Dejá vu - Gonzalo A. Comunelli - E-Book

Dejá vu E-Book

Gonzalo A. Comunelli

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Beschreibung

¿Has querido alguna vez arrancar de cero? ¿Cuántas veces te has lamentado de las decisiones que tomaste? ¿Si pudieras tener una segunda oportunidad, lo harías de la misma manera? ¿O tomarías un diferente camino en tu vida? ¿Te has detenido a pensar que todo es un déjà vu? ¿Has tenido alguno? Andrés es un hombre inescrupuloso, egoísta, asesino y mafioso. Una persona con intenciones ocultas y que está dispuesto a hacer lo que sea necesario para lograr su cometido. Un día se entera que su vida no ha sido para nada lo que él había creído. Que tenía poderes de los que nunca había sido consciente y que era capaz de arreglar los errores de su pasado y poder redimirse como persona. Sin embargo, ¿lo lograría a tiempo? ¿O encontraría la muerte en su intento?

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Belén Mondati.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Belén Mondati.

Comunelli, Gonzalo Ariel

Déjà vu : nadie escapa de su destino / Gonzalo Ariel Comunelli. - 1a ed . - Córdoba : Tinta Libre, 2020.

306 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-535-8

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas de Misterio. 3. Ciencia Ficción. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución

por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2020. Comunelli, Gonzalo Ariel

© 2020. Tinta Libre Ediciones

Para Candy…

Prólogo

¿Y si esta es tu última vez para reencarnar?

¿Hacia dónde aspiramos? ¿Cuál es nuestra misión/objetivo en la vida? ¿Por qué repetimos una vez tras otra actitudes o acciones que nos enceguecen y no nos permiten vivir con serenidad? ¿Por qué existen los déjà vu? ¿Qué debemos hacer para tener éxito en esta vida?

Preguntas que nos sumergen en un gran pantano de preguntas, donde despertamos con una idea, y nos dormimos con otra o incluso la misma.

La culpa, la responsabilidad, la estabilidad, el deseo inmaculado e idolatrado de alcanzar aquello que nos haga mejor… Pero ¿qué es ser mejor? ¿por qué no nos detenemos en cómo ser felices y permitirnos serlo?

El hombre no buscó el poder, lo encontró accidentalmente tratando de buscar la felicidad, o aquel momento breve que lo hiciera sentir pleno. Hasta que agotó su artillería de deseos en busca de más poder, pensando que con ello lograría más felicidad sin embargo lo perdió todo. Porque él no paró, perdió amigos, familia y todo aquello que le podría dar sentido a la vida. Pero, ¿y si de pronto la vida nos da una chance?, ¿otro rumbo?, ¿un indicio?, ¿un aviso? Quizás un tercero que aparezca en el camino. Alguien. Un desconocido. Tal vez. El cual solo nos advierta de alejarnos lo antes posible de todo esto, de este presente para vivir más el hoy, el aquí y ahora.

Aunque todos, inconscientemente o no, persigamos el éxito, algunos dicen que es necesario empezar con ambición para alcanzarlo, solo que a veces esperamos y anhelamos con todo nuestro ser dar ese primer paso a todo o nada, sosegado por el escrupuloso ego de lograr algo a toda costa, sin importar las consecuencias, no solo en nosotros mismos sino en nuestros seres más cercarnos.

Es en ese mismo momento cuando nos preguntamos ¿qué habré sido en otra vida?, ¿es este el karma que gobierna mi destino por los siglos de los siglos?

Entonces, los vientos neuronales evocan la palabra mágica, reencarnar, palabra tabú hasta el día de hoy para nuestra cultura occidental, pero ¿a quién no le gustaría tener una segunda oportunidad, o vivir la vida de Napoleón o Cleopatra o irnos a un futuro, quizás lejano, lleno de éxito y logros que pongan nuestro nombre y apellido en la eternidad?

En esta ocasión, el autor de NN, Perseguido por su Pasado abarca un universo narrativo deleitándonos nuevamente, esta vez con cuentos sobre reencarnaciones, introduciéndonos en personajes movidos por instintos, deseos, avaricia, poder, con una pizca de esbozos escrupulosos, eróticos y redimidos.

Permítanse dejarse llevar por estas historias, conocer los límites del ser humano cuando el tic-tac del reloj nos haga comprender que es el momento de cambiar. No juzgue qué está bien y qué está mal. Lo moral puede tener el mismo valor que nuestros actos impulsivos. Viaje por el sendero del tic-tac, donde cada historia, como cada segundo, cobra más color en las paletas de colores de la verdad.

Esa verdada la cual queremos llegar, más allá de cualquier ley natural y universal, es la que responde a toda pregunta: quiénes somos, por qué tomamos esa decisión y no otra, quién es el indicado para aconsejarme lo que está bien y está mal, entre otras, desde que nacemos hasta que morimos, pero muchas veces no es más que un conjunto de mentiras a las que les dimos credibilidad, logrando que no sepamos distinguir un amanecer a un simple ocaso.

A veces, el mejor guía de tu propio destino no es el cómo, sino el cuándo. El momento es ahora.

A disfrutar…

Matías CofoneActor

TRIÁNGULO AMOROSO

1

—Este, ¿qué te parece?

—Muy claro.

—¿Y este?

—Muy oscuro.

—¿Este?

—Muy antiguo.

—Bueno, ¿este está lindo?

—Muy recargado.

—Andrés, ya no quedan muchos. A ver… ¿Este te gusta?

—Es mejor que los otros, pero no. Es muy europeo.

Martina empezó a reírse.

—¿Qué significa eso? A mí me gustó, vamos a llevar este. En todo caso lo bautizaremos como El salón europeo —dijo sonriendo

Andrés se encogió de hombros

—Bueno, como gustes.

Martina y Andrés se encontraban eligiendo empapelados para uno de los cuartos de la mansión en la que vivían, situada en San Isidro. Hacía tan solamente un año que estaban casados. Martina tenía veintiséis años mientras que Andrés estaba a punto de cumplir treinta. No tenían hijos. Por el momento no estaban en los planes de la pareja, aunque a ella le gustaba la idea de llenar con niños semejante mansión en la que vivían.

Andrés era un abogado con un pequeño estudio jurídico propio, mientras que ella había sido la heredera de una gran fortuna familiar, debido a que sus padres poseían varios campos en el interior de la provincia de Buenos Aires.

Lamentablemente, un accidente de ruta había terminado con la vida de ellos y Martina, al ser hija única, heredó todo. Decidió vender varios campos y quedarse solamente con los más solventes, los cuales eran gestionados por gente idónea. Ella iba solamente una vez por mes para revisar los números de la administración.

Una vendedora se les acercó y con voz gentil les preguntó:

—¿Ya se han decidido?

—Sí —respondió Martina—. Queremos este.

—Gran elección —aprobó la vendedora—. ¿Cuánto necesitan?

—Cincuenta metros cuadrados —dijo Martina.

—Muy bien. Me fijo si contamos con esta cantidad en el depósito y vuelvo —dijo la vendedora, quien luego se alejó.

—Quiero festejar mi cumpleaños —dijo Andrés.

—Me parece muy bien. ¿Tenés alguna idea en mente?

—Sí. Quiero hacer una gran reunión en casa. Invitar a mucha gente, que sea un evento muy importante y salga todo perfecto. Como tiene que ser.

—Obvio va a salir perfecto, querido. ¿Seguro querés hacerlo en casa? ¿No es mejor buscar un salón?

—No, Martina —dijo Andrés—. Tenemos un lugar inmenso y hay que aprovecharlo. Lo voy a hacer en casa. ¿Me vas a ayudar a preparar todo? Aún tenemos casi un mes. Hay tiempo.

—Por supuesto te voy a ayudar. Vos despreocupate. Me encargaré de todo. ¡Me encanta! —exclamó su mujer, feliz

—Bárbaro. Muchas gracias —dijo Andrés inmutable.

—No tenemos semejante cantidad en el depósito —explicó la vendedora al regresar—. Pero se la podemos conseguir para mañana mismo. Incluso se lo podemos alcanzar si lo desean.

—Sí —dijo Andrés—. Y que también lo coloquen.

—No hay problema —dijo la vendedora nuevamente—. Vengan conmigo a la caja y arreglamos todo.

Momentos más tarde, Andrés y Martina salían muy satisfechos del local: les iban a entregar el empapelado y también colocarlo. Era un alivio que lo hicieran tan pronto.

Andrés salió hacia la derecha en busca del coche, pero Martina se detuvo.

—Amor, me gustaría ver esas vidrieras.

—Bueno, andá. Te espero en el auto —respondió Andrés.

Martina se alejó y Andrés fue caminando hacia el estacionamiento. Parecía que Martina siempre tardaba para hacer todo. De alguna forma u otra, siempre encontraba la manera de perder tiempo.

Estaba a pocos pasos del coche cuando vio a un hombre parado junto a este.

El hombre se percató de que Andrés se estaba acercando y lo miró. Este le devolvió la mirada y se quedaron así durante algunos segundos. Andrés estaba sorprendido por la expresión de los ojos de ese hombre misterioso. Tenía un ojo de color verde y otro de color azul. Nunca había visto algo así.

Tras unos segundos, el hombre se dio vuelta y se fue caminando calle abajo. Andrés se quedó mirando como se alejaba. Raro.

Martina en ese momento regresó.

—¿Todo bien Andrés?

—Sí, sí. Vamos, que hay mucho por hacer.

2

Al día siguiente, Andrés estaba en su oficina. Cerró la puerta y se sentó tras su escritorio para observar de frente a las personas con las que estaba reunido. Allí estaba Sergio, el jefe de policía, Fernando, un juez de los tribunales de San Isidro y Eugenio, dueño de la mayor fábrica autopartista del partido.

—Buenos días, caballeros —saludó Andrés—. Muchas gracias por venir. Por si alguno no me conoce, soy Andrés, el marido de Martina Álzaga. A quien estimo sí conocerán.

—Así es —respondió Fernando—. Ella es una de las más ilustres ciudadanas de nuestro barrio. Imposible negarnos a su pedido de que nos reunamos con vos.

—Ella les manda su cálido saludo a todos ustedes. Verán, se preguntarán por qué los he reunido. La respuesta es muy simple. Este partido necesita un cambio. Social, político, cultural y económico.

—El partido es muy sólido —comentó Sergio.

—Error —refutó Andrés—. El partido es muy retrógrado. La gente de mayor poder adquisitivo vive aquí, y vive atrasada una década en tecnología y estilo de vida comparado con Europa. Necesitamos darle lo que se merece. Es necesario que San Isidro lidere el camino hacia el futuro.

—Andrés, tu discursito es muy débil —opinó Eugenio.

—No es un discurso. Es una visión que tengo del futuro. Nuestro futuro —Andrés hizo una pausa—. Mi futuro. Caballeros, voy a postularme como candidato a la intendencia de San Isidro.

Los presentes se quedaron mirando a Andrés con cierto estupor. ¿Ese hombre quería ser intendente? Suerte con eso.

—Me parece muy lindo tu sueño, pero vas a tener que esperar un poco. Sos joven y, sin duda, aunque tengas las ganas, te falta la experiencia —le dijo Fernando.

—Voy a lanzar mi candidatura en un mes, durante un evento que voy a hacer en nuestra propiedad, el día de mi cumpleaños número treinta —dijo Andrés.

—No entiendo para qué le pediste a Martina reunirte con nosotros. No entiendo para qué nos has citado —dijo Sergio.

—Porque los necesito y porque quiero discutir con ustedes las ideas que tengo en cada una de las áreas que voy a transformar. Seguridad, Justicia, Inversiones y Trabajo. Cada uno de ustedes representa a una de ellas, y sé muy bien que, con su predisposición, podremos hacer algo excelente. Tengo un plan completamente detallado acerca de lo que quiero y cómo vamos a lograrlo —informó Andrés.

—Tengo una reunión dentro de una hora —avisó Eugenio.

—Entonces empezaré con vos —dijo Andrés sonriendo.

3

La semana había sido complicada ya que no solo se tomaron dos días para empapelar todo el cuarto, sino que también se limpiaron las alfombras, se arreglaron los caños de dos baños y se hicieron trabajos de poda en el jardín.

Toda la mansión estaba siendo objeto de remodelación y Martina estaba bastante ocupada supervisando a las diferentes personas que entraban y salían de su propiedad. Era todo el tiempo vivir en estado de caos.

Por su parte, Andrés encontró en el continuo desorden que había en la casa, la excusa perfecta para desaparecer todo el día y estar en la oficina. Ya sea tomando casos, avanzando con algunos, pero principalmente para poder seguir planeando su candidatura. Había muchos detalles que pulir y cuestiones a las que atender.

Sin embargo, el jueves, ya cansado de estar trabajando, Andrés llegó temprano a su domicilio para encontrase en la puerta con dos camiones que salían. Uno era el camión de la jardinería y el otro, el de la plomería.

Andrés ingresó por el camino de la mansión y dejó el auto a metros de la entrada principal. Allí se bajó del vehículo y pudo observar que todo el jardín lucía impecable. A su izquierda estaban los árboles prolijamente cortados y a su derecha, las ligustrinas impecables. Habían hecho un gran trabajo, al menos con el jardín delantero. Le faltaba ver cómo había quedado el trasero.

Entró al vestíbulo, dejó su maletín en una mesita junto a la puerta y caminó hacia el salón principal por la nueva alfombra. Era más mullida y tenía un hermoso color bordó que combinaba mucho mejor con las paredes y cielorrasos. Le daba un aspecto palacial a la estancia.

Martina estaba tomando el té mirando televisión en el salón.

—¡Amor! Llegaste más temprano, qué linda sorpresa.

—Hola. Veo que ha quedado todo muy bien. Me alegro —dijo Andrés.

—Sí. Solamente falta que mañana acomoden los dos baños de abajo y listo. Por fin, es una lucha tener gente trabajando en tu propia casa —suspiró Martina—. ¿Cómo te fue hoy en la oficina? Llegaste temprano.

—Bien. ¿Quedó agua caliente?

—Sí, ya te traigo —le dijo su mujer. Luego se levantó y desapareció por un pasillo.

Andrés se aflojó el cuello de la camisa, y también la corbata para ponerse más cómodo. Todo iba muy bien encaminado para el acto que tenía pensado hacer en simultáneo con su cumpleaños. Ya podía imaginar su discurso y a todos los presentes ovacionándolo.

Martina regresó con una taza de té humeante y unas masitas.

—Te traje por si tenías hambre.

—No, gracias —respondió Andrés.

—¿Podemos hablar un momento de algo importante? —pidió Martina.

—Decime.

—Llevamos un año casados, ¿no? Yo tengo una gran espalda económica y vos tenés un trabajo independiente que está empezando a dar sus frutos, ¿por qué no formamos una familia? —preguntó ella.

Una familia no estaba en los planes de Andrés. Tener un hijo iba en contra del tiempo que tenía que dedicarle a la campaña. Era una distracción fatal. Una vez electo, en cambio, podría llegar a ser una buena idea convertirse en padre, pero ahora no. Ni loco.

—No me parece buena idea, Martina —contestó Andrés.

—¿Por qué no? ¿Qué te parece que nos falta para eso?

—Para empezar, vos misma lo dijiste. Vos sos la que tiene el dinero, el patrimonio. Yo solamente tengo un trabajo independiente. Quiero crecer, necesito saber cuál es mi límite. Tener familia no me va a ayudar en nada, Martina.

—Pero, ¿qué tiene de malo? Vamos a cuidar juntos al bebé. Yo soy la persona que va a quedar embarazada. No veo cómo no te va a ayudar, amor. ¿Acaso pensás que tener hijos es una mala idea?

—Sí. Ahora. Pero me gustaría tener en el futuro. Dame tiempo. No me apures, por favor —dijo Andrés.

Martina tenía lágrimas en los ojos. Le costaba entender el punto de vista de su marido, pero en realidad lo que más le dolía era la frialdad con la que le estaba hablando. No era la primera vez, sin embargo. En los últimos meses había sentido que era distante.

—¿Cuánto tiempo necesitás? —le preguntó.

—No sé, Martina. Cuando llegue el momento, te lo diré.

—Está bien, Andrés —respondió ella, muy dolida.

—Gracias por el té —le dijo Andrés y luego le dio un beso en la frente—. Subo que quiero revisar unos papeles.

Andrés se fue dejándola sola. Martina escuchó los pasos de su marido hacerse cada vez más lejanos hasta que quedó envuelta en el mayor de los silencios. Sola. Miró las paredes de la mansión y los techos. Tan altos, y sin embargo parecía una prisión. De repente, comenzó a preguntarse si realmente Andrés era el hombre de su vida. Había cambiado mucho desde que se casaron, pero recién lo empezó a notar en las últimas semanas. Definitivamente, era otra persona la que fue su novio durante dos años previos al casamiento. Ya no había risas, miradas cómplices, ni tampoco planes sorpresivos. Se había vuelto todo aburrido y seco. Casi como dos personas en diferentes mundos. ¿Qué le había pasado durante ese lapso que lo hizo cambiar tanto? ¿O era ella la que cambió?

Martina tomó la bandeja con el juego de té y se dirigió a la cocina. Se sentía tan sola. Una fugaz imagen de una antigua pareja se le cruzó por la mente. Necesitaba compañía, alguien. Lo necesitaba rápido.

4

—¿Te puedo ofrecer un café o algo para tomar? —preguntó Andrés.

—Bueno, un café está más que bien —aceptó Pablo, un periodista de La Nación.

Andrés se acercó a la cafetera que estaba en su despacho y sirvió en un vasito de plástico.

—¿Cuántas de azúcar? —preguntó.

—Una está bien, gracias Andrés.

Andrés puso el azúcar requerido y le alcanzó el café.

—Perdón por el vaso, es lo que hay. Cuando tenga más dinero, prometo invitarte con una taza como corresponde —se disculpó Andrés.

—Está más que bien, no te preocupes —dijo Pablo—. Bueno, comentame bien a qué me has citado. ¿Necesitás que grabe alguna declaración? ¿Es una charla extraoficial? ¿Algún caso importante en el que estás trabajando?

—Mirá —dijo Andrés sentándose—. Esta es la cuestión. Te cité porque Martina me recomendó que lo haga. Al parecer son grandes amigos.

—Sí —dijo Pablo—. Nos conocemos desde la secundaria.

—Excelente —sonrió Andrés—. Me gusta mucho tu labor y en particular disfruto y leo con mucho interés tu columna semanal política.

—Muchas gracias —respondió Pablo.

—¿Qué conocés acerca de la política de San Isidro? —quiso saber Andrés.

Pablo tomó un sorbo de café y tras una pausa, retrucó.

—¿Qué pensás que conozco?

Andrés se largó a reír

—No cuentes con que me vas a entrevistar. Sino tomalo como que te traje para que cubras una primicia. Pero antes, respondeme a la pregunta.

—Bueno —empezó Pablo—. El partido históricamente ha sido muy rico gracias al nivel adquisitivo de la gente que vive aquí. Tiene una población de unos cuarenta y cinco mil habitantes y es uno de los partidos más antiguos de Buenos Aires, ya que se fundó a principios del siglo dieciocho.

—No —dijo Andrés—. La parte histórica la sé. Hablame de la política.

—Lleva muchos años gobernado por la misma coalición política. El partido está bien administrado, se podría decir que se encuentra en piloto automático. Ningún intendente que asume, sin importar el partido al que represente, hace algún cambio significativo. Eso hace que las cosas estén prolijamente llevadas, pero también que la gente experimente una sensación de falta de progreso.

—Bien, ¿qué más?

—¿Qué más? —preguntó el periodista

—Sí. ¿Qué distingue a los intendentes? —preguntó Andrés intentando orientar la conversación.

—Que son todos viejos —dijo en chiste Pablo sonriendo.

—¡Exacto! —exclamó Andrés golpeando el escritorio

Pablo se sobresaltó y volcó un poco de café en el suelo.

—¿Y? En la política no hay gente joven. La mayoría tiene más de cuarenta y de ahí hasta que el cuerpo les dé, aunque la mente les falle —dijo Pablo.

—Bueno. No tiene por qué ser así. La gente joven es la que tiene que llevar adelante la política. Aporta ideas nuevas y sabe realmente lo que necesita la sociedad. Por supuesto, apoyándose en un grupo correcto de gente más experimentada, pero el joven es el que tiene que llevar la bandera. Es el más compenetrado con la idea de progreso y sabe lo que las generaciones futuras desean —dijo Andrés.

—Está bien, supongamos por un momento que funcionase así. ¿Qué tiene que ver con la primicia que me ibas a dar? —quiso saber el periodista.

Justo cuando Andrés iba a responderle, golpearon la puerta.

—Perdón —dijo Andrés, quien luego se levantó molesto a abrir la puerta. Era su mujer, Martina.

—Hola, amor —lo saludó.

—Martina, estoy en el medio de algo importante —se quejó Andrés.

—¡Oh! Perdón— se disculpó ella mirando a Pablo—. No sabía. ¡Hola, Pablo!

Pablo le devolvió el saludo.

—Cuando tengo la puerta cerrada, es por algo —le dijo Andrés—. ¿Puede esperar o es urgente?

—No, solamente quería saber si querías ir a cenar afuera esta noche —invitó Martina.

—Puede ser. Más tarde hablamos —dijo Andrés cerrándole la puerta—. Perdón Pablo. Continúo. Lo que te decía acerca de la gente joven. Se acerca mi cumpleaños número treinta. Voy a organizar una gran reunión y en medio de ella, voy a lanzar mi candidatura para ser intendente de San Isidro. Quiero que estés presente para cubrirla y que hagamos una pequeña entrevista, pre armada obviamente. Te daré la exclusividad.

—Estás loco, Andrés —dijo Pablo riéndose.

—Te espero en nuestro domicilio el sábado 20 de octubre. A las ocho de la noche. Venite elegante y no olvides tu cámara de fotos.

—Estás hablando en serio —se dio cuenta Pablo.

—¿Qué? ¿Te pensabas era un chiste? Yo siempre hablo en serio —comentó Andrés.

Martina, por su parte, había bajado las escaleras con dirección a la calle con un rostro afligido. Su esposo había sido muy cortante con ella y no era la primera vez. Últimamente se mostraba muy poco cortés con ella. Ya hasta parecía que ni siquiera la respetaba. ¿Esta es la clase de hombre que le esperaba el resto de su vida? Además, estaba con varias reuniones con diferentes personas. Lo cual era raro. Es cierto que, al ser un abogado, es muy común estar en contacto permanente con la gente, pero ninguno de ellos parecía ser cliente.

Comenzó a preguntarse si su marido estaba planeando algo de lo que ella no era parte. ¿Sería una sorpresa para ella? ¿O algo secreto? No podía aventurarse por ninguna respuesta sin embargo no le gustaba para nada.

5

Habían pasado siete años desde la última vez que Ángel había estado en Buenos Aires. Durante ese lapso había logrado formar una empresa muy importante de golosinas en el interior del país, más precisamente en Córdoba, San Luis y Mendoza.

Su negocio se dedicaba a abastecer de golosinas a quioscos y a pequeños supermercados, como así también a todo tipo de tienda que las ofreciera, por ejemplo, estaciones de servicio. Recientemente, para ampliar el horizonte comercial, había puesto una pequeña fábrica en el sótano de uno de los galpones que usaban como depósito, para empezar a fabricar galletitas de agua. Habían sido un éxito. Próximamente tenía planes de también efectuar una marca de bizcochitos azucarados. Ángel no podía quejarse. Sin embargo, no todo en su vida era color de rosas.

Su hermano mayor, Joaquín, había fallecido tras caer al vacío desde el octavo piso de su departamento en Saavedra en circunstancias dudosas. Algunos dijeron fue un accidente, otros que una falla edilicia y había quienes afirmaban que se había quitado la vida. Había dejado atrás a una mujer y dos niños.

Joaquín tenía treinta y seis años, tres más que Ángel y aunque no se veían hacía mucho, seguían teniendo una relación muy cercana ya que estaban en permanente contacto. Cuando Ángel recibió la noticia de su muerte, fue como si una parte de él muriera también.

Ahora, a tan solamente veinte minutos de llegar a Buenos Aires, muchas emociones comenzaron a brotar a flor de piel. Ángel había siempre vivido en zona norte y se había mudado a Córdoba para dejar atrás a un amor no correspondido y poder arrancar de nuevo. Todo se había vuelto demasiado doloroso.

Se había enamorado a los veintidós años de edad de Martina Álzaga, pero ella tan solamente tenía dieciséis con lo que su amor era secreto. Se habían conocido en un evento de beneficencia organizado por el club Alumni puesto que él era un jugador aficionado de rugby y ella era la hija de uno de los integrantes de la comisión directiva del club.

El flechazo había sido inmediato y, a pesar de que iniciaron un tórrido romance, este fue clandestino hasta que ella cumplió los dieciocho y se hizo mayor de edad. Ángel era muy feliz, pero tenía otros tiempos en la vida y sintió el deseo de casarse, a lo que ella le pidió tiempo. Él aceptó esperar.

Pero dos años más tarde, cuando ya tenía veintiséis y ella veinte, Martina le dijo que no quería casarse ni tener hijos. Soñaba con poder terminar una carrera universitaria y poder aprender más la labor de sus padres en la administración agrícola. Ángel no estaba de acuerdo y tomó la decisión de dejarla. Con su dinero, producto de años de ahorro, y con el título de licenciado en Administración de Empresas, decidió mudarse a Córdoba, en donde vivía un tío suyo.

A pesar de alejarse de Martina para siempre, mujer a la que amó con todo su ser y que seguía amando, Ángel fue incapaz de poder establecer una relación con alguien y simplemente se volcó de lleno al trabajo. Fue la única manera de olvidarla. Pero ahora, regresando a Buenos Aires, todo volvía a su mente. No podía dejar de pensar en ella y en lo mucho que la había amado.

Ángel iba a estar unos días en Buenos Aires para despedir a su hermano y acompañar a su familia en tal duro momento. Se preguntaba si se iba a cruzar con Martina. Si ella seguía viviendo en San Isidro, no iban a estar tan lejos. ¿La reconocería?

¿Hablarían? ¿Cómo reaccionarían? Interrogantes que no dejaban de girar en su mente.

6

Faltaba solamente una semana para su cumpleaños. Ese día, apenas terminó de desayunar, Andrés se puso a revisar la lista de invitados y consideró que le faltaba gente. Famosos, celebridades, personajes ilustres, políticos, todo tipo de personas que tuvieran llegada, comunicaciones y que pudieran generarle contactos.

Andrés repasó la lista. Solamente tenía a quince personas confirmadas y otras diez en veremos. Muy poco. Pobrísimo. Un acto de campaña, como mínimo, requería de una audiencia de centenares de personas.

Se rió para dentro. Un acto de campaña. Ya pensaba como político. Bueno, no necesitaba centenares de personas, pero sí un par de decenas de nombres importantes. No tenía más remedio. Necesitaba de su mujer y que ella moviera los hilos. Sin embargo, sabía que no iba a darle ayuda porque no aprobaría su lanzamiento en la política. Eso, en todo caso, era un problema que tendría que tratar luego. Ahora lo importante era a quién invitar.

Martina se acercó a la cocina.

—Buen día, amor.

—Buen día —saludó Andrés.

—Te levantaste temprano hoy —notó Martina.

—Como siempre. Estuve pensando. Falta una semana para mi cumpleaños.

—Sí, así es. Vas a cumplir treinta años, todo un veterano —se burló Martina.

—Invitemos también a gente conocida tuya. Si no, vas a aburrirte —dijo Andrés.

—¡Pero es tu cumpleaños! Invitá a quien quieras, amor —dijo ella.

—¿A quién quiera? Bueno, entonces invita a gente amiga tuya —le dijo Andrés

—¿Vos decís? No sé… —dudó Martina.

—En serio. Podes llamar a Brenda, Gonzalo, Antonella, Juan Pablo, Matías, Romina, Luisina e Iván. ¿Qué te parece? —propuso Andrés.

Martina lo miró raro. Había nombrado a todos sus amigos y amigas más famosas. Gente de la alta sociedad con la que Andrés casi no tenía relación. Gente influyente y con mucho dinero. Era raro.

—¿No le puedo decir a Martín, Maxi, Liliana, a ellos? —preguntó Martina. Ellos eran amigos normales, por así decirlo. No era gente adinerada ni tenían la amistad de Martina por interés.

—Sí, claro. Deciles también —accedió Andrés.

Sin embargo, su tono de voz era otro. Martina se dio cuenta de que no le interesaba la presencia de gente común. Andrés quería cierto nivel de gente en su cumpleaños. El asunto era por qué. Para qué. Su marido no era una persona interesada… ¿o sí?

—Bueno —dijo Andrés—. Te encargo entonces a vos las invitaciones. No escatimes en ellas. Cuanto más seamos, mejor. Me tengo que ir a trabajar.

Andrés se levantó y salió de la cocina.

—Está bien —dijo Martina—. ¿No te estás olvidando de algo?

—Tenés razón —dijo Andrés regresando sobre sus pasos.

Martina se acercó con la intención de besarlo, pero él agarró una fruta de la mesada y se fue, dejándola a ella molesta.

«¿Qué le pasa? ¿Ya no le atraigo más?». Hacía mucho tiempo que no hacían el amor, ni siquiera existía el contacto físico. Un beso o una caricia. Empezó a sospechar de su esposo. Estaba actuando muy raro hacía ya un tiempo. Sin embargo, decidió seguir adelante con lo que él le había pedido. Aunque lo iba a hacer más por intriga que por convicción. Algo estaba tramando y ella lo iba a descubrir.

7

Ángel había pasado unos días muy difíciles. No había sido nada fácil despedir a su hermano, tan querido y tan extrañado.

Al parecer, Joaquín se había ido a fumar al balcón, y al apoyarse en la baranda, ésta había cedido. Eso era lo que se había determinado ya que su cuerpo había sido encontrado con parte de la baranda en su mano aún y otros trozos rodeándolo.

Su mujer aseguraba que las cosas estaban muy bien entre ellos y que no había tampoco otro motivo, ya sea laboral o de otra índole que pudiera hacerle contemplar la idea de un suicidio. Sin embargo, todo eso ya no servía para nada. Eran conjeturas que no iban a devolver la vida a Joaquín.

Ángel decidió que había cumplido su parte y sufrido lo suficiente. Buenos Aires no le generaba ya nada. Había perdido al amor de su vida y ahora a su hermano. Se iba a quedar una noche más, ya que había pactado una reunión con un distribuidor en Olivos para evaluar la posibilidad de un negocio futuro.

Fue así que tenía una tarde libre para pasear y decidió recorrer el barrio en el que vivió cuando era chico. Visitó su antigua casa, el colegio y muchos otros lugares. Entonces recordó que había una confitería que preparaba cosas muy ricas, en especial los alfajores de maicena. Decidió ir a ver si aún estaba.

Se llevó una linda sorpresa cuando vio que allí seguía, la confitería Piscis. Tal como la recordaba. Encontró lugar para estacionar justo a metros de ella y se bajó del auto saboreando en su mente los alfajores que iba a comprar.

Entró, sacó número y se dirigió a las estanterías para ver qué productos ofrecían. Fue entonces cuando lo llamaron.

—Sesenta y siete —llamó una empleada.

Ángel se acercó y le dio el número.

—Hola. ¿Me darías por favor un cuarto de alfajores de maicena? Y también te pido un cuarto de pepas de membrillo —solicitó Ángel.

—¿Ángel? —llamó la voz de una mujer a sus espaldas.

Este se giró y enmudeció. Allí estaba, parada frente a él, la mujer de su vida. El amor de su vida. Martina.

Ella lo miró y sonrió. Se vía espléndida. Como si no hubieran pasado siete años desde la última vez que se habían visto. Estaba vestida con sencillez, pero se veía hermosa. Tenía puesto un jean clásico y una camisa blanca. Su pelo estaba recogido con una cola de caballo y casi no tenía puesto maquillaje. Irradiaba belleza.

—¡Ángel! —repitió Martina—. ¡Qué sorpresa verte aquí!

Finalmente él pudo hablar

—Martina, tanto tiempo. ¿Cómo estás?

Ella rio.

—No hace falta tanta cortesía, por favor.

—Señor, aquí tiene su pedido —interrumpió la empleada de la confitería.

—Bárbaro, ¿cuánto te debo? —preguntó Ángel.

—Son noventa y cuatro pesos.

—Aquí tiene, muchas gracias —dijo Ángel dándole el dinero justo.

—Siempre goloso vos —le dijo Martina.

—Hay hábitos que no cambian— sonrió él—. ¿Qué andás haciendo?

—Vine a encargar una torta de cumpleaños —dijo Martina quien luego dudó las siguientes palabras—. Para mi esposo.

Ángel hizo de cuenta como si no le hubiera dolido saber que ella estaba casada.

—Genial. Es de Libra, buen signo— dijo.

—Sí, por supuesto. ¿Vos qué hacés de regreso? O sea, ¿estás de regreso? —preguntó Martina.

—Vine unos días porque falleció mi hermano —respondió Ángel con la mirada triste.

—¿Joaquín? Lo lamento mucho, no puedo creerlo —se solidarizó Martina—. ¿Vos cómo estás, Ángel?

—Mal Martina, mal —dijo Ángel—. Por eso es que mañana me voy. Tengo una reunión y luego me voy. Buenos Aires no es para mí.

Martina en ese momento sintió un impulso y le dio un abrazo. Ángel se mostró receptivo y se quedaron así, abrazados, durante varios segundos. El contacto de los cuerpos había sido muy fuerte para él, sentir el perfume de aquella hermosa mujer. Los recuerdos comenzaron a aflorar.

—¿Por qué no tomamos un café y me contás todo? Así te ayuda a descargar las emociones —propuso Martina.

Ángel lo dudó por un instante, pero aceptó. Podría ser la última vez que la viera en su vida.

—Perfecto. Muchas gracias, Marti —le dijo sonriendo.

Esa misma noche, Martina se había quedado mirando algo de televisión. Sin embargo, un rato antes de la medianoche, la apagó y subió a la habitación. Andrés ya estaba durmiendo y roncaba suavemente. Estaba a punto de irse a dormir cuando tuvo el impulso de sacar algo de su cartera.

Era una tarjeta con el número de teléfono de Ángel. Miró la hora y se preguntó si era muy tarde para llamarlo. Quería escuchar su voz. La felicidad que había sentido al verlo, no la experimentaba hacía meses. Luego miró a su marido y, tras una pausa, guardó la tarjeta nuevamente y apagó la luz para irse a dormir.

8

Andrés estaba durmiendo cuando Martina entró a la habitación. Corrió las cortinas para que entrara la luz de la mañana. El sol le pegó directamente en la cara a él, quien abrió los ojos de a poco. Para cuando se terminó de despertar, su mujer ya estaba sentada junto a él.

—Feliz cumpleaños, amor —lo saludó y luego lo besó.

—Muchas gracias —agradeció Andrés todavía algo dormido.

—Ya tengo el desayuno listo. Cuando quieras podés bajar, mi vida— dijo Martina.

—Gracias— dijo Andrés nuevamente, aún bastante dormido—. Ya bajo.

Momentos más tarde los dos estaban desayunando en silencio. Martina sonreía tratando de alegrar a su marido, pero este se encontraba muy serio.

—¿Pasa algo amor?

—No, nada —respondió Andrés—. Solamente quiero que lo de esta noche salga muy bien.

—Va a salir perfecto. Despreocupate. No te olvides que, antes de acostarme, te voy a dar tu regalo. Estoy segura de te va a encantar.

—Bueno, veremos —dijo Andrés terminando de comer una tostada.

—Tengo muchos detalles que cerrar con respecto a hoy, ¿te molesta si me levanto?

—Para nada, Martina. Por favor, terminá todo. Yo también quiero terminar algunos asuntos —dijo Andrés.

Martina se levantó y se fue a la cocina a volver a repasar la lista del catering. Sin embargo, no tenía ganas. Sentía que todo el esfuerzo que le estaba poniendo al gran evento que deseaba su marido no era reconocido ni valorado. Vaya novedad. En realidad, nada de lo que ella hacía era valorado por él. Además, había mucho hermetismo y la lista de invitados eran más amigos y conocidos de ella, que propios amigos de Andrés. Parecía una reunión de negocios, más que un cumpleaños.

¿Y si lo era? ¿Si todo era una estrategia de su marido para sacar provecho de ella? Después de todo, la que tenía los contactos era ella. La fama, el dinero, el prestigio. Su marido era un don nadie en comparación. No. No podía pensar así. Andrés la amaba. ¿O no? Decidió ir a hablar con él. Necesitaba escuchar que él la amaba.

Martina salió al comedor, pero no lo encontró. Se dirigió a su oficina y supuso allí estaba al ver la puerta cerrada. Golpeó y esperó

—¿Sí? —se escuchó la voz de Andrés.

—Soy yo, ¿puedo pasar?

—Estoy muy ocupado Martina —dijo Andrés desde adentro, sin abrirle.

—Necesito hablar con vos un instante, abrime por favor— pidió Martina.

Andrés abrió la puerta.

—¿Qué?

—¿Me amas, Andrés?

—¿Para esto me interrumpiste? Después hablamos —dijo Andrés cerrándole la puerta.

«Por favor», pensó Andrés, «qué manera de interrumpirme». Se sentó nuevamente y retomó la escritura. Estaba preparando un discurso para esa noche. Era lo más importante de todo. Releyó las hojas escritas hasta el momento, pero luego se detuvo a pensar. Quizás tendría que haberle dicho a Martina que la amaba. Había actuado de manera poco inteligente. Si le decía que sí, la iba a dejar conforme, pero ahora quizás la había alterado. Y él la necesitaba.

Decidió terminar el discurso y luego buscarla para decirle lo que ella quería escuchar. No podía dejar que su candidatura se opaque por ella. Después de todo, casualmente su mujer era el trampolín para lo que él buscaba.

Martina, por su parte, había subido corriendo las escaleras casi en lágrimas. Entró a su habitación, cerró la puerta bruscamente, buscó su cartera y encontró la tarjeta con el número de Ángel. Lo marcó. ¿Andrés le había dicho que invitara a quien quiera? Pues ella lo quería a Ángel en la fiesta. Sentía era la única persona que podía ayudarla a sobrellevar el evento inminente.

Este atendió.

—¿Hola?

—¿Ángel? Soy Martina. ¿Querés venir esta noche a la fiesta?

Esa misma noche, Ángel entró a la mansión y vio con fascinación el despliegue de lujo en el que estaba inmerso. Había decenas de personas vestidas de gala. Música de jazz sonando en el ambiente, camareros ofreciendo tragos y pasando con bandejas llenas de comida de primera calidad. Andrés estaba saludando a cada uno de los invitados a los pies de la escalera principal.

Le costó a Ángel asimilar tanta belleza. Era impresionante el lugar. Sin dudas, Martina estaba muy sólida económicamente. Nadaba en dinero. Justo cuando se disponía a saludar al agasajado, ella apareció y lo tomó del brazo para alejarlo.

—Hola, me alegro mucho que hayas decidido venir, Ángel.

—Marti, me costó venir. Es muy raro para mí. Lo comprenderás. Solamente vine porque me has insistido.

—Lo sé, pero no quería estar sola esta noche —dijo Martina.

—¿Sola? Pero si está lleno de gente este lugar —indicó Ángel.

—Sin embargo, nadie me genera lo que me generás vos —dijo ella dulcemente.

En ese momento apareció Andrés.

—Martina, vení. No te quedes acá. Circulemos, mucha gente quiere saludarte. Tenés que circular —le ordenó su marido.

Ella miró a Ángel, cerró los ojos y luego siguió a Andrés a través de la muchedumbre. Martina comenzó entonces a hablar con los diferentes invitados. Hizo sociales como pudo. Cada vez que la ocasión lo permitía, revisaba si Ángel aún estaba presente.

—Felicitaciones —la saludó Sergio—. Debe estar muy orgullosa de su marido. Un hombre con mucha ambición.

—Sí —dijo Martina.

Enseguida se acercó Fernando.

—Martina querida. Tengo que admitir que cuando vino Andrés y me contó su proyecto, pensé estaba loco, pero la verdad me ha dejado asombrado. Es un honor poder ser parte del cambio que está por venir gracias a su liderazgo.

—Gracias, Fernando —respondió ella algo confundida.

Eugenio también le habló.

—Andrés es exactamente lo que la gente de San Isidro necesita. Estoy seguro que vendrán muchas alegrías para ustedes. La intendencia es solo el primer peldaño.

—Así es. No lo dudo —dijo Martina fingiendo una sonrisa—. Perdón, Eugenio, ya regreso.

Martina entonces se dio cuenta de la realidad. La triste y horrenda realidad. Andrés había planeado hacer un acto político con la excusa de su cumpleaños y la había utilizado para llevarlo a cabo y poder tener llegada a toda la gente indicada.