De mundos inciertos - José María Merino - E-Book

De mundos inciertos E-Book

José María Merino

0,0
13,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.

Mehr erfahren.
Beschreibung

La narrativa de José María Merino (A Coruña, 1941) se asocia con frecuencia a la novedad y la experimentación. No en vano, el autor es uno de los escritores españoles que con mayor ahínco han buscado en las últimas décadas nuevas formas de expresión para percibir la realidad que nos rodea (o, quizás, para mostrarnos "la otra realidad", esa que permanece oculta, aunque siempre latente). Entre los numerosos reconocimientos que ha recibido en los últimos años, se cuentan el Premio Nacional de las Letras Españolas (2021), el Premio Nacional de Narrativa (2013) y el Premio Castilla y León de las Letras (2008). Esta edición recoge una cuidada selección de su narrativa breve, incluyendo tanto cuentos como "minicuentos", desde que publicara sus primeros libros en los años ochenta y noventa hasta la actualidad.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 614

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



José María Merino

De mundos inciertos

Antología de cuentos

Edición de Ángeles Encinar

CÁTEDRALETRAS HISPÁNICAS

Índice

Introducción

La otra realidad de José María Merino

Bifurcaciones

Poesía

Novelas

Novelas del mito

Las crónicas mestizas

Novelas de la historia

Novelas de la naturaleza

Novelas recientes

Otros parajes novelescos

La media distancia

Ensayos y otras obras

Mundos mínimos

Maestro del cuento

Cuentos del reino secreto

El viajero perdido

Cuentos del Barrio del Refugio

Cuentos de los días raros

Cuentos del libro de la noche

Las puertas de lo posible: cuentos de pasado mañana

El libro de las horas contadas

La trama oculta. Cuentos de los dos lados con una silva mínima

Aventuras e invenciones del profesor Souto

Noticias del Antropoceno

Presentación de la antología

Esta edición

Bibliografía

De mundos inciertos. Antología de cuentos

La otra orilla

La casa de los dos portales

El niño lobo del cine Mari

Imposibilidad de la memoria

Oaxacoalco

Bifurcaciones

Pájaros

Mundo Baldería

All you need is love

Una tarde de buceo (tres variaciones)

Sin límites

La prima Rosa

El viajero perdido

El caso del traductor infiel

La trama oculta

Zambulianos

El profesor Souto

Las palabras del mundo

Signo y mensaje

Duplicado

La biblioteca fantasmal

El viaje inexplicable

Desde el futuro

Ese Efe Can

Un sueño espacial

Delemu-Bot

El cuento de los amóviles

Diálogo entre arte y ficción

La mirada de Flora

Basuraleza

El modelo perenne

Minicuentos

El despistado (uno)

El despistado (dos)

El despistado (tres)

Cuerpo rebelde

Comparsas

Instalación

La cuarta salida

Un recuerdo del mar

El del espejo

Divina decepción

Calle Laprida

Ajenos

Mundo Bonsái

Autoficción

Créditos

Introducción

[...] hay bajo el suelo que pisamos mundos esplendorosos, abiertos como este a un espacio infinito, y que para llegar a ellos solo es necesario encontrar la argolla de una oculta trampilla, y la idea de que sueño y vigilia son el haz y el envés de una misma realidad1.

La otra realidad de José María Merino

La narrativa de José María Merino se asocia con frecuencia a la novedad y la experimentación, pues el autor es uno de los que con mayor ahínco ha buscado siempre nuevas formas de expresión para percibir la realidad que nos rodea o, mejor dicho, para mostrarnos «la otra realidad», esa que permanece oculta, aunque siempre latente, en esferas más profundas y difíciles de desvelar, como sugiere la cita inicial de este texto. Escritor de poesía, novela, cuento, microrrelato, novela corta, leyenda, libro de viajes y ensayo, en todos los géneros ha demostrado solvencia absoluta, hecho que le ha situado en un lugar de prestigio en el panorama de la literatura española contemporánea, con un amplio reconocimiento tanto del público lector como de la crítica especializada. Entre sus numerosos galardones destacan el Premio de la Crítica por La orilla oscura, en 1986, Premio Miguel Delibes por Las visiones de Lucrecia, en 1996, Premio Ramón Gómez de la Serna por El heredero, en 2004, Premio Torrente Ballester por El lugar sin culpa, en 2006, Premio Castilla y León de las Letras, en 2008, Premio Nacional de Narrativa por El río del Edén, en 2013, y Premio Nacional de las Letras Españolas, que reconoce toda su trayectoria, en 2021. Además, en 2008, fue elegido académico de número de la Real Academia Española.

Nacido en La Coruña el 5 de marzo de 1941 en una familia de tradición liberal y republicana, Merino vivió su infancia y juventud en León. Los veranos pasados en pueblos de la provincia leonesa y en Galicia y Asturias le permitieron conocer bien el noroeste de España, región que adquiere protagonismo en el libro de viajes Los caminos del Esla (1980) y tiene un papel importante en la novela El caldero de oro (1981) y en Cuentos del reino secreto (1982). En aquel mundo, contar historias y contarlas bien tenía gran valor, y Merino creció escuchando los cuentos rurales de la gente del campo y los relatos de la guerra que le contaban sus padres. Recuerda a su madre y al abuelo paterno, en particular, como grandes cuentistas. Con relación a este deleite por las historias ha señalado:

Los relatos oídos tenían entonces mucha importancia [...]. Perdida cualquier grandeza, la menudencia de lo que sucedía solo podía hacerse consistente, y hasta creíble, mediante su narración [...]. Las cosas eran en tanto que se contaban, pues solo su relato conseguía que adquiriesen alguna dimensión apreciable. Así, la realidad exterior venía a ser, precisamente, el propio relato que la contaba2.

En la casa familiar había una impresionante biblioteca que abarcaba desde las novelas de caballería hasta las obras de escritores contemporáneos y que incluía los clásicos de tradición juvenil. Merino se ha descrito como un lector apasionado e indiscriminado desde niño. A ello contribuyó la afición de su padre a que su hijo leyese en voz alta poemas y cuentos para amenizar algunas reuniones familiares. En aquellas veladas leía poemas de Rosalía de Castro, Antonio Machado y Federico García Lorca; las Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer y los cuentos de Nicolás Gogol, Las Veladas en Dikanka3. Otros libros queridos eran la enciclopedia Universitas, que entusiasmaba al escritor, Cuentos viejos de la vieja España y los varios volúmenes de El libro de oro de los niños de Benjamín Jarnés. También de aquellos años provienen sus primeras lecturas de Las mil y una noches, los cuentos de E. T. A. Hoffmann, El cascanueces y el rey de los ratones y El hombre de la arena, y los de Edgar Allan Poe. Más adelante se atrevería con textos de autores muy diversos, españoles y extranjeros, entre ellos, Ramón del Valle-Inclán, Pío Baroja, Álvaro Cunqueiro, Ana María Matute, Guy de Maupassant, Stendhal, Antón Chéjov, Iván Turgueniev, Ernest Hemingway, William Faulkner, Howard Phillips Lovecraft y Franz Kafka. Lecturas todas ellas que iban formando su gusto literario. Poco a poco se daba cuenta de que su pasión por lo fantástico se enfrentaba a lo considerado culturalmente «apropiado» en aquella época: la tendencia realista. Fue gracias al descubrimiento posterior de la literatura hispanoamericana y a las reflexiones que Ramón Menéndez Pidal había expuesto en uno de sus libros, en relación a la literatura sobrenatural procedente de Galicia y el occidente leonés, cuando fue consciente de que en las ficciones hispánicas se conjugaban ambas corrientes:

[...] profundizando en la riqueza y pluralidad del imaginario hispánico, llegué a saber que había sido capaz de hacer coincidir, tras una historia larga y, por tanto, llena de hibridaciones e injertos, dos creadores tan vigorosos y diferentes como Julio Cortázar e Ignacio Aldecoa4.

En 1957 Merino se trasladó a Madrid para estudiar Derecho. Son años universitarios en los que primaba «leer mucho, estudiar poco y hacer la revolución»5. Al terminar la carrera, opositó para ser técnico en la administración civil e ingresó en el Ministerio de Educación. Sus responsabilidades como director del Centro de las Letras Españolas le dieron la oportunidad de promover y difundir la literatura. Su primer viaje a Hispanoamérica, en el año 1978, fue a Caracas. Aquella experiencia de cambio de continente la reconoce como un «rito del paso» y como tal la incorporó a su novela La orilla oscura. Fue en su recorrido por la ciudad esa primera vez, cuando tuvo una visión «un poco fantasmagórica de un mundo que era espejo del mío, primero porque se hablaba mi lengua, aunque con otra melodía, y segundo, porque muchos de los elementos que fui descubriendo me pertenecían, aunque me eran ajenos en la misma medida»6. Además, durante sus viajes a Centroamérica en misiones de la Unesco conoció de primera mano el mundo que serviría de escenario a La orilla oscura y, posteriormente, a Lascrónicas mestizas.

Bifurcaciones

Poesía

Los primeros libros de José María Merino fueron de poesía: Sitio de Tarifa (1972), Cumpleaños lejos de casa (1973) y Mírame Medusa y otros poemas, que apareció en 1984 aunque lo había escrito mucho antes. Los tres libros, revisados, se reunieron en Cumpleaños lejos de casa. Obra poética completa (1987). La esfera de lo íntimo y la espontaneidad están presentes en estos poemarios, aunque puja una dimensión narrativa. El escritor ha reconocido que esto sería premonitorio de su inclinación posterior hacia el relato en prosa7. Al reflexionar sobre su producción poética, Carme Riera la ha puesto en relación con la teoría de la poesía de la experiencia, propuesta por Robert W. Langbaum, en donde la mímesis queda abandonada para dar prioridad a la experiencia8. A ello ya había aludido el propio autor, cuando reflexionaba sobre sus dos primeros libros y reconocía una prevalencia temática enraizada en sus peripecias personales y generacionales9. Asimismo, los versos de Merino remiten a Riera a las proposiciones de Stephen Spender de que la «poesía no puede aspirar a verdades, sino solo a trasmitir las condiciones en que ha tenido valor de verdad algo concreto para alguien en concreto»10. Finalmente, la autora y académica mallorquina concluye que esta poesía, «eminentemente narrativa, tiende a contar la particular biografía de un sujeto poético que con frecuencia coincide con la de su autor y la de muchas personas de su generación y de la generación precedente»11.

En este marco encuadramos también, aunque con una intencionalidad muy distinta, el volumen que Merino realizó con los escritores, y poetas entonces, Agustín Delgado y Luis Mateo Díez, Parnasillo provincial de poetas apócrifos12. Conjunto lírico socarrón y lúdico con el que inician una práctica, la del apócrifo, que acompañará durante años a Díez y Merino, junto con el escritor leonés Juan Pedro Aparicio. De la mano de los tres surgirá la figura de Sabino Ordás, apócrifo colectivo que durante casi dos años, de 1977 a 1979, firmará unas colaboraciones aparecidas en el diario Pueblo.

Novelas

La primera obra en prosa de José María Merino es Novela de Andrés Choz con la que obtuvo el Premio Novelas y Cuentos. Publicada en el año 1976, se puede considerar un libro que refleja a la perfección una de las tendencias imperantes en la década de los setenta: la metaliteratura. Gonzalo Sobejano la situaba dentro del grupo que denominaba «metanovelas de la escritura», al igual que a La orilla oscura, que reflexionan sobre el proceso de escribir13. En esta novela inicial aparecen los elementos que serán recurrentes en la ficción meriniana: la búsqueda de identidad, el desdoblamiento y lo fantástico. Dividida en tres partes que integran capítulos con numeración cardinal y ordinal, se puede hablar de dos líneas narrativas entretejidas. En la primera, el protagonista, Andrés Choz, al enterarse de su enfermedad terminal, se retira al norte de España y aprovecha la tranquilidad para terminar una novela que había iniciado: «Novela del Hermano Ons». De su escritura y los problemas que afronta da cuenta a su buen amigo, el Gordo, en sucesivas cartas. La segunda constituye el texto sobre Ons que va desarrollando el autor Choz, cuya temática se encuentra vinculada a la ciencia-ficción. Iniciada con un «Prólogo» que combina ambas líneas, tanto este primer segmento como el último reflejan la división bipartita y en los dos se sugiere la construcción de un espacio caótico del que surgirá una nueva creación: «[...] La estructura circular de la misma la condiciona a un proceso iterativo en el que el paso del caos a la creación, y viceversa, recurre y se simultanea indefinidamente»14.

Si bien en esta novela aún existen algunas huellas que podrían remitir al lector a la literatura referencial anterior, se trata sin duda de una apuesta por un nuevo modo de novelar, que se plasma en el afán de narratividad, la construcción metafictiva y la inclusión de un subgénero —la ciencia ficción— no considerado «como noble dentro del trabajo literario»15. Hay que añadir que en esta obra inicial ya está presente el mito (el monomito esencial, el del regressus ab uterum16), motivo que adquirirá una importancia determinante en sus posteriores novelas. Metaficción y mito mantienen una relación estrecha y dialéctica en la narrativa meriniana e intentan desentrañar los cuestionamientos planteados por el sujeto contemporáneo.

Novelas del mito

Con el título anterior, el autor reunió en el año 2000 las novelas El caldero de oro, La orilla oscura y El centro del aire, donde quiso desarrollar historias en las que el tiempo ficcional, el espacio y la disposición de los personajes estuvieran relacionados con aspectos de lo mítico17.

En el otoño de 1978, Merino realizó un viaje con Juan Pedro Aparicio a lo largo del río Esla, desde su cuna hasta su desembocadura en el Duero, en la provincia de Zamora. La crónica de esta aventura se convirtió en un libro emblemático, Los caminos del Esla (1980), que recogía el viaje literario de los autores junto a fotos impresionantes de paisajes y personas, además de venir prologado por Sabino Ordás18. Durante aquel viaje, en el pueblo de Riaño, el autor escuchó una leyenda sobre un caldero de oro, este relato germinaría en su siguiente novela titulada por ello El caldero de oro19. Con esta obra, se planteó

[...] presentar la identidad colectiva tal como la concibo, algo movedizo, sometido a invasiones sucesivas y, por ello, a las hibridaciones, a los mestizajes, a los diferentes sedimentos, donde se van conjugando ser y cambio, y cuyo equilibrio solamente puede resultar de que se asuma tal contradicción20.

En El caldero de oro (1981) destaca la reducción temporal, tan característica de la novela moderna. Durante el breve lapso de tiempo que el protagonista, llamado Chino, tarda en morir, rememora su historia personal y la de sus antepasados. Gracias a la concepción sincrónica del tiempo y al cambio frecuente de perspectiva narrativa, de un yo narrador a la segunda persona, se facilita la metamorfosis del personaje, simultánea y sucesivamente, en el guerrero del caldero de oro tantas veces mencionado en las historias del abuelo, el ancestro conquistador que se marchó con Cortés y terminó integrándose con los indios, el descendiente de aquel antepasado que decidió visitar la madre patria y en el guerrillero actual. Las distintas metamorfosis conforman una de las características más sobresalientes de esta obra y apuntan al tema tan importante en toda la narrativa de Merino: la pérdida y la búsqueda de identidad. La sensación de caos es un rasgo persistente en el texto y el protagonista se siente incapaz de identificarse, y duda no solo de su esquema corporal sino también de su propia existencia. Asimismo, el mundo a su alrededor participa del estado caótico y las cosas parecen coexistir sin prioridades ni categorías. Todo se mezcla y entrecruza, lo real y lo soñado, siendo prácticamente imposible desentrañar y separar los diferentes estratos, de ahí su sospecha de que «[...] la realidad es un cúmulo de ensoñaciones superpuestas y entretejidas en que alguna aparenta ser la verdadera»21. Caos y enajenamiento le producen la impresión de estar instaurado en una realidad dudosa —otra realidad—. Por eso, como indica Kathleen Glenn, se presentan «propuestas copulativas en vez de disyuntivas. Las cosas son reales e imaginarias y no lo uno o lo otro, y todas son de una validez comparable»22.

La incoherencia de la vida moderna, en la que el ser humano nunca se ve como algo total y completo, aparece reflejada en El caldero de oro. El personaje se ve obligado a llevar una doble vida y su personalidad se encuentra dividida entre dos esferas, la diurna y la nocturna, que le produce una desintegración de su yo y le hace considerarse una especie de doctor Jekyll. La ausencia de una identidad definida, síntoma de la desaparición del héroe en la novela contemporánea23, se constata con la importancia que alcanzan los objetos y con la proyección del yo en todo lo que le rodea. La pérdida de conciencia de su dimensión corporal y de su pensamiento le facilitan la unión con el mundo material de su entorno y, de ese modo, la cama, el suelo, los muebles, las paredes y otros objetos parecen formar parte de su propia sustancia: «Allí, en la oscuridad, fui olvidando que ella y yo éramos dos seres distintos: me parecía asumir, con ella al mismo tiempo, en una sincronía unánime, una nueva identidad a la que también se incorporaba la habitación, la casa, la noche»24.

La simultaneidad de narraciones y la multiplicación de narradores es otro rasgo distintivo. En ocasiones el protagonista evocará recuerdos infantiles que, a su vez, están asociados a otros sucesos rememorados en aquel preciso momento, produciéndose de esta manera una duplicación de historias y voces. Así surgen entremezclados los relatos de sus aventuras escolares con las sugestivas historias contadas por el abuelo sobre Hernán Cortés durante la conquista de México. De forma semejante, en algunas de las transformaciones del personaje, él mismo actúa de narrador y de audiencia de otro narrador de quien él recopiló la historia.

El mundo de La orilla oscura, publicada en 1985, se aviene bien con las siguientes declaraciones del autor:

No puedo hablar de mis narraciones sin intentar aclarar conceptos como tiempo, sueño y memoria, o puntualizar algunos aspectos de ciertas invenciones de la imaginación, como los temas del doble, el apócrifo y la metamorfosis, que tanto tienen que ver con la identidad, e incluso aclarar ideas sobre aspectos concretos de mis ficciones, como el uso de los escenarios y mi gusto por lo inquietante, por eso que se agazapa al borde de lo real, que algunos integran en la panoplia fantástica25.

Esta obra supuso la consagración literaria de José María Merino26 y es fundamental en su producción novelesca. Obtuvo el Premio de la Crítica al año siguiente y es la segunda novela de la trilogía. Señalaba el crítico Pozuelo Yvancos que «leyéndolas juntas se percibe mejor no solo su evidente relación estilística, sino ante todo la magnitud e importancia que para la narrativa española tiene el proyecto novelístico de José María Merino», y concluía su reseña precisando que se «consigue por fin que los procesos de introspección y ensoñación no sean abstractos, sino prodigiosos recorridos por un territorio concreto, como si el imaginario pudiese ser visitado en los pliegues mismos de lo real y no precise otra cosa que un formidable estilo»27.

Las preocupaciones y obsesiones de su escritura, desarrolladas en sus dos novelas anteriores y en Cuentos del reino secreto, encuentran plenitud aquí. Desde el mismo título, se induce a pensar en un espacio limítrofe que da paso a ámbitos inciertos y confusos, con toda una carga de posible amenaza, desconocimiento o temor. Y ese lugar oscuro es símbolo del inconsciente y del mundo de los sueños. Pero, además, la propuesta de una orilla oscura supone otra que no lo es y, por tanto, lleva a la noción de dualidad, de la existencia de un lado y de otro, que se convierte dentro de la novela en una constante fluctuación textual entre la vigilia y el sueño, la realidad y la ficción, lo verdadero y lo imaginado, la vida y la literatura, motivos todos recurrentes en la narrativa del autor. Ambigüedad y presencia de contrarios que vienen establecidas desde el párrafo inaugural de la obra, mediante la aparición simultánea de dos espacios opuestos —la casa familiar y la selva, España y América—, que instalan la continua alternancia y la dificultad de acotar fronteras entre unos y otros:

Leves fulgores en una penumbra, todas sus visiones se desvanecieron: el vano de la puerta, a un lado del descansillo, que daba acceso a un claro en la selva; el pasillo que se alejaba más allá de la cómoda, bajo dos cuadros oscuros, entreverado por una senda que flanqueaban matorrales voluminosos y troncos gigantescos; un resplandor al fondo, derramándose entre las arrugas de una cortina parda, que coincidía con la claridad esparcida en un espacio sin vegetación, donde el espeso follaje mantenía, sin embargo, el poder de su sombra28.

El protagonista de La orilla oscura es un profesor innominado que imparte un seminario de un mes en la universidad de la capital de un país centroamericano, se puede afirmar que se trata de Costa Rica29, y en una visita al Museo Nacional descubre el retrato de un antepasado. Esta anécdota supondrá el desencadenamiento de una serie de sucesos que traerán consigo metamorfosis y narraciones múltiples, mediante un viaje originario del personaje en busca de su propia identidad, asunto central de la novela y de toda la obra del autor. Para Merino este es el gran tema de nuestro tiempo, y en su caso viene asociado a los aspectos del doble y del apócrifo que son «variaciones sobre la pérdida de la identidad y el intento de su recuperación por los caminos de lo imaginario»30.

La orilla oscura está dedicada a Sabino Ordás a quien el escritor considera maestro y amigo. Se trata del apócrifo colectivo creado por Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez y José María Merino a finales de los años setenta, como ya hemos señalado. Colaborador durante dos años del diario Pueblo, sus artículos fueron recogidos en el volumen Las cenizas del Fénix publicado en el año 1985, el mismo en que apareció la novela de Merino. Además, fue prologuista de varios libros de los tres escritores, entre ellos, Silva leonesa de nuestro autor, precisamente él le sugirió la reunión de esta gavilla de artículos y ensayos con el denominador común leonés. Hay en esta creación ficticia un carácter lúdico muy importante, inserta en la tradición literaria española del siglo xx —pensamos en Juan de Mairena de Antonio Machado y Jusep Torres Campalans de Max Aub—. Pero el personaje leonés, dotado con una biografía concreta y con una imagen (a ello se prestó un cuñado de Merino, Andrés Viñuela Herrero), fue también para los tres amigos el guía intelectual que les hubiera gustado tener31. José María Merino, en un emotivo artículo en honor a Ricardo Gullón del libro recién mencionado, se refería a esta falta de maestros vivos para su generación, raíz de la necesidad que les impulsó a buscarlos en otras tradiciones literarias o a inventarlos; solo años después, con el regreso de muchos de los intelectuales exiliados, se dieron cuenta de su existencia32.

La dedicatoria a este personaje apócrifo alerta al lector avezado del poder que el mundo imaginario y literario tendrá en la novela. Y así lo constatará en breve. En el capítulo cuarto, titulado «Narración del piloto», el personaje denominado de esta forma inicia la narración de una historia personal. En ella se reconoce escritor de una novela en su juventud, y relacionada con esta inclinación literaria aparece el nombre de Pedro Palaz, personaje posible de considerar un doble de Sabino Ordás. El ahora piloto, leonés de origen, descubrió por casualidad en aquel tiempo la existencia de la figura de Palaz: escritor, profesor emigrado a Estados Unidos, articulista de un periódico madrileño, autor de una novela y también leonés que, en uno de sus ensayos, reivindicaba la narración oral conservada durante años en las tierras de su región natal. Surgió así una rápida identificación del joven con el que desde entonces comenzó a considerar su maestro —igual que lo fue Ordás para Merino—. Y a partir de aquí se genera una mise en abyme33 que se llevará hasta las últimas consecuencias. Pues la novela escrita por Pedro Palaz, cuya trama concluye de forma circular, mantiene peripecias similares a La orilla oscura e, igualmente, otorga al sueño y a la vigilia una misma consistencia; duplicación, por tanto, de la obra meriniana que el lector tiene entre sus manos, y en una nueva vuelta de tuerca final, el protagonista de la novela actual se corresponderá con el autor de la ficción interna. También el escritor Pedro Palaz, en total empatía con varios rasgos de la producción de Merino, manifiesta su dificultad de separar lo vivido de lo leído, lo real de lo ficticio. El descubrimiento novelesco de que Palaz es un apócrifo creado por Anastasio Marzán, fruto de la idea de un juego literario que llevó a la vida pública con éxito, gracias a la complicidad de un amigo periodista, permite su total correlación con Sabino Ordás.

«Porque quizá estás soñando aunque ves que estás despierto», piensa el profesor protagonista de La orilla oscura. Esta enunciación calderoniana34, comienzo del segundo párrafo de la novela, se convierte en leitmotiv de la obra. La confusión entre sueño y vigilia es una constante y su imbricación es tal que el lector nunca podrá asegurar si se está de un lado o del otro, o quizá mejor, deberá admitir que participa simultáneamente de ambos. El pensamiento de José María Merino de que «la verdad de los sueños tiene tantos derechos como la verdad de la vigilia. Pues, [...] no hay ámbito más apropiado que el de la ficción narrativa para que la realidad de la vigilia y la de los sueños se emparejen y engendren un nuevo ser, victorioso de la tiranía de esa lógica convencional que suele aprisionarnos»35, se convierte en enseña textual.

En toda su prosa, José María Merino ha demostrado ser un excelente narrador de historias y esta cualidad se confirma una vez más en esta novela, caracterizada por un afán de narratividad. La orilla oscura se basa en la estructura del filandón, esa antigua tradición leonesa en la que los vecinos de los pueblos montañeses se reunían para contar historias36. Una perspectiva tetraédrica también describe la estructura. En una de tantas duplicaciones textuales, nuevo rasgo metaliterario, la ficción meriniana reproduce el esquema geométrico de la novela planificada por el aspirante a escritor, quien explica de manera detallada su engranaje —a modo de prolepsis narrativa37 de la obra real—.

El centro del aire apareció en 1991 y es la que cierra este conjunto mítico. Es una novela generacional que versa sobre la nostalgia del pasado, con particular énfasis en la infancia, y en la que Merino ha desarrollado el tema de la pérdida del idealismo revolucionario y el desencanto consecuente. Los tres protagonistas, Bernardo, Julio Lesmes y Magdalena, son el foco narrativo alternante en los ocho capítulos que articulan el texto. Juntos emprenden un viaje tanto literal como metafórico en busca de la amiga perdida, Heidi, símbolo de la imaginación y del pasado. Convergen en la novela varias referencias literarias y legendarias. El personaje de Bernardo remite a la leyenda de Bernardo del Carpio y de su forzada orfandad, Julio Lesmes asemeja al náufrago de Robinson Crusoe con su soledad profunda y Heidi, basada en el famoso personaje de Johanna Spyri, primera novela que el joven lector Merino tuvo entre sus manos38, supone un homenaje literario a esta figura de concomitancias primigenias. El mito del retorno al origen y la metaficción —Julio Lesmes es un escritor que está redactando una novela basada en las experiencias de su niñez y la de sus compañeros— están nuevamente imbricados y, como sucede en las anteriores ficciones, proponen «una circunscripción que reitera una y otra vez cómo se entretejen en el sujeto contemporáneo los recuerdos, las imaginaciones, las ensoñaciones, las lecturas y los pensamientos»39. En esta novela vuelven a coincidir los temas autoriales recurrentes aunque, como señalaba Luis Mateo Díez, resulta ser una vía ahondada y más sustentada en sus intereses literarios, «[...] en el amparo del mito sobre la realidad y la existencia, su referencia para saber interpretar y comprender la vida de otra forma»40.

Las crónicas mestizas

Un año después de la aparición de La orilla oscura, se publicó El oro de los sueños (1986), novela que inaugura el tríptico americano continuado en La tierra del tiempoperdido (1987) y concluido con Las lágrimas del sol (1989). Se trata de unos libros enmarcados en el subgénero de aventuras que, según ha mencionado en alguna ocasión el escritor, le vinieron muy bien para salir de la obsesión en la que le había inmerso su obra anterior. Las relaciones entre historia y ficción se asumen como una propuesta y el hecho de que este conjunto narrativo apareciera en una colección juvenil no le resta importancia41.

Miguel Villacé Yólotl es el protagonista y cronista de la trilogía que incorpora con destreza distintos elementos del imaginario americano. Este joven mestizo, hijo de una mujer india y de uno de los conquistadores que acompañó a Cortés (acierto literario que permite la simbiosis y el perspectivismo de ambas culturas42), se embarca con su padrino, Santiago Ordás de Villamañán, en nuevos descubrimientos. La estructura de los tres libros se fundamenta en la narración lineal de sus viajes y aventuras desde el punto de vista de la primera persona. Técnicamente, Merino se ha planteado en estas ficciones la reconstrucción del modo de escribir de una crónica y en congruencia con este propósito se encuentra la preocupación por la veracidad de los hechos, presente en las tres novelas, y así lo hace confesar a su protagonista en todas las entregas43.

Notamos una clara evolución hacia la historicidad en Las crónicas mestizas, título bajo el que se agruparon en 1992. El oro de los sueños alude a personajes reales y abunda en motivos que establecen una clara conexión con las crónicas de Indias, en concreto con la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo; en La tierra del tiempo perdido se desgranan los sucesos de los últimos años de la conquista del Yucatán; la guerra fratricida entre pizarristas y almagristas se corresponde con la realidad histórica en Las lágrimas del sol. Se confirma un movimiento de progresión que abarca desde la novela histórica enmascarada (primer volumen) hasta las novelas históricas documentadas44; no obstante, José María Merino se vale del derecho que la ficción le otorga: centrar su narrativa en torno a un personaje inventado.

El avance hacia la historicidad no obstaculiza la creciente reflexión metanovelística que adquiere un mayor protagonismo en los volúmenes segundo y tercero, consecuencia de la toma de consciencia de la escritura que el personaje realiza45. No ensombrece tampoco el reconocimiento del componente legendario, la leyenda del Dorado serpentea en el conjunto. El ahínco y la codicia de los colonizadores, que los instaba a la búsqueda insaciable de este metal precioso y otras joyas, aparecen en diferentes secuencias narrativas y compromete personalmente al protagonista en Las lágrimas del sol quien, junto a sus compañeros, se sumerge en la aventura del descubrimiento del que cree auténtico tesoro de los Incas.

El homenaje literario de estas obras no se limita a las crónicas de Indias, sino que se expande a las novelas de caballerías y de aprendizaje. Estas últimas aparecen de modo implícito en la estructura y configuración de la trilogía. El joven Miguel conocerá y aprenderá sobre la vida desde sus múltiples experiencias. La frescura y sencillez que permea el lenguaje evoca el estilo narrativo de una obra maestra de este campo, El lazarillo46. Los libros de caballerías aparecen de forma explícita. El narrador y otros personajes se confiesan admiradores de este subgénero y a través de su afición lectora se resalta la importancia de toda escritura como vehículo ideológico.

Novelas de la historia

En 2015 apareció bajo este título, en la editorial Debolsillo, un volumen donde se reunieron tres novelas: Las visiones de Lucrecia y la ruina de la Nueva Restauración (1996, Premio Miguel Delibes de Narrativa), El heredero (2003) y La sima (2009). Obviamente, las tres obras se unifican por una temática histórica.

El hallazgo casual de un libro que incluía una semblanza de Lucrecia de León, persona visionaria, le produjo a Merino un fuerte interés por investigar en su biografía, pues se encontraba ligada a una de sus preferencias literarias, el mundo de los sueños. Sus diferentes indagaciones le llevaron a la sección de la Inquisición en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, donde encontró abundante documentación sobre el proceso llevado a cabo contra esta mujer47. Así surgió esta primera novela del ciclo de la historia y en ella se da «[...] una representación mimética que se configura como reconstrucción del pasado, en la que un componente fundamental sería histórico, si bien solo algunos datos serán reconocidos por los lectores»48.

Si las cuatro citas que anteceden al texto resultan ilustrativas, consideramos las palabras de María Zambrano pertinentes para entender al personaje de Lucrecia, víctima de una sociedad en crisis, cuyos sueños apocalípticos en relación con la derrota de la armada de Felipe II frente a la flota inglesa, la invasión de España por los infieles y el desastroso declive de la monarquía le supusieron acusaciones de herejía, la prisión y el destierro. El pensamiento de la filósofa española, «Nada hay superfluo en los sueños, que son la irreprimible manifestación de algo oculto, o que se ha ocultado por el tiempo, por la historia, por el desamor, por el terror y aun por la esperanza», coincide con las convicciones del escritor, para quien lo onírico tiene una existencia propia y puede ser representación especular o refractaria de la llamada realidad. No se propuso tan solo una crónica de lo acontecido a la protagonista, sino también una exposición del espacio físico y moral donde tuvieron lugar los sucesos49.

Este personaje real, ficcionalizado por el autor, tiene mucho en común con otros tantos soñadores que protagonizan sus historias y, como en otras ocasiones, pone en primer plano la difuminación de fronteras entre lo real y lo fantástico, apuntando al terror y la amenaza que el mundo imaginario supone para el poder establecido. Es interesante, a este respecto, una lectura del texto desde una perspectiva enfocada en el espacio reservado a la mujer. El atrevimiento de Lucrecia y sus visiones escapan al control de la jerarquía gobernante que no duda en reprimir esa audacia; así, por diferentes razones, los sueños se convierten en una pesadilla para ella y para los que la rodean. La novela es una reflexión sagaz del escritor sobre la intolerancia de la sociedad del siglo xvi, que tiene cierta similitud con actitudes presentes en el mundo contemporáneo.

En El heredero, José María Merino regresa, con un impulso nuevo, a temas y técnicas tratados en sus primeras novelas: la vuelta al origen para desde allí acometer la difícil tarea de búsqueda de la identidad; la recuperación de la memoria personal y familiar de los personajes; el descubrimiento y la comprensión de episodios del pasado que fueron determinantes para el presente y lo serán para el futuro. Todo ello se expone desde una variedad de puntos de vista —se utilizan las tres personas narrativas—, con la inclusión de recursos metaliterarios —fragmentos de la novela de ciencia ficción escrita por el abuelo— y siguiendo la tesela de una novela de aprendizaje. La trama se articula a través del protagonista y sus antepasados a partir del momento en que Pablo Tomás regresa a la casa familiar, Isclacerta, para acompañar a su abuela en los momentos de su agonía. Se intercalan de esta forma las historias familiares: la del bisabuelo Pablo Lamas, hombre que hizo fortuna en Cuba (el indiano), la del abuelo, vencido de la guerra civil y víctima de las represalias de la dictadura franquista durante la posguerra, y los secretos personales más íntimos desvelados por su abuela. El viaje en el tiempo del protagonista para construir su identidad constituye también una sugerente inmersión en parte de la historia española del siglo xx.

Si en las otras novelas de Merino distintos objetos han alcanzado un valor simbólico primordial (el caldero, el cuadro), en esta también sobresale uno por encima de los demás: la casa de las muñecas. Esta miniatura se engrandece y representa todo un mundo de recuerdos, sentimientos y formas de vida que resultaron imprescindibles para los sucesivos dueños que la heredaron y conservaron con celo, pues aquellas habitaciones, puertas y ventanas les transportaban a «un mundo donde se podía hablar con libertad y había partidos y sindicatos y a nadie lo encarcelaban por sus ideas y la gente escogía a sus gobernantes votando, y Franco y los suyos no habían existido»50.

La historia de España más reciente tiene eco en La sima. Los atentados del día 11 de marzo de 2004 en Madrid y la posterior confrontación implantada en el escenario político del país fueron el detonante de esta obra, según comentó el autor51, que reflexiona sobre la tendencia fratricida existente, con peligrosa frecuencia, entre españoles. El yo narrador de Fidel es el punto de unión y en el que se entrecruzan motivos y temas recurrentes: el regreso a la infancia y la juventud en el pueblo de origen, a través de la memoria, para asir una identidad propia y desentrañar el suceso del que tuvo noticia siendo niño; la difuminación de fronteras entre sueño y vigilia; las relaciones entre historia y ficción; el enfrentamiento del tiempo cronológico al «no-humano»; la invisibilidad, por deseo propio o por enajenación; y la importancia de la escritura en el proceso de ordenamiento de las ideas y como terapia, no en vano el protagonista está redactando su tesis doctoral y un cuasi diario de su viaje al lugar originario que tiene como destinatarios, o narratarios52, al profesor Verástegui (director de su tesis), la doctora Valverde (su terapeuta) o don Cándido (el viejo maestro).

La urdimbre de la trama abarca la guerra civil española, las guerras carlistas, las luchas entre pizarristas y almagristas y también entre los distintos caudillos árabes en el suelo hispánico; por eso, al referirse a la actualidad, no extrañan sus alusiones a la historia más reciente y sus reflexiones sobre el comportamiento político nacional. No se trata solo de la sima de Montiecho, donde en el cosmos ficticio el abuelo ordenó arrojar a los represaliados durante la guerra civil, sino también de la «sima de los Cristinos», destino de los liberales fusilados por los carlistas —según investigaciones del protagonista—, e incluso de la «sima de los huesos» en la sierra de Atapuerca. La sima es símbolo de un lugar invisible, destino de aquellos cuya presencia resulta una ignominia para otros y, por eso, se les anula por completo. Anulación que encuentra correspondencia textual en la historia particular del personaje.

Novelas de la naturaleza

Podríamos considerar La sima, asimismo, dentro de este apartado por la relevancia de la hondonada en la trama. Esta fosa de la montaña leonesa asume una poderosa fuerza y así se describe desde el inicio: «[...] enorme concavidad, cuya entrada negra parece estar acechándonos como las fauces de un monstruo, al final del pequeño terraplén, allí donde resuena el eco de las piedras que estamos tirando». O pocas páginas adelante: «La sima sería una gruta, una cueva o caverna peculiar, de donde no se puede salir, no un lugar para la visita o el culto intermitente sino un punto definitivo, el de la llegada final, la frontera del mundo invisible»53.

El lugar sin culpa (2006) es la primera en la cronología de este ciclo. La naturaleza protagoniza la obra. El paisaje idílico es el trampolín para sumergirse en el olvido y en un microcosmos alejado de la angustia y de la culpa. A este fin contribuye la reiterada alusión a los cuentos de hadas. El bosque es una presencia constante para los personajes, se adentran en él, como los protagonistas infantiles, y en ese entorno mágico pretenden encontrar el talismán salvador. Los distintos parajes y las descripciones de senderos y flora autóctona dotan al espacio de un carácter bucólico, ideal para la disolución de los miedos. También contribuye a ello la inmensidad circundante de la isla que, contemplada desde algunos puntos, impulsa a la ensoñación y este estado tan particular del soñador lo pone «fuera del mundo próximo», apuntaba Gaston Bachelard54. En esta situación se vivencia la sensación de amparo.

La doctora Gracia es la protagonista que se ha refugiado en la isla de La Cabrera —aunque no se especifica nunca el nombre, se comprueba por la referencia a algunos datos históricos, además de la confirmación del autor— y este lugar supone un espacio privilegiado de cobijo para varios personajes, aquí encuentran el aislamiento y la intemporalidad para conseguir su meta, la ansiada desmemoria. La doctora huye de una realidad adversa: la desaparición de su hija y el enfrentamiento con su anciana madre demente. Sin embargo, un suceso imprevisto trastocará la aparente tranquilidad y actualizará angustias para ella y otros personajes, porque el pasado no se puede suprimir55.

El nombre de los personajes, denominados por su profesión o su descripción (la Rubia Cantinera, la Nena Enfurruñada, la Alegre Rosita, el Poeta Suicida, el Buen Marido o la Hermana Preferida), y la variedad de perspectivas narrativas subraya la condición experimental de esta novela corta. A una voz en tercera persona se yuxtaponen sin señales previas la primera, la segunda e incluso la primera del plural, que representa a la colectividad de los habitantes temporales del lugar; así se dota al relato de polifonía y de una visión múltiple y enriquecedora sobre los sucesos, porque al distanciamiento del narrador reflexivo le siguen, a veces de inmediato, la visión subjetiva de los distintos yoes o el desdoblamiento del tú indagando sobre su propio comportamiento.

El tiempo estructura la obra. Las secuencias se ordenan en franjas horarias que ocupan dos días completos. La similitud casi total entre el primer y el último fragmento otorga circularidad, sin embargo, se prevén cambios. El tiempo desempeña asimismo un papel primordial en la temática: el ser humano vive acosado por él, por ello, en realidad, los personajes buscan el no-tiempo, intentan alejarse de este constructo angustioso en un lugar paradisiaco. El cronotopo bajtiniano adquiere una dimensión relevante.

Mediada la novela afloran las motivaciones profundas de cada uno de los personajes para la búsqueda del destierro. A la huida familiar de Ángela Gracia se yuxtapone el drama de la muerte por sobredosis del hijo del Hombre de los Tesoros, el accidente mortal del amigo del Intrépido Buceador y el asesinato del Apuesto Oficial, entre otros. Todos guardaban un secreto y reprimían el sentimiento de culpa; la acumulación de historias ocultas redunda en el tema central del escape y de la culpabilidad.

Sobresale un marcado carácter oral en la novela. Los personajes necesitan contar sus experiencias. Los verbos dicendi se repiten y se refuerza el acto de narrar con modulaciones de la voz y gestos para impedir distracciones de los oyentes, porque el objetivo de cada uno de los hablantes es que su relato sea «escuchado y comprendido». Se busca la complicidad y el entendimiento de las situaciones: no se escatiman detalles para una verdadera escenificación.

La conclusión de la novela subraya la condición insólita de la anécdota central, porque resulta imposible discernir si la estancia de la doctora Gracia en la isla ha sido real o es producto de su imaginación. Incluso puede tratarse de una confusión entre sueño y vigilia, porque la consistencia de aquel se impone, a veces, en la fragilidad de esta. No en vano, en toda la narrativa del autor prevalece su interés en la difuminación de las fronteras entre ambos, además de entre realidad y ficción, vida y literatura.

El río de Edén (2012) es la tercera novela de este ciclo, con ella Merino obtuvo el Premio Nacional de Narrativa en 2013. Los parajes del parque natural del Alto Tajo, en concreto la Laguna Taravilla, constituyen el espacio del relato. Es un lugar mítico y de leyenda, entre otras, la protagonizada en el siglo viii por el rey visigodo don Rodrigo y el conde don Julián quien acudió acompañado de su hija Florinda. A esta fábula se refiere el narrador y recorre el texto, ya que, en ocasiones, atribuye el papel de traidora a su mujer y en otras lo acepta él mismo. También se transforma en un espacio mítico para la pareja protagonista, Daniel y Tere, es su jardín del Edén. El río adquiere categoría de personaje y simboliza su vida en común, iniciada en su primera excursión al lugar primigenio, alterado en el presente narrativo por la explotación turística.

La trama se sustenta en la caminata realizada por Daniel y su hijo Silvio, con síndrome de Down, para esparcir las cenizas de Tere. Durante el viaje, se rememora la historia conflictiva de la pareja —amor, traición y contrición— y, a la vez que se realiza un encuentro entre padre e hijo, se profundiza en el comportamiento de aquel. La perspectiva narrativa en segunda persona, la voz de Daniel mantenida a lo largo de toda la novela con una pericia insoslayable, es un tú autorreflexivo que va descubriendo y asumiendo el porqué de su conducta en todos esos años. La temática del doble, o del desdoblamiento, reiterada en la obra meriniana, se plasma aquí a través del protagonista: hay dos Danieles. Por otro lado, el motivo de la ciencia ficción, que forma parte del imaginario del autor, aparece de la mano de Silvio, obsesionado con los relatos de extraterrestres, afición compartida por su padre. La extraordinaria reducción temporal, cerca de veinticuatro horas, contribuye a la creación de una atmósfera dramática oportuna.

Sobresalen en esta novela los mandalas que inician cada capítulo, una serie de dibujos de laberintos realizados por Tere. Todos ellos son simbólicos y aluden al dédalo existencial donde tantas veces se perdió Daniel, aunque estuvieran dibujados por ella. Imágenes y texto se combinan y forman una singular manifestación artística, al igual que sucedía en Cuentos del libro de la noche (2005) donde a cada minicuento acompañaba un dibujo. Subrayamos, a su vez, la referencia intratextual (complicidad con el lector) a la protagonista de El lugar sin culpa con una sucinta alusión: «[...] otra tía bióloga, que pasaba temporadas investigando en la isla de Cabrera»56.

Novelas recientes

Musa Décima (2016) y La novela posible (2022) son, hasta el momento, los últimos títulos dentro del género. Son obras donde historia y ficción se entretejen, una vez más, pues dos figuras reales, la filósofa Oliva Sabuco de Nantes Barrera y la pintora italiana Sofonisba Anguissola, se convierten en foco narrativo. Novelas protagonizadas por mujeres podría titular este apartado, asimismo, pues destacan el papel de mujeres silenciadas u olvidadas en la historia y tendría cabida también Las visiones de Lucrecia. Las secciones del presente estudio tienen una finalidad estructural, pero no son de ningún modo estancas, pues resalta la transversalidad. El interés del autor por los siglos xvi y xvii españoles se evidencia desde Las crónicas mestizas.

Combina Musa Décima tres hilos narrativos: el trabajo de Rai vinculado a un negocio de su empresa en Panamá y su pasión por la novela gráfica —se incluyen viñetas dibujadas por él—; la intención de su madre Berta de escribir un ensayo biográfico sobre doña Oliva Sabuco, artífice del innovador libro Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, publicado en 1587, cuya autoría se puso en duda posteriormente por su propio padre en su afán de protección; y la determinación de la escritora Marina de publicar una novela histórica sobre la filósofa, impulsada por el entusiasmo de Berta hacia ella. Se construye así una trama donde sobresalen reflexiones metaliterarias y se produce, en la conclusión, una duplicación interior. La novela de Marina se titulará La décima Musa o Musa Décima e incorporará al final un cómic de Rai.

Destaca, una vez más, la intertextualidad. Don Quijote, El gran teatro del mundo, Teatro crítico universal o Little Nemo in Slumberland son referencias que subrayan la importancia de la literatura en la vida. En este sentido, se enfatiza la visión precursora de doña Oliva: «La imaginación es un afecto muy fuerte y de grande eficacia». Pensamiento que corrobora el narrador focalizado en Berta cuando afirma que «[...] la imaginación y la vida comprenden una inextricable aleación en la que el tiempo es solo un espejismo determinado por el juego del olvido y la memoria»57.

La novela posible conjuga una novela histórica (la biografía de Sofonisba Anguissola), una autoficción (notas del confinamiento, desde el 11 de abril de 2020 hasta el 23 de mayo) y una última sección, «Terapia de Tere», que es un relato sentimental a modo de diario anárquico del personaje. Están entrelazadas por la figura de la pintora. Los veintiún capítulos (se menciona el hexagrama 21 del I Ching, línea esotérica con la que juega el autor) responden a una estructura bien determinada: alternancia de las tres líneas narrativas interrelacionadas a través de la figura de Sofonisba, cada una —según el tipo de texto— con una perspectiva diferente de tercera, primera y segunda personas. Este último punto de vista, utilizado por Merino en otras ocasiones, aparece en los capítulos «Terapia de Tere» y es un desdoblamiento reflexivo del yo que produce una misteriosa lejanía plagada de sugerencias para el lector.

Se reproducen en el libro los cuadros de Sofonisba Anguissola mencionados en la ficción biográfica. La écfrasis relaciona de forma exquisita la descripción narrativa y las imágenes, así el lector afronta un «lenguaje visible», expresión acuñada por W. J. T. Mitchell en Picture Theory (1994), que implica el discurso de la pintura y de la visión en nuestra interpretación de la expresión verbal. En base a esta estrecha conexión, transferimos a la literatura la afirmación que la ficción atribuye a Anton Van Dyck: «La pintura no solo interpreta la realidad sino que la fija»58.

La ambigüedad entre el pacto autobiográfico y el novelesco, característica de la autoficción, se comprueba en el relato de los casi dos meses de confinamiento, con detalles de la evolución de la pandemia, referencias al enfrentamiento entre los partidos políticos, vivencias familiares y actividades profesionales del escritor, entre otros asuntos. La intertextualidad sobresale en este ámbito con interesantes alusiones a la obra cervantina, galdosiana y a novelas emblemáticas de ciencia ficción —El sol desnudo, de Isaac Asimov, por ejemplo—. A raíz de este título, es plausible declarar que la literatura se adelanta a la realidad. Por otro lado, en el ámbito metaliterario, se encuadran varios microrrelatos muy sugerentes, producto del autor ficcionalizado, donde predomina una fantasía liberadora y subversiva.

El personaje pintor de los capítulos de la tercera línea, ególatra y cínico, constituye otro genuino engarce —al contrastarlo con la famosa pintora— entre las tres esferas narrativas. En la historia sentimental protagonizada por él y Tere se entrecruza, asimismo, la experiencia pandémica y se incorpora, por tanto, una nueva perspectiva. La tríada ficcional se complementa y unifica en esta novela que versa sobre el pasado y el presente, sobre aspiraciones y desengaños de los seres humanos en cualquier época, sobre felicidad y desgracia, miedos y valentía, sobre pandemia y normalidad.

Otros parajes novelescos

Una aproximación a la infancia se presenta en Intramuros (1998), publicado en la primorosa colección Los libros de la Candamia de la editorial leonesa Edilesa. El viaje al tiempo y al espacio infantil lo realiza el narrador adulto, desde la perspectiva de la segunda persona, a través de una continua analepsis. Se conjugan en este libro la autobiografía, el libro de memorias, los recuerdos, y como elemento aglutinador una mirada poética sobre ese mundo en clara simbiosis con el sujeto que habita la rememoración, así se comprueba desde el comienzo: «Eres esta ciudad que, cuando luce el sol, se lame la piel de las calles, las largas orillas erizadas de chopos»; y algo más adelante: «Tú eres un viajero antiguo que, intramuros de la ciudad primera, regresa a la casa originaria, buscando descubrir ciertas huellas con el mismo afán esperanzado de los arqueólogos»59.

Frente a la imagen del niño que fue, la voz narradora recorre un itinerario por calles y plazas, por lugares de carácter rural, por espacios públicos o privados, por iglesias o mercados; en ocasiones de la mano de su madre, otras veces con familiares y amigos, descubriendo todo lo que sus sentidos son capaces de aprehender: sonidos, colores, olores, movimientos, símbolos. Imaginación y recuerdo se combinan para recuperar las figuras queridas, las lecturas, los paisajes y los primeros sentimientos. Sin embargo, en este largo paseo por la ciudad de León y por ese tiempo condensado no predomina un tono nostálgico o de pérdida, muy por el contrario, predomina la frescura que invadía la percepción infantil y es, sin duda, uno de los grandes aciertos del texto60. Las diversas fotografías que se incluyen en el volumen: de la ciudad, del autor con su hermano, de su madre, del abuelo, de sus zapatos, contribuyen a enfatizar el carácter autobiográfico de la obra.

Dos temas recurrentes en la narrativa meriniana, la cualidad fantástica de la realidad y la metaliteratura, configuran la trama de Los invisibles (2000). Organizada en tres grandes partes: «La historia que contó Adrián», «Ni novela ni nivola» y «El mensaje», la primera es la más extensa y en ella se produce el episodio fantástico, la invisibilidad del protagonista al tocar una flor la noche de San Juan. En la segunda, de filiación unamuniana como indica el título, el autor dialogará con el personaje, que le insiste para que escriba su experiencia y pueda llegar a los destinatarios que pretende. En esta secuencia abundan las reflexiones metafictivas, relacionadas tanto con las distintas técnicas narrativas como con las condiciones necesarias para que el hecho literario tenga su propia entidad61. Al comparar la realidad con la ficción el narrador-escritor admite que aquella puede aceptar más anomalías que esta y que si consigue tolerarlas se debe a la pericia de la escritura. Esta novela supone un paso más allá en las relaciones entre vida y literatura, pues, como se ha notado, «no se trata ya de suplantar la vida por la ficción, sino de convertir la realidad de la vida en una ficción imaginaria»62.

Las cinco páginas que forman la última parte intentan persuadir al lector de que no tiene entre sus manos una obra ficticia; se ahonda, por tanto, en el juego metaliterario. Pero de mayor interés resulta el énfasis final en una posible interpretación de la invisibilidad con un carácter ideológico. Ya se había aludido a esta perspectiva al hablar del dictador chileno Pinochet, visto por el narrador en las noticias televisivas, o al referirse a los campos de exterminio nazis, no visibles para los que no querían verlo, ahora las escenas de los bombardeos sobre Yugoslavia y de los fugitivos de Kosovo subrayan la realidad de multitudes invisibles63. No es la primera vez que, desde una estética fantástica, el autor leonés reflexiona sobre la actitud del ser humano en el mundo actual. En «Imposibilidad de la memoria», cuento magistral incluido en esta antología, la invisibilidad del protagonista está en estrecha relación con la pérdida de su identidad, consecuencia última del olvido de sus convicciones e ideales.

La media distancia

El eminente profesor y crítico Mariano Baquero Goyanes comparaba la novela con una sinfonía, el cuento con una vibración y la novela corta con una vibración más sostenida64. Analogía perspicaz. También lo resulta la efectuada por José María Merino, además de escritor excelente teórico del género breve, cuando asocia la novela a un viaje a tierras lejanas, donde parece lógico realizar excursiones varias y se aceptan desvíos de la ruta; sin embargo, la narrativa breve exige, a su juicio, «un viaje al centro» sin demoras ni distracciones. Al contrastar la novela larga y la corta, Merino asegura que en esta deben ser eliminados los intermedios, los pasadizos y las zonas de transición pues su forma «viene determinada por la síntesis y la aceptación de las restricciones como valores en sí mismos»65.

En Cuatro nocturnos (1999) reunió las nouvelles «El hechizo de Iris», «La Dama de Urz», «El mar interior» y «El misterio Vallota». El uso del apelativo musical en el título sirve de elemento unificador y apunta al ámbito de lo inconsciente y de la pasividad —relacionada con la noche—, presentes en las cuatro obras66. La cita de Hoffmann que enmarca estas historias, «Es el fantasma de nuestro propio yo, cuyo íntimo parentesco y cuya profunda influencia nos arroja al infierno o nos lleva al cielo», trasluce los motivos que se convertirán en focos temáticos: el doble y la identidad. La duplicidad se manifiesta de diferentes maneras en todas las ficciones, bien sea a través de suplantaciones, proyecciones, desdoblamientos, escisiones o la creación de otros, dentro de uno mismo o en el exterior. Consecuencia directa de las duplicaciones, o, por el contrario, causa de ellas es la falta de identidad que acucia a todos los protagonistas. Eduardo Souto, personaje meriniano celebrado, reaparece en «La Dama de Urz», dando oportunidad a los seguidores de la narrativa del escritor de que lo reconozcan en su idiosincrasia, y a los nuevos, mediante una presentación resumida plena de connotaciones, que entren en contacto con su singular forma de ser67. Novedosa es, sin embargo, la figura de Soutín, aparición exclusiva en esta nouvelle, quien se define como alter ego del profesor, la parte cuerda de sí mismo que siempre permaneció en su consciencia y le había ayudado a no sucumbir en el delirio. Desbancado durante la mayor parte de la historia, su desaparición del escenario posibilita la anécdota de la usurpación protagonizada por Souto.

Después de la novela corta El lugar sin culpa, comentada en un apartado anterior, publicó Las antiparras del poeta burlón (2010) en la colección juvenil Las Tres Edades de la editorial Siruela, con ilustraciones de Fabio Marras. Se trata de una historia ingeniosa en la que un poeta reconocido rememora su juventud y la poderosa influencia que ejerció en él la poesía satírica de Francisco de Quevedo. De divertimento, la calificó el propio autor, y es un homenaje al escritor del Siglo de Oro.

Dobles (2020) agrupa tres nouvelles: «El hechizo de Iris», «El misterio Vallota» y «El regreso del cometa». Este género resulta muy adecuado para lo fantástico y lo misterioso, dada la premisa que supone, señalada ya por Goethe y otros teóricos alemanes, de narrar un acontecimiento inusual o insólito, de tratar un tema punzante. Lo es el caso de reconocer a otro ser oculto dentro de nosotros que llega a dominarnos, la usurpación de la personalidad o la panspermia, asuntos abordados en los respectivos relatos. El juego con los personajes efectuado en cada historia concentra a la perfección el doble efecto de intensidad y expansión característicos de la novela corta.

Ensayos y otras obras

Abundan los artículos y ensayos escritos por el autor a lo largo del tiempo. En Silva leonesa (1998) reunió los publicados en una franja temporal de veinte años, cuyo único punto de unión radica en su sedimento leonés. Son colaboraciones aparecidas en periódicos y revistas sobre temas diversos: de historias y leyendas, de espacios y regiones, de personas y libros, de tradiciones populares. Condición diferente tiene Ficción continua (2004), conjunto de ensayos que reflexionan, desde distintos puntos de vista, sobre el hecho literario. Desde su perspectiva de lector y narrador aborda en una primera instancia, con sabiduría y experiencia, el tema de la creación ficticia para dar paso, en segundo lugar, al análisis de obras de algunos autores. Desfilan por estas páginas escritores españoles y extranjeros, cuentistas, novelistas, artistas del cómic y adaptadores de novelas al cine; son aproximaciones realizadas siempre con una mirada aguda.

Ficción perpetua (2014) es en cierto modo una continuación del volumen anterior. Dividida en dos secciones, «En el país de todos los libros» y «De autores y obras», recoge conferencias y ensayos escritos hasta esa fecha, por una parte, y por otra, reseñas y artículos publicados en revistas literarias. La original estructura de «Diez jornadas en la isla», que inicia el libro, le permite adentrarse en lecturas que le han acompañado siempre, entre ellas, destaca enciclopedias, Don Quijote, poesía y prosa romántica, Las mil y una noche, Rojo y negro de Stendhal o La montaña mágica de Mann, así como novelas de los autores existencialistas o del boom latinoamericano. Obras de Carlos García Gual, Menéndez Pelayo, Jan Potocki, Antón Chéjov, Edmundo de Amicis, Álvaro Cunqueiro o David Lagmanovich, por dar ejemplos, son analizadas en las recensiones del segundo grupo.

Una interesante entrevista al autor inaugura Fulgores de ficción (2016), precedida por el concienzudo prólogo de Ana Merino. En el apartado titulado «Miradas», se aproxima nuevamente al Quijote para desentrañar algunos aspectos obsesionantes: la perspectiva narrativa, el apócrifo, la metaliteratura y el doble. Además, enfoca la obra de Max Aub, la versión teatral del Viaje del Parnaso, una pintura de Mattia Preti y la película Dogville de Lars von Trier. Prólogos y otros escritos constituyen la sección última, denominada pertinentemente «Abecedario de lecturas dispersas», donde fluyen textos sobre el cuento.

La razonable extensión de esta introducción no permite detenernos en cada libro de Merino, pero sí es oportuno efectuar una breve referencia a la mayoría. Destaca Los trenes del verano/No soy un libro (1992, Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil). La escritura y la lectura cobran significación en esta novela, que instaura la posibilidad de universos paralelos y propone la esfera de la ficción como vía de salvación en la existencia humana. El interés del autor en el ámbito de la literatura infantil y juvenil ha dado otros frutos: La edad de la aventura (1995), El cuaderno de hojas blancas (1996), Regreso al cuaderno de hojas blancas (1997), Adiós al cuaderno de hojas blancas (1998), Los narradores cautivos (1999, en colaboración con Antonio Martínez Menchén y Jesús F. Martínez), Las mascotas del mundo transparente (2014), El carbón de los Reyes Magos (2018) y En el país de Lindabrina y Ratón Pérez (2023).

Una pieza singular en su producción es Tres semanas de mal dormir (2006). Subtitulado Diario nocturno, da cuenta en él de su experiencia como insomne. El impulso para escribirlo surgió de una colaboración periodística y, con posterioridad, lo amplió. La dualidad sueño-vigilia recorre su obra, por eso, el libro redunda en su predilección temática e integra sugestivas reflexiones:

[...] los sueños, por muy extraños, inquietantes y hasta terroríficos que puedan ser, completan mi vida de cada día: aunque no pueda comprender cuál es su clave o su disfraz, y al traducirlos a las convenciones del discurso racional pierda o tergiverse acaso sus partes sustantivas, creo que no son menos certeros que los actos y sucesos de la vigilia. Y lo más interesante de ellos, a mi entender, es que proporcionan una sensación de literatura vivida, literatura que se nos incorpora de forma misteriosa para convertirse en vida misma68.

De su fascinación por nuestra tradición literaria resultó el volumen Leyendas españolas de todos los tiempos. Una memoria soñada (2000), en donde recupera el rico patrimonio de lo legendario con la inclusión de casi doscientas leyendas, definidas como «la memoria desde la intuición y el sueño», memoria soñada que contribuye a que la historia sea entendida en su totalidad69. El libro abarca una amplia gama de contenidos inscritos en lo mítico, lo histórico, lo mágico, lo tenebroso, lo religioso o lo fabuloso. Por otro lado, en 2016 publicó una versión en español actual de Calila y Dimna, obra a la que atribuye una asombrosa modernidad. Se basó, sobre todo, en la edición de la Real Academia Española aparecida en su Biblioteca Selecta de Clásicos Españoles e incluyó más de cien reproducciones de grabados.

Mención especial merece A través del Quijote (2019), volumen que supone un recorrido del autor a la admirada novela cervantina, acompañado en su travesía por su célebre personaje Eduardo Souto y su compañera Celina Vallejo. Transita Merino los parajes y espacios quijotescos y se vale de ensayos, cuentos y minificciones propios para recrear su personal lectura. Incorpora también excelentes réplicas de grabados y dibujos sobre la obra de artistas desde el siglo xvii al xxi; esta publicación es un objeto artístico.

Mundos mínimos

Días imaginarios