De profesión, hermana pobre - Valentín Redondo Fuentes - E-Book

De profesión, hermana pobre E-Book

Valentín Redondo Fuentes

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Beschreibung

Mediante esta ficción autobiográfica, el hermano Valentín Redondo se pone en la piel de santa Clara para presentarnos su vida, sus pensamientos, su legado y su testimonio. Basándose en una amplia bibliografía, y documentando su contexto histórico, sus relaciones con su familia, sus encuentros con san Francisco, incluso su muerte y su canonización, descubrimos en Clara de Asís a una mujer sincera, humilde y pobre, de gran riqueza espiritual, que continúa siendo un faro de fe y esperanza en el mundo actual.

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Presentación

¡Paz y bien!

Clara, mujer enamorada de Cristo Eucaristía, Pan Vivo, que se parte y reparte para dar vida al mundo.

Clara, nuestra protagonista, recibe el regalo de una vocación realmente maravillosa. Ella, desde su pequeño convento de San Damián (en Asís, Italia), se va a transformar en faro que ilumina y orienta el camino de tantos hombres y mujeres que caminan en oscuridad y tinieblas.

Ella permanece en lo escondido de su convento, pero su Luz, que es la Luz del Amor de Dios, se extiende hasta los confines del mundo.

Clara de Asís es una mujer fuerte y valiente, que confía plenamente en el Señor, el cual la ha llamado para dar vida a un nuevo modo de consagración en la Iglesia. Sus dos pilares van a ser: la «fraternidad» y el «sin propio» (pobreza evangélica).

Para Clara, la fraternidad es un regalo de Dios. Ella y sus hermanas han sido llamadas a vivir una misma fidelidad, fe, que no es otra que la del Evangelio, compartiendo el mismo pan y celebrando los mismos misterios.

Amigos: ¡Es posible vivir como hermanos; es posible, porque somos hijos de un mismo Padre; es posible, porque la fuerza de Dios habita en nosotros, a través de la Eucaristía, la oración, el resto de sacramentos...!

Clara y sus hermanas formaron una preciosa fraternidad, en la que solo se pensaba en el bien de la otra; pues cuando el hermano es feliz, tú eres feliz. Cuando sembramos paz y bien, cosechamos paz y bien en abundancia.

Pero, no solamente se pensaba en el bien de la hermana que se tenía al lado, pues la fraternidad de Clara nunca estará encerrada en sí misma, sino que vive en medio del mundo anunciando el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Abiertas para ofrecer lo que tienen. Con una llamada universal que anhela que todos los hombres vivan en el mismo amor de Cristo, compartan pan y Eucaristía y sean ya, aquí en la tierra, esa señal de la presencia del reino de Dios en el mundo.

Dice Jesús en el evangelio que el reino de los cielos se parece a una semilla de mostaza; que, siendo la más pequeña de todas, enterrada en el surco, da como fruto un árbol grande en el que anidan los pájaros.

La vida de Clara es pequeña y pobre, como la semilla de mostaza, pero desde lo escondido, desde lo que aparentemente no se ve, da fruto abundante. Es el mismo Francisco quien ayuda a Clara a descubrir el gran tesoro de la pobreza. A ver el vacío de todas las cosas, para colmar el alma solo de Dios. Clara, a lo largo de su existencia, no trata solo de optar por una vida en pobreza, pretende custodiar y defender este estilo de vida, que le permite vivir teniendo como única riqueza a Cristo, pobre y crucificado por nuestro amor. Para ella, la pobreza no era solo renunciar a las cosas de este mundo, sino amar a Jesucristo. En sí, nada puede alejarla de ese amor a su Señor.

El fruto de la vida evangélica de Clara es la fuerza del Amor de Dios, la oración que se extiende por toda la faz de la tierra y fecunda y consuela el corazón de todos los hombres. Muchos y diversos son los servicios que debe realizar la Iglesia como respuesta a las necesidades de los hombres. Sobre Clara, podemos decir que entra en el servicio de la alabanza a Dios, con sus labios y con el ejemplo de su vida. Unida a este ministerio está también la súplica, donde pone, en las manos del Padre de las misericordias, los anhelos y necesidades de toda la humanidad. Por esta razón, la misión de las hermanas pobres de Santa Clara, en medio de la Iglesia, va a consistir en «ser sostenedoras de los miembros sufrientes del cuerpo de Cristo, de toda la humanidad».

Nos dice san Pablo: «en medio de la Iglesia hay muchos carismas...». Nuestra hermana y madre Clara recibió el carisma, el regalo, de ser cántaro vacío que se llena del agua fresca del Amor inmenso de Dios y que se va derramando para todos los «sedientos de la tierra».

¡Cuánta falta nos hace ser «cántaros vacíos» de egoísmo, de pensar solo en nosotros mismos... o ser «faros» que proyectan la Luz, que es Cristo, una luz que brilla en medio de la oscuridad y que orienta y dirige a los hermanos hacia una vida feliz! (amor, paz, alegría, reconciliación, unión, acogida...).

Clara y Francisco de Asís –cuya vida ya fue publicada con anterioridad– nos muestran un camino complementario. Para los dos el centro está en vivir el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; es decir, en transformarnos en otros «Cristos» que pasan por la vida «haciendo el bien». Francisco, desde la «acción», y Clara desde la «contemplación», que se hace visible en la fraternidad que estamos llamados a formar todos los hombres, toda la creación.

Sus últimas palabras, antes de encontrarse definitivamente con su Señor, nos muestran esa plenitud de vida, ese gozo inmenso de saberse instrumento de Dios en la construcción del Reino: «Gracias, Señor, porque me pensaste; porque me creaste, gracias».

Sor María Ester,

abadesa del Monasterio de Santa Clara de Valladolid

1

Saludo al lector

¡Hola, amigo y amiga!

Soy Clara, natural de Asís e íntima amiga de Francisco de Asís.

A ti, que tienes el libro abierto entre tus manos, te digo el porqué del título. Francisco es el que me ha abierto el camino del Evangelio por medio de la pobreza evangélica. Es el que se ha preocupado de mí y de mis hermanas de San Damián durante toda su vida. He sido para él la plantita evangélica que ha cuidado espiritualmente con mimo y esmero, regándola con su ejemplo, con su palabra y con sus escritos, y procurando que el Padre del cielo le diese crecimiento.

Me quedé prendada del estilo de vida del hermano Francisco desde muy joven. Él ha sido para mí, con su ejemplo y su palabra, un catequista atractivo, de fuego. Me entusiasmó sobremanera el Jesús pobre y humilde que Francisco iba sacando del baúl del Evangelio, así como de su manera de acercarse a él, desapropiado del todo, pobre del todo.

Dos cosas de Francisco me han ayudado a enamorarme del Evangelio: su forma de vida y su entrega sin reservas en favor de los leprosos y los pobres. Su vida y sus palabras eran un mensaje alegre y feliz para todos, en particular para los desfavorecidos de la sociedad.

No me ha sido fácil acceder a un estilo de vida tan original. Por una parte, he tenido que superar las dificultades que ponía mi familia. Por otra, he tenido que bajar los escalones que, socialmente hablando, separaban a los mayores (los nobles) de los menores (el pueblo), para conocer y luego acoger la minoridad evangélica: siempre y voluntariamente menores.

Las reuniones con Francisco me han permitido descubrir tres misterios de Jesús, que luego fueron profundamente arraigando en mi vida a lo largo de los años: la encarnación de Jesús, es decir, el Dios que se hace hombre, se hace siervo, se hace desecho de la gente con su muerte en cruz por salvar al hombre. Recuerdo haber disfrutado sobremanera la noche de Navidad de 1252, cuando trasladada místicamente, pero realmente, a la basílica de San Francisco, no me preguntes cómo, contemplé toda la liturgia de la Nochebuena. El misterio de la Pasión de Jesús, donde Jesús pasa por el infierno humano de los poderosos de la tierra antes de morir crucificado, dando comienzo a la salvación con el ladrón que está a su lado: «hoy estarás conmigo en el Paraíso», y bajando a los infiernos para otorgar la paz a los antepasados. Y la Eucaristía, donde Jesús se queda con nosotros bajo la apariencia de un poco de pan y un poco de vino. Puedo asegurar que más que acompañarle con mi oración, he comprendido y percibido en mi vida que éramos mis hermanas de San Damián y yo quienes éramos acompañadas y protegidas por él.

Por otra parte, Francisco, el hijo de Pedro de Bernardone, me ha asistido para entender el valor evangélico de la desapropiación, que llamamos pobreza, el saber tener las manos abiertas para regalar lo poco o lo mucho que se tiene y constatar, a su vez, que nosotros recibimos regalos, de mil maneras, del Dios providente. De ahí que San Damián no fuese un monasterio cerrado, sino un monasterio abierto y acogedor con quien venía a pedir un consejo, un pedazo de pan o una ayuda espiritual, como muchos ciudadanos de Asís y de otras partes han experimentado en muchas ocasiones.

El monasterio de Santa María de San Damián era también un faro de fe y de esperanza para mi ciudad. He podido comprobarlo en muchos momentos, pero sobre todo en dos ocasiones en que vimos o, mejor, nos vimos asediadas, la ciudad y nosotras, por tropas enemigas. Entonces constatamos que el que nos ha llamado es el que nos ha protegido, ha levantado el cerco, ha impedido el asalto y nos ha liberado: al monasterio y a la ciudad, a nosotras y a los ciudadanos de Asís.

Hoy, continúo siendo punto de referencia para la ciudad donde nací y para tantísimos peregrinos que se acercan a mi tumba en la basílica de Santa Clara. Ahí se encuentran con el Cristo de San Damián, que habló a Francisco y continúa pidiendo la restauración de la Iglesia; se encuentran con mis despojos, que no son más que el testimonio de la respuesta que un día la plantita regada por Francisco dio al Evangelio; se encuentran también con las señoras pobres, que son la continuidad de la respuesta, de ayer y de hoy, a la llamada de Jesús por medio de la desapropiación y la oración.

2

Mi tiempo

El tiempo en que me ha tocado vivir es muy conocido por dos acontecimientos políticos a nivel europeo. El primero se refiere a las cruzadas, que nacieron con un objetivo concreto, la conquista de Jerusalén, pero luego se añadieron otros objetivos: la creación de los pequeños territorios en manos de la nobleza europea que creció desmesuradamente y carecía de espacios en Europa –lo que origina también la conquista de Constantinopla, que debilita todavía más el frente oriental ante la fuerza expansionista de los musulmanes– y el establecimiento de plazas mercantiles en territorios musulmanes para la exportación de las mercancías de Occidente y la importación de productos orientales.

El segundo acontecimiento, de tipo político, es el enfrentamiento del emperador alemán del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico II, y el papado, sobre todo en las personas de Gregorio IX e Inocencio IV. Una lucha por el dominio territorial del suelo italiano, valiéndose de la supremacía de las armas o del poder espiritual. Un coletazo de este enfrentamiento es el asalto al monasterio de San Damián, en las afueras de Asís, por parte de los soldados musulmanes, durante el primero de los dos asedios que sufre la ciudad de Asís perpetrados por las huestes de Federico II.

En la Península Ibérica se continúa con la reconquista de sus tierras en manos de los musulmanes. Una de las hazañas importantes, en la que intervienen los reyes ibéricos y grupos de caballeros europeos, es la batalla de las Navas de Tolosa. Es un punto central en la recuperación del espacio perdido y del poder político, económico y militar en la lucha contra el invasor. Este acontecimiento abre las puertas hacia una recuperación de grandes territorios en el sur y el levante de la geografía española.

A nivel social hay un crecimiento de la sociedad europea, con buenas cosechas en la agricultura, cuyos campos habían mejorado, pues se habían roturado bosques y se habían perfeccionado los instrumentos agrícolas.

Económicamente se mejora el comercio y, sobre todo, el mercado de telas, debido a que, con la implantación de las ferias de Champaña, Picardía y Flandes, crecen la comunicación, la economía y la burguesía. Muy relacionada con la economía y el bienestar de las ciudades se encuentra la aparición de los gremios de artesanos que se rigen por estatutos propios y se colocan bajo el patrocinio de un santo.

En Italia, en el campo político, surgen las ciudades Estado y las ciudades libres, con sus gobiernos propios y la defensa de sus libertades, como sucede en mi ciudad, Asís.

En el campo eclesiástico se continúa con la reforma de Gregorio VII, que potencia la figura del papa, no solo en los temas eclesiásticos o religiosos, sino también en el campo político y social, de manera que, en estos ámbitos, es un punto de referencia y de estabilidad, llegando a la cumbre del poder en la persona de Inocencio III y la celebración del concilio IV de Letrán.

Se introduce la devoción moderna, la humanidad de Cristo y la figura materna de María, favorecida, sobre todo, por los benedictinos cluniacenses. Se potencian las peregrinaciones a los sepulcros de la cristiandad: el Santo Sepulcro, en Jerusalén; los sepulcros de los apóstoles Pedro y Pablo, en Roma, y el del apóstol Santiago, en Compostela. A estos lugares se añaden otros santuarios importantes, como el de San Miguel en el monte Gargano (la Pulla-Italia)...

En la belleza de las formas arquitectónicas se da el paso del románico al gótico. Los muros pierden su pesadez para hacerse más ligeros, de manera que sus esbeltas torres se alzan hacia el firmamento, mientras que los ventanales ocupan grandes espacios en los muros, como indicio del ansia de luz y la necesidad de iluminación de los grandes espacios arquitectónicos y de la pintura que ocupa los espacios blancos de sus paredes, desarrollando episodios bíblicos e introduciendo la vida de los santos. En ellos, el pueblo fiel aprende a leer la Biblia y a tomar ejemplo de los santos para la vida, contemplando los frescos que decoran las paredes de los templos.

3

Asís

Mi pueblo se parece a un gigante tumbado en la ladera del monte Subasio, y tiene una historia milenaria. Como muchos otros pueblos y ciudades de la región de la Umbría, se encuentra colocado en un lugar estratégico, en una colina. Es la forma que tenían los umbros, primeros habitantes de estas tierras, de colocar sus asentamientos. Luego llegan los etruscos, una civilización más moderna. De ambos nos quedan testimonios en el Museo de la ciudad, situado en la cripta de la iglesia de San Nicolás.

Otro pueblo que ha dejado una huella profunda entre nosotros es el romano. La ciudad, urbanísticamente, es embellecida, colocándola sobre terrazas en la colina del monte y amurallándola. Todavía quedan vestigios de su grandeza: el Sanguinone, para algunos de origen romano, que lleva el agua a la ciudad; el foro, que se conserva debajo de la Plaza del Comune, y, en la misma plaza, el templo de Minerva, hoy Santa María sopra Minerva, casi intacto. Se ven lienzos de sus murallas, el anfiteatro, vestigios de termas, la gran cisterna sobre la que se levanta la torre de la catedral de San Rufino y, fuera de los muros de la ciudad, muchos restos de monumentos funerarios. Y hubo una gran personalidad en el mundo de las letras: el poeta Propercio.

El cristianismo se introdujo muy pronto, siendo testigos de la evangelización sus primeros obispos: san Rufino, martirizado en Costano –sus reliquias se conservan en la catedral románica–; san Victorino, mártir que descansa debajo del altar de la iglesia abacial de San Pedro de estilo de transición románico-gótico, y san Sabino, martirizado en Espoleto.

La ciudad fue destruida por el rey bárbaro Totila y luego gobernada por los longobardos y el ducado franco de Espoleto. En mis tiempos se convierte en una ciudad gibelina independiente (partidaria del emperador), frente a la güelfa Perusa (partidaria de los papas), con la que sostuvo un duro y persistente enfrentamiento.

Cuatro grandes construcciones dominan la ciudad. En la parte más alta, la Rocca. Desde tiempos antiguos hubo una torre de vigilancia que se convierte en castillo –la Rocca– en tiempos del emperador Federico Barbarroja, para residencia del legado imperial en el condado de Asís. En mi niñez, la Rocca fue destruida, pero es reconstruida más tarde por el cardenal español Gil de Albornoz (arzobispo de Toledo), delegado del papa Inocencio VI para restaurar el orden y la disciplina en los territorios de la Iglesia en Italia. Su mole resiste al tiempo.

La catedral de San Rufino se levanta sobre la cripta que ha conservado las reliquias del santo mártir. La fachada tiene un bello estilo románico, obra de Juan de Gubbio. Se conserva una decoración interesante en sus tres puertas, de manera particular en la central. El triángulo que cierra la fachada anuncia tiempos nuevos en la arquitectura. No lejos de aquí, se encuentra la catedral vieja, conocida como Santa María del Vescovado, levantada, parece ser, sobre un antiguo templo dedicado a Júpiter. Hoy se la conoce también como Santuario de la Spogliazione, por ser el lugar en el que san Francisco se despojó de los vestidos y de cuanto tenía para dárselo a su padre, Pedro de Bernardone.

La basílica de San Francisco se alza en el collado del Infierno. Era el lugar en el que se ejecutaba a los ladrones, bandidos y otros malhechores. Aquí ha querido Francisco que reposasen sus huesos. Es un espacio de belleza románico-gótica. Como una caja de sorpresas, encierra una joya del renacimiento, el claustro de Sixto IV, y en pintura, sus muros interiores conservan el colorido, la luz y las formas de las escuelas florentina y sienesa, y los pinceles y colores de Giotto para glorificar la espiritualidad del Pobre de Asís. Al que se humilla, Dios lo ensalza.

Hay una basílica que, en Asís, está dedicada a mi memoria. De ella hablaremos más adelante.

El recinto amurallado de la ciudad conserva lugares pintorescos e iglesias muy coquetas que vale la pena visitar. Hago mención de tres de ellas: la de Santiago Muro Rupto, una iglesia del siglo XI, entregada por el abad de Farfa a la abadesa Benedetta, mi sucesora en San Damián; la iglesia de San Esteban, del siglo XII –una tradición refiere que sus campanas sonaron solas para comunicar la muerte de san Francisco– y la iglesia de San Pablo, del siglo XI, donde se llevó a cabo parte del proceso de mi canonización.

Muy interesante, por su ambiente diurno y nocturno, y también por el marco arquitectónico que la enmarca, la Plaza del Comune (Plaza del Ayuntamiento).

En los alrededores son dignos de visitar, por su historia franciscana y clariana, el monasterio de San Damián, del que hablaré a lo largo de mi vida; Rivotorto, donde da inicio la fraternidad franciscana, y Santa María de la Porciúncula, una joya de capilla rural encerrada en la gran basílica barroca de Santa María de los Ángeles.

4

Mi familia

Antes de nada, quiero presentaros a mi familia, en la que nací, y por la que he sufrido y gozado a causa de mi proyecto de vida. Es una familia noble y rica, con bienes muy copiosos, una familia de caballeros. Pertenecía a la nobleza militar y al grupo de los mayores de la sociedad asisiense. Tiene poder, tiene tierras, pero va a sufrir con los cambios que pretende introducir, y lo consigue, el grupo de los menores de Asís, amparado por los ricos de la ciudad, los mercaderes y la burguesía.

Los mayores forman parte de los protegidos en el proyecto imperial, y viven a la sombra del emperador alemán Federico Barbarroja, que concede a Asís una amplia autonomía. Más tarde, la ciudad es conquistada por el arzobispo de Maguncia, Cristian, y el emperador coloca un legado imperial, para el gobierno de la misma y de su condado. Los mayores son los protegidos por Conrado de Urslingen, que ostenta el título de delegado imperial.

El delegado imperial tutela los derechos y leyes del Imperio Romano Germánico, pero también los derechos de los nobles, que se han colocado en sus filas. Con todo es un tiempo inestable, pues las ideas y proyectos imperiales y de los nobles chocan con los proyectos y aspiraciones de los burgueses y del pueblo bajo que buscan e intentan hacer de Asís una ciudad libre, con su propio gobierno municipal.

Pues bien, como te digo, mi familia pertenece al grupo de los mayores y son caballeros. Mi abuelo es Offreduccio de Bernardino. Se traslada de Cocorano, cerca de Valfábrica, a Asís. Su casona-palacio, con su torre, se halla a la izquierda de la fachada de la iglesia de San Rufino, primer obispo de Asís, que muere mártir y sus restos se conservan en esta iglesia. En 1212, es consagrada como catedral, en sustitución de la catedral antigua de Santa María del Vescovado. Mi abuelo se compromete con su hermano Rinaldo a limitar la altura de su casa con el fin de no cubrir la fachada de la iglesia de San Rufino.

Mi abuelo tuvo tres hijos: Favarone, mi padre, al que llaman hombre honesto; Monaldo, que ejerce como jefe de familia y aparece más tarde en mi vida, y Escipión, padre del hermano Rufino, compañero de Francisco de Asís, quien entra a formar parte de su grupo un año después de la aprobación del propositum vitae [la primera forma de vida] por el papa Inocencio III.

Mi madre es Hortulana. Es una mujer piadosa y caritativa, pero también muy decidida. Su carácter piadoso la impulsa a emprender diversas peregrinaciones de gran interés para nuestra época, a pesar de los peligros que estas empresas llevaban consigo, ya que el grupo puede ser asaltado por bandidos o gente de rapiña que se hacen con los bienes que llevan los peregrinos y, a veces, se puede perder la vida. Pero se veían con frecuencia grupos de peregrinos por los polvorientos caminos que conducen a los santuarios de la cristiandad.

Mi madre fue una peregrina, una andariega devota. Visitó los principales santuarios de Italia y fuera de ella. Viajó a Roma, donde veneró las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo; al Monte Gargano, donde se honra la memoria de san Miguel Arcángel, y llegó a Tierra Santa, para visitar la ciudad de Jerusalén. En el último tramo de su vida, mi madre vino a San Damián y formó parte de la fraternidad del nuevo monasterio. Aquí muere antes de 1238.

Vecinas de casa son las hijas del señor (messer) Guelfuccio, Bona y Pacífica, quienes atraviesan la plaza de San Rufino y visitan con frecuencia a mi madre. Bona ha sido su compañera en las peregrinaciones.

Otras mujeres que se hallan en mi casa son Bienvenida de Leonardo, una joven de Perusa, y Cristina, la hija de Bernardo de Suppo.

Y dentro de la familia no quiero olvidarme de mis hermanas: Catalina, nombre de pila, pero rebautizada por Francisco como Inés, que es la que me ha acompañado desde los primeros meses de mi conversión, primero, en el monasterio del Santo Ángel de Panzo y, más tarde, en San Damián, excepto los años que, como abadesa, ha estado en Montecelli de Florencia, y Beatriz, la más joven de las tres, que se reunió conmigo en San Damián.

5

Mi nacimiento

A mi madre, mujer piadosa y arriesgada, le llega el tiempo de la maternidad. Su apoyo, en medio de los miedos y las angustias de ser madre, incrementados con lo que oye, le cuentan y la fantasía, lo encuentra en la oración. Es cierto que la acompañan las amigas y familiares de siempre, pero al fin, su roca fuerte, en este momento, es el Señor. Cuanto más se avecina el parto, el desasosiego y el sobrecogimiento son mayores, y empieza a dialogar con Dios, deposita en Él su confianza. En uno de esos momentos, en los que se encuentra ensimismada ante el crucifijo, mi madre oye estas palabras:

No temas, mujer, porque darás a luz sana y salva una luz que hará resplandecer con mayor claridad el mundo entero.

Estas palabras las conservó mi madre durante muchos años en su corazón, sin descifrar su contenido al principio, hasta que muchos años después, cuando ingresó en el monasterio de San Damián, se las recordó a algunas hermanas pobres, compañeras mías y suyas.