Cosas del destino - Robyn Grady - E-Book
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Cosas del destino E-Book

Robyn Grady

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Beschreibung

Un asunto inacabado... Cuando Eden Foley salió de la vida de Devlin Stone, un joven millonario algo canalla, se juró que sería para siempre. Él sabía perfectamente cómo hacerla temblar de deseo, pero era demasiado peligroso. Años después, se vio obligada a ponerse en contacto con Devlin y se quedó atónita. ¡Él quería retomar su relación donde la habían dejado! Lo peor de todo era que su traidor cuerpo parecía estar de acuerdo con aquella propuesta. ¿Pasar una última noche con Devlin significaría que podría seguir por fin con su vida o acaso aquel atractivo demonio tenía en mente más planes placenteros para ella?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2009 Robyn Grady. Todos los derechos reservados.

COSAS DEL DESTINO, N.º 1889 - diciembre 2012

Título original: Devil in a Dark Blue Suit

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1226-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

El potente chasquido de un cristal que se rompía le puso a Eden Foley el corazón en la garganta. Un reflejo la hizo ponerse de pie cuando la lámpara de cristal Swarovski pareció tambalearse en el techo. Todos los presentes se tensaron y contuvieron la respiración.

¡Dios Santo! ¿Había explotado una bomba en el centro de Sídney?

Con el corazón latiéndole a toda velocidad, Eden miró al exterior a través del amplio ventanal del restaurante. En el exterior, había una mujer sobre la acera con un bate de béisbol en las manos. Un coche deportivo de lujo estaba aparcado junto al bordillo con el parabrisas reventado en mil pedazos. La mujer volvió a levantar el bate dispuesta a golpear el reluciente capó negro del vehículo.

Lo que la mujer llevaba puesto podría haber sido un camisón, que se extendió vaporoso a su alrededor cuando ella se preparó para dejar caer el siguiente golpe. Como dueña de una boutique, Eden admitió que los estampados de estilo retro estaban de moda aquella temporada. Las palabras obscenas y la rabia desatada no.

El bate golpeó el capó. Casi al mismo tiempo, un hombre alto, de impresionante físico rodeó el vehículo por la parte trasera y arrebató el bate a la mujer sin esfuerzo. Entonces, como si se tratara de la escena final de un thriller, un coche de policía se detuvo junto a ellos con un frenazo seco. La estridente sirena le tensó un poco más los nervios a Eden. Dos oficiales de policía salieron del vehículo al mismo tiempo que la mujer se derrumbaba sobre el suelo sollozando.

Eden respiró aliviada y se relajó en su asiento. Conocía al atractivo dueño del vehículo. Era el que iba a almorzar con ella. Muchos años atrás, él le robó el corazón. Durante cuatro maravillosos meses, Eden había cobrado vida entre los brazos de Devlin Stone.

Aunque la relación no había terminado bien, Eden no podía negar que habían compartido una especie de vínculo muy especial, una conexión que una joven enamorada había creído que duraría para siempre. Seis semanas atrás, la hermana de Eden había caído en una trampa muy similar. Sabrina había comenzado a salir con el hermano menor de Devlin, un conocido playboy que se llamaba Nathan Stone.

Igual que Devlin se había deshecho de Eden cuando había dejado de tener interés por ella, lo mismo haría Nathan cuando se hubiera hartado de Sabrina. Esperar que Sabrina se aviniera a razones y comprendiera que su relación con Nathan no duraría mucho era una pérdida de tiempo. Ella misma había saboreado lo maravilloso que podría resultar un Stone. Eden sabía por experiencia lo duro que podía resultar enfrentarse a los hechos. Sin embargo, no podía ni debía mantenerse al margen y esperar a ver cómo le destrozaban el corazón a su hermana pequeña.

La única solución posible era apelar al lado más compasivo de Devlin y pedirle que hablara con Nathan como un hermano mayor era capaz de hacerlo. Alguien tenía que pedirle a Nathan que dejara a Sabrina en aquel mismo instante, antes de que los sentimientos volaran demasiado alto y, por lo tanto, la caída fuera más dura. Después de lo que Devlin le había hecho pasar, se lo debía.

Veinte minutos más tarde, el coche patrulla se marchó. Eden había terminado de añadir una nota de tareas en su PDA para recordarse que tenía que renovar todos sus seguros cuando su atractivo ex entró en el restaurante.

Devlin parecía tranquilo cuando se detuvo en la recepción. Se colocó los gemelos de oro y observó atentamente el comedor. El desaliño de su cabello negro como el ébano era totalmente deliberado. Su mirada era de un azul tan intenso como Eden recordaba. ¡Se había sentido tan viva y adorada cuando aquellos ojos la miraban!

Y cuando se separaron…

Apretó la mandíbula y tomó su vaso.

Cuando se separaron, ella recogió los pedazos y no volvió a mirar atrás.

Después de que el maître le indicara, Devlin avanzó entre las mesas. En pocos instantes, estuvo frente a Eden. Sus rasgos eran únicos. Frente despejada que denotaba inteligencia, una larga nariz, muy recta, que sugería un orgullo innato. Mandíbula cuadrada que mostraba ligeramente el nacimiento de la barba. Su aspecto definía perfectamente la palabra «bello», aunque en un sentido hipnótico y puramente masculino. Su aura de fuerza y de autoridad era tan tangible que todas las cabezas femeninas lo estaban mirando y no iban a dejar de hacerlo en un futuro próximo.

Resultaba evidente que Devlin Stone era peligroso.

Ahí radicaba la mitad de su atractivo.

–Eden, me alegro de verte.

Los nervios de Eden vibraron al escuchar aquella profunda voz. Aunque el corazón le latía con fuerza contra las costillas, consiguió sonreír con tranquilidad.

–Hola, Devlin.

–Siento haberte hecho esperar. Me han entretenido.

–Y tanto que te han entretenido. Me sorprende que no se hayan presentado los de la prensa.

Devlin se quitó la chaqueta y apretó los labios. Resultaba evidente que seguía teniendo una profunda antipatía por los paparazzi.

–Si prefieres que quedemos en otra ocasión –sugirió ella–. Tal vez mañana…

–Francamente, después de ese episodio, estoy deseando relajarme en agradable compañía –dijo él con una sonrisa–. Me alegro de que me hayas llamado.

Eden sintió que habría los ojos de par en par y que algo se deshacía en su interior. Devlin podría mostrarse todo lo seductor que quisiera, pero ella ya no era la jovencita ingenua y enamorada de años atrás. No estaba allí para ligar.

Devlin levantó la barbilla para llamar al camarero, que acudió sin demora alguna.

–¿Tiene Louis Roederer Cristal?

El camarero lo miró con respeto.

–Sí, señor.

–Excelente. Copas frías, por favor.

Cuando Devlin entregó su chaqueta para que se la llevaran al ropero, Eden se mordió el labio. ¿Exactamente cuánta tela se necesitaba para vestir unos hombros como esos?

–Por fin –dijo Devlin mientras se acomodaba en la silla–. Soy todo tuyo.

Eden sonrió secamente.

Ojalá.

–Te agradezco mucho tu tiempo, Devlin. Esperaba que pudiéramos hablar… –se interrumpió y frunció el ceño. Entonces, se tocó la mejilla. Devlin la estaba mirando muy fijamente–. ¿Tengo algo en la cara?

–En el labio –respondió él. Entonces, extendió la mano y se detuvo en seco. Sonrió–. ¿Puedo?

Eden se sonrojó. Las mejillas le ardían y lo peor era que los pezones también. Quería decirle que no la tocara, pero él ya se había inclinado sobre la mesa… el pulgar ya estaba acariciándole el labio… sus cálidos dedos ya le estaban enmarcando la mandíbula.

De repente, Eden se sintió transportada a aquel verano de cuento de hadas. Escuchaba las profundas carcajadas de él y sus propios chillidos mientras se montaban en el tren de la bruja de Luna Park. Experimentó el cosquilleo que notó en el vientre la primera vez que él la besó en la cama de su dormitorio. Tres años del pasado que parecieron fundirse con el presente…

Entonces, él retiró la mano y Eden abrió los ojos. El ruido que hacían los cubiertos al entrechocarse y el aroma de la deliciosa comida la ayudaron a regresar.

–Es lima –le explicó él mientras le indicaba el trozo de fruta que ella tenía en el vaso. Entonces, le indicó que continuara–. Estabas diciendo que…

–Quería hablarte sobre la situación de nuestros hermanos –dijo.

–¿Te refieres al hecho de que están saliendo? –preguntó él. Unos sensuales pliegues, que no eran ni arrugas ni hoyuelos, le enmarcaron la boca–. ¿Los has visto juntos?

–Nathan he recogido a Sabrina en el vestíbulo de nuestro apartamento en algunas ocasiones, pero no, aún no lo ha invitado a subir para que yo le conozca.

Sin duda, a Sabrina le preocupaba la reacción de su hermana mayor porque sabía todo lo que había ocurrido entre Eden y Devlin. Había escuchado todos los sermones que Eden le había echado sobre lo de mantenerse alejada de cierta clase de hombres, que se limitan a amar y a dejar a las mujeres. Los hermanos Stone eran el ejemplo vivo de estos hombres.

–Por lo que yo puedo deducir, parecen estar muy enamorados –comentó Devlin–. De hecho, jamás había visto así a Nathan antes.

–Solo llevan saliendo seis semanas.

–Supongo. ¿Cuánto tiempo salimos nosotros? ¿Catorce o quince semanas?

Eden sintió un escalofrío. Dieciséis semanas, dos días y once horas para ser exactos. El tiempo que Devlin tardó en desenamorarse de ella.

–Te ruego que no nos desviemos del tema. Estamos hablando de mi hermana, una chica impresionable que está en su último año de universidad, que está con un hombre a quien se le conoce mejor por las fiestas que da en Miconos.

–La fiesta –replicó él–. Y de eso hace un año.

–Sí, claro. Doce meses es tanto tiempo…

–La gente madura.

–No toda la gente –repuso ella. Cuando vio que Devlin fruncía el ceño, respiró profundamente–. Mira, no he venido aquí a insultarte.

–Por supuesto que no. Yo había esperado que la razón podría ser que quisieras confesarme lo mucho que me has echado de menos.

Eden se echó a reír con amargura. Devlin era incorregible. Presumido. Y tan irresistible…

Se cruzó de brazos y lo estudió con ojos entornados.

–Ciertamente eres la persona más arrogante que…

–Y tú eres tan guapa como recordaba.

La mirada de Devlin acarició el rostro de Eden, tan íntima y excitantemente como si fuera la caricia de un amante. Necesitaba creer que las llamas que le abrasaban el vientre eran en realidad lenguas de hielo. Se reclinó en la silla y se cruzó de piernas.

–¿Me vas a ayudar o no?

–No estoy seguro de saber lo que quieres.

–Quiero que hables con tu hermano. Que le digas que deje en paz a Sabrina. Es muy sensible, Devlin. Resulta muy fácil hacerle daño. Si esa relación sigue durante más tiempo, ella se quedará destrozada cuando Nathan rompa con ella.

–¿Y quién dice que va a romper?

–¿No te parece que resultan suficientemente elocuentes los montones de corazones rotos que ha dejado por el camino hasta ahora?

–Bueno, admito que ha tenido algunas novias, pero…

–Más que algunas –musitó ella.

–… te estás olvidando de una cosa. Mi hermano es mayor de edad, igual que tu hermana que, si no me equivoco, ya ha cumplido los veintiuno.

–Hace muy poco.

–No tenemos derecho alguno a inmiscuirnos en sus cosas.

–Para ti es fácil decir eso. No es de tu sangre la que se va a pasar meses llorando en la almohada todas las noches…

Cuando Devlin la miró con interés, ella se ruborizó ligeramente y apretó los labios. Había dado demasiada información.

Se reafirmó mentalmente en su objetivo, que era evitar que su hermana sufriera el mismo dolor que ella había experimentando en las garras de un Stone, y volvió a intentarlo.

–Te estoy pidiendo ayuda.

–No son niños, Eden –insistió él–. No es asunto nuestro. De hecho, no es asunto de nadie más que de ellos mismos.

Al ver el implacable rostro de Devlin, ella contuvo el aliento. Aquella era su respuesta. Se tendría que haber imaginado que todo sería inútil. Peor que inútil. Devlin Stone vivía para dos cosas: su próxima aventura y su próxima seducción. Y en ese orden, lo que no dejaba espacio alguno para la compasión que ella había esperado encontrar.

Seguramente, le había dado instrucciones a su hermanito en más de una ocasión sobre lo que tenía que hacer para dejar a una chica sin sentir culpabilidad alguna. ¿Cómo había podido ser tan estúpida para pensar que podría hacerle entender? Lo peor de todo aquello era que se había colocado en una situación muy vulnerable.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. Prefería escalar el Himalaya en medio de un temporal de nieve que sucumbir una vez más al magnetismo de Devlin Stone.

–Siento haberte hecho perder el tiempo –dijo poniéndose de pie. Recogió tranquilamente su bolso a pesar de lo mucho que le temblaban las piernas–, pero estoy segura de que lo sentiré aún más por Sabrina.

Devlin descartó inmediatamente la abrumadora necesidad de agarrar a Eden por el brazo y hacer que volviera a sentarse. Ella era la que había querido quedar con él. Él estaba allí para hablar. Sin embargo, diez minutos después de reunirse de nuevo con Eden Foley, la mujer más exquisita y más exasperante que había conocido nunca, veía cómo ella le dejaba plantado.

Una vez más.

Eden quería que él se entrometiera en los asuntos de su hermano. Que le dijera a Nate con quién debía o no debía salir. No quería darse cuenta de que Sabrina y Nate eran adultos, con la edad suficiente para tomar sus propias decisiones, tanto si a Eden le gustaba como si no.

A pesar de no ser una mujer muy corpulenta, le gustaba mucho mandar.

El camarero apareció en aquel momento y comenzó a servir el champán. Devlin dio un trago casi sin saborearlo. No hacía más que pensar en Eden, en la pasión que había visto reflejada en aquellos ojos verdes…

El vientre se le revolvió cuando, al mirar por hacia la calle vio a Eden, con aquel vestido color crema y negro, tenía un aspecto delicioso. Levantó el brazo para tratar de parar un taxi, pero el vehículo no se detuvo.

Sin duda, otro lo haría muy pronto. En pocos minutos, ella volvería a estar fuera de su vida.

Una vez más.

Gruñó. Entonces, dejó la copa sobre la mesa y se dirigió rápidamente hacia la salida. Al pasar por el mostrador de recepción, dejó suficiente dinero para pagar la cuenta.

Maldita sea, ¿qué era lo que tenía aquella mujer? ¿Una figura excepcional? ¿Un agudo ingenio? ¿Un maravilloso cabello rubio?

Sí, sí y sí.

Y también algo más. Algo que corroía a Devlin cuando se despertaba y pensaba en ella.

¿Tal vez la necesidad de domarla?

Recogió su chaqueta del ropero, se la echó sobre los hombros y salió por fin a la calle.

No. La sumisión no era el premio que buscaba. Jamás había sentido deseo alguno de domar a ninguna mujer. Solo quería disfrutarlas. Mimarlas. Años antes, el mundo le parecía lleno de atractivas posibilidades. Entonces, su empresa petrolífera despegó y él conoció a Eden, una mujer que poseía las semillas contradictorias de una inocencia natural y de una misteriosa tentación. Una combinación curiosa y adictiva.

El día anterior, cuando su secretaria le dijo que Eden Foley quería hablar con él por teléfono, sintió que las palmas de las manos se le cubrían de sudor. Aceptó la invitación de Eden y se pasó una noche de insomnio pensando en su encuentro.

Salió al exterior y aspiró profundamente el fresco aire. Los truenos empezaron a rugir en el cielo.

Vio que Eden seguía en el bordillo de la acera, tratando de conseguir que se detuviera algún taxi.

Había llegado el momento de enfrentarse a los hechos. El recuerdo de aquella mujer aún lo tenía obsesionado y eso era algo que no podía aceptar. Sin embargo, había un remedio, una respuesta sencilla a una pregunta sencilla. Cuando la tuviera, podría dejar en el pasado aquel fantasma y olvidarse de Eden Foley para siempre.

Se detuvo al lado de ella y, con las manos en los bolsillos, se limitó a observar el tráfico.

–Hay mucho jaleo para ser sábado.

Ella se tensó al escuchar su voz, pero no se volvió a mirarlo.

–Mucho menos que antes. Veo que la grua se ha llevado tu coche.

Devlin sacudió la cabeza sin comprender.

–¿Te refieres al BMW con el parabrisas destrozado? Bonito coche, pero no es mío.

–Devlin, vi cómo esa mujer golpeaba el capó. Te vi apareciendo de repente y quitándole el bate de las manos. Por supuesto que era tu coche.

–Supongo que simplemente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Había niños en la acera. Alguien tenía que detenerla. Ojalá hubiera sabido que ya venía la policía. Me habría evitado muchos problemas.

La expresión del rostro de Eden cambió de repente. Pasó de expresar desinterés y molestia a tenue comprensión.

–¿No la conocías?

–¿Acaso crees que tengo una prima loca en la familia?

–No una prima precisamente…

En aquel instante, Devlin comprendió a lo que Eden se refería.

–¡Venga ya, Eden! ¿Creíste que aquella mujer y yo éramos pareja?

–Todo parecía encajar –admitió ella confusa.

Mientras escuchaba las palabras de Eden, Devlin sintió una gruesa gota de lluvia en la nariz. Al mismo tiempo, el aroma terrenal de la lluvia surgió del cemento. Miró hacia el cielo y, un instante después, este pareció abrirse.

Eden lanzó un grito y se encorvó para protegerse mientras caía una lluvia gélida sobre la acera. Devlin la tomó entre sus brazos y tiró de la chaqueta que llevaba sobre los hombros para colocarla encima de las cabezas de ambos mientras se dirigía con ella hacia un pequeño repecho del edificio más cercano para protegerse. Aunque era efectivamente muy pequeño, había sitio para dos.

–¡Estoy empapada! –aulló ella mientras Devlin retiraba la chaqueta.

–No es nada de importancia. Ya te secarás.

–Pero eso no evitará que tenga que tirar este vestido a la basura. Es de lana virgen, solo se puede limpiar en seco. Iba a aparecer en mi escaparate el lunes por la mañana. Cientos de dólares, y de pedidos, al garete.

Devlin sabía que ella era dueña de una boutique. Por lo que había oído en fiestas varias, Tentaciones se había hecho una buena reputación por su elegancia. Efectivamente, aquel vestido era muy bonito, aunque estuviera empapado. Elegante, pero sexy, muy lejos de los ceñidos vaqueros que ella llevaba, y que a él tanto le gustaban, cuando se conocieron.

Eden se echó a temblar a su lado. Instintivamente, él la abrazó para hacerla entrar en calor.

–Tienes frío.

–Tiemblo cuando estoy furiosa –replicó ella apartándose de él.

–Las cosas podrían ser aún peor.

Eden se apretó contra la pared y volvió a cruzarse de brazos.

–¡Venga ya! ¿Desde cuándo estás tan amargada?

–Desde que tu hermano comenzó a salir con mi hermana. Y, antes de que empieces, ya me has dejado muy clara tu postura en ese asunto. Preferiría no volver a hablar de ello.

Eden tenía razón. No había nada más de lo que hablar. Sin embargo, tal y como estaban en aquellos momentos, confinados en aquel pequeño refugio, le pareció que era un momento ideal para hablar de otro asunto del que deberían haber hablado hacía mucho tiempo.

Se apoyó contra la pared con la chaqueta entre las manos y observó la cortina de lluvia que estaba cayendo.

–Eden, ¿por qué no devolviste mis llamadas?

–¿Me llamaste ayer?

–Me refiero a hace tres años.

–Sé que te va a sorprender –afirmó ella–, pero no todas las mujeres están dispuestas a esperar a ver cómo cae el telón.

Devlin se apartó de la pared.

–¿Me estás diciendo que me dejaste antes de que yo pudiera dejarte a ti?

–Te marchaste al Reino Unido aquella última mañana sin despedirte.

–Estabas dormida. No quería despertarte.

–Tampoco me llamaste cuando aterrizaste.

–No sabía que tenía que facturar otra vez.

–Tomaste otro vuelo a Escocia y te montaste en un barco que naufragó en las aguas heladas del Mar del Norte.

–Mira, comprendo que estuvieras preocupada. Te llamé en cuanto pude.

–¡El accidente salió en las noticias, Devlin! Yo no era capaz de hablar con nadie que pudiera decirme algo. Me volví loca de preocupación. Cuando por fin pude hablar contigo, lo único que se te ocurrió decirme era que mi reacción era exagerada –le espetó ella.

–No murió nadie –le recordó él–. Yo estaba perfectamente.

–¿Igual que lo estás cuando vuelan tus ultraligeros?

–Es un pasatiempo que me gusta –replicó él, algo molesto.

–¿Igual que lo estarás cuando escales por fin la cara norte del Eiger?

–Eso era una broma… –dijo él. Al menos, lo sería hasta que tuviera más experiencia en la escalada de los Alpes.

–¿Igual que lo estás cuando… cuando… cuando te peleas con lunáticas en la calle? –le preguntó ella mientras señalaba la lluvia con frustración.

–Eden, por favor…