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Mientras escribimos esta pequeña cuarta de forros, sucede una curiosa coincidencia: algunos distinguidos medios de comunicación del orbe comparten que el Pentágono parece haber advertido a una nave nodriza proveniente de otra galaxia, nada más y nada menos que para enviar minisondas a la Tierra. Sí, minisondas, nodriza, Pentágono y galaxia. Todas esas palabritas juntas. Extraño, ¿no?, porque en este libro hay gente que escribe sobre invasiones extraterrestres; claro, entre otros cataclismos o realidades inimaginables. La verdad no lo sabemos (o no podemos decirlo), pero esperemos que la nave nodriza se comporte,porque hay algo de lo que sí estamos seguros, algo que sí podemos y queremos decir: en el Caribe hay una formidable ebullición de la ciencia ficción, y en este volumen se congrega un excelso representativo de ella. Aquí hay textos de Cuba, República Dominicana y Puerto Rico, compilados por su respectivo experto, experta. Ah, y otra cosa muy importante, este libro viene del futuro.
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Seitenzahl: 589
Veröffentlichungsjahr: 2025
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CONFEDERACIÓN ELÉCTRICA ANTILLANA
ANTOLOGÍA DE CIENCIA FICCIÓN CARIBEÑA
COLECCIÓN AMÉRICA
CONFEDERACIÓN ELÉCTRICA ANTILLANAANTOLOGÍA DE CIENCIA FICCIÓN CARIBEÑA
Primera Edición XXV Feria Internacional del Libro Santo Domingo, 2023 Primera reimpresión en México, 2024
D.R.©2023, Yoss, Melanie Pérez Ortiz,Odilius Vlak, Rafael Acevedo, por la selección
D.R.©2023, Yoss, por el prólogo
© Pabsi Livmar por “Golpe de agua” © Eïrïc R. Durändal Stormcrow por “Intergaláctica 2” © Luis Othoniel Rosa por “El año 2356” © Rafael Acevedo por “Un cierto resplandor” © Gretchen López por “Otsukimi” © Ana María Fuster Lavín por “Al otro lado, el silencio (la resistencia)” © José Rabelo por “Multiversos” © Pedro Cabiya por “El hábito hace al monje” © Alexandra Pagán por “Horror-REAL” © Efraím Castillo por “Tom the rock” © Isis Aquino por “La metresa, el brujo y el chamán” © Peter Domínguez por “El paseo” © Juan Carlos Mieses por “Noti-tierra” © Vladimir Velázquez por “Terror marciano” © Félix Villalona por “Yo estuve aquí” © Roxanna Delgado Boyá por “Hombres de arena” © Morgan Vicconius Zariah por “Enganchados” © Markus Edjical por “La noche de todos los santos” © Rodolfo Báez por “Molly, el misterio de saturno” © José Miguel Sánchez Gómez por “Duelo al tercer alba” © Yasmín Silvia Portales Machado por “Cuando te piden una foto de la nieve” © Erick Jorge Mota Pérez por “ El precio de la inmortalidad” © Malena Salazar Maciá por “Silencio en la cisterna” © Raúl Piad Ríos por “La función ha terminado” © María de Jesús Chávez por “La alarma de neón rosa” © Daniel Burguet por “Es leyenda” © Abel Guelmes Roblejo por “You are (not) the only one” © Juan Pablo Noroña Lamas por “Proyecto chancha bonita” © Álex Padrón por “Inmensidad, frío…” © Roger Durañona Vargas por “Una batalla en las nubes” © José Alejandro Cantallops Vázquez por “El precio de la grandeza”
Director de la colección: Emiliano Becerril Silva
Corrección: Karla Esparza y Paulina Guzmán
Selección: Yoss, Melanie Pérez Ortiz, Odilius Vlak, Rafael Acevedo
Portada: © Dalton Gata,Untitled (Dream),2019.Cortesía del artista y Galería Agustina Ferreyra, San Juan.
Formación: Lucero Vázquez
D.R.©2024, Elefanta del Sur,S.A.deC.V.www.elefantaeditorial.com@ElefantaEditorelefanta_editorial
ISBN:978-607-8749-77-5ISBN EBOOK:978-607-8978-24-3
Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores.
ANTOLOGÍA DE CIENCIA FICCIÓN CARIBEÑA
PRÓLOGO: YOSS SELECCIÓN: YOSS, MELANIE PÉREZ ORTIZ,ODILUIS VLAK, RAFAEL ACEVEDO
Prólogo.Separados por lo que nos une. Yoss
SECCIÓN BORICUA
Compilación: Melanie Pérez Ortiz y Rafael Acevedo
Breves notas a la selección boricua
Por Rafael Acevedo
Pabsi Livmar
Golpe de agua
Eïrïc R. Durändal Stormcrow
Intergaláctica 2
Luis Othoniel Rosa
El año 2356
Rafael Acevedo
Un cierto resplandor
Gretchen López
Otsukimi
Ana María Fuster Lavín
Al otro lado, el silencio (la resistencia)
José Rabelo
Multiversos
Pedro Cabiya
El hábito hace al monje
Alexandra Pagán
Horror-REAL
SECCIÓN DOMINICANA
Compilación: Odilius Vlak
Breves notas a la selección dominicana
Por Odilius Vlak
Efraím Castillo
Tom the rock
Isis Aquino
La metresa, el brujo y el chamán
Peter Domínguez
El paseo
Juan Carlos Mieses
Noti-tierra
Vladimir Velázquez
Terror marciano
Félix Villalona
Yo estuve aquí
Roxanna Delgado Boyá
Hombres de arena
Morgan Vicconius Zariah
Enganchados
Markus Edjical
La noche de todos los santos
Rodolfo Báez
Molly, el misterio de saturno
SECCIÓN CUBANA
Compilación: Yoss
Brevísima historia de la ciencia ficción en Cuba
Por Yoss
José Miguel Sánchez Gómez
Duelo al tercer alba
Yasmín Silvia Portales Machado
Cuando te piden una foto de la nieve
Erick Jorge Mota Pérez
El precio de la inmortalidad
Malena Salazar Maciá
Silencio en la cisterna
Raúl Piad Ríos
La función ha terminado
María de Jesús Chávez
La alarma de neón rosa
Daniel Burguet
Es leyenda
Abel Guelmes Roblejo
You are (not) the only one
Juan Pablo Noroña Lamas
Proyecto chancha bonita
Álex Padrón
Inmensidad, frío…
Roger Durañona Vargas
Una batalla en las nubes
José Alejandro Cantallops Vázquez
El precio de la grandeza
PRÓLOGO
SEPARADOS POR LO QUE NOS UNEYOSS
EN RIGOR, ESTA SELECCIÓN DE CUENTOS CONSTITUYEuna especie de prueba, para sus hipotéticos lectores…
Escribimos sobre invasiones alienígenas, impactos de meteoritos, plagas globales y otros cataclismos, sí… pero no porque queramos que ocurran… sino para preparar contra ellos a la gente que tendrá que evitarlos… ¡o combatirlos! Tras la pandemia del covid-19, las cuarentenas y con la actual amenaza de que se usen armas nucleares en la guerra de Ucrania, no parece nada fuera de lugar. No nos vendría nada mal alguna que otra intervención divina, sinceramente, para mejorar el panorama en estos duros días. Los tiempos cambian… pero algunas cosas no, por lo visto. Quizás el sino de la humanidad sea vivir siempre en peligro… un peligro, a menudo, generado por ella misma.
Aunque este sigloXXIya esté algo distante de aquellos años 80, cuando muchos de los que hoy peinamos canas (o dejamos cada día más cabello en el cepillo de cabeza, según el caso) nos acostábamos a veces con la angustia de no saber si despertaríamos al día siguiente… en medio de una conflagración atómica entre el Este socialista y el Occidente capitalista —que, por suerte, Gorbachov evitó, con su glasnost, perestroika y demás—; en aquellos 80 del mundo bipolar y al borde del holocaustonuclear, imaginarse una antología del cuento fantástico escrito en el Caribe hispano habría sido como… como pensar en un congreso de ninjas en Polonia. Conste que no dudamos que haya, ahora, algún que otro expertoshinobi, en Varsovia o Cracovia… aunque resulta inevitable la pregunta de si ya serán suficientes como para, al menos, llenar una habitación pequeña.
Esperamos por su bien que sí. O que, al menos, lo sean pronto; en general, las minorías nos respetamos bastante unas a otras… y si escribir fantástico o ciencia ficción en la tierra del reguetón es ser mayoría, que alguien me redefina el concepto, por favor.
Ya entrando en materia, la verdadera razón de ser de este libro es que, en las últimas décadas, en las 3 de las 4 Antillas Mayores donde se habla la lengua de Cervantes (porque la cuarta no nos incumbe: es Jamaica, ínsula angloparlante, por si no están muy fuertes en geografía) ha surgido y se ha desarrollado un fortísimo movimiento de cultivadores del fantástico, en sus diferentes subgéneros.
Cuba ha tenido una larga tradición, y República Dominicana como Puerto Rico, si bien más pequeñas, con menos población y “llegadas más tarde a la fiesta”, ya desde los 80 cuentan con sus propios grupos de entusiastas cultivadores de la vertiente literaria de la imaginación desbordante… o más o menos disciplinada, según el caso. Auténticos visionarios pioneros, como Efraím Castillo en Dominicana, con su novelaInti Huamán, o Rafael Acevedo en Puerto Rico, conExquisito cadáver… Ambos incluidos en la presente selección, por supuesto.
Pero hoy, más que promesa ultra optimista, la narrativa fantástica y de ciencia ficción del Caribe hispanohablante constituye una realidad muy concreta. Como pretendemos demostrar en las páginas que siguen, que se defienden solas.
¿Por qué estas cuartillas introductorias, entonces… y en un libro ya bastante voluminoso? Los prólogos suelen escribirse para justificar o legitimar, académicamente hablando, una generalización, un proyecto, una elección. Para presentarlo o dejar establecidas sus premisas fundamentales. Los prefacios de las antologías, en particular, tratan de convencer a quien lee de por qué no debe perdérselas. ¡Vaya desafío que representa éste, entonces! Porque no pretendemos, ni remotamente, que esta selección llegue, por ejemplo, al nivel de una tan prestigiosa como laVisiones peligrosasde Harlan Ellison, indispensable para comprender el cambio de rumbo que la New Wave y los 60 introdujeron en la ciencia ficción mundial. Ya nos gustaría, ya… bueno, al menos lo estamos intentando, ¿no?
El desafío, en primer lugar, viene de la generalización. Pues ¿cómo sería posible, para cualquiera, por erudito que fuese, definir, ¡y en pocas palabras!, las problemáticas sociales y culturales de tres naciones vecinas y aparentemente tan similares… pero en realidad tan distintas y con trayectorias tan diferentes?
¿Captar la complejidad de la historia dominicana, de hispanohablantes compartiendo la misma isla con una nación francófona y pobrísima, Haití… que ahora les manda oleadas de inmigrantes ilegales, pero antes hasta los invadió y se los anexionó una vez? ¿Y el extraño racismo que permea, por tanto, a una sociedad mayormente mestiza, hacia sus vecinos más oscuros y de muchos menos medios económicos? ¿Tratar de comprender la huella traumática que dejó la sangrienta dictadura trujillista? ¿La influencia del merengue y la bachata, de Juan Luis Guerra y Romeo Santos, pero también del catolicismo y el gagá, en la idiosincrasia popular quisqueyana? ¿O el nuevo boom turístico económico,que hace que cada día lleguen más viajeros al aeropuerto del balneario de Punta Cana que al de la capital, Santo Domingo? ¿Y el creciente predominio del idioma inglés entre las capas más cultas de la población?
O dilucidar la delicada relación amor-odio de Puerto Rico con Estados Unidos, que lleva años haciendo votar a sus habitantes “ni chicha ni limoná”: no por ser libres, ni tampoco Estado con todos los derechos, sino para mantenerse como Estado libre asociado; desconcertante. Tanto como el bilingüismo de muchos de sus habitantes y su obsesión por emigrar a la metrópoli norteamericana, a la que tanto critican, mientras sueñan con la independencia de Borinquén… sintiéndose abandonados a su destino por Washington, olvidados e indefensos ante cada desastre natural que los golpea.
¿O deconstruir el caso particular de Cuba? Hasta 1959, tan cerca del poderoso vecino del Norte… casi su patio trasero, desde que EE. UU. la “liberaran” de la corona española en 1898, estafando la libertad y la autodeterminación a los patriotas mambises que llevaban 30 luchando contra el poderío colonial ibérico, determinando casi seis décadas de seudorrepública, con mandatarios siempre dóciles a los dictados de la Casa Blanca. Y luego, desde el triunfo de la revolución, con Fidel, giro radical: siempre enfrentada ideológicamente al imperio del dólar. Es decir: contra toda probabilidad o tradición, alineándose política y culturalmente con la URSS y el resto del Pacto de Varsovia en el sueño utópico de construir al hombre nuevo y el comunismo… hasta el punto de que, a más de tres décadas de la caída del muro de Berlín, todavía somos, para bien o mal, junto a Corea del Norte, China y Vietnam (pero, ya se sabe lo que dicen los rusos: Asia es un asunto complicado) los únicos países del globo que siguen reivindicando las ideas de Marx y Lenin… aunque se hayan demostrado económicamente inviables, pese a su indiscutible atractivo de justicia social: ¡el hombre nuevo nunca surgió!
En todo caso, seguimos sufriendo el durísimo bloqueo-embargo financiero-comercial estadounidense… además del que generan la obstinación mental y paranoia de nuestros propios dirigentes, acomodados en la posición de la fortaleza sitiada, mientras el pueblo sufre cada vez más carencias y ni siquiera puede quejarse, so pena de ser acusado de ingrato, traidor y contrarrevolucionario.
Uh… citando un célebre refrán popular que también repitió Barack Obama al visitar Cuba en 2014 (y fue el primer presidente norteamericano en hacerlo, en más de medio siglo): no es fácil.
Pero igual vamos a intentarlo, claro. Que para eso estamos.
Archipiélagos, un popular programa de la radio de Miami, que nos entrevistó por teléfono en 1999, durante nuestra estancia de cuatro meses en Barcelona, tenía un lema muy paradójico… que tal vez por eso mismo siempre nos pareció ideal, precisamente para describir la situación de la narrativa fantástica en el Caribe hispano: “Unidos por lo que nos separa, separados por lo que nos une”.
Probablemente, la respuesta original de esta especie de adivinanza fuera el mar; ese límpido Caribe cuyas cálidas ondas bañan a Cuba, Puerto Rico y República Dominicana.
Pero podemos también hacer extensiva esa condición de unir-separar, tanto al lenguaje, ese rico idioma castellano que heredamos de los conquistadores ibéricos… como al pasado común de siboneyes, taínos y luego africanos y chinos.
Así como a la relación particular de estas tres islas, primero, con Estados Unidos y luego, y mediada por esos mismos, con el resto de Occidente. Incluida la extinta URSS, en el caso particular cubano.
Sin discusión, como pueblos mestizos que somos todos, racial y culturalmente, boricuas, cubanos y dominicanos tenemos idiosincrasias asombrosamente similares: compartimos el humor y el gusto por las chanzas, la fiesta y el baile… cierto rechazo instintivo al trabajo duro y admiración hacia el que puede vivir evadiéndolo. Además de esa capacidad tan útil para poner al mal tiempo buena cara, hacer de la necesidad virtud y sobrevivir, ¡nadie sabe cómo!, a los peores predicamentos, plagas, ciclones, guerras, bloqueos y otras crisis…
En fin, igual que tantos latinos…
Salsa y merengue, rumba y plena, perico ripiao, danzón y dominó, ron, baseball y boxeo… incontables son las cosas que nos unen aún más a los isleños, además de nuestro pasado indígena, escindido entre descendientes de arahuacos y feroces caribes, incursores y antropófagos. Casi todos exterminados en pocos años… por lo que los ávidos españoles tuvieron que importar resistentes esclavos negros de África para trabajar en las plantaciones. Ellos, además, trajeron sus mitos y religiones, con lo cual introdujeron así otro elemento clave en el rico crisol caribeño.
Nuestras cocinas y dietas, tan mestizas como nuestro genoma, son, encima, tan parecidas como nuestra manera de enriquecer el español con sonoras, pintorescas y muy distintas expresiones locales, para designar platos y/o frutas equivalentes: mofongo, mangú, ajiaco, tostones, sancocho… papaya, frutabomba, lechosa, mamey y/o zapote. O de incorporar el inglés, acriollándolo, con términos como fotingo, pariguayo o guagua.
No quiere decir que no haya boricuas que no bailen ni dominicanos que odien la bachata y a Romeo Santos. O cubanos, ¡muchos, muchísimos!, que no viven en la isla, sino en Miami y juran no regresar nunca… o, al menos, mientras no cambie el sistema político actual, que parecetener para rato. Pero, al igual que los autores del fantástico, esos son sólo la excepción que confirma la regla.
El caso es que, vivan donde vivan y piensen como piensen, un boricua, un dominicano y un cubano de mediana cultura siempre podrán entenderse fácilmente, gracias al milagro de la lengua compartida. Sólo hay que esforzarse un poquito, abstenerse del sabroso color local, buscar el aséptico tono neutro del español literario… o de traducciones.
Las únicas ciudades del mundo en las que no nos hemos sentido extranjeros, incluso al estar fuera de Cuba, son San Juan y Santo Domingo; y no es casual…
Sería de esperarse, entonces, recordando también aquel poema boricua que dice “Cuba y Puerto Rico son / de un pájaro, las dos alas / reciben flores y balas / en un mismo corazón” que pueblos tan similares y con tantos puntos en común, gracias a sus historias de enfrentamientos y alianzas con las metrópolis, empezando por España y terminando por el poderoso vecino del norte, fueran naciones realmente hermanas, cada una muy al tanto de lo que ocurre en la otra, social y culturalmente. Una unidad idiosincrática, además de geográfica.
Por desgracia, no ocurre para nada así. “Separados por lo que nos une, unidos por lo que nos separa” también funciona como una especie de maldición, por lo visto. Paradójicamente, resulta que, al menos para el fandom caribeño, el mar resulta una barrera solidísima. Casi insalvable, de hecho; tanto, que los antillanos miramos siempre a los centros… y no unos a otros, aunque vivamos todos en la periferia.
Los autores de fantasía y ciencia ficción de las islas del Caribe estamos así, ¡deliciosa ironía cultural!, mucho más al tanto de lo que se escribe, premia y publica en las metrópolis norteamericana y británica del género, que de lo que sucede en nuestras ínsulas vecinas. Máspendientes de quién ganó el Hugo, el Nébula o el British SF Award, que de quien obtuvo el David, el Hydra o La Edad de Oro de este año, por mencionar simplemente a los premios cubanos todos…
Nos mantenemos al día sobre las últimas películas y series de fantasía y ciencia ficción de Hollywood y Netflix, pero lamentablemente ajenos a las producciones audiovisuales fantásticas de nuestros mucho más cercanos vecinos caribeños, que no siempre son de menor calidad. Es que, por cortas que sean las distancias, los libros y los filmes parecen no saben nadar… y a los distribuidores comerciales tampoco les interesa que aprendan: si algún título cruza el Canal de la Mona, entre Borinquén y Quisqueya, o llega a Cuba, es sólo por una de estas improbables circunstancias… o, más bien, cadenas de coincidencias: que un libro gane el premio Casa de Teatro que convoca Freddy Ginebra en Santo Domingo, o el Casa de Las Américas en La Habana… o al menos sea finalista, como le ocurrió aExquisito cadáver, de Rafael Acevedo, indiscutible grande del género en su patria… y muy poco conocido fuera; que amigos que viajen al país donde se publicó (rara vez en grandes tiradas) traigan un ejemplar y éste circule de mano en mano: así fue como muchos cubanos conocieronExoplanetas, un audaz libro de cuentos del dominicano Odilius Vlak, oFuturos en el mismo trayecto del sol, la primera antología de la ciencia ficción de la misma isla.
Y ahora, en la época de los libros digitales, queda también la opción de enviarlos por e-mail o WhatsApp, o descargarlos de alguna biblioteca electrónica. Aunque muy pocos títulos del fantástico caribeño tienen el privilegio de aparecer en las listas de Amazon u otras librerías virtuales… y también, seamos sinceros: entre una novela multipremiada, comoEl problema de los tres cuerpos, del chino Cixin Liu y un libro de cuentos delcubano Yoss… ¿cuál elegiría, la mayor parte de los lectores antillanos, para gastar su platita, tan duramente ganada, pasando un buen rato?
Es obvio, ¿no?
Pero no hay mal que dure eternamente… si se le trata de poner coto, sobre todo. Desde el 2014, generosos académicos portorriqueños, como Melanie Pérez Ortiz, han intentado solucionar este aislamiento entre vecinos convocando a un congreso anual en San Juan, oportunidad única para discutir y reflexionar sobre el fenómeno del fantástico caribeño para muchos en plenoboom, actualmente. A los debates de sus ya varias ediciones hemos acudido dominicanos y cubanos, pese a las sempiternas trabas migratorias que nos pone el gobierno estadounidense.
Sin embargo, si el prócer José Martí dijo “subir lomas hermana hombres”, los escritores del género… y resulta que, en el fandom, casi cada autor fue antes un lector entusiasta, ¡muchos aún lo siguen siendo!, pensamos que más los hermanaleer los mismos libros. Leerse mutuamente; retroalimentarse. Descubrir cuánto en común tienen nuestras poéticas y estilos con los de los hermanos de otras ínsulas cercanas… así como en qué se diferencian, y qué podría enriquecernos de su enfoque dramático o lingüístico.
Porque somos un género con un tremendofeed back… lo que constituye sólo una manera muy sofisticada de decir que siempre estamos dispuestos a aprender unos de otros: quien copia a uno, plagia: quien copia a varios y lo mezcla bien, pasa por original. ¡Si sabremos bien eso, los caribeños!
Este libro fue, por tanto, un proyecto y un sueño compartido del fandom antillano hispano parlante, durante hace casi una década. Una aspiración de unidad y diferencia que sólo ahora hace posible el interés, la generosidad y la confianza de una pequeña, pero laboriosa editorial mexicana… país caribeño, también… al menos, parcialmente; que nadie lo olvide. Y, por supuesto, también producto del impulso de la Editora Nacional de República Dominicana.
En estas páginas, y por primera vez, demiurgos cubanos, dominicanos y portorriqueños compartimos un espacio de creación común. Nos leeremos unos a otros, con sumo interés. Examinaremos nuestras historias mutuas, nuestros diversos estilos. Nos mediremos en el espejo de las obsesiones de nuestros colegas antillanos, para descubrir cuántas compartimos: el pasado mágico aborigen, la sufrida presencia de la negritud, el mestizaje y el racismo; las lacras del machismo y la violencia de género; la tragedia de la emigración, económica o política. Rasgos todos de una identidad aún en construcción, en eterno conflicto entre América, Europa y esa otra América que siempre ha tratado de robarse la palabra (un hábito es un hábito, suponemos), como si en vez de apenas la tercera parte de la del Norte, fuesen la única o, al menos, la que más cuenta.
Aun así, éste no es un tomo sólo para creadores. Nada de elitismo, de cuentos de escritores para escritores; ni remotamente. La lectora y lector caribeño… o latinoamericano, o español… o hispanoparlante de cualquier parte del mundo, encontrará aquí, mezcladas con caribeña sabrosura, ciencia ficción, fantasía heroica, mezcla de ambas y textos fantásticos en el más amplio y tradicional sentido de la palabra: para todos los gustos. Mitos aborígenes y/o africanos, mezclados con leyendas campesinas y revueltas conhard boiledy ciberpunk; ese subgénero que en nuestras naciones está experimentando un segundo auge, casi medio siglo después de que sus creadores Gibson y Sterling lo declararan oficialmente muerto. Porque ¿no somos, acaso, en tanto que países dela periferia, paradigma vivo de los lemas que definen esa corriente: alto nivel tecnológico conviviendo con bajo nivel social? ¿Modernidad desaforada mano a mano con la más rancia tradición… y hasta superstición? Aquí el fan más convencional encontrará historias de alto vuelo poético, ambientadas medioevos genéricos de la fantasía épica. En universossteam punken los que se mezclan, armónicas, magia y tecnología. O en islas enrarecidas por apocalipsis y diversos orígenes… sin olvidar a los zombis o la conflagración nuclear, claro.
Junto con textos fantásticos pero políticamente comprometidos, que diseccionan los fenómenos de la emigración y el desarraigo, problemáticas de tanta actualidad y tan consustanciales a nuestras nacionalidades antillanas. Al igual que el reto mediático cotidiano de la interfase entre individuo y colectivo: la fama, los noticiarios, las redes sociales en las que todo pueden ser famosos por cinco minutos, al mejor estilo de Andy Warhol, entrehaterseinfluencers, polos opuestos que acaban tocándose, a menudo.
En cuanto a los aficionados a la experimentación literaria, de mente más amplia, también podrán saborear ucronías bien fundamentadas y terroríficos homenajes a Lovecraft y su estética, junto con ambiciososworldbuildingsdespaceópera, ya sea en el cerca o (relativamente Saturno) o de franca colonización galáctica. También coloridos pastiches de español caribeño con lenguaje tecnofuturista y hasta incursiones en los paraísos artificiales mediados por fantásticas drogas… como ¡sapos alucinógenos!
En estas páginas laten distopías de infertilidad general y reflexiones casi cuánticas sobre el multiverso. Ucronías romanas en el Caribe y divertidas reflexiones sobre la ingeniería genética… y la zoofilia. Chamanismo urbano y recreaciones de ambiente nipón futurista. Agujeros negros al final de la historia de la Tierra… y mucho más. O sea, un buen botón de muestra. Un poco de todo, y todo mezclado, a menudo con grandes dosis de humor; justo como es nuestro Caribe.
Sin amiguismos ni privilegios para nombres ilustres. Pedimos muchos cuentos… rechazamos unos cuantos. El único criterio que ha primado a la hora de elegir los textos que siguen es el de su calidad literaria e imaginativa. Y que sus autores estén escribiendo ahora mismo; ésta no es una selección de éxitos de los clásicos y/o vacas sagradas del género, ¡que hasta en las Antillas los hay ya!, aunque alguna haya que incluir, sino sobre todo un termómetro de lo mejor del fantástico y la ciencia ficción que se escribe y publica ahora mismo en el área insular hispanohablante. No incluimos relatos de amigos o de novias o novios de amigos… al menos, no por el simple hecho de serlo en primer lugar. Sólo textos de fabuladores todos por derecho propio. Y ni siquiera los que más nos gustaron, sino los que nos parecieron mejores. Y tuvimos en cuenta no sólo ideas originales… sino también tratamiento argumental y estilo lo más profesionales posibles. Queríamos un libro que a todos nos diera gusto leer, y del que estar orgullosos. Una piedra fundacional, un listón bien alto: así que hemos elegido lo mejor de lo mejor de tres islas. Y eso significó delegar responsabilidades: para elegir los textos deRD, en Odilius Vlak; para los dePR, en el dúo Melanie Pérez Ortiz-Rafael Acevedo. Y si había mejores opciones… no las conocemos.
SECCIÓN BORICUA
POR RAFAEL ACEVEDO
ESTOS RELATOS FANTÁSTICOS DE BORINQUÉN, QUE LEErán a continuación, no existirían sin precursores; examinémoslos.
La primera narración portorriqueña que puede considerarse contiene trazas de fabulación científica esLa antigua sirena(1862), de Alejandro Tapia. Se trata de una “leyenda”, donde el autor incluye reflexiones sobre la filosofía de la ciencia, entre hornillos, crisoles, tubos y matraces.
Claro, unos veinte años antes, un periodista español, José Salas y Quiroga, ya había realizado una caracterización de nuestra isla que no debemos dejar a un lado: “Puerto Rico es como el cadáver de una sociedad que no ha nacido”. Así que la metáfora del zombi nos es muy familiar. Tapia luego la retomaría en susPóstumos(1872-1882) “sátiras fantasmagóricas”.
Pero habría que esperar a losCuentos Populares(1914) de Pablo Morales Cabrera, para leer una colección de relatos cuyo fin fuese, precisamente, instruir a los lectores en las disciplinas científicas, de modo que abandonaran las falsas creencias. Sin embargo, todavía aquello tampoco era auténtica ciencia ficción.
Cuando Steve McQueen y Aneta Corsaut huían de la gelatina voraz enThe Blob(1958), primer fin protagonizado por el luego célebre actor de películas de acción, yaWashington Llorens publicaba sus relatos de ciencia ficción en elPuerto Rico Ilustrado. Pocos años después, 1960, los reúne enLa rebelión de los átomos, primera colección de cuentos de dicho género de un autor puertorriqueño.
Para más antecedentes, habrá que leer otros libros. Aunque se pude dar por cierto que, hasta los cuentos de Pedro Cabiya,Historias tremendas(1999), o la primera novela de ciencia ficción en Puerto Rico,Exquisito cadáver(2001), de quien estas líneas escribe, pasaron algunas décadas. Es sólo en este sigloXXIque el género adquiere carta de autoridad. De esa familiaridad entre escritores y lectores, nace esta antología.
Como en toda selección, resulta determinante el gusto personal; en el caso que nos ocupa, podría discutirse hasta la propia denominación del género: nadie sabe, a ciencia cierta, lo que es ciencia ficción. Valga la redundancia.
Para Brian Aldiss, uno de esos autores que la crítica especializada llama maestros del género, la etiqueta se presta a varias confusiones, desde su misma creación. Dado que cobija a muchos creadores diferentes bajo la misma bandera. A menudo, también, se ha cargado de significados peyorativos. Así, el escritor británico ofrece una solución salomónica a ese desorden: propone olvidarse del término ciencia ficción y denominar ese corpus textual simplemente como surrealismo. Sin duda, Aldiss no era muy bueno aclarando cosas. Su propuesta sólo podría crear más caos.
Yo, por mi parte, y sin tomar en consideración que provengo de un pequeño país-satélite flotando en el Caribe, voy a proponer una analogía que acabará con estas discusiones académicas. Me explico: si las necesidades mínimas para producir la fusión se llamanCriterios de Lawson, y son criterios de densidad iónica y tiempo mínimo de confinamiento necesario, entonces, por analogía, las necesidades mínimas para producir ciencia ficción podrían llamarseCriterios de Aldiss, y serían: 1) densidad onírica; 2) fusión tecnológica, y 3) tiempo mínimo de desarrollo.
Debo admitir que desde hace mucho tiempo, incluso antes de la caída del muro de Berlín, ya pensaba que uno de mis escritores favoritos, Walter Benjamin, había intuido y quizás demostrado que la imbricación entre el surrealismo y algún modo particular, sistemático, de interpretación de la realidad, era un develamiento importante y políticamente significativo.
He podido leer en Benjamin una suerte de anime, con una carga que ni siquiera Mamoru Oshii es capaz de repetir. Es suficiente verTenshi no tamago[El huevo del ángel] para tener una idea de cómo la mitología, el sueño, la metáfora, son los modos más apropiados de anticiparse al presente.
Vivimos en un universo de ciencia ficción. El mundo es ya postapocalíptico. Sin embargo, es la belleza de las imágenes lo que nos permite apurar el trago y entender que, creando esa visión cuasi futurista, hablamos y analizamos el pasado y el presente. ¿De qué otro modo podría ilustrar la concepción de la historia del intelectual alemán? Quiero decir, ¿no es un tantomanga,dibujo caprichoso, su alegoría?
En suTesis de Filosofía de la historia, Benjamin ataca la concepción positivista de esta ciencia como sucesión cronológica de eventos, ilustrándola con un panorama desolador de la mano de Paul Klee:
Hay un cuadro de Klee que se llamaAngelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojosestán desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas.
Y éste deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única, que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies.
Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso. (Walter Benjamin, “Tesis de Filosofía de la Historia”, enDiscursos interrumpidos I, Taurus, Madrid, 1971, p. 9.)
Creo que, complementado por la tesis con Benjamin, lo antes dicho por Brian Aldiss ya no suena tan simplista. Pero aun así la idea del buen Brian supone una explicación amplia para la que no tenemos espacio ni tiempo; dejémoslo estar, pues.
Los nueve autores cuyos textos se incluyen aquí: Durandål, Rosa, López, Fuster, Rabelo, Cabiya, Livmar y Acevedo, han escrito ciencia ficción y fantasía con regularidad. En ellas y en ellos vemos una representación de parte de la historia literaria del género no realista en Puerto Rico.
En todos los relatos se presentan las reflexiones, tan caras al género, sobre las fronteras de lo humano y los imaginarios sobre el fracaso de la modernidad proyectados al futuro. Desde un gato viajando por la Vía Láctea con un humano extraño y el horror de losreality showdeTV, hasta la redacción de novelas radiotelescópicas, lasnoches lavanda o los Orishas eléctricos, la ciencia ficción en Puerto Rico es ya un género familiar en las letras, que se derrama más allá de todas las definiciones duras.
Soy consciente de que propongo unos criterios nacidos, sinceramente, más bien del capricho personal. Pero siempre pueden usar armas nucleares y construir otro mundo, si les place.
Pabsi Livmar
(Peñuelas, 1986)
Es una delgada y enérgica boricua de rizada y abundantísima cabellera que estudió Lenguas Modernas y Traducción. Así que se gana la vida profesionalmente vertiendo documentos jurídicos al español y subtitulando películas. Además, es percusionista y estudiosa de los juegos de tablero con temática fantástica para la enseñanza. En la literatura, se ha dedicado a escribir libros de texto y de divulgación científica para jóvenes. Su novela de ciencia ficciónEl visitante de las estrellas(2017) obtuvo el X premio de Literatura Infantil El Barco de Vapor. ¡Fue la portorriqueña más joven en ganarlo! Tambiénha publicado el libro de cuentos fantásticosTeoremas turbios(2018), al que pertenece el relato que incluimos aquí. Como bloguera, mantiene el sitiowww.pabsilivmar.com
No nos ha sido posible, ni lo hemos querido, ser islas; los justos de entre nosotros, ni más ni menos numerososque en cualquier otro grupo humano, han experimentado remordimiento, vergüenza, dolor en resumen, por culpasque otros y no ellos habían cometido, y en las cualesse han sentido arrastrados, porque sentían que cuantohabía sucedido a su alrededor en su presencia,y en ellos mismos, era irrevocable.
Primo Levi,Los hundidos y los salvados
UN PASO EN FALSO Y CAÍAMOS AL OTRO LADO DEL UMbral que nos separa de la muerte. A fuerza de pesadillas, nos habíamos dado cuenta de que contra el gobierno no hay victoria. Nunca.
Precisamente por eso, la lluvia al otro lado de la ventana en cristal era fuerte y dura, y las gotas caían como témpanos de hielo al primer rayo de sol. Siempre me gustó su olor, los augurios de mejores tiempos que encerraba cada chaparrón. Recuerdo cuando así era. Podría permanecer largo rato allí parada, frente a la ventana, escuchando el agua caer y el cielo atragantarse en lágrimas. Más que nada, podría quedarme allí ensordecida, enajenada del mundo y recordando cómo era eso de jugar bajo un aguacero.
Rara vez había lloviznas espaciadas, por eso habíamos aprendido a afrontar lluvias y vientos con distintas mañas: teníamos vigilantes de nubes, que nos avisaban cómo se desplazaban por el cielo; habíamos construido un refugio sólido, impenetrable y a prueba de agua; sólo nos bañábamos una vez en semana, por turnos, luego de calentar y recalentar el agua de lluvia, para matar y rematar los microorganismos; y teníamos un invernadero interior, que a veces daba buenos frutos, pero donde últimamente se caían más flores de lo usual y, con ellas, nuestras esperanzas de alimentar la comunidad rebelde.
Teníamos una lista extensa de instrucciones a seguir, más de supervivencia que de convivencia, cuya regla más venerada era procurar que nadie estuviese fuera del refugio cuando las aguas se descargaran.
—Ya es hora —anunció C., cuando escuchó el ruido de los primeros truenos.
Oí a C. pedirles a las mujeres que calentaran agua. Tomé la mano de T., el niño enfermo, y apoyé la otra sobre su frente. Estaba empapada en sudor, pero T. no se movió ni dio señales de vida. Tenía la piel helada y apenas parecía respirar.
Así comenzaba la etapa final de la propagación del primer virus: la tercera y última fase tardó un máximo de cinco atardeceres en completarse. El sistema inmunológico de T. era más que fuerte: era indescriptible. La oscuridad había entrado en él lentamente; ningún adulto de nuestra comunidad había sobrevivido tanto. El proceso estaba por llegar a su fin.
C. me acercó el purrón.
—Esto ayudará.
—Gracias.
Se fue al otro extremo de la habitación, a mirar desde la puerta y cerciorarse de que nadie saliera de allí hasta que hubiésemos terminado. Envidiaba que pudiera alejarse. A mí me tocaba quedarme y empapar a T. con agua caliente. Temperatura corporal menos dolorosa… o más llevadera, al menos; ese era su último regalo y lujo. Mientras le acariciaba con los paños húmedos las llagas que se le habían formado en la piel, hice el conteo regresivo.
Dieron las 5:00 y cayó el aguacero. T. despertó de su trance y comenzó a llorar suave, como lo hacen los niños cuando se mueren de miedo. Levantó un poco un brazo, pero ni eso pudo sostener en el aire.
Estaba tan débil que ya apenas tenía control sobre su cuerpo.
—Mami, por favor, no.
M. apareció de entre las sombras. Su rostro acongojado a duras penas podía transmitir el dolor que llevaba dentro. M. era una mujer con agallas; ella misma se ofreció a hacer el trabajo sucio. Pero, en ese momento, vi resquebrajarse su temple. Se dejó caer cerca de su primogénito y lloró, gimiendo preguntas que ese día no merecían respuestas.
No lo tocó, ni siquiera fue capaz de mirarlo.
Una de las mujeres que nos servían de compañía la tomó por los hombros.
—No puedes hacer esto ahora. Debemos salvarlo.
Afuera, el sol se escondía entre nubes y el horizonte. La mujer apretó los puños y lloró aún más fuerte. ¿Por qué a su hijo? ¿Por qué? ¿Por qué no estuvo más pendiente a las señales? ¿Por qué no a ella?
—Apúrense o no quedará nada.
Miré a C. con la peculiar mirada de rabia y amenaza que le regalo cada vez que abre la boca para decir una de las suyas. A veces se muerde el labio inferior, cuando seda cuenta de que hace mal. Esa vez mantuvo el rostro serio. No se retractaría. Volví a mirar los paños tibios con los que calentaba al niño. Porque, después de todo, C. tenía razón y yo no tenía por qué suavizar la cruda verdad de su comentario.
Sólo desearía que, de vez en cuando, no nos obligara a observar el abismo. Igual que todos los que nos acompañan en el refugio, en algún momento llegué a pensar que se le había muerto la empatía. Pero luego me di cuenta de que su problema era exactamente el opuesto: que tiene demasiada, y mostrarnos la realidad tal cual nos tocó sólo era una de sus muchas corazas.
M. se compuso y dejó de prestarle atención al cuerpo de su hijo. Fijó la vista humedecida a la ventana que mostraba las aguas y los rayos.
—Tápenlo. Será más fácil así.
C. emitió un chasquido e, impaciente, comenzó a golpear el suelo con la punta de las botas. Volví a mirarlo. Sus actos traicionaban esa parte de él que sí es inhumana. No me prestó atención, ni siquiera pareció haber entendido mi lenguaje corporal. Hizo gestos faciales y con las manos que sólo tenían una interpretación:
“No pierdan más tiempo”.
A las 5:16, T. tenía el rostro cubierto con una bolsa de papel y lloraba tan fuerte que todas las mujeres, excepto M., nos contagiamos con su llanto. A las 5:17, se desarmó en alaridos, retortijones y gritos demoniacos… hasta que su madre le clavó y retorció el puñal en el pecho.
Fue sólo cuando por fin cesaron los sonidos bestiales, y el cuerpo de T. se volvió gris, que la madre se dejó caer al suelo y se cubrió la cara con las manos ensangrentadas.
La vida está llena de caminos oscuros. De una forma u otra, todos los entrevemos, sabemos que existen… pero no es sino hasta que nos obligan a recorrer alguno de ellos que comprendemos realmente cómo son. Cuán llenos están de dolor, y vacíos y anhelos. Y tristeza.
Ay, cuánta tristeza.
M. había entrado a un camino oscuro que C. y yo conocíamos bien.
C. se acercó al baquiné lúgubre y desenvainó la espada que siempre carga en la espalda. Era hora de su ritual.
M. sabía lo que venía y trató de detenerle las piernas a gritos y golpes. Las mujeres lograron aguantarla, pero noté destellos de odio en sus ojos, cuando todas miraron a C., como si él fuera el enemigo.
C. primero cortó la cabeza. La bolsa le impidió rodar por el piso, que pronto se volvió un lago de sangre púrpura. Después, cortó el pie derecho del cadáver. Sólo hace eso cuando se trata de niños. Sin siquiera dirigirme la mirada, nos dio la espalda. Abrió las puertas de la habitación y sentí su torbellino de emociones en mí.
Él no lo sabe, nunca se entera, ni siquiera tiene la más mínima sospecha de que eso me pasa.
Me olvidé del cadáver y de la madre en duelo. Me olvidé de los chorros de sangre perdiéndose a burbujas y borbotones, y de los gritos. Yo también me fui, aunque no seguí sus pasos.
Él se dirigió al cuarto de armas, a amolar el cuchillo que usaría al despuntar la mañana. Yo me fui a la parte de atrás del invernadero, donde cuelga mi hamaca.
Había ayudado a matar otro niño. Pronto sólo quedarían sus ropas sobre el cuerpo de H. o R. o J. F. o cualquiera que de milagro llegara de otros refugios. Yo quería treparme en mi hamaca, mecerme mientras miraba el techo y estar sola.
Las llaves que cayeron sobre mí me despertaron de un sobresalto. No había abierto los ojos y ya estaba en pie, navaja en mano. C. esbozó una sonrisa de burla cuando sintió el filo pincharle la yugular.
—Necesitamos madera.
Me tragué los insultos y guardé la navaja en la carcasa que hice para ocultarla en la parte interior de mi antebrazo. Todavía no se colaba la mañana por los tragaluces del invernadero.
—¿Qué hora es?
—La lluvia va hacia el sur. Quizás tengamos varias horas de calma en lo que forman nubes nuevas.
—Olvídalo. No voy a salir hoy.
Retomé mi posición en la hamaca. C. esperó a que terminara de acomodarme para cortar con el machete una de las sogas que la sostenían.
—Lamento interrumpir tu duelo pendejo, pero tenemos trabajo que hacer.
Por un segundo quise sacar de nuevo la navaja y clavársela en la frente, hacer algo que le hiciera sufrir lo mismo que él me hacía sentir. Pero me deshice pronto de esos pensamientos. No me quedaba nadie más que me obligara a destruir mis barreras y volver a poner los pies en la tierra.
Miré a las personas que se congregaban más allá del invernadero, porque me daban fuerzas para continuar. Sin contar alguno que otro cano que aún sobrevivía, somos gente de colores oscuros en el cabello, la piel y los ojos.
Recuerdo claramente la ley aprobada contra nosotros, los de abajo: 1 L.P.R.A. §§ 528, 529et seq., 530 (Ley Especial de Ajuste Civil, mejor conocida como la LeyEAC). Nos pusieron en la Constitución, sí… detrás de los pacientes del sida, en el mismo capítulo, quizás por las deformaciones que sufrimos a flor de piel cuando nos toca el agua contaminada.
Los fallos en nuestro sistema comienzan en la raíz, en aquello que se hace llamar justicia.
Algunos de los refugiados dormían plácidamente y sus ronquidos eran lo único que perturbaba de la noche. Otros exhibían grandes ojeras: incapaces de conciliar el sueño, velaban, con los ojos fijos en las esquinas de la puerta principal, el techo y las ventanas.
Cualquier gotera pasada por alto podría acabar con la vida de alguien más. O de todos. Me atrevo a decir que, desde hacía un tiempo, en las noches nadie se hundía en tinieblas y sueños horripilantes, porque la realidad era aún peor. Además de las lluvias y los cielos rojos, en ciertos sectores de la isla sólo quedaba un olor nauseabundo en el aire. En su momento, todos aportamos teorías sobre lo que sucedió, y cómo sucedió, pero sin verdadero acceso a la información, no pasamos de simples especulaciones, torpes intentos de descifrar los misterios.
La crisis económica y la mala administración nos sentenciaron a un destino nefasto. En el 2015 comenzó la debacle. El gobernador de entonces anunció que la deuda era impagable y, como efecto dominó, las acciones de los bancos puertorriqueños sufrieron una caída bochornosa en Wall Street. Se dieron los primeros cierres de gobierno y el porciento de exiliados a los Estados Unidos aumentó. Los pequeños negocios empezaron a quebrar en cascada, mientras se construían más y más edificaciones paragrandes cadenas. The Mall of San Juan abrió sus puertas y se reconstruyeron aceras con mosaicos, para gente que podía darse el lujo de vivir en lugares como Paseo Caribe.
Algunos legisladores redactaron proyectos de leyes que beneficiaban más a los que ya tenían mucho que a los que necesitábamos el dinero de las subvenciones para vivir. Poco a poco, se difundieron los rumores de que, en menos tiempo del imaginado, la isla se convertiría en un paraíso exclusivo para ricos. La Ley 22 no fue más que una invitación para que ciudadanos estadounidenses acomodados se domiciliaran aquí, sin impuestos sobre las plusvalías.
El caos era tal que incluso quienes se movían en laAMAmantuvieron silencio por días. Pasaba tanto que no pasaba nada.
A raíz de la terrible sequía que sufrió la isla por meses, en agosto de ese mismo año dio inicio el primer proyecto de siembra de nubes, en los embalses de Carraízo, La Plata y Cidra. Por unos $66 000 mensuales, la empresa Seeding Operations and Atmospheric Research (SOAR) se encargó de calmar la sed de la tierra.
Lo que nadie imaginaba eran las medidas de economía que desde entonces se cocían en la Legislatura y entre las cámaras de El Capitolio y La Fortaleza.
El segundo proyecto de siembra de nubes comenzó unos años después, cuando las clases sociales se habían distanciado aún más y la zona gris entre ellas se había esfumado a otros nortes o se había consolidado a uno u otro lado.
Esta vez, para proteger el dinero del pueblo, que está revestido del más alto interés público, junto con el cloruro de calcio, el hielo seco y el yoduro de plata mezclaron patógenos de los virus EAC1 y EAC2. Las aguas infectadas cayeron sólo en zonas poblacionales específicas.
Las aguas se desgarraron sobre nosotros.
—¿Tienes todo? —le pregunté a C., mientras me ajustaba al cuello el cordón de la capa impermeable.
—Obvio.
Agarré las llaves del suelo y le extendí la mano.
C. se volteó y empezó a caminar.
—Levántate sola.
Soy la única en el refugio que conduce la vanbig foot. Cuando cruzamos los portones de hierro, lo primero que nos encontramos es una marisma que nos separaba de Trablenke, una especie de gueto donde almacenan los cuerpos de los trabajadores que convirtieron, de Río Piedras, Hato Rey y Santurce. Lo han dividido en dos secciones: la principal, donde están las barracas de descanso de los cuerpos… y los hornos donde queman a aquellos trabajadores que, por la descomposición, ya apenas si les quedan funciones motoras útiles; y la posterior, el campo de exterminio propiamente, donde llevan a los rebeldes capturados, para convertirlos en trabajadores.
Sólo los encierran en una jaula enorme y sin techo, a esperar la lluvia.
En nuestra ruta apenas podíamos ver de lejos la segunda sección, como un recordatorio constante de lo que tarde o temprano nos espera. Había grandes faroles que iluminaban el interior de la jaula.
Para que, incluso a oscuras, pudiéramos ver a los próximos en convertirse.
Esa madrugada únicamente había dos hombres jóvenes en el centro, ambos chillando a viva voz, y una mujer sentada en una esquina, derrotada, inerte; desde ya, muerta en vida.
—Quítate esa cara de idiota triste.
—Déjame en paz, C.
—A ver, dime. ¿Qué te agobia tanto, que estén allí encerrados o que nosotros estemos acá afuera, sin poder hacer nada? —C. cambió el tono de su voz a uno de aflicción aguda y se puso la mano sobre la boca, fingiendo sorprenderse por algo—. ¿O será que todavía piensas en T.?
Apreté el acelerador y el volante tembló un poco, como si de pronto la van entera hubiera perdido el control que yo tan cuidadosamente trataba de mantener.
—Ay, sí, eso es. Pobrecita.
—¡Era un niño, C.! ¡Un niño!
C. le dio un golpe al panel de la puerta.
—¡Te equivocas! Era el cuerpo de un niño enfermo. Allí no había nada más que conexiones nerviosas asimilando lo que sucedía. T. murió mucho antes. Estaba muerto desde que le cayó encima la llovizna.
—Cállate.
—Eres una pendeja. Sabes lo que se tiene que hacer y no lo estás haciendo.
—¿Que yo qué? ¡Claro que sí hago lo que tengo que hacer!
—Mentira. No haces un carajo.
—Tú estás bien equivocado. Hago mucho más que tú.
—¿Ajá? Cuéntame más sobre eso.
—Mato y permito que maten porque sé que hay que hacerlo.
—¡Pero dudas! ¡No puedes dudar si quieres sobrevivir! ¿Quieres sobrevivir? ¿Quieres que sobrevivamos?
Maldije en voz baja, como si me alejara y caminara en un valle remoto y sombrío. Implacable, C. volvió a poner el dedo en la llaga.
—No puedes dudar, no hay puntos medios. O sobrevives o te echas a morir. Pendeja.
C. estiró el brazo hacia atrás y trajo una olla con sangre seca a su regazo. Del interior del chaleco sacó el pie que cortara del cadáver de T.
—Ay, por favor.
—Cállate —respondió, con el mismo tono que yo uso. Y sacó la cuchilla que guarda en el antebrazo.
Si no se hace bien, pelar cualquier carne hasta el hueso es un proceso que fácilmente arma estropicios. Pero C. había perfeccionado la destreza de pelar los dedos y otras extremidades de los muertos a tal nivel, que ni una sola gota de sangre o fibra muscular escapaba del recipiente que usara.
También es el único que sabe atasajar carnes.
Los seres vivos y el ambiente físico interactúan en una inmensa y compleja red de relaciones entre organismos y seres inanimados. En la marisma que cruzábamos despacio, sólo había plantas de agua y mosquitos. Y fuera, nada más que edificios abandonados y en decadencia, cada día más corroídos por el ácido en la lluvia. Incluso oí decir que la plaga de edificios abandonados de Santurce se había esparcido por el resto de la isla. Las hordas de civilización yacían a tantas millas de nosotros que hacía algunos años ninguno veía a alguno de los otros humanos, sólo trabajadores, en días de mala suerte.
Los virus resultaron un adversario superior a nuestras fuerzas físicas y mentales; han reescrito las leyes habituales de la descomposición.
EAC1 entra por los poros desde la lluvia. Al hacer contacto, provoca necrosis instantánea en el área donde cae la gota. En un término de tres a cinco días, el primer virus se esparce a los órganos vitales del cuerpo, destruyéndolos.
Además, tan pronto como comienza a fallar el hígado, hay que matar al enfermo, antes de que muera por cuenta propia. Porque, si eso pasa, se activa EAC2: un virus aún más rápido y potente, y que ya entonces está distribuido por todo el organismo, porque se integra en menor cantidad a EAC1.
Ese segundo virus no es otra cosa que un reanimador de cadáveres. En otras palabras, lo que crea a los trabajadores, quienes, hasta que sus cuerpos se quebrantan, mantienen la isla funcionando… por instinto, algoritmos genéticos predispuestos y asimilación de patrones previos reconocidos en el cerebro.
Todo para uso y deleite de quienes reciben el agua purificada del ciclo hidrológico.
—Deja la van aquí.
Nos acercábamos al límite de edificios abandonados con un parque viejo y destruido de árboles secos, separados por enredaderas que ahogaban casi todos los espacios entre troncos y ramas. Procurábamos buscar madera en lugares distintos cada vez, por aquello de romper rutinas. Nos cerciorábamos de que los árboles fuesen ligeros y de tronco fino, para no hacer casi ruido y evitar llamar la atención de trabajadores patrulleros.
Detuve la van entre los escombros de una estructura hecha de piedras y polvo, y me dio ansiedad. Notaba una incómoda opresión en las sienes y los ojos, y me dolía la cabeza. El cielo se volvía naranja y el brillo me molestaba aún más la vista. Me tapé los párpados con los dedos. Por un momento olvidé dónde estaba, quién era y qué hacía.
—¿Estás bien?
C. me tocó el hombro y de no ser por la discusión que apenas habíamos terminado, me hubiese refugiado en ese calor hogareño y protector que transmiten sus manos.
—Sí. Es sólo la migraña de siempre.
—Ok. Vamos, ayúdame con el hacha. Ningún tronco se tala solo.
Escogimos dos árboles que cedieron de un solo golpe. Los cargamos pronto a la van. Sabíamos que era suficiente madera para la cena y hasta quizás para dosdías más, pero como el cielo se mantenía despejado, decidimos dar un segundo viaje. La operación tomaría apenas unos cinco minutos, mientras que las aguas no se verterían en los próximos diez.
Los próximos dos árboles que escogimos eran de tronco bastante similar, pero más gruesos, por lo que incrustamos el hacha en uno de ellos, para hacer el recorrido más fácil.
Un ruido nos interrumpió. Oímos con nitidez unos pasos rápidos y torpes, aplastando las hojas cercanas. C. dejó caer el tronco con el hacha, sacó su cuchilla del interior del antebrazo y me hizo señas para que dejara el árbol en el suelo y corriera. Al mirarme, se dio cuenta de que ya mi árbol estaba en tierra y yo estaba en guardia, navaja en mano.
—Sexy.
—Cállate.
Apuntamos las armas hacia la vegetación que se movía cerca y esperamos, tensos.
Pero un instante después las bajamos, frente a frente con un pequeño milagro.
La niña no debía tener más de 15 años. Tenía la cara pálida y cansada, como los que llevan toda la vida huyendo de la guerra y la destrucción. Se le iluminaron los ojos al vernos. Seguramente pensó que en nosotros había encontrado su salvación.
Lo que muchos no saben cuando se topan con nosotros es que nadie más que ellos mismos pueden salvarlos. El anciano que traía prácticamente a rastras y que respiraba en jadeos sí nos miró distinto. Sus ojos reflejaban más que cansancio: estaban llenos de derrota.
—Ayúdennos, por favor —pidió la niña—. Ya vienen.
C. y yo nos miramos y asentimos. No había nada que discutir, esta vez.
Me acerqué a la niña y le despegué al hombre de los brazos. Le pedí al anciano que se agarrara de mí; así le daba tiempo a ella a liberarse de su carga física y emocional. En estos tiempos, hacerse responsable de la vida de alguien que amas es una de las tareas más pesadas.
—¿Hay más gente con ustedes?
—Se quedaron atrás —respondió el hombre, sin emociones de ningún tipo.
De entre los troncos y las malezas comenzaron a aparecer los rostros y las siluetas de los trabajadores. Eran todos hombres, de cuerpos una vez fornidos, ahora ya débiles y visiblemente deformes: algunos caminaban con dificultad por la filariasis, otros tenían sacos protuberantes en las extremidades, quizás hernias, y cada uno dejaba entrever que tenía las manos retorcidas, como garras de algún animal de presa, por culpa de las falanges y metacarpianos muchas veces rotas y nunca bien soldadas.
Ésas son algunas de las características más comunes de los trabajadores: sus cuerpos pronto acusan los abusos, las largas horas de trabajo, la falta de cuidado y aseo, de atención médica debida, de calor humano.
Si nos enfrentáramos a un batallón de recién convertidos, estaríamos perdidos; pero esos son menos cada día, porque también quedamos menos. La mayoría, como éstos, son cuerpos que, aparte de repugnancia y asco, apenas provocan ningún miedo. Sus anatomías son reflejo de sus mentes debiluchas y carcomidas: no sirven más que para seguir órdenes y patrones. Viven ciclos de rutina diaria que no terminan sino con la muerte definitiva.
Nos habló el único que portaba gorra. Caminaba cojeando hacia nosotros y, al separarse de las sombras, vimos con claridad la magnitud del linfoma de Burkitt que se le escapaba de un ojo.
—Deténganse, rebeldes. El país necesita de sus servicios para mejorar. Acompáñenos, por favor —la voz era lenta, gangosa.
C. hizo un gesto de hastío.
—Estos jodíos cabrones —murmuró, pero no le hablaba al infeliz, sino al que lo controlaba… aunque, claro, ellos nunca puedan escucharlo.
Luego lanzó el cuchillo y se lo clavó al trabajador justo en medio del linfoma.
Se formó la revuelta. Los demás trabajadores avanzaron hacia nosotros tan rápido como sus condiciones se los permitieron. Que no era mucho, por suerte.
—Deténgase, rebeldes —gritó uno, con evidente macroglosia y miastenia grave. Apenas se le entendía lo que decía—. Quedan arrestados por violar las disposiciones de la LeyEAC.
La proximidad de los trabajadores a nosotros nos permitió estudiarlos mejor. Conté cinco convertidos. En efecto, el segundoEAChabía reanimado esos cuerpos por demasiado tiempo. Además de protuberancias y deformaciones relativamente comunes, como extremidades desproporcionadas, hipertricosis y las torcidas manos en garra, al menos dos de ellos tenían piel arlequín, o sea, dividida por profundas fisuras rojas.
No sería difícil vencerlos. Sólo teníamos que enfocarnos en golpear sus puntos débiles.
—Tan pronto puedan irse, háganlo hacia allá —dije mientras señalaba con el dedo. La niña asintió y tomó de nuevo la mano del anciano—. Corran a la van y espérennos allí —saqué un dispositivo cuadrado del bolsillo y lo moví para que lo viera y se diera cuenta de que no podría robarnos el transporte, porque necesitaba mi huella digital para abrirlo y encenderlo.
—¡Hijo de puta! —C. estaba a mi lado, desmembrando un trabajador que intentó atacarme por la espalda.
Gritaba no sé qué cosa más, mientras clavaba otro de sus puñales en el pecho del cuerpo en el suelo, que se defendía como todos los trabajadores, buscando la manera de herir con dientes y garras… cuando vi que otro se acercó a él, intentando morderlo.
Le lancé mi navaja al cuerno cutáneo que le había crecido en la nariz y cayó. Tan pronto como empezó a convulsionar, saqué el hacha que habíamos incrustado en un árbol y le corté la cabeza. Busqué a C. para cerciorarme de que estaba bien. Ya había terminado con otro trabajador y estaba dando el corte final al quinto cuerpo, cuyo rostro no se distinguía, pues era un inmenso tumor facial lleno de pelos, sangre y venas.
La muerte nos envolvió en una especie de calma. Luego me di cuenta de que no me fijé cuándo los otros rebeldes desaparecieron por el pastizal.
C. limpió las hojas de sus armas en el pantalón y las insertó en sus respectivas vainas. Le toqué el hombro, apenas un roce, porque no quería que se sobresaltara, y porque hacía tiempo que no estaba tan desprotegida y cerca del peligro.
—Mira. Las aguas.
A pocos metros, la línea de nubes y lluvia avanzaba rápidamente hacia nosotros.
—Me les cago en la madre mil veces. ¡Corre! —me gritó.
Nos echamos a la cabeza las capas impermeables y extendimos los cuellos plásticos sobre el pecho. Perder extremidades no es tan terrible como perder la vida. Pero una vez que una gota de agua te toca la cabeza ya no tienes salvación.
Eso fue lo que pasó con T. Hubiese sobrevivido con apenas unas cuantas amputaciones… si no hubiese tenido también el cabello mojado.
Corrimos a toda velocidad. El olor nauseabundo típico de la isla se volvió más denso, tan denso que pensé que en cualquier momento sería capaz de materializarse en un trabajador… mejor, para poder cortarlo en pedacitos.
Entre las plantas y el desespero, vimos la van y a los otros rebeldes, que todavía no habían llegado a ella. El anciano apenas podía caminar y la niña, extenuada, lo halaba torpe, tratando de echárselo al hombro de alguna manera.
Tonta; pesaba demasiado para ella. Traté de aligerar las piernas, pero incluso así C. llegó antes que yo.
—¿Qué haces? ¿Quieres vivir?
La niña respondió, llorando, que sí y añadió que por favor la ayudara a cargarlo. C. miró la nube que se acercaba.
—Trae la van —me ordenó, porque darme órdenes es su excusa para no confesar que intenta protegerme—. ¡Rápido!
—No hay tiempo —respondí, pero seguí sus instrucciones. No le hablaba a él, sino a mí misma.
Sabía lo que ocurriría y, antes de verlo pasar, ya tenía los ojos húmedos.
Cuando encendí el motor de la van, sucedió: las nubes, más cerca aún, presionaron los botones de supervivencia de C.: soltó de pronto al anciano y éste cayó, con un ruido más fuerte que el de los árboles talados.
C. corrió, sin mirar atrás, hacia donde único podía estar seguro. Observé el resto de la escena como en cámara lenta. Empezaron a caer gotas de agua sobre el cristal delantero; la niña también soltó al anciano e imitó las acciones de C., quien abría su puerta en ese momento. Mi vista se enfocó en mi peor miedo: una gota de lluvia le cayó en el antebrazo.
C. gritó en una nota alta que jamás lo había escuchado vocalizar. La piel empezó a humeare y el olor nauseabundo que ya flota siempre en el aire de la isla se intensificó.
C. se lanzó de espaldas hacia la segunda fila de asientos. Desesperado, pateó los espaldares y se retorció de dolor, aguantándose con fuerza el antebrazo.
—¡Puñeta!
La necrosis se expandió poco a poco. Saqué el cuchillo que guardamos en el interior del bonete y me abalancé sobre él. La niña subió a la van y le grité que cerrara con seguro las puertas. Lo hizo en automático y la vi moverse hacia el asiento del conductor.
Allí se quedó, mirando hacia fuera, en un extraño estado de shock. Al otro lado, el abuelo lloraba, gritaba dolores que nadie en el interior escuchaba y daba golpes en la ventana: primero furiosos, desesperados… luego, cada vez más débiles, mientras diversos puntos de necrosis se le extendían por el rostro, carcomiéndoselo.
Estaba condenado y lo sabía. Yo también… así que ignoré ese problema y me concentré en el mío.
Agarré una camisa sucia y vieja del piso y se la metí a C. en la boca.
—Esto te va a doler.
C. no dijo nada; sólo abrió bien grandes los ojos, y yo empecé a rasgarle el antebrazo. Ignoré como mejor pude sus gritos y chillidos; corté trozos de piel uno por uno y poco a poco hasta que le hice fisuras en el hueso, hasta que la necrosis dejó de verse y expandirse. Sólo cuando eso sucedió fue que solté el cuchillo y le observé el rostro, sin poder hacer más movimientos.
—Lo siento. Lo siento mucho.
El dolor le había penetrado tan hondo que no pudo pestañear ni dejar de temblar o sudar frío. Miraba el techo con expresión ausente.
Hamaqué su torso desde los hombros. No podía hacerme eso. No podía sucumbir al dolor físico y dejarme sola. No ahora.