Del cero al cielo - William Shaw - E-Book

Del cero al cielo E-Book

William Shaw

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Cuando tanta gente te pregunta por las cosas que has logrado, que para ti han sido interesantes (o divertidas) y para otros inalcanzables o imposibles, pero que de alguna manera te trajeron hasta aquí, uno se motiva a contar lo que fue esta experiencia de la vida. He ahí, querido lector, el porqué de lanzarme a la aventura de escribir este libro. Un libro que espero te pueda ser útil para comenzar tu viaje. Con el que puedas plasmar ideas y desarrollarlas. Quisiera empezar por la importancia de rodearte de las personas que te dicen que puedes hacer las cosas y te ayudan con su motivación a lograrlo. No se quedan solo en un 'no' por respuesta. Es gracias a ellos que tomé el impulso para seguir otra idea 'loca': la de escribir un libro. Esa es la razón por la que estás leyendo estas palabras, que implicaron mucha dedicación, tiempo y esfuerzo.

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© 2022 William Shaw

© 2022, Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN: 978-958

Dirección editorial:

Mauricio Duque Molano

Edición:

Sara Palacio Gaviria y Juana Restrepo Díaz

Diseño y Diagramación:

Paula Andrea Gutiérrez Roldán

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado: impresión, fotocopia, etc, sin el permiso previo del editor.

Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Dedicado a toda la gente que me dijo “no puedes”.

Contenido

Prólogo

Introducción

 

 1 El inicio de mi vuelo

 2 El camino continúa

 3 Nace una idea

 4 ¿Cómo crear un sueño desde cero?

 5 Del papel a los hechos

 6 Un loco kamikaze

 

 

 

 

 

 7 El sueño despegó y llegaron los aterrizajes

 8 Una nueva etapa comienza

 9 Nuevos comienzos

10 Ultra Air, mi viaje actual

11 Las cualidades de un emprendedor

12 Pasos para emprender

13 ¿Cómo es un verdadero líder?

14 Grandes lecciones de un emprendedor

Epílogo

Agradecimientos

Notas al pie

Prólogo

Por: Juan Manuel Barrientos

Conocer a William, con su altura y vozarrón, te da una primera impresión de que es un león. Luego lo conoces y es como conocer a un niño genio y divertido, gozón de la vida, gran anfitrión y padre excepcional. Todo alrededor de su vida gira entorno a conectar: conectar amigos, familiares, ciudades, comunidades, países, en fin, su propósito es conectar almas y ¡sonrisas!

Abróchate el cinturón, porque estás a punto de subirte en un viaje de emociones, lleno de altibajos. Churchill decía que el éxito es “ir de derrota en derrota sin perder el entusiasmo”. En el caso de Will tuvo muchas derrotas y también muchísimos aciertos, pero nunca perdió esa capacidad de sorprenderse y de sonreír. Por eso llegó a ser “El león del cielo”.

Will es un hombre noble, sereno, estratega e implacable a la hora de hacer negocios que tocan el firmamento. En este libro no solo verás los éxitos de un hombre que logró lo imposible, sino que te adentrarás en las entrañas de una vida llena de tropiezos, retos y momentos difíciles que, al final, forjaron al gran hombre que es hoy.

Sobre las primeras letras de este libro, Will empieza una etapa nueva con Ultra Air, que más que una aerolínea, es un propósito superior de conectar almas a través de el cielo. Abróchate el cinturón porque vas a entrar en una historia de turbulencia, pero tranquilo, nunca estará comprometida la seguridad de tu propio vuelo.

Juan Manuel Barrientos

Chef colombiano, nombrado Chef Revelación Mundial, ganador de dos estrellas Michelin y creador y fundador de la cadena Internacional de restaurantes El Cielo.

Introducción

Cuando tanta gente te pregunta por las cosas que has logrado, que para ti han sido interesantes (o divertidas) y para otros inalcanzables o imposibles, pero que de alguna manera te trajeron hasta aquí, uno se motiva a contar lo que fue esta experiencia de la vida. He ahí, querido lector, el porqué de lanzarme a la aventura de escribir este libro. Un libro que espero te pueda ser útil para comenzar tu viaje. Con el que puedas plasmar ideas y desarrollarlas.

Quisiera empezar por la importancia de rodearte de las personas que te dicen que puedes hacer las cosas y te ayudan con su motivación a lograrlo. No se quedan solo en un ‘no’ por respuesta. Es gracias a ellos que tomé el impulso para seguir otra idea ‘loca’: la de escribir un libro. Esa es la razón por la que estás leyendo estas palabras, que implicaron mucha dedicación, tiempo y esfuerzo. Aquí plasmé algunas historias de mi vida. Están entremezcladas con mis emprendimientos, con los aprendizajes —los más importantes para mí en estos años— y con personajes que me han enseñado, algunos con alegría, otros a través, quizá, de historias duras o de dolor, pero a quienes hoy les agradezco.

Espero que estas páginas te entretengan, te diviertan, te dejen un aprendizaje y te permitan emprender también (lo más importante) o realizar cualquier otro tipo de sueño que estés planeando.

Mi primer consejo es que, si quieres emprender, puedas tomar este libro y los aprendizajes que obtengas de él como una guía para hacerlo, para saber cómo dar el primer paso y para arrancar desde cero (en este libro hacemos mucho énfasis en ello, ya lo verás). No te preocupes por los errores que puedas llegar a cometer. Una persona muy sabia me dijo: “La gente que hace cosas, comete errores. Los que no hacen nada, jamás van a cometer uno”.

Entonces, si vas a hacer algo, si ese ‘algo’ es emprender, vendrán errores, pero también muchos aciertos. Espero que disfrutes mucho estas páginas y te agradezco enormemente por tomarte un tiempo para leerme.

Con cariño,

William N.A. Shaw

Si alguien me pregunta cómo me defino, más allá de ser administrador de empresas, creador de la aerolínea Viva Colombia y de Ultra Air, así como fanático de la aviación... Más allá de todo esto, le contaría que me defino, sobre todo, como un soñador empedernido, un amante de la vida y añadiría que nunca pensé llegar tan lejos. Tampoco he dejado de soñar con volar un poco más allá. De igual manera, lo más importante a mis cuarenta y nueve años es ser el papá de Emma, mi hija de seis años. Ese es el título más honorable que tengo.

Nací un 20 de octubre de 1972, en Ciudad de México. Una fecha que ya es distante para mí. Recuerdo una infancia normal, con papás bien mexicanos, aunque bilingües (por sus raíces migrantes: escocesas, inglesas, irlandesas y alemanas), y tener una familia bien oaxaqueña (de Oaxaca, México). Me sentía muy cercano a mis primos. Pasé grandes navidades junto a ellos, compartiendo en una familia inmensa. También me acuerdo de mi afición de niño: me encantaba apagar pequeños incendios que se armaban en el bosque, al lado de mi casa, y por eso todos pensaban que sería bombero. No decidí ser bombero, pero sí que me gusta seguir apagando incendios en mi trabajo actual.

Mi padre, William James Shaw Wallace, fue un hombre que desde pequeño trabajó, pues quedó huérfano cuando tenía ocho años. Este hecho lo llevó a forjarse un camino como emprendedor desde muy temprana edad. Fue así como mi papá se convirtió en un industrial, un administrador y en la primera persona en importar una computadora a México. Creo que los emprendedores tenemos una mirada visionaria que nos permite anticipar ciertas necesidades futuras y él la tuvo en su momento.

Mi madre, Charmian Margaret Lindsay, era directora de mi colegio y tenía un programa de radio en inglés. Por eso creo que mi vena emprendedora no solo provenía de mi papá, sino también de mi madre, quien fue una pieza clave en mi amor por lo comercial y siempre me apoyó para hacer comerciales en esa emisora y tener mis propias ganancias. El dinero que me ganaba haciendo comerciales lo guardaba para lo que quisiera comprar en los viajes familiares a Estados Unidos, cuando iba a visitar a mi abuela en el verano. Recuerdo con alegría que ella no me cuestionaba en qué lo gastaba (alguna vez llegamos con una batería inmensa desde USA, en otra ocasión con una bicicleta), sino que le importaba que yo aprendiera a ganar mi propio dinero desde muy joven. Siempre me gustó lo que sentía cuando me compraba mis propias cosas y, más adelante, lo seguiría haciendo con algunos comerciales de televisión. Incluso llegué a hacer varios para algunas aerolíneas. Tal vez esa fue una pequeña señal de lo que sería mi futuro.

Hay algo que llamo ‘las cartas de la vida’, esas que a cada uno se le presentan y con las que uno puede hacer su propio juego. La idea de este juego la saqué de una de mis canciones favoritas: The Gambler de Kenny Rogers. A mis siete años me llegó una de las cartas más duras de la existencia, a partir de la cual se forjaría en gran parte quien soy ahora: mi madre estaba enferma de cáncer, un evento que nos cambiaría la vida a todos en mi familia. Mi mamá, quien siempre trabajó, seguiría luchando por varios años más y trabajando hasta donde más pudiera.

Every gambler knowsThat the secret to survivin’Is knowin’ what to throw awayAnd knowin’ what to keep‘Cause every hand’s a winnerAnd every hand’s a loserAnd the best that you can hope forIs to die in your sleep…

The gambler, Kenny Rogers.

Por ese entonces sucedió el terremoto del 19 de septiembre de 1985 en Ciudad de México. Mi mamá siempre me llevaba al colegio más temprano y yo esperaba a que empezaran las clases, jugando junto a mi gran amigo, René Ortiz. Viví el terremoto en casa y él en el colegio. Sin embargo, cuatro horas después nos enteramos de que René había perdido a sus padres en aquel siniestro, algo que para siempre se me quedó grabado. Hoy en día, René es de mis amigos mexicanos más famosos, el es cantante del grupo Kabah, muy conocido por su canción ‘La Calle de las Sirenas’. Por sucesos como este, y con toda la admiración que le tengo a René, descubrí que cada uno tenía una vida que se iba desenvolviendo y comprobé una vez más que:

A cada uno le tocan unas cartas en la vida. La decisión de qué hacer con ellas será siempre propia.

El cáncer de mi madre duró trece años. Pasé de verla trabajar a estar en una cama por mucho tiempo. Asimismo, nuestra situación financiera desmejoró luego de que mi papá tuviera que pagar los costosos tratamientos médicos para salvar al amor de su vida. No cuento esto para victimizarnos, sino para narrar de dónde nació el ímpetu de lo que vendría después. De ahí vino mi primer impulso comercial: necesitaba ayudar en mi casa y tener mi propio dinero.

Desde que tengo uso de razón me gustaron los discos y, a los doce o trece años, un amigo me invitó a ponerlos en la fiesta de sus sobrinos. Así nació mi primer emprendimiento: un negocio de minitecas, que con solo quince años ya tenía establecido. Mis socios, José Bejar, Jacobo Saade, Sabetay Levy y yo lo llamamos ‘Zuono’ (música en portugués). Compramos equipos y hasta teníamos empleados. Me gustaba hacer de DJ en las fiestas y, con el tiempo, llegamos a producir eventos hasta para 200 personas. Cada vez me iba gustando más esto de ser emprendedor y hoy recuerdo esos momentos como una gran época de mi vida.

Mi padre miraba de cerca mis emprendimientos, pero no se entrometía. Siempre me observó aprender, acertar y equivocarme. Desde ahí comencé a crecer como comercial.

Mi segundo negocio fue vender aspiradoras de casa en casa. Con ambas entradas podía pagarme mis cosas y desde ese día no volví a pedirle dinero a mis padres. En mi casa secundaban mis emprendimientos, dejándome ser libre para ver cómo los llevaba a cabo. Esta libertad fue fundamental para usar mi creatividad a la hora de emprender.

A mis dieciséis años ya había aprendido algunas grandes lecciones, como el famoso dicho colombiano ‘no dé papaya’. En alguna ocasión, me fui con todo el dinero del trabajo de DJ a comprar unos equipos costosos, a una calle en el centro de México D.F. que se llama República del Salvador. Nos adentramos en aquel lugar mostrando mis ganancias (literalmente) y si digo en que nos asaltaron dos veces en quince minutos, no estoy mintiendo. Llegué a donde mi papá a llorarle y él me dijo: “Qué bueno, ¿estás bien? Aprendiste por pendejo”. Fue duro pero cierto. Así han sido algunas de las lecciones más grandes en mi vida. Lo que quiero resaltar es que mi padre me restringía cuando era necesario y me daba espacio para cometer los errores y aprender de ellos.

Hoy agradezco que fuera así. Mi padre y mi madre me dieron lo mejor que pudieron. Me brindaron una buena educación y un segundo idioma que, más adelante, sería fundamental cuando la vida me pusiera, de nuevo, una prueba muy dura: hacerme cargo económicamente, con solo diecinueve años, de mi padre y mi hermana menor. Esas eran mis cartas para jugar y sé que mucha gente ha tenido cartas mucho más difíciles.

Al cabo de unos años, cuando mi hermana mayor se casó, mi madre decidió irse a vivir a Estados Unidos con mi abuela y mi padre se quedó en una situación emocional y económica muy dura, luego de haber embargado todos sus bienes. Se dio por vencido en aquel momento y ahí supe que tendría que hacerme cargo. Yo había vivido lo que se puede llamar una infancia acomodada y la vida estaba pidiendo más de mí en aquel momento. Estaba arrancando la universidad, en el programa de administración de empresas, pero el pago de los semestres nunca llegó a tiempo. Me permitieron firmar dos pagarés, hasta que mi padre me confesó que no podría seguir pagando por mis estudios. Le dije: “¿Cómo te ayudo?”. “Vente a trabajar conmigo”, me respondió. Sin embargo, al poco tiempo, me di cuenta de que ese trabajo no me motivaba y que, sin esa pasión, no lograría hacerlo igual. Lo mío no era vender equipos de computación, aunque hubiese logrado algunos tratos comerciales.

Aquí comienza ese primer arranque de cero en mi vida. Fue en el año 1993. Nos quedamos sin casa, sin techo. Le tuve que pedir a mis amigos que me ayudaran a guardar desde mi ropa, hasta cuadros y otros objetos de valor, incluido el piano de mi bisabuelo y, quien se haya quedado sin casa alguna vez, sabrá lo que es vivir esas y otras situaciones muy vergonzosas. Mi mamá estaba enferma y lejos. Mi padre, mi hermana menor y yo nos fuimos a vivir, por un tiempo, en la gran casa de mi tío Bobby y su esposa. Esto duró poco: al cabo de unas seis semanas, mi tío nos anunció que ya no podríamos estar más allí y teníamos el fin de semana para mudarnos.

No había mucho de dónde arrancar en ese entonces, pero, justo en ese punto de cero, surgió una pequeña ventana de oportunidad que, sin saberlo, me llevaría a una de mis mayores pasiones en la vida: la aviación.