Con el último resplandor - Fabián Roberto Grana - E-Book

Con el último resplandor E-Book

Fabián Roberto Grana

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Beschreibung

Un mundo que hace milenios ha subordinado la compleja nervadura del vínculo humano a la lógica de la dominación, en la actualidad amenaza con degradar todos los aspectos de la condición humana.Es ésta la realidad que interpela Con el último resplandor, una literatura que devela el dolor, la alienación y la pérdida de las libertades de la sociedad actual. Una invitación a revisar la cosmovisión anarquista, para evaluar si su ética y praxis ofrecen material con el que revertir la crisis social de hoy. Pero por sobre todo estimula la inquietud del lector: ¿es posible que el vínculo humano se realice sobre un espíritu libertario?

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Seitenzahl: 84

Veröffentlichungsjahr: 2018

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FABIÁN ROBERTO GRANA

CON EL ÚLTIMO RESPLANDOR

Editorial Autores de Argentina

Grana, Fabián Roberto

Con el último resplandor / Fabián Roberto Grana. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2017.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-761-216-5

1. Poesía Argentina. I. Título.

CDD A861

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: [email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

Contacto con el autor: [email protected]

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Índice

Mi suite del túnel de ramos mejía

El chicle bubónico

La chica que para si viaja

De lluvia rosada

Sobre las representaciones

Una de vampiros

La alborada

La rara historia del pueblo de máquinas

¿X?

Esvásticas

Una gota en el océano.

Rûckwendung

Cartas desde kronstadt

Avenida de los linchadores

En el tren

La sonrisa casi perfecta.

Juntitos

Con el último resplandor

La posta de la libertad

MI SUITE DEL TÚNEL DE RAMOS MEJÍA

Ahora me siento a salvo,

en la calle carraspean

los últimos motores.

Me resguardo en una oscuridad,

de miradas que desprecian.

El día pasó como un rico que da limosna,

y me viene un alivio sin cruz.

No hay nada ni nadie ni palabra,

que me haga creer que soy una rata,

una rata de la vía.

Hace frío y el mejor de los whiskys

no aventaja a mi petaca de ginebra.

Mi alma asolada por el día,

se reaviva con estos tragos que queman,

y me entrego hasta que duerma,

a dibujar las cosas más hermosas,

con mi cabeza hecha un pincel mojado.

Mi alma arrastrada por las veredas,

con estos tragos puros se eleva,

mientras estoy tirado en un túnel,

entre cartones y frazadas,

ya olvidan la mugre mis párpados.

Escucho los pasos secos,

los que me humillan o ignoran

cuando voy por ahí.

Pero ahora, que soy un bulto en el suelo

me compadecen…

Justo cuando nada hiriente me llega.

Justo cuando no hay de que compadecerme.

Estoy cerrado como un bicho de humedad,

en un rincón del túnel,

mientras mi alma se abre,

a puras pinceladas.

Estoy tan lejos de la lástima

que me mira desde arriba

Justo cuando estoy elevado,

y soy igual a cualquiera.

El CHICLE BUBÓNICO

En tanto yo alimente

mi sangre de rabia mascando

un chicle de carne,

de cadáveres de hermanos,

no podrán rumiar

nuestros días

corazones libertarios.

LA CHICA QUE PARA SI VIAJA

Ella creció con la madre presa. Si le preguntan, dice que por eso toma pastillas. A veces, en los atardeceres, le vienen recuerdos: Como el deambular solita en la casa de infancia, cuando el sol bajaba y con las sombras llegaban los miedos; solo escuchaba en la oscuridad el sonido de sus zapatitos que iban y venían. Y ella entonces odia el atardecer.

Daiana cuando viaja no necesita el clonazepán. Se sube al ómnibus como a la eternidad y el tiempo se esfuma en la ruta. Entonces, ella lee o saborea en los vasitos de plástico el café de fantasía, o duerme mirando el campo. Daiana está quieta mientras los árboles corren y se pierden, el verde se asoma por la ventana y ella juega a que el perfume de los eucaliptos inunda su nariz, a que los postes son cruces veloces indolentes. Mira como las nubes juegan al elástico pisando y saltando los cables del tendido eléctrico. Y de repente el cielo se vuelve rojizo y vuelve su boca absorta. Y entonces ella ama el atardecer. Daiana conoce de memoria todos los ruidos del ómnibus, los que adormecen, los que entretienen, los que despiertan.

Aprendió de chiquita lo que puede aparecer en la ventana. A veces le vuelve la mano extendida del juez con el pasaje para que hiciera la visita a la cárcel. Ella sabe como los pájaros amanecieron la noche, de la humedad del vidrio que brota en la mañana, de acurrucarse en el asiento imitando girasoles, tiene tantas ovejitas blancas para dormir con ella. Y cuando la mañana vuelve a iluminar el sembrado, a Daiana se le ocurre, que es un verde caparazón de tortuguita brillando. Y lejos del vidrio, el horizonte cambia en destellos alegres sus comisuras.

De lluvia rosada

La imagino más que viajera

nómade

golondrina del mimeógrafo

noctámbula

creyente de la sangre de Budislavich

de fe unánime

forjando la voz de las mujeres

fragua

de las luchas obreras

enamorada

del cosmos que se ofrece por nada

sin dios

de la felicidad de los hacedores

sin patrón

de la danza del alma bajo las sábanas

sin marido

la imagino más que agua clara

diapasón de lluvia rosada

la imagino al apagarse

alguna tarde en Montevideo

a Virginia Bolten.

Sobre las Representaciones

La representación es:

Un deshecho.

El despojo de una presencia.

La cáscara vacía de una fruta.

Es una verdadera porquería.

Lo que queda de la lluvia

en el desagüe.

El póstumo fulgor

de una estrella muerta.

Un engañoso deshecho.

Representación no es:

ni Big Bang, ni agua bendita.

Distinta esencia tienen:

Los niños jugando.

Tu mano hilando manteles

o escribiendo un poema.

Perfume y luz de madreselvas.

Y las asambleas.

Las asambleas obreras.

Una de vampiros

Caminé desde la escuela cuando volví de votar. Me sentía débil. Así que llegué a casa y pensé en comer algo para reponerme. Para empezar a preparar algo consistente, tuve que ordenar un poco esa pesadilla que era mi cocina. Mientras se cocinaba el estofado (Lo fundamental es que no le falten zanahorias), herví los fideos y esperé. Los domingos no trabajo. Así que después de almorzar, me lavé la cabeza y me dispuse a descansar. Me tiré sobre el sillón y me puse a ver televisión y a tomar una cerveza. Yo no sé como no he roto el control remoto todavía, debe tener un Dios aparte. Muchas veces que está por caer de mi mano, me despierto sobresaltado y lo aferro nuevamente, salvándose. Muchas ha caído, y sin embargo ahí sigue, tiene más vidas que un gato. Luego de un rato de hacer zapping dije: ¡ya basta! y me detuve en una película de vampiros. Cabeceando, pero la vi. Había un castillo, por fuera tenía el aspecto de los castillos más antiguos, pero por dentro tenía espacios y objetos modernos; tampoco estaba situado en las zonas montañosas alejadas, sino en un lugar urbano. No era una reposición clásica, ni llegaba a una parodia, pintaba creíble. Estaba bien hecha. Los vampiros tenían ese aire seductor. Un vampiro era el capo, el Conde Drácula, el Bela Lugosi, digamos. Pero lo que me resultó original, fue que los vampiros estaban en guerra, no digo con los humanos, sino también entre ellos, divididos en dos bandos. Así que, luchando contra el sueño intenté seguirla. Veía sus caras de enfermitos cegados y vislumbraba en las penumbras a otras criaturas de la noche, mientras los ratones olfateaban las hormas de queso. En un momento aparece un tío mío y en otras escenas se convertía en un vecino y luego volvía a ser mi tío. Unos tenían capas azules y otros, capas coloradas. El más poronga pertenecía a los colorados, los azules tenían un líder; pero rápidamente te dabas cuenta que no iba a poder con el capo colorado. Los vampiros salían por la ciudad en la que estaba el castillo e iban seduciendo gente, había fotografías de sus líderes en los afiches de la vía pública. Una vez que lograban que las personas traspongan el umbral del castillo, los hipnotizaban y trataban de que entren a la sala de los azules o los colorados, según el caso. Me ganaba un poco la risa, porque las miradas, gestos, poses de los vampiros eran un tanto bizarras; incluso en un momento sentía un forcejeo con un vampiro que intentaba sacarme la cerveza. ¡Ja, ja, ja! Igual, el género fue siempre un poco así. Bueno, la cuestión es que inmediatamente se dejaban ver sus afilados colmillos y les chupaban la sangre a todo el mundo y la cara de los chupados se transformaba; yo no sé si serán buenos actores o el maquillaje, los protectores solares… pero estaba re logrado el efecto. Luego de ser vampirizados salían con la capa correspondiente como teledirigidos a convencer a más gente, me pareció que caminaban frente al Banco que está a dos cuadras de casa. Ellos se trataban con mucha familiaridad, más que por empatía, parecía una forma de no reconocerse investidura alguna; a los capos les daban algún trato de distinción, pero solo a éstos. Era todo como al pasar, pero estaba bien, porque iba remarcando el sistema de jerarquías que se formaba. En ese sentido, se actualizaba un orden medieval en esa escenografía urbana moderna: Daban la sensación de súbditos, más que de ciudadanos. Luego la secuencia empezó a ser algo circular: seducción, entrada al castillo, hipnosis, chupadas, salida de los chupados a atraer más victimas… y así. Los Vampiros ya estaban hasta las manos, re poderosos, inyectados los ojos de sangre, cuando el más capo de todos entró en un cuarto oscuro, en donde había una pila de personas desfallecientes; ¡y ahí estaba yo! y me vino una angustia tremenda. Hasta que me di cuenta que no podía ser, que estaba soñando. ¡Ja, ja, ja! No nos veía desangrados… más bien, como débiles ovejitas. Me desperté y ya había terminado. Y así boludeando un poco, se me pasó el domingo.

LA ALBORADA

Alborada es una vieja palabra,

aliterada de alas,

como las palabras ácratas,

como miel abandonada,

dulce pérdida,

sustancia inalterada…

¿Por qué el sueño se olvida?

parece que no ha nacido

que aún no se desgasta,

ni se esparce en el aire.

Una bandada de semillas

esperando un sol de mediodía.

Aún no muero,

le dice al hombre lobo

del hombre.

¿Por qué han llegado en la noche?

no verán la alborada.

La rara historia del pueblo de máquinas