Confesiones - Kanae Minato - E-Book

Confesiones E-Book

Kanae Minato

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Beschreibung

Kanae Minato nació en Innoshima, Hiroshima, y tras dedicarse a la enseñanza en la asignatura japonesa de economía doméstica, publicó su primera novela, Confesiones (2008; Nocturna, 2021), que vendió más de tres millones de ejemplares en Japón, ganó premios como el de los libreros y fue nominada al premio Shirley Jackson. Su adaptación cinematográfica, dirigida por Tetsuya Nakashima, representó a Japón en los Oscar. En la actualidad, Kanae Minato se dedica íntegramente a la escritura y forma parte de la Asociación de Escritores de Misterio de Japón.

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Título original: KOKUHAKU

© Kanae Minato, 2008. All rights reserved

First published in Japan in 2008 by Futabasha Publishers Ltd., Tokyo

Spanish translation rights arranged with Futabasha Publishers Ltd.

through Japan UNI Agency, Inc., Tokyo and Julio F. Yáñez Agencia Literaria, S.L.

© de la traducción: Rumi Sato, 2021

© de la presente edición: Nocturna Ediciones, S.L.

c/ Corazón de María, 39, 8.º C, esc. dcha. 28002 Madrid

[email protected]

Primera edición en Nocturna: mayo de 2022

ISBN: 978-84-18440-48-9

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

CONFESIONES

Los que hayáis terminado de tomaros la leche devolved el cartón a la caja, aseguraos de dejarlo en el espacio marcado con vuestro número y tomad asiento. Muy bien, veo que ya estáis todos listos. He oído a alguien quejarse: «¿Es que tenemos que tomar leche incluso el último día de curso?», pero esta «hora de la leche» finaliza hoy. Gracias por vuestra colaboración. ¿Que si continuaremos con esto el próximo curso? Pues no, no lo haremos. Este año, nuestro instituto de secundaria S ha sido designado como modelo para la campaña nacional del Ministerio de Salud con el fin de fomentar el consumo de productos lácteos entre los estudiantes de secundaria y bachillerato. Nos pidieron que cada uno de vosotros tomara doscientos mililitros de leche a diario. Se espera que vuestros resultados en los reconocimientos físicos anuales de abril estén por encima de la media nacional tanto en altura como en densidad ósea. Seguro que sí.

¿Decís que os han utilizado como conejillos de Indias? Bueno, no me extraña que os lo parezca, ya que cada envase venía marcado con el número de identificación de cada alumno para comprobar quién había bebido y quién no. Pero la Consejería de Educación seleccionó los institutos al azar para el programa y nos los enviaba de esa forma. Estoy segura de que los que son intolerantes a la lactosa o a los que simplemente no les gusta la leche lo han pasado mal. Pero ¿por qué algunos que hace unos minutos estabais bebiendo tan contentos ahora fruncís el ceño al oír la expresión «conejillos de Indias»? ¿Qué hay de malo en que os pidan que toméis un poco de leche todos los días? Estáis a punto de entrar en la pubertad. Vuestros cuerpos van a crecer y a cambiar, y la leche ayuda a fortalecer los huesos. ¿Cuántos de vosotros la tomáis realmente en casa? Y el calcio no solo es bueno para los huesos, también contribuye al correcto desarrollo del sistema nervioso. Por eso a menudo se pregunta a las personas nerviosas: «¿No le faltará calcio?».

No solo vuestro cuerpo está creciendo y cambiando, sino que vuestra mente está en un proceso de gran transformación. He oído que vuestro compañero Shuya Watanabe, cuya familia es propietaria de una tienda de electrodomésticos, descubrió cómo eliminar la mayor parte del pixelado de los vídeos para adultos. Y que los camufla metiéndolos en un sobre de cursos por correspondencia con el que los hace circular entre los chicos. Aunque no haya sido el mejor ejemplo, es una muestra de que estáis atravesando un periodo de rebeldía. La pubertad supone eso aparte de todos los cambios físicos. Es un momento en que tanto los chicos como las chicas tienden a estar sensibles emocionalmente, a sentirse heridos u ofendidos por cosas triviales, y son fácilmente influenciables por su entorno. Empezáis a imitar a quienes os rodean mientras tratáis de descubrir vuestra identidad. ¿No reconocéis en vosotros mismos algo de esto que os he explicado? Acabáis de vivir un buen ejemplo de todo ello. Antes de saber que se trataba de un experimento, si alguien hubiera dicho: «¡Qué suerte hemos tenido de beber leche gratis todos los días!», no se habría creado este ambiente incómodo, ¿verdad?

Cambiar de opinión es propio de la naturaleza humana, y en esta vida todo es relativo, aunque tratándose de la leche no os quedéis nada convencidos. De todos modos, varios profesores han comentado que esta clase se ha portado mejor que los alumnos de promociones anteriores. Es bastante probable que haya sido gracias al efecto de la leche, ¿no creéis?

Bueno, me callo ya con lo de la leche, tengo algo más importante que deciros hoy. Voy a retirarme a finales de marzo. ¿Que si me voy a otro instituto? No, dejo la docencia. Lo que significa que vosotros, los miembros de la clase B del primer curso, habéis sido mis últimos alumnos, de los que me acordaré durante el resto de mi vida. A los que acaban de dar gritos, como lamentando que me vaya, muchas gracias. ¿Cómo? ¿Que si renuncio a mi puesto por lo que pasó? Bueno, sí, aunque hay más cosas. Y por eso a continuación me gustaría dedicar un rato a hablaros sobre eso.

Ahora que he decidido retirarme, me pregunto una vez más lo que significaba para mí ser docente. No elegí esta profesión por ningún motivo especial —como haber tenido un profesor maravilloso que me cambió la vida o algo por el estilo—, sino que sencillamente crecí en una familia muy pobre. Desde pequeña, mis padres me decían que nunca podrían permitirse el lujo de enviarme a una universidad y que, además, una chica no llegaría a ser nada en el mundo; pero a mí me gustaba estudiar. Cuando llegó el momento, solicité una beca y me la concedieron sin objeciones. Supongo que tuvieron más en cuenta la pobreza de mi familia que mis calificaciones.

Tras ingresar en la universidad estatal de mi ciudad, estudié Química, mi asignatura preferida, y al mismo tiempo comencé a trabajar a tiempo parcial dando clases a adolescentes en una academia privada. Yo los oía quejarse de tener que cenar deprisa para volver a salir corriendo a otras clases que duraban hasta altas horas de la noche. Pero para mí eran verdaderos afortunados por tener unos padres que estaban tan preocupados por sus estudios y les daban todo tipo de oportunidades por el bien de su futuro.

En mi último año universitario, me tocó tomar una decisión importante. Me fue difícil renunciar a la escuela de posgrado, pero al final mi deseo de conseguir trabajo para tener una vida estable fue mayor. Y además, al enterarme de que no tenía que reembolsar mi beca si me convertía en profesora, oposité para sacarme una plaza sin pensármelo dos veces. Sé que tal vez cuestionéis mis motivos para optar a esta profesión, pero una vez decidido, tenía claro que desempeñaría mi cometido lo mejor posible. Muchas personas, aun siendo lo suficientemente adultas, desperdician su vida con la excusa de que no encuentran su verdadera vocación. Y de hecho, los que averiguan de inmediato lo que quieren hacer y pueden dedicarse a ello, como yo, son muy pocos. En tal caso, ¿por qué no aprovechar la oportunidad que se te presenta y hacerlo con todo tu ser? Eso es lo que yo hice y no me arrepiento. Ahora me preguntaréis por qué elegí enseñar en secundaria en lugar de en bachillerato. Me interesaba dedicarme a la educación obligatoria. Los estudiantes de bachillerato tienen la opción de abandonar los estudios, pero yo quería dedicarme a los alumnos de secundaria, que no tienen otra escapatoria que sacarse el título. Tenía esa aspiración. Por increíble que parezca, hubo una época en que este trabajo me apasionaba.

Compañera Tanaka y compañero Ogawa, ¿qué os hace tanta gracia? No estoy hablando de nada divertido.

Me convertí en profesora de secundaria en 1998 y mi primer puesto fue en el instituto de secundaria M, tal vez porque era más conveniente que adquiriera experiencia laboral en un área urbana. Allí estuve tres años y luego me tomé un año de excedencia antes de que me destinaran a este instituto, el S, en un lugar tranquilo lejos de las ciudades grandes y en el que llevo cuatro años. Así que en total he ejercido de profesora solo siete años.

Os suena el instituto de secundaria M, ¿verdad? Como es lógico, se trata del centro en el que imparte clases el profesor Masayoshi Sakuranomiya, que a menudo sale en la tele. Por favor, calmaos todos. ¿Ese tan famoso? ¿Que si lo conozco? Bueno, como fuimos compañeros de trabajo durante tres años, podría decirse que sí, pero entonces no era tan popular como ahora aunque fuese igual de entusiasta, por lo que igual vosotros sabéis más sobre él que yo.

¿Cómo, compañera Maekawa?, ¿que no sabes nada y quieres que cuente cosas de él? De acuerdo, lo haré brevemente. El profesor Sakuranomiya fue líder de una pandilla en la secundaria. Cuando estaba en segundo de bachillerato, a los diecisiete años, agredió a su tutor y lo expulsaron. En los años siguientes vagó por países extranjeros haciendo cosas bastante arriesgadas, como presenciar guerras y vivir entre gente sumida en la extrema pobreza. A raíz de esas experiencias, se dio cuenta del error de su pasado descarriado. Tras regresar a Japón, aprobó el examen de titulación equivalente al bachillerato e ingresó en una universidad prestigiosa. Y después de graduarse se convirtió en profesor de Inglés de secundaria. Al parecer, eligió enseñar en secundaria porque quería ayudar a los alumnos a evitar el tipo de errores que él había cometido a su edad. Hace unos años empezó a pasar la tarde en zonas concurridas en busca de adolescentes que deambulaban hasta la noche. Les hablaba uno a uno sobre el amor propio para intentar convencerles de que reencaminaran sus vidas. Fue tan tenaz que se ganó el apodo de «Profesor de la Segunda Oportunidad», y se convirtió en un personaje mediático al salir en programas de televisión o publicar libros, ampliando más y más su campo de trabajo. ¿Que ya se habló de todo esto en la tele la semana pasada? Vaya, disculpad. Parece que mi relato resulta aburrido para los que ya conocen su historia. ¿Que se me ha escapado un tema importante? ¿Te refieres a su nuevo apodo? A finales del año pasado, cuando el profesor acababa de cumplir treinta y tres años, su médico le diagnosticó que le quedaban solo unos meses de vida. Pero sin dejarse vencer por el pesimismo, sigue consagrándose a sus alumnos hasta el final, por lo que ahora lo llaman el Santo. ¿Era esto, compañero Abe? Veo que sabes mucho sobre el profesor Sakuranomiya. Lo admiras, ¿a que sí? ¿Que quieres ser como él, en serio? En ese caso, me gustaría que aprendieras de su vida, pero solo de la segunda mitad.

Bueno, ahora que veo que algunos apreciáis a los profesores dedicados en cuerpo y alma a su labor, supongo que, por mi parte, como profesora he sido algo deficiente en ciertos aspectos. Como he dicho antes, cuando empecé a ejercer de docente, yo también aspiraba a ser muy buena en mi trabajo. De hecho, cuando uno de mis alumnos tenía un problema, interrumpía la clase y tratábamos de ayudarlo entre todos. Cuando un alumno enrabietado salía disparado del aula, iba detrás de él aunque hubiera suspendido mi asignatura. Sin embargo, en un determinado momento me di cuenta de que nadie era perfecto y mucho menos yo, una simple profesora. ¿Para qué trataba de contagiarles mi entusiasmo a los alumnos? ¿No estaría imponiéndoles mis opiniones para luego sentirme satisfecha conmigo misma? ¿Y si solo estaba aprovechándome de mi posición de poder?

Entonces, tras un año de excedencia, cuando me destinaron aquí, al instituto S, establecí un par de reglas básicas para mí misma. Una: dirigirme a mis alumnos con un trato de respeto, y dos: ponerme, en la medida de lo posible, en su lugar. Son cosas triviales, pero hubo algunos que se dieron cuenta de inmediato de estas dos buenas intenciones: de tratarles con respeto y de interesarme sinceramente por ellos. Como oís noticias sobre el maltrato infantil casi a diario, se os genera la impresión de que los niños están oprimidos. Pero, en realidad, la mayoría sois unos consentidos. Vuestros padres os crían con dedicación a cambio de que estudiéis, os alimentéis bien y un largo etcétera, ¿verdad? Y a cambio mostráis muy poco respeto hacia los adultos, hablándoles del mismo modo que a vuestros amigos. Muchos de los profesores se confunden con esto y creen que, si sus alumnos les ponen un apodo o se dirigen a ellos de un modo informal, es una prueba de que les tienen cariño.

Es porque así lo ven en la tele. Casi todos los profesores vocacionales que salen en las series televisivas son amigos de sus alumnos: un profesor popular y un alumno rebelde que van adquiriendo confianza mutua a medida que se producen los conflictos. Pero ¿no os habéis preguntado qué pasa con el resto de las personas del instituto que apenas figuran en los créditos finales? Incluso durante las clases, el profesor entusiasta habla con pasión sobre su vida personal y ahonda en los sentimientos más íntimos del alumno rebelde. ¿Y es que al resto le interesa escuchar todo eso? Pese a que un alumno ejemplar se arme de coraje y proteste para que se les dé realmente clase, el profesor no deja de soltar sus aburridas historias. Y para colmo, en la escena final de la serie, el alumno modelo suele disculparse con el rebelde por haber sido un insensible y acaban haciendo las paces. Puede que eso esté bien para la televisión, pero ¿y en la vida real? ¿Habéis tenido algún problema personal tan apremiante que requiera que se interrumpa la clase para hablar de ello? ¿Por qué se les da tanto protagonismo a los descarriados? Desde luego, las personas que nunca se meten en problemas tienen más mérito. Pero lamentablemente esos alumnos modelo no representan papeles destacados en la televisión ni en la vida real. Me temo que este fenómeno mediático hace que los estudiantes aplicados duden del valor de sus esfuerzos… e incluso a veces les genera pensamientos negativos.

A menudo se habla de la relación de confianza que se desarrolla entre un profesor y sus alumnos. Desde que mis alumnos comenzaron a tener sus propios móviles, empecé a recibir de vez en cuando mensajes de texto pidiéndome ayuda, del tipo: «Quiero morirme» o «No tengo razones para vivir». Solían mandarlos a horas intempestivas, a las dos o las tres de la madrugada, de modo que más de una vez estuve tentada a ignorarlos, pero nunca pude para no socavar nuestra «relación de confianza».

Incluso hubo un caso malintencionado que perjudicó a un joven profesor. Recibió un mensaje de texto de una alumna suya: «¡Socorro, profesor! ¡Mi amiga está en problemas!», pidiéndole que acudiera a la puerta de un 1. El profesor debería haber sido un poco más precavido por tratarse de un sitio comprometedor, pero acudió a toda prisa y lo fotografiaron allí con ella. Al día siguiente, los padres se presentaron en el instituto y montaron un escándalo diciendo que lo denunciarían a la policía. Sin embargo, nosotros, sus colegas, nos dimos cuenta de inmediato de que a él lo habían engañado porque era transgénero: había nacido con el cuerpo de un hombre, pero en realidad era una mujer. Ni siquiera en esas circunstancias injustas vimos la necesidad de revelar su secreto, pero el joven, con la voluntad de defender su honor como docente, hizo pública la verdad ante los alumnos y sus padres. Y la causa que lo condujo a esa arriesgada decisión era de lo más insignificante: la alumna se había ofendido cuando el profesor le había advertido que dejara de hablar en clase.

¿Que si a ella la castigaron? Para nada. Al contrario, sus padres protestaron: «Pero ¿qué está pasando en este centro para que un pervertido o un gay o una madre soltera, como yo, den clase a adolescentes emocionalmente sensibles?». Pasando por alto la conducta de su propia hija, censuraron al instituto con tanta insistencia que al final ganaron, aunque no tengo claro que sea apropiado hablar de ganadores ni de perdedores en lo que atañe a la educación… ¿Que qué fue del profesor? El año pasado lo destinaron a otro instituto y sigue ejerciendo la docencia, ahora como mujer.

Sé que este ejemplo es un caso extremo, pero si este tipo de acusaciones hubiera recaído en otro profesor, me temo que le habría costado demostrar su inocencia. Desde entonces, los miembros del cuerpo docente acordamos algo: cuando hay que reunirse con una alumna, acude una profesora, aunque no sea de su clase; y si es un alumno, acude un profesor. Por eso estamos dos profesores y dos profesoras para las cuatro clases de cada curso. Si uno de vosotros, la clase la B, me pidiera que nos reuniésemos en algún sitio, me pondría en contacto con el tutor de la clase A, el profesor Tokura, para que fuera él en mi lugar. Y si le sucediera algo a una chica de la clase A, el profesor Tokura haría lo mismo conmigo para que me ocupara de ella. ¿No lo sabíais? Es lógico, ya que nunca hemos comunicado este protocolo, pero nos figurábamos que lo deduciríais.

Dime, compañero Hasegawa. ¿Que si el profesor Tokura fuera a buscarte no te atreverías a pedir ayuda aunque estuvieses metido en problemas serios? Pero ¿qué has hecho para sentir tanto reparo en contar con él? Hablando de problemas serios, sí que los ha habido, pero creo que en mi caso han sido unas pocas veces al año cuando de verdad me han necesitado. Por supuesto que, cuando algún alumno me envió un mensaje diciendo que quería morirse, tal vez sí que lo estuviera deseando por pensar que su vida no tenía sentido. Tal vez estuviera hundido en su propio mundo, se sintiera el único ser abandonado del universo y no pudiera pensar más que en sus problemas. Comprendo que hay momentos difíciles para todos, pero me gustaría que fuerais considerados y no molestarais a nadie enviándole mensajes impulsivos de madrugada. Aun así, diría que, si un alumno puede escribir esos mensajes, no se trata de un caso grave porque alguien con pensamientos verdaderamente oscuros no le anunciaría a su profesora que va a cometer una acción drástica. En fin, ahora me doy cuenta de que más bien era yo quien me obsesionaba con los mensajes de supuesta desesperación que recibía.

Pero no os imaginéis que he sido la clase de profesora que piensa en sus alumnos a todas horas, porque tenía a alguien más importante en quien pensar: mi hija Manami. Como sabéis, soy madre soltera. El padre de Manami y yo habíamos decidido casarnos. Era un hombre con muchas aptitudes y al que admiraba. Poco antes de nuestra boda, supe que estaba embarazada. Mientras bromeábamos por casarnos de penalti, estábamos encantados con nuestra doble felicidad. Al comenzar a recibir yo atención prenatal, mi prometido también se hizo un reconocimiento médico para aprovechar la ocasión de acompañarme al hospital. E inesperadamente el resultado reveló que padecía una enfermedad grave. Y anulamos la boda. ¿A causa de su enfermedad? Sí, por supuesto. ¿Pobre de él? Tienes razón, compañera Isaka. Sin duda, hay muchas parejas que se casan aunque uno de los dos esté gravemente enfermo y afrontan el problema para superarlo juntos. Pero ¿qué haríais vosotros en esa situación? ¿Qué haríais si vuestra pareja tuviera el VIH? El VIH: el virus de inmunodeficiencia humana, el virus que causa el sida. ¿O no hace falta que os lo explique, teniendo en cuenta que la mayoría de vosotros leyó la novela de la lista de lecturas recomendadas por el instituto para redactar el comentario que os puse de deberes en verano? Como todos escribisteis que era conmovedora y que no podíais dejar de llorar al leerla, me interesó y la leí. Trata de una joven que contrae el VIH al trabajar de prostituta, desarrolla el sida y al final muere.

¿Cómo, que la historia no es tan simple? Parece que no aprobáis mi resumen. Pero si tanta compasión sentíais por la protagonista, ¿por qué habéis echado atrás las sillas al oír lo que le había pasado a mi prometido? Pese a sentir tanta compasión por la gente enferma de sida, veo que os habéis quedado helados al enteraros de que vuestra profesora mantuvo relaciones sexuales con alguien contagiado del VIH.

Compañera Hamazaki, no hay necesidad de contener la respiración porque estés sentada en la primera fila. El VIH no se transmite por el aire. Estáis tensos, como diciéndome que no me acerque mucho. Pero quedaos tranquilos, el sida no se contagia por un ligero contacto físico como estrechar las manos, ni por una tos o un estornudo, ni por compartir el baño o la piscina o los platos, ni por las picaduras de mosquitos o por las mascotas. Ni siquiera por un beso. No se contrae el sida por convivir o compartir aula con alguien contagiado. Nada de eso se menciona en la novela, ¿verdad? Siento haberos asustado, pero tranquilos, yo no soy seropositiva.

Veo que os mostráis desconfiados, y no me extraña. Incluso en mi caso, cuando me hicieron la prueba durante mi embarazo y salí negativa, me sometí a otro análisis por segunda vez porque no estaba del todo segura. Aunque las relaciones sexuales son una de las vías de infección, no todos los actos sexuales la provocan. Me quedé convencida del resultado cuando me enteré de la tasa de contagio por coito, pero no os diré la cifra porque sé lo fácilmente que os influyen las estadísticas. Si alguien quiere saberlo, es libre de averiguarlo por sí mismo.

Mi prometido contrajo el VIH en el extranjero, durante una época en la que anduvo a la deriva. La verdad es que me resultó difícil aceptar esa parte de su pasado. Fue un duro golpe saber que el hombre con el que planeaba casarme estaba contagiado del VIH. Incluso después de confirmar que yo estaba sana, pasé en vela una noche tras otra preocupada por el bebé que llevaba en mi vientre. Aunque a él nunca dejé de admirarlo, a veces no podía evitar odiarlo por lo que había hecho. Me pidió perdón repetidamente, y también me suplicó que siguiera adelante y tuviera el bebé. Pero he de decir que nunca se me había pasado por la cabeza interrumpir el embarazo. La idea de abortar hacía que me sintiese como si estuviera cometiendo un asesinato.

Mi prometido no se entregó a la desesperación al enterarse de su estado de salud. Podría decirse que simplemente asumió las consecuencias de sus propios actos y nunca equiparó su situación a la de los pacientes de hemofilia que, por causas ajenas, se habían contagiado del VIH a través de su tratamiento2. Aun así, no puedo ni imaginarme el enorme desconsuelo que en el fondo estaría sintiendo el padre de mi hija.

Entonces le propuse que nos casáramos, porque mientras ambos asumiéramos la situación, sabríamos afrontar el problema, y también quería que mi bebé tuviera un padre. Pero él se negó rotundamente. Era muy obstinado y estaba decidido a priorizar la felicidad de nuestra hija. Los prejuicios contra las personas con VIH son implacables… Si queréis pruebas, recordad cómo hace un momento, cuando creíais que yo era positiva, habéis contenido la respiración y me habéis mirado asustados. Por tanto, aunque el bebé resultara no tener VIH, ¿cómo lo trataría la gente cuando se enterara de que su padre tenía sida? Aunque hiciera amigos, quizás sus padres les prohibirían jugar con él. Cuando fuera a la escuela, sus compañeros o incluso sus maestros podrían marginarlo para evitar posibles contagios durante el almuerzo o la clase de gimnasia, ignorantes de que no hay ninguna posibilidad de contagiarse en esas circunstancias. Por supuesto, un niño sin padre también podría sufrir prejuicios, pero sería más aceptable socialmente. Tras reflexionar largo y tendido sobre la situación, renunciamos a la idea de casarnos y di a luz sola a nuestra hija.

Nada más nacer Manami, le hicieron el análisis y también dio negativo en la prueba. No podéis imaginar el gran alivio que sentí. Juré criarla con dedicación y protegerla, y vertí todo mi amor en ella. Si me hubieran preguntado quién era más importante, si mis alumnos o mi hija, hubiera respondido sin dudarlo ni un segundo que mi hija. Es lógico.

Manami me preguntó por su padre solo una vez. Le dije que estaba trabajando duro, tanto que no podía venir a verla. Y era cierto. Él, que había renunciado al derecho de ser reconocido como su padre, estaba consagrando el resto de su vida al trabajo. Pero al final su sacrificio fue inútil.

Manami ya no está en este mundo.

Cuando Manami cumplió un año, la llevé a la guardería y me reincorporé a mi puesto. En las grandes ciudades hay guarderías que cuidan a los niños hasta altas horas de la noche, pero en esta incluso el horario continuo termina a las seis de la tarde. Como mis padres viven lejos, consulté un servicio de colocación para personas mayores que buscaban trabajo a tiempo parcial y encontré a la señora Takenaka, la que vive en la parte trasera de la piscina del instituto. Sí, esa, la casa en la que hay un perro negro y grande llamado Muku. A lo mejor algunos le habéis dado alguna vez comida, las sobras del almuerzo o algo para picar a través de la valla de la piscina.

La señora Takenaka iba a buscar a Manami todos los días a las cuatro de la tarde, cuando la guardería cerraba, y me la cuidaba hasta que yo salía de trabajar. Manami se familiarizó tanto con la señora Takenaka que la llamaba abuela, y también le cogió mucho cariño a Muku; decía que ella era la encargada de darle de comer. Ese acuerdo duró casi tres años, pero este año, a principios de enero, ella enfermó y la hospitalizaron durante un tiempo. Yo tenía tanta confianza en la señora Takenaka que era reacia a buscar una suplente, por lo que decidí ir yo misma a buscar a Manami a la guardería hasta que se recuperara. Solicité a la guardería el horario continuo y todos los días me apresuraba a terminar el trabajo para recoger a Manami a las seis. Solo los miércoles, si la reunión de profesores se alargaba, no podía llegar a tiempo, así que la recogía a las cuatro y la hacía esperar en la enfermería del instituto. Compañeras Yukari Naito y Saki Matsukawa, solíais jugar allí con ella, ¿verdad? Manami estaba muy contenta de pasar las tardes con vosotras. Muchísimas gracias. Incluso una vez me susurró al oído, como si me contara un secreto, que le habíais dicho que se parecía al esponjoso Conejito Muffin. No podríais haberla hecho más feliz. No lloréis, chicas, por favor.

A Manami le encantaban los conejos y cualquier cosa suave y mullida. Y por eso estaba loca por el Conejito Muffin, ese personaje tan popular entre las niñas e incluso entre las chicas de bachillerato. Casi todo lo que tenía llevaba impresa la carita del Conejito Muffin: su mochila, sus pañuelos, sus calcetines y sus zapatos. Cada mañana se subía a mi regazo, con sus gomas de pelo favoritas del Conejito Muffin, y me pedía: «Haz que me parezca a Muffin». Los fines de semana, cuando íbamos de compras al centro comercial y ella descubría un producto nuevo suyo, le brillaban los ojos como diciendo: «Es monísimo».

Casi una semana antes de que Manami muriera, volvimos al centro comercial después de mucho tiempo. La sección temporal de regalos para San Valentín ocupaba un amplio espacio en el que estaban expuestos muchos tipos de chocolate y bombones, empaquetados en una gran variedad de preciosos envoltorios que serían ideales para regalar a las chicas ese día en lugar de regalárselos a los chicos3. A Manami le atrajo de inmediato un bolsito de peluche con la forma de su conejito preferido y que contenía una tableta de chocolate blanco moldeada también con la cara de Muffin. Por supuesto que lo quería, pero teníamos la regla de que solo podía pedir un artículo cuando íbamos de compras. Ese día ya le había comprado una sudadera del Conejito Muffin, la rosa que llevaba puesta cuando murió. Le dije que le regalaría el bolsito la próxima vez que fuéramos de compras y le tiré de la mano para marcharnos.

Normalmente desistía incluso con los artículos de su personaje favorito, pero ese día insistió. Dijo que quería el bolsito en lugar de la ropa y, mientras lloriqueaba, se sentó acurrucada en la tienda sin moverse. Pero una regla es una regla y no podía consentir que se saliera con la suya. Aunque se me ocurrió comprarle en secreto el bolso y regalárselo el día de San Valentín para darle una sorpresa, le recordé nuestra norma en tono severo. Como madre se debe saber diferenciar entre querer a un hijo y malcriarlo. En ese momento apareció el compañero Naoki Shimomura, que estaba de compras con su familia en el centro comercial y parecía haber estado observándonos. Me dijiste: «¿Por qué no le compra algo que cuesta solo setecientos yenes, ya que tanto desea el bolso del conejo?». Yo me sentí avergonzada, pero Manami se calmó ante la aparición de un desconocido. Se puso en pie con un mohín y me dijo: «Prométemelo para la próxima vez». Acto seguido, sonrió y agitó la mano para despedirse del compañero Shimomura y nos fuimos del centro comercial.

Por supuesto, ahora que Manami ha muerto antes de que llegara San Valentín, me arrepiento todos los días de no haberle comprado el bolsito.

Aquel fatídico día, la reunión de profesores terminó poco antes de las seis. Como las enfermeras también asisten a la reunión, la enfermería se queda vacía. Pero gracias a algunas de vosotras, que acompañabais a Manami por turnos hasta la hora de salir del instituto, ella me esperaba sin quejarse por estar sola o aburrirse. Ese día, sin embargo, no se encontraba allí cuando fui a buscarla. Eché un vistazo en el servicio, pero tampoco estaba. Como era justo la hora a la que terminaban las actividades de los clubes escolares y todos estaban recogiendo los equipamientos o cambiándose de ropa, se me ocurrió que podría haber ido a ver a algunas chicas en las salas de su club. Así que, sin estar especialmente preocupada, empecé a pasear por el instituto buscándola. Me topé primero con la compañera Naito y la compañera Matsukawa en la sala de Bellas Artes, ¿verdad, chicas? Cuando os pregunté por Manami, me respondisteis: «Hemos ido a la enfermería para hacerle compañía a la pequeña Manami hacia las cinco, pero no estaba, así que pensábamos que hoy no había venido», y la buscasteis conmigo. Ya había oscurecido, pero aún quedaban muchas personas en el instituto. Todos, incluidos los profesores, se sumaron a la búsqueda de Manami.

Compañero Yusuke Hoshino, fuiste tú quien la encontró después del entrenamiento de béisbol. Me dijiste: «No la he visto hoy, pero una vez la vi venir desde la piscina», y me acompañaste allí. La puerta estaba cerrada con cadena y candado durante el invierno, por lo que escalamos la valla para entrar, pero la cadena estaba lo bastante floja como para que pudiera colarse un cuerpo pequeño como el de Manami. Pese a que las clases de natación terminan al final del verano, la piscina se mantiene llena de agua el resto del año por si alguna vez hiciera falta para apagar un incendio.

Encontramos a Manami flotando en la superficie oscura y cubierta de hojas muertas. La sacamos lo más rápido que pudimos, pero su cuerpo estaba helado y su corazón se había detenido. Aun así, mientras la llamaba por su nombre, le apliqué la reanimación cardiopulmonar. El compañero Hoshino, aunque conmocionado por ver el joven cuerpo sin vida, se fue de inmediato en busca de los demás profesores. A Manami la trasladaron al hospital, donde le diagnosticaron muerte por ahogamiento. Como no tenía heridas ni señales de haber sido agredida, la policía determinó que se había caído accidentalmente a la piscina.

Cuando encontramos a Manami, los alrededores ya se hallaban plenamente a oscuras y yo estaba más alterada que nunca, pero por algún motivo recuerdo que Muku miraba hacia nosotras, asomando el hocico por la valla metálica que separaba la piscina del jardín de la señora Takenaka. La investigación policial descubrió que en el suelo de esa parte de la valla había migas de pan, del mismo tipo de pan que ponían en la guardería de Manami. Varios alumnos declararon que habían visto a Manami cerca de la piscina y quedó claro que ella iba ahí todos los miércoles. No dudo de que iba para dar de comer a Muku. La señora Takenaka había confiado a su vecino el cuidado de Muku en su ausencia, pero Manami no lo sabía y habría pensado que el perro se moriría si ella no lo alimentaba. Debía de preocuparle que yo la regañara si me enteraba de que había salido de la enfermería. Según los alumnos que la habían visto, ella siempre iba sigilosamente a alimentar al perro y regresaba al cabo de unos diez minutos.

Desde luego, yo no tenía ni idea de eso. Cuando le preguntaba qué hacía mientras me esperaba, tras clavarme una mirada traviesa, me respondía que había estado jugando con las chicas. Ahora que lo recuerdo, era una mirada que ocultaba algo, pero entonces no fui capaz de darme cuenta. Lamento no haberle preguntado más. Si lo hubiera hecho, ella nunca habría ido sola a la piscina. Manami murió porque yo no presté la atención suficiente. También siento de veras el impacto emocional que supuso aquello para todos vosotros y para el resto del instituto.

Ya ha pasado más de un mes, pero por las mañanas aún sigo extendiendo la mano bajo el edredón buscando a Manami acurrucada a mi lado. Cuando estábamos acostadas, ella siempre pegaba alguna parte de su cuerpo contra el mío. Si me apartaba en broma, me buscaba a tientas sin abrir los ojos. Y cuando le apretaba la mano, se relajaba y volvía a respirar con regularidad. Cada vez que me despierto, me doy cuenta de que nunca más podré acariciar sus tiernas mejillas ni su suave cabello, y no puedo evitar echarme a llorar.

Cuando le comuniqué al director mi dimisión, me preguntó si era por lo que le había sucedido a Manami. Fue exactamente la misma pregunta que me ha hecho hace un rato la compañera Mizuki Kitahara. Es cierto que he tomado esta decisión a causa de la muerte de Manami. Sin embargo, si de verdad ella hubiera muerto por accidente, probablemente habría seguido trabajando aquí para olvidarme a ratos de la pena y también para expiar mi culpa. Entonces, ¿por qué lo dejo?

Porque Manami no murió por accidente. La asesinaron alumnos de esta clase.

¿Cuánto sabéis sobre las restricciones de edad? Por ejemplo, ¿a partir de cuándo se permite el consumo de alcohol y tabaco, compañero Nishio? Sí, exacto, a los veinte años. Está bien que lo sepas. En Japón, a las personas se las considera legalmente adultas cuando cumplen los veinte, y todos los años salen en las noticias los que acaban de alcanzar la mayoría de edad desmadrándose y bebiendo de un modo ridículo al celebrarlo.

Me pregunto por qué beberán como si se fuera a acabar el mundo. Las imágenes de diversión que transmiten los medios quizás sean una de las causas que los animan a ese consumo inmoderado. Pero si no existiera la restricción de edad para consumirlo, ¿montarían tal juerga? Que la ley les permita consumir alcohol a partir de un determinado momento no significa que los anime a beber y emborracharse. Sin embargo, creo que la restricción legal desempeña un papel importante a la hora de generar la idea de que te estás perdiendo algo si no bebes una vez que alcanzas la edad permitida para hacerlo, aunque no tengas ganas de beber. Por otra parte, si no existiera esa restricción, es posible que cualquier alumno de secundaria asistiera ebrio a clase. Apuesto a que algunos, haciendo caso omiso de la ley, habéis probado el alcohol animados tal vez por algún familiar o amigo mayor. ¿Podríamos decir que es demasiado idealista pensar que las personas son capaces de desarrollar su propio sentido de la ética?

¿Que es una idea confusa? Entonces, ¿no entendéis lo que quiero decir? ¿O es que estáis tan impacientes por saber quién es el asesino que no podéis pensar en otra cosa, eh? Puede que os dé algo de miedo que alguien capaz de cometer semejante crimen se encuentre entre vosotros, pero sospecho que vuestra curiosidad supera el temor. Puedo ver por vuestra expresión que algunos ya habéis deducido quiénes son los asesinos o incluso lo sabéis a ciencia cierta. La verdad, lo que a mí me sorprende es que los asesinos permanezcan aquí sentados, sin inmutarse, cuando estoy hablando de todo esto.

Bueno, quizás «sorprender» no sea la palabra adecuada. En realidad, no me sorprende mucho: sé que uno de ellos quería destacar a cualquier precio. Por el contrario, el otro, al que se le ha demudado la cara en el instante en que he dicho lo que habían hecho, veo que ya se empieza a agobiar. Pero podéis quedaros tranquilos, no voy a revelar vuestros nombres ahora en clase.

¿Sabéis algo sobre la Ley de Menores? Es la que establece que a los menores aún se los considera inmaduros por hallarse en pleno proceso de desarrollo físico y mental, por lo que el Estado (en lugar de los padres) es el tutor más capacitado para reformar a los que hayan cometido delitos. Cuando yo era adolescente, gracias a esta ley, un menor de dieciséis años ni siquiera tenía que ingresar en un reformatorio, pese a que fuera un asesino, si el tribunal de familia lo aprobaba. Pero esa visión de los niños como seres inocentes ya se ha quedado anticuada. En los noventa, varios jóvenes de catorce y quince años cometieron crímenes atroces aprovechándose de ese argumento legal. Era cuando vosotros aún teníais dos o tres años, pero seguro que muchos habéis oído hablar de «los asesinatos de la ciudad de K», en los que un alumno de secundaria de catorce años mató a dos niños y decapitó a uno de ellos. Si menciono el alias que el asesino usó para escribir las notas declarando su crimen, seguro que todos lo reconoceréis de inmediato. Ese incidente y otros similares desataron un acalorado debate sobre la necesidad urgente de revisar la Ley de Menores. Y en abril de 2001 se aprobó una nueva versión que reducía la edad de responsabilidad penal de dieciséis a catorce años.

Hoy, último día del curso, casi todos tenéis trece años. Por tanto, ¿qué significa exactamente la edad? Seguro que recordaréis muy bien un suceso más reciente, el envenenamiento de una familia entera en la ciudad de T, que se produjo en agosto del año pasado. La asesina fue la hija mayor, de trece años, que estaba en primero de secundaria, igual que vosotros. Durante las vacaciones de verano, comenzó a echar veneno poco a poco en la cena y escribía a diario en su blog los cambios que advertía en sus víctimas. No obstante, no se manifestaron los efectos esperados, por lo que una noche terminó agregando cianuro de potasio al curry y mató a sus padres, a su abuela y a su hermano pequeño, de nueve años. La última frase de su blog era: «¡Al final el cianuro ha surtido efecto!». Os acordáis, ¿no? Este incidente salió en los periódicos y en televisión durante días. Sí, eso es, compañera Sone, el caso Lunacy. Parece que este os suena más. Luna aludía a la luna o a la diosa de la luna en la mitología romana, la misma que Selene en la mitología griega. ¿No os suena Selene? Tampoco pasa nada. Y lunacy significa «locura» o incluso «demencia». Como la asesina adoptó el alias Lunacy en su blog, la prensa nombró así el suceso y se especuló de forma sensacionalista, mencionando incluso la posibilidad de que tuviera doble personalidad: «La transformación de una chica formal y tranquila en la loca diosa de la luna», por ejemplo.

No sé cuántos de vosotros sabréis qué fue de ella y qué castigo recibió. A pesar de la publicidad y el nombre tan llamativo que recibió el suceso, como la criminal era menor, su identidad nunca llegó a difundirse ni se publicaron sus fotos en la prensa. Y tan solo circularon rumores exagerados sobre su crimen inhumano y vagas conjeturas sobre su desquiciado estado mental, y todo se desvaneció sin esclarecer lo más importante: la verdad de lo sucedido.