De vuelta a casa - Patricia Knoll - E-Book

De vuelta a casa E-Book

Patricia Knoll

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Beschreibung

Cuando Clay Saunders quiso darse cuenta de que su aventurero estilo de vida era un pobre sustituto de su exmujer y su hijo, ya era demasiado tarde. Becca estaba a punto de casarse con otro hombre... y esta vez era un hombre honesto y digno de confianza. Así que Clay tendría que ir haciéndose a la idea de que la había perdido para siempre. Pero, entonces, Becca cometió el fatal error de ofrecerse a cuidar de Clay mientras se recuperaba de su accidente. Y, desempeñando el papel del perfecto paciente, Clay empezó a ganarse de nuevo su corazón. Incluso Jimmy, el hijo de ambos, estaba deseando dar a su padre una segunda oportunidad. ¿Podría hacer Becca lo mismo...?

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Seitenzahl: 195

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Patricia Knoll

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

De vuelta a casa, n.º 1382 - marzo 2022

Título original: Another Chance for Daddy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-560-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL PROBLEMA de Rebecca Saunders estaba a la vista. Mientras miraba por la ventana, se llevó las manos al estómago y respiró profundamente para calmar sus nervios.

El problema se llamaba Clay y era su ex marido.

Tenía un Ford Explorer con tracción a las cuatro ruedas que disparó grava en todas direcciones al entrar en el sendero para aparcar detrás del pequeño Honda verde de Rebecca. Al salir del coche, estiró su metro ochenta y seis de cuerpo, se cubrió sus cabellos castaños con un sombrero de cowboy y sus ojos verdes echaron un vistazo a su alrededor. Rebecca sabía que, con sólo una mirada, había tomado nota, había juzgado y había dado su aprobación.

Aquélla no era la clase de vecindario en la que habían vivido cuando estaban juntos. Tanto si era en Louisiana como en Texas o México, sus casas siempre habían estado en edificios modernos y similares unos a otros.

Por el contrario, esta casa y este vecindario eran especiales. Cada casa era diferente a las otras, desde su pequeño bungalow de tres dormitorios a enorme casa de la familia Emerson cuya fachada acababa de ser pintada en rosa. Ésta era la clase de vecindario en el que Rebecca siempre había querido vivir, pero no Clay. Él nunca había querido aceptar la responsabilidad que implicaba tener un hogar permanente; además, le parecía poco práctico ya que tendrían que vender la casa en la que vivían cuando tuviera que trasladarse a su nuevo puesto de trabajo. Esa actitud solía hacer que a Rebecca se le encogiera el corazón porque temía que Clay nunca cambiara, y así había ocurrido.

Clay se fijó en la hierba marrón del jardín que se tornaría verde en unas semanas, y vio las ramas de los rosales y las forsitias contra la valla blanca, y las rosas de azafrán que asomaban ya las puntas en la rica tierra marrón oscura.

A pesar de censurarse por hacerlo, Rebecca buscó en el rostro de Clay alguna señal de aprobación, pero sólo encontró una expresión de ligero interés.

Entonces, se quedó contemplando aquel rostro que tanto placer le había procurado en el pasado. Era un semblante sorprendentemente hermoso, con profundos ojos verdes, nariz aguileña y la más encantadora y traviesa de las sonrisas. En el pasado, cuando esa sonrisa aparecía, era como un regalo y significaba risas y diversión. Ahora ya nunca la veía. Ya no había risas ni diversión cuando estaban juntos.

Becca se quedó quieta detrás de los visillos de encaje, consciente de su cobardía, consciente de que debía ir a abrir la puerta e invitarlo a entrar. Al fin y al cabo, Clay la había llamado con antelación. La visita no era una sorpresa. Ella había creído estar preparada; se había puesto a limpiar la casa a las seis de la mañana para tranquilizar sus nervios, pero aún seguía nerviosa.

Becca le había dejado hacía un año y medio, y estaban divorciados desde hacía seis meses. Sin embargo, aún esperaba en vano a dejar de sentir esa atracción física por él, aunque… ¿a qué mujer no le pasaría lo mismo? Sin embargo, había hecho lo que era mejor para ella y para Jimmy, que acababa de cumplir los cinco años. Ahora los dos vivían en la ciudad natal de Becca, en Tarrant, Colorado.

Clay había hecho lo posible por evitar el divorcio, pero ella no había cedido en ningún momento, manteniéndose firme hasta el final. Ahora, vivía con Jimmy en Tarrant, donde tenía familia: madrastra, hermanas de padre, tíos y primos. Era su hogar y eso la hacía sentirse segura. Después de los años que había pasado con Clay, necesitaba la seguridad de una rutina y cariño.

Desde que lo dejó, no había habido más que recriminaciones y dolor entre ella y Clay. Sin embargo, Clay la había llamado hacía dos semanas para hacer las paces; pronto se iría a Venezuela a realizar una obra de ingeniería que le llevaría meses. Jimmy tenía unos días de vacaciones en primavera y Clay quería pasarlos con él, iban a ir a esquiar. Clay le había pedido disculpas a Becca por los malos ratos que le había hecho pasar y le había dicho que la situación sería menos traumática para Jimmy si la relación de ellos dos fuera amistosa.

A Becca le había aliviado tanto aquella oferta de paz que inmediatamente accedió a las vacaciones de esquí. Pero ahora Clay estaba allí y se arrepentía de haber cometido ese error.

Oyó sus pisadas en el porche delantero, luego los golpes en la puerta. Antes de prepararse psicológicamente para abrir, su hijo pasó por delante de ella como un torbellino.

—Yo abro, es papá. Lo he visto por la ventana —gritó Jimmy como si creyera que su madre se hubiera vuelto sorda de repente.

Incontrolable, el niño abrió la puerta y se lanzó a los brazos abiertos de su padre.

—¡Papá, has venido! ¡Sabía que vendrías! —gritó el pequeño.

—Claro que he venido, ¿cómo no iba a venir a por ti? —la voz de Clay sonó ahogada al ocultar el rostro en la nuca de su hijo.

Desde el cuarto de estar, Becca observó la tierna escena. Los ojos se le llenaron de lágrimas y, volviendo el rostro, hizo lo posible por contenerlas. Clay y Jimmy siempre habían estado muy unidos. A pesar de que Clay no tenía experiencia con los niños antes del nacimiento de su hijo, nunca se había hecho el remolón a la hora de cambiar un pañal, darle de comer o jugar con él. Y Becca quería que esa relación continuase, aunque supusiera tener que seguir en contacto con Clay.

Cuando Clay se apartó de Jimmy y levantó la cabeza, Becca se encontró con una mirada fría y cautelosa, igual que la sonrisa.

—Hola, Becca, ¿cómo estás? —preguntó Clay paseando la mirada por todo su cuerpo, fijándose en todo: en sus cabellos castaños oscuros sujetos en una coleta en la nuca, en los ojos aguamarina, en los labios llenos y en la puntiaguda barbilla.

Mientras la contemplaba, Becca se alegraba de no llevar su acostumbrada vestimenta: zapatillas de deporte, vaqueros y jersey; por el contrario, se había puesto botas altas y un vestido de franela azul que le llegaba a media pierna. Ayudaba saber que tenía buen aspecto.

—Estoy bien, Clay —se alegró de la fría tranquilidad de su tono de voz—. Vamos, entra. Jimmy lleva en la ventana esperándote desde esta madrugada.

Clay arqueó una ceja.

—He llegado justo cuando dije que llegaría.

—Sí, sí, lo sé —dijo Becca rápidamente—. Es sólo que Jimmy aún no sabe calcular el tiempo muy bien. Está sólo en párvulos.

No quiso mencionar las veces que, por su trabajo, Clay había roto sus promesas a ella o a Jimmy. Tampoco quería darle la impresión de que le hablaba mal de él a su hijo.

—Le he dicho que serías puntual, pero Jimmy no entendía cuándo iban a llegar las diez —se dio cuenta de que estaba balbuceando y se calló.

Dio un paso atrás e hizo un gesto con la mano señalando el cuarto de estar.

—¿Por qué no te sientas unos minutos? Jimmy ha leído un libro por primera vez él solo y su profesor se lo ha dejado prestado durante estos días de vacaciones para que pueda leértelo —Becca miró a su hijo, que estaba agarrado a la pierna de su padre—. Cariño, ¿por qué no vas a por el libro? Como es de la biblioteca del colegio, no puedes llevártelo de vacaciones; pero puedes leérselo a tu padre antes de iros.

Jimmy sonrió a su madre, mostrando un espacio vacío donde iban a salirle los dientes delanteros. A veces, resultaba doloroso ver esos ojos y ese pelo tan parecidos a los de su padre. Y en ocasiones también mostraba la misma obstinación, a pesar de que ese día era todo sonrisas.

—Voy a traer mis cosas también.

Jimmy se dio media vuelta y salió corriendo.

Becca indicó a Clay el sofá. Sí, si los dos ponían de su parte y sus encuentros no degeneraban en acaloradas discusiones o en fríos silencios, podía ser fácil para los dos. Esos silencios habían sido lo más frustrante de todo. Ella venía de una familia que discutía sus problemas, que incluso los pregonaba a gritos. Excepto en momentos de pasión, Clay nunca había hablado de sus sentimientos.

Becca sacudió la cabeza mentalmente. No sabía por qué estaba pensando en los momentos de pasión con Clay. En realidad, no sabía por qué estaba pensando en lo que estaba pensando.

Por fin, forzó una sonrisa.

—Jimmy ha hecho y ha deshecho su equipaje seis veces. No sé lo que vas a encontrar cuando abras la bolsa.

—Me conformo con que tenga los esquíes y las botas.

—Eso sí lo tiene.

Clay se sentó en el sofá al tiempo que se quitaba el sombrero y lo dejaba en la mesa de centro. Estiró sus largas piernas, los brazos en el respaldo del sofá y se relajó. Becca, nerviosa, se sentó en un sillón delante del sofá y deseó estar tan tranquila como él. Al fin y al cabo, ésa era su casa, la clase de casa que siempre había querido tener. El cuarto de estar tenía cómodos sillones y sofás tapizados en azul y crema; la enorme cortina era de encaje y muselina; y había detalles rústicos en las paredes, estanterías y mesas. Uno de sus primos era carpintero y le había hecho unas estanterías en el comedor para poner allí la cristalería que tenía de la época de antes de la gran depresión.

Becca se aclaró la garganta y le dedicó una radiante sonrisa. A pesar de sus esfuerzos, sabía que se notaba falsa.

—Estoy muy contenta con el profesor que tiene Jimmy, hace mucho hincapié en la lectura y las matemáticas. A Jimmy le están yendo muy bien los estudios.

Clay la miró fijamente, lo que la puso aún más nerviosa.

—Sí, como he visto las notas, me he dado cuenta de que va muy bien en el colegio.

—Sí, claro, es verdad.

A Becca se le encogió el corazón, el encuentro le estaba resultando muy difícil. Volvió la cabeza y por la ventana vio el claro cielo de marzo. Había habido un tiempo en el que la conversación fluía entre ellos con naturalidad y podían hablar de cualquier cosa; al menos, eso era lo que ella había creído. Ahora se daba cuenta de que sus conversaciones nunca habían versado sobre sus diferencias y, desde luego, nunca habían alcanzado ese lugar secreto que Clay siempre había mantenido cerrado para ella.

Clay, un ingeniero de minas, trabajaba en una compañía petrolífera cuando se conocieron. Un día, el dueño de la empresa, Hall Kelleher, llevó a Clay al rancho del padre de Becca para discutir la posibilidad de que un oleoducto cruzase su propiedad. Ese día Becca también estaba allí, había ido a recoger a su hermana menor, Brittnie, para llevarla a Durango al dentista. Y Clay le causó un gran impacto.

Esa misma noche, Clay fue a buscarla al cine local, donde trabajaba como encargada. La llevó a cenar y charlaron hasta casi el amanecer. La pasión les desbordó y se casaron a las tres semanas de conocerse. En aquel tiempo, a Becca le pareció vivir un cuento de hadas; ahora, se daba cuenta de que su matrimonio tenía la misma solidez que un cuento de hadas.

Decidida a que la visita fuera lo más amable posible, Becca volvió el rostro hacia Clay y le sorprendió mirándola con la acostumbrada intensidad que ponía en todo lo que hacía. Se mantuvieron la mirada durante un instante, y Becca vio en sus ojos una extraña emoción, pero desapareció antes de que pudiera identificarla.

—¿Te apetece un café, Clay? —preguntó Becca, sintiendo que la voz le hubiera salido tan tensa.

—Sí, gracias.

Aliviada por tener algo que hacer, Becca se puso en pie y se dirigió a la cocina; desgraciadamente, Clay la siguió.

—No te preocupes, Clay, te lo llevaré al cuarto de estar —dijo ella, volviendo la cabeza para dedicarle una sonrisa.

—No es necesario que te andes con tantas formalidades conmigo, Becca. Puedo tomarme el café en la cocina perfectamente.

—Está bien —dijo ella con cierta irritación. ¿Por qué no podía facilitarle las cosas? —Vamos, siéntate.

Después de preparar la cafetera y sacar las tazas, por fin se dio media vuelta, se cruzó de brazos y sintió no saber qué decir.

Clay se había sentado en una de las cuatro sillas que rodeaban la mesa de roble y estaba contemplando un jarrón de barro con flores secas encima del mantel que cubría la mesa.

—Esto es nuevo.

—Sí, es nuevo —Becca llevó las tazas a la mesa, la de Clay con crema, como a él le gustaba, y se sentó—. Bueno, para mí al menos es nuevo. Mary Jane lo encontró en ático tras la muerte de mi padre. Era de mi abuela. Lo he mandado a restaurar.

No sabía por qué le había dado tantas explicaciones, a Clay no le importaban esas cosas.

Clay asintió.

—Parece que por fin tienes el tipo de casa que querías.

Al no notar tono de censura en su voz, orgullosa de su pequeña casa, Becca respondió:

—Sí, así es.

—Entonces, ¿estás bien?

Algo en la voz de Clay la hizo sentirse incómoda y se movió en su asiento.

—Jimmy ha hecho amigos en el barrio y en el colegio, las cosas nos van bien. ¿Y tú? ¿Cuándo te han avisado de este trabajo en Venezuela?

—Hace una semana. George Cisneros me llamó para decirme que necesitaban a alguien que hiciera los trabajos preliminares para abrir una mina allí —Clay se encogió de hombros—. Y ahora no tengo ningún motivo para no ir.

Seguía sin haber censura en su voz, tampoco autocompasión. No obstante, Becca se sintió culpable por ser el motivo de que Clay estuviera libre para ir a Sudamérica. Como los dos hablaban español, a ninguno de los dos les resultaba difícil vivir allí. Pero a Becca le costaba trasladarse, alejarse de su familia; México ya había sido demasiado cambio para ella.

Antes de poder decir nada, Jimmy entró en la cocina tirando de la bolsa con una mano y con el libro en la otra, la lengua asomándole por la boca y un mechón de pelo tapándole un ojo. Clay fue a levantarse para ayudarlo, pero, cuando Jimmy tuvo la bolsa dos centímetros dentro de la cocina, la abandonó y corrió para sentarse en las piernas de su padre.

Clay lanzó un gruñido cuando, accidentalmente, Jimmy le dio con el codo en el estómago. Mientras se frotaba, miró la cubierta del libro y luego le lanzó a Becca una mirada interrogante.

—¿Gemas y minerales?

—Admito que no es muy profundo, pero es para niños de su edad… y es su tema preferido —declaró Becca, y los ojos le brillaron—. Debe haberlo heredado de ti.

Clay esbozó una maliciosa sonrisa, la primera sonrisa espontánea que le había visto aquella mañana, y Becca se relajó un poco. Como ya había leído, y oído leer, el libro varias veces, se contentó con beber el café y observó a Clay mientras ayudaba a su hijo a pronunciar las palabras más difíciles. No sabía si Jimmy lo entendía todo, pero sí sabía que le encantaban las piedras de todo tipo.

Cuando Jimmy terminó, lanzó un suspiro de satisfacción, saltó de las piernas de su padre y salió corriendo para dejar el libro en su sitio.

—Su profesor me ha dicho que es el primer niño que lee ese libro desde hace dos años. Lleva un mes leyéndolo. Debería sabérselo de memoria.

Clay asintió; entonces, orgulloso de su hijo, sonrió a Becca. Y ésta sintió que las lágrimas se le agolpaban en la garganta.

—Hace unas semanas fuimos a la mina de la Lucy Belle —continuó Becca cuando logró controlar las lágrimas—. Jimmy estaba convencido de que podía encontrar oro allí, a pesar de que era una mina de plata. Tanto se llenó los bolsillos de arena que se le caían los pantalones; pero no quiso quitarse la arena, estaba convencido de que había oro puro.

Clay volvió a sonreír; entonces, su expresión se tornó pensativa.

—No iríais solos, ¿verdad? Esas viejas minas son bastante peligrosas. La madera está carcomida, el agua…

—No, no estábamos solos —interrumpió Becca rápidamente; después, nerviosa, llevó su taza al fregadero—. Fuimos con Barry. ¿Te apetece más café?

—¿Barry Whelker? ¿Tu jefe? —el tono de Clay era engañosamente suave—. ¿Le interesan las minas abandonadas?

Becca se volvió para mirarlo, con la espalda pegada al fregadero y las manos a la espalda.

—No, no mucho. Pero sabe que a Jimmy sí le interesan.

—¿Y a él eso que más le da?

—Es un buen hombre —respondió Becca con cautela.

Clay apretó los labios.

—Sí, está bien, ¿pero a él qué le importa lo que le interesa a Jimmy?

Becca alzó la barbilla.

—Verás, Clay, Barry y yo estamos saliendo juntos.

—¿Saliendo juntos?

—Sí, sabes lo que es eso, ¿verdad? Es eso de salir para charlar y conocerse, lo que nosotros prácticamente no hicimos antes de casarnos.

—Entiendo. ¿Y mi hijo te acompaña en esas salidas?

Clay se levantó de la silla y apoyó las manos en la mesa, inclinándose hacia delante. Sus ojos habían oscurecido como el mar antes de una tormenta.

—Algunas veces… si se trata de una actividad familiar.

—Pero no os acompaña en vuestras actividades privadas, ¿verdad?

Becca enrojeció de ira, se llevó las manos a la cintura y alzó aún más la barbilla.

—¿Qué estás insinuando exactamente, Clay?

—No estoy insinuando nada, te estoy preguntando si tienes cuidado con lo que haces delante de Jimmy.

—Barry y yo no estamos haciendo nada malo, Clay; es más, no sé por qué crees que es asunto…

La puerta posterior de la casa, la de la cocina, se abrió y dio en la pared, sorprendiéndoles a ambos. Se volvieron simultáneamente y vieron a Brittnie, la hermana menor de Becca. Iba cargada con unos álbumes de fotografías y encima una caja de bollos.

—Hola, Becca —dijo Brittnie con los ojos fijos en la caja para que no se le cayera mientras, de espaldas a Becca y a Clay, intentaba cerrar la puerta con un pie—. Te he traído lo que me has pedido de la panadería de Dan. Sus tartas nupciales son las mejores de la ciudad. Me ha dado un álbum de fotos con las mejores tartas nupciales que ha hecho y me ha dado una muestra de la tarta de limón. El año pasado, en la boda de Brenda Luna, comí la tarta de chocolate, y es maravillosa. Creo que a ti y a Barry os encantará cualquiera de sus tartas.

Por fin, abandonó la lucha con la puerta, se dio media vuelta y dijo:

—Eh, ¿puedes ayudarme con esto? Voy cargada hasta los topes y tú estás ahí como si…

Se interrumpió inmediatamente. Lanzó una rápida mirada a Becca, se pasó la lengua por los labios y añadió con voz débil:

—Hola, Clay.

—Hola, Brittnie —Clay se enderezó, se apartó de la mesa y avanzó hacia ella con unos movimientos que a Becca le hicieron pensar en una pantera—. ¿Qué has dicho que tienes ahí?

Brittnie, que en opinión de Becca era el miembro de la familia con mayor agilidad mental, se acercó a la mesa, dejó en ella todo lo que llevaba encima, se volvió y le dedicó a su ex cuñado una radiante sonrisa.

—Oh, nada. Sólo… nada, no es nada.

Clay se plantó delante de las dos hermanas.

—¿Qué decías sobre tartas de bodas?

—Papá, ya he guardado el libro —gritó Jimmy desde el cuarto de estar. Sus pisadas le estaban llevando rápidamente a la cocina—. ¿Nos vamos ya, papá?

Cuando Jimmy llegó a la puerta con expresión expectante, Becca lanzó una mirada suplicante a Brittnie; ésta, rápidamente, se acercó a su sobrino.

—Eh, Jimmy —dijo Brittnie alegremente—, tu papá y tu mamá van a hablar un momento. ¿Quieres enseñarme tu colección de minerales mientras tanto?

Sin hacer caso de sus protestas, Brittnie levantó a su sobrino en brazos.

—Ya has visto mi colección de minerales —insistió el pequeño mirando a sus padres con angustia—. ¿Estás peleándose mamá y papá?

—No, claro que no —le aseguró Brittnie.

—No me gusta que se peleen.

—No van a pelearse —repitió la tía mientras se llevaba a Jimmy de allí.

En la cocina, Becca se quedó mirando a Clay fijamente. Los ojos de él oscurecieron mientras apretaba la mandíbula.

—¿Tartas de boda, Becca? —preguntó Clay con voz suave—. ¿Por qué te interesan las tartas de boda? ¿Y por qué a Barry le interesan también?

A Becca se le encogió el corazón. Se aclaró la garganta y abrió la boca para hablar, pero le costó unos momentos encontrar la voz.

—Nosotros… eh… nosotros… vamos a casarnos.

—¿Que os vais a casar? —Clay se acercó a ella—. ¿Tú y Barry os vais a casar?

—Yo… sí.

—Es la primera noticia que tengo, Becca. En realidad, hace apenas cinco minutos que me he enterado de que estáis saliendo juntos.

—Bueno, pues así es. Llevo tres meses saliendo con Barry.

—¿Y ahora te vas a casar con él?

—Sí. Nosotros… lo hemos decidido hace unos días —por fin, el temor a la reacción de Clay cedió para ser reemplazado por la natural obstinación de Becca—. Aunque la verdad es que esto no es asunto tuyo, Clay.

—¡Que te crees tú eso! Todo lo que afecta a mi hijo es asunto mío, y que te cases le va a afectar y mucho. Dime, ¿qué piensa él del asunto?

Becca apartó la mirada de él.

—Barry le cae bien.

—Eso no es lo que te he preguntado —Clay le agarró la barbilla con el pulgar y el índice y la obligó a mirarlo—. ¿Qué opina Jimmy de que Barry sea su padrastro?

Rebecca lo miró fijamente a los ojos, pero no contestó.

Después de unos momentos, la expresión de Clay mostró incredulidad.

—Dios mío, todavía no se lo has dicho, ¿verdad?

—No, no se lo he dicho.

—¿Por qué no? ¿A qué esperas?

Becca también se estaba enfadando.

—No me grites, Clay. No se lo he dicho porque estoy esperando el momento adecuado.

Clay se colocó las manos en la cintura y la miró con gesto beligerante.

—¿Y cuándo va a ser eso? ¿Cinco minutos antes de plantarte delante del altar?

—No seas ridículo. No se lo he dicho porque no quería estropearle las vacaciones —inmediatamente, Becca se dio cuenta de que se había equivocado al decir eso, pero ahora ya no podía echarse atrás.

Clay se aferró a su equivocación.

—¿Te das cuenta de lo que acabas de decir? Si enterarse de tu boda le estropearía las vacaciones, eso significa que no es una buena noticia.

Becca cerró las manos en dos puños.