Un ranchero en apuros - Patricia Knoll - E-Book

Un ranchero en apuros E-Book

Patricia Knoll

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Beschreibung

La obstinada resistencia de Luke Farraday a recibir ayuda o amistad por parte de nadie había sido un irritante rompecabezas para Shannon Kelleher desde su primer encuentro... hasta que el duro ranchero tuvo que hacerse cargo de su sobrino de apenas unos meses de vida. Mientras le enseñaba a alimentar al bebé y a cambiar pañales, Shannon sentía que las defensas de Luke se iban derritiendo, igual que su propio corazón.

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Seitenzahl: 223

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Patricia Knoll

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un ranchero en apuros, n.º 1529 - diciembre 2020

Título original: Bachelor Cowboy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-886-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SU ESPALDA tenía buen aspecto.

Shannon Kelleher se quedó de pie al lado de los pesebres vacíos del establo de Luke Farraday y alzó la vista hacia donde él estaba colgado sobre una viga ancha que cruzaba el edificio de lado a lado. El hombre estaba inspeccionando el techo y ella tuvo que reconocer que lo estaba inspeccionando a él.

Cuando lo vio al llegar, recortado por el sol del mediodía contra la puerta del granero, se había quedado sin aliento y había permanecido en silencio entre las sombras. No lo había llamado para anunciar su llegada por miedo a sobresaltarlo. Solo quería mirarlo.

Le gustó lo que vio: unas piernas largas y una espalda ancha cuyos músculos se contrajeron y abultaron al agarrar el martillo con una mano. Estaba martilleando de forma rítmica bajo las tejas, razón por la que no la había oído llegar.

La otra mano la tenía amarrada a un cinturón de seguridad para evitar caerse. Con las botas firmemente plantadas sobre la viga, la posición lo obligaba a extender las piernas y tensar los músculos.

«Bonitas nalgas», pensó. Científicamente hablando, por supuesto.

Shannon se mordió el labio para contener una sonrisa. De acuerdo, quizá estuviera exagerando un poco, ya que no podía verle los músculos. Además, la anatomía humana no tenía mucho que ver con su trabajo de especialista en dirección de ranchos. Su especialidad eran los suelos, los pastos y el control de aguas. Por otra parte, valoraba todas las bellezas que había creado la naturaleza.

La naturaleza no se había quedado dormida el día que había creado a Luke Farraday. Pues suponía que se trataba de ese hombre. No había nadie más por los alrededores.

Shannon reconoció que habría debido sentirse avergonzada de comérselo con los ojos, sobre todo considerando cómo odiaba que le hicieran a ella lo mismo. Había sido el blanco del sexismo más veces de las que podía contar y, durante el último año, más que en toda su vida.

Sin embargo, no estaba siendo lasciva. Se trataba más de una apreciación artística, pensó apoyándose contra la alta viga del pesebre para cruzar los tobillos. Era como contemplar al David de Miguel Ángel, pero con estilo vaquero. La única manera de mejorar la imagen era que se quitara la camisa. Además, pensó, se merecía cierta indulgencia después de haber pasado una semana postrada en la cama con una infección de oído. El trabajo se había acumulado y era un trabajo que su jefe, Wiley Frost, creía que solo ella podía resolver.

Cuando Luke Farraday dejó de examinar el tejado y de mirar hacia arriba, Shannon sintió que casi sabía lo que estaba pensando. El anterior propietario había dejado bastante abandonado el rancho y Luke había hecho el gran esfuerzo de volver a poner en forma el lugar. Suerte para él, pensó.

Luke se metió el martillo en el bolsillo trasero y Shannon supo que la exhibición había acabado. Esperó a que se sentara en la viga y balanceara los pies por el borde antes de hablar.

–Señor Farraday.

Cuando salió de entre las sombras, él alzó la cabeza.

–¿Quién está ahí? –bramó él inclinándose para mirar.

Shannon esperaba que aquel tono airado fuera porque lo hubiera sobresaltado. Apretó el cuaderno de apuntes que llevaba contra el pecho y se acercó hasta quedar debajo de la viga.

Cuando alzó la cabeza, la larga melena le rozó la cintura. El movimiento le produjo un zumbido en los oídos, pero esbozó una sonrisa a pesar de eso.

–Me llamo Shannon Kelleher. Vengo de la oficina de Recursos Naturales. Lo llamé a casa, pero como no me contestó nadie, decidí venir para ver si estaba aquí.

–Aquí estoy –dijo él de forma lacónica–. ¿Qué quiere?

Mientras hablaba, se agarró a uno de los postes gruesos que sujetaban el tejado. La madera tenía incrustados unos clavos enormes a todo lo largo y el hombre utilizó las manos y piernas para descender hasta el suelo. Avanzaba con la agilidad y la gracia de un trapecista de un clavo al otro.

Con los ojos como platos, Shannon lo observó descender. Cuando una punta se rompió bajo su peso, él lanzó un gruñido, tanteó otra y siguió su descenso.

Al llegar al suelo, Shannon preguntó:

–¿No sería más fácil con una escalera?

Él se encogió de hombros.

–Si la hubiera tenido, la habría utilizado.

Shannon se fijó en el martillo y las puntas grandes que había a sus pies. Había improvisado. Eso le parecía bien, pero era arriesgado. Estaba allí sólo. ¿Y si se caía y se lesionaba? Podrían pasar días hasta que alguien lo descubriera. Se encogió mentalmente de hombros. No tenía sentido ponerse en el peor de los casos. Tenía que concentrarse en la razón de su visita.

Sonriendo, lo miró a la cara y lo pudo ver por fin con claridad. Tenía los ojos de color castaño oscuro con un brillo inusual bajo unas cejas espesas. Tenía las pupilas muy dilatadas debido a la penumbra del establo. Cuando la miró, Shannon tuvo la fantasmal idea de que la estaba traspasando hasta el alma. Desconcertada, desvió la mirada hacia la mandíbula cuadrada que tenía una cicatriz que la atravesaba en diagonal, y a la plenitud de sus labios, que desentonaban con su mandíbula y su nariz romana, con un ligero abultamiento donde se la debía de haber roto.

Su cara contrastaba con el resto de su cuerpo, pero las imperfecciones físicas solo le daban más carácter. Parecía un hombre que hubiera trabajado duro toda su vida y esperara seguir haciéndolo el resto de ella.

Cuando sus ojos se encontraron con los de ella con una rápida mirada inquisitiva, Shannon experimentó un momento de aturdimiento que la obligó a apoyar la mano en el poste del que acababa de descender él.

–¿Qué es lo que quiere? –repitió.

Su tono de impaciencia la devolvió al asunto que tenía entre manos. Estirándose, señaló el cuaderno.

–Me han enviado para darle la bienvenida e informarle de los servicios que le puede proporcionar la oficina de Recursos Naturales para poner en funcionamiento el rancho Crescent.

–No, gracias.

Se agachó a recoger sus herramientas.

Shannon se quedó mirándolo con la boca abierta.

–¿Cómo?

–He dicho que no, gracias. Puedo arreglármelas por mí mismo –hizo un gesto hacia la puerta–. Ciérrela al salir, ¿de cuerdo?

Y con esas palabras se dio la vuelta hacia la caseta de herramientas adosada al edificio

Shannon tardó unos segundos en comprender que la habían echado. Se quedó mirando su espalda asombrada antes de salir corriendo tras él.

–Creo que no lo entiende, señor Farraday –insistió mientras él guardaba las herramientas y agarraba un par de guantes–. He venido a ayudarlo. Nos gustaría que usted participara en un proyecto que estamos llevando a cabo.

Él ni se molestó en darse la vuelta.

–No, gracias. No tengo tiempo. Ya se lo dije al tipo que llamó la semana pasada.

El tipo que…

Wiley, pensó al pararse en seco. La irritación le hizo apretar los puños. Era el mismo Wiley que le había dicho a ella que nadie se había puesto en contacto con Farraday. Bueno, tampoco era la primera mentira que le contaba.

Luke se dio la vuelta y deslizó la mirada sobre ella de nuevo.

–¿Es que pensaban que enviando a una reina de belleza me convencerían?

Shannon se puso rígida. Sexismo en su forma más descarada, pensó enfurecida.

–Soy una científica, señor Farraday. Llevo trabajando en este campo tres años y nací y me crié en este país. Justo al otro lado de las montañas para ser más exacta –señaló el Pico Randall–. Sé lo que estoy haciendo y mi aspecto no tiene nada que ver con mi capacidad profesional.

Él le dirigió una mirada de escepticismo.

–¿Y nunca lo ha usado para conseguir lo que quiere? ¿Nunca ha batido esas pestañas sobre esos profundos ojos azules? –su voz había descendido a un nivel íntimo que le produjo escalofríos en la espina dorsal–. ¿Nunca ha usado esos jugosos labios dulces para susurrar promesas a unos oídos ansiosos? ¿Promesas que nunca pretendió cumplir?

–¡Desde luego que no!

Él lanzó un bufido.

–¡Ya!

Shannon lo miró asombrada. Era el hombre más insultante e insufrible que había conocido en su vida y tuvo que hacer un esfuerzo para no decírselo a la cara. En vez de hacerlo, puso su tono más profesional y serio.

–Siento que usted no pueda pasar por alto mi aspecto y aceptarme como la persona que está aquí para ayudarlo. Respecto a mi físico, no hice nada para conseguirlo. Da la casualidad que procedo de padres bastante atractivos –lo informó con voz tensa.

No importaba que ella no se pareciera en absoluto a sus progenitores, que eran ambos rubios.

Su padre decía que su largo pelo negro, sus ojos azules almendrados y los pómulos altos procedían de su abuela francesa. Sus labios jugosos eran los de su madre.

–Como quiera –contestó Farraday como si el asunto lo aburriera–. No me interesa participar en ningún estudio. Tengo que examinar un arroyo que se ha obstruido, así que, ¿por qué no se va?

No podía haberlo dejado más claro, pero Shannon no pensaba abandonar. Ya había tratado antes con hombres tercos como mulas, aunque ninguno la había insultado ni enfurecido tanto en la primera visita.

Así que hizo caso omiso de su invitación para que se fuera. En vez de eso, esbozó una fría sonrisa y dijo:

–Ese problema entra dentro de mi campo de especialización. ¿Por qué no voy con usted y lo ayudo a resolverlo?

–Porque no quiero que lo haga, señorita… Kipper.

–Es Kelleher –lo corrigió ella entre dientes–. Shannon Kelleher. Especialista en conservación de ranchos.

Sacó una tarjeta del bolsillo adosado a su cuaderno de apuntes y se la pasó.

–Kelleher –repitió él despacio como si reconociera su nombre.

A regañadientes, aceptó la tarjeta que ella le extendía y sus dedos callosos rozaron los de ella al recogerla. Shannon sintió su calor y su textura y, por alguna extraña razón, alzó la vista hacia sus ojos.

Su mirada se prendió en la de ella con menos desinterés que unos minutos antes. Por un instante, Shannon pensó que la estaba mirando como a una persona en vez de una cara bonita, pero él entrecerró los párpados ocultando sus pensamientos.

Shannon no hubiera podido explicar la intensa decepción que sintió aunque hubiera querido.

Luke se guardó la tarjeta en el bolsillo.

–Bien. Si alguna vez necesito a una especialista en conservación de ranchos, la llamaré, señorita Kelleher.

–¿Y cómo sabe que no me necesita ahora?

Él salió del establo y Shannon lo siguió.

–Llevo trabajando en ranchos desde antes de que usted naciera. No necesito que me diga cómo tengo que hacerlo.

Shannon dudaba de la primera parte de su frase. A pesar de su piel curtida y las arrugas en el borde de sus ojos, no parecía sacarle más de cinco años a los veintisiete de ella. Bajo la intensa luz del patio del establo, se fijó en su pelo de intenso color castaño y sin una sola cana.

–No he venido a decirle cómo debe dirigir su rancho, pero creo que no me equivoco si le digo que es usted nuevo en Colorado, ¿verdad?

Él pareció sopesar su pregunta antes de responder:

–Exacto. Soy de Arizona. Cerca de Tucson.

Ella abrió las manos.

–¿Lo ve? Nuestra tierra, clima y plantas son diferentes y tenemos diferentes problemas de aguas. Yo puedo ayudarlo a aprender todas esas cosas.

Él sacudió la cabeza.

–¿Es usted tan insistente como una nube de moscas, verdad?

Shannon alzó la barbilla con gesto orgulloso.

–Bueno, yo nunca lo hubiera expresado así, pero supongo que sí.

Mientras cruzaban el patio, él no dejaba de golpearse la palma de la mano con los guantes. En ese momento se los guardó en el bolsillo trasero para desatar a un gran percherón de la valla del corral.

–Ya que parece que no me puedo deshacer de usted, será mejor que me siga –dijo él mientras saltaba sobre la silla–. Pero tendrá que buscar su propia montura.

Agarró las riendas y se dirigió al extremo del patio.

–¿No va a esperarme?

Entonces Shannon comprendió que le estaba hablando al aire. Luke espoleó a su caballo y se lanzó al galope y ella se golpeó los muslos con el cuaderno con frustración.

O sea que pensaba que debía buscar y ensillar su propia montura, pensó furiosa. Lo que creía era que no sería capaz de hacerlo.

La luz del desafío brilló en los ojos de Shannon. ¡Qué poco sabía aquel hombre! Miró en la dirección en que él había desaparecido antes de darse la vuelta apresuradamente hacia el cuarto de los aperos. Con su ropa de trabajo, vaqueros desgastados, camisa, fuertes botas vaqueras y sombrero, estaba vestida para montar y nada le iba a impedir hacerlo.

En el cuarto de aperos, agarró una manta, una silla y unas riendas, las cargó al hombro y salió hacia el corral.

La rapidez de sus movimientos le produjo un leve mareo y maldijo los efectos residuales de la infección que la obligaban a ir despacio. Inspiró con fuerza y escogió a una yegua marrón de una raza imposible de precisar, pero con fuertes patas y torso. Le habló en el suave tono que su padre la había enseñado a utilizar con los animales y pronto la tuvo acorralada.

Metió el freno en la boca de la yegua sin dejar de alabar su buen carácter.

–Al contrario que tu amo –murmuró con suavidad–. De todas formas, ¿qué le pasa a ese hombre?

La yegua. A los pocos minutos estaba montada y dirigiéndose a los pastos en busca de su huidizo anfitrión. Se concentró en su montura y enseguida se adaptó al suave trote de la yegua. Shannon se alegró de su elección. El suave paso de la yegua hacía que no le retumbara la cabeza, lo que hubiera aumentado su mareo. Inclinándose sobre el cuello del animal, lo espoleó para ponerlo al galope.

No tardó mucho en encontrar a Luke al lado del arroyo que cruzaba desde los campos de su vecino. Era un rincón muy bonito, con una pequeña cabaña en las cercanías. Luke estaba de pie con las riendas de su caballo en la mano y la mirada clavada en el otro lado de la valla.

Ni siquiera se dio la vuelta cuando Shannon se aproximó y desmontó. Ni siquiera tenía que preguntar cuál era el problema; podía verlo por sí misma.

Habían tenido fuertes lluvias la semana anterior, acompañadas por rayos. Uno de ellos debía de haber fulminado un árbol que había en la orilla y lo había desgajado por la mitad. Las ramas habían caído sobre el arroyo y bloqueaban el estrecho cauce. El agua se derramaba por las tierras y se evaporaba bajo el intenso calor antes de volver a recuperar el cauce que alimentaba el estanque de Luke.

–Eso es fácil de arreglar –comentó Shannon.

Luke la miró.

–Entonces, ¿por qué no lo ha arreglado nadie hasta ahora? ¿Será que mi vecina pretendía quedarse todo el agua para ella sola?

Shannon tuvo que mirarlo de nuevo boquiabierta. Estaba descubriendo que la rudeza de aquel hombre hacia ella no era nada personal. Parecía llevarse mal con todo el mundo.

–Su vecina es Violet Beardsley. Es una señora encantadora y una buena vecina. Si hubiera sabido lo de este bloqueo, lo habría despejado –Shannon plantó la bota en el alambre espinoso inferior de la valla y tiró hacia arriba del segundo para abrir un hueco–. Podemos despejarlo ahora mismo. A ella no le importará.

Luke le dirigió una mirada de escepticismo.

–¿Me da su palabra?

–¡Desde luego!

Luke se acercó para agarra el alambre.

–Las damas primero, entonces.

Su mirada directa y retadora le hizo preguntarse a Shannon si pensaría que ella tenía miedo de mancharse. Se quitó entonces el sombrero y lo tiró por encima de la valla hacia un arbusto, donde aterrizó con limpieza.

Cuando se detuvo y lo miró antes de deslizarse entre el alambre, él esbozó una sonrisa cínica.

–No se preocupe; no lo soltaré.

Avergonzada porque eso era exactamente lo que había pensado, Shannon se agachó y se coló entre los alambres. Se dio la vuelta luego para sujetarlo y, cuando Luke pasó, fue a recuperar su sombrero.

Luke se acercó a la orilla y empezó a intentar apartar la rama. Shannon se apresuró a agarrar otra y tirar de ella. Al ver la expresión de sus ojos, tuvo que repetirse la misma pregunta que le había hecho a la yegua poco antes: ¿qué problema tenía aquel hombre?

Esperaba que su ayuda lo convenciera de sus buenas intenciones, pero tuvo que detenerse un par de veces e inspirar profundamente cuando se agachó con demasiada rapidez y la cabeza a empezó a darle vueltas. A hurtadillas, se llenó las manos de agua fresca y se salpicó la cara para reanimarse.

Cuando terminaron y el agua fluyó de nuevo por su cauce natural, regresaron a la parte de Luke, al otro lado de la valla.

Shannon se lanzó al instante a un discurso acerca de los acuíferos y los cambios que había habido en la zona durante los últimos años en las plantas y pastos que crecían en su rancho, y cómo la lluvia de la semana anterior se había perdido en vez de filtrarse.

Luke la interrumpió.

–Todo eso está muy bien, señorita Kelleher, pero está desperdiciando el aliento. Yo… –se detuvo y sus ojos se endurecieron como si se hubiera acordado de algo en ese instante–. Kelleher. Ahora me acuerdo. Gus Blackhawk me dijo que su familia era la que había intentado comprar este rancho, pero que él no se lo había vendido.

–No era mi familia –explicó ella con rapidez–. Eran dos de mis primos, Ben y Tim Sills.

–Blackhawk me dijo que habían quedado muy decepcionados cuando me lo vendió a mí en vez de a ellos.

–El señor Blackhawk estaba exagerando –dijo Shannon mirándolo con firmeza.

Era cierto que Ben y Tim habían deseado intensamente comprar aquel rancho. Habían juntado todo su dinero y le habían pedido prestado a la familia y los amigos, pero no habían conseguido reunir la cantidad suficiente.

–Así que su visita de hoy no tiene nada que ver con investigar al hombre que le quitó el rancho a sus primos ante sus propias narices, ¿no? ¿No está interesada en averiguar si cambiaré de idea y se lo venderé a ellos?

–Esta visita es exclusivamente profesional –respondió ella con tensión–. Conozco bastante bien estas tierras y podría solucionar sus problemas de agua y pastos.

Luke apretó la mandíbula y se acercó para hablar con lentitud y claridad, como para asegurarse de que no hubiera malos entendidos.

–El dinero del gobierno viene con condiciones gubernamentales, señorita Kelleher, y nadie me va a decir cómo tengo que dirigir mi rancho.

Shannon ya se había encontrado con aquella actitud antes, pero nunca con tanta vehemencia. Inspiró con fuerza e intentó aplacar el enfado que estaba empezando a surgir en su interior.

–Yo no voy a hacerlo, pero es una oportunidad única de devolver este rancho a sus condiciones originales.

–Lo que probablemente sea imposible sin que esos tipos del gobierno metan las narices en mis negocios.

–Eso no es cierto. Solo queremos ayudar.

Luke acercó la cara más aún a la de ella.

–Yo ya he recibido ese tipo de ayuda antes y no quiero volver a hacerlo.

–No está siendo nada razonable.

Frustrada, Shannon se dio la vuelta y dirigió la mirada hacia los pastos. La cabeza le dio vueltas de nuevo y separó más las piernas para mantener el equilibrio. Cerró un momento los ojos con la esperanza de que la cabeza se le despejara.

La aguda mirada de Luke no perdió detalle de ese momento de debilidad. Alargó la mano y la posó sobre su hombro.

–¿Le pasa algo?

–No –murmuró ella asombrada por su contacto–. Estoy bien.

Intentó zafarse de aquella mano porque le parecía que pesaba una tonelada. Inspiró para que se le pasara el mareo y señaló los pastos que tenían enfrente.

–Mire esa hierba.

–Hay mucha.

–Está marrón y reseca. No tiene nada de abono.

–Eso ya lo veo, peor tengo otros pastos.

–¿Cuántas cabezas pretende mantener?

–No creo que eso sea asunto suyo –contestó él con tono áspero–, pero probablemente empezaré con quinientas cabezas.

–Sus otros pastos probablemente no podrán mantener tanto ganado. No están en mucho mejor estado que estos. Este campo fue agostado por su buen amigo, el señor Gus Blackhawk –dijo antes de pensar que se podía haber mordido la lengua. Inspiró, alzó la barbilla y clavó la mirada en la de él, que la miraba con furia–. Ha estado en barbecho durante años, pero la hierba no se recupera. Ni los ciervos la tocarían. Necesita una intervención seria para recuperarse.

–Eso es algo que puedo hacer yo solo –insistió él–. Ya le he dicho que no necesito su ayuda. ¿Para qué iba a querer comprar un rancho tan enorme como este si luego iba a dejar que me dijeran lo que tengo que hacer?

Su tono dio al traste con todas las buenas intenciones de Shannon y esta se plantó las manos en las caderas.

–¡Es usted un terco imposible! Eche un vistazo a esto.

Se agachó para arrancar un montón de hierba, pero lo hizo con demasiada rapidez. Antes de poder evitarlo la asaltó un mareo, seguido de la oscuridad. Con un suave gemido, se desplomó frente a la puntera de las botas de Luke Farraday

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TENGO que decirle, señorita, que este es un día cargado de novedades: la primera científica que conozco dándome mis primeras clases acerca de cómo dirigir mi rancho; y es la primera vez que una mujer preciosa cae a mis pies. Si le da la bienvenida a Tarrant County a todo el mundo de esta manera, es un milagro que haya siquiera crecimiento de la población.

Shannon apenas podía escuchar la voz de Luke. Parecía llegarle desde muy lejos. Sabía que debía ser capaz de oírlo con más claridad. Después de todo, tenía la cabeza apoyada contra su pecho, ya que la llevaba con un brazo bajo la espalda y el otro bajo sus rodillas.

Shannon no era una mujer pequeña, pero él la había cargado como si no pesara más que una almohada de plumas.

La cabeza se le ladeó hasta encontrar un punto de apoyo perfecto entre la clavícula y la mandíbula de Luke. A pesar de lo duro que era aquel hombre, el hueco resultaba acogedor y cálido. Durante un insano momento, tuvo la fantasía de que aquel hueco había sido diseñado especialmente para ella. Sabía que la idea era extravagante y que en cuanto se sintiera mejor recuperaría la cordura, pero en ese momento, no le importó abandonarse a la fantasía y al confort que él le ofrecía.

Aturdida, pensó que lo mejor de estar en sus brazos era sentir su olor: picante, ligeramente a sudor y, sin embargo, puramente masculino. Y no debería haberse fijado en esas cosas con la cabeza todavía dándole vueltas, aunque de alguna manera la tranquilizó. El estómago se le había asentado un poco, pero sería un alivio no estar al sol.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Luke la llevó a un sitio fresco y sombreado. Shannon abrió los ojos y descubrió que estaba en la cabaña que había visto poco antes. Se fijó en que era un sitio pequeño y encantador, construido con buena madera, en vez de la choza desvencijada que se habría imaginado. Había una cocina en una esquina y dos ventanas cerradas que podían dar buen ventilación. También había dos somieres con colchones enrollados.

–Puede echarse ahí un minuto –dijo Luke mientras la ponía de pie.

Enroscó un brazo alrededor de la cintura de Shannon y la atrajo hacia él mientras desenroscaba un colchón para que se tendiera.

Antes de que ella pudiera decir nada, el ranchero se dio la vuelta y desapareció. Shannon parpadeó y se preguntó adónde habría ido, pero antes de darle tiempo a pensarlo, apareció de nuevo con una cantimplora en la mano.

Ella alargó el brazo, pero Luke la miró antes de sentarse a su lado.

–Yo la sujetaré –dijo deslizando un brazo para incorporarla antes de dirigir la cantimplora a sus labios.

Su comportamiento seguía siendo delicado y le produjo una ternura que no podía comprender. Mientras bebía, Shannon estudió con confusión la expresión de Luke. Su mandíbula seguía tan tensa como la trampa de un oso y sus ojos estaban nublados, pero la trataba con la misma delicadeza que a un niño pequeño. Confundida, se detuvo antes de dar otro trago.

Él la miró con el ceño fruncido.

–Más –dijo con tono áspero–. Si no se sentía bien, no debería haber salido sin llevar agua.

–Tengo un poco en la furgoneta –dijo bebiendo obediente mientras él le apretaba la boquilla metálica contra los labios.

Luke lanzó un gruñido, como preguntando por qué no la había llevado con ella al arroyo. Cuando terminó de beber, la echó en el colchón, y entonces la sorprendió sacándose un pañuelo blanco, mojándolo y humedeciéndole la cara.