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«Un fragmento», escribió Friedrich Schlegel, «ha de estar aislado del mundo que lo rodea y ser completo en sí mismo como un erizo». A eso aspiran las formas breves –el aforismo, el apunte, el fragmento– de la literatura: recogidas en sí mismas, como si se apartasen del mundo, sorprenden a quien las encuentra con esa sensación de aislamiento y, a la vez, de fragilidad. Emparentadas por igual con la precisión de la filosofía y la iluminación de la poesía, nos devuelven la conciencia del detalle necesario y del instante preciso.La presente antología recorre dos siglos de literatura breve en alemán –desde Lichtenberg hasta Franz Kafka– para reivindicar la riqueza y complejidad de esta tradición, tal vez la más notable entre las lenguas modernas. Atendiendo tanto a las grandes figuras como a otras descuidadas o ya olvidadas, el poeta y profesor Fruela Fernández ha editado y traducido esta selección de textos que se abre a todas las gamas y matices de lo breve: de la anotación íntima al retrato social, pasando por el comentario irónico, la imagen poética o la meditación.

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Akal / Básica de Bolsillo / 365

Serie Clásicos del pensamiento político

Edición y traducción de Fruela Fernández

De Lichtenberg a Kafka

Aforismos y apuntes alemanes

«Un fragmento», escribió Friedrich Schlegel, «ha de estar aislado del mundo que lo rodea y ser completo en sí mismo como un erizo». A eso aspiran las formas breves –el aforismo, el apunte, el fragmento– de la literatura: recogidas en sí mismas, como si se apartasen del mundo, sorprenden a quien las encuentra con esa sensación de aislamiento y, a la vez, de fragilidad. Emparentadas por igual con la precisión de la filosofía y la iluminación de la poesía, nos devuelven la conciencia del detalle necesario y del instante preciso.

La presente antología recorre dos siglos de literatura breve en alemán –desde Lichtenberg hasta Franz Kafka– para reivindicar la riqueza y complejidad de esta tradición, tal vez la más notable entre las lenguas modernas. Atendiendo tanto a las grandes figuras como a otras descuidadas o ya olvidadas, el poeta y profesor Fruela Fernández ha editado y traducido esta selección de textos que se abre a todas las gamas y matices de lo breve: de la anotación íntima al retrato social, pasando por el comentario irónico, la imagen poética o la meditación.

Diseño de cubierta

RAG

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Nota editorial:

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Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

© Ediciones Akal, S. A., 2023

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-5422-1

Introducción.Misterio y fortuna de las formas breves

«Aforismo» y «apunte», ¿géneros indefinibles?

«¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pregunta, no lo sé». Esta frase de san Agustín no es un aforismo, aunque a veces se use como tal; pese a ello, puede ayudarnos a pensar la dificultad de definición de los aforismos y de otras formas breves. En la lectura, cuando «nadie nos lo pregunta», hay algo intuitivo que nos guía y nos permite distinguir, en un instante, aquello que llamamos «aforismo»: de lo contrario, es improbable que existiese este libro y, menos aún, que llegara a las manos de alguien. La extrañeza, como en la paradoja agustiniana, aparece si intentamos dar los contornos de esa intuición. Así, la brevedad suele ser un argumento clave, pero ¿qué define esa «brevedad»? Es decir, ¿a partir de qué extensión juzgamos que algo no es «breve»? Admitimos, por ejemplo, sin dificultad a Nietzsche o a Lev Shestov entre los aforistas, aunque algunos de sus textos «breves» bordeen las dos o tres páginas: una inmensidad si los ponemos al par de muchas frases mínimas de Franz Kafka o de Stanislaw Jerzy Lec.

Algo semejante ocurre con el origen: como señalaba hace un momento, la cita que abre este texto no sería, en sentido estricto, un aforismo, ya que no se concibió como tal; sería, en todo caso, un aforismo construido, que aislamos cuando nos sorprende en un texto más amplio. Sin embargo, abundan las antologías que incluyen todo tipo de aforismos «encontrados» en entrevistas, obras teatrales, conversaciones o novelas; de hecho, algunos de los primeros compendios clásicos de sentencias, como los Monósticos de Menandro, implican alguna forma de «extracción». Por último, tampoco hay acuerdo sobre la filiación y el propósito del aforismo. Así, hay quien invoca en él una identidad filosófica, como Heinz Krüger –que defendió su valía como forma integral del pensamiento[1]– o Andrew Hui, que lo considera «a veces ancestro, a veces aliado y a veces antagonista de la filosofía sistemática»[2]. Sin embargo, también hay quien rechaza esta vía y lo considera parte de lo poético, como Cristóbal Serra: «el aforismo es la poesía que de líquida pasó a sólida»[3].

Esta antología no pretende detenerse en debates que, pese a ser complejos, no interfieren demasiado con nuestra capacidad para seguir leyendo y escribiendo aforismos. Por honestidad crítica, pese a todo, conviene hacer explícitas algunas de las intuiciones en las que se basa, pues estas condicionan, en buena medida, la selección de autores y de textos. En este sentido, me parece útil regresar a la multiplicidad del término griego «ἀφορισμός», del que deriva nuestro concepto moderno. De acuerdo con el Diccionario Griego-Español de Rodríguez Adrados y Rodríguez Somolinos, aforismós tuvo un primer sentido material –«fijación de lindes» o «delimitación» (de tierras)– y diversos sentidos figurados; entre estos, aquel que más nos importa, por ser el que dará nombre a los «aforismos» de autores como Hipócrates, es el segundo: «reducción a términos significativos»[4]. A primera vista, un sentido tan técnico podría hacernos pensar que andamos muy lejos de nuestra comprensión moderna del género. Sin embargo, ¿no es propio de los aforismos –o, al menos, de los mejores entre ellos– el saber captar un rasgo notable o una peculiaridad que permanecía oculta entre otros atributos más visibles? En ese sentido, un aforismo acota, igual que el antiguo «aforismós» delimitaba un terreno, pero también despeja de materia innecesaria y enmarca nuestra comprensión, al resaltar algo en un conjunto[5]. El aforismo, por tanto, tiene que transformar la manera en que vemos. Por eso parece que gravita entre la filosofía y la poesía: con una comparte la necesidad de lo preciso; con la otra, la búsqueda de la iluminación, del instante decisivo.

Pese a su carácter privilegiado, el aforismo dista de ser la única forma breve que ha tenido fortuna en la literatura. De hecho, como se irá viendo a lo largo de nuestra selección, muchos autores han evitado este término para abrirse a otros que les resultaban más provechosos y que, en cierto modo, respondían mejor a sus condiciones de escritura. Uno de los puntos más interesantes a la hora de tratar esta diversidad es el acabado, el grado de completud de lo escrito: mientras que el aforismo se presenta, por lo general, como texto definitivo, también convive, sobre todo en espacios autobiográficos como cuadernos o diarios, con textos entreabiertos y transitorios que captan una idea o un instante sin pretender agotarlo. A esa categoría nos referimos con el humilde concepto del «apunte», pariente cercano de la «anotación» y del «esbozo». Frente a la forma pulida y cerrada del «aforismo», el «apunte» plantearía el potencial de lo imperfecto, de lo que siempre podría ser de otro modo.

El aforismo (y otras formas breves) en alemán

Una historia genética del aforismo probablemente debería remontarse a la primera literatura sapiencial –con las sentencias de Confucio[6]–, a los proverbios bíblicos y, sin duda, al pensamiento griego, de los enigmas presocráticos a la voluntad pedagógica de Plutarco. Pese a todo, como bien señala Krüger[7], las formas breves de este primer periodo –las gnomes, los apotegmas, los dichos y las sentencias– se centraban en la trasmisión de verdades que se consideraban demostradas. En cambio, el aforismo moderno –dentro de la esfera de las máximas, las reflexiones y los fragmentos– incorpora una voluntad de hallazgo o de puesta en duda de lo que se da por cierto. No empezaríamos, por tanto, a intuir este nuevo concepto hasta los siglos de transición entre la Edad Media y el Renacimiento. En ese periodo encontramos aforismos visionarios y poéticos, como los de Ramon Llull –precursor de tantas formas– en su Arbre exemplifical, la sección más hermosa y de mayor riesgo imaginativo de su Arbre de sciència (1296). También los de Leonardo da Vinci en sus papeles y cuadernos de trabajo (finales del siglo XV y principios del XVI), que tantean lo sapiencial desde la intuición poética. O incluso aforismos humorísticos que le dan la vuelta al propio concepto de escritura moral, como el anónimo catalán Llibre de tres, de finales del siglo XIV. Casi a la par vendrían los primeros ejemplos meditativos, como los Ricordi politici e civili (ca. 1525) de Francesco Guicciardini, destinados a la lectura privada, o los Aforismi politici (1601) de Tommaso Campanella. Con el Barroco se abre ya de pleno el marco de los aforismos morales, que guían en el espacio de la desconfianza humana, como el Oráculo manual (1647) de Baltasar Gracián. Y por esa vía de la duda llegará también el primer gran periodo francés, con las Maximes (1665) de La Rochefoucauld y los Pensées (1670) de Pascal.

Dentro de un marco europeo que, como vemos, llevaba varios siglos experimentando con las posibilidades del género, una peculiaridad de la literatura breve en lengua alemana es su carácter tardío, pues no se asentará hasta la segunda mitad del siglo XVIII[8]. Sin embargo, según ha planteado con acierto Friedemann Spicker, este retraso «se convierte en oportunidad»[9], pues ese periodo formativo ya se presenta tan rotundo como diverso: en él coinciden, entre otros, la juguetona brillantez de Lichtenberg y Jean Paul, la frialdad gnómica de Goethe o la potencia imaginativa de la fugaz revista Athenaeum (Friedrich Schlegel, Novalis). De ese modo, tras asimilar las distintas líneas que se venían planteando en Europa, el aforismo alemán nace, por así decirlo, junto a su primer canon, del que partirán muchas de las variantes posteriores.

Otro de sus rasgos principales –derivado, tal vez, de su carácter tardío– es su continuidad temporal. Mientras que otras lenguas se ciñen a ciertos autores o periodos concretos de esplendor, en alemán no hay vacíos, ya que es posible recorrer la historia de sus diversos movimientos literarios y culturales a través del aforismo y del resto de géneros afines. Así, tras haber situado su nacimiento en esa compleja confluencia entre Ilustración (Lichtenberg), Clasicismo (Goethe) y Romanticismo (Athenaeum) que plantea el paso del XVIII al XIX, podríamos detenernos en cada uno de los momentos decisivos del espíritu alemán –desde la Restauración y las revoluciones liberales hasta la literatura de posguerra, pasando por las vanguardias– y encontrar alguna figura que, además de haber destacado en este arte «menor», haya contribuido a fortalecer el sentido de su tradición. Tal vez ninguna literatura europea, con la posible excepción de la italiana[10], pueda presentar una tenacidad semejante.

Sobre la selección y la traducción

Esta antología abarca en torno a un siglo y medio, desde el nacimiento ilustrado del aforismo alemán (Lichtenberg) hasta el periodo de entreguerras del siglo XX (Kafka). Para ello, es necesario entender el adjetivo «alemán» en su sentido cultural y lingüístico, que supera la concentración actual del idioma –limitado a dos países y a un puñado de cantones y municipios– para trazar una geografía mucho más amplia y compleja. Al plantear una secuencia de tal extensión, he procurado equilibrar la voluntad panorámica –casi yendo, como sugería antes, de una sensibilidad a otra, sin dejar huecos[11]– con una reflexión sobre la permanencia de lo escrito. Dicho de otro modo, me he preguntado siempre si los textos seguían teniendo la capacidad de apelar a quien los lea, con independencia de la posteridad crítica de sus autores. Consciente de que la literatura breve mantiene una extraña relación con su tiempo –pues oscila entre el deseo de superarlo y el de enfrentarse a él–, he precedido cada sección de una nota personal sobre el autor y su momento; no aspiran, en cualquier caso, a resumir una trayectoria, sino tan solo a plantear algunas vías de comprensión y a dejar sugeridas posibles afinidades.

En literatura, la brevedad suele ser engañosa, porque adensa. Es cierto que un aforismo puede ser el fruto de un instante, como un haiku o el trazo espontáneo de un dibujo. Muy a menudo, sin embargo, habrá requerido días de reflexión, de tanteo y de perfilado; no es inusual, de hecho, que en los cuadernos de autor se encuentren distintos esbozos de una misma anotación, que afinan algunos aspectos o sombrean otros. La resonancia o el eco entre dos ideas, la profundización en la sugerencia de una palabra, el giro irónico sobre algo compartido o el corte en seco que nos abre a un interrogante son recursos frecuentes para alcanzar esa densidad de sentidos. Por ello, el proceso de selección y el de traducción han ido aquí de la mano: antes de dar por elegido un texto, es necesario haberlo tanteado, haber comprendido cuánto en él se amolda a la nueva lengua y cuánto se queda en la corteza. Igual que ocurre con los poemas, la relación entre forma y sentido es tan estrecha en un aforismo que cualquier escisión es mortal: un aforismo alargado o parafraseado se convierte, de inmediato, en una frase más, tan irrelevante como otras. Al traducir, por tanto, es necesario asumir el riesgo de la escritura, la cual nos exige a menudo giros, atajos o desvíos poco filológicos para llegar a un texto vivo, tan misterioso y afortunado como el primero.

Agradecimientos

Javier López Alós me planteó algunas sugerencias para el prólogo, mientras que Andrés Navarro hizo una lectura muy atenta de los aforismos traducidos. Por su parte, Nieves Trabanco me ayudó a desbrozar ciertas dificultades en los originales. Miguel Martínez, de la Universidad de Chicago, me consiguió un ejemplar escaneado del inencontrable Kriegsaphorismen. Como en otras ocasiones, el Servei Interbibliotecari de la Universitat de les Illes Balears fue fundamental para conseguir el préstamo de varias ediciones originales.

Fruela Fernández

Son Falconer de Sant Joan, mayo de 2023

Bibliografía

Fuentes primarias de la antología

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[1] H. Krüger, Über den Aphorismus als philosophische Form, Fráncfort, edition text + kritik, 1988.

[2]A. Hui, A Theory of the Aphorism: From Confucius to Twitter, Princeton, Princeton University Press, 2019, p. 4.

[3] C. Serra, Efigies, Barcelona, Tusquets, 2002, p. 9.

[4] Véase «ἀφορισμός», en Diccionario Griego-Español, disponible en [http://dge.cchs.csic.es/xdge/ἀφορισμός], consultado el 9 de diciembre de 2022.

[5] Krüger, op. cit., p. 27, interpreta el sentido figurado de aforismós de un modo distinto, aunque complementario y muy sugerente: el aforismo impondría un límite a otras opiniones que se consideran erróneas y de las que deseamos distanciarnos, como hizo Hipócrates con los sanadores.

[6] El primer capítulo de Hui, op. cit., plantea un interesante análisis de la tradición aforística confuciana y sus conflictos.

[7] Krüger, op. cit., p. 13.

[8] Véase Krüger, op. cit., pp. 30-33 y F. Spicker, Kurze Geschichte des deutschen Aphorismus, Tubinga, Francke, 2007, pp. 16-27.

[9] Spicker, op. cit., p. 16.

[10] Los dos volúmenes de Scrittori italiani di aforismi, ed. de G. Ruozzi para Mondadori, ofrecen una panorámica excelente de sus evoluciones.

[11] Aunque la producción crítica es escasa, el corpus de antologías en alemán es notable; en la bibliografía secundaria incluyo aquellas referencias que me han resultado más útiles. El criterio último, en cualquier caso, ha sido personal, tanto en la selección de autores como de textos.

DE LICHTENBERG A KAFKA

Aforismos y apuntes alemanes

GEORG FRIEDRICH LICHTENBERG

(Ober-Ramstadt, en el condado de Hessen-Darmstadt, 1742-Gotinga, 1799)

Hijo de un párroco, como tantos escritores y pensadores germanos. Apoyado por la nobleza de Darmstadt, estudió Matemáticas, Física, Filosofía y Literatura en la Universidad de Gotinga. Allí enseñaría Física Experimental desde 1776 hasta su muerte. Los científicos lo han recordado con afecto: un asteroide y un cráter de la luna llevan su nombre.

Los textos breves de Lichtenberg tienen la energía de lo espontáneo, de lo que surge. La impresión, por supuesto, está condicionada por un gran trabajo editorial: los fragmentos que leemos y recordamos son instantes concretos del enorme magma que constituyen sus cuadernos, comenzados en su juventud y que solo se publicarían póstumamente. En cualquier caso, eso no invalida el principio de Lichtenberg, el cual no se basa en la acumulación retórica, sino en la atención del ojo y del trazo. No usa nunca, de hecho, el término «aforismo», sino que tiende a hablar de Ein­fälle («ocurrencias»), del verbo einfallen: lo que viene a la mente o a la memoria, lo que irrumpe en uno. En alemán, las formas breves comienzan con él y, en buena medida, vuelven siempre a él.

Pitágoras pudo sacrificar por una sola invención un centenar de bueyes; Kepler se habría dado por satisfecho si, con sus muchos descubrimientos, hubiera obtenido dos.

* * *

Es de suponer que las comidas tengan gran influencia sobre el estado de las personas; el vino muestra su influencia de manera más visible, las comidas lo hacen más despacio, pero tal vez con la misma determinación. Quién sabe si no le debemos la bomba de aire a una sopa bien preparada y más de una guerra a una mala.

* * *

Un error de nuestra educación es que comenzamos tan pronto con determinadas ciencias que, por así decirlo, se superponen con nuestro entendimiento y bloquean el camino hacia otras nuevas. Cabría preguntarse si las potencias del espíritu podrían fortalecerse si no las aplicásemos a una ciencia concreta.

* * *

Incluso las cosas más comunes se expresarían de otro modo si cada uno siguiera su sentimiento propio e individual; esto rara vez ocurre antes de adquirir una cierta madurez, cuando se comprende que uno es tan valioso como Newton, el predicador del pueblo, un alto funcionario o cualquiera de nuestros antepasados. Shakespeare es la prueba de ello.

* * *

Un bufón que se imagina ser un príncipe en nada se diferencia del príncipe que lo es de veras: solo que aquel es un príncipe en negativo y este un bufón en negativo; si no se observan los detalles, son iguales.

* * *

El arte de comenzar las cosas desde lo más profundo y de descomponer una pregunta en otras mil subordinadas.

* * *

Si tuviese que usar la razón, le pasaría como a alguien que, acostumbrado a usar siempre la mano derecha, ha de hacer algo con la izquierda.

* * *

No tenía apetito de nada y, sin embargo, comía de todo.

* * *

Tenía por costumbre llamar a sus altos y bajos instintos la Cámara Alta y la Cámara Baja, y decía que a menudo la primera aprobaba un proyecto de ley que la segunda rechazaba.

* * *

No podríamos ver nada del alma si no se encontrase en los rasgos; a los rostros de un amplio conjunto de personas se les podría considerar una historia del alma humana escrita con una especie de caracteres chinos.

* * *

Adonde me lleven mi destino y mi carruaje.

* * *

Esa viva sensación a la que el hombre común llama nostalgia.

* * *

Cada persona tiene también sus posaderas morales, que no muestra si no hay necesidad y que intenta tapar siempre que puede con los pantalones de los buenos modales.

* * *

Entre todos los animales de la tierra, el hombre es el más cercano al mono.

* * *

En la casa donde vivía, había aprendido el tono y la afinación de cada escalón de las viejas escaleras de madera, e in­cluso el compás que marcaba cada uno de los amigos que ve­nía a verme, y debo reconocer que temblaba cada vez que un par de pies las tocaban con un ritmo que desconocía.

* * *