De otro mundo - Carla Cassidy - E-Book

De otro mundo E-Book

Carla Cassidy

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Beschreibung

Tú eres lo que estaba buscando. La tímida doctora Phoebe Jones se ruborizó al oír decir esas palabras al detective Kevin Cartwright, un hombre muy sexy. Pero cuando el guapísimo ex policía le explicó que ella era una de los cuatro hermanos que debía localizar, estuvo a punto de derrumbarse en sus fuertes brazos. Sí, había alguien más tras los pasos de la bella doctora y del valioso collar que era la respuesta a todas las incógnitas de su pasado. Poco después Kevin y ella estaban haciéndose pasar por amantes y viajando hacia el océano en busca de la verdad, y el modo en el que Phoebe reaccionaba ante aquellos besos impostados era todo menos fingido; era tan real como su deseo por oír a aquel soltero empedernido decirle las más maravillosas palabras de amor...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

De otro mundo, n.º 1761 - julio 2014

Título original: More Than Meets the Eye

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4693-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Aquello podía ser otra falsa alarma.

Mientras cruzaba las puertas del City Memorial Hospital, Kevin Cartwright temía que así fuera.

Tras tres años de falsas esperanzas y decepciones, no esperaba que fuera a ser diferente aquella vez. Sin embargo, la había visto en la televisión y había ido a comprobar si era ella.

–Tengo cita con la doctora Phoebe Jones –le dijo al recepcionista.

–Cuarta planta –le contestó–. Tome el ascensor y pregunte a las enfermeras de arriba.

Kevin ahogó un bostezo en el ascensor. Era solo mediodía, pero él ya se había tragado cinco horas de avión. Por lo visto, la doctora solo recibía a esas horas y no había tenido más remedio que tomar un vuelo muy temprano para llegar a tiempo desde el sur de California a Kansas City.

Intentó hacer caso omiso del olor a antisépticos, ese olor característico de los hospitales, que solo le evocaba recuerdos de dolor y miedo.

«No lo pienses», se dijo. No quería recordar cosas que habían pasado hacía tanto tiempo.

Una enfermera lo condujo a la consulta de la doctora Jones. Era una habitación pequeña, con una mesa, dos sillas y muchos libros. Sobre la mesa, había un ordenador y una agenda.

Nada personal, ni fotos ni nada. Nada que indicara cómo era la mujer que ocupaba aquel lugar.

Los recuerdos volvieron a asaltarlo. Hasta allí llegaba el mismo olor que en los pasillos. Hacía cinco años que no entraba en un hospital, pero los recuerdos seguían allí con la misma fuerza.

Los apartó y se dijo que debía concentrarse en lo que tenía entre manos. Mientras se sentaba, se dijo que tenía que ser ella.

Sintió la adrenalina al pensar que, por fin, tras tres años de búsqueda, podría haber encontrado a una de las personas que le habían encargado buscar.

–Buenas tardes –lo saludó una suave voz femenina desde la puerta.

Segundos después, la tenía ante él.

–Hola –contestó levantándose.

Sintió que se le aceleraba el pulso al mirarla.

Se dijo que no era porque fuera una mujer muy guapa, sino porque podía estar ante el principio del fin de aquel caso, el más difícil de su carrera.

Aun así, tuvo que reconocer que era guapa.

–Soy la doctora Jones –se presentó haciéndole un gesto para que se sentara–. Supongo que usted es Kevin Cartwright.

–Sí, exacto –contestó Kevin.

No le veía el collar. Llevaba un jersey de cuello vuelto que le impedía ver el objeto por el que estaba allí.

–¿En qué lo puedo ayudar, señor Cartwright? –le preguntó consultando la agenda–. Según mi secretaria, insistió usted mucho en verme hoy sin falta, pero no indicó para qué –añadió retirándose de la cara un mechón de pelo del color de la miel–. Si trabaja usted para algún laboratorio, déjeme decirle que yo no me encargo de hacer los pedidos y que está usted perdiendo el tiempo.

–No, no trabajo para un laboratorio. En las noticias de ayer, vi al niño al que le reimplantó su equipo el brazo tras el accidente con la segadora.

La doctora asintió.

–Michael se portó fenomenal y la operación salió muy bien.

–Parecía un chico muy valiente.

–Lo es –sonrió ella.

Ante aquella sonrisa, Kevin sintió como un golpe en la boca del estómago.

–Es usted más guapa al natural –le dijo sin poder evitarlo.

No debería haberlo dicho, pero ya no había remedio. Era lo que había pensado desde que la había visto. Era más delgada y sus ojos, más verdes.

–¿Qué quiere, señor Cartwright? –le dijo dejando de sonreír y mirando el reloj–. Tengo quirófano en quince minutos.

–Creo que es usted la mujer que estoy buscando.

–¿Una nueva táctica para ligar? –le preguntó muy seria descolgando el teléfono.

Kevin se dio cuenta de que, en pocos minutos, llegarían los agentes de seguridad y lo echarían del edificio.

–¡Claro que no! –le contestó intentando excusarse por cómo hubiera podido sonar–. Perdón, me he explicado mal. Quería decir que creo que podría ser usted una de las cuatro personas que llevo tres años buscando. Soy detective privado, doctora Jones. Hace tres años, un hombre me contrató para que encontrara a sus cuatro hijos.

–¿A sus hijos?

Por primera vez desde su llegada, había conseguido despertar su interés.

–Sí, tres hijas y un hijo.

–¿Y cree que yo podría ser uno de ellos? –le preguntó arrellanándose en su butaca.

–Sí, creo que sí. Sé que se llama Phoebe.

También le habían dicho que era probable que los cuatro vivieran cerca del mar; Kansas City no puede estar más lejos de la costa.

La mujer lo miró con el ceño fruncido.

–Hay muchas mujeres que se llaman Phoebe. Tal vez, cientos… o miles… –dijo volviendo a mirar la hora–. Ahora no tengo tiempo –añadió levantándose.

Kevin hizo lo mismo. No le había dado tiempo de preguntarle por el collar, la pieza clave que le diría si era aquella la Phoebe que buscaba o no.

–¿Podríamos quedar esta tarde para seguir hablando? –sugirió.

La vio dudar.

–En un sitio concurrido. Si cree que le hago perder el tiempo, se podrá ir tranquilamente –insistió.

–Muy bien –contestó mirando de nuevo el reloj–. A las siete en Myrtle’s, un café que hay aquí al lado.

–¿Cuál es la dirección?

La doctora sonrió con malicia.

–Si es usted detective privado, señor Cartwright, seguro que lo encuentra sin problema –contestó saliendo por la puerta.

Kevin se quedó mirándola y tocó la pepita de oro que llevaba en el bolsillo, el último pago que le habían hecho por aquel caso.

Salió del hospital y tomó aire con ansia para borrar el olor del interior.

Mientras cruzaba el aparcamiento en dirección al coche que había alquilado, pensó en el hombre que se la había dado.

Loucan. Un nombre extraño para un tipo extraño. Al principio, cuando lo había llamado para buscar a sus cuatro hijos, le había parecido normal.

No era la primera vez que lo contrataban para algo así. Sin embargo, aquel caso había sido extraño desde el primer día. La primera vez que había visto a Loucan había sido en los muelles de Santa Bárbara.

Loucan lo había contratado y le había pagado con perlas de altísima calidad. Desde entonces, se habían visto muchas veces y siempre le había pagado con perlas, monedas de oro antiguas o pepitas de oro.

Como policía que había sido, Kevin olió misterio, pero no había conseguido saber qué pasaba allí. Si Phoebe Jones tenía el collar que él creía que tenía, era parte del rompecabezas.

De momento, tenía que desentrañar otro misterio: ¿dónde estaba el café Myrtle’s?

Phoebe se metió bajo la ducha con la esperanza de restablecerse un poco; estaba agotada.

Había empezado el día, que había sido de locos, con una operación de apendicitis urgente a las cinco de la mañana.

No había suficientes equipos, ni médicos, ni enfermeras para la cantidad de urgencias que debían atender y, además, aquel trabajo no estaba bien pagado. Menos mal que siempre le quedaba la satisfacción que reportaba ayudar a los demás.

Salió de la ducha y se secó mientras pensaba en el hombre que había ido a verla.

Kevin Cartwright. Qué guapo era aquel tipo de pelo castaño y ojos azules. Se había sentido atraída por él al instante.

Pensándolo bien, no sabía si había sido él o lo que le había dicho.

Familia. ¿De verdad tenía parientes en algún lugar? Había perdido las esperanzas hacía mucho tiempo.

Y, de repente, aparecía un desconocido en su consulta y le hablaba de hijos, hermanas y hermanos. Qué maravilla.

Se vistió con esmero mientras intentaba apartar la posibilidad de su mente. No quería hacerse ilusiones. Se peinó rápidamente, se puso un toque de rosa en los labios, agarró el bolso y salió.

A las siete menos cuarto, llegó a Myrtle’s y se sentó en la mesa de la ventana, como siempre. Así podría ver llegar a Kevin.

–Hola, doctora Jones –la saludó Camilla sonriendo mientras le servía un vaso de té con hielo–. ¿Lo de siempre?

–Sí, pero ¿le importaría esperar? Estoy esperando a una persona.

–¿Una persona de sexo masculino? –preguntó la mujer con una ceja enarcada.

–Sí, pero no es lo que usted cree –se apresuró a aclararle Phoebe.

–Nunca es lo que yo creo y no me parece bien. Una mujer joven y guapa como usted no debería cenar sola todas las noches.

Phoebe sonrió.

–Camilla, llego tan cansada que no sería buena compañía para nadie.

–Se subestima usted, doctora –dijo la mujer yendo hacia otra mesa.

Phoebe bebió un poco de té mientras miraba por la ventana. Camilla siempre le estaba insistiendo para que encarrilara su vida. Aquella mujer no entendía que Phoebe tenía su vida más que encarrilada, en torno al trabajo, por supuesto.

Ya había tenido una vida suficientemente movida hasta los dieciocho años.

Al ver a Kevin avanzar por la acera, no pudo evitar que se le acelerara el pulso. Lo observó cruzar la calle y se fijó en cómo andaba.

Era alto, delgado y fuerte. Llevaba unos vaqueros y un polo que le quedaban de maravilla.

Lo vio pasarse la mano por el pelo justo cuando iba a entrar, como si quisiera estar bien.

Sin pensarlo, ella hizo lo mismo. Al darse cuenta de lo que estaba haciendo, paró inmediatamente.

Aquello no era una cita.

Kevin entró y cruzó el local con una energía que lo envolvía todo. Era algo electrizante.. Ya lo había notado en su consulta.

Miró a su alrededor y sonrió al verla. Tenía una sonrisa arrebatadora, que lo convertía en un diablo de lo más sensual.

–Veo que lo ha encontrado –le dijo mientras él se sentaba enfrente.

–Sí, soy un buen detective –sonrió.

En ese momento, llegó Camilla.

–Buenas noches –dijo mirando a Phoebe como dándole el visto bueno–. Hoy tenemos carne asada y pollo a la barbacoa.

Kevin se quedó mirando a Phoebe.

–Yo ya he pedido –le dijo ella.

–Siempre come lo mismo –apuntó Camilla.

–Hamburguesa con queso y patatas –dijo Kevin–. Y un café.

Cuando Camilla se fue, se quedó mirando a Phoebe sin decir nada. Phoebe tomó el vaso de té y bebió. Tenía la boca seca y se dio cuenta de que se había puesto nerviosa.

Se dijo que no tenía nada que ver con Kevin, sino con la información de la que era portador.

Dejó el vaso sobre la mesa y lo miró.

–Muy bien, señor Cartwright, dígame lo que desea de mí.

–Por favor, llámeme Kevin –contestó él echándose hacia atrás y mirándola fijamente.

Phoebe se sonrojó levemente.

–Es usted muy guapa –apuntó.

–¿Es usted siempre así de directo? –dijo Phoebe enrojeciendo por completo.

Kevin sonrió abiertamente.

–Sí, pero le pido perdón por incomodarla.

Phoebe asintió molesta.

–Señor Cartwright, soy una mujer muy ocupada y no tengo tiempo para tonterías. Me ha dicho antes que lo habían contratado para encontrar a una mujer llamada Phoebe. ¿Qué lo hace pensar que soy yo?

Kevin se encogió de hombros.

–La vi en la tele y pensé que tiene usted la edad de la mujer que busco.

–Tengo más o menos veintisiete años.

–¿Más o menos veintisiete? –repitió él enarcando una ceja.

En ese momento, llegó Camilla con la ensalada y la sopa para Phoebe y la hamburguesa para él.

–Ha dicho que tenía más o menos veintisiete –le recordó cuando la camarera se hubo ido.

Phoebe asintió.

–Me crié en un orfanato y no tengo certificado de nacimiento –le explicó–. Me dijeron que tenía unos dos años cuando me dejaron allí.

–¿En el orfanato? –preguntó Kevin dándole un mordisco a la hamburguesa.

–Sí, bueno, no. Me dejaron en un hospital, muy enferma. La mujer que me acompañaba también llegó muy enferma. De hecho, murió. Nunca la pudieron identificar –contestó mirando con tristeza la sopa de verduras.

–¿No sabe si se llamaba Trealla? –le dijo Kevin echándose hacia delante.

–Trealla… –repitió ella. No lo había oído nunca, pero aquel nombre le sonaba–. No lo sé… No recuerdo nada de cuando era pequeña.

Kevin se metió una patata frita en la boca y se quedó mirándola de nuevo.

–Hay una forma de saber si es usted la mujer que busco.

–¿Cuál es?

Kevin se sacó del bolsillo un papel.

–La mujer que busco tiene un metal así –le dijo mostrándole el papel.

Phoebe lo tomó con manos temblorosas y lo miró. Tenía forma de un cuarto de tarta y estaba ricamente tallado. Lo conocía tan bien como los latidos de su corazón.

Automáticamente, se llevó la mano al pecho y tocó el amuleto de plata que colgaba de su cuello.

Se lo sacó y se lo mostró.

–Soy la mujer que buscas, Kevin –le dijo.

Capítulo 2

Kevin comparó la pieza del papel con la que tenía ante sus ojos y se puso nervioso. Eran exactamente iguales.

La había encontrado. Después de tantos años buscando, de tantas decepciones, por fin había encontrado a una de las cuatro personas que andaba buscando.

–Tenemos que irnos a California –dijo agarrándole las manos a Phoebe.

–Bueno… un momento… –contestó ella apartando las manos y bajando la mirada–. Perdona –añadió al volverlo a mirar, con lágrimas en los ojos–. Hace tiempo que había tirado la toalla. Creía que estaba sola en el mundo. Me da miedo hacerme ilusiones.

Kevin sintió el ridículo deseo de abrazarla y de asegurarle que nunca volvería a estar sola.

Siempre se había sentido protector con las mujeres desvalidas.

Sin embargo, había vuelto al hospital aquella misma tarde para investigar un poco y, por lo que había averiguado, la doctora Phoebe Jones parecía todo menos una mujer desvalida.

Una profesional solitaria, seria, brusca, dedicada en cuerpo y alma a su trabajo… Así la habían descrito sus compañeros. No la debían de haber visto nunca como él la estaba viendo en aquellos momentos.

–Me parece una postura inteligente –le dijo–. Te he encontrado a ti, pero no a los otros tres.

Phoebe apartó la ensalada a medio comer.

–Háblame del hombre que te contrató. ¿Es mi padre?

Lo miraba con ojos implorantes. Kevin hubiera deseado poder decirle que sí, pero no era así.

–No, Loucan es demasiado joven. Debe de tener mi edad. Unos treinta y cuatro –contestó.

–¿Loucan qué más?