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"Él fue el que me lo dijo primero: Todo es raro para Ra. Y yo decía que no pero me molestaba lo que pensaban los demás. Me sentía tan..., no sé, tan maltratada...". Ra era la nueva, la diferente, la que seguramente está ocultando cosas. Pero en el intento por descubrir su secreto, sus compañeros también se enfrentarán a sus propios fantasmas. Los chicos del rincón son una suma de dolor y fuerza que quiere hacerse oír a través de la unión y el arte en una sociedad de 1996 que los lastima. Márgara Averbach nos lleva sin anestesia en esta ida y vuelta al miedo para demostrarnos que, de alguna manera, todos somos Ra.
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Seitenzahl: 248
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Colección Generación Z
Realización: Letra Impresa
Autora: Márgara Averbach
Edición: Julieta Mariatti
Diseño: Gaby Falgione COMUNICACIÓN VISUAL
Corrección: Alejo Rodríguez de Fraga
Fotografía de tapa: Istock-deepart386
Collins, Wilkie Callejón sin salida / Wilkie Collins ; Charles Dickens. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Letra Impresa Grupo Editor, 2020. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-4419-24-8 1. Narrativa Clásica. 2. Narrativa en Español. I. Dickens, Charles. II. Título. CDD 863
© Letra Impresa Grupo Editor, 2023 Guaminí 5007, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Teléfono: +54-11-7501-1267 Whatsapp +54-911-3056-9533contacto@letraimpresa.com.arwww.letraimpresa.com.ar Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total, el registro o la transmisión por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin la autorización previa y escrita de la editorial.
Desde el rincón. Una novela coral
Casi a modo de una obra teatral, al leer las primeras líneas de la novela, o descorrer este telón invisible, nos encontramos ante una realidad que golpea en la cara a Ra. La primera protagonista en aparecer en escena está desolada, angustiada, con bronca. Está parada sobre una realidad que no puede y le cuesta manejar. Es la nueva, la recién llegada, en una escuela donde nadie la conoce y ella elije mostrarse fuerte y casi inaccesible, con una coraza que evita contarles a todos que su vida es indefectiblemente diferente de la de todos los demás. Mira a su alrededor y busca culpables. Las primeras son ellas, Ana y Lidia, que han decidido volver y transformar su vida en un caos.
Ra era la nueva, pero también están ellos, sus compañeros, compañeros que en un desesperado, casi “divertido” intento por descubrir su secreto, también se enfrentarán a sus propios fantasmas. Marc, Brisa, Edu y Ra, a partir de ahora, serán los Cuatro del Rincón, una suma de dolor y fuerza que necesita hacerse oír a través de la unión y el arte en una sociedad de 1996 que los lastima y los mira diferente. Márgara Averbach nos lleva sin anestesia en este ida y vuelta al miedo para demostrarnos que todos, de alguna manera, también somos Ra.
¿A qué llamamos novelas corales?
Antes de hablar de novelas corales debemos distinguir entre autor y narrador. El autor es la persona real que escribió el texto y el narrador es el o los personajes que prestan su voz para contar la historia.
Cuando en una novela se presentan varios personajes o narradores conectados y todos adquieren la misma importancia y el mismo protagonismo podemos decir que estamos frente a una novela coral. Tanto voces como personajes se cruzan a lo largo de toda la obra aportando un ritmo muy particular. Este recurso juega todo el tiempo con el lector utilizando guiños para que pueda reconocer las distintas voces a través de sus diálogos y saltar de un punto de vista al otro junto con los personajes. Esto puede lograrse con un arduo trabajo del autor, que hace que las perspectivas se entrelacen sin que el lector se confunda. Estos recursos estilísticos conseguirán hilar la historia a través de la elección de un narrador principal que se mantendrá hasta el final sin perder la intensidad del relato.
Otro recurso importante es el monólogo interior, que sirve para presentarnos aquello que de otra forma se nos podría escapar de la historia.
Asimismo, todos los personajes adquieren prácticamente la misma importancia; esa es la primera premisa que distingue a una novela coral. En general, los acontecimientos no tienen tanta relevancia como las consecuencias que producen en el ánimo y el destino de los personajes.
Importancia del punto de vista
Estamos de acuerdo en que elegir el tipo de narrador en una novela es crucial a la hora de contar una historia, ya sea real o ficticia, pues la figura del narrador va a estar relacionada con la postura que vaya a adoptar.
Pero ¿cuál es esa postura? Esta hará referencia al grado de participación de un narrador sobre los hechos que relata y si el narrador estará dentro o fuera de la historia. La perspectiva tomada para contar o describir los hechos pasa a ser el punto de vista.
Los tipos de narrador en una novela, según la clasificación del teórico literario francés Gérard Genette, pueden adoptar tres posturas:
Relato heterodiegético: el narrador está ausente de la historia que cuenta.
Relato homodiegético: el narrador está presente como personaje de la historia. Según el grado de presencia, puede ser protagonista (relato autodiegético) o testigo.
I - EL DESCUBRIMIENTO
RA
Lo que más me jode de todo lo que pasó (y me jode mucho) es que no me preparé. No lo esperaba. No así. Y no prepararme me mató. Si estoy preparada, yo aguanto cualquier cosa, carajo. Pero si me agarran desprevenida, es como si alguien me golpeara en la oscuridad y yo ni siquiera lo viera…, un hombre invisible o algo así. Eso no me gusta; no me gustan las sorpresas, por lo menos no las de este tipo.
¿Qué sentí cuando me di cuenta de lo que era este lugar de mierda? Ah, bueno, es que este lugar es una mierda ahora, ahora a fines de siglo, en 1996… Como si estuviéramos en la Edad Media, eso… Y para peor de peores, no podía decírselo a nadie. Ni a Ana ni a Lidia. ¿Cómo iba a decirles a ellas? Ellas me habían traído… Decirles que odiaba este lugar era decirles la verdad: que me daba rabia que me hubieran traído; que ellas me daban rabia.
No, no y no. Imposible.
Yo no había sido así allá. Allá ellas, Ana y Lidia, no le molestaban a nadie y a mí tampoco. Allá, ni siquiera pensaba en eso. O sea que tenía razón Edu: soy rara. Él fue el que me lo dijo primero: “Todo es raro para Ra”. Y yo decía que no pero me molestaba lo que pensaban los demás. Me sentía tan…, no sé, tan maltratada… Y al final, ¿quién hubiera dicho que la primera persona a la que le iba a decir la verdad sería justo él, justo Edu? A ese chico, yo lo había odiado bastante. Uno de los que andaban por ahí con Javier, nada menos. Una mierda. Y ahora, si lo pienso, me parece que lo odié no porque fuera como Javier sino porque fue el primero que me dijo las cosas de frente.
Y todo por ese viaje estúpido, o sea, por una decisión que yo no tomé. Por Ana… Este año estuve enojada con Ana, con ella sobre todo. De a ratos, no siempre, claro. Todavía me acuerdo cuando me lo dijeron las dos. De eso, creo que no me voy a olvidar nunca. Estábamos ahí, en el comedorcito pintado de azul de la casa del Norte, un azul “demasiado fuerte”, como decía Esther, una de mis amigas de allá y de pronto, Lidia me mira y dice, así, de pronto: “Tenemos que decirte algo”.
Ahí me di cuenta, no antes pero ahí sí: estaban las dos sentadas en las puntas de las sillas, como si fueran a caerse; Ana golpeaba con el dedo índice, muy rápido, sobre la mesa y lo hacía sin darse cuenta; Lidia se apretaba los dedos de una mano con la otra, como hace siempre. Apenas me di cuenta, me quise ir. “Tenemos que decirte algo” es una frase horrible: siempre anuncia un desastre.
No me equivocaba, por supuesto. Me dijeron que ellas necesitaban volver a la Argentina, que era un buen momento, que le habían ofrecido un trabajo importante a Ana, la dirección de un hospital en la provincia de Buenos Aires. Y bueno, mirá, Ra, creo que voy a aceptar, bla, bla, bla.
Yo pensaba quedarme callada. Lo juro. No pude. Estallé, claro, me mordí los labios pero terminé mandando todo a la mierda. Nos peleamos. Mal. Yo les dije de todo y ellas trataron de arreglarlo, como hacen siempre, lo cual empeoró las cosas porque yo no las aguanto cuando tratan de convencerme de que ellas tienen razón y al mismo tiempo me están pidiendo perdón… Ridículo… Al final, ¿qué esperaban? ¿Que yo me pusiera contenta?
Nos íbamos y listo. Esa charla no era una discusión. A mí, nadie me había preguntado nada… Grité un poco. No lloré, no pataleé… Ya lo sabía: no iba a servir de nada.
No lo digo porque me diera miedo. Yo algo conocía la Argentina. Habíamos ido varias veces a la casa de la abu cuando la abu estaba viva. Ese viaje iba a ser el cuarto pero esta vez no volvíamos al Norte. Esa noche, yo creí que me moría. Pero no, no me preparé. No me preparé. Me convencí de que la cosa iba a ser mejor de lo que yo esperaba. Y nada que ver. Fue al revés. Me quedé corta.
¿Se les había ocurrido pensar en mí? A Lidia, a Ana, digo. Ellas decían que sí. Pero era mentira, carajo. No se les había ocurrido. A ninguna de las dos. Lo único que veían era lo que les interesaba a ellas. A Ana, sobre todo. Me dijeron que yo era muy chica (dieciséis, último año de la secundaria) para entender. Pero yo no soy tonta y no era tonta entonces. Me había dado cuenta de que Lidia, sí, ella también, estaba harta del Norte. Hacía varios meses que hablaba de la Argentina.
Y bueno, ahora le ofrecían a Ana lo que siempre había querido: dirigir un hospital. Uno chiquito, claro, pero un hospital. Mejorarlo. Claro. Una sala para tratar el sida, una para problemas de violencia doméstica, esas cosas de las que siempre estaba hablando con Lidia. Muy bueno, y mientras tanto, yo me las tenía que aguantar. Mientras tanto, yo me jodía, total...
Así que cuando me sonrieron las dos, Lidia sobre todo, yo no les contesté. No sonreí. Todavía hoy creo que ellas se habían olvidado de lo que es tener dieciséis. Y lo peor para mí: siempre me costó muchísimo hacer amigos. Y allá había llegado a tener dos. Dos, nada menos.
No me habían preguntado. Ni se les había ocurrido dejarme votar sobre el viaje. Eso lo dije. Y no las dejé abrazarme y ellas se dieron cuenta y, en los días que siguieron hasta el aeropuerto, me hicieron regalos y me llevaron a todas partes. ¿Yo? Yo aproveché lo que pude porque me lo merecía.
Después, viajamos. Un vuelo horrible. El avión nunca dejó de moverse, horas y horas de mareo, una mierda, y yo pensé que la más culpable era Ana, la única que ganaba algo con el cambio. Lidia quería volver…, eso decía, pero sin Ana se habría quedado allá.
Así nos vinimos. Y las cosas, todo…, no sé, el lugar me engañó. Al principio no me pareció tan mal la cosa. El castellano me salió muy fácil porque solamente hablábamos eso dentro de la casa así que, salvo algunas cosas, todo bien.
A mí, no me disgustó el sur del Conurbano (qué palabra más rara). Se parecía a lo que dejamos allá: muchos árboles, veredas anchas, algunas calles empedradas. Yo le tenía mucho miedo a la escuela pero, al principio, eso también salió más o menos bien. No sé en qué momento del año, mis amigas de allá dejaron de escribirme… y para entonces ya no importaba mucho porque yo creía que había encontrado un lugar con Ale y las Doradas.
Y entonces, Edu.
Porque él fue el primero que me lo dijo con todas las letras, ahí, el día que pasó, en la entrada del colegio. Por eso, lo odié tanto al principio. Pero, en realidad, él no tuvo la culpa. La culpa fue mía y de Lidia. Mía porque yo las invité. A las Doradas, digo. Y claro, Lidia tuvo que hacer eso que hace siempre. Y entonces, ellas se van y, tal cual, al día siguiente, Alejandra se cambia de banco. No sé por qué había pensado yo que todo iba a andar bien en la escuela… Y fue Edu el que me lo dijo.
Qué día horrible. Todavía no sé cómo no me olvidé la mochila, el dinero, la campera, la cabeza. Estallé. Encima, estallé demasiado cerca de la escuela. Por suerte no me vio nadie pero creo que di los cuatro pasos hacia la esquina, doblé a la izquierda y me puse a llorar como loca. No conseguía parar. Para mí, eso del cambio de banco fue un descubrimiento y Edu me lo dijo antes de que yo lo viera. Ahora sé que quería ayudarme pero en ese momento no pensé eso. En ese momento, tenía ganas de matarlo y después morirme yo.
Y claro, desde ese día en adelante, pasó lo que yo sabía que iba a pasar: que el viaje iba a ser una mierda para todas. Para todas menos para Ana, claro. Yo no fui la única. Para nada. Lidia…, bueno, ella tampoco la pasaba bien. Como no conseguía trabajo y no se vendían las cerámicas que hace, había empezado a dar clases de apoyo de idiomas, inglés, francés. Al principio, todo eso era “mientras tanto” pero ya habían pasado seis meses y ahí la seguíamos… Lidia siempre fue la buena, la mimosa y Ana la divertida. Pero lo de volver, eso que decidió ella sola, no fue divertido. Para nada.
El viaje fue horrible, ya lo dije. Pura sacudida. No sé si para variar pero nos cambiamos varias veces de asiento entre las tres, me acuerdo. Ahora, hacíamos eso de nuevo: una bien, otra mal, la otra peor, cambio. Y así. Y todas tratábamos de hacer cosas distintas todos los días. Ellas dos se consolaban, se buscaban, se hacían chistes, un remolino de buenas intenciones. A mí, medio me daba asquito. Después, dejamos de hablar en el desayuno. Ni una palabra. Masticábamos nada más. Puro silencio. Yo extrañaba mucho las risas, las charlas sobre lo que íbamos a hacer en las vacaciones, todo eso. Extrañaba la casa de allá, el techo del dormitorio, el jardincito, el frío en las mañanas. Y no, creo que no me equivocaba cuando me parecía que, entonces, todo había estado bien.
EDU
Ella llegó el primer día, así que no era “la nueva” como las “nuevas” esas que aparecen en la mitad del año, cuando ya están todos los grupos formados; lo cual fue bueno para ella, supongo. Nadie la conocía. Nadie la había visto en el barrio. Cuando la vio, Javi se inclinó hacia mi banco y me dijo algo al oído, algo medio verde. No me acuerdo de qué exactamente.
Ella entró como entran los nuevos siempre, despacito, como pisando huevos, como decía la abuela, tratando de no romper algo. Qué linda era… Es linda, Ra. Apenas dijo el nombre, yo empecé a preguntarme: ¿Ramona? ¿Rafaela? Era linda así que el silbido de Javi era lógico y yo estaba de acuerdo pero ella dejó de caminar y yo tuve la sensación de que se convertía en víbora. Me dio miedo, lo juro. La vi ponerse colorada pero no retrocedió; Ra no retrocedía nunca. Hubo apenas una duda, como si hubieran parado una película; después, ella apoyó el pie que tenía en el aire y siguió adelante como si nada. Eso me gustó, la verdad. Me gustó mucho. Siguió adelante y vino a sentarse justo delante de nosotros dos, como si nos desafiara. Podría haber elegido otro banco y no. Y encima, apenas apoyó la mochila, se dio vuelta hacia los dos y nos dijo:
—Hola, chicos. Me llamo Ra.
Y por supuesto, nosotros le dijimos nuestros nombres: no teníamos más remedio. Nos ganó, cuatro a cero. Le ganó a Javi, que seguro quería asustarla un poquito, a él lo conozco. A mí, a mí me dio…, como vergüenza, creo. Y desde ese momento, zas…, yo estuve siempre pendiente de ella. Por eso, no entiendo por qué no vi el secreto antes. Veía todo y no veía nada. La miraba todo el tiempo, era como que no pudiera sacarle los ojos de encima. Por ahí, en parte, se me ocurre que la estaba cuidando; ¿la verdad?, me gustaría estar seguro de eso.
Vi todo, dije: las primeras semanas, varias, ella tuvo un grupito de chicas que le daban vueltas alrededor. Las Doradas, les decíamos, y a ellas les gustaba el nombre. Ale, Elena, esas. ¿Cómo no iba a gustarles Ra? Apenas dijo que venía del Norte, listo… Y encima, linda… Todas se le amontonaban alrededor, la seguían por el patio, se reían con ella; a mí me parece que se peleaban por sentarse al lado. Claro que en esas peleas, siempre ganaba Ale. Desde el segundo día de clase, ahí estaba, justo al lado de Ra, y se quedó ahí mientras quiso. Nadie le discutió el lugar; lógico: ninguna de las Doradas discutía mucho con Ale.
Pero después, de pronto, no sé, ¿un mes después?, en abril, creo, cuando uno se empieza a ahogar en deberes y el año parece eterno, la abandonaron de golpe, sí, de un día para otro. Yo lo vi antes que nadie porque siempre llego primero a la escuela: como vivimos un poco más lejos, papá me deja con el auto camino al laburo. Ese día me senté despacio, solito en el aula esa, me pasa muy seguido eso. Qué raras son las aulas cuando uno está solo; es como que protestan, se me ocurre. Tienen como un silencio empecinado, que a mí me asusta un cachito… Hasta el año pasado, me quedaba afuera, en el pasillo, hasta que llegaba alguien del grupo, Javi, otro, pero ese año estaba Ra y yo entraba por ella, para estar solo con ella. Ella también llegaba temprano…
No es que me funcionara, eso no: en general, soy de meter la pata. En ese tiempo, yo pensaba que las chicas eran…, no sé, muy raras. Por ejemplo, una de las veces que hablamos así, en el aula vacía, le pregunté cómo se llamaba, el nombre completo.
—¿Ra? ¿Pero Ra y qué? ¿Ramona? ¿Rafaela?
Ella me miró y otra vez parecía una víbora pero una víbora…, no sé, hermosa. Tenía los ojos duros, como de piedra.
—Para vos y tu amiguito, Ra solamente —dijo.
Y yo pensé de nuevo: ay, esta no retrocede porque ni siquiera le había temblado la voz cuando lo dijo. Yo no sé si a mí me saldría así, bah, sé que no. Ahora me doy cuenta de que, para ella, yo era horrible en ese momento, siempre estaba con Javi y los suyos. Por ahí hasta creía que yo era el primero que me reía de ella y algo de razón tenía: en esos tiempos, yo no empezaba nada pero siempre estaba dispuesto a seguir a Javi adonde fuera. Así que, bueno, en realidad, no servía de mucho quedarme esperándola en el aula, pero me quedaba y al mismo tiempo quería que él no llegara nunca, que no me viera con ella. Javi le tenía rabia a Ra porque Ale le prestaba más atención que a él…, y a Javi siempre le había gustado Ale.
Pero el día que cambió todo, la que entró primero fue Ale.
—Hola —supongo que dije.
—Hola —supongo que dijo ella. Y después, en lugar de sentarse donde siempre, delante de nosotros, al lado de Ra, se fue directamente al único banco que había quedado libre en el aula desde las primeras clases.
Yo me la quedé mirando y de pronto me dio miedo. Mucho miedo porque ese asiento era el que estaba al lado de Brisa. Brisa, nada menos. ¿La verdad?, en ese entonces, a mí, esa chica me daba lástima: flaca, flaca, un fideo, dientes medio salidos, pelo negro y grueso. Vivía más lejos que yo, para el oeste, en el barrio feo. Hasta el año pasado, tenía una sola amiga; no creo que nadie hubiera ido a su casa y nunca venía a las fiestas. Bueno, al principio, en primer año, venía pero, como nadie se le acercaba, ya no vino. Era como si no fuera de la clase. Una vez, muy al principio, a mí me puso incómodo verla ahí y casi la invito a bailar yo. Pero después, después, pensé en Javi y decidí que no.
Así que si Ale prefería sentarse con Bri antes que con Ra, la cosa era muy grave para Ra. Había pasado algo grande. Yo miré a Ale y le puse mi mejor cara de sorprendido.
—¿Qué? ¿Te vas a sentar con Brisa? —pregunté; no soy bueno para esas cosas pero creo que hasta le puse un tonito burlón para que no pensara que la pregunta era importante.
Ale es Ale: me miró y movió la cabeza en ese gesto que hace siempre, un gesto que echa para atrás ese pelo castaño brillante que tiene. Le queda genial el gesto, la verdad. En ese momento, a mí, Ale no me caía nada bien pero entendía por qué le gustaba a Javi. Ra, no, pero Ale sí sabe que es linda y lo muestra cada vez que puede.
—Eso es cosa mía, Edu. Brisa será lo que quieras pero antes que con esa…, esa…, asquerosa…
¿Asquerosa? Ay, la cosa estaba muy mal para Ra, sí, mal en serio. Yo soy tonto a veces, lo confieso…, ahora no sé qué debería haber hecho pero sé que lo que hice no funcionó para nada. Tal vez, si hubiera pensado un poquito, se me habría ocurrido otra cosa. Y por ahí no. Por ahí, con Ra, no me funcionaba nada.
A ver: yo no habría querido entrar y ver que mi amiga de ayer me había…, no sé, plantado. Habría preferido que alguien me avisara antes; tener tiempo para pensar exactamente qué quería hacer. A mí no me gusta que me agarren desprevenido. Fue por eso que le quise avisar a Ra. Me daba miedo que entrara y viera a Ale ahí y… La verdad es que no sé qué me imaginé que iba a hacer pero me pareció que se merecía que le avisaran. Esa era la idea. A ella no le gustó. Ya lo dije: entonces, no me salía nada bien con Ra.
Miré un momento a Ale y salí justo cuando entraban otros cuatro o cinco (ninguno era Javi, por suerte). Me fui hasta el principio del pasillo, cerca de la puerta de entrada. Igual era temprano. Ahora que lo pienso bien, seguramente Ra sospechaba algo, por eso (raro en ella) llegó más tarde que siempre, casi cuando estaba por tocar el timbre. Tanto que cuando pasó la de Geografía, me miró extrañada (supongo que ya se había dado cuenta de que yo siempre llegaba temprano).
—Vamos, Eduardo —dijo con una sonrisa.
—Ya voy, profe —dije yo y me di media vuelta para no discutir con ella pero, por desgracia, en ese momento, la llamó Andrés, el de Gimnasia, y ella se distrajo y siguió caminando.
La verdad es que no sé qué pasó exactamente, ni siquiera sé qué le dije a Ra. Sé que quería avisarle, que se preparara…, cuando quiere, Ale es mala en serio. Lo que sí me acuerdo es que se le puso la boca recta cuando me oyó, una boca como una raya. Volvió a ser víbora. Me miró con un brillo de furia en los ojos y dijo:
—Y vos venís a decírmelo antes…, claro, querés ser el primero —algo así, no me acuerdo las palabras exactas.
Yo dije algo, “No, no…”, supongo, pero para entonces ella ya se iba por el pasillo, la espalda totalmente recta, como un soldado. Yo me quedé ahí, duro. Y no reaccioné hasta que la de Geografía se asomó por la puerta del aula, allá lejos, y dijo, la voz alta, en un tono medio peligroso:
—¡Eduardo!
Yo levanté la mano como para tranquilizarla (me llevaba bien con ella) y volví lo más rápido que pude pero la verdad es que no quería ir a clase. No quería. Ese día me hice el vivo todo el tiempo. Eso lo sé hacer muy bien…, y me sirve: supongo que era lo único que me quedaba entonces: por ejemplo, me acuerdo de que entré al aula medio silbando en medio del escándalo de siempre (la de Geografía no se había sentado así que era como que no había empezado la clase).
Ahí estaba Ra: la vi sentada en el banco, los ojos fijos en el pizarrón con las manos a los costados del cuerpo, apoyadas en el banco, junto a las piernas. Me pareció que se sostenía de la madera con las dos manos como si el banco fuera un bote en medio de una tormenta.
Yo había pensado decirle algo…, no sé qué, la verdad, pero le vi los ojos de piedra y me achiqué. Ma sí, pensé y me senté al lado de Javi pero no levanté la vista porque sabía que él estaba sonriendo: a Javi lo divertían esas peleas de chicas. A mí también, la verdad; antes, quiero decir.
También me acuerdo de que la clase me pareció eterna, larguísima, y eso que me gusta Geografía pero me costaba muchísimo prestar atención. En el primer recreo, Javi y yo teníamos algo pensado: íbamos a arreglar no sé qué, una reunión en casa de él, como casi siempre, supongo. Yo no fui, lo cual era raro, rarísimo. Nadie dejaba plantado a Javi… La verdad es que yo no quería verlo y me escurrí por el pasillo hacia el baño; lo esquivé. Por supuesto, él me dijo algo al respecto cuando volvimos a sentarnos y yo le contesté enseguida que estaba descompuesto; él estaba enojado, claro. Se pasó todo el resto del día haciendo chistes sobre caca… Muy de Javi, eso.
Cuestión que, al final, ese día no me acerqué a Ra. En el último recreo, la vi de lejos, sola, en un banco debajo del árbol del patio, el álamo grande. Ahora, después de lo que pasó en la fiesta de Gimnasia, no puedo mirar ese lugar sin temblar pero en ese momento no significaba nada para mí. Ella no lloraba: no la vi llorar esos días; nada más miraba las ramas que tenía encima. Al día siguiente, se había traído un libro y desde entonces, no paró de leer.
Durante un tiempo (largo, creo yo), no le dije ni una palabra, ni una, pero no me quedé tranquilo. Yo soy…, bueno, creo que soy rápido, impaciente pero necesito planes y por ahí fue por eso que no me acerqué a Ra. Estaba investigando. Lo primero para mí era saber. El cambio de Ale había sido de un día para otro y yo necesitaba entender las razones. La tarde anterior, Ra era el centro del universo; después, estaba sola como un hongo, mirando las ramas del árbol, y ahora se tragaba un libro por día. Yo no tenía otros datos pero ella traía un libro distinto cada dos días así que supe que también leía todo el tiempo en su casa, imposible terminarlos a esa velocidad en los recreos solamente.
Yo no decido nada sin preparación así que me puse a preguntar, aunque, la verdad es que, en el fondo, no creía que la investigación cambiara nada. Y en eso me equivoqué, y me equivoqué mal... Una semana más tarde, levanté la vista de la “investigación”
(el gran detective Eduardo, por supuesto) y me di cuenta: que yo también me estaba quedando solo. Javi todavía me saludaba; en ese primer tiempo, nunca me negó el saludo, pero ya no nos reíamos juntos en el patio y a veces me parecía que él también me esquivaba, lo cual, en parte, era un alivio.
Pero él decía las cosas mejor que yo, creo, por ahí porque las entendía más. Por ejemplo, un día, cuando yo todavía no había averiguado nada, me lo encontré en la entrada de la escuela. Era raro que llegara antes que yo… y ahora, si me pongo a pensarlo un poco, creo que fue a propósito.
—Hola, Javi —dije como si no pasara nada. No sé por qué lo hice pero después ya no podía retroceder así que me hice el tonto—. ¿Qué? ¿Pasa algo?
Él me miró con una de esas sonrisas torcidas y se me acercó demasiado. Yo lo había visto hacerlo con los que odiaba o despreciaba y me había puesto muy nervioso; ahora era contra mí así que fue peor. Él tenía los ojos encendidos como cuando estaba por hacer una de esas bromas jodidas que le gustaban tanto.
—Vos sí que sos divertido, Edu… —El tono era tan irónico que yo lo sentí como una bofetada o uno de esos cambios en el aire, en los colores, en la luz, no sé, como cuando empieza un incendio. Fue ahí que lo supe: Javi acababa de despertarme; el dormido había sido yo, no él.
Ese día, consiguió lo que quería, por supuesto (era muy bueno para eso): me enfurecí y lo mandé al diablo; y le grité, por supuesto. Y ahí, tengo que decir algo con respecto a Javi: tenía paciencia, toda la paciencia del mundo. No sé, por ahí, en ese momento todavía me tenía algo de cariño porque se quedó mirándome como si yo estuviera perdido y dijo:
—Estás mal, pibe. Muy mal. Pensalo un poco, haceme el favor.
Después dio media vuelta y se fue. Yo hubiera esperado más, burlas, un golpe, pero no. Lo raro fue que no lo paré, no le pedí disculpas (por ahí él esperaba eso, no estoy seguro); al contrario, lo miré irse y, de nuevo, para mí, fue un alivio quedarme solo. Sentí que le había ganado y que las cosas serían mejores si ya no nos hablábamos. En realidad, lo único que me molestaba era que ya no iba a poder preguntarle si sabía algo de la guerra entre Ra y Ale.
BRISA
La verdad es que tengo un cuaderno para eso: cuando vuelvo a casa de la escuela, tacho el día y pienso: “un día menos”. Hay una historia ahí: al principio lo hacía con una X, como todo el mundo. Después, no me acuerdo cómo, empecé a dibujar en el cuadradito (parecía un desperdicio tanto cuaderno para tachar solamente). Tacho con un dibujo porque me gusta dibujar, me sale, y yo lo necesito. No me acuerdo cómo empezó; con lo torpe que soy en general, es raro lo de los dibujos…, sobre todo es raro que los haga tan chiquititos (cada uno ocupa cuatro cuadraditos del cuaderno cuadriculado). Raro pero me ayuda mucho porque el resto del día pienso en lo que voy a dibujar esa tarde cuando llegue a casa. Alguna parte de mi cabeza está pensando en eso todo el tiempo. A veces, es algo que vi, como una flor rara, un nido de pájaros en el camino o en el patio; otras, es algo que hicimos. Por ejemplo: después de que la de Geografía nos habló de la fauna de África, las jirafas y los leones y los elefantes y los leopardos me duraron varias semanas; ayer, fue una imagen en un cuento que leímos, una nena asomada a un aljibe.