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¿Cómo se ingresa al CONICET? ¿Cómo se evalúa a becarios e investigadores? ¿Cómo se los financia? ¿Existe el federalismo científico o es solo un mito más de la Macondo argentina? ¿Qué pasó con los célebres repatriados de la "Década Ganada"? El relato de la revalorización kirchnerista de la ciencia ¿se corresponde de alguna manera con la realidad? ¿Qué es lo que funciona y qué es lo que no funciona en absoluto en el mundo científico argentino? ¿Se puede hacer investigación con dos pesos, en medio de una burocracia demencial y una infraestructura en constante decadencia? En este libro, Sandra Pitta explica los misterios, problemas y desafíos del CONICET en particular y de la investigación científica argentina en general. Al mismo tiempo, revela los orígenes del mito que se pretendió instalar en torno a las convicciones de la política en el apoyo a la labor científica.
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Seitenzahl: 201
Veröffentlichungsjahr: 2021
Sandra Pitta
CONICET
La otra cara del relato
Pitta, Sandra
CONICET : la otra cara del relato / Sandra Pitta. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-599-732-5
1. Historia de la Ciencia Argentina. 2. Financiamiento de la Ciencia. 3. Análisis de Políticas. I. Título.
CDD 306.45
Imagen de tapa: Teseo y el Minotauro en el laberinto, de Edward Burne-Jones
Diseño de tapa: Osvaldo Gallese
© 2021. Libros del Zorzal
Buenos Aires, Argentina
<www.delzorzal.com>
Comentarios y sugerencias: [email protected]
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.
Impreso en Argentina / Printed in Argentina
Hecho el depósito que marca la ley 11723
Índice
Introducción | 5
Sobre el Estatuto, esa ley suprema | 15
Sobre la manera de convertirse en investigador del conicet | 20
¡Sobre las cinco categorías de investigadores científicos | 35
Sobre la carrera del Investigador Científico | 47
Sobre la carrera de Personal de Apoyo: esos grandes olvidados | 53
Sobre el Directorio y las comisiones: un gobierno de científicos | 59
Sobre qué es lo que hace un investigador y su evaluación | 69
Sobre el financiamiento: escalera al cielo o camino al infierno | 90
Sobre los salarios: la trampa de la vocación | 111
Sobre la repatriación y su uso propagandístico | 118
Sobre la tecnología y la transferencia de conocimientos | 124
Sobre nuestra historia reciente: habemus ministerio, pero no habemus dinero | 134
Sobre el kafkiano calvario de ser un científico en Argentina | 142
Epílogo: ciencia, política y futuro | 152
Introducción
Todo comenzó el 30 de julio de 2019.
Unos días antes, yo había firmado una solicitada en apoyo a Cambiemos. No acostumbraba hacer ese tipo de cosas, pero aquella vez lo que me había motivado había sido la gran cantidad de mails que había recibido pidiendo que todos los científicos adhiriésemos a una solicitada para los candidatos Fernández-Fernández de Kirchner. Les reenvié esa solicitada a varios amigos que me habían dicho que los votarían, pero cada vez que la leía me resultaba más y más tendenciosa. Juzguen ustedes mismos:
Quienes firmamos la presente declaración, integrantes de la comunidad científica, tecnológica y universitaria argentina, manifestamos nuestro apoyo a la fórmula compuesta por Alberto Fernández (Presidente) y Cristina Fernández de Kirchner (Vicepresidenta) para las elecciones del corriente año.
Queremos contribuir, con nuestro voto y nuestra voz, a un contundente triunfo electoral que cierre definitivamente la etapa de restauración conservadora abierta en 2015, que condena a nuestro país al atraso, al endeudamiento y a la pobreza.
Queremos colaborar en la recuperación e impulso a un modelo de desarrollo productivo y sociocultural que promueva la inclusión y la justicia social, apoyándose en la ciencia, la tecnología y el conocimiento generados en nuestro país.
Desde una perspectiva pluralista, desde un colectivo que incluye personas con historias y visiones políticas diversas, convocamos a la ciudadanía en general y a la comunidad científica, tecnológica y universitaria en particular, a acompañar la fórmula conformada por Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner para las elecciones presidenciales 2019, con la esperanza de abrir, de este modo, un nuevo horizonte de futuro para la sociedad argentina.
Destaquemos algunas de las engañosas palabras utilizadas: “restauración conservadora” (una expresión propia de 1970); “atraso, endeudamiento y pobreza” (cuando nos estaban pidiendo votar a gente que en su anterior mandato había dejado de medir la pobreza y nos había condenado al atraso); “modelo de desarrollo productivo” (ensamblado en Tierra del Fuego, por supuesto).
Sin embargo, lo que me terminó de perturbar fue “perspectiva pluralista”. Eso ya me pareció una burla, porque conozco bien a los convocantes: son muy poderosos, pero sin duda no tienen nada de pluralistas.
Entonces me llegó la solicitada para apoyar a Cambiemos. La leí y decidí firmarla. También se la pasé a algunos conocidos que podían estar interesados. Ni me fijé en que incluía la palabra “intelectual”, porque es un término demasiado ambiguo. Esa palabrita iba a desatar una larga serie de problemas.
A las pocas horas de firmar la solicitada, ya estaba mi nombre señalado en varios portales de científicos. Y, cuando digo “señalado”, es un eufemismo: en realidad, estaba subrayado y acompañado de comentarios e insultos de todo tipo. Como nunca me pliego a la opinión políticamente correcta del momento, estoy acostumbrada a que me insulten. Pero cuando vi que Félix Requejo hacía un comentario que podía interpretarse como una amenaza de despido si llegaba a ganar el Frente de Todos, sentí un profundo malestar.
Félix Requejo no era una persona más: se trataba del director de un instituto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (conicet) en La Plata y uno de los convocantes a firmar la solicitada del Frente de Todos. ¿Convocaban a firmar esa solicitada para manifestar una adhesión, o más bien para desatar una futura caza de brujas? Hice captura de pantalla y subí la imagen a una red social, formulando esa misma pregunta. Parecía que una victoria de los Fernández podría resultar complicada para mí y para todos los que pensaran libremente, fueran o no votantes de Cambiemos.
También me pregunté si algunos de los más de diez mil científicos que habían firmado la solicitada del Frente de Todos no se habrían visto presionados por esos mismos temores. Quizá el solo hecho de no firmar configurara una falta tan grave que el propio trabajo podría estar en juego. Antes de irme del trabajo ese 30 de julio, escribí un tuit que me iba a cambiar la vida:
Minutos después, ya en el colectivo de vuelta a mi casa, decidí borrarlo. No por temor, sino por considerarlo una exageración, producto de un mal momento. Pero cuando intenté eliminar el tuit, ya se había viralizado. Era tarde: ese tuit ya no me pertenecía, así que lo dejé rodar.
Al día siguiente, me di cuenta de cuánto había rodado. Para empezar, el mismísimo Roberto Salvarezza, expresidente del conicet y actual ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, me había contestado de la siguiente manera:
Dos apreciaciones: 1) nunca vi a Macri persiguiendo científicos por su ideología, y 2) Salvarezza utilizó casi las mismas palabras que luego pronunciaría Alberto Fernández. ¿Casualidad? No lo sé. Quizá estuvieran tan alineados que ya no distinguían entre pensamientos propios y ajenos. A Salvarezza le contesté que le agradecía, pero que tratara de apaciguar a su tropa.
Lo más extraño vino después. Ese día, la comunidad científica había convocado a un acto en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias Exactas. Me había llegado la invitación a través del mailing del departamento:“Este miércoles 31 de julio invitamos a toda la comunidad de la Facultad a participar de la visita del precandidato a Presidente de la Nación, Dr. Alberto Fernández. El encuentro se realizará en el Aula Magna del Pabellón 2. Sin Ciencia no hay futuro”.
El motivo del acto era entregarle la solicitada de apoyo a la fórmula del Frente de Todos. Se trataba de un acto de amor digno de una comunidad enamorada de su líder (o lideresa). En ese acto partidario, transmitido por la web y observado por muchos de mis colegas en todo el país, el candidato a presidente me nombró: “Así que, Sandra Pitta, no tengas miedo, te prometo que te voy a cuidar como a todos ellos, porque vos valés mucho, igual que todos ellos”. En ese momento, todos los que estaban en esa aula, más todos los que estaban viendo el acto, escucharon el nombre de una ignota científica. Era una escena casi bíblica: “Tú, Sandra Pitta, en representación de todos los disidentes del mundo científico, no debes tener miedo a Dios, porque Dios te cuida”.
Me enteré de todo eso por una tercera persona que se lo relató a una colega con la que estaba trabajando. Primero fue todo risas, pero a medida que me iban entrando mensajes de amigos, familiares y conocidos que se solidarizaban conmigo y me ofrecían su ayuda, tomé conciencia de que no debía subestimar la gravedad de lo ocurrido. No lo podía tapar con humor o ironías. Fernández me había señalado. Yo debía enfrentar las consecuencias de ese acto antes de que fuera tarde.
Al llegar a casa, tuiteé que no me iban a amedrentar tan fácilmente. Esa noche no pude dormir de la bronca y el asombro que sentía. Con ingenuidad, supuse que me contactarían dos o tres periodistas, pero que la cosa no pasaría a mayores.
Estaba equivocada.
Al otro día, se desató el caos: las llamadas de periodistas, las notas y, sobre todo, el violento acoso de mis colegas militantes del kirchnerismo en las redes. Muchos de ellos eran conocidos y respetados en sus ámbitos científicos; incluso había directores de institutos del conicet. ¿De dónde salía tanto odio y tanta agresión?
Lo peor no era que Fernández hubiera mencionado el nombre de una científica, sino que los investigadores que lo habían escuchado aplaudieran ese escrache. No es que me asombre esa actitud corporativa: en el mundo científico, se suele evitar molestar al poderoso, porque es el poderoso el que nos va a evaluar y determinar si somos aptos para recibir la ambrosía, la recompensa de los dioses —es decir, si nos van a favorecer con subsidios, becarios y demás favores—, o si, por el contrario, nos van a desterrar del Olimpo.
Quienes conocemos ese mundo sabemos que la aplicación de correctivos está a la orden del día y que las declaraciones de independencia suelen quedarse en palabras. Por eso, mientras muchos se sorprendían por el comportamiento de mis colegas, yo debo decir que no esperaba otra cosa de varios de ellos. Acostumbrados a obedecer, se prestan a los juegos de los poderosos, y cuanto más cerca se está de la cima, más se tiende a formar pequeñas manadas de aplaudidores seriales.
No obstante, muchos de los que estaban ese día en esa aula no aplaudieron. Más bien, se incomodaron: estaban ahí para apoyar una candidatura, no para inmolar a una colega.
Por supuesto, es entendible que esa gente apoye al kirchnerismo, que tuvo la astucia de colocar el tema de ciencia y tecnología en el centro de su relato. Y, además, no todo fue relato: en el caso de la ciencia, el kirchnerismo usó un mecanismo muy interesante. Cuando se viene de épocas oscuras, como el menemismo, en las que la ciencia ocupa un segundo plano y el sistema está al borde del colapso, todo lo que llega después es maná del cielo. No olvidemos que en 1996 el ministro de Economía Domingo Cavallo mandó despectivamente a lavar los platos a Susana Torrado, una investigadora del conicet (aunque ¿es eso tan distinto a que un candidato a presidente le diga a una científica, con modos paternalistas, que “la va a cuidar”?).
Obviamente, en todo esto primó una visión cortoplacista, porque en ese 1996, segundo año de mi tesis doctoral, mientras el ministro mandaba a Torrado a lavar los platos, en el mundo de la ciencia el dinero no escaseaba, porque éramos un grupo pequeño y existía la convertibilidad. Eran las épocas del 1 a 1, y los préstamos internacionales que financiaban las investigaciones se cobraban en dólares. A ese respecto, es interesante leer algunas declaraciones de Torrado cuando fue entrevistada en 2009 por Página/12 acerca de aquella situación:
—¿Cuál era la situación de las ciencias sociales en aquel momento?
—Empezaba a hacerse evidente que la actividad científica podía ser útil para el diagnóstico del país. Hasta la recuperación de la democracia, las ciencias sociales estuvieron censuradas, perseguidas y refugiadas en los centros privados, con tremendas restricciones de acceso por ejemplo a los datos del sistema estadístico nacional, que son un insumo fundamental. Y en los años que van de 1984 a 1994 rehicimos el campo de las ciencias sociales, se recuperó el entramado académico y comenzaron a salir en los medios de comunicación los resultados de nuestros trabajos.
Torrado explicaba de manera perfecta la situación de las ciencias sociales y su recorrido a través de la historia científica argentina. También criticaba la intervención del Instituto Nacional de Estadística y Censos (indec) por parte del gobierno kirchnerista: “El conflicto y la intervención política en el indec son un claro ejemplo de la tensión en la relación de los científicos con el poder político, de colisión de la ciencia con los gobiernos de turno, sea del partido que sea”. Finalmente, reivindicaba el trabajo científico, dejando en claro que su práctica “genera información que tiene aspectos sociales y económicos inherentes, que son todo menos abstractos”.
Fue significativo que muchos de los presentes en el Aula Magna provinieran de las ciencias sociales: estaban aplaudiendo a un cómplice de la destrucción de ese sistema estadístico que, como bien dice Torrado, es un insumo clave. Nunca deja de llamarme la atención cómo disocian la realidad de la fantasía algunos colegas.
Pero este caso tiene mucha resonancia con el mío. Veamos lo que decía Susana Torrado sobre el exabrupto de Cavallo: “El mandato no fue solo para mí, como bien lo interpretó el conicet. Tenía que ver con el poder, cómo un ministro puede atacarnos y qué imagen le transmite este hecho a la sociedad. Que se disculpe después no cambia nada”.
La investigadora sostenía que, a pesar de que el ataque no la había afectado —“porque era ¡tan tonto!”—, reaccionó porque se dio cuenta de lo que significaba para la comunidad científica. “Pedí derecho de réplica y comencé a dar reportajes por televisión porque había sido el medio utilizado por él para darme la orden. A partir de ahí comenzó a armarse una cosa mucho más grande que creo que fue beneficiosa porque quedaba como que desde la nación era esa la opinión que tenían de los científicos. Fue un desprestigio muy grande. Soberbia de poder. Creo que después Cavallo se arrepintió”.
¿Qué hubiera hecho Susana Torrado en mi lugar? Quizá lo mismo que yo: no quedarse callada ante el avasallamiento. Reemplacen el apellido Cavallo por Fernández (cualquiera de los dos Fernández, porque los escraches los unen) y se entenderá la disociación cognitiva de muchos de mis colegas científicos. Ante ataques parecidos, una mujer es tomada como emblema y la otra, como paria. Es un fenómeno muy interesante y digno de estudio… para futuros sociólogos.
El 1° de agosto, comenzaron a llover los comentarios de mis colegas. Fue muy interesante ver cómo físicos, químicos, biólogos, sociólogos y otros se transformaban de manera repentina en psiquiatras que diagnosticaban mis muchas patologías. Insinuaban que, si me sometía a un examen psicológico, seguramente me echarían del conicet. Lo paradójico es que yo siempre sostuve que los investigadores del conicet deberían someterse a estos estudios, aunque es probable que, si se hicieran, quedarían muy pocos de su planta permanente. Los psicópatas abundan, así como el miedo, los sentimientos de persecución y las amenazas veladas. Quizá no bastaría con un simple test psicológico…
Hoy, mientras llueve afuera y también llueve dentro del laboratorio —algo que viene ocurriendo hace muchos años, por falta de financiación—, pienso en muchas cosas. Pienso en nuestra universidad autónoma, tan autónoma que a través de correos institucionales nos dice a quién tenemos que votar. Pienso en este conicet supuestamente autárquico, que también nos ordena cómo votar. Pienso en el odio visceral que se le tiene aquí a cualquier fuerza de seguridad, como resultado del trauma de la Noche de los Bastones Largos; al mismo tiempo, veo que debemos cerrar los laboratorios con llave porque es tan poca la seguridad en el edificio que tenemos miedo de que nos roben las computadoras y otras cosas. Pienso que los que aplauden a Fernández son los mismos que se apresuran a obedecer cuando sus superiores les dicen que en los informes no aclaren las dificultades y los obstáculos que enfrentaron para realizar sus trabajos, porque lo único importante son los resultados y siempre es más conveniente mantener una ficción. Y pienso también que en ese acto estaban presentes muchos de esos superiores adictos a dar órdenes.
En fin, pienso en todo eso y concluyo que es hasta lógico que aplaudan, que digan que me victimizo, que no vean la asimetría de poder que hay en mi caso, pero sí la que hay en el caso de Susana Torrado. Es claro: obedecen a sus amos y maestros y no pueden contradecirlos. Pertenecen a una de las tantas corporaciones argentinas y apoyan o denuestan según las órdenes de sus mandos superiores. Por supuesto, no todos son así, y noto que existe un deseo de cambio. Pero, como todo cambio, este implicaría derrumbar unas estructuras anquilosadas que nos tienen atrapados hace años. Ese es nuestro mayor desafío.
Sobre el Estatuto, esa ley suprema
Es imposible escribir sobre el conicet1 sin hacer referencia a su ley suprema: el Estatuto. Se trata de la ley 20464. Fue aprobado en mayo de 1973, en los últimos minutos del gobierno de facto de Lanusse. Este dato, breve pero potente, es desconocido por la mayor parte de los investigadores, incluso por los que se desgarran las vestiduras por el ser nacional y popular y vociferan su defensa. Los mandatos del Estatuto están tan arraigados que pocos se detienen a pensar que es una ley redactada y sancionada en dictadura.
En consonancia con el gobierno que lo aprobó, el Estatuto tiene algo del orden de lo militar, y hasta de lo monacal, pero quizá el rasgo más sobresaliente sea su alto grado de discrecionalidad. Allí radica gran parte del atractivo de este Estatuto para todas las generaciones de científicos del conicet que se resisten a cambiarlo. En próximos capítulos, voy a tratar específicamente el tema, pero, pese a todas las críticas que se pueden hacer, esa discrecionalidad tiene que ver con un rasgo profundamente específico del trabajo de investigación: la dificultad para evaluar la actividad y la excelencia de un científico. Desde ese punto de vista, esa discrecionalidad es necesaria, porque no hay una evaluación que abarque todas las actividades y condiciones que se deben cumplir para ser un científico exitoso. Por ese motivo, en el resto del mundo siempre se busca mejorar la evaluación para hacerla menos arbitraria. Estos debates sobre las evaluaciones se producen en los ámbitos académicos de todos los países, pero en Argentina se circunscriben a un sector muy limitado de la comunidad científica y, en general, no se revelan demasiado. Esto genera que muchos candidatos se presenten a becas, ingresos o promociones sin conocer estrictamente las reglas que ese grupo dilecto ha decidido para ese momento en particular. Muchas veces, incluso, esas reglas se aplican post facto. Sería como prepararse para un examen de inglés y terminar rindiendo uno de álgebra. En respuesta a esto, se suele argumentar cosas como “pero si todos saben más o menos lo que se espera” o “pero si las reglas no cambian tanto”. De ser así, ¿por qué no se publican? Es frecuente, en épocas de llamados a concursos, encontrar en las redes de científicos preguntas como “¿qué necesito para ingresar a carrera?”; “¿qué se tiene en cuenta para aprobar un informe en tal comisión?”; “¿cuántos papers se piden para promocionar?”.
La llave de toda esta información la tienen el Directorio (a través de sus resoluciones), la Junta y las comisiones. Tener a un conocido en comisiones o en la Junta es un regalo celestial; no tenerlo es navegar a ciegas.
Las resoluciones sobre nuevas formas de evaluar, nuevos requisitos, cantidad de papers, etc., son guardadas con recelo por el Directorio. Hace poco tiempo, en un arranque de transparencia nunca visto (quizá impulsado por la transparencia que quiso imponer Cambiemos), las reuniones del Directorio empezaron a publicarse. Pero ¿quién se va a tomar el trabajo de leerlas y extraer de ellas lo necesario y lo útil? Pues en su seno se tratan temas que van de lo más banal a lo imprescindible.
Volviendo al Estatuto, hay que destacar que está derogado desde 1999, pero al no haber otro estatuto o convenio que lo reemplace se sigue aplicando. Si quisiera, el conicet podría aplicar el convenio 214 de la Administración Pública (algo que de hecho hace, pero cuando nos perjudica, y no cuando nos beneficia), pero hasta los investigadores más encumbrados o los más furiosos kirchneristas se espantan ante la posibilidad de un convenio colectivo de trabajo. Son incapaces de aceptar que somos empleados públicos, como los médicos y bioquímicos en los hospitales públicos, los docentes universitarios, etc. Porque en Argentina la noción de empleado público se ha disociado de su aspecto de servidor público y tiene un significado peyorativo que contrasta con el carácter meritocrático del conicet como organismo. Por supuesto, nuestra actitud hacia nuestro trabajo no es la de la típica empleada pública de Gasalla, pero también es cierto que muchos se autoperciben como iluminados a los que poco les importan los aspectos mundanos de la vida.
El Estatuto contiene una serie de artículos y consideraciones muy cuestionables. Por empezar, el concepto de “dedicación exclusiva”. ¿Qué significa esto? Que el científico debe renunciar a ejercer su profesión para dedicarse únicamente a la tarea investigativa y docente. Esta dedicación exclusiva pasó de ser un logro (porque implica la profesionalización de la carrera de Investigador) a volverse una trampa, porque para que esa exclusividad funcione debe estar bien remunerada. Hubo un tiempo en que la dedicación exclusiva estaba muy bien pagada, pero hoy en día representa solo un 3% de nuestro salario, y su mantenimiento es más “una cuestión filosófica” (así suele decirse) que una realidad práctica.
Siempre recuerdo a un gerente del conicet (los gerentes suelen tener sueldos que hasta triplican al de un investigador) que me explicaba que para un científico la dedicación exclusiva era un ethos. Supongo que algunas almas nobles lo vivirán así, pero es un ethos que no paga las cuentas. En realidad, la investigación es una tarea sin horarios, y el que tiene verdadera vocación no se fija en las horas trabajadas. Pero cuando el salario no alcanza y surge una actividad que se puede realizar en horario no laboral, la dedicación exclusiva lo impide.
Entre los artículos más curiosos del Estatuto, está el 11:
Art. 11. — En el caso de que el personal perdiera la posibilidad de trabajar en el lugar en que fue autorizado, o si el lugar de trabajo resultara inadecuado a criterio del conicet, el agente, de común acuerdo con el conicet, agotará las posibilidades para hallar otro lugar de trabajo. En el caso de que no sea posible hallar uno nuevo en el término de nueve meses, el agente tendrá derecho a percibir la indemnización prevista por el Estatuto del Personal Civil de la Nación.
Este artículo se suele usar para despedir a un investigador por motivos ajenos a su desempeño o excelencia. Y no es fácil para un científico conseguir un nuevo lugar de trabajo cuando algún poderoso ha decidido sacárselo de encima.
También está el artículo 40, que es particularmente complicado. En el transcurso del libro veremos por qué:
Art. 40. — El Directorio del conicet realizará una evaluación especial de un investigador cuando se den las siguientes circunstancias:
a) Cuando dos informes reglamentarios consecutivos […] hayan sido considerados por el conicet “No Aceptables”;
b) Cuando en un lapso de 6 años, dos informes bienales del investigador hayan sido calificados “No Aceptables” por el conicet.
En ambos casos el Directorio nombrará una Comisión Especial para que haga un estudio exhaustivo del caso y produzca un informe al respecto. El investigador será citado al seno de la Comisión para conversar sobre el problema, previamente al informe. En base a este informe el Directorio decidirá acerca de la permanencia o no del personal en la Carrera.
Si el Directorio resolviese que el investigador continúe un nuevo año o período, y su próximo informe es considerado “No Aceptable”, el investigador quedará automáticamente separado de la Carrera.
Si bien todos queremos un conicet meritocrático, hay ciertas condiciones en la evaluación típica de un investigador que hacen que este artículo se aplique mal. Es más, muchas veces tiene el efecto opuesto al deseado: en vez de estimular el riesgo, promueve la quietud en un sistema que debería buscar siempre la innovación. ¡Qué mejor que hacer siempre lo mismo, sobre un mismo tema, para cuidar la quintita de publicaciones que aseguran nuestra permanencia!
Por otra parte, cuando un investigador tiene un informe desaprobado no puede solicitar becarios ni subsidios ni participar en subsidios de colegas, con lo que le quitan la posibilidad de revertir la situación que lo llevó a desaprobar.
El establishment del conicet se muestra renuente a firmar un convenio colectivo sectorial. Entre las diversas objeciones, se encuentra el temor, incluso entre los más “progresistas”, de que el organismo quizá más meritocrático de Argentina caiga en las garras de los sindicatos y deje de ser exigente. Esta no es una objeción banal, porque ya hemos sido testigos de lo que ocurrió con la educación en Argentina cuando cayó en manos sindicales. A la vez, resulta complicado tener exigencias muy elevadas cuando los salarios no reflejan esa exigencia.
Quizá un punto de equilibrio sería contar con un nuevo estatuto para los lineamientos generales y un convenio para los temas salariales y las condiciones de trabajo. En todo caso, mientras se siga viendo la actividad como un sacerdocio nunca se la va a jerarquizar económicamente.
Sobre la manera de convertirse en investigador del