Conflicto de intereses - Margaret Allison - E-Book
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Conflicto de intereses E-Book

Margaret Allison

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Beschreibung

Iba a resultar muy difícil saber quién estaba jugando con quién... Todo parecía indicar que Meredith se había ganado a pulso la reputación de mujer fría que la precedía. Cierto era que Josh nunca había estado con ella en la sala de juntas... pero sabía que en el dormitorio era inolvidable. Al fin y al cabo, ella lo había seducido mucho antes de que el trabajo se convirtiera en su único compañero de cama. Ahora él quería algo de ella. Sorprendentemente, fue Meredith la que dio el primer paso al sugerir que volvieran juntos a la escena de la seducción. Pero una vez allí, Josh se dio cuenta de que Meredith no tenía la menor idea de quién era él. Para ella seguía siendo sólo el mujeriego con el que había perdido la virginidad...

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Seitenzahl: 167

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Cheryl Klam. Todos los derechos reservados.

CONFLICTO DE INTERESES, Nº 1365 - agosto 2012

Título original: Principles and Pleasures

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,

total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de

Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido

con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas

registradas por Harlequin Books S.A

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y

sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están

registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros

países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0777-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

Hasta que vio a Josh Adams, Meredith pensó que aquel año su madre había conseguido posiblemente su mejor fiesta de Navidad. Intrincadas esculturas en hielo decoraban el impresionante vestíbulo de la mansión familiar y cientos de velas colocadas estratégicamente, a lo largo de las sinuosas escaleras y en mesas cubiertas con manteles de hilo, iluminaban la enorme estancia. Se habían retirado los muebles para dejar sitio a los abetos naturales adornados con diminutas luces doradas y carámbanos de cristal. Y, como era de esperar, allí estaba toda la alta sociedad de Aspen bailando, bebiendo champán y comiendo caviar.

Meredith observaba a Josh mientras éste se movía entre los asistentes, sonriendo y estrechando manos. Hacía más de diez años que no lo veía, pero no había envejecido ni un día. Pelo castaño rizado, ojos grises y una atractiva sonrisa como de recién levantado de la cama. Era como si nunca se hubiera ido a Europa, como si colarse en la fiesta de una antigua amante con quien no había hablado en diez años fuera lo más natural del mundo.

Aunque antigua amante era un calificativo muy generoso para lo que hubo entre ellos, se recordó Meredith. Fue sólo una noche, nada más.

Pero, ¡oh, qué noche!

«Concéntrate», se dijo a sí misma. No podía dejarse distraer por enamoramientos adolescentes.

A pesar de todo, sentía curiosidad por saber qué le había hecho volver después de tanto tiempo. Josh había sido amigo de su hermana menor, Carly, y ésta no le había mencionado en años. Lo último que Meredith supo de él fue que se había trasladado a Suiza a continuar dando clases de esquí a gente de dinero.

«Ignóralo», se dijo.

Se abrió camino entre los asistentes, tratando de interpretar su papel de anfitriona. Aunque ya era bastante difícil para lo distraída que estaba, lo era aún más para alguien que prefería pasar las tardes en su despacho repasando los últimos informes financieros que asistir a un acontecimiento social. Como presidenta de Cartwright Enterprises, hasta hacía poco uno de los mayores conglomerados del país, el trabajo de Meredith no era fácil. La compañía había perdido grandes cantidades de dinero por culpa de su padrastro, un ludópata que malversó millones de dólares de la empresa antes de quitarse la vida. Las acciones cayeron drásticamente, y se llevaron con ellas la fortuna familiar.

Mientras Meredith saludaba a una mujer que apenas conocía con un beso en la mejilla, su mirada se deslizaba entre los presentes buscando a Josh. ¿Por qué estaba allí? Por lo que sabía, nadie lo había invitado. Si el nombre de Josh estuviera en la lista de invitados, se acordaría.

Claro que si Carly lo había invitado en el último momento, no se habría molestado en comentárselo a su hermana. ¿Por qué iba a hacerlo? Carly no sabía nada de su noche con Josh. Meredith nunca encontró el momento adecuado para reconocer la verdad: que se había dejado seducir por el mujeriego más famoso de la historia de Aspen.

Sabía que Carly se habría escandalizado. Al igual que todo Aspen. La empollona y niña buena enamorada del donjuán. Nadie sabía cuánto había deseado Meredith a Josh, ni cuántas fiestas había pasado escondida en lo alto de la escalera, viendo cómo Josh flirteaba con otras chicas.

Apuró la copa de champán. ¿Qué le pasaba? Después de todo, no había vuelto a verlo ni a hablar con él desde el día que hicieron el amor, diez años atrás. Poco después, él se había trasladado a vivir a Europa, donde ella le creía todavía.

Meredith se dio cuenta de que la culpa era de la fiesta. Su mente nerviosa se había acelerado y estaba mezclando todo y a todos los que alguna vez le habían hecho sentirse incómoda. Miró el reloj. Eran casi las once. Todavía tenía que aguantar varias horas más.

Meredith no recordaba la última vez que había asistido a una celebración no relacionada con el trabajo. Toda su vida se podía definir con una palabra: trabajo. Se había pasado los años en la universidad con la cabeza metida entre los libros y había merecido la pena. Tras licenciarse cum laude por la Universidad de Harvard, empezó a trabajar en la empresa familiar, con sede en Denver, Colorado. Su valía y entrega la ayudaron a ascender en el organigrama de la empresa y, a la muerte de su padrastro, ella era la candidata más clara a la Presidencia. Los accionistas la votaron presidenta de Cartwright Enterprises a los veintinueve años, y desde entonces no había parado de trabajar para salvar a la empresa de la ruina económica.

Paradójicamente, no era Meredith quien iba a salvar la compañía, sino Carly.

Carly, que tenía un puesto y un despacho en la empresa, no había aparecido por allí ni un solo día a trabajar, pero en el amor había demostrado tener un gran sentido común.

Hacía tiempo que Meredith estaba detrás de un producto llamado Durasnow, una nieve artificial que no se derretía en temperatura superiores a los cero grados, pero tenía pocas esperanzas de conseguir los derechos de explotación. A fin de cuentas, era un producto que podía revolucionar la industria del esquí. Sin embargo, el compromiso matrimonial de Carly le había dado gran ventaja ante sus competidores. De repente Meredith tenía contactos familiares, y cuando les presentó su primera oferta de compra de derechos, los Duran parecieron muy interesados. Por fin, las cosas parecían volver a su sitio.

–Meredith –dijo su madre–. ¿Has visto a Carly?

Viera Cartwright arqueó una ceja, mostrando su desagrado.

–No. ¿Por qué? ¿Qué ha hecho? –preguntó Meredith.

Aunque Carly tenía casi treinta años, su madre continuaba tratándola como a una niña. Carly tenía algo que despertaba el lado más maternal de quienes la conocían; un aspecto delicado y vulnerable que la hacía parecer incapaz de cuidar de sí misma.

–Ha venido su amigo Josh.

A Meredith se le aceleró el corazón.

–Lo recuerdas –continuó su madre–. Tu antiguo instructor de esquí.

–Sí –replicó Meredith con fingida naturalidad–. Lo sé. Lo he visto.

–¿Y quién lo ha invitado? –preguntó Viera disgustada.

–¿Qué importa?

Su madre se mordió el labio.

–Carly lo mencionó el otro día.

–¿Y? Fueron amigos durante mucho tiempo.

La voz de Viera se convirtió en un susurro.

–Me ha preguntado si cuando yo me casé no me arrepentí de nada.

–¿Arrepentirte? –susurró Meredith a su vez–. ¿A qué se refería?

–Me dijo que de lo único que se arrepentía era de no haberse acostado con Josh Adams.

Meredith contuvo el aliento. ¿Su hermana enamorada de Josh Adams?

–¡Pero si se va a casar dentro de un par de semanas!

–¿Crees que no lo sé? Acabo de encargar cinco mil dólares en orquídeas blancas.

–Pero Carly ama a Mark.

–Por supuesto. Pero Carly es Carly, y Mark está de viaje hasta el viernes.

Carly siempre había tenido a los mejores hombres de Aspen. Era una mujer voluble, que cambiaba de pareja con la misma facilidad que otras cambiaban de peinado. Pero parecía que, por fin, con Mark Duran había encontrado al hombre de sus sueños. El atractivo y serio cirujano le había conquistado el corazón y cambiado su forma de vida. Al menos eso esperaba Meredith.

–¿Dónde está? –preguntó.

–No lo sé –repuso Viera–. Y tampoco veo a Josh.

–¿Por qué habrá vuelto? –dijo Meredith, preocupada–. Lleva años viviendo en Europa.

–Sí. Menuda coincidencia –dijo su madre sarcásticamente.

–¿Qué quieres decir?

Viera suspiró.

–Espero que Carly no lo haya llamado ni haya cometido ninguna tontería.

Meredith dejó de buscar a Carly y empezó a buscar a los futuros suegros de su hermana, los invitados de honor. De no ser por ellos y la próxima compra de Durasnow, la prudente Meredith habría cancelado la carísima fiesta organizada por su madre. Pero sabía que una cancelación despertaría rumores de dificultades financieras, por lo que permitió que su madre alquilara, comprara y pagara lo mejor de lo mejor.

Ahora parecía que había sido en vano. Todo por culpa de Josh Adams.

Por una vez Meredith deseó haber contado a su hermana lo que ocurrió aquella noche en la montaña con Josh. Quizá si Carly supiera lo que hubo entre Meredith y Josh se abstendría de intentar seducirlo.

Junto a ella pasó un camarero con una bandeja de copas de champán y Meredith las contó rápidamente para sus adentros. Doce copas a diez dólares cada una, ciento veinte dólares sólo en la bandeja. Y en ese momento había al menos veinte bandejas en danza. Eso sin mencionar las bandejas de gambas, las colas de langosta en el bufé y los sofisticados postres franceses. El coste de todo era abrumador, y Meredith tuvo que dejar la copa y tomar otra, que apuró de un trago antes de dirigirse a su madre.

–¿Dónde están los Duran? –le preguntó, refiriéndose a los futuros padres políticos de su hermana.

Su madre miró hacia la galería del segundo piso. Meredith le siguió la mirada. Los Duran estaban solos, y a juzgar por la expresión de sus rostros, no parecían disfrutar mucho de la fiesta.

–Yo me ocupo de ellos –dijo Meredith, entregando a su madre la copa vacía–. Tú busca a Carly.

Meredith se abrió paso entre los invitados y, sujetándose el elegante traje de noche de satén, subió las escaleras de dos en dos.

–Wayne, Cassie –dijo, acercándose a los Duran–. Precisamente estaba comentando con los Morrow la calidad de Durasnow...

–Meredith –la interrumpió el señor Duran señalando hacia la pista de baile–. ¿Quién diablos es ése?

Meredith se volvió. Bajo la lámpara de araña que colgaba en una de las esquinas del salón estaba Carly, de pie, y junto a ella Josh, mirándola con una expresión tan encandilada como la que tenía ella.

–Oh –dijo con una risa forzada–. ¿Ese hombre? ¿El que baila con Carly? Un antiguo instructor de esquí. Crecimos con él. Es prácticamente como si fuéramos hermanos.

–Yo nunca he bailado así con mi hermana –dijo Wayne.

–Ja ja –Meredith forzó una risita, tratando de ignorar el pánico que la invadió–. Josh vive en Europa.

–Pero en este momento está aquí, ¿no? –le espetó Wayne.

–Desde luego –dijo Meredith–. Si me disculpáis, debo ir a saludarlo.

¿Cómo podía Carly hacerle eso? ¿Cómo podía hacérselo a sí misma? Si Mark se enteraba de cómo estaba bailando con el famoso playboy...

Meredith respiró hondo. Estaban bailando, nada más.

Carly se inclinó ligeramente hacia delante y besó a Josh en el cuello.

Meredith recorrió la distancia que la separaba de ellos casi corriendo.

–¡Carly! –exclamó, casi saltando entre ellos–. Estás aquí. Tus futuros suegros están buscándote.

Meredith centró toda su atención en su hermana, sin prestar atención a Josh. No podía mirarlo sin arriesgarse a descubrirse.

«Ignóralo», se dijo.

–Estoy ocupada –dijo Carly, arrastrando las palabras, muestra inequívoca de que había estado disfrutando generosamente del champán.

Aquello no auguraba nada bueno.

–Hola, Meredith.

Al escuchar la voz de Josh, Meredith sintió un escalofrío en la columna vertebral y tuvo que recordarse que ya no sentía nada por el hombre con quien había perdido la virginidad. Había sido un enamoramiento infantil, nada más, y ya lo había superado.

–Hola, Josh –logró responder ella, mirándolo con nerviosa indiferencia.

De repente le entraron ganas de reír, como cuando estaba en el instituto. Ella era la empollona que estaba hablando con el chico más solicitado de Aspen.

Meredith miró hacia la galería. Los Duran los observaban. Cassie Duran susurró algo al oído de su esposo, mientras sacudía la cabeza en gesto de desagrado.

–Carly –dijo Meredith–. Tengo que hablar contigo.

–Estoy ocupada –dijo Carly.

–Me temo que debo insistir –dijo Meredith, tomando a su hermana del brazo, a la vez que trataba de sonreír a Josh con naturalidad–. Me alegro de volver a verte, Josh.

–Espérame en el cenador dentro de diez minutos –le dijo Carly a Josh.

Después se volvió hacia su hermana y recuperó su brazo.

–¿Qué es eso tan importante que no puede esperar?

–Arriba – dijo Meredith.

Viera las esperaba en el rellano y las hizo entrar en la biblioteca del segundo piso.

La madre cerró la puerta de un portazo.

–¿Qué estás haciendo? –preguntó a su hija menor en tono acusador–. El otro día, cuando mencionaste a Josh, no pensé que fuera en serio. Ni se me pasó por la cabeza que pudieras quedar con él mientras tu prometido está de viaje.

–Tranquila, mamá, no ha sido nada de eso.

–¿Qué quieres decir? –preguntó Meredith.

–Que Josh se ha presentado de repente. ¿No es extraño?

Carly se echó hacia atrás en la silla, sonriendo con satisfacción.

–¿Has bebido? –preguntó Meredith, consciente de que su hermana rara vez probaba el alcohol.

–Un poco de champán –dijo Carly, chasqueando los dedos.

–Carly –dijo su madre–. Piensa en Mark. ¿Qué pensará cuando sus padres le digan que has estado coqueteando con otro hombre?

–No es cualquier hombre. Es Josh –explicó Carly clavando una inocente mirada en Meredith–. Meredith, díselo, dile lo especial que es Josh.

–¿Yo? –Meredith se atragantó–. ¿Qué te hace pensar que yo...?

–De todos modos da igual –dijo Carly, en tono de niña mimada–. Esto es sólo asunto mío

–Ahí te equivocas –le dijo Viera–. Si no te casas con Mark...

–Perderemos el maravilloso contrato de Durasnow –dijo Carly–. Tranquila, voy a casarme con él. Pero antes tengo que echar una canita al aire.

–¡Carly! –exclamó Viera escandalizada.

Meredith y Viera intercambiaron una mirada de preocupación. Meredith contuvo la respiración. Era horrible. ¿Su hermana iba a tontear ahora con Josh? ¿El hombre con quien había perdido la virginidad? ¿El único con quien se había acostado?

Tenía que contarle la verdad a su hermana. Confesar su breve relación con Josh. Pero lo cierto era que... ¿qué importaba? Había ocurrido hacía mucho tiempo y seguramente Josh ni siquiera se acordara.

–Lo que yo haga no es asun... –Carly se puso en pie–. No es asunto...

Se llevó la mano a la boca y tragó.

–¿Carly? –preguntó Meredith –. ¿Te encuentras bien?

Con una mano en la boca y la otra en el estómago, Carly salió corriendo hacia el cuarto de baño.

–Esto es terrible –dijo Viera–. Todo su futuro. Arruinado. Es la maldición. La maldición de las mujeres Cartwright.

Meredith sabía perfectamente a qué se refería su madre. A las mujeres Cartwright lo que peor se les daba era elegir marido. Meredith y Carly solían bromear sobre los hombres de la familia. Su bisabuelo había muerto en brazos de otra mujer, al igual que su abuelo. El primer esposo de Viera, y padre de Meredith, también era un conocido donjuán, que murió de un infarto como su padre y su abuelo mientras hacía el amor con una mujer que no era su esposa. El segundo marido de Viera, el padre de Carly, no era un donjuán sino un ladrón. Desfalcó millones de dólares de la empresa de su esposa y, cuando el consejo de administración descubrió lo que había estado haciendo, se suicidó.

–Quiere a Mark. Se casará con él –dijo Meredith.

No soportaba la idea de que Carly pudiera perder a Mark. Su hermana había elegido a un hombre que no se parecía en nada a los demás hombres de la familia. Mark Duran era un hombre cariñoso, atento y estaba locamente enamorado de ella.

–Cuidado –dijo su madre–, hablas como una romántica. Al menos tú eres más pragmática. Nunca tendré que preocuparme por ti.

–¿Por qué no? –dijo Meredith.

–Porque no eres como tu hermana, que le entrega su corazón casi al primero que pasa.

–¿Quieres decir que no tienes que preocuparte de mí porque no tengo novio?

–Nunca lo has tenido. No es que crea que hay nada de malo en eso –añadió su madre–. Tú prefieres estar sola a salir con uno de esos solteros disponibles que han expresado su interés.

–¿Qué solteros disponibles? –preguntó Meredith.

Era cierto que nunca había tenido novio, pero tampoco evitaba a los hombres. De vez en cuando salía con alguien.

–Frank, por ejemplo –dijo Viera, mencionando a un dentista con quien Meredith había cenado en varias ocasiones.

–Frank no me interesa. No es mi tipo.

–¿Lo ves?

–No quiero salir con cualquiera. Además, estoy ocupada. Tengo muchas responsabilidades.

–Por supuesto, querida.

Pero Meredith supo por el tono de voz que su madre no lo entendía.

–Soy la presidenta de una gran empresa –continuó Meredith.

–Eres inteligente, Meredith –dijo su madre–. La mayoría de las mujeres de tu edad van locas todo el día, ocupándose de sus maridos, de sus hijos, de sus casas.. Tú sólo tienes que ocuparte de ti.

–Sí –dijo Meredith, no muy convencida.

–Sobre todo ahora en Navidad –continuó Viera–. Las mujeres de tu edad están ocupadas con fiestas y regalos, pero tú no tienes que pensar en nada de eso. Estoy segura de que pasarás el día de Navidad en tu despacho, trabajando como siempre.

Carly abrió la puerta del cuarto de baño. Caminó hasta el sofá y se tumbó.

–Me encuentro fatal –dijo.

–Demasiado champán y demasiados hombres –dijo su madre.

–Ahora que me acuerdo –dijo Carly llevándose la mano a la frente–. Josh está esperándome en el cenador. Dile que no puedo ir, pero que lo veré mañana.

–¿Yo? –preguntó Meredith.

No quería encontrarse a solas con Josh. ¿Y si mencionaba la noche que pasaron juntos?

–Será mejor que vayas tú –le dijo a su madre.

–Ni lo sueñes –dijo Viera–. Yo voy a buscar a los Duran para calmar un poco la situación. Además, por mí como si se queda allí toda la noche. A ver si se congela.

–¡Mamá! –dijo Carly–. Por favor, no habléis más. Me da vueltas la cabeza.

Sujetó la mano de Meredith y le imploró con los ojos:

–¿Se lo dirás?

Meredith miró a su hermana. Siempre le costaba mucho negarle nada y esta vez no fue una excepción.

–Está bien.

Meredith respiró hondo y se dirigió a la puerta. Por el rabillo del ojo le pareció que su hermana movía los labios, como diciéndole algo a su madre, pero cuando se volvió hacia ellas, su madre la miraba con el ceño fruncido y Carly tenía los ojos cerrados

–Venga, ve –dijo su madre–, y vuelve enseguida.

Meredith salió de la biblioteca con un nudo en la garganta. El resumen que su madre había hecho de su vida le había dolido profundamente, aunque sabía que Viera no quería ser cruel. Además, era la verdad. Meredith no tenía vida social, y al paso que iba no la tendría jamás. Mientras Carly siempre había tenido muchos hombres para elegir, Meredith nunca había tenido ninguno.

Pero su madre se equivocaba al pensar que a ella le gustaba. No fue por elección propia que nunca nadie la invitara a bailar. En sus años en la universidad trató de ser un poco más como su hermana, y así fue como había terminado con Josh.

Meredith se sonrojó al recordar cómo había sucedido. Desde que empezó en el instituto había estado loca por él. Unos años mayor que ella, Josh era un excelente profesor de esquí y salía con las hijas de la alta sociedad de Aspen, chicas como Carly, guapas y encantadoras. Meredith, por el contrario, era alta y desgarbada, con el pelo y los ojos castaños y gafas. Era el tipo de chica que los chicos elegían como compañera de estudios, no para llevar a bailar.

Meredith fue a la universidad en la Costa Este, lejos de Colorado, esperando poder olvidar a Josh. Pero su vida social tampoco mejoró. Sus amigas, que no sabían hablar más que de hombres y de sexo, la apodaron «la virgen».

–Es como arrojarte en una piscina de agua helada –le explicó una de ellas–. Al principio es un poco raro, pero después te acostumbras.

–Hazlo –le aconsejó otra–. No seas tan exigente. Los hombres van a empezar a pensar que te pasa algo raro.

Pero Meredith quería que la primera vez fuera perfecta. Quería que su primer amante fuera cariñoso y considerado, experto y seguro de sí mismo.