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En Cuentos e historias, Flavio Arrascaeta nos invita a recorrer paisajes, calles y memorias de un país donde el humor, la fe y la pasión por el fútbol se entrelazan con la vida cotidiana. Con un estilo cercano y ágil, el autor nos presenta personajes que luchan contra la adversidad, enfrentan lo inesperado y dejan huellas imborrables en su comunidad, desde el intendente Liborio, que desafía las mañas del pueblo, hasta un perro que se convierte en héroe futbolístico por accidente; desde un escritor que sacrifica su notebook por salvar a su mascota, hasta un joven que recibe consejos de leyendas en un sueño revelador. Estas páginas, cargadas de ternura, ironía y guiños culturales, son un homenaje a las pequeñas grandes historias que forjan nuestra identidad.
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Seitenzahl: 219
Veröffentlichungsjahr: 2025
FLAVIO O. ARRASCAETA
Arrascaeta, Flavio O. Cuentos e historias / Flavio O. Arrascaeta. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6740-6
1. Cuentos. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
El juicio a Dios
El muelle y la computadora
El perro futbolista
El “zapatazo” de su vida
Dios es...
El Señor y el señor... Presidente
La celada
La gran lección
Papi... Te “queio” mucho
Por qué... Señor
Ensueño
Honor y gloria
Un encuentro especial
Al “profe”... Con cariño
Santas travesuras
Canchero muy... “Canchero”
Agradezco a Dios, quién me dio este hermoso talento de escribir. También a mis viejos, hermanos y familia por apoyarme y alentarme desde siempre.
Hace varios años atrás, en alguna ciudad chica del interior de nuestro país hubo un intendente que tuvo muy buenas intenciones para mejorar a su pueblo, pero... Como dice ese viejo dicho popular; -“el hombre propone y Dios dispone”.
Todo comenzó de una forma extraña. El propio don Liborio Garmendia, en plenas elecciones, fue a saludar a su más directo contrincante, el señor Evaristo Sócrates, porque aparentemente él estaba ganando la intendencia de la ciudad, pero... A las pocas horas y de manera bastante... “Misteriosa”... Misteriosa en aquel momento, lo hizo ganador del sillón del ejecutivo municipal a nuestro protagonista; don Liborio Garmendia.
Después. Tiempo después, se supo que el misterio estaba en que en esa elección, según se decía por ahí... Habían votado varios miles de...“ciudadanos del cementerio”.
Continuando con esta historia, el señor Liborio Garmendia tuvo varias y muy buenas intenciones para hacer de la ciudad, una ciudad con miradas hacia el futuro, “hacia el 2000” en aquel entonces. Pero en una ciudad donde se tiene mentalidad de pueblo eso suele ser muy difícil de alcanzar, y en aquella ciudad chica todavía hoy tienen mentalidad de pueblo a pesar de ser una ciudad.
Como seguramente pasa en cualquier pueblo o ciudad de nuestro país, los empleados municipales son algo especial. En el caso de esta ciudad chica trabajan solo seis horas por día. En aquel tiempo también. Bueno... En realidad de las seis horas trabajaban solo dos, las otras cuatro estaban distribuidas entre tomar mate o comerse unos buenos asados matutinos. Sí. Unos buenos “asados matutinos”.
Cuando “el Liborio” comenzó a gestionar en aquel tiempo, había muchas más calles de tierra y los vecinos estaban acostumbrados, malacostumbrados, a que las máquinas para arreglar y/o emparejar el nivel de las calles andaban lentas, muy lentas. Y... Eso al “Liborio” no le gustaba para nada. A eso agréguese las pocas ganas de trabajar que tenían los empleados. Tal es así que varias veces y según cuentan muchos de los que estuvieron en aquella época, “el Liborio” se les aparecía de repente y de manera sorprendente, encontrando “in fraganti” a los empleados, charlando, riéndose y jaraneando lo más bien. Cuentan varios de ellos que de pronto se daban vuelta y cuan fantasma, lo tenían “al Liborio” ahí, observándolos. Así que tras varias advertencias los muchachos comenzaron a portarse bien. Otros, medios rebeldones, fueron amonestados. Y... Claro. A los “mozos”, en vez de trabajar como debía ser, los sorprendía descansando, mate en mano o comiéndose un asadito. No era tanto por comerse un asadito. ¿A qué buen argentino no le gusta comerse un asadito? Pero estos “mocitos” –como diría los más ancianos de la región, -tenían la costumbre de comerse el asadito con el horario un poco adelantado, es decir; a las nueve o diez de la mañana. Y luego, como es una sana tradición de pueblo de provincia, la “sagrada siestita”. Como para bajar el asadito y hacer la digestión. Pero a las nueve o diez de la mañana. Sí. A las nueve o diez de la mañana.
Por supuesto que todas esas... “Mañas”, con “el Liborio” cambiaron. Y cambiaron muy de repente. Y muy de repente los vecinos del pueblo se sorprendieron al ver algo muy pocas veces visto; ¡Los empleados municipales trabajando! ¡Pero trabajando en serio! Y... Daba gusto ver cómo esas máquinas que antes andaban lentas como “un tranvía en cámara lenta”, de pronto se las veía correr bastante ligeras, emparejando lindo las calles.
Y... Como era de suponer, muchos se quejaron porque “el Liborio” los hacía trabajar en las horas de “descanso”. Y sí... Añoraban aquellos viejos “buenos tiempos” de asaditos y siestitas matinales. Al menos con “el Liborio” eso parecía ser parte de la historia. Muchos vecinos estaban contentos. Esa era una de las tantas buenas intenciones de Liborio Garmendia para con el pueblo. Y... Aunque parezca algo paradójico, pero paradójicamente había muchos otros que estaban descontentos con “el Liborio”.
Siguiendo con nuestra historia, los primeros días de su intendencia Liborio Garmendia envió a los camiones de la municipalidad con los altoparlantes, avisando a los vecinos de toda la ciudad que sacaran aquellos fierros viejos y cosas que no usaran y las dejaran sobre un costado de las calles. Luego pasarían los camiones del municipio a recogerlos. Demás está decir lo felices que estaban los vecinos porque decían que “el Liborio” se encargaría de limpiarles la ciudad y -“las casas” -como dicen allá. Tal es así que en aquellos años de la primera década del siglo XXI, las calles de la ciudad se veían con toda clase de cosas y fierros viejos al costado del cordón o sobre algunas veredas. Los vecinos estaban tranquilos. “El Liborio Garmendia” les enviaría los camiones para levantar toda esa basura.
Pero... Como dice en las Sagradas Escrituras; -“los pensamientos de Dios son mucho más altos que los pensamientos del hombre”. -Y es así que Dios decidió regar los campos de la provincia. Pero no solo de la provincia, sino que también regó de manera torrencial las calles de la ciudad. Y... ¿Cuáles creen que fueron las consecuencias? Además de ser una ciudad nueva y en aquel tiempo sin muchos desagües, con muchas calles de tierra, sobre todo en los barrios más alejados del centro y más cercanos al río, y con todos los fierros y cosas que habían quedado en las calles. El asunto es que ese temporal causó muchos más daños que lo esperado. Calles mucho más inundadas de lo que debían inundarse. Y... Ni imaginar la cara de bronca y angustia que tendría el pobre Liborio Garmendia al ver semejante desastre.
Mas... Este hombre, Liborio Garmendia, no solo que tenía muy buenas intenciones, sino que era de esos que no se dejaban vencer tan fácilmente. Era de esos a los que se dice que es; -“un hueso muy duro de roer”. -Quería y estaba empeñado en lograr de esta ciudad, una ciudad limpia y ordenada y con miradas al futuro, al nuevo siglo XXI. En cierta forma también quería lograr cambiarle la mentalidad al pueblo. En vez de ser un pueblo grande de provincia, que fuera una ciudad grande de provincia. Y sus buenas intenciones eran lograr que los vecinos tuvieran y creyeran tener una mentalidad de ciudad. Y... Claro está que no bajó los brazos.
En esta provincia de nuestro país y por tradición de muchísimos años, cuando llegan las fechas patrias, también llegan los desfiles cívicos — militares. Los díasfestivos de mayo se hacen en la ciudad capital de la provincia. Y el día de la Independencia se realiza en esta ciudad, donde aconteció todo esto. Y siempre en esos días de julio en esa ciudad hace mucho, muchísimo frío. Las nevadas son mucho más seguidas en la ciudad capital por tener las sierras a pocos kilómetros. En esta, asentada sobre un suelo más llano y alejado de las sierras y sobre todo en los últimos años, las nevadas son mucho más esporádicas.
No solo que Liborio Garmendia tenía muy buenas intenciones para el pueblo, sino que quería que ese año el desfile se realizara en la plaza donde fue el lugar de la fundación de la ciudad. Así que, no conforme con dicho cambio, arregló con el gobierno nacional de entonces para que se les enviaran a algunos integrantes del “Cuerpo de Granaderos a caballos del ejército del general San Martín”. Ese desfile de julio iba a ser algo diferente a los tradicionales, que desde siempre se realizaron en la plaza, frente a la municipalidad. Es decir; “algo fuera de lo normal”. Intentaría romper con las viejas estructuras tradicionalistas, y siempre mirando al futuro milenio. Pero...
Ese año. Justo ese año, principios del siglo XXI, y luego de muchos años y por designios del Todopoderoso, comenzó a nevar desde la mañana muy temprano. Nevó, nevó y no paró de nevar durante varias horas. Y así continuó nevando desde dos días antes del día festivo de aquel año hasta el mismísimo día del desfile. Justo el día del desfile provincial en aquella ciudad chica de provincia. Y por ende, no le quedó más alternativa a este intendente que suspender todo por mal tiempo. Y bueno... Dicen por ahí que “el Liborio” de testarudo nomás, no se quedó tranquilo y organizó el desfile nomás. Pero... Unos meses después y en el mismo lugar. Lógicamente que no asistió casi nadie. Ni siquiera el Gobernador.
Aun así no bajó los brazos ni se dio por vencido. Como se dijo antes, Liborio Garmendia era de esos a los que también se dice que son: -“tercos como una mula”.
Poco tiempo después y en los terrenos del ferrocarril se organizó un Rally en esa ciudad. Todo parecía que iba muy bien. Aparentemente esta fiesta iba a ser todo un éxito, pero... Dios, en su infinita sabiduría, decidió que uno de los corredores muy conocidos en aquellos años, el señor Elaudino Rosales, aunque no ganó la carrera, llegara hasta “la meta final”, pero de su vida. De su vida en la tierra. El deceso de este muy conocido y querido corredor de rally a nivel nacional, causó una conmoción muy grande en el pueblo, y en el país. Elaudino Rosales era un hombre muy querido y respetado por muchos de sus colegas, como también de otras disciplinas deportivas y por muchos de sus compatriotas.
El pobre Liborio Garmendia no sabía qué hacer. Tenía todas las buenas intenciones para hacer algo diferente. Quería mucho a esta ciudad, a pesar de no haber nacido en ella. Quería que la ciudad que lo había visto crecer, creciera. Que sea mucho más que aquella que en algún momento de su historia fue punta de rieles de varios ferrocarriles a finales del siglo XIX y principios del XX. Mucho más que aquel fuerte fundado como avanzada en la frontera con los indios (o pueblos originarios como se les llama ahora).
Antes de continuar con esta historia debemos dejar en claro una cosa. Liborio Garmendia en aquella elección “misteriosa” no solo le ganó a aquel candidato de un partido independiente; Evaristo Sócrates. También le había ganado al candidato del gobernador de la provincia; es decir al doctor George Lincoln Peterson, (quién años después sería ministro de la provincia). Esa elección dejó muy “malherido” al entonces gobernador de la provincia y a su hermano y como era de esperarse, se tenía que desquitar de algún modo con “el Liborio Garmendia”, quien se había atrevido, y no solo que se había atrevido, sino que había osado, desafiar los “caprichos” del entonces gobernador Rigoberto y de su hermano Robustiano, quienes manejaban a la provincia como aquellos viejos patrones de estancia de los tiempos antes del primer gobierno del general. Y no podían dejar que eso se repitiera. Y... Como sucede en estos casos, quisieron hacerle firmar (casi a la fuerza) un Pacto (o “pagaré”) por el cual la ciudad sería cogobernada por ellos. Por supuesto que Liborio Garmendia jamás iba a permitir eso. Al menos mientras él fuera el intendente, porque entendía que eso era una forma de traicionar a sus votantes y a su pueblo.
Ese acto de “rebeldía” de parte “del Liborio” terminaría por provocar la ira de los “patrones” de la provincia, trayendo en consecuencias, una campaña para provocar de alguna forma, su “derrocamiento” de la intendencia.
Como se contaba al principio del relato, muchos ciudadanos, sobre todo, de los empleados municipales, se quejaban porque “el Liborio” los hacía trabajar en las horas de “descanso”, y eso había dejado a mucha gente disconforme y molesta. Tal es así que comenzó con la traición de sus propios compañeros, aquellos mismos que lo acompañaron durante la campaña. Unos y otros emigraron para la capital provincial con algún puesto de ministro del gobernador. Tiempo después, le inventaron algunas que otras causas judiciales, “seduciendo” a la justicia para hacerle juicio político.
Cuando ya el pobre Liborio Garmendia se vio solo, rodeado y traicionado por sus propios compañeros, finalmente, y a pesar de soportar todo lo que más pudo, renunció.
De nada le sirvió tener buenas intenciones para la ciudad. Todo fue mal gestado desde la propia elección que terminó ganando “misteriosamente”. Por supuesto que renunció “el Liborio” y del “supuesto” juicio político en su contra -“¡Por mal desempeño de sus funciones!”, -como alegaban desde el gobierno de la provincia, nunca más se supo nada. Nunca más se habló.
Pero... Las malas lenguas, típica de pueblo de provincia, y con mucha sorna y humor de pago chico, dicen por ahí que el mismísimo Liborio Garmendia le inició Juicio a Dios...
Y... Todavía sigue esperando que salga el fallo de la justicia. De la Justicia Divina...”
El muelle estaba vacío. El viento agolpaba las olas sobre la arena. Solo se escuchaba el silencio. Las gaviotas jugueteaban con las olas sobrevolando rasantes las aguas, cuan aviones “Pucará” durante la guerra de Malvinas, ya que así conseguían pescar el alimento. Las aguas golpeaban con fuerza sobre los troncos del muelle, bañándolo y dejando el verdín y la sal como una huella húmeda y blanca.
El escritor hallaba en ese lugar, el sitio ideal para escribir. Combinaba algo extraño como “el muelle con la computadora”. Le gustaba sentarse frente al mar y solo oír cómo el viento y el mar entonaban una bella canción y el ruido de los pájaros acompañábalos cual coro de ángeles, alabando al Creador. Eso era suficiente para encontrar la inspiración y escribir.
En una mano llevaba la reposera y una mesa pequeña. En la otra, llevaba la cartera donde iba la computadora, la notebook. Atrás habían quedado aquellos días felices, y no tanto, cuando sabía utilizar la vieja máquina de escribir portátil. Y mientras observaba hacia el infinito, más allá en el horizonte, allí, donde se unen como en un beso apasionado, el cielo con el mar. Y recordaba a aquella máquina en donde habíase inspirado para plasmar la novela que estaba escribiendo. Ahora solo era un bello recuerdo. Pero también eran bellos los días cuando se sentaba a escribir. ¿Cuántas veces había arrojado al cesto de basura una y otra vez las hojas mal escritas? Esta misma novela que había comenzado a “pintar” en blanco papel, ahora la plasmaba sobre el blanco de una página de Word, claro, todo era más sencillo, sin correctores. Ya no se manchaba las manos para poder cambiar el rollo mediante el cual tomaban color las letras que marcaban las teclas de la máquina de escribir. Tampoco tenía que andar corriendo una y otra vez el rodillo. Y si se cambiaba la hoja, debía calcular el espaciado justo que le había dado anteriormente. ¡Ah...! ¿Qué tiempos aquellos? Pero... Todo eso era parte de la historia. Hoy, siglo XXI, existía la computadora, la notebook y la pequeña netbook. Sí. Hasta los nombres han cambiado. Pero...
Si hay algo que no cambiaba este escritor, es la compañía de su fiel amigo. El mejor amigo del hombre; el perro. Y él lo llevaba consigo a todos lados al Sepúlckrito. Un perro cachorro cruza con labrador. Y... Como todo cachorro; juguetón, destrozón, inquieto, curioso, y comilón. Comía como dice el dicho: -“como lima nueva”. Y comía de todo, incluso lo que no debía comer. Todo era juguete para el animalito. Mientras correteaba a las gaviotas, a veces se detenía para investigar y degustar algún palito o algo que se cruzara en su camino. Los caracoles de mar se salvaban porque su caparazón era lo suficientemente resistente para los pequeños y finos dientes del pequeño canino, los cuales eran como finas agujas, capaces de lastimar las manos de algún niño. El infante animal era voraz, como pirañas alrededor de un pedazo de carne cruda.
El escritor se sentó en su reposera frente al mar, tal como era de su gusto, y se relajaba mientras sentía el fresco del viento y el ruido de las olas. En tanto que observaba como las aguas del mar bañaban los bordes de la playa una y otra vez. Y cuando volvían, dejaban esa efervescente y leve espuma que se disolvía en pocos segundos. A su alrededor solo se veía el mar, la playa y las montañas, las cuales tenían formas de algo. Como si el dedo del Creador hubiera tallado caprichosamente sobre ellas. Luego de contemplar tanta hermosura natural y antes de ponerse a escribir, agradecía al Todopoderoso así: —“Te doy gracias, oh Dios, porque me permites contemplar tus grandezas y maravillas”. —Pero...
Fue interrumpido por un chillido. En un momento levantó la vista. Tuvo un mal presentimiento. Observó hacia el horizonte. No lo veía al Sepúlckrito. Y se preguntaba una y otra vez: —“¿Dónde estará este ‘tipo’?”. —Después... Sus ojos contemplaron una escena no tan agradable a sus retinas. Sí. Su fiel amigo estaba en peligro. Logró ver cómo un pequeño cuerpito iba introduciéndose hacia el mar. Y lo más preocupante era que ese cuerpito no se movía. De inmediato, salió en veloz carrera, saltando del muelle hacia la arena. Cayó y golpeóse un poco. Pero eso no le importó. También él sabía que no sabía nadar. Tampoco lo veía como impedimento para lograr su propósito. Debía salvar la vida de ese animal. Mientras se acercaba al lugar donde lo había divisado, iba sacándose la remera y arrojando las “chancletas” a cualquier parte. Acto seguido, se arrojó al mar. Nadó unos metros. Sentía que el agua salada se metía en su boca, pero continuó su marcha hasta que lo alcanzó. Después lo tomó y rápidamente volvió hacia la playa. Asimismo él estaba en peligro, ya que se estaba quedando sin aire y sus brazos estaban cansados de nadar y además había sufrido un calambre. Pero no le importó nada. Solo le importaba la vida de su fiel amigo, el Sepúlckrito. Ni bien llegó a la playa, lo apoyó con suavidad sobre la arena. El animalito no respiraba. Parecía que estaba muerto. Tal vez lo estaba. El escritor, en un momento de desesperación, primero se calmó. Enseguida vinieron a su mente las imágenes de alguna película, cierta escena donde le hacían RCP a alguna persona. Sonrió. Luego, respiró hondo, después tomó aire, abrió la boca del canino y comenzó a hacer respiración boca a boca. Una y otra vez repetía el mismo movimiento mientras golpeaba en su pequeño pecho. Él no sabía si estaba bien lo que hacía, pero en ese momento solo le importaba la vida de su pequeño amigo, el Sepúlckrito. Cuando levantaba la vista, no veía a nadie. Mientras hacía leves intervalos para recuperar el aire, le hablaba a su amigo y le decía: —“Sepúlckrito. ¡Dale! No se te ocurra morirte ahora. Tenés toda una vida canina por delante. Muchos huesos para comer”. —Mientras cada tanto miraba al cielo y sin cuidar ninguna clase de formalidad, decía: —“Dios. No me fallés ahora”. —Y añadía mirando al cielo: —“¡Eh, Papá! Él también es creación tuya”. —Y mientras lo señalaba, agregaba a esa especie de clamor; —“¡Dame una mano!”. —Luego miraba al animal. En un momento determinado, el perro comenzó a escupir agua salada. Y tosía una y otra vez. El escritor sonrió. Luego, mirando una vez más al cielo, dijo: —“¡Gracias Papá! Vos sos siempre fiel”. —El animal se quedó quieto por unos breves segundos. Tiritaba. Estaba completamente empapado. Luego se levantó y comenzó a sacudir su cuerpito, como si este se convirtiera en un motor en marcha. Sacóse toda el agua que pudo.
Luego lo abrigó y lo levantó cual niño en sus brazos, dirigiendo sus pasos hacia el muelle. Cuando llegó al lugar de sus inspiraciones, se encontró con un panorama diferente al dejado anteriormente. La pequeña computadora llamada notebook ya no estaba sobre la mesa. Solo habían quedado como mudos testigos, la reposera, el bolso y la mesa. Por muy breves segundos se puso nervioso. Luego se tranquilizó. La buscó por algún lugar cercano al mismo muelle. Tal vez con la esperanza de encontrarla. Aunque sea tirada sobre la arena. Pero no. No estaba. Después. Ya más tranquilo. Respiró hondo y se dijo a sí mismo: —“¡Va! Esa computadora me la dio en parte de pago mi jefe. El ignorante me apostó que Caballito, el barrio de Caballito, quedaba a 200 km de Buenos Aires. ¡Pobre! ¡Qué pedazo de infeliz! Yo que no apuesto jamás, esa se la gané. Y por goleada. Además hace poco me compré una nueva. Y si así no hubiera sido, prefiero perder todas las computadoras del mundo antes que la vida de mi mejor amigo”. —Dejó al animal en el suelo. Tomó sus cosas y le dijo: —“Sepúlckrito. Seguime. Que no te voy a… decepcionar”. —Y el mejor amigo del hombre; el perro, siguió al escritor, su salvador y su amo.
Y allí quedó... “El muelle. Sin la computadora”.
En la puerta de la iglesia se juntaban un grupo de hermanos al término de la escuelita bíblica, para jugar al fútbol en el “potrero” de enfrente. Luego, algunos de esos chicos a los que se les enseñaba la Palabra de Dios, se unían a ellos y todos se divertían. Ninguno eran grandes futbolistas. Bueno... Ni siquiera se podría decir que eran futbolistas, ni mucho menos. Tenían en ese entonces un promedio de edad de entre doce y sesenta y tantos años. Sí. Era totalmente familiar el ambiente. Niños, adolescentes, jóvenes y no tantos. El pastor, quien en ese tiempo tendría poco más de sesenta años, también se sumaba y era el primero en jugar con los demás… Y vaya que lo hacía. A veces sacaba cada “zapatazo” que parecía uno de esos viejos “cañoneros” de antaño. Tal vez “el gran Bernardino” Pereyra y Fernando “Nando” Valbuena o algunas de esas viejas gloria del amateurismo se hubieran sorprendido al verlo.
El “estadio” eran los terrenos que estaban enfrente de la iglesia. En aquellos días de principios del milenio todavía estaban baldíos. Y bueno… Se hacía un poco de ejercicio. Solo se suspendía por lluvia. Pero tenía que estar lloviendo torrencialmente, si no se jugaba lo mismo, con llovizna o lluvia leve, estaban ahí todos, firmes. Era un momento donde todas las preocupaciones y la rutina diaria se borraban por una o dos horas que duraban los partidos. Eran de esos encuentros de fútbol donde se convertían cantidades exageradas de goles. Sin árbitros y mucho menos sin el V.A.R, sin posiciones adelantadas. Si era gol, era gol y punto. Si era penal, era penal y chau. Y ni hablar si cobraban “faul”. Era “faul” y tiro libre. Y el tiro de esquina se calculaba más o menos donde terminaba la cancha con algún arbusto o árbol que hubiera de pie. Era el verdadero fútbol, el de origen, el del potrero. El asunto era pasar un buen rato y divertirse.
En cada pueblo o ciudad siempre hay un perro que es especial. Cada canino tiene diferentes características más allá que ellos solo actúan por instinto. Algunos se hacen querer y otros no tanto. Pero… El “Chicho” era uno de esos tantos perritos mascotas que como varios de ellos, cuando veía rodar la redonda, también él quería salir a correrla. A su manera amaba la pelota y se podría decir que también el fútbol, aunque en su inocencia canina, desconociera totalmente que eso era fútbol. Y… Se podría decir que era un perrito “bien argentino”. Pero el “Chicho” ya no era tan joven. Uno de esos días cuando casi habían logrado que se fuera y que no se metiera más entre medio de los demás y por supuesto que al ser un animal viejo, el pobre caminaba lento, como cansado por “la vida de perro” que había llevado, obviamente… ¿No? Y su andar se hacía más pesado porque tenía una especie de joroba bajo la panza. Cáncer de quién sabe qué cosa. Pero… así mismo cuando jugaban, o cuando veía una pelota rodando, también él quería estar ahí.
Mas esto que ocurrió fue solo un instante. Un instante que cuando ocurrió fue a la vez algo muy divertido. El animal a su manera había entendido que en ese juego, los perros no tenían cabida y cómo si se hubiera ofendido el pobre, caminaba con lentitud, como aquellos jugadores de fútbol cuando se retiran del campo de juego luego de haber visto la tarjeta roja y por ende, haber sido expulsados. Iba caminando muy lento, como si para él no pasara el tiempo. Claro. Lo vieron irse y no le hicieron caso y como si nada pasara, siguieron jugando nomás. Pero… Quién sabe quién tiró un pelotazo, impactando sobre su cabeza, la cabeza del can. El animal se asustó y salió corriendo. No obstante lo más cómico no fue el impacto sobre la cabeza del canino en sí, sino el golazo que convirtió. Así es. El cabezazo involuntario del “chicho” logró convertir un gol. ¡Qué digo un gol! ¡Un golazo! Logrando que el arquero se quedara mirando sorprendido. Cuando se vio esa inolvidable escena tal vez irrepetible, uno de ellos, quien había sido testigo directo, gritó riéndose: -“¡Goooool del chichoooo!”. -Los demás hermanos que también fueron mudos testigos, enseguida comenzaron a reír. El hermano que hacía de arquero ese día, que por cierto, un muy buen arquero, también reía, aunque un poco avergonzado. Claro. No era para menos. Un perro, pero literalmente hablando, un perro, le había convertido un gol. Y repito. ¡Qué golazo!
Realmente fueron momentos inolvidables. Todavía se recuerda aquel día como si hubiera sido ayer.
