#Crush - A. C. Meyer - E-Book

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A. C. Meyer

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Beschreibung

Crush. subst. 2 gen. Definición: argot de Internet originario de la lengua inglesa. Coqueteo, pasión, flechazo, enamoramiento de alguien. Lo que Pedro es para Tati. ¿O es lo que Tati es para Pedro?
Después de una decepción amorosa, Tati deja el interior de São Paulo y se muda a una nueva ciudad en busca de nuevos horizontes. En su nueva ciudad, entra a trabajar en una agencia de publicidad junto a Pedro, su amor de adolescencia y la última persona que esperaba ver después de tantos años. En su nuevo trabajo le proponen un reto: probar durante un mes una aplicación de citas desarrollada por un nuevo cliente de la agencia y crear una campaña publicitaria. Lo que no esperaba era ser sorprendida por el amor.

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#Crush

A.C. Meyer

Copyright © 2024 por AC Meyer

Traducción: Alini Volpi

Este libro es un trabajo de ficcion. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de forma ficticia y no deben interpretarse como reales. Cualquier similitud con personas, vivas o muertas, eventos, lugares u organizaciones reales es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados y protegidos por la Ley de Copyright. Excepto por el uso de extractos breves en reseñas, está prohibida la reproducción o el uso de este libro, total o parcialmente, en cualquier forma, sin el permiso previo por escrito del titular de los derechos de autor de este libro.

Crush

Definición:

Jerga de Internet con origen en la lengua inglesa. Coqueteo, pasión, flechazo, estar enamorado de alguien.

Lo que Pedro es para Tati. ¿O es lo que Tati es para Pedro?

Por Felipe, mi #crush de la vida real. Te amo.

“Voy a amarte como lo hace un idiota,

Te colgaré en un cuadro junto a mi cama

no espero que te quedes

solo no olvides que la gente existe”.

Jão

Índice

01

02

03

04

05

06

07

08

09

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

21

22

23

24

Epílogo

Agradecimientos

Sobre la autora

01

Unos meses atrás...

Estado de hoy: No era amor, era una trampa.

#Terminó #TheEnd

— ¿Qué te parece, cariño: flores blancas o de colores? — le pregunto a André, sin apartar los ojos de las fotos del catálogo que me ha dado la organizadora de bodas. Había tantas cosas bonitas y… — ¿Quizá rosa de té? Aunque las rojas son maravillosas y…

— Creo que deberíamos terminar. ¿Sabes cuando oyes algo, pero estás seguro de haberlo oído mal? ¿Como cuándo pides papas fritas y te traen, no sé, feijoada, en un restaurante? Piensas: ¡qué locura, estoy seguro de que he pedido papas fritas, que por cierto es uno de mis platos favoritos, pero el camarero ha entendido algo completamente distinto de lo que he pedido! Suelto una carcajada nerviosa y levanto ligeramente los ojos hacia André.

— Qué locura, pensé que habías dicho que…

— Deberíamos terminar, añade, y siento que se me va el aire. Un gemido estrangulado sale de mi garganta y él se levanta, paseándose de un lado a otro.

— Pero, pero… — Abro y cierro la boca como un pez, intentando encontrar palabras. Se vuelve hacia mí y sus ojos azules son oscuros, como cuando está enfadado.

— Tati, ya basta. Basta ya. Estoy… ¡Cansado! - dice llevándose las manos a la cabeza. Su expresión es ligeramente asustada, como si no pudiera creer lo que está diciendo. ¡Ni yo me lo creo!

— ¿Cómo que estás cansado? Podemos tomarnos unos días libres para viajar. ¡Eso es! Olvidémonos de los preparativos de la boda y pasemos unos días en la montaña, disfrutando del aire fresco e…

— ¡Maldita sea! ¡No! — estalla, y esto me sorprende aún más que la historia de la ruptura. Si hay alguien controlado en el mundo, ese es André. Nunca, nunca levanta la voz. Especialmente para mí.

Me quedo paralizada, mirándole como si le hubieran salido cuernos en la cabeza.

— Quiero libertad, Tati. Llevamos juntos, no sé, mil años. Nunca he tenido la oportunidad de conocer a otras personas, salir de copas con chicos, besar otras bocas…

— ¿Quieres besar otras bocas? — pregunto cada vez más sorprendida, con la boca abierta mientras me llevo la mano derecha a la boca, la mano con la alianza de oro, que parece burlarse de mí al brillar bajo la luz.

— Quiero otras experiencias. Me gustas, Tati, pero ya no te quiero. Ya no siento el deseo… ¡Diablos, ya ni siquiera tenemos sexo! — Su voz baja unos tonos y me mira con seriedad. Recoge la llave del coche de la mesa que habíamos comprado juntos, se dirige a la puerta y, antes de salir, dice las palabras que cambiarán toda mi vida. — Ya no habrá boda.

02

Hoy en día...

Estado de hoy: “Sextou” con S de Si no es ahora nunca será.

#Recargando #NuevaVida #Cambios

— No me puedo creer que te vayas de verdad —, me dice mi madre, con la voz quebrada al verme cerrar la última maleta.

Han pasado ocho meses desde que André rompió conmigo y desde entonces vivo un infierno en la tierra. No solo porque le echo de menos, sino porque desde que rompimos estoy sometida a todo tipo de presiones.

¿Tienes idea de lo que es para una veinteañera estar soltera después de casi diez años de noviazgo? Yo tampoco. Después de la ruptura, imaginé que sufriría por su pérdida, al fin y al cabo era mi primer y único novio, la persona con la que imaginaba vivir toda mi vida. Claro que le echaba de menos. Nuestras vidas estaban tan entrelazadas que era muy difícil seguir adelante manteniendo poco contacto.

Al principio, me resultaba muy difícil hacer absolutamente todo sola, sin compartir cada parte de mi día con él. No es que estuviera pendiente de André, no es eso. Pero cuando vives con alguien tantos años como yo con él, compartes el día a día, pides ayuda en las dificultades y compartes las alegrías. No poder coger el teléfono y contarle algo gracioso que ha pasado, pedir ayuda en una situación complicada o simplemente tener a alguien que te escuche fue difícil de superar.

Difícil, por supuesto. Pero no imposible.

Lo peor de terminar una relación era la presión de la familia y de la “sociedad” para encontrar a alguien. Por “sociedad” me refiero a cualquiera que quisiera meterse en mi vida.

Durante todos esos meses, no tuve tiempo de llorar mi relación perdida. ¿Privacidad? Olvídala. La gente no tiene ni idea de lo que eso significa. Durante meses, fui acosada por gente que siempre tenía a alguien a quien presentarme, normalmente alguien más raro que Sheldon de The Big Bang Theory. Por no hablar de las bromas sobre ser vieja, soltera y estar llena de gatos — aunque no tenía ninguno —, las preguntas recurrentes sobre cuándo volvería a salir con alguien porque me estaba estancando (¡y ni siquiera había pasado de los veinte!), y mi favorita: “Cómo he podido perderme un buen partido como André”.

¿Ya te he dicho, que André resultó ser cualquier cosa menos un buen partido como todo el mundo pensaba? Bueno, ya hablaremos de eso en el futuro. Ahora tengo que ocuparme de mi madre.

— Ya lo hemos hablado, mamá — le digo en voz baja y ella menea la cabeza — Desde que decidí empezar de nuevo en un nuevo trabajo, en una nueva ciudad, este ha sido un tema recurrente en casa de mis padres.

— Necesito espacio. Un cambio en mi vida. Será bueno para mí. Además, no estaré sola. Viviré en el mismo edificio que Lane, que me hará compañía.

Lane es mi mejor amiga. Hace dos años, se mudó a Río de Janeiro para trabajar en una agencia de publicidad de renombre internacional como coordinadora de recursos humanos. Fue ella quien me animó a enviar mi currículum para un puesto de publicidad que surgió en la empresa. Pasé por una serie de entrevistas con varios directivos hasta que el director general me ofreció el trabajo de mis sueños.

— ¿Me prometes que te cuidarás? Es una gran ciudad. Me aterra la idea de que te pase algo.

La abrazo con fuerza.

— No te preocupes, mamá. Todo saldrá bien —, le digo con la esperanza de que así sea.

Aunque no estoy muy segura.

03

Estado de hoy: Atropellada por el pasado... ¡y qué pasado!

#MeFuiCasaNueva #Amigos #Sorpresa #MejorQueChocolate

Dejar una pequeña ciudad por una gran capital es un poco aterrador. Tras un viaje de media hora en coche y un vuelo de una hora y diez, ya noto la diferencia de la región en el aeropuerto. Aunque es de noche, la gente está en plena ebullición, apresurándose por el vestíbulo de llegadas con sus equipajes como si no pudieran perder ni un minuto. Los acentos se mezclan, pero la cadencia casi cantada y el chirrido en las palabras con la letra S de los nacidos y criados en Río de Janeiro son tan claros como mi doble R cuando digo puerrrrta.

Con el corazón acelerado por la ansiedad que me provoca la mudanza, saco mi gran maleta con ruedas, que también sirve de soporte para mi no tan manejablebagaje, y me dirijo a la parada de taxis. La cola es enorme, lo que me sorprende, ya que en mi ciudad raramente utilizamos este tipo de transporte. Lane quería que llamara a una app de coches, pero le expliqué que sigo siendo una chica a la antigua, y ni siquiera tengo una de estas, instalada en el móvil. Al final, si en mi ciudad no solemos usar taxis, ¿qué tal una app de coches? La última vez que lo instalé, vi que solamente había un vehículo disponible y desistí de usarlo.

Voy caminando hacia la última persona de la cola cuando oigo el tono de notificación en mi móvil. Lo saco del bolsillo y miro la pantalla:

Usted tiene 01 nuevo mensaje.

De: Miss Cubeta

Para: Tati Pires

Gata, ¡te estoy esperando! ¡He pedido pizza y hay una sorpresa para ti! :P

Sonrío al ver la identificación en el mensaje. Miss Cubeta. La llamo así desde la universidad. Hicimos algunas materias juntas y, en una de las clases, había una chica realmente molesta. Era el tipo de persona que se creía mejor que los demás y le gustaba inventar palabras para describir ciertas cosas, como si fuera una marca registrada, ¿sabes? Hasta que un día soltó la siguiente perla: Mi corazón está tan lleno de amor que desborda. La loca de Lane no pudo resistirse y me comentó — alto y claro — que la aburrida necesitaría una cubeta para recoger el amor desbordante. Obviamente, el grupo estalló en carcajadas y la loca nos odió para toda la eternidad.

Solamente espero que su sorpresa sea de chocolate, porque con lo ansiosa que estoy, solo una gran tableta crujiente puede calmarme.

De: Tati Pires

Para: Miss Cubeta

¡Más vale que esta sorpresa sea de chocolate o tendrás que pagármela!

Estoy en la cola de taxis. Es enorme :/

De: Miss Cubeta

Para: Tati Pires

Es más sabroso que el chocolate. ¡CONFÍA EN MÍ!

Apago el móvil y lo vuelvo a guardar en el bolsillo. Poco a poco, la cola avanza y por fin es mi turno. Doy la dirección del edificio donde está mi nuevo hogar y me reclino en el asiento trasero del coche. Estoy agotada, empolvada y tengo mucho, mucho calor. Mientras el taxi recorre las calles de la ciudad, me recojo la larga melena rubia en un nudo flojo, sintiendo cómo me refresca el viento helado del aire acondicionado.

Según Lane, el viaje a casa desde el aeropuerto no dura mucho. Unos quince minutos. Pero la vista es un festín para los ojos. Hacía tiempo que no venía por aquí. De hecho, mi última visita fue en vacaciones, cuando aún estaba en el colegio. André no pudo venir conmigo — se había roto un pie durante un partido — y me pasé los tres días que estuvimos en la ciudad hablándole por teléfono, como la idiota enamorada que era.

A diferencia de mi ciudad natal, en el interior de São Paulo, aquí parece que la noche acaba de empezar, mientras que en el campo, a estas horas, todo el mundo se está preparando para irse a la cama. Veo a un grupo de jóvenes arreglados al otro lado de la acera, probablemente de camino a una discoteca. Una pareja de enamorados pasea de la mano y una anciana saca a pasear a su perro.

El conductor toma la avenida de la playa y, aun con las ventanillas cerradas, puedo oler el mar envolviéndome. Es increíble lo poderosa que es la energía del mar. Gente de todas las edades pasea por el paseo marítimo, acompañada por deportistas que hacen ejercicio en el carril bici.

En unos minutos, el conductor se adentra en una calle, aparentemente cortando camino a través de una sucesión de calles más pequeñas, hasta que se detiene frente a un encantador edificio de cuatro plantas. El edificio es propiedad de la agencia, que pone los pisos a disposición de los empleados que vienen de otras ciudades a trabajar para la empresa. Además de pagar un salario muy por encima de la media del mercado, ofrecen un gran paquete de beneficios y, en mi caso, el piso era parte de él.

— Ya hemos llegado, señorita —, dice el conductor y, mientras busco el dinero en la cartera, da la vuelta al coche y saca mi equipaje del maletero.

Salgo del coche con el equipaje de mano y el bolso en la mano.

— Aquí están. — Le doy el dinero y le agradezco que me lo haya traído.

Después compruebo el número del edificio para asegurarme de que estoy en el lugar correcto. Miro por encima del hombro las bolsas de las que tiro y, al estirar la mano para abrir la puerta, esta se abre antes de que pueda equilibrarme y tropiezo directamente con una pared.

— ¡Ay, Dios mío! — murmuro, apoyando la mano libre en la pared que, aunque firme, es un poco demasiado blanda para estar hecha de ladrillos. Lentamente, levanto la mirada, topándome con un pecho masculino cubierto con una camiseta negra que resalta las ondulaciones de ese abdomen que puedo sentir a través de mi mano — que parece tener vida propia — y manoseo lentamente ese cuerpo desconocido.

Su aroma masculino me envuelve como hacía muchos años que no sentía, me hace un nudo en el estómago y me provoca olas de escalofríos en la base de la columna vertebral. De hecho, solo me he sentido así en una época muy lejana, incluso antes de empezar a salir con André, cuando tenía 16 años.

— No es así que pensaba recibirte —, dice la voz ronca y yo levanto lentamente la mirada, atraída por el tono sensual. Mis ojos recorren su cuello, su barbilla que muestra un pequeño hueco, su mandíbula firme, sus labios carnosos, su nariz recta, hasta llegar a los ojos castaño oscuro que me recuerdan a una deliciosa tableta de chocolate con leche y que he mirado con esperanza en el pasado.

Jesús. María. José. Y el camello.

Allí mismo, delante de mí, estaba la encarnación de todas mis fantasías femeninas. El chico que poblaba mis sueños de juventud — incluso cuando estaba enamorada del idiota de André — se había convertido en el ejemplar masculino más hermoso que jamás había visto. Era el que dejaba boquiabierta a una legión de chicas, el sueño hecho realidad de diez de cada diez chicas de instituto, la referencia de la ciudad en cuanto a encanto, belleza, simpatía e inteligencia.

El rey del baile. El capitán del equipo de fútbol. El guapo de los guapos. En aquella época, le habríamos llamado coqueteo. Hoy puedo decir que es el crush, la versión actualizada y mejorada del chico que le gustaba a todo el mundo. Más concretamente, mi crush y el de toda la población femenina de mi pequeña ciudad.

Todavía apretada contra él, apoyada en su pecho musculoso y abrazada contra su cuerpo caliente, abro y cierro la boca, pareciendo haber perdido toda capacidad de formar una sola palabra.

— Um, Tati, ¿va todo bien? Te estás poniendo muy roja — dice mirándome fijamente y yo parpadeo un par de veces, intentando salir de mi trance.

— Ehr… hum… bueno… sí. — Soy idiota. Definitivamente, soy idiota. La mano que me sujetaba la espalda se levanta, mientras la otra se desliza arriba y abajo por la base de mi columna. Me empuja un mechón de pelo que se ha soltado del moño desordenado detrás de la oreja y suspiro.

— ¿Te acuerdas de mí? Soy Pedro. Fuimos juntos al instituto — sonríe, como si fuera posible que hubiera olvidado quién era aquel ángel caído del cielo. Si tuviera una diosa interior como Anastasia Steele en Cincuenta sombras de Grey, podría decir que el nudo en el estómago que sentía era ella, que estaría dando volteretas y dobles giros de alegría. Pero en la vida real, no tenía nada tan poético dentro de mí. Lo más que puedo decir es que mis gusanos saltan de alegría ante la proximidad de ese hombre tan sexy.

— Um… Claro —, respondo, incapaz de moverme y aparentemente volviendo a ser una jovencita de quince años que no puede formar una frase coherente cerca de su crush. Está bien que sea el crush de una vida, pero no deja de ser un poco exagerado. Eres una mujer adulta, Tati, y…

— Me encanta volver a verte y abrazarte tan cerca, pero… ¿No crees que deberíamos soltarnos? El vecindario podría pensar que estamos cometiendo un atentado al pudor — dice y se ríe, haciendo aparecer un hoyuelo en el lado derecho de esa cara perfecta. Cuando me doy cuenta de lo que está diciendo, siento que mi cara se enrojece aún más y me suelto de sus brazos, equilibrándome torpemente.

Cuando Pedro se aleja, tengo la oportunidad de observarlo aún mejor. ¿Te dije que es hermoso? Olvídalo. Hermoso es lo que era cuando tenía quince, dieciséis años. Esa cara sí que podría participar en el concurso del hombre más maravilloso del mundo y ganar a todos los demás concursantes. Cuando éramos más jóvenes, ya era mucho más alto que yo. Pero ahora, es casi un gigante comparado con mis 1,60 metros. Según mis cálculos, debe de medir al menos 1,90 metros de pura calentura, con músculos bien definidos, pero no en exceso. La camiseta negra tiene un estampado de tres zombis persiguiendo a un hombre que estaba corriendo. Debajo del diseño está escrito: Los zombis odian la comida rápida.

Suelto una pequeña carcajada.

— No has cambiado nada — dice y me coloca otro mechón de pelo detrás de la oreja.

— ¿Qué? — ¡Oh, gracias a Dios! Una frase coherente. Bueno… más o menos.

— Definitivamente, no eres la adolescente que conocí, pero tus modales no han cambiado nada. Vamos, te ayudaré con las maletas. El pizzero se olvidó de traer las bebidas e iba a comprarlas en el bar de al lado.

Antes de que pueda decir nada más, se da la vuelta, coge las maletas y se dirige a la entrada del edificio.

— ¿Me esperabas? — pregunto, corriendo tras él con mi bolsa y mi equipaje no tan manejable, que parece aún más pesado después de sentir el impacto de un yunque en la cabeza con este reencuentro.

— Por supuesto. Lane no ha hablado de otra cosa desde que pasaste la entrevista. — Empieza a subir las escaleras y veo cómo su pierna fuerte se flexiona con el esfuerzo, resaltando su trasero perfecto. Dios. Mío.

— No sabía que Lane y tú han mantenido vuestra… amistad — respondo, subiendo los escalones detrás de él, sintiendo que la respiración empieza a faltarme tras el primer tramo de escaleras. Solo faltan tres. Qué maravilla… ¡Pero no!

— Sería difícil no hacerlo, cuando somos vecinos y compañeros de trabajo.

— ¿Vecinos? ¿Compañeros de trabajo? — pregunto con la respiración aún más agitada. Apenas hemos llegado al final del segundo tramo de escaleras y ya estoy sudando y noto que se me sueltan los mechones del moño. Sabía que no tenía que haberme comido la tableta de chocolate de ayer, pero estaba ansiosa y…

— Sí, gatita. Vivo en la 301. Y soy uno de los publicistas de tu equipo. — Mira hacia atrás y me dedica una sonrisa radiante. Me detengo en mitad de las escaleras, sintiendo como si toda la sangre de mi cuerpo se me hubiera subido a la cabeza.

— ¿En el 301? — pregunto, mientras él recoge mi equipaje de mano y lo coloca encima de una de las maletas, volviendo a subir las escaleras como si no pesara nada.

— Sí, y Lane vive en el 402, justo enfrente de ti. Menos mal que no me importa que las mujeres estén encima… — dice, riéndose del infame chiste, cuando llegamos al tercer piso y me atraganto al toser. Mi mente se inunda de imágenes de ese hombre tan guapo, sin camiseta, tumbado en la cama, conmigo encima y… ¡Aborta la misión, Tati! ¡Aborta la misión! Mi cerebro grita e intento pensar en cosas relajantes, como… unicornios de colores. ¡Eso es!

— Hey, gatita, ¿qué pasa? — Se acerca a mí y me pone la mano en el hombro.

—Hum-hum — vuelvo a los gruñidos monosilábicos y él sonríe. Esta vez, aparece el hoyuelo de la izquierda.

— Bien, bien. Vamos, solo falta un tramo — dice y vuelve a subir los escalones. ¿Cómo consigue hacer todo este esfuerzo y que su respiración no cambie lo más mínimo, mientras yo estaba a punto de echar los pulmones afuera?

Pedro ya está fuera de mi vista, probablemente guardando las maletas dentro del piso, cuando mi pie alcanza el último escalón. Apenas puedo sentir el alivio de haber terminado el ascenso al Himalaya tropical — también conocido como mi nuevo hogar — cuando soy abatida. El huracán Lane me abraza y me grita al oído cosas como “amiga, te quiero, pizza y tequila”, pero no puedo entender muy bien lo que significan estas palabras porque estoy casi sorda de tanto que grita.

Lane me lleva al piso y yo me dejo caer en el sofá, intentando calmar la respiración. Un vaso de agua aparece delante de mí.

— Lane, más despacio, ni siquiera te está escuchando — le dice Pedro, que sonríe a mi lado. Mientras le doy un sorbo al agua fría, nos besa la coronilla a cada uno y se dirige a la puerta, diciendo que vuelve enseguida con la bebida.

Cuando por fin consigo hablar sin sonar como una asmática en plena crisis, miro a mi mejor amiga y me doy cuenta de lo mucho que la he echado de menos.

— ¡Ahhhhhh! — grito y ella se une a mí mientras nos abrazamos torpemente, hablando sin parar de lo mucho que nos echamos de menos. — ¡Ni siquiera me has dicho que el crush del colegio vive aquí y que es tu compañero de trabajo! — digo, haciendo un mohín ofendido.

Lane se ríe.

— El nuestro, querrás decir. Lo siento, amiga. Realmente lo olvidé. Si no me hubiera comentado que no te veía desde el instituto, no me habría acordado de que también os conocíais. Siempre estuviste tan enamorada de ese idiota-que-no-se-puede-pronunciar-su-nombre que pensé que si decía el nombre de Pedro, ni siquiera sabrías quién era.

— No pasa nada. — La abrazo de nuevo. Tiene razón. Nunca le había dicho a nadie que arrastraba un tranvía por Pedro.

— De todas formas, está muy guapo, ¿verdad?

— Es verdad —respondo, riendo, mientras ella se levanta y me jala.

— Te dije que mi sorpresa era mejor que el chocolate. — Las dos nos reímos y nos dirigimos al cuarto, tirando las maletas detrás de nosotras.

— Tiene muchos amigos gatos, ninguno tan guapo como él, pero seguro que puede presentarte a alguien y…

— ¡Oh, no, Lane! ¡Socorro! ¿Tú también? — Cojo el cojín que está en el sillón de la esquina del cuarto y lo tiro hacia ella, que se ríe. — Si tengo suerte, el amigo va a ser una copia de Borat. ¡Ni hablar! — Las dos nos reímos y nos tiramos en la cama.

— No puedo creer que estés aquí, Tati. ¡Estoy tan feliz!

— Yo también. Esto es definitivamente un nuevo comienzo.

— ¡Definitivamente lo es! ¡Mereces un brindis! — dice Lane y aplaude.

— ¿Alguien ha dicho brindis? — Pedro entra en la habitación con una botella de tequila en la mano y una enorme sonrisa en la cara.

Durante los últimos ocho meses, he hecho todo lo que he podido para intentar recomenzar mi vida separada de André. No es fácil, lo sé. Pero allí, en la nueva casa, junto a los amigos del pasado y con la perspectiva de un nuevo trabajo, nuevos amigos y la vida en una nueva ciudad, espero poder seguir adelante por fin.

El objetivo es alejarme de los hombres; al fin y al cabo, ellos son los verdaderos culpables de los problemas de las mujeres. Quizá, tal vez me convierta en una aventurera, como dice mi madre de las mujeres que no quieren nada serio con nadie. Um… mejor no. No soy el tipo de chica que puede besar varias bocas sin involucrar su corazón. Eso nunca funcionaría. Mejor quedarme soltera, sin involucrarme con el sexo opuesto.

Eso está decidido. Voy a evitar a los hombres. A todos. Especialmente Pedro, mi crush.

04

Estado de hoy: Ese momento de la vida en el que pasa algo que me recuerda

a esa cadena que recibí en 2013 y no pasé…

#proyetofail #eraparaalejarmedeloshombres #laencalladadelainternet #verguenza

Abro un ojo lentamente y siento que me duele la cabeza y el cuerpo como si me hubieran atropellado 500 camellos. Siento un sabor a cabra en la boca; no es que sepa exactamente a qué sabe la cabra, pero estoy segura de que sería parecido a lo que siento ahora mismo. Blergh.

De repente, suena un “toc toc toc” en alguna parte y el ruido resuena en mi cabeza. Me vuelvo hacia un lado y me tapo con el edredón, escondiéndome bajo él, pero empieza a sonar un incesante “ding ding ding”.

— Dios mío, quién puede estar haciendo todo ese ruido a estas horas y… — Empiezo a hablar, pero me detengo y abro los ojos — los dos esta vez — rápidamente, fijándome en el despertador que hay junto a mi cama. — ¡Ay, Dios! — Me levanto en un salto y corro hacia el salón, abriéndole la puerta a Lane, que no tiene mucho mejor aspecto que yo.

— Corre, amiga, o llegaremos tarde.

— ¡Mierda, mierda, mierda! Sabía que no debía haberme tomado esa última dosis — me quejo y salgo corriendo al baño. Ya estoy muy retrasada y con una resaca fenomenal, todo lo que necesito en mi primer día en mi nuevo trabajo.

Mientras Lane rebusca en la cocina cápsulas de café, me meto en la ducha fría, saltando mientras el agua helada empieza a hacer efecto, despertándome, y me doy la ducha más rápida de la historia.

Corro al cuarto y cojo el vestido verde que había dejado en la silla la noche anterior, cuando aún estaba lo bastante sobria como para preocuparme de confeccionar el conjunto de hoy. Gracias a Dios por los pequeños milagros. Después de ponérmelo, me calzo unas sandalias de tacón y me dirijo al espejo que hay detrás de la puerta y me miro, satisfecha, de cómo me veo en el espejo. Me seco el pelo rápidamente, sin tiempo para hacer nada demasiado elaborado.

Mientras cojo mi neceser de maquillaje del armario, Lane entra en el cuarto y me acerca una taza de café.

— Ah… — Suelto un gemido bajo y bebo un sorbo del líquido mágico que me hace sentir un poco menos miserable que hace cinco minutos. ¡No sé cómo alguien puede vivir sin café! Y aunque me consideren cringe por eso, no me importa. Me encanta el café, tengo que pagar facturas, uso mucho el emoji del llanto y odio hacerme la raya del pelo al medio.

Empiezo a maquillarme y miro a Lane, que está lista y totalmente despierta, bebiéndose su propio café y enviando mensajes de texto antes de que sean siquiera las siete de la mañana.

Está guapísima y parece una profesional de éxito: una falda lápiz negra por las caderas, una blusa de seda de lunares y una americana roja con cinturón. En los pies, sus tacones de aguja me hacen preguntarme cómo va a bajar todos los escalones del edificio sin romperse las piernas. Lleva el pelo color miel recogido en un moño desordenado y chic. Un look que yo nunca podría imitar. En el mejor de los casos, parecería una persona rara que acaba de despertarse con el pelo esparcido por todas partes.

Un horror.

Después de pintarme los labios y ponerme los pendientes, cojo mi americana blanca y mi bolso, lista para dirigirme a la oficina, sintiéndome medio emocionada y medio nerviosa ante la perspectiva de empezar una nueva vida en este lugar.

— Hey, ¿todo está bien? — me pregunta Lane mientras se levanta y se detiene a mi lado. Debo de haber puesto una expresión extraña, porque parece preocupada.

— Un poco tensa. — Le sonrío y me aprieta la mano cariñosamente. — Amiga, no recuerdo qué pasó después de que Pedro abrió la segunda botella.

Ella se ríe.

— ¡Te subiste a la mesa, bailaste la Ragatanga y te tiraste en el regazo de Pedro, diciendo que era el crush más sexy de todos los tiempos!

— ¡No!, protesto horrorizada. — Yo no haría eso, por muy borracha que estuviera… — Espero que no.

Me empuja hacia la puerta, riéndose mucho.

— Quien sabe.

Empezamos a bajar las escaleras y pasamos directamente por el tercer piso.

— Oye, ¿no viene Pedro con nosotros? — pregunto con curiosidad.

— No. Vamos en mi coche. Pedro se va un poco más tarde.

— ¿Más tarde? - Arqueo una ceja.

— Sí. Te darás cuenta de que Pedro tiene ciertas ventajas y beneficios que nadie más tiene.

— Ah… — murmuro, curiosa por saber qué diferencia a Pedro de los demás.

( ###)

En el corazón de la zona sur de Río se encuentra el edificio Target, una de las principales agencias de publicidad del país. El edificio de cuatro plantas con espejos, construido con líneas modernas, refleja la creatividad y el carácter vanguardista del trabajo de la agencia.

Atravieso el vestíbulo junto a Lane, observando todo lo que me rodea. Desde el precioso suelo de mármol italiano que se hace eco del clic-clac de mis tacones, hasta los sofás de chenilla gris claro que parecen mullidos y cómodos junto a grandes macetas, hasta que encuentro al alta mostradora, donde veo a dos recepcionistas sonrientes y muy bien arregladas.

Tras pedir que me dejen entrar y presentarme a las dos chicas, Lane cruza el vestíbulo y yo la sigo, emocionada y ansiosa.

Vamos directamente a RR. HH. y nos quedamos en su oficina algo más de una hora, rellenando el papeleo de admisión, haciendo fotos para la credencial y firmando documentos. Cuando terminamos todo el papeleo, Lane me lleva a visitar el edificio. Empieza por la zona administrativa, pasando por la financiera y la jurídica. Pasamos a la última planta del edificio, donde siento que mi cuerpo se estremece de emoción. Allí, en la última planta, se encuentra el departamento creativo de la agencia, donde realmente suceden las cosas. Y donde yo voy a trabajar.

El local es enorme, elegantemente amueblado y muy bien iluminado, y está dividido en sectores según el flujo que debe seguir cada proyecto. Cruzamos a la zona de atención al cliente, donde los equipos que captan clientes hablan animadamente por teléfono, teclean en sus ordenadores y algunos se levantan para marcharse cargados con carpetas, probablemente de camino a una reunión. Nos dirigimos a la zona de planificación, pero Lane pasa delante, diciendo que volveremos allí al final, ya que es donde trabajaré.

Luego entra en una pequeña sala y me presenta a la jefa de investigación, que me habla un poco de su trabajo y su equipo. Justo al lado está el departamento de medios de comunicación, que, además de otras tareas, se ocupa de las relaciones con los medios.

En cada sala me presenta a la gente y me explica un poco lo que hace cada uno.

— Esta es la zona creativa — me dice, mientras entramos en una sala con varias mesas grandes, donde los diseñadores están esbozando los materiales de la campaña que utilizarán los textos que están creando tres guionistas. — Más tarde llegan Pablo, nuestro fotógrafo, Laurinha, que hace los jingles, y Ansel, nuestro ilustrador.

— ¿Ansel? — pregunto, encontrando curioso el nombre.

— Anselmo —, murmura riendo. — Con el tiempo, te darás cuenta de que en las grandes agencias como la nuestra, el ego y la vanidad son enormes.

Volvemos a cruzar el pasillo y entramos por fin en la zona de planificación, donde voy a trabajar.

— Bien, ya están todos aquí — dice mientras abre la puerta y entra, seguida de cerca por mí.

Veo cuatro pares de ojos enfocándome, uno de los cuales me hace tambalear las piernas. Mierda.

— Chicos, esta es Tatiana, es la publicista que asumirá el puesto en vuestro equipo. Tati, estos son Carla, Rodrigo, Miguxo y Pedro, a lo que ya conoces.

Saludo a cada uno y cuando llego al tipo alto, con gafas negras y mirada de friki, le dirijo una sonrisa confusa.

— ¿Mi… guxo? — pregunto arqueando una ceja.

— Me llamo Jordy, pero cómo puedes… — empieza a hablar, pero es interrumpido por el grupo, que empieza a cantar Alison, una canción de los años noventa que sonaba exhaustivamente en todas las emisoras de radio, cantada por un niño francés llamado… Jordy. — darte cuenta — dice cuando el grupo deja de cantar y estalla en carcajadas. — mi nombre siempre va acompañado de un jingle. Así que puedes llamarme Miguxo, como todo el mundo.

Simpatizo inmediatamente con Jordy, el Miguxo. A diferencia de Carla, que parece antipática y me mira de arriba abajo, y de Rodrigo, que parece un tío inconveniente y mujeriego, Jordy parece inofensivo. El tipo de chico del que merece la pena hacerse amigo. Eso es, Tati, pienso para mí, ¡céntrate en la amistad!

Obviamente, este tipo de pensamiento no me sirve de nada cuando me encuentro cara a cara con el crush de mi vida. ¿Recuerdas que antes dije que era maravilloso? ¿El gato de los gatos? Olvídalo. Pedro es una gran cucharada de brigadeiro, de esas que te hacen babear. Su chaqueta de grafito hace que sus ojos oscuros parezcan aún más dulces y su camisa blanca le hace parecer un hombre importante y delicioso. Y cuando sonríe… ¡Es un nocaut!

— Bienvenida, Tati —, murmura con una sonrisa, me besa la mejilla y se dirige a una habitación, dejando mi corazón acelerado.

El departamento de planificación está dividido en seis salas. Una para cada publicista y una gran sala de reuniones. Lane me enseña dónde está la habitación de cada uno, mientras me lleva a la que será la mía. Todas las habitaciones parecen iguales, excepto la de Pedro, que es más grande y está llena de trofeos y premios, además de tener un cómodo sofá y una mesa enorme donde alguien podría tumbarse si quisiera. Obviamente, este pensamiento me lleva a Pedro y a mí, tumbados en la mesa y… Tatiana, ¡para ya! Me regaño con vehemencia. Amigos. Solamente buenos amigos.

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Llevo poco más de quince días trabajando en la agencia y me está encantando la experiencia. Todavía estoy aprendiendo algunas cosas, pero Pedro y Miguxo han sido increíbles conmigo, respondiendo a mis preguntas y enseñándome lo que necesito para desarrollar mis propios proyectos.

Entro en el edificio de la agencia, saludo a las recepcionistas y me dirijo a la planta donde está mi despacho. Apenas he encendido el ordenador y me he sentado en el cómodo sillón cuando Arthur, el director de planificación, entra en el departamento y aplaude.

— ¡Qué maravilla! ¡Todos están aquí! ¡Vamos a la reunión! — Sigo al equipo y me dirijo a la sala de reuniones, sintiendo un nudo en el estómago.

Debería haber sabido que una reunión a primera hora de la mañana, antes incluso de haber podido tomarme un café negro para despertarme, no podía ser algo bueno.

Me acomodo entre Pedro y Miguxo, colocando sobre la mesa el cuaderno que cogí de la bolsa antes de salir de la oficina. Pedro suelta una carcajada desenfrenada y Jordy murmura Let it go al ver la tapa con Elsa de Frozen. Les hago una mueca a los dos y abro mi cuaderno, buscando una página en blanco. Mientras el resto del equipo de Planificación se acomoda, escribo la fecha de hoy en la primera línea.

Esta es la primera reunión de equipo que Arthur organiza desde que llegué aquí. Hemos tenido otras, pero eran para hablar de proyectos específicos y no implicaban a todo el grupo.

— ¡Buenos días a todos! ¡Hola, Tatiana! — me dice. — ¿Cómo va todo? Espero que te guste tu trabajo, aunque aún estés en prácticas. — Él sonríe y yo le devuelvo la sonrisa.

— Estoy muy entusiasmada y me encanta la agencia.

Me guiña un ojo y se vuelve hacia el equipo.

— Bueno, ¿empezamos? Hagamos un recorrido rápido por las cuentas en las que estáis trabajando — pide y, uno a uno, cada publicista pasa a relatar un poco el trabajo que están realizando. Las empresas que mencionan son medianas y grandes, conocidas.

Luego le toca a Pedro hablar de las empresas para las que trabaja y yo me quedo con la boca abierta. Cuando termina, Arthur me explica:

— Pedro es nuestro chico de oro, Tatiana. Se ocupa de las principales cuentas de la empresa, los clientes más importantes. Su cartera abarca desde Tierry, la mayor joyería del país, hasta Loks, la principal marca de cerveza que consumen los brasileños.

— Nuestro chico básicamente elige con quién quiere trabajar —, me murmura Miguxo. — Y tiene más premios que nuestro jefe — añade riendo entre dientes.

— Te escucho, Jordy — dice Arthur irónicamente y, por supuesto, el estribillo de Allison es cantado a pleno pulmón, lo que me hace soltar una carcajada. — Bien hecho, Pedro. Excelente trabajo, como siempre.

Arthur teclea algo en el ordenador que tiene delante y se vuelve hacia mí.

— Bueno, Tatiana, por fin tengo un reto para ti. — Le miro y sonrío con preocupación. Me pregunto qué me tendrá preparado. — Nuestro departamento comercial acaba de cerrar un trato con un nuevo cliente y tú tienes exactamente el perfil adecuado para llevar esta cuenta.

— Um… ¿Lo juras? —, pregunto, levantando la ceja y preparándome para hacer las anotaciones oportunas en mi primer proyecto.

— ¡Lo juro! — dice jovialmente. — ¿Estás soltera? — pregunta inesperadamente y casi me atraganto. ¿Qué clase de pregunta es esa?

— Sí… — respondo en voz baja y siento la mirada de Pedro clavada en mí.

— Perfecto. Vas a trabajar con @amor.com. ¡Es una aplicación de citas para solteros! Va a revolucionar el mercado.

— Oh — susurro, sin saber qué decir.

Continúa, muy emocionado.

— Este va a ser tu proyecto especial. Al principio, es la única cuenta de la que te vas a encargar. Va a ser la niña de tus ojos.

— Vaya… ¿El proyecto es tan elaborado que requiere una dedicación total?

La sonrisa de Arthur se ensancha.

— Exactamente. Uno de los requisitos para firmar este contrato es que el responsable del proyecto lo utilice durante tres meses.

¿Usarlo? ¿De qué habla?

— ¿A qué se refiere?

— Vamos a instalar la aplicación en tu móvil, tableta y cualquier otro gadget que tengas.

— ¿Gadget? — pregunto, atónita.

— Aparatos electrónicos — murmura Miguxo.

— Tendrás encuentros con otros usuarios. Quién sabe, ¿no se desencalla en el proceso? — continúa Arthur, sin reparar en mi evidente expresión de horror, hablando con una sonrisa conciliadora, mientras todos en la sala se echan a reír.

— Yo… no… ¡Estoy varada! — Protesto.

— Sí que lo estás. Tú misma has dicho que no tienes novio.— Su sonrisa se ensancha aún más mientras mi boca se queda abierta de sorpresa. — ¡Va a ser perfecto! Aunque fuera un servicio tradicional de citas por Internet, lo harías bien, ya que eres guapa. Pero estoy seguro de que romperás los corazones de tus pretendientes.

Pedro interviene en la conversación.

— ¿En qué se diferencia @amor.com de otros sitios de citas?

— Los usuarios tienen que instalar la aplicación en sus dispositivos electrónicos: móvil, tableta, incluso ordenador. Se registran y empiezan a analizar perfiles — explica Arthur entusiasmado, mientras yo me siento cada vez más horrorizada. — Cuando a un usuario le interesa el perfil de otro, puede ponerle “me gusta”. Si los dos se gustan, la aplicación los pone en contacto y ¡voilà! Se abre todo un mundo nuevo y puedes chatear con el amor de tu vida.

¿Chatear?