura Transmedia

HENRY JENKINS, SAM FORD Y JOSHUA GREEN

Periodismo y nuevos medios

Perspectivas y retos

SANTIAGO MARTÍNEZ ARIAS Y JOAQUÍN SOTELO GONZÁLEZ

La construcción de personajes audivisuales

Habilidades informativas

JOSÉ LUIS VALHONDO CREGO Y AGUSTÍN VIVAS MORENO

Mediaciones ubicuas

Ecosistema móvil, gestión de identidad y nuevo espacio público

JUAN MIGUEL AGUADO

La comunicación audiovisual en tiempos de pandemia

ENRIQUE BUSTAMANTE

MIQUEL FRANCÉS

GUILLERMO OROZCO (cOORDS.)

Los retos de la televisión pública ante la multidifusión digital

MIQUEL FRANCÉS, ROSA FRANQUET

Y GABRIEL TORRES (COORDS.)

COMUNICACIÓN RADICAL

Despatriarcalizar, decolonizar y ecologizar la cultura mediática

Manuel Chaparro Escudero Susana de Andrés del Campo

Este estudio ha sido realizado en el marco investigador de:

Grupo de investigación Laboratorio de Comunicación y Cultura COMAndalucía (Lab COMAndalucia) TIC-015 de la Universidad de Málaga.

Proyecto de I+D+i Internética. Verdad y ética en las redes sociales.Proyecto subvencionado por el MCINN (PID 2019-104689RB-100).Universidad de Valladolid.Los derechos de autoría de esta obra se destinan a proyectos de cooperación en comunicación

© Manuel Chaparro Escudero y Susana de Andrés del Campo

De la imagen o motivo de portada: Honrando al árbol del Mango

© Amalfy Fuenmayor Noriega

Cubierta: Juan Pablo Venditti

Primera edición: junio de 2022

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.

www.gedisa.com

Preimpresión: Fotocomposición gama, sl

ISBN: 978-84-18914-63-8

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida... para no darme cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido.

H.D. THOREAU

Siento que soy un bosqueque hay ríos dentro de mí,montañas,aire fresco, ralitoy me parece que voy a estornudar floresy que, si abro la boca,provocaré un huracán con todo el viento que tengo contenido en los pulmones.

GIOCONDA BELLI

Índice

Prólogo a este semillero de utopías imprescindiblesAgustín García Matilla y Eloísa Nos Aldás

Introducción

COMUNICACIÓN RADICAL

  1.Recuperar el sentir de la comunicación

  2. R-evolución, involución

  3. Mirar al pasado para encontrar otro futuro

  4. Abandonar vs. abonar la memoria oral

  5. Oraturas ontológicas

  6. Resensibilizar. Sentipensar la comunicación

  7. Comunicar comunidad. Comunicación es política

  8. Repensar la comunicación desde el bien común

  9. Oralidad y supremacismos culturales

DECOLONIZAR

10. Colonización/aculturación

11. Destrucción de saberes

12. Decolonizar el tiempo

13. Colonialidad mediático-cultural

14. Decolonizar la mirada. La mirada de Circe

15. Decolonizar la legalidad no legitimada

16. De las patrias, lo comunitario y el sentir cultural

17. Transcolonialidad del nuevo milenio

18. Reeducar-rediseñar. Desaprender

19. Decolonialidad edu-comunicativa

20. Decolonizar el progreso

DESPATRIARCALIZAR

21. Comunicación feminista

22. Pacificar. Comunicación para la no violencia

23. Violencias de género en el transcapitalismo encarnado

24. Ética feminista ante el patriarcado tecnológico ecocida

25. Comunicación para una ética de cuidados

26. Superar dualismos jerarquizados

27. Reencantar la comunicación. Ante un mundo infeliz

ECOLOGIZAR

28. Comunicación ecológica

29. Ecomunicación. Recuperar sentidos para comunicar

30. Decrecer el sistema de la comunicación

31. Diversificar. Intercomunicación y ecología de saberes

32. Desasfaltar. Ciudad es diálogo

33. Desacelerar. Comunicación lenta

34. Desintoxicar. Capitalismo de adicción

35. Desdigitalizar. De la cultura basura a la digibasura

36. Esclavitud digital o el fin de la dialogicidad

37. Comunicación circular

Referencias

Prólogo a este semillero de utopías imprescindibles

Eloísa Nos Aldás y Agustín García Matilla1

¿Qué sentido tiene el que un hombre y una mujer, en plena pandemia, desde la Andalucía mediterránea y la Castilla austera, separados por más de 600 kilómetros, piensen alternativas al capitalismo suicida que nos vende esa supuesta «única libertad posible»?

La respuesta está en el libro que prologamos, en este caso, otra mujer y otro hombre que hemos tenido la suerte de realizar fructíferos intercambios académicos con Manuel y Susana. Ese tándem, surgido de la afinidad y el encuentro de dos personalidades con afanes comunes, con un profundo conocimiento de la investigación en comunicación, describe su descontento en una acción académica comprometida con un presente que exige cambios inmediatos. Un presente que vuelve a revivir la amenaza de guerra nuclear, el fantasma de nuevas pandemias devastadoras y la incertidumbre absoluta ante la incapacidad de los Estados para frenar el riesgo inminente de la autodestrucción medioambiental.

El libro apuesta por la comunicación como fin y no como medio, concebida en un sentido integral y holístico. Invita a recuperar los saberes ancestrales de los pueblos naturales y originarios, de los que nos habla; propone rescatar el potencial de la oralidad como forma de aprovechar la plasticidad de un cerebro que nos invita a aprender desde el primer vagido y hasta el último suspiro. Una comunicación que abogue por culturas de paz y que evite describir el mundo desde la dicotomía de buenos y malos, como una coartada más para justificar guerras y seguir sin hacer nada que de verdad las prevenga para siempre.

La forma provocativa de este texto es coherente con la urgencia que implica la necesidad de actuar ya. Como diría Emilio Lledó, es imprescindible «Pensar para decir y no decir para pensar»; es necesario contribuir a eliminar la hemorragia verborrágica de las tertulias televisivas y de las palabras que promueven el odio en las redes sociales y afanarse en convertir en normales los ideales de las grandes personalidades, activistas de la paz: Gandhi, Luther King, Menchú.

Tenemos la obligación de albergar la esperanza de que hasta el último suspiro merecerá la pena intentarlo. Mientras, los multimillonarios del mundo ensayan los viajes al espacio y preparan sus fugas a la Luna o a Marte, para tratar de sobornar a la muerte, tras haber convertido este mundo en tierra calcinada. La única esperanza que nos queda para reivindicar la verdadera belleza del mundo es resaltar unos valores que nos recuerdan que no es que tengamos que defender a la madre Tierra, es que «somos la naturaleza defendiéndose a sí misma» (Casey Camp-Horinek) y necesitamos seguir apostando por ese otro mundo posible, porque lo es, sólo lo tenemos que comunicar con otras lógicas y narrativas.

El texto Comunicación radical da sentido a palabras que, como ya resaltara el escritor Julio Cortázar hace más de 40 años, «pueden llegar a cansarse y a enfermarse como se enferman los hombres o los caballos (...) sabemos muy bien cuáles son esas palabras en las que se centran tantas obligaciones y tantos deseos: libertad, dignidad, derechos humanos, pueblo, justicia social, democracia, entre otras muchas».

Las voces que Manuel Chaparro y Susana de Andrés utilizan para la esperanza muestran un amplísimo glosario de términos que cobran sentido y se explican en un texto de profunda capacidad de sugerencia, que denuncia silencios y mentiras: repensar, redefinir, resignificar, recuperar, relocalizar, redistribuir, reestructurar, reducir, reutilizar, reciclar. Expresiones que se nutren de una firme convicción ecofeminista y que nos recuerdan que no puede haber una verdadera transformación sin un pensamiento ético, estético y político que ayude a navegar por una comunicación que esté al servicio de esas utopías imprescindibles y posibles.

Para ello, como su propio título grita, esta propuesta rizomática y dialógica, que apunta a ecosistemas colaborativos desde el diálogo con numerosos saberes y discursos (desde científicos a artísticos), pone en el centro la importancia de ir a la raíz de los temas, contar y abordar las causas. Con una escritura clara y cuidada, desentrañan las tensiones de haber asimilado el fértil concepto de «radical» al de violencia y extremismo, cuando en realidad transformar las causas de los problemas es la única forma de acabar con ellos. Con una sola frase sitúan este debate: «Nuestra sociedad necesita una teoría humanística de la comunicación, ética, feminista, decolonial, ecologista, socialmente justa, del bien común, pero también que reconecte al ser humano con los ecosistemas, con su sentir ecodependiente» (p. 15).

Estamos ante un trabajo valiente, directo, sincero, que apunta sin dudar a las responsabilidades y a los retos, y mira en todas direcciones para combinar las propuestas en marcha, para compartir la memoria de las opciones, de las experiencias complementarias y necesarias anteriores y actuales. Es urgente, es pausado, es muy recomendable y avanza en ese debate que no puede durar, sino que tiene que desembocar en acciones comunicativas que incidan también en las educativas, legislativas, políticas y económicas desde «un pensamiento crítico y reparador» desde el que «se formulan claves y rutas para semillar un modelo consciente y reorientado de la comunicación que deje de ser cómplice con el ecocidio, las distopofilias y las lógicas de dominación cultural, social, económica y ambiental» (p. 16).

Este trabajo consolida una línea de las ciencias de la comunicación que propone «un cambio de paradigma. De ahí la propuesta de una actitud de insurgencia para reorientar la comunicación, como sistema simbólico, político y económico hacia claves regeneradoras que sustituyan el modelo de comunicación actual como sistema de excesos» (p. 16-17). Dialoga y hace florecer criterios y miradas teóricas desde las múltiples prácticas hacia otras teorías y otras prácticas de la comunicación.

Ahora que lamentablemente tan cerca se han sentido las vulnerabilidades y amenazas en todo el planeta (COVID-19), no hay tiempo para seguir promoviendo y consumiendo unos medios opacos, no fértiles y repetitivos. Es hora de contarnos las numerosas opciones y ponernos manos a la obra. Susana y Manuel las han trenzado como red a la que agarrarnos para movilizarnos. Nos regalan una de esas lecturas en que reaprendes en cada página, compartes preocupaciones, proyectas posibilidades y anotas temas de conversación.

Se embarran y nos embarran en todos los jardines posibles, sanándonos y reiniciándonos para esa comunicación que amplifique las claves rehumanizadoras necesarias. Pasar esta página y comenzar a leer va a ser como agarrar uno de esos martillos de emergencias y romper el cristal de tantas pantallas que nos desconectan.

1. Catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad de la UVA y catedrática de Comunicación Audiovisual y Publicidad de la UJI.

Introducción

La comunicación es un fin, no sólo un medio. Es algo esencial para la existencia vital. Sin comunicación no hay intercambio, aprendizajes ni estrategias que aseguren la sobrevivencia.

En nuestras sociedades modernas el pensamiento instrumental y economicista ha hecho que la comunicación se entienda sólo como una herramienta y se hable de sus «fines económicos, políticos o comerciales». Pero como sabemos, la economía es un medio, no un fin; como son medios la política y el comercio. La comunicación, en cambio, es un fin en sí misma. Entender y rescatar la comunicación como fin nos lleva a recuperar su proyecto: estamos en el mundo para comunicarnos, para estar en relación, para compartir.

Se confunde comunicar con difundir. Pero lo difuso hace referencia a lo vasto y confuso —significado etimológico de la palabra— que poco tiene que ver con convertir algo en común —idea que expresa la palabra comunicar.

La comunicación tampoco son simples medios o tecnología. En la Grecia clásica, frente a la idea de telos (finalidad), tekné era método y arte para alcanzar la meta, para aplicar conocimiento mediante la conversión de lo natural en artificial, de hacer de la razón un entendimiento aplicado. De la confusión producida entre fines y medios vienen muchas fallas éticas y argumentales de nuestros esquemas heredados de pensamiento. El problema que enfrenta la comunicación hoy es haber convertido la tekné en una técnica sin más objetivo que servir a propósitos económicos. Esta interpretación nos desconecta del fin de la comunicación. La exaltación del método y el artificio (el cómo) opaca la idea desacreditada de la episteme (el porqué y el para qué) imprescindible en la comunicación.

La evolución de las tecnologías de la información en el siglo XXI parece haber arrancado al modelo comunicacional de su significado raíz. La comunicación es interrelación de saberes y constituye un proceso vital imbricado en la naturaleza como parte del mismo. Repensar su sentido de relación con todo cuanto nos rodea define el papel que ha de asumir la comunicación en el centro del colapso ecosistémico. Nos conduce a proponer una epistemología radical.

La idea de comunicación ha sido sustituida por la praxis socioeconómica de los medios de información y las redes virtuales. Es el momento de reparar su significado.

La comunicación ha existido siempre en la interacción natural y cultural. La comunicación humana es iconosfera, noosfera, logosfera, flujos de retroalimentación constante de perceptibilidades múltiples. La pérdida de estas conexiones básicas o su imperceptibilidad en el mundo desarrollado ha apartado al ser humano de conocimientos básicos necesarios para el equilibrio y la armonía natural. La incomunicación de nuestro tiempo se relaciona con el productivismo, el estrés, la desconexión de la realidad por la condición tecnocéntrica y la ausencia de encuentros en la proximidad.

Comunicar implica diseminar, más que difundir (la diseminación es difusión germinal). Sembrar ideas, transmitir conocimiento, semillar razones, emociones y palabras, escuchar y transformar. Comunicación es cultura y cultura es, primero, cuidado de la tierra y de los animales, culto a la naturaleza habitada; después, cultivo de los conocimientos, ideas, tradiciones, estudios y pensamiento. Nuestro divorcio hoy con la naturaleza, tratada como una extraña molesta a la que hay que explotar a toda costa es causa del colapso que vivimos y la crisis civilizatoria.

Comunicar es cultivar, sin agredir, «cuidar para hacer habitable», «asegurar lo favorable, evitar lo nocivo» (Maillard, 2021: 27) en su sentir más holístico y, como en cualquier cultivo cuidado, es necesario salvar los nutrientes de la transgenización corrupta, lo ecológico de lo biocida.

La comunicación no crea targets, sino comunidades; no segmenta, sino que interconecta; no impacta, imparte; no necesita tanto objetivos (objetos y dianas) como subjetivos (sujetos e intersubjetividades).

Lo que predomina hoy es «una comunicación sin comunidad» (Han, 2020b: 11). Ahora se habla de comunidades en management mientras los medios de información cuentan GRP (Gross Rating Points), o impactos publicitarios en las audiencias. Las comunidades tampoco surgen de managers (community managers), sino de diálogos, ágoras, encuentros y mediaciones. Hemos sustituido las ágoras por los mercados. Los medios de información no surgieron para vender audiencias, sino para canalizar y compartir los relatos con los que nos comunicamos.

Nuestra sociedad necesita una teoría humanística de la comunicación, ética, feminista, decolonial, ecologista, socialmente justa, del bien común, pero también que reconecte al ser humano con los ecosistemas, con su sentir ecodependiente, tal vez una teoría de la humaturalidad: de lo humano como indisociable de la naturaleza. Una teoría que explique la herida humana de una historia de comunicación infectada de demasiados intereses espurios.

Es necesario mostrar el daño al que un uso corrupto de la comunicación ha contribuido y pensar en cuidar la selva de la comunicación sensorial humana imbricada en el planeta para hacer rebrotar un sistema tan necesario como crucial en los retos actuales de la humanidad.

Este libro propone diversas tesis para repensar/regenerar el modelo de comunicación y reinstalar su papel en la necesaria transformación ecosocial de la actual civilización. Tesis y antítesis se desarrollan en lo que cabe arraigar y desarraigar. Están sustentadas sobre la propuesta de volver a conectar con la tierra y construir un modelo verdaderamente integrador, capaz de orientar a las personas hacia el urgente compromiso socioambiental que reequilibre las relaciones humanas y las interprete desde una diversidad multiepistémica y multiecosistémica, no hay un pensar único y hay una gran diversidad de ecosistemas que contribuyen al equilibrio de la vida en el planeta.

La civilización occidental expansiva y su comunicación global hegemónica son tremendamente destructivas con la naturaleza, con la mayoría de seres humanos y sus diferentes culturas. Dentro y fuera de los epicentros de poder y de las clases afortunadas de los países enriquecidos existe una ceguera crónica promovida por intereses ajenos al sentir de la mayoría. Una civilización que se basa en una relación de inequidades conduce a levantar muros excluyentes, a desheredar a una inmensa mayoría, a sociedades cada vez más distópicas. La comunicación no puede ser sólo poder, en todo caso poder de cooperación.

La de/reconstrucción de la noción de comunicación es la llave para de/reconstruir las sociedades globalizadas actuales en las que la ecocomunicación ha de ser el elemento central del modelo civilizatorio.

En la intención de radicar la comunicación en un pensamiento crítico y reparador se recoge en este libro una crestomatía de pensamientos decoloniales, feministas, pacifistas, ecologistas, divergentes, disruptivos... con la que se formulan claves y rutas para semillar un modelo consciente y reorientado de la comunicación que deje de ser cómplice con el ecocidio, las distopofilias y las lógicas de dominación cultural, social, económica y ambiental.

El libro también denuncia los dualismos jerarquizados que sostienen el pensamiento de dominación enquistado en y con la comunicación, para proponer un cambio de paradigma. De ahí la propuesta de una actitud de insurgencia para reorientar la comunicación, como sistema simbólico, político y económico hacia claves regeneradoras que sustituyan el modelo de comunicación actual como sistema de excesos.

La comunicación raíz debe trabajar posiciones críticas apegadas a la biofilia frente al ecocidio, acompañar a la humanidad hacia el mejor de los relatos de convivencia social y ambiental. La comunicación está presente en todos los seres y ámbitos de la naturaleza esperando la escucha y el diálogo.

En la búsqueda de la reconexión de la comunicación con su sentir natural, el libro diserta sobre el relato como expresión oral esencial, ése que nace de abajo, de lo popular, del mito, el cuento y lo cotidiano, que es expresión del sentir-compartir la vida y que genera las auténticas narrativas populares con o sin herramientas y tecnologías.

La oralidad como expresión genuina es esencia biónica en la construcción de sociedades y no puede o debe verse subordinada a la tecnología, que es subsidiaria y no siempre imprescindible. Es esa oralidad de lo cotidiano que surge desde abajo la que crea los relatos que somos y trascienden en narrativas diversas. Los medios tecnologizados sólo son sus amplificadores, pero no pueden sustituir la corporeidad.

Recuperar la comunicación como un sentipensar es recuperar la conexión para entender desde dónde, cómo y qué contar, y usar las tecnologías para interconectar ecosistemas y compartir saberes. En este camino, despatriarcalizar y decolonizar los imaginarios androcéntricos será esencial; sin ello la comunicación seguirá el mismo camino que nos ha traído al colapso.

La propuesta traza una ruta: enraizar, oralizar, decrecer, desconectar, despatriarcalizar, decolonizar, desacelerar, resensibilizar, pacificar, desintoxicar, reencantar, ecologizar, semillar nuevos paradigmas de pensamiento.

COMUNICACIÓN RADICAL

1Recuperar el sentir de la comunicación

Echar raíces quizá sea la necesidad más importante e ignorada del alma humana. Es una de las más difíciles de definir. Un ser humano tiene una raíz en virtud de su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimientos de futuro. [...] El ser humano tiene necesidad de echar múltiples raíces, de recibir la totalidad de su vida moral, intelectual y espiritual en los medios de que forma parte naturalmente.

SIMONE WEIL2

La tierra acoge la semilla, la semilla se hace raíz, trepa en la oscuridad, se asoma, respira, se encarama a la vida. Absorbe la luz y sigue el diálogo con la otra gente, recibe, crece, se expande, intercambia, transmite, comunica. En el volver a la tierra está el conocimiento, la sabiduría vernácula esencial y compartida. La comunicación es radical y el enraizamiento como el tejido rizomático genera autonomías ecosistémicas colaborativas.

La sociedad del conocimiento, de la hiperinformación, del almacenamiento de saberes, de la comunicación en redes digitales y contenidos audiovisuales, ha construido hipotéticamente la idea de sociedades más instruidas o de mayor conocimiento, vinculando esta idea al progreso tecnológico. Sin embargo, se trata sólo de un espejismo, un momento presente circunstancial que, analizado en la complejidad histórica, deviene en el abandono de otros saberes y de prácticas de aprendizaje fundamentales para la vida.

La comprensión de procesos básicos ligados a conocimientos de vida y sobrevivencia comporta en esta contemporaneidad nuevos desafíos. El ser humano ha creado sociedades donde el saber, como la misma sociedad consumista que lo alimenta, es líquido, insustancial, vacuo, incapaz de dar respuestas, donde nada permea. El saber en la modernidad se expresa desde tecnologías globalizadas que jibarizan la comunicación (en términos de Pascual Serrano, 2013) y son impuestas desde una impronta colonial. Todos los ingentes recursos destinados a educar, formar, concienciar, divulgar, sensibilizar, están contaminados por el determinismo mercantil sin interés por el bien común.

La pérdida de raíz ha desconectado a una parte de la humanidad de la autonomía de decisiones, del territorio, que es tierra, cuerpo y pensamiento. La riqueza, en un sentido pleno, comporta sentirse parte del lugar, algo que no es posible sin habitar el territorio y establecer comunicación con él. La comunicación no es sólo entre seres humanos, es con un conjunto ecosistémico que sostiene la vida. El divorcio y la equidistancia con lo natural hacen habitar en una realidad incompleta, insatisfactoria, reprimida y represible. Parece necesario un renacimiento de la comunicación humana desde una consideración ontológica que determina la manera de estar y relacionarse en y con el planeta. En palabras de Yayo Herrero (2021: 36): «Tomar tierra supone una insurrección cultural. Con eso me quedo».

La modernidad ha constreñido el sentir de la comunicación a una verborrea constante que se expresa en medios de información donde la opción de compartir se vuelve irritante y es de dirección única. En este escenario, la irrupción de continuas innovaciones tecnológicas llega a encapsular y a restar realidad a la vida. Toda innovación no implica mejoras, todo uso tecnológico tampoco, si no obedece a patrones del bien común. Si con McLuhan el medio es el mensaje, desde la mirada de una comunicación-raíz el medio por excelencia es la oralidad y el mensaje es relato para habitar la biosfera. El territorio como ecosistema de dependencias construye el mensaje y el medio. Las tecnologías, siendo útiles, no dejan de ser subsidiarias. La esencia de una comunicación radical tiende a recuperar el sentir del espacio habitado.

Uno de los ecosistemas más importantes y diversos es el de la rizosfera: microorganismos que cubren de nutrientes las raíces con hongos que regeneran las plantas. El sistema de la comunicación tiene viejas raíces, pero su rizosfera (cultural) se regenera y tiene capacidad de revitalizar y proteger. Lo que pone en relación a la humanidad y a la relación interespecies es la comunicación. La comunicación global actuaría como el micelio: el sistema radicular de los hongos, que está presente en todas partes y que se ha definido como la red de redes, el verdadero entorno neurológico y digestivo del planeta. El sistema de la comunicación es también el estómago de la cultura: con él se digieren ideas, conflictos, hechos, el nutriente humano de ideas e interpretaciones, que se reciclan en un continuo feedback.

Comunicación radical implica poner el foco en el cultivo de una sana cultura-rizosfera al cuidado de organismos y nutrientes beneficiosos para su suelo, libre de toxicidad, al margen de intereses no vinculados al bien común.

La crisis sistémica es, en realidad, una sistemia, porque no se trata sólo de un problema de matriz económica con repercusiones ambientales y sociales. La comunicación que produce la conectividad de pensamientos ha sido cortocircuitada, la capacidad de pensar y analizar como parte contributiva en la activación de conciencias y el accionar de la sociedad es hoy una cuestión que sólo se interpreta en claves de mercado. La crisis derivada de la COVID-19 se define como pandemia, sin tener en cuenta que es una deriva más, resultado de una sistemia que no se analiza como tal. Es el modelo creado por la sociedad del desarrollo el que produce esta deriva total, está enfermo en su conjunto y afecta a la salud de todos los ecosistemas.

Tal vez, la imperceptibilidad de la verdadera dimensión y de la inacción para corregir la deriva se deba, como expresa Boaventura de Sousa (2014), a las respuestas débiles frente a los grandes desafíos que en estos momentos exigen las preguntas fuertes con que la contemporaneidad interpela, o como sugiere Arturo Escobar, porque es esencial no despreciar el pensamiento de la complejidad y debemos dejar de enfrentar problemas modernos para los que no hay soluciones modernas (2019: 123):

Hablando ontológicamente uno puede decir que la crisis es la crisis de un mundo particular, o conjuntos de prácticas de hacer mundo, que podemos llamar la forma dominante de la euro-modernidad (capitalista, racionalista, liberal, secular, patriarcal, blanca, o lo que sea) o, como ya he mencionado, el mundo de un solo mundo —el mundo que se ha arrogado para sí el derecho a ser «el» mundo, sometiendo a todos los otros mundos a sus propios términos o, peor aún, a la no existencia.

La ausencia de una crítica que reconozca esta realidad apunta a distopías alimentadas por el empobrecimiento, la desigualdad social, la destrucción de los ecosistemas, la banalidad y las dependencias tecnológicas desempoderadoras que favorecen la disgregación social.

La comunicación exige un saber diverso, polímata, para conocer las claves y facilitar comprensión-acción en torno a una revolución imprescindible orientada a transformaciones profundas sobre el modelo hegemónico.

Un árbol nunca va por libre

YAYO HERRERO3

La propuesta de una comunicación radical (rizomática) invita a recuperar y abonar el sustrato y fundamento de lo que la comunicación ha sido desde sus orígenes. Esa comunicación vernácula parte de la relación ecosistémica, biótica y también más humana, porque en el sentido etimológico, humano viene de humus, tierra. Sólo abonando y restaurando la comunicación originaria, las raíces del árbol de la comunicación podrán crecer con ramificaciones fuertes interconectadas.

En las bases y esencias de la comunicación está el arraigo, la fortaleza de su ramificación. Cuando un árbol o planta crece lo hacen también sus raíces y cuando las raíces se pudren o matan, el árbol entero se debilitará. La idea de comunicación radical apunta a la recuperación de lo esencial de la comunicación y a su regeneración fértil, implica la simbiosis con transformaciones que suponen el sustrato, las bases del sistema social, económico y político. Remover el humus para abonar las propuestas regeneradoras del ecofeminismo, el decrecimiento, el ecologismo, la cultura de paz, el posdesarrollo o la decolonialidad. Para ello, es necesario identificar el pensamiento único en los discursos universalizados y las narraciones que lo sostienen (científicas, literarias, culturales...) y reencontrarse con la historia de la comunicación cultural, para identificar su sustrato y sus fines.

La comunicación humana radica en el hacer común, el encuentro, desde la oralidad, el diálogo, el relato, la mirada, el reconocimiento, en la libertad de pensar y expresar. Ése es su fundamento, imposible sin una comprensión orgánica de la comunicación, de las redes y relaciones generadas en relación de ecodependencia. Esa relación es también histórica desde un sentir diacrónico y sincrónico que exige entender la conexión pasado-presente desde una mirada holística.

El desafío presente obliga a reconocer diferentes propuestas para recuperar el equilibrio entre la innovación destinada a reacoplar la vida humana en el planeta y el respeto del diálogo ecosistémico, y al tiempo denunciar aquello que nos ha conducido hasta un presente distópico que la modernidad obvia y olvida. Un rediseño que interviene considerando desde lo virtual, la necesidad de presencialidad, la escucha activa, las relaciones colaborativas y simbióticas; la globalidad desde principios de relacionamiento de las culturas, de respeto al pluriverso, interviniendo las tecnologías desde el bien común y la mirada ética.

Apelar a una comunicación radical puede parecer revolucionario. Sí, es evolucionario. Toda creación natural reinicia cada estadio de la evolución: se nace en agua, como célula, luego anfibio, se repta y se gatea antes de caminar erguido. La comunicación, digital o analógica, ha de ser entendida de manera orgánica, incorporando y reactivando la génesis de la comunicación eco-humana en cada paso de un desarrollo adaptativo, evolutivo, necesariamente compartido.

De la misma manera que toda una historia filogenética está inscrita en nuestro cuerpo, existe toda una herencia discursiva en la comunicación actual. La idea de discurso expresa, como la analogía natural del curso de un río, que la comunicación va integrando elementos a su paso, a la par que horada y conduce con su flujo los ciclos regenerativos. El concepto de discurso expresa el cauce y sedimento que constituye el decir y el poner en común voces, territorios y culturas confluentes. Los manantiales-fuentes de comunicación son múltiples, suman y se encuentran en ríos. Discurso es algo que se desplaza y, a la vez expulsa, corriente que arrastra o integra. Como ocurre con el agua, la comunicación también se intercepta, privatiza, contamina, clora, retiene, canaliza; se vende, envasa, se comercializa impúdicamente...; es un bien público maltratado. El agua que hay en el mundo es la misma que había hace miles de años, es la hidrosfera, mas ahora abunda el agua contaminada y cada vez contamos con menos fuentes potables. Y no hay discurso que riegue, ni relatos que nutran, sino torrentes insalubres. En buena parte ése es el flujo de medios y redes digitales cuando arrastran y erosionan.

La protocomunicación originaria, salvaje, no domesticada, no cooptada por el poder (es) era libre y esa es la aspiración última de la comunicación. El significado etimológico de la palabra salvaje no es otro que libre, libre en su pensar, expresar y ser.

Tengo los pies en las raíces

y los sueños en las nubes

MARTIRIO

La comunicación humana es esencialmente oral. Fue oral durante 50.000 años. Los soportes donde se registra la oralidad la amplifican con tecnologías que, siendo importantes, no dejan de ser subsidiarias. Esa milenaria historia del ser humano demuestra lo fundamental de la comunicación como forma intrínseca de cohabitar vibrando con la naturaleza que nos habla permanentemente. La oralidad no es sólo el habla, es escuchar y pensar con el habla. Por ello es importante arraigar lo desarraigado: para mantener el verdadero sostén de la comunicación. Pensando con el verso de la cantante Martirio, diríamos que la comunicación tiene en la oralidad sus raíces, pero ha puesto sus utopías en «la nube» como reservorio digital.

Se habla de utopías tecnológicas. Lo son en el sentido literal de «no lugar» en el que el ideal de justicia se ha arbitrado con independencia del sistema jurídico. Pero eso no significa libertad. Actuar con libertad es actuar de acuerdo a valores, criterios, razones, teniendo por límite el respeto a la libertad de los demás y el bien común, sin desconsiderar el sentir ecosistémico. La utopía tecnológica amenaza con derivar en distopías que la ficción, como siempre, se anticipa a dibujar, pero cuya materialización se verá siempre superada por la realidad.

2. Weil, Simone (1943). L’Enracinement.Prélude à une déclaration des devoirs envers l’être humain. Éditions Gallimard. Edición en español (1996). Echar Raíces, Madrid, Trotta. Editor digital: RLul, Lectulandia (2016: 41).

3. Herrero (2021: 74).

2R-evolución-involución

En el bosque, cuando las ramas se pelean, las raíces se abrazan

DOUDOU DIENE4

En el momento de colapso ecosocial en que nos encontramos, los procesos de evolución en convivialidad ecosistémica implican un mirar al pasado que ayude a recuperar cordura, esas cuerdas rotas y sendas selladas que nos reconcilien con la naturaleza, el tiempo y el sentido del buen-bien vivir. La comunicación, como proceso de puesta en común, es indispensable en ese proyecto de acordar, y para ello, ha de revisar su episteme y su práctica, recuperar su sentido. Superar el etnocentrismo yanquicéntrico y androcéntrico de la comunicación hegemónica y reconocer otros marcos de referencia permitiría superar los dualismos jerarquizados de los que participa la comunicación, como el que sigue dividiendo en mundos paralelos naturaleza y humanidad. Escuchar y conciliar el conocimiento ancestral de pueblos naturales que conservan una cosmología que no cae en una distinción esencial entre seres humanos, no humanos y la naturaleza en su conjunto, puede ayudar a equilibrar los excesos del comportamiento consumista inconsciente. Es necesario cuidar el árbol de la comunicación y conectar con la Tierra, sentipensarnos como parte del todo.

¿En qué sentido nuestros medios de información, la sociedad mediática favorecida por un uso inadecuado y hasta imprudente de las TIC, contribuye no sólo al moldeado y socialización de comportamientos contraproducentes, sino a la naturalización de ideas que nos alejan de la biofilia? Es decir, a una desnaturalización conducente a un nuevo antropomorfismo y androcentrismo en el que el transhumanismo construye presentes sin epidermis y crea avatares para invitarnos a desvivirnos por vivir en un mundo virtual.

Y sin embargo, late tras la tecnología la necesidad no sólo de gadgets, sino de mensajes y relatos.

El mito de la tecnología «basado en la falsa suposición de que no es necesario cuestionar las causas de las crisis porque todo problema tiene una solución tecnológica» (Ribeiro, p. 129) ha desvirtuado también la comunicación, comprendida o confundida sólo como TIC. Es necesario atender a las causas de toda crisis para poder realizar un viraje consciente.

La tecnología incontrolada se presenta como salvadora de la especie Homo desarrollus que «gobierna» el mundo, más allá de las inconveniencias destructivas derivadas de la imposición de una antinatural forma de vida. Edward O. Wilson define biofilia como la tendencia innata a prestar atención a la vida y a los procesos naturales. Por contra, la apuesta ciega tecnológica alimenta, frente a la biofilia, una tecnofilia, una digitalofilia(smartphonefilia, tabletfilia, virtualfilia...), distantes de la perspectiva holística que debe conectar las diferentes realidades ecosistémicas; los vínculos de la comunicación son indisociables de la naturaleza, porque somos parte como especie de una única vida o Gaia. La concepción dual que caracteriza a la modernidad: cuerpo y espíritu, humanidad y naturaleza, mente y cuerpo, racional e irracional, constituye un homocentrismo, un sentir homólatra —en palabras de Martínez Luna (2010)— producto del dogmatismo racionalista y exacerbado por el capitalismo en su doctrina desarrollista. Ante esta percepción construida sucumbe cualquier idea espiritual y altruista, algo lógico, porque se impone desde la tangibilidad de lo material, desde el utilitarismo y lo inmediato, buscando satisfacer deseos y objetivos económicos sin medir consecuencias.

La verdadera adaptación evolutiva de la especie humana no puede desasociarse de la naturaleza. La comunicación dejó de ser bidireccional, no sólo por perder el doble flujo entre los polos emisor y receptor, sino por dejar de «prestar atención a la vida», de relacionarse con ella, de escucharla y hacerla oír. Esta incomunicación viene a ser potenciada por el ensimismamiento tecnológico que representa un mundo de hiperconectividad artificial sordo a la Tierra. La conexión entre seres humanos no puede darse sin mantener los vínculos con la cadena trófica comunicativa. En este sentido, la normalización de un «privilegio» de depredación de los ecosistemas tiene su base en un uso tecnológico lleno de perversiones y peligros para una comunicación sistémica. Al fin y al cabo, el ser humano no deja de ser un accidente más en la evolución de Gaia. El ser humano es sólo un subsidiado más del ecosistema que le soporta.

El ser humano representa una parte entre mil en la historia de la vida sobre la Tierra, lo que equivale a un mes de vida de toda la vida de una persona.

CARLOSDE CASTRO5

La involución derivada de la pérdida de diversidad y hábitats, alcanza límites no conocidos en la historia de la mano del ser humano, apoyada en conocimientos y usos tecnológicos que nos introducen en la contradicción de salvar el futuro destruyendo el presente.

Seguramente, el uso que se hace de los recursos tecnológicos no sea el más eficaz, y apunte, en la generalidad, a un utilitarismo disfuncional que mira al futuro pretendiendo manipularlo, olvidando que el presente se conjuga con el pasado, y el futuro es sólo una predicción consecuente y fundamentada en la mochila heredada. Ocurre igual que cuando miramos la luz de las estrellas, buscamos un más allá con el telescopio, pero lo que vemos es el pasado, la luz que brilló tiempo atrás, incluso de estrellas ya inexistentes.

En la medida en que reexaminamos el pasado se restablece la comunicación como el nexo imprescindible transmisor de lo que somos, comunicación que parte de la escucha, la observación y el sentir ecosistémico. De esa mirada surge la posibilidad de corregir el rumbo destructivo de la llamada civilización occidental y la economía capitalista. Cada hecho, cada acto, cada evento que ocurre en la naturaleza, supone un elemento de información vital que se nos está comunicando. Ignorarlo es negar parte de un diálogo y una escucha necesaria.

– Dersu: Capitán, el sol es gente, gente muy importante, si el sol muere todos mueren. La luna también es importante.

– [...] El fuego es gente —grita.

– Soldado:(riendo) si te hiciéramos caso veríamos gente por todas partes.

– Dersu: Mira el agua, también es gente, el agua está viva.

– Soldado: ¡Sí! Gente mojada (risas)

– Soldado: Según Dersu el fuego es gente ¿no?

– Dersu: ¡Sí, el fuego es gente fuerte (risas). El fuego se enfada, en la taiga ardió durante muchos días y cuando se enfada da miedo. El agua también da miedo, y el viento cuando se enfada! El agua, el viento y el agua son gente muy fuerte.

[...]

– Dersu: No hagas eso, no tires la carne al fuego. El fuego se comerá toda la carne y no dejará nada. Nosotros nos marcharemos y si viene otra gente y ven carne podrán comer.

– Soldado: Quién va a venir por aquí.

– Dersu: ¡Viene mucha gente! Viene el tejón y el cuervo también, y los pequeños ratones. Mucha gente. ¡En la taiga no estamos solos nunca!

[...]

AKIRA KUROSAWA6

4. Director del Diálogo Intercultural de la Unesco y relator especial de las Naciones Unidas para las formas contemporáneas de racismo, discriminación racial y xenofobia. Frase recogida en Daniela Pons-Föllmi y Oliver Föllmi (2005: 7).

5. De Castro, C. (2001). La revolución solidaria. Más allá del desarrollo sostenible. Iepala, Madrid, pág. 171.

6. Dersu Uzala (1975).

3Mirar al pasado para encontrar otro futuro

«Las tres palabras más extrañas»

Cuando pronuncio la palabra Futuro,

la primera sílaba pertenece ya al pasado.

Cuando pronuncio la palabra Silencio,

lo destruyo.

Cuando pronuncio la palabra Nada,

creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.

WISLAWA SZYMBORSKA

Como explicaba Hannah Arendt: «El pasado no lleva hacia atrás sino que impulsa hacia delante y, en contra de lo que se podría esperar, es el futuro el que nos conduce hacia el pasado».7 Albert Einstein afirmó que el tiempo era relativo y que presente, pasado y futuro existen simultáneamente. Pero la idea de tiempo futuro se construyó como otro mantra-paradigma reforzado por la modernidad, un artificio que ha contribuido a la destrucción de lógicas ancestrales.

Las certezas científicas de Einstein son una verdad en las vivencias de muchos pueblos que todavía hoy se mantienen vivas. Los estudios antropológicos vienen a demostrar que, para muchas culturas originarias, de los pueblos definidos como naturales, el futuro es aquello que no se ve porque no ha pasado, mientras que el presente cobra valor en función de los aprendizajes del pasado, que versa sobre saberes y hechos tangibles. Desde este reconocer el futuro como construcción del pasado se habita el presente.

En la cultura occidental de la modernidad el futuro se representa como algo que está delante. En las culturas originarias es el pasado quien ocupa este lugar, porque se ve y, por tanto, es conocido. El futuro está a nuestra espalda, de ahí la importancia del tiempo pasado y el presente, del resultado de lo que estamos haciendo y dejando a futuras generaciones. «El futuro puede ser de conocimiento personal, porque es posible mirar por el hombro para ver lo que viene detrás» —dice Martha Hardman en su estudio del Jaqi Aru, la «lengua humana» en los pueblos andinos, centrándose en el aymara. La cosmovisión se concreta en la construcción del lenguaje: «la distinción principal en los tiempos de los verbos es futuro y no-futuro (que contrasta con la europea que es pasado y no-pasado) [...] para despedirse hay una forma muy común que es q”ipürkum que quiere decir: hasta un día que viene detrás» (1988: 168-176).

La misma mirada existe en los pueblos africanos, como en la visión brahamánica, muy extendida en Asia, donde la obligación de los humanos debe centrarse en mantener lo que existe, es parte de un ritual de vida que tiene en cuenta que cualquier alteración destructiva del ecosistema pone en peligro el equilibrio de un orden cósmico. La idea de futuro occidental implica un tiempo lineal; en la religión nativa de Japón, el shinto, el tiempo era cíclico. También en las tradiciones filosóficas china, hindú, budista y andino-amazónicas. Por ello, los valores del desarrollo capitalista no encajan y la imposición cultural ha implicado la destrucción de un orden lógico.

Desde la imposición capitalista se ha impuesto un único reloj, un único calendario para una misma inercia, pero las experiencias culturales son diferentes. El dominio del tiempo es una de las principales formas de poder y quizá su forma básica (Aranda, 2015: 3). El mundo occidental y su orden lineal del tiempo hacen mirar siempre hacia adelante.

La invitación a repensar desde la sabiduría de las diferentes culturas podría calificarse de retrorrevolucionaria —calificativo que ya recibieron otras propuestas reivindicativas procedentes de cosmovisiones infravaloradas, recuperadoras de valores que se han visto asaltados por la deriva de la modernidad. Así ha ocurrido con la intelectualidad aymara boliviana, las propuestas de los pueblos andinos y amazónicos, el movimiento zapatista, la recuperación de saberes que desde la India defiende Vandana Shiva o la Vía Campesina, entre otras muchas. Estas cosmovisiones señalan, en realidad, el inmenso y desvalorizado aprendizaje humano ancestral y denuncian la desmemoria producida por la incomunicación.

La crítica a estos cuestionamientos muestra arrogancia (Hidalgo et al., 2014), especialmente al calificar peyorativamente de «pachamamismo» interpretaciones culturales que albergan cosmologías otras, en lugar de ser un sinónimo apreciativo de indigenista e indígena (pág. 63). En la lógica runa, por ejemplo, avanzar al futuro (ñaupana) supone caminar al inicio (pág. 64). La idea de eterno retorno simbolizada por el ouroboros,8 también atravesó culturas como el antiguo Egipto, la antigua Grecia y la mitología nórdica. Mirar al pasado para encontrar futuro es una clave identitaria en el ser humano, un principio civilizatorio.

Existir, de hecho, implica «mirar hacia atrás» que es el significado de respeto —respectare— (Han, 2014: 7). De nuevo es el pasado el que nos resitúa en el presente, el pasado es raíz. Lo contrario, mirarnos sin esa distancia, sería espectáculo —spectare—. Ese respeto, por otra parte, no debe ser sólo entre personas, se debe considerar que las «otras gentes», que no son humanas, la naturaleza en su conjunto de la que somos ecodependientes, es merecedora de respeto, salvo que se pretenda dejar a la especie humana como única habitante de un planeta yermo, un obvio imposible para la vida. Conquistar Marte ¿para qué? si a la Tierra se la está «marterizando». El modelo capitalista basado en la propiedad privada, la esquilmación y la depredación mata toda vida. Este presente anticipa un no futuro, por ello actuar sólo se puede ahora.

Desde el pensar poético, Kavafis recurre al mito de Ítaca como futuro inexistente pero sin el cual el viaje no existe, la vivencia diaria construye el camino y no hay uno sólo sino aquel que cada cual traza individual y colectivamente, como también lo expresa Machado. La vida es un viaje continuo de aprendizajes, de intercambios y vivencias, en el que se habita. Cualquier otro empeño sólo construye quimeras.

Ten siempre a Ítaca en tu mente.

Llegar allí es tu destino.

Mas no apresures nunca el viaje.

Mejor que dure muchos años

y atracar, viejo ya, en la isla,

enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin

aguantar a que Ítaca te enriquezca.»

(fragmento)

CONSTANTINO KAVAFIS

Caminante, son tus huellas

el camino y nada más;

Caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

(fragmento)

ANTONIO MACHADO

Occidente instaura una concepción escindida del tiempo lineal como un antes y después: con la era cristiana, el antes y después de Cristo; con la modernidad, antes y después de la llegada a América, con la contemporaneidad, antes y después de la Revolución francesa.

Frente a la idea única del tiempo lineal, el tiempo cíclico permite una comprensión bionatural integral y también más femenina. Sin embargo, a pesar de la sensible influencia de la luna y sus ciclos sobre las mareas, las cosechas o los ciclos menstruales, el nuevo referente es el calendario solar y apenas se considera el lunar, como sí ocurre en la mayoría de culturas. Considerar los tiempos cíclicos de la naturaleza implica que la huella humana no debe trascender los límites naturales. El tiempo hoy resulta otra construcción económica.

La aceptación de la crisis civilizatoria se nos presenta como una causa sobrevenida necesaria, fundamentada en la idea de que el desarrollo y el progreso «no se pueden detener». El desarrollo, como ya sabemos, no asume que el crecimiento económico infinito no es posible, ni que el consumo no puede ser infinito. El progreso, si concluimos que tiene una dirección conducente a mejoras, no es condición del determinismo desarrollista, y no puede darse sin una mirada holística y una perspectiva ontológica en un devenir que imagina el bienestar colectivo sin exclusiones.

El progreso es, en la sociedad capitalista, la ideología del desarrollo, como lo es el supremacismo que se ampara en la técnica y la velocidad de una vida compulsiva que obliga a satisfacer cualquier ambición por innecesaria o insensata que sea. El desarrollo y su concepción del tiempo lineal, modelan conductas y pautas de comportamiento en la sociedad de consumo y usan las tecnologías de la comunicación para su propaganda, para expandir y sostener sus imaginarios. El desarrollo ha contribuido, en menos de un siglo, a ensanchar la brecha entre enriquecidos y empobrecidos a niveles desconocidos mediante la explotación humana y la depredación de la naturaleza.

La alternativa al desarrollo o «alterdesarrollo», concebido más como un posdesarrollo (Kothari et al., 2019), o una etapa a superar (Latouche, 2004, 2006) pretende precisamente definir todas aquellas características que contribuyan a la emancipación humana, como la creatividad, la ciudadanía, la educación, la cultura, el ocio o las relaciones sociales. Aunque la denominación de desarrollo humano, acuñada por Amartya Sen, no deja de ser un pleonasmo, sólo desde el sentir emancipador expresado por Latouche y por el mismo Sen (2003) justificaría esa denominación. En cualquier otro contexto, Latouche, como Rist, Jackson, Escobar y Ribeiro, abogan por denunciar el uso de una palabra que todo lo contamina: «Al añadirle un adjetivo al concepto de desarrollo no se pone en cuestión realmente la acumulación capitalista. Como mucho, se intenta incorporar un concepto social al crecimiento económico, como antes se le había podido añadir una dimensión cultural, y hoy un componente ecológico» (Latouche, 2007: 25). El descrédito del desarrollo obliga constantemente a buscar otras denominaciones para mantenerlo vigente: desarrollo social, desarrollo humano, desarrollo local, sostenible, alternativo, verde... El cambio de apellido no altera en suma una agenda desarrollista que sigue siendo destructiva.

En esta idea del desarrollo se apoya la noción de tiempo como elemento de la dinamización social compulsiva que anima a estar en constante movimiento, en permanente actividad productiva y consumista, desconsiderando el silencio, la contemplación, el anhelo que nos conecta, o el hablar y compartir los relatos cotidianos sin más. El tiempo —dimensión universal en la que se mueven las constelaciones y los ciclos de la vida— es ahora la medición acumulativa de actividad, algo que implica una renuncia a una vida sosegada y más placentera.

Convertir la cosmovisión occidental del tiempo en dominante ha requerido un ingente esfuerzo de contaminación comunicativa para dominar y anular otras culturas. Y el resultado de esta herencia en el último siglo conduce a un futuro poco esperanzador. Incluso, las narrativas construidas por la información de los medios masivos, las redes, el cine y la industria del «juego», reflejan una moda que abona la distopofilia; héroes sobrevivientes sin expectativas de felicidad en mundos destruidos, avisos noticiosos de caos globales sin apuntar las causas reales, migraciones masivas que apuntan a la pobreza o la hambruna culpando a la meteorología sin más... Ninguna propuesta comprometida para afrontar otras políticas transformadoras. Pareciera un entrenamiento a la aceptación de una realidad que se presenta como irremediable, una rendición al tiempo que resistencia a cambiar relatos y narrativas inventadas. No se denuncia la auténtica matriz del problema para corregir el rumbo. La explosiva imagen mediática de las catástrofes que podrían inducir a sensibilizar acerca de nuestros comportamientos se oculta de inmediato por el Black Friday.

7. Hannah Arendt reflexiona sobre el futuro y el pasado a partir de la parábola de Kafka. Una traducción puede encontrarse en el prefacio de Hannah Arendt (2018). Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Partido de la Revolución Democrática. Colección Clásicos Universales de Formación Política Ciudadana, Ediciones y Recursos tecnológicos, Ciudad de México, pág. 14. Cita recogida en Vallejo (2019: 369).

8. Animal mitológico serpentiforme común a muchas culturas que engulle su cola y que viene a representar la naturaleza cíclica.

4Abandonar vs. abonar la memoria oral

Eres lo que escuchas

RADIO 3

El habla nace de la interacción social. Es un acto dialógico. Tal como explicara Vigotsky, todas las funciones psíquicas superiores surgen de la colaboración social. Son las emociones las que ponen en comunicación los sistemas de la inteligencia, emociones que se sienten individualmente pero que se aprenden a gestionar socialmente y deben formar parte del sistema de convivencia solidario, distante de la visceralidad de los extremismos excluyentes.

Ese camino de lo social a lo individual y viceversa determina la oralidad. Piaget observó que, en la infancia, hasta los siete y ocho años, el ser humano habla principalmente solo; es más, esta circunstancia desarrolla la capacidad discursiva y es síntoma de salud mental. Vigotsky interpretó que ello se produce no por no estar socializado, sino por estar poco individualizado. Ese diálogo interior se hace, en realidad, mediante una herramienta social que es la conciencia (Marina, 1998: 86-87) lo que hace del habla una construcción ética.

La interacción oral transmite emociones y consigue activar procesos de comunicación transformadores cargados de complicidades desde el sentir de pertenencia a una comunidad o colectivo de intereses. Fueron orales las prédicas de Confucio, Buda, Jesús de Nazaret, más allá de la construcción posterior de doctrinas y adoctrinamientos dogmáticos religiosos con fines políticos y de control social, ajenos a sus propósitos. Fue oral el relato de Rigoberta Menchú que removió conciencias. Fue oral el discurso de Ghandi, de Martin Luther King, de Mandela, de los zapatistas, de los que cambiaron el rumbo de la historia colonial y la política racista, fue un discurso oral de Clara Campoamor en las Cortes españolas el que recogió la vindicación de reconocer el voto a las mujeres en España. Los discursos mueven desde la emoción las conquistas sociales. Aunque conviene recordar que el abuso desde posiciones demagógicas reaccionarias también ha aprovechado las sinergias entre masas y emotividad para movilizar en contra del bien común. La comunicación es emoción pero expresada desde la ética no desde el interés corrupto por agitar las masas en beneficio propio.

La verdadera comunicación es aquella que se crea día a día, que se acerca, motiva, compromete y moviliza a la gente, que permite creer en las personas y crear un futuro para todos

ROSA MARÍA ALFARO

La creación de historias para transmitir saberes está en la base de las civilizaciones. La cultura son símbolos, creencias y relatos que compartimos. Todo cuanto hoy se conoce se debe principalmente a una transmisión oral que evolucionaba en experiencias y trascendía de generación en generación, reforzando, adaptando y reactualizando saberes. La transmisión oral ha sido la mayor fuente de conocimientos en la historia del ser humano. En muchos pueblos sigue siendo el legado que determina la vida, la base de la supervivencia desde la que construyen su cosmovisión. Mitos y leyendas se relacionan con la preservación de especies y el respeto a espacios naturales y animales, como las creencias que protegen al cocodrilo en Timor, o las tortugas en Vietnam, la vaca en India, el elefante en Tailandia, el delfín en pueblos del Pacífico...

Sin perder de vista que la comunicación es interacción establecida en función de necesidades biológicas, conviene deshacer el antropomorfismo que la relaciona como pauta exclusivamente humana o interhumana. En este sentido, la comunicación es preexistente a la cultura, aunque como dice Martín Serrano, se convierte en su evolución en soporte cultural (2007). Feyerabend (2013) relata la importancia de la trasmisión oral para el conocimiento en culturas que se han venido tratando como inferiores. La Ilíada, como La Odisea y las grandes obras clásicas fueron productos durante siglos de la transmisión oral de bardos ambulantes. La literatura escrita era considerada como forma de preservación y filósofos como Platón rehuían la discusión de problemas reflejados en escritos: «En el Fedro y su Carta VII, Platón expresa severas reservas acerca de la escritura, como una manera inhumana y mecánica de procesar el conocimiento, insensible a las dudas y destructora de la memoria, aunque, como ahora sabemos, el pensamiento filosófico por el que luchaba Platón dependía totalmente de la escritura.» (Ong, 1987: 21).

Pensar y aprehender los conceptos era la forma de interiorizar y transmitir las ideas, recurrir al texto escrito mostraba tanto incapacidad para expresarse desde la oralidad, como un apoyo mnemotécnico. Ong recuerda que «en el mundo antiguo nadie, salvo los oradores vergonzosamente incompetentes, solía hablar con base en un texto preparado de antemano palabra por palabra» (1987: 56-58). La escritura, en sus diferentes formas, como primera tecnología de transmisión, parte de la oralidad y sin ésta no hay transferencia posible.

Hasta el siglo V, los comentarios a la Torá no fueron llevados a la escritura. Arquitecturas como la de Stonehenge, construidas en el transcurso de varios siglos siguieron patrones heredados que fueron pasando oralmente de una generación a otra, de un pueblo a otro, de una civilización a otra, demostrando un elevado conocimiento del cálculo astronómico sin que mediara la escritura. De la misma manera, los pueblos navegantes polinesios eran capaces de leer el cielo y hacer cálculos en sus rutas de tan gran fiabilidad que asombraron a los navegantes europeos. La sofisticación del pensamiento y su transmisión no es exclusiva de la escritura, tampoco depende de las magnificadas tecnologías de la información y la comunicación. Hasta la implantación de la imprenta a finales del siglo XV toda la transmisión cultural —salvando la de los amanuenses— fue mayoritariamente oral y la historia ha demostrado su relevancia.

Recuperar las prácticas y pensar en la oralidad como algo esencial a lo humano requiere un cambio epistemológico y metodológico que conlleva el ejercicio de escuchar, pensar, asimilar y saber narrar con capacidades conceptuales y expresivas. Como también recoger la experiencia de quienes no escribieron, atender la subjetividad y las historias cotidianas, pensar con la otredad, copensar. Al fin y al cabo, el logocentrismo ha sido un logo —falocentrismo— en términos de Celia Amorós (2000).

El ecosistema cultural de la transmisión del conocimiento humano también exige equilibrios y un modelo de memoria biocultural que no necesariamente se vincula a las tecnologías, más bien el abuso en la fe tecnológica ha conducido a desconsiderar la herencia del conocimiento vernáculo de transmisión oral sin entender la complementariedad.

La apropiación del conocimiento desde la escritura, por parte del ser ilustrado, implicó pérdida de conocimientos: lo no escrito no existe o no forma parte del mundo «culto» definido por la modernidad. Implicó también la encriptación de los saberes para quienes tenían negada la alfabetización, la mayoría mujeres. La cultura dominante contemporánea se ha construido, en términos reproductivos y memorísticos, de manera escrita, y en el último siglo, también de forma audiovisual, abandonando aprendizajes esenciales incorporados a través de la experiencia directa propia de la común transmisión generacional. Lo oral transmitido es memoria que define narrativas discursivas y construye conceptos.

El sentido más importante en el aprendizaje es el oído, no la vista, aunque a través de ésta también se escucha la voz del cuerpo. La oralidad es la voz del cuerpo, es la presencialidad, la gesticulación, por ello el teatro se mantiene vivo siendo el arte escénico más antiguo. Nuestra cultura de pantallas y conectividad digital tiende a expulsar el cuerpo, sugiriendo una comunicación que no representa ni llega a identificar la realidad, que nos mantiene en el mito de la caverna de Platón.

El relato oral es la base desde la que se activa la memoria para la transmisión de historias, experiencias, conocimientos de vida, leyendas y mitos. La memoria no consiste en prestar atención a la crónica oficial, sino que supone escuchar la historia, no sólo escribirla, y crear, no sólo una historiografía, sino una historiología en la que el relato es parte esencial.