Cuentos para viajar - Elsa Scarinci - E-Book

Cuentos para viajar E-Book

Elsa Scarinci

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Beschreibung

La autora tiene la magia de llevarnos de su mano para recorrer el texto. Nos da la posibilidad de sumergirnos en historias que nos harán vibrar, reír, enternecernos y pensar. Cada cuento abre la puerta a la aventura, a lo inesperado. Desde la primera oración hasta la última estaremos navegando en aguas dulces y a veces turbulentas, pero llegaremos a buen puerto. Cada relato deja abierta la invitación para leer el siguiente. Miriam Guidolín. Escritora Son cuentos breves de lectura ágil, con un desarrollo pleno de descripciones y muchas veces un final inesperado. La dinámica de su escritura, convierte al lector en un testigo de la acción, a veces hasta en el protagonista. Disfruto mucho de su lectura. Hugo Buzzetti. Ingeniero Me gusta sentir esa sensación previa de saber que me voy a divertir, genera en mí un recreo interno, y mi mente termina abierta, sorprendida y pensativa... Sus finales tan particulares... me dejan pensando aún luego de cerrar el libro. Y como me gustan mucho y quiero exprimirlos más... los vuelvo a leer!!! Gabriela Ronzoni. Veterinaria Los cuentos te transportan al lugar del desarrollo, a las vivencias de los personajes. Los querés, los detestas. Te emocionan. A veces te sorprende el final. Otras, ese es el mejor final. Hay que leerlos de a uno, disfrutando cada historia. Ideal para llevar de viaje. Florencia Bisognin. Aventurera Amores de lata, diarios de una vida que pudo ser, altares superpoblados, una sombra con demasiadas pretensiones, protagonistas resignados, yernos fugitivos de los mitos, corazones vestidos de rojo, saxofonistas de calles doradas, fuentes que se burlan de los amantes, mundos de silencios elegidos, son algunos de los recorridos de este viaje maravilloso conducido con la experticia de esta autora que te invita a viajar y a disfrutar de los más extraordinarios paisajes con rumbo a lo impredecible. Carolina Martínez Álvarez. Profesora de inglés

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Cuentos para viajar

Cuentos para viajar

Scarinci, Elsa Cuentos para viajar / Elsa Scarinci. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3048-6

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

INTRODUCCIÓN

CUENTOSCON HISTORIA

Soldado argentino

La Historia Oficial

Una victoria perdida

Jacinto

El trompo

CUENTOSCON FANTASÍA

Soledad

Impala

Fútbol infantil

Especialistas

El hueco mágico

Eclosión

El Osote

Compañero silencioso

No te olvides de mis sueños

Aquella vieja casona

Personaje principal

La sombra

CUENTOS DE PAREJAS

Una historia de amor

Un día especial

Peligrosamente enamorado

Mateando al sur

Gabriel

Él es tóxico para mí

Día de esquí en Catedral

Bajo sospecha

Apmart

Cambios

Solo necesitaba amor

Volver

Escrito de escritores

Tardes de mateen casa de mamá

CUENTOS DRAMÁTICOS

El vestido rojo

Final

Desde la banda con amigos…

Querido amigo patagon

Mundo de silencios

Macarena Moscú

El casamiento de Susana Santos

La bufanda rosa

Vieja Ruta 9

VIVENCIAS

El abuelo Mario

Músico callejero

La señorita Marta

Jueves en el río

La escuela de mi pueblo

Excursión de buceo

El acto escolar

Educación en tiempos de pandemia

Mi suegra

La sorpresa

Acordate

Amigo incondicional

A mis hermanos,Hugo y Gustavo

PRÓLOGO

Desde la primera vez que me invitó a viajar a través de sus tan singulares historias, en cada intento por adivinar el desenlace de sus cuentos, ella supo demostrarme, en más de una oportunidad, que yo estaba equivocada. Es esa una de las maravillas que transmite: lo desconcertante. Provocando en mí, ternura, alegría, tristeza, sonrisas y lágrimas.

Historias que inevitablemente conducen a sorprenderse, reconocerse, involucrarse, reflexionar, conmoverse o apasionarse. Son éstas algunas de las sensaciones que despertarán en todo lector invitado a vivenciar las distintas experiencias presentadas por esta fascinante autora cuya narrativa fusiona ficción y realidad con un carácter descriptivo de excepcional nitidez.

Norma Y. Tempone

 

INTRODUCCIÓN

Leer o escuchar un cuento, es adentrarse en un mundo de fantasías e ilusión. Es transportarse en el tiempo y el espacio. Ocupar un sitio como espectador en el desarrollo de acontecimientos en la vida, real o fantasiosa, de otros. Y ser, de alguna manera, partícipe de esos relatos.

Leer un cuento es viajar con la imaginación a otras realidades. Algunas tangibles y posibles y otras fantásticas. ¿Pero por qué no formar parte de lo fantástico? ¿Por qué no saber qué piensa el hombrecito del azulejo, qué hacen los juguetes cuando nadie los ve o por qué no participar de un baile de cubiertos dentro del cajón?

Escuchar un cuento es concentrar la atención en el relato. Es dejar de lado todo lo que nos rodea para seguir el hilo de los acontecimientos. Es sorprendernos, es imaginar, es soñar. Es volver el tiempo atrás o imaginar el futuro.

Sumergirnos en realidades que no son las nuestras, o que por ahí se parecen. Preguntarnos qué hubiéramos hecho en su lugar.

Es escuchar un final sorprendente o bien, con libertad, imaginarnos el final que deseamos.

CUENTOS PARA VIAJAR es una compilación de relatos y cuentos que surgen, algunos de la fantasía, otros de unir diferentes situaciones que no tenían nada en común y otros, de la vida misma.

Son cuentos cortos, sencillos de seguir y donde más de una vez el lector se va a sentir reflejado en sus contenidos.

Relatos para soltar a andar la imaginación, para después del punto final seguir cada uno su propia historia.

CUENTOS PARA VIAJAR está dividido de alguna manera, en cinco grupos según el contenido: Cuentos de Parejas, Cuentos de Fantasía, Cuentos con Historia, Cuentos Dramáticos y Vivencias. Clasificados así con el fin de ordenarlos de alguna manera.

En algunos de ellos están volcadas las propias vivencias, algunas experiencias, emociones y otros, surgen exclusivamente de la imaginación. O de preguntas que yo misma me hago: ¿Qué pensará un señalador cuando termino de leer un libro? Y entonces, sin más, se dispara una historia.

Espero, con mis cuentos, acompañarte un ratito.

Elsa Scarinci

CUENTOSCON HISTORIA

Los cuentos con historia, son relatos que disparan desde un suceso histórico de nuestra tierra. Los protagonistas y los cuentos en sí, son ciento por ciento ficticios y responden a la necesidad de la trama.

Te invito a ser parte de estas historias.

Soldado argentino

—¡Andrés! ¡Vení Andrés! ¿Ves esta foto en el diario? – le dije con emoción.

—Si má – respondió mirando lo que le señalaba.

—¿Tenés un ratito? Me gustaría contarte una historia…

Corría el año 79 y yo cursaba mi cuarto año del secundario en el barrio de Villa del Parque. Era un colegio religioso bastante conservador. En los tiempos que corrían, convenía tener a los adolescentes al amparo de la realidad que vivía el país. Las hermanas eran reticentes a todo tipo de innovación, pero ese año, entró en la institución una nueva profesora de Educación Física, y los aires, poco a poco, comenzaron a cambiar. Marina, la joven docente, logró convencer a la rectora que las prácticas de vida en la naturaleza eran importantes para la convivencia. Sería una gran experiencia para todas, y podrían planificar objetivos con otras áreas como biología, geografía e historia.

Con este nuevo criterio, se comenzaron a organizar salidas anuales para cada división supervisadas estrictamente por la religiosa más joven, la hermana Carla, y con consenso de los demás docentes.

Con dieciséis años, esa iba a ser mi primera experiencia en campamento. Iba a dormir en carpa con mis amigas, nadar en el río (no a muchas le seducía eso), hacer un fogón, y otras actividades que habían programado para la salida. Todo eso me entusiasmaba. Preparé mi bolso siguiendo meticulosamente la lista que nos dieron para no olvidar nada: gorro para el sol, traje de baño, repelente de insectos, otro par de zapatillas, linterna, bolsa de dormir, etc. Por supuesto, incluí algunas cosas que no figuraban en el papel ni en ninguna otra parte, como mi conejito Pepito con el que ya no dormía, pero siempre lo necesitaba cerca.

A Anita no la dejaron ir, por lo que compartiría la carpa con otro grupo de chicas donde no estaba mi mejor amiga. Llegó por fin la fecha de salida, un jueves de noviembre. Mucho entusiasmo, mucha emoción por ese campamento en el camping municipal de San Antonio de Areco. Recuerdo que me dio pena despedir a Anita en la vereda del colegio, y nos dimos un fuerte abrazo. En aquella época, las decisiones de los padres no se discutían. O se discutían hasta por ahí no más…

El viaje se nos hizo largo por la ansiedad. El micro estuvo lleno de canciones, risas y migas de galletitas las tres horas que tardamos en llegar. Una vez en el lugar, las profesoras eligieron el sitio adecuado para armar las carpas y nos enseñaron a hacerlo.

Fue un tiempo de entusiasmo, juegos, búsquedas, canciones, mosquitos y sapos.

En el mismo predio, al día siguiente de nuestra llegada, armaron su carpa un poco más allá, unos chicos de nuestra edad, y las miradas se cruzaban de un grupo a otro con disimulo. Esa tarde, para evitar males mayores, Marina y Carla invitaron a los chicos a participar de los juegos e integrarse al grupo. Lo primero que hicieron fue pedirles que se presenten: ellos eran de una localidad cercana, Duggan, y habían ido a pasar el fin de semana pescando. Acabaron juntando plantitas, caracoles, bichos varios y jugando con nosotras a la búsqueda del tesoro de día y al rayo mortífero por la noche. En el fogón, uno de ellos tocó la guitarra y cantó para todos, ¡y luego participaron de una teatralización que nos hizo doblar de la risa!

Así nos hicimos, un grupo de chicas, de tres grandes amigos: Mariano, Lisandro y José Luis. Nos habíamos pasado las direcciones y quedamos en escribirnos y tal vez, volver a vernos algún día. Regresé del campamento loca de contenta y ansiosa por contarle todo a Anita. El conejo Pepito había pasado todo el fin de semana en el fondo de mi mochila. Volví a verlo y a acordarme de él, cuando saqué la ropa para lavar.

Y así comenzó mi amistad con unos chicos del campo, que vivían en un pueblo chiquito, estudiaban en una escuela agraria y sus padres trabajaban en un haras, que en sucesivas cartas, me explicaron que era. Terminamos el secundario al año siguiente y la relación epistolar siguió ese verano y me acompañó en el ingreso a la universidad. ¡Teníamos mundos tan diferentes! Pero me daba mucha felicidad cuando el cartero traía unos sobres con una letra gigante que decían mi nombre. Recuerdo que corría a mi cuarto y enseguida respondía a esas cartas que hablaban de un mundo que parecía muy distante pero donde a los chicos les ocurrían las mismas cosas que a nosotras. Ellos no siguieron estudiando, comenzaron a trabajar en un campo y pronto les tocaría el servicio militar. A esa altura, ya José Luis escribía por los tres, y me contaba de sus recitales con la guitarra en el pueblo, de su primera novia, y de las andanzas de sus amigos. Cada carta fue guardada con mucho afecto en una cajita decorada, que aún debe estar en algún rincón de la casa de la abuela. Con el tiempo, la frecuencia de las cartas se fue espaciando, apareció tu papá en mi vida, esa adolescente se hizo mujer, y esos muchachitos del campo pasaron a ser parte de los lindos recuerdos del secundario. Nunca tuvimos oportunidad de volver a vernos.

Hoy abro el diario y me encuentro con esta noticia. Mi mundo da un vuelco y yo me replanteo muchas cosas. Siento que mi corazón se estruja y me doy cuenta cuanto hace que no he vuelto a pensar en él. Treinta y dos años después, un inglés, Gordon Hoggan, quiere devolverle el casco al soldado argentino que bayoneteó en Malvinas, en la batalla del monte Tumbledown el 14 de junio de 1982. Un dragoneante del batallón de Infantería de Marina 5. Un soldadito de Duggan, un pueblo en la provincia de Buenos Aires, que solo tenía 20 años y al que le gustaba tocar la guitarra, José Luis Galarza.

—¿Y ves la foto Andrés? Hoy vuelvo a ver su imagen en el diario, con su pelo corto, vestido de soldado y esa sonrisa tan suya. Y conozco en la foto a su papá, ese señor que trabajaba en el haras, y a sus hermanas, de las que tanto me había hablado. José Luis tenía mi edad, y una guerra inútil se llevó su vida. Una guerra que nunca tendría que haber sido.

José Luis hoy tiene un monumento en el centro de su pueblo, vestido de soldado, con el fusil en su mano izquierda y la guitarra en la derecha, porque era diestro, y seguramente siempre prefirió la guitarra al fusil. En su cara, una sonrisa eterna, y debajo de sus botas, una bandera del país que se cobró su vida.

La Historia Oficial

El mismo día que Remedios conoció a José, yo conocí a mi marido. Juntas elegimos la ropa, nos arreglamos y peinamos para la fiesta que daban esa noche los Escalada en su casa. Hasta entonces, Remedios estaba locamente enamorada de Gervasio Dorna, amigo nuestro desde la infancia.

Pero fue en el momento que entró José al salón, cuando a Remedios se le anularon las sensaciones. No oyó, no vio ni dijo nada. Miraba embelesada a ese militar que era bastante más grande que nosotras, y fue obvio que él también había quedado prendado de sus ojos negros.

Con José, entró al salón Agustín que era en esa época un subalterno del General. Yo no tuve ojos más que para él. A mí me conquistó su sonrisa franca y su simpatía. A mi amiga, la postura, la galantería y las atenciones de José. Claro, al lado de Gervasio, era un hombre hecho y derecho, con una carrera en marcha y pasión por lo que hacía. Le hizo sombra enseguida.

Bailamos toda la noche, ella con José que era un gran bailarín, y yo con Agustín que no se quedaba atrás. Entre pieza y pieza, cruzábamos entre nosotras miradas cómplices. Nos conocíamos bien y sabíamos que cada una estaba a gusto con su pareja. Durante la noche hubo danzas, recitados y conciertos de piano. Pero nosotras, que éramos dos niñatas, estábamos más allá de todo lo que pasaba a nuestro alrededor. Ambas nos hallábamos deslumbradas con nuestros príncipes de cuentos.

Días después, me contó Reme, que les dijo a sus padres que estaba interesada en José y que seguramente anularía su compromiso con Gervasio. Ellos pusieron el grito en el cielo. La familia de su prometido era de nuestro mismo rango social y todo se estaba desarrollando como debía ser. Reme con sus caprichos, volvía a barajar.

Mi amiga era la consentida de su papá don Antonio, y tenía muy buena relación con su mamá Tomasa. Ambos se opusieron terminantemente a semejante proyecto, y como era de esperar poco a poco, los fue convenciendo y como siempre, se salió con la suya.

La boda de ellos fue solo un año después. Yo estuve en la catedral ese día. Gervasio no. La boda de Reme y José fue muy sencilla y pronto, después de la luna de miel, el novio tuvo que ir a ocuparse de sus asuntos.

Agustín y yo nos casamos tiempo después y fuimos a vivir a la ciudad de Mendoza. En esos años, poco la vi a mi amiga. Nos comunicábamos por medio del correo y cada una esperaba ansiosa las líneas de la otra. Por lo que me contaba, José la llenaba de atenciones, regalos y hermosas cartas, pero poco lo veía porque siempre estaba de viaje. El general se debía a su patria y estaba haciendo un buen trabajo.

En alguna carta, Reme me confesó que pensaba nuevamente en Gervasio. El nombre de su antiguo amor le daba vueltas incansablemente por la cabeza y poco a poco volvió a ocupar el lugar que tuvo siempre en su corazón. Lo vió alguna que otra vez aquel verano, cuando nuestro amigo de la infancia iba a reuniones a casa de los Escalada. Nunca me dio detalles de esos encuentros.

Remedios volvía a fantasear con él. Los largos tiempos de soledad a los que la sometían los compromisos de su marido le permitieron soñar abiertamente con ese amor truncado.

Yo seguí la relación con Gervasio también por carta y sé que tenía el corazón roto. Poco después del matrimonio de Reme, terminado el verano del año 13 decidió ir tras el General Belgrano para unirse a sus filas. Ella también lo sabía por su familia. Lo que nunca supo, es que Gervasio murió en combate aquel octubre en algún lugar de Bolivia.

La noticia de la muerte de mi amigo me puso muy triste mucho tiempo, y me enojé con Remedios. Estuve sin escribirle algunos meses. Temía estropear nuestra relación, y no quería decirle a ella lo que había sucedido.

Cuando mis ánimos se calmaron, volví a escribirle poniéndole cualquier excusa por mi silencio. Pero ya no hizo falta la relación epistolar, porque mi amiga venía con su marido a vivir a Mendoza. Grande fue mi alegría con la noticia.

Al general lo habían nombrado gobernador de Cuyo, y la residencia de los San Martín no distaba mucho de mi domicilio. Mi amistad con Remedios volvió a florecer. Recuperamos las tardes compartidas, ya no con la indolencia de la niñez, sino como señoras que éramos. Mi amiga se integró fácilmente al círculo Mendocino, participábamos de las tertulias, las fiestas y bailes de sociedad. Cuando la patria nos necesitó, no pusimos reparo en colaborar. Formamos un grupo llamado Patricias Mendocinas y con todas las mujeres que deseaban participar, bordamos banderas, cosimos uniformes y juntamos fondos para la causa. Las que teníamos, también donamos nuestras joyas. Todo pensando en nuestra querida patria.

Por esos tiempos yo tuve a mis bebés y Reme tuvo a Merceditas. Además de nuestro rol social, también compartimos el rol de madres aprendiendo juntas a cambiar pañales, enseñar a hablar y pasando tardes en el parque mientras los niños jugaban.

El tiempo que pasamos en Mendoza fue intenso, trabajamos mucho y crecimos. Nuestra tarea fue importante y reconocida.

Remedios pasaba mucho tiempo sola, el General estaba abocado a su pasión por la defensa de la patria. Ella siempre me hablaba de Gervasio, le extrañaba no recibir noticias de él ni de su familia. Yo me mordía la lengua por no hablar y contarle la verdad. Se le partiría el corazón y su salud no era lo mejor que tenía. Por eso, decidí guardar silencio. Me había propuesto que la muerte de Gervasio nunca sería de su conocimiento.

Ella recibía cartas de José, siempre atento y caballeresco. Pero su ausencia cotidiana hacía que los días de Remedios fueran eternos. Entre la nostalgia por el amor perdido, y la ausencia reiterada de su marido, su salud fue decayendo y me sentía yo desesperada al ver desmoronarse a mi amiga de esa manera. Con una niñita pequeña de quien cuidar, era una pena que una mujer tan joven perdiera las ganas de vivir.

Al tiempo, llegó José de sus cruzadas, y la notó sensiblemente desmejorada. Después Reme me contó que hablaron, discutieron y ella le dijo que se había arrepentido de haber deshecho el compromiso con Gervasio, que nunca debió haberse casado con un hombre que amaba su trabajo más que a su familia, que se sentía sola y vivía muy triste. José lloró. Se dio cuenta que estaba subordinando a una persona muy joven a su pasión por la patria. Que si bien era una buena causa, Remedios no era capaz de sobrellevar la soledad, y evidentemente, seguía enamorada de Gervasio.

José no pudo dormir esa noche. Había encontrado a su querida Remedios muy mal y entendió que su corazón ya no estaba con él. Que le había pertenecido y le seguía perteneciendo a Dorna. También tomó conciencia que él no podía dedicar más tiempo a su familia y si bien para él fue un gran sacrificio, se decidió.

A la mañana siguiente me llamó temprano para conversar y conocer mi opinión. Me di cuenta que él tampoco sabía de la suerte de Gervasio y seguí callada. Me dijo que estaba decidido a enviar a Remedios a Buenos Aires para que no se sienta tan sola. Entonces lloré yo, porque otra vez iba a separarme de mi amiga del alma.

Cuando le comunicó su decisión a Remedios, ella hizo un escándalo tremendo. Aducía que José la enviaba porque quería deshacerse de ella, que no quería a su hija, y mil razones más. Y José se agarró la cabeza, porque amaba profundamente a la pequeña Merceditas y nunca se hubiera deshecho de Remeditos, como él la llamaba.

Así fue que Reme preparó sus baúles, y ¡a quién se le hubiera ocurrido! solamente a ella. Se hizo preparar un ataúd porque decía que moriría de tristeza en el camino por el desplante de su marido. ¡Viajó a Buenos Aires con su niña de dos años y un féretro al lado! Todo por molestar a José, que las despidió con dolor en la puerta de su residencia y les mandó una escolta para asegurarse que no les pasara nada en su largo viaje.

Yo vi a ese hombre caminar feliz y orgulloso por la alameda del brazo de su esposa y con su niñita sobre los hombros. También lo vi llorar de tristeza por tener que tomar la decisión de dejarlas ir. Yo vi a José de San Martín hombre, casado con dos mujeres: su querida Remeditos, y su patria naciente. Yo fui testigo, y la historia es como te la cuento, creeme.

Una victoria perdida

Victoria festeja su cumpleaños 40. Su marido Fernando, y sus hijos Matías, Valentina y Sofía le ayudan a apagar las cuarenta velitas que hay sobre la torta.

Está emocionada. Muchos amigos, primos, compañeros de trabajo y del club participan de esta increíble fiesta sorpresa. La felicidad está en el aire. Victoria es una persona muy querida y eso se siente en el ambiente.

Después de las felicitaciones y el brindis, es hora de abrir ese regalo sorpresa que a todos tiene intrigados desde el principio. Es una caja muy grande, forrada de rosa y con un gran moño que ocupa un lugar destacado en el salón.

El animador llama a Victoria para que se acerque a abrir tan intrigante regalo. ¿Victoria? ¿Dónde está Victoria? La emoción del momento hace que todos pierdan de vista a la homenajeada y aunque la llaman y la buscan, nadie la puede encontrar.

Tal vez para dar con ella, hay que ir más atrás…

En la sala de partos, acaba de dar a luz a gemelas. Su marido le sostiene fuertemente la mano y ella sonríe satisfecha por su valentía después de semejante esfuerzo. Le habían sugerido cesárea por el embarazo múltiple, pero ella se negó. Quería un parto natural como había sido con Matías.

Y ahí tenía a sus dos bebas. Risa y llanto se mezclan en ese momento tan especial para una mujer.

Rato después la pasan a la habitación, donde descansa mientras espera que le traigan a las niñas. Fernando la mira con ternura. Cuando escucha el sonido de las enfermeras se levanta de su silla y se dirige a la puerta a recibir a sus hijas.

—Acá llegan preciosas, ¡vengan a conocer a su mamá! – Y cuando mira hacia la cama, Victoria ya no está. La cama está vacía. Ni si quiera la han abierto. Victoria no está tampoco ahí.

Seguramente la encontraremos pasando el tiempo para atrás.

Y ahí está Victoria corriendo los 400 mts llanos para los que se ha preparado este año. Otra corredora la supera, pero en la recta final, un pique oportuno determina un primer puesto para ella. Sabe que entre el público está Fernando, y se siente tan feliz con su logro como con la presencia de ese muchacho. Se lo presentaron hace un par de meses y comparte con ella la pasión por el atletismo. Él salta en alto y lanza jabalina. Ella es velocista.

Sigue trotando un poco más después de la línea de llegada y la emoción llena sus ojos de lágrimas. Se tira al suelo y realiza algunos ejercicios de elongación para descontracturar mientras abraza a sus compañeras de equipo y recibe la felicitación de su entrenador.

Cuando llaman al podio, tercer puesto, segundo puesto y primer puesto, ¡Victoria! Vuelven a llamarla y Victoria no aparece. ¿Dónde está Victoria?

Si tenemos suerte, podremos encontrarla yendo otra vez hacia atrás…

Primer día en la facultad. Victoria llega a la universidad acompañada de una amiga con la que hizo el CBC. Cumplieron esa primera etapa universitaria y el edificio majestuoso donde desarrollarán su carrera se encuentra enfrente de ellas. Suben las escaleras con un poco de temor, un poco de entusiasmo y como en la puerta de una gran aventura que comienza ese día.

Ubican el aula que les corresponde a la cátedra que les tocó, buscan un asiento cada una y miran alrededor a aquellos que eligieron el mismo derrotero. Minutos después entra en la sala la ayudante de cátedra que se presenta y pide por favor que se acerque Victoria por un tema de papeles. ¿Victoria? Vuelve a llamar. ¿Victoria? Pero Victoria no aparece. No hay ninguna Victoria en el salón.

Buscaremos más atrás, un tiempo más atrás…

Como premio a su buen desempeño en el colegio, los papás de Victoria le han dejado ir al recital que ella tanto anhelaba. Victoria está emocionada, es su primer recital. En un rato la pasa a buscar el papá de Andrea, que las dejará en la puerta del boliche dos horas antes de que comience el show. Elige que ropa va a ponerse. Es 30 de diciembre y hace calor, y dicen que va a hacer más calor ahí adentro. Elije un short, una remera sin mangas y unas zapatillas Topper blancas. Si toman Pueyrredón derecho, llegarán en un ratito. Ella se encargó de las entradas, pero está tan nerviosa que no las puede encontrar.

—¡Mamá! – Llama. – ¡Mamá!!– repite otra vez. –Vos viste donde puse las entradas?

—Creo que están pegadas en la heladera! ¿Son estas? – Responde la mamá.

—¡Tiene que decir Cromañón! ¡Callejeros en Cromañón! – Dice emocionada desde su habitación.

Cuando suena el timbre, Victoria se va corriendo. Saluda con la mano desde el coche.

Victoria no vuelve. Victoria no entra en la facultad, no conoce a Fernando, no gana su medalla dorada ni tiene gemelas. Victoria no pudo cumplir cuarenta porque tampoco pudo cumplir 18. Victoria estuvo en Cromañón la noche de diciembre de 2004 en que no cuidaron la entrada de pibes con bengalas ni cuidaron el interior del boliche, ni la cantidad de gente ni las salidas de emergencia. A Victoria la buscaron por la calle, la buscaron en hospitales y la buscaron en casa de amigas. Finalmente la encontraron donde nadie la quería encontrar.

Jacinto

Aldeas y pueblos eran atacados y saqueados continuamente por los malones. La tensión se sufría de manera constante. Si la tierra vibraba bajo las botas, todos corrían a buscar protección.

Niños y mujeres encontraban refugio en casas especialmente construidas para desviar la atención de los aborígenes. El hombre enfrentaba el peligro. Desde un mangrullo se lograba avistar la nube de polvo cuando ya se había armado revuelo entre la gente.

Debía buscarse alguna solución para la conquista de esos territorios amplios, ricos y fértiles que habitaban los bárbaros.

Jacinto era ya un muchachito que no tenía lugar en los albergues. Había crecido y con sus 16 años formaba parte de los adultos que debían enfrentar la batalla. Él era una persona soñadora y pacífica, más amigo de la guitarra que de la pala. Le gustaba cantar y pintar. Su vocación iba por el arte.

Por las mañanas ayudaba en la huerta y por las tardes, cuando encontraba el momento, se echaba bajo un árbol a cantar e imaginar despierto.

Sabía que se buscaban soluciones para la conquista del territorio. Se habían probado muchas estrategias, pero ninguna daba resultado. La amenaza de los ataques era una constante en el pueblo.

La vida de Jacinto rodaba lejos de esa preocupación de adultos. Su cuerpo había crecido, pero su mente soñadora seguía enrolada en la languidez de las tardes, la letra de sus canciones, su guitarra y la tibieza del sol.

Ahora tenía la obligación de que bajo cada amenaza, debía comportarse como hombre adulto, ser agresivo, estar preparado para entrar en batalla. Miraba el albergue con recelo, añorando el calor de su madre y el juego con sus hermanas cuando se alojaba allí.

Una tarde llegó una nueva orden al pueblo. Palas y más palas fueron repartidas entre todos los hombres hábiles. A él le tocó una bastante pesada. Debía colaborar.

Alsina había mandado la orden de cavar una gran zanja para mantener alejados a los salvajes. Comenzaron rápidamente los trabajos ni bien se estableció el lugar por donde pasaría la trampa. Cavarían un metro y la tierra que sacaban se apilaría del lado de afuera, lo que aumentaría notablemente la profundidad.

Cualquier tropa que intentara pasar el montículo caería inevitablemente en el foso.

Jacinto comenzó a cavar junto con los demás hombres del pueblo, soldados y cautivos. Era un trabajo rudo y sus suaves manos de artista rápidamente cambiaron de aspecto. Trabajaban desde la primera luz de la mañana y acababan cuando empezaba a oscurecer.

Una tarde volvía Jacinto cansado de esa tarea a la cual no terminaba de acostumbrarse cuando la vio. Ella caminaba risueña con su amplia falda floreada, sandalias y una sombrilla azul. Lo miró y aunque bajó la vista, él supo que le sonreía.

Su mundo inmediatamente cambió. Su cuerpo de hombre sacudió al instante a ese Jacinto niño que no terminaba de dejarle lugar.

Sintió. Algo era diferente. La siguió. Preguntó su nombre, quería saber. Y ella dejó que él supiera.

A la mañana siguiente un Jacinto hombre despertó con bríos porque ahora cavar esa zanja tenía otro sentido.

El trompo