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Aquello era mucho más de lo que ella había pedido. Brooke Blake se pasaba la vida haciendo realidad los sueños de los demás, y sin embargo ella iba a tener que acudir a un banco de esperma para alcanzar su más ansiado deseo. Hasta que, después de una sola noche de pasión con un increíble texano, su vida dio un giro de ciento ochenta grados. Entonces Caleb Lander, el cowboy que había despertado sus ansias más escondidas, descubrió que ella era la forastera que había comprado las tierras de su familia. Así que Brooke le sugirió lo que a ella le parecía un trato muy sencillo: el rancho para él y un niño para ella. El problema era que cuanto más tiempo pasaba en la cama con él, más quería el paquete completo: el niño, el rancho y el hombre.
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Seitenzahl: 163
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Emily Rose Cunningham
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
De manera tradicional, n.º 1256 - abril 2015
Título original: The Cowboy’s baby Bargain
Publicada originalmente por Silhouette© Books.
Publicada en español 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6255-5
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Brooke Blake dio un trago a la cerveza e hizo una mueca. El triunfo era, a veces, amargo. Aquella cerveza estaba bastante mala, pero estaba decidida a disfrutar de todo lo que tenía que ofrecerle aquel estado nuevo para ella. Incluida la cerveza de allí.
Miró la hora y se concedió diez minutos para examinar la contradictoria fase por la que estaba pasando su vida.
Profesionalmente, como autora y conferenciante, le iba cada vez mejor. Sus libros se vendían cada vez más, pero su credibilidad estaba amenazada porque personalmente necesitaba un cambio de estilo de vida.
No había conseguido alcanzar el objetivo más importante de su vida.
Lo había calculado todo y había dado los pasos necesarios, pero su idea de tener una familia para cuando cumpliera treinta y cinco años no había podido ser.
¿En qué había fallado?
Abrió su agenda y revisó el plan que había hecho para aquellos últimos cinco años. En ese momento, se abrió la puerta del bar y entró una ráfaga de aire fresco que le movió las páginas.
Brooke miró por el espejo al vaquero que acababa de entrar. Era alto y fuerte, guapo, pero no su tipo.
El hombre cruzó el local andando con garbo. Se notaba que estaba acostumbrado a mandar y a ser el centro de atención. Brooke conocía a muchos como él que, luego, resultaban asustarse ante una mujer de éxito.
Como ella.
El vaquero fue hacia la barra y la sorprendió mirándolo. Brooke rezó para que no creyera que el escrutinio al que lo había sometido era una invitación. Se giró hacia él dispuesta a dejarle claro que no había sido así.
El reflejo del espejo no le había hecho justicia. Tenía unos rasgos muy duros, pero igual de atractivos. En la barbilla, cubierta por una barba de tres días, surgía un hoyuelo increíblemente sensual y la apretada camisa de cuadros marcaba unos hombros difíciles de igualar.
Por no hablar de los pantalones vaqueros y del territorio que marcaban. Aquel hombre parecía salido de un calendario destinado a que las mujeres tuvieran fantasías con el salvaje Oeste.
Mujeres entre las que no se contaba ella. A Brooke le iban más los hombres de estudios.
La miró lentamente. Aquellos ojos, del color de los granos del café, pasearon la mirada por su cuerpo sin pudor. Brooke sintió un repentino e indeseado subidón de adrenalina.
El vaquero se quitó el sombrero dejando al descubierto un pelo oscuro y voluminoso.
–¿Le importa que me siente?
Tenía una voz grave y misteriosa y labios carnosos y deseables hechos para susurrar palabras de amor al oído de alguna mujer.
No de ella, por supuesto.
A ella le gustaban los hombres de ciudad, más refinados, pero por un momento no pudo evitar preguntarse cómo sería acostarse con un ser tan primitivo como aquel.
Decidió que no sería algo tan tranquilo y calmado como a lo que estaba acostumbrada sino más ruidoso y arriesgado.
Apartó aquellos pensamientos de su cabeza, echó los hombros hacia atrás y miró a su alrededor.
La barra estaba llena de gente y el único sitio que quedaba vacío era el que estaba a su lado.
–Por supuesto –le contestó al vaquero.
–Gracias –dijo él sentándose.
Al hacerlo, le rozó el muslo con la rodilla y Brooke se preguntó si lo habría hecho adrede.
–Perdón –se disculpó.
Brooke dio un trago a la cerveza dándose cuenta de que se le había secado la boca de repente. No creía que aquella bebida fuera a gustarle nunca.
Muy al contrario que los vaqueros. Si todos eran y olían como el que se acababa de sentar a su lado, no creía que le fuera a ser difícil encontrar a uno con el que compartir su rancho.
Aun así, preferiría a un vaquero más refinado… si es que los había.
Tomó la agenda y escribió.
El fracaso es algo temporal.
Se sintió mucho mejor.
Se puede alcanzar cualquier objetivo siempre y cuando se intente conseguir de la forma adecuada.
Entonces, ¿por qué se había dado por vencida en su búsqueda de marido?
A los hombres que habían pasado por su vida no les había gustado que trabajara tanto o habían intentado vivir de su fama.
Hizo una línea vertical para dividir la hoja en dos y apuntó sus nombres divididos en dos categorías: manipuladores y perdedores.
De reojo, vio que el vaquero dejaba el sombrero en una rodilla y llamaba al camarero. Notó que la estaba mirando.
–Me extraña que no esté usted bebiendo chardonnay –comentó.
Brooke se encogió de hombros y le dio otro trago a la cerveza.
–Suelo beber chardonnay, pero «cuando estés en Roma…»
–¿Qué le sirvo? –dijo el camarero.
–Un tequila doble. ¿Tiene vino blanco para la señorita?
–Por supuesto.
Brooke no quería que el vaquero se llevara la impresión de que había ido a ligar. Eso lo había dejado para más adelante, para cuando se hubiera comprado una casa y estuviera buscando al señor Perfecto.
De repente, se imaginó al vaquero desnudo y sintió un escalofrío por todo el cuerpo.
–No hace falta que me invite a nada –le dijo nerviosa.
–Yo no opino lo mismo –contestó él–. Hace usted unas muecas muy raras cuando bebe cerveza.
Brooke llevaba años sin ruborizarse, pero, para su sorpresa, aquello fue precisamente lo que le sucedió.
–Es cierto que nunca me ha entusiasmado –confesó.
–Me lo creo.
Brooke se fijó en sus manos, grandes y con cicatrices, pero de uñas bien cuidadas.
–¿Y qué le entusiasma… aparte de hacer listas? –le preguntó pelando un cacahuete y metiéndoselo en la boca.
Brooke cerró la agenda. No estaba dispuesta a hablar de su fracaso con nadie porque a nadie tenía por qué importarle que se hubiera visto forzada a tener una familia ella sola.
¿Cómo le iba a contar a un desconocido que tenía una cita al día siguiente en una clínica de inseminación artificial?
Al recordarlo, volvió a sentir aquel cosquilleo en la tripa y comenzaron a temblarle las manos. Había intentado seleccionar al mejor donante. Era rubio y procedía de un entorno académico parecido al suyo, no tenía problemas médicos y genéticamente era la opción ideal.
Sonrió y cambió de tema.
–Me vuelve loca mi trabajo, pero no quiero hablar de mí. Ha pedido usted un tequila doble. ¿Ha tenido un mal día? –se encontró preguntándole.
Al fin y al cabo, era experta en sonsacar a los demás y en hacerles ver lo positivo de la vida y no lo negativo.
–Ni mejor ni peor que otros –contestó el vaquero dejando un billete sobre la barra–. No ha muerto nadie.
–Eso siempre es bueno. ¿Algún daño de gravedad?
–Creo que no.
El camarero les sirvió las bebidas y Brooke agarró el bolso para pagar la suya.
–Invito yo –dijo el vaquero.
–Gracias, pero…
–Nada de peros. Es solo una copa. No estoy buscando nada más.
–Yo, tampoco –contestó Brooke sorprendida por su franqueza.
–Pues no debería venir aquí vestida así.
–¿Qué le pasa a mi atuendo?
Aquel traje color lavanda le había costado una pequeña fortuna y le encantaba. Se lo había comprado la primera vez que un libro suyo había entrado en la lista de los más vendidos del New York Times y le daba suerte.
Solo se lo ponía en las ocasiones especiales y aquel día lo era porque había comprado un rancho a setenta y cinco kilómetros de Tilden, Texas.
Era una casa preciosa en lo alto de una colina cubierta de césped. El lugar perfecto para vivir y trabajar. Necesitaba una pequeña reforma, pero quedaría perfecta.
–Además de estar para comérsela, huele usted a dinero –contestó el vaquero bebiéndose el tequila–. Este bar está muy cerca de los juzgados y algunos delincuentes se dan una vuelta por aquí de vez en cuando. Será mejor que tenga cuidado con el bolso.
Sorprendida por su cumplido, miró a su alrededor y comprobó que, efectivamente, los demás presentes no iban tan bien vestidos como ella.
No se había dado cuenta antes porque había entrado a todo correr, muerta de ganas de leer la escritura de compra. Era la primera vez en su vida que se compraba una casa. Abrió el bolso y comprobó que seguía allí.
Bien. Uno de sus tres objetivos estaba cumplido.
–Uno de los funcionarios de los juzgados me recomendó que viniera aquí porque hacen unas costillas muy buenas.
El vaquero hizo un gesto con el pulgar hacia abajo como diciendo que no estaba en absoluto de acuerdo, así Brooke decidió no pedir costillas e intentó pasar por alto que acababa de ver que no llevaba alianza. El hombre no le interesaba.
–Además, no le aconsejo que mire a todos los hombres que entren por la puerta como me ha mirado a mí.
Brooke se encontró sonrojándose de vergüenza.
–Yo no lo he mirado de ninguna forma –contestó jugueteando con la copa de vino.
–¿De qué color llevo las botas?
–Marrones… –contestó sin pensar–. Por Dios, el noventa por ciento de los hombres aquí llevan botas marrones.
–La pillé –dijo él sonriendo.
–Lo admito, sí –sonrió Brooke también.
–Al menos, creo que seré más agradable de mirar que esa agenda que parece que la trae por la calle de la amargura. Lo del bolso iba en serio y le aconsejo que no vuelva por aquí sola. Cuando se quiera ir, dígamelo para que la acompañe.
¿Por qué un desconocido iba a querer acompañarla? Le daba igual. Pensaba aceptar la oferta de aquel atractivo vaquero.
–Gracias. No me gustaría pasarme el día de mi cumpleaños poniendo una denuncia.
–¿Es su cumpleaños?
–Sí, soy un año más sabia y experimentada.
–Veo que no le molesta cumplir años –apuntó el vaquero enarcando una ceja.
–Ser optimista es esencial para tener salud y prosperidad.
–¿De verdad lo cree? –preguntó escéptico.
–Por supuesto. Cada uno tiene lo que cree que se merece tener.
–Me recuerda usted a un libro de autoayuda.
A Brooke no le extrañó pues estaba recitando de memoria el capítulo trece de su primer libro. Apretó los labios. Era casi imposible no intentar convencer a los escépticos de que tenía razón.
–¿No cree usted que la vida nos da a cada uno lo que nos merecemos? –le preguntó.
–Si fuera así, el mundo sería mucho mejor de lo que es –contestó el vaquero–. Veo que el vino no le ha gustado mucho más que la cerveza.
Era cierto.
–No es de los mejores californianos, la verdad.
–Preciosa, está usted muy lejos de California.
A Brooke no le dio tiempo de contestar porque se inició una pelea en la parte trasera del local. Aquello parecía una película del Oeste. Las sillas volaban y los hombres se rompían botellas en la cabeza.
El vaquero maldijo.
–Váyase a aquella esquina –le indicó.
–No creo que… –se interrumpió cuando una botella de cerveza le pasó rozando la cabeza.
Al instante, el vaquero la había tomado de la cintura para apoyarla contra su pecho y cubrirle la cabeza. Brooke se encontró con la mano en un lugar en el que no debería estar. Se apresuró a retirarla y se ruborizó de inmediato.
Brooke abrió los ojos y vio que el bar se había convertido en un campo de batalla. El vaquero recogió su bolso y su agenda y se la llevó de allí.
–Vámonos –le dijo.
–¿Cómo?
¿Le estaba dando órdenes o no le había entendido bien?
–¿Se va a poner usted tonta?
¿Ella tonta? Justo cuando se disponía a informarle de que su cociente intelectual estaba muy por encima del de la media, una silla fue a parar prácticamente a sus pies.
–Vámonos –repitió él.
Brooke lo siguió a través de aquel caos hasta la calle.
–¿Dónde tiene el coche? –le preguntó el vaquero una vez fuera.
–En el juzgado, pero…
–¿Ha cenado? Si quiere tomar algo antes de irse, la acompaño al restaurante que hay a la vuelta de la esquina y la invito a otra copa.
Brooke era una mujer independiente y aquel comportamiento no debería parecerle galante ni atractivo, pero así era. Ninguno de los hombres con los que había estado la había hecho sentir tan protegida.
Era un sentimiento peculiar y quería explorarlo.
–¿Por qué no cena conmigo?
El vaquero parpadeó.
–¿Qué le hace pensar que no soy uno de los delincuentes de los que le he hablado?
A Brooke se le daba bien leer en la cara de la gente. Aquel vaquero tenía ojos sinceros y su lenguaje corporal, natural y resuelto, indicaba que no tenía nada que esconder.
–Tiene usted cara de ser honrado.
–¿Nunca le han dicho que no juzgue un libro por la portada? –se rio.
Estudiar a la gente le apasionaba. Hacía poco había escrito «Nadie aparece en tu vida porque sí». Aquella frase era para su próximo libro y decidió por qué había aparecido aquel vaquero en su vida.
Además, quería saber qué era lo que tenía que la excitaba tanto.
–Estoy dispuesta a arriesgarme. ¿Sabe usted algún sitio donde preparen unas buenas costillas? Lo invito.
–Jamás permitiría que una mujer me invitara a cenar.
Orgullo. Muy bien. Qué típico de los hombres.
–Se lo debo. De no haber sido por usted, me abrían abierto la cabeza con esa botella. Considérelo una ocasión para experimentar.
–Está hablando otra vez como un libro de autoayuda.
–Me suele pasar.
–Solo cenar, ¿de acuerdo?
Aunque estaba anocheciendo, Brooke vio que el vaquero se había sonrojado.
Se excitó al preguntarse qué pasaría si no fuera solo cenar. Apartó aquel pensamiento de su mente. No lo conocía de nada, no podía ser.
«No, claro que no. Yo no soy de esas. Yo hago que me inseminen con el semen de un desconocido, pero en una clínica perfectamente esterilizada», se dijo.
¿Estaría haciendo bien? Claro que sí. Lo había pensado una y mil veces. Estaba preparada para ser madre tanto física como emocionalmente. Ya tenía cierta edad y no podía pasarse la vida entera esperando a que apareciera el hombre perfecto para ser el padre de sus hijos.
Volvió a sentir aquel cosquilleo en la tripa, pero decidió ignorarlo porque ya era demasiado tarde para echarse atrás. Aunque quisiera, que no quería, no podía anular la cita del día siguiente.
–Por favor, cene conmigo. Estoy harta de estar sola –admitió.
No quería estar sola con sus pensamientos, sus dudas y sus miedos.
El vaquero se rascó la barbilla y Brooke se encontró preguntándose qué sentiría si la acariciara con aquellas manos. Al instante, sintió un erótico calor por todo el cuerpo.
–Prometo no atacarlo en los aperitivos –le dijo.
–¿Por qué no? El mejor sitio para comer costillas está a un par de kilómetros de la ciudad. Hay que ir en coche. Yo también tengo el mío en los juzgados. ¿Viene conmigo o me sigue?
A pesar de ir a cenar con un completo desconocido, no era tan estúpida como para montarse en su coche.
–Lo sigo –contestó.
–Me llamo Caleb –se presentó extendiendo la mano.
Brooke estaba tan acostumbrada a que la gente la reconociera que no se había dado cuenta de que no se había presentado.
–Brooke –dijo.
No parecía saber quién era, pero, claro, ¿desde cuándo leían sus libros los vaqueros?
Sus manos se encontraron haciéndola sentir muchas cosas. Fuerza, calor, aspereza y caballerosidad.
Se la había tomado con delicadeza, como si fuera frágil, y no se la había estrechado con fuerza, como la mayoría de los hombres.
Sintió que se le aceleraba el pulso y le costaba respirar. Sonrió al darse cuenta de que se sentía físicamente atraída por un hombre que no le convenía en absoluto. Desde luego, el destino tenía un sentido del humor un tanto extraño.
Caleb le soltó la mano y anduvieron hacia el aparcamiento.
–¿Te vas a quedar mucho tiempo en la ciudad? –le preguntó.
–No, estoy solo de paso. Mañana me voy a… Dallas –contestó con el estómago en un puño. Se dijo que eran nervios y no duda–. ¿Y tú?
–He venido a hacer un negocio, pero no ha salido –contestó el vaquero encogiéndose de hombros.
–Lo siento. Tal vez, podrías examinar la situación de nuevo y volver a intentarlo.
Caleb la miró con una ceja enarcada.
–¿Estoy hablando como un libro de autoayuda otra vez?
–Sí.
De repente, Caleb le puso un brazo delante cuando un coche salió del aparcamiento a toda velocidad.
–Eres un ángel de la guarda, ¿eh?
–No, es simplemente que no quiero quedarme sin cenar porque te atropellen –bromeó haciéndola reír.
Se sorprendió porque no recordaba la última vez que se había reído tan a gusto, pero debía de haber sido hacía años.
Habían llegado al aparcamiento y cada uno se dirigió a su coche. Brooke se sorprendió mirándole el trasero.
¿Qué le estaba sucediendo? Debía de ser que estaba a punto de ovular. No podía ser que se estuviera planteando tener una noche de amor salvaje con aquel vaquero…
¿O sí? Claro que no. No sería capaz jamás de hacer algo tan espontáneo y loco. No solía correr riesgos innecesarios. Claro que le iría tan bien para distraerse y no pensar en su cita del día siguiente…
Caleb volvió a mirar por el retrovisor. El pequeño descapotable rojo seguía ahí.
¿Cuánto tardaría Brooke, si es que aquel era su verdadero nombre, en recuperar la cordura? Las mujeres como ella no solían fijarse en hombres como él.
No era para él. Estaba fuera de su alcance. Todo en ella, cómo andaba, cómo hablaba y cómo vestía, indicaba que tenía cultura, clase y educación. Él por el contrario carecía de todo aquello.
Su ex mujer se había encargado de que le quedara perfectamente claro y no creía que en los diez años que habían pasado desde que Amanda se había ido hubiera cambiado.
No solía ligar en los bares, pero era mejor estar acompañado que beber solo, como había planeado inicialmente.
Se había pasado por los juzgados aquella tarde con la esperanza de que la persona que había pagado más que él por la otra mitad del rancho Crooked Creek no se presentara con el dinero antes de las cinco.