Corazón bajo llave - Julia James - E-Book

Corazón bajo llave E-Book

Julia James

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Beschreibung

Un matrimonio de conveniencia… ¡con la realeza! La princesa Elizsaveta tuvo que caminar hasta el altar. Era la única manera de salvar de la bancarrota a su familia en el exilio. Por deber, aceptó la oferta del griego Leon, su estatus como miembro de la realeza a cambio del apoyo económico que él podía brindarle. Y así enterró su sueño de mantener una verdadera relación… Ellie no se encontraba preparada para el intenso efecto de la química que surgió entre ambos. Pero, aunque sus caricias eran adictivas, enamorarse del atractivo Leon era muy peligroso. Él siempre fue claro con ella: su corazón estaba encerrado bajo llave. A menos que Ellie consiguiera hacerle cambiar de opinión.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Julia James

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Corazón bajo llave, n.º 2787 - junio 2020

Título original: The Greek’s Duty-Bound Royal Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-068-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LEON Dukaris miró la factura que tenía sobre el escritorio y, tras encogerse de hombros, procedió al pago de la importante suma de dinero.

El Viscari St James era uno de los hoteles más caros y exclusivos de Londres y el golpe de estado que había echado a Mikal de Karylya de su gran ducado en el corazón de Europa había tenido lugar hacía menos de dos semanas, así que, no era de extrañar que al gran duque le resultara difícil adaptar su estilo de vida de la realeza al de un antiguo gobernante empobrecido, sin disponer de ninguna de las riquezas de su pequeño pero próspero feudo.

Eran unas dificultades que le convenían a Leon. Financiar el exilio del gran duque no era un gesto de generosidad por su parte. Puso una sonrisa tensa que acentuó las facciones de su rostro y le brillaron los ojos. Más bien era una inversión.

Una que pretendía realizar con muy buenos resultados.

Sus ojos se oscurecieron. De pronto no estaba viendo su despacho con muebles caros y vistas a la ciudad de Londres, el dominio privado de un multimillonario y su entorno de trabajo. Su visión iba más allá, hacia el pasado amargo y empobrecido…

La fila del comedor social durante el lúgubre invierno de Atenas, los agujeros de la suela de sus zapatos, tiritando de frío mientras esperaba la cola para recibir comida caliente y llevarla al pequeño alojamiento donde su madre y él tenían que vivir después de que los hubieran desalojado de su espacioso apartamento por no pagar el alquiler. Él era todo lo que su madre tenía, el marido que había prometido amarla eternamente se había marchado, abandonándola junto a su hijo adolescente, ante todo lo malo que acarreaba el colapso de la economía griega durante la gran recesión que había sufrido el país una docena de años atrás…

Y lo malo había sido muy malo, ya que se habían quedado sumidos en una pobreza de la que Leon había prometido que escaparía por mucho que le costara.

Y había conseguido escapar, ascendiendo peldaño a peldaño por la escalera del éxito financiero. Asumiendo riesgos que siempre habían compensado, a pesar de que con cada movimiento especulativo hubiera tenido que controlar sus nervios. Había realizado una incesante persecución de la riqueza y se había convertido en un especulador financiero excepcional, capaz de detectar oportunidades multimillonarias antes que otras personas y de aprovecharlas, consiguiendo así llegar a la cima de la riqueza.

En esos momentos, quería que su dinero le proporcionara algo más. Sonrió con satisfacción. Algo que estaba a su alcance gracias al golpe de estado que había expulsado al soberano de Karylya.

Al pensar en ello, sus ojos oscuros recobraron el brillo dorado. Una princesa casadera para sellar su ascenso vertiginoso desde los comedores sociales.

La hija del gran duque Mikal.

 

 

«¡Ellie! ¡Hay noticias sobre tu padre! ¡Malas noticias!».

En su cabeza, Ellie podía escuchar la voz alarmada de su madre, resonando mientras salía de la estación de metro de Piccadilly Circus y se dirigía a toda prisa hacia el Hotel Viscari bajando por la calle St James.

Puesto que estaba muy cerca del St James’s Palace, de Clarence House y de Buckingham Palace, a menudo era frecuentado por diplomáticos, políticos extranjeros y miembros de la realeza extranjera.

Incluida la realeza destituida.

«Destituida».

La palabra provocó que Ellie sintiera un nudo en el estómago. El golpe que había provocado que su padre y su familia tuvieran que abandonar el palacio de Karylya había convertido al gran duque en tan solo un antiguo soberano en el exilio. Ellie se fijó en la opulencia del recibidor de mármol del Viscari. Aunque fuera un exilio de lujo…

Se acercó a la recepción y preguntó:

–La suite del gran duque Mikal, ¿por favor?

–¿A quién debo anunciar? –preguntó la recepcionista, descolgando el teléfono.

Parecía dubitativa y Ellie comprendía por qué. Su traje de trabajo estaba arrugado tras el vuelo trasatlántico y parecía más adecuado para la vida rural que había tenido durante su infancia en Somerset, donde vivía con su madre y su padrastro, que para alguien que tenía permiso para entrar en una suite de la realeza de un lujoso hotel de Londres.

–¡De parte de Lisi! –contestó, ofreciendo el diminutivo de su nombre en el idioma de Karylya.

Un momento después, la actitud de la recepcionista cambió y llamó con firmeza a un botones.

–Acompañe a Su Alteza a la Suite de la Realeza –le ordenó.

Mientras subía en el ascensor, Ellie deseó que no hubieran averiguado su identidad. Ella nuca empleaba su título fuera de Karylya, excepto en raras ocasiones de estado con su padre. Solía utilizar el diminutivo inglés y el apellido británico de su padrastro, el nombre que aparecía en su pasaporte, Ellie Peters. Ese nombre hacía que su vida fuera mucho más fácil. Y también era considerablemente más corto que su patronímico.

Elizsaveta Gisella Carolinya Augusta Feoderova Alexandreina Zsofia Turmburg-Malavic Karpardy.

¡Debían de haberle puesto el nombre de todas las tías, abuelas y otros miembros de las familias reales europeas con las que su padre decía tener parentesco!

Desde los Hapsburgs hasta los Romanovs, y cierto número de casas reales alemanas, polacas, húngaras y lituanas. Incluso un par de otomanas o dos. Una dinastía que había logrado durar novecientos años, mediante alianzas y matrimonios, en el refugio que proporcionaba el Gran Ducado de Karylya, con sus picos nevados y verdes valles, sus pinares y ríos, lagos glaciales y modernas estaciones de esquí.

Pero ya no. En esos momentos, Ellie sentía un nudo en el estómago. Su madre acababa de anunciarle que todas las posesiones que habían acumulado durante esos novecientos años habían, de repente, llegado a su fin…

El ascensor se detuvo y Ellie salió al recibidor desierto de la planta de suites exclusivas. Una de las puertas del pasillo se abrió y una mujer se acercó a ella para recibirla con los brazos abiertos.

–Oh, Lisi, ¡menos mal que ya estás aquí!

Era su hermana pequeña, Marika, su hermanastra, una de las hijas que su padre había tenido con su segunda esposa. Aunque Marika estaba allí con sus padres, Ellie sabía que su hermano Niki, el heredero de su padre, o ya antiguo heredero, seguía en Suiza a punto de realizar un importante examen para acceder a la universidad.

Ellie no sabía cómo se había tomado la noticia su hermano, pero era evidente que Marika no se la había tomado bien.

–¡No puedo creer que haya sucedido esto! –dijo Ellie, contestando a Marika en el idioma de Karylya.

–¡Es como una pesadilla! –dijo Marika, y entró con Ellie en la suite.

–¿Cómo está papá? –preguntó Ellie.

–En shock. No puede asimilarlo. Mutti tampoco… –Marika suspiró–. Vamos, entra. Papá lleva mucho esperándote.

Ellie se apresuró para entrar en el lujoso salón de la suite y se fijó en que la habitación estaba llena. Su padre y su esposa, la gran duquesa, y varios empleados del palacio estaban allí. Su padre estaba junto a la puerta de cristal que daba a una terraza privada, contemplando los tejados de los alrededores. Se volvió al oírla llegar y ella se acercó para abrazarlo.

Una voz hizo que se detuviera:

–¡Elizsaveta! ¡Te olvidas de quién eres!

Era la gran duquesa, su madrastra, regañándola. Percatándose de lo que debía hacer, Ellie respiró hondo, se sujetó la falda e hizo una reverencia. Mientras la hacía sintió un vacío en el estómago. Su padre ya no era un soberano…

Él se acercó a ella y le agarró las manos.

–Por fin has venido –dijo él. Su tono denotaba alivio y una pizca de crítica.

Ellie tragó saliva.

–Lo siento, papá. Estábamos en Canadá. Muy al norte. Grabando con Malcolm. La comunicación era muy difícil, estábamos muy lejos, y hasta que he llegado aquí…

Se calló de golpe. Tras el desastre sufrido era evidente que su padre no estaría pensando en la madre de Ellie, ni en su padrastro, un famoso director de documentales sobre la vida salvaje que viajaba por todo el mundo y por quien su madre había dejado a su marido de la realeza cuando Ellie tan solo era un bebé.

–Bueno, afortunadamente ahora estás aquí –dijo su padre, antes de dirigirse a uno de los empleados–. Josef… ¡los refrigerios! –le ordenó.

Ellie se mordió el labio. Siempre había pensado que la actitud arrogante de su padre había contribuido a que fuera un hombre poco popular en Karylya. Y su pensamiento se había visto reflejado en los análisis políticos que había leído desde que la noticia había salido a la luz, explicando los motivos del golpe.

Eso y su intransigente negativa a realizar cualquier reforma constitucional, fiscal o social para calmar la tensión que había entre una población compuesta de gran mezcla étnica y cuyas rivalidades internas siempre habían requerido un cuidadoso y constante equilibrio para evitar que cualquiera de las minorías se sintiera despreciada o ignorada.

Ellie suspiró en silencio. El problema era que su padre no tenía el carisma y el talento necesarios para la gestión política, ni la personalidad extrovertida de su abuelo, el padre de su padre. El gran duque Nikolai había gobernado Karylya durante las décadas del telón de acero, manteniendo la precaria independencia del ducado ante las grandes presiones extranjeras y labrando la prosperidad de la que disfrutaba el ducado. La torpeza y cautela de su padre durante los diez años de su reinado, solo había servido para enemistar a todas las facciones, incluso a aquellas que tradicionalmente lo apoyaban más.

Por lo tanto, no tuvo a nadie que lo apoyara cuando el Consejo Superior, liderado por la facción étnica que consideraba sufría mayor desigualdad, dio el golpe de estado,

Teniendo en cuenta todo aquello, era comprensible que su padre y la gran duquesa albergaran una enorme rabia y resentimiento. Así que Ellie murmuró unas palabras de apoyo y decidió que más tarde podría hacer todas las preguntas necesarias.

Cuando por fin se retiró a la habitación de Marika, Ellie formuló la pregunta que más le preocupaba y que no podría haber realizado delante de los empleados de la realeza, por muy fieles que fueran.

–Marika, ¿qué sucede con las finanzas de papá? ¿Qué ha acordado el nuevo gobierno? Debe haber sido un acuerdo muy generoso –miró el lujo que había a su alrededor–. Está claro que este lugar no puede ser barato.

Su hermana la miró de una forma que la hizo estremecer.

–Papá no está pagando este hotel, Lisi. No puede permitírselo. Oh, Lisi, ¡no puede permitirse nada! ¡No tenemos dinero!

Ellie palideció.

–¿Nada? –preguntó Ellie con incredulidad, antes de mirar de nuevo la lujosa habitación–. Y… ¿Y este lugar? Lleváis aquí casi dos semanas…

–Ya te he dicho que papá no paga por esto, Lisi… Lo paga otra persona.

Ellie la miró asombrada.

–¿Quién?

–Se llama Leon Dukaris… Es un multimillonario griego. Estuvo en Karylya el año pasado, por un tema de negocios. Asistió a la gala de verano que preside Mutti. Nos lo presentaron y papá lo invitó a una fiesta en los jardines del palacio. También vino a un evento y a una cena. Yo no presté mucha atención. Era un asunto de negocios con algunos de los ministros y otros inversores extranjeros. Él estuvo hablando con ellos y con papá. No sé mucho más excepto que, cuando llegamos a Londres, él se puso en contacto con papá y le dijo que cubriría nuestros gastos…

–¿Por qué? –preguntó Ellie–. ¿Por qué iba Leon Dukaris a preocuparse por papá? ¡Y encima pagar por este lugar! Si lo que quiere es tener negocios en Karylya no es a él a quien debe hacer la pelota.

Ellie vio que su hermana se sonrojaba y preguntó:

–¿Qué ocurre, Marika?

Su hermana tenía cara de angustia.

–Oh, cielos, Lisi…Solo hay un motivo por el que está pagando todo. Quiere… –tragó saliva–. ¡Quiere casarse conmigo!

Ellie la miró con incredulidad.

–¿Casarse contigo? ¡No lo dices en serio!

–Es muy evidente –dijo Marika–. Ha venido varias veces y siempre ha sido muy atento conmigo. ¡Algo más allá de la mera educación! Yo hago lo posible por mantenerlo a distancia, pero sé que Mutti confía en que termine haciéndole caso. Ella está preocupada por lo que va a pasar con nosotros, y si él de verdad quiere casarme conmigo…

Se le entrecortó la voz. Ellie la miró doblemente sorprendida. Enterarse de que su padre no tenía dinero y de que un multimillonario griego pagaba sus gastos ya era bastante malo, pero ¿que su hermana creyera que el multimillonario griego quería casarse con ella?

¿Marika lo estaría imaginando?

Ellie se lo tomó con humor a pesar de que la ocasión no era favorable para ello.

–Por favor, no me digas que ese tal Leon Dukaris es un viejo de tripa gorda y mirada lasciva.

–No, no exactamente –contestó Marika con voz temblorosa. Entonces, sus ojos se llenaron de lágrimas–. Lisi, ¡da igual qué aspecto tenga o quién sea! –comenzó a llorar–. ¡Estoy enamorada de otro hombre! –exclamó–. ¡Así que no puedo casarme con Leon Dukaris! ¡No puedo!

 

 

Leon se bajó de la limusina frente al Viscari St James y entró en la recepción del hotel. Había llegado el momento de visitar a la familia real otra vez.

Él había visitado al gran duque en varias ocasiones desde que había llegado a Londres dos semanas atrás, aparentemente para asegurarle que cubriría todos sus gastos durante su estancia, hasta que decidiera si quería exiliarse tal y como hacían otros monarcas cuando sus países ya no los querían. Sin embargo, el verdadero motivo de sus visitas era otro muy distinto.

Él estaba intentando decidir si iba a continuar reclamando a una princesa como esposa… su premio definitivo.

La idea permanecía en su cabeza cuando se cerró la puerta del ascensor que lo llevaría al ático. ¿Sería una fantasía? Se le había ocurrido el verano anterior, cuando había ido a Karylya por un tema de negocios. Allí lo habían invitado al palacio a un evento de la familia real y había conocido a la princesa Marika…

En aquel entonces no le había dado mucha importancia a la idea, pero durante los meses siguientes había empezado a dársela. La mujer era muy bella y, aunque a él le gustaban las mujeres rubias y ella era morena, estaba seguro de que compensaba el hecho de que fuera princesa…

Además, parecía inteligente, y eso era una ventaja. Teniendo en cuenta que era princesa, estaría abierta a la idea de casarse por motivos prácticos. El amor no tendría que echar a perder el matrimonio…

Leon decidió no pensar en ello. No había motivo para descartar a la princesa Marika, y puesto que la situación de la familia real de Karylya era desastrosa, había muchas posibilidades de que la princesa y su familia consideraran seriamente su propuesta.

Si es que él llegaba a hacerla, claro…

Era evidente que los padres de ella estarían a favor… ¿Qué podía ser más deseable que el hecho de que un yerno rico pudiera financiar su exilio de forma indefinida? Y en cuanto a la princesa… Él era consciente de que resultaba atractivo para las mujeres. Por su vida habían pasado varias mujeres que lo demostraban. No obstante, a los treinta años ya estaba preparado para asentar la cabeza con una mujer simpática y estaba seguro de que sería un buen esposo para la princesa.

Su matrimonio sería honorable. No engañaría ni engatusaría a su esposa con hipócritas declaraciones de amor y palabras románticas vacías.

A Leon se le oscurecieron los ojos a causa de los recuerdos. Su padre había hecho declaraciones interminables y Leon había crecido escuchando cómo le decía a su madre lo mucho que la amaba, o que era todo para él, que ella era la luna y las estrellas y muchas otras frases románticas.

No había servido para nada.

Cuando la economía griega entró en crisis, su padre se marchó con una mujer adinerada, dejando que su esposa y su hijo adolescente salieran adelante por si mismos. Abandonándolos por completo.

Su madre se había quedado destrozada tras la traición, Leon muy enfadado con el hombre que los había abandonado.

«Nunca seré como él… ¡Nunca! ¡Jamás le haré a una mujer lo que mi padre le hizo a mi madre! Porque nunca le diré a una mujer que la quiero. No voy a enamorarme nunca. El amor no existe… solo existen las palabras vacías que mienten y hacen daño».

El ascensor se detuvo y se abrieron las puertas, y Leon decidió no pensar más en ello. No permitiría que lo acosaran las miserias de su adolescencia. Había creado su propia vida, con sus propias condiciones, y se casaría respetándolas. Unas condiciones que nunca incluirían lo que no existe, por ejemplo, el amor…

Cuando se casara, su esposa recibiría respeto, amistad y compañerismo.

Y, por supuesto, también habría deseo.

Era una palabra que no debería haber pensado en esos momentos, ya que, cuando se abrieron las puertas de la suite apareció una mujer.

Él la miró de arriba abajo de forma instintiva.

Era alta, rubia, delgada, con los ojos de color azul grisáceo. Llevaba el cabello recogido en una coleta y no se había maquillado. Y su ropa no era de diseño. Sin embargo, no importaba. Era una mujer despampanante… Y deseable.

Él notó que una ola de adrenalina invadía su cuerpo.

«¿Quién será esta mujer?».

Nunca la había visto antes. Una mujer tan bella no le habría pasado desapercibida.

Se percató de que ella lo estaba mirando y Leon la miró a los ojos, demostrándole lo placentero que era mirarla también…

Entonces, ella apartó la mirada bruscamente y él vio cómo se sonrojaba. Agachando la cabeza, ella se dirigió al ascensor. Él rio en voz baja. Fuera quién fuera, si pertenecía al séquito del gran duque, volvería a verla. Y esa idea le resultaba atractiva…

¡No! ¡No le venía bien ver a esa rubia otra vez!

Respiró hondo y se dirigió hacia la puerta de la suite. Aquella mujer, no era de su incumbencia. Fuera quien fuera. Él tenía que cortejar a una princesa.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ELLIE se apoyó en la pared del ascensor. Se sentía débil y tenía el corazón acelerado. ¿Qué le había sucedido?

Al salir de la suite de su padre se había encontrado con el hombre más atractivo que había visto en su vida…

¡Alto, atractivo y misterioso!

Solo habían compartido unos instantes. Lo suficiente para que ella se fijara en su altura, sus anchas espaldas y sus caderas estrechas… También en su ropa de diseño y en la mirada de sus ojos negros que no ocultaba lo placentero que le resultaba mirarla.

Ella negó con la cabeza, como para disipar la imagen de su retina. ¿Qué más daba quién fuera ese hombre? Tenía cosas más importantes en las que pensar.

¿No sería que su hermana se estaba imaginando lo que le había contado? ¿Que un multimillonario griego pensaba que podría casarse con ella? ¡Era indignante!

«Ella está disgustada, eso es todo». Disgustada, sorprendida y consternada, después de lo que había sucedido.

Entonces, Ellie recordó lo que Marika le había dicho.

–¡Estoy enamorada de otro hombre!

Y cuando Ellie se enteró de quién era el hombre del que su hermana estaba enamorada, se le encogió el corazón.

Un hombre con el que los padres de Marika nunca permitirían que se casara…

 

 

Leon se inclinó ante la gran duquesa y le besó la mano.

–Herr Dukaris –sonrió ella mientras hablaba con acento alemán, cortesía de su extenso linaje con la aristocracia austriaca.

–Alteza… –dijo Leon, después de hacer una reverencia ante el gran duque.

Él no era muy amigo de las ceremonias, pero ¿qué sentido tenía pagar las facturas desorbitadas de la realeza europea si no seguía el protocolo?

Leon se fijó en la hija de ambos. Parecía nerviosa, y él comprendía el motivo. Dos semanas antes había sido una princesa en un castillo de cuento de hadas y había pasado a ser una mujer joven, sin dinero, y sin más posibilidades que las que le confería su pertenencia a la realeza.

Si él se casaba con ella, recuperaría su fortuna y volvería a sonreír.