Después de la venganza - Tara Pammi - E-Book

Después de la venganza E-Book

Tara Pammi

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Beschreibung

Una pareja destinada a la venganza… ¿o a la redención? La familia lo era todo para el magnate Vincenzo. Por eso planeó la venganza perfecta contra el hombre que había destrozado la vida de su madre: casarse con la hija adoptiva de su enemigo, Alessandra. ¿Cuál fue el error? No contar con la ardiente atracción que habría entre ellos… ni en el fiero instinto protector que despertaría en él. La supermodelo Alessandra estaba acostumbrada a que su fama atrajera a los hombres. Pero no era frecuente que ninguno de ellos se interesara en conocerla de verdad. Alessandra quería creer que Vincenzo era ese hombre. Sin embargo, para hacerla suya, el italiano tendría que renunciar a su sed de venganza…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Tara Pammi

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Después de la venganza, n.º 2812 - octubre 2020

Título original: The Flaw in His Marriage Plan

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-909-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CASÉMONOS, princesa.

Vincenzo Cavalli tuvo que hacer un enorme esfuerzo para mantener la compostura. Estaba tan perplejo que le costó fingir que llevaba tiempo planeando decir aquellas palabras, cuando las había pronunciado sin la menor reflexión.

Cada paso de su vida había sido meticulosamente pensado para alcanzar un futuro con el que había soñado desde una infancia en la que había carecido de todo, especialmente de amor y seguridad. Cada paso lo había dictado su objetivo final: hacerse con Brunetti Finance International. Cada hora de cada día de su vida se había dejado la piel para reclamar lo que le correspondía por derecho de nacimiento.

Cuando descubrió que Alessandra Giovanni estaba vinculada a los Brunetti, especialmente a la matriarca de la familia, Greta Brunetti, que era la responsable de las desgracias que habían sufrido su madre y él, conquistarla había pasado a formar parte de su plan.

Pero pedirle que se casara con él…. Eso lo había tomado tan de sorpresa a él como a ella.

Sin embargo, una vez las palabras salieron de su boca, se dio cuenta de que eran sinceras. No porque fuera un hombre de palabra. La honorabilidad era un lujo que no se había podido permitir nunca, como lo había sido hacer tres comidas al día mientras crecía en las calles de Milán.

El honor no tenía cabida en su mundo. No, se trataba de una proposición puramente egoísta, quizá la primera que no había tenido un fin estratégico en toda su vida.

Era algo irracional e ilógico, pero la sorpresa en los ojos de Alessandra, el rubor que tiñó sus mejillas al tiempo que su pecho se agitaba, la aceleración de la sangre en sus propias venas al imaginarse ante los afamados Brunetti con Alessandra a su lado, como su esposa, le convenció de que estaba haciendo lo correcto.

La química inmediata que había habido entre ellos en cuanto la había localizado en aquel idílico rincón de Bali lo había tomado por sorpresa. Su mutua atracción había sido un arma que no había anticipado. Y en aquel momento, tras descubrirla, no quería renunciar a ella.

En cuanto al hecho de que estuviera relacionada con la familia a la que él quería destruir, estaba seguro de que, una vez le explicara sus razones, conseguiría que ella se pusiera de su parte. Su poderoso sentido del bien y del mal, su apoyo a distintas causas sociales, formaban parte de su naturaleza y esa cualidad representaba una dimensión añadida a la magnética atracción que sentía por ella. Alzó su copa sin apartar sus ojos de los de Alessandra.

Con un biquini azul que recogía sus firmes senos como dos manos acariciadoras, estaba voluptuosamente hermosa. Siendo una modelo que trabajaba con las firmas de moda más exclusivas, no le había sorprendido que hiciera una tabla de ejercicios extenuante. Pero su energía natural cuando se enfrentaba al mundo y a sus miles de injusticias, no cesaban de asombrarlo.

El azul de la piscina junto a la que se encontraban, en la villa de Alessandra, con las frondosas colinas y valles de Bali como telón de fondo, no podían igualar la espectacular belleza de Alessandra, que no se debía a su piel perfecta ni a la simetría de sus rasgos, ni a unas curvas que cualquier mujer envidiaría, aunque fuera poseedora de todo ello. Lo que Vincenzo adoraba eran sus pequeñas imperfecciones: el pequeño hueco entre sus incisivos, el aire de chica normal y saludable, el peculiar sentido del humor y la capacidad de reírse de sí misma, su obsesión con el mundo del boxeo, sus ansias de vivir, su empeño en acabar con las injusticias del mundo…

Cuando había hecho averiguaciones sobre ella, se había dicho que sonaba demasiado maravillosa como para ser real, y su curiosidad se había multiplicado. En la vida real, era aún mejor, una fuerza de la naturaleza ante la que había sucumbido en cuestión de minutos.

Pero además estaba aquel aire de vulnerabilidad que ningún fotógrafo había podido captar y con el que en aquel instante lo miraba desde sus preciosos ojos marrones. Una vulnerabilidad que lo había mantenido despierto las últimas noches.

«Es inocente. Puedes hacerle daño», le susurraba la pequeña parte de conciencia que le quedaba. Pero la acalló diciéndose que eso no sucedería si la convertía en parte de su vida. Si le ofrecía algo que jamás se había planteado con anterioridad.

–¿Que nos casemos? –preguntó Alessandra perpleja, pasándose la lengua por unos labios que millones de mujeres intentaban tener gracias al colágeno–. No te rías de mí, V –añadió con una risita seca que siempre excitaba a Vincenzo.

Era lo que hacía cuando quería ocultar sus emociones, igual que usaba solo su inicial para dirigirse a él desde el día que se conocieron, a modo de escudo protector contra sus propios sentimientos; pero la vena que palpitaba violentamente en la base de la garganta la traicionaba.

Eso era lo que más le gustaba a Vincenzo de ella: era como un libro abierto que hubiera conservado su integridad en medio de un mundo despiadado.

Vincenzo terminó su copa y se zambulló en la piscina con el corazón acelerado. Cuando llegó a Alessandra, emergió y pegó su cuerpo al de ella. Con el anhelo que siempre sentía de tocarla, le retiró el cabello detrás de la oreja.

–Deberías saber ya que solo digo lo que pienso, princesa –dijo, besándola y posando las manos en su cintura.

–¿Sí?

–Sí, cara mia. Las últimas semanas han sido…

Vincenzo no encontró las palabras. Nunca se había sentido con ninguna mujer como con ella.

–Maravillosas, fantásticas, increíbles –concluyó Alessandra por él con la honestidad que la caracterizaba.

Él rio.

–Exactamente. Y me doy cuenta de… –la estrechó hasta que sus alientos se mezclaron, hasta que ella le rodeó el cuello con sus brazos y le hizo inclinar la cabeza, hasta que sus corazones latieron al unísono–, que no quiero separarme de ti, cara. Ni ahora ni nunca. Así que, ¿por qué no oficializarlo?

Ella exhaló. Vincenzo podía percibir que temblaba.

–Es una locura. Estas últimas semanas han sido una completa locura.

–¿En sentido negativo? –preguntó Vincenzo. Nunca había esperado una respuesta con tanta ansiedad.

–No –se apresuró a contestar ella –. Una locura de cuento de hadas. Contigo me siento como una princesa. Yo…

Vincenzo esperó en el filo de la navaja. Alessandra continuó:

–Pero nunca me había pasado nada parecido a esto. De hecho estaba a punto de olvidarme de los hombres y del mundo. De pequeña escuché una historia sobre una mujer rescatada por un príncipe. Y tú…

–No soy príncipe, Alessandra –dijo él con brusquedad.

Ella suspiró y apoyó la cabeza en el hombro de él.

–Ha sido maravilloso y no quiero que termine, no quiero volver a la vida real –lo miró con sus grandes y penetrantes ojos–. Pero apenas nos conocemos.

–¿Serviría de algo que dijera que nunca antes me había planteado compartir mi vida con una mujer? ¿Bastaría que dijera que estas últimas semanas han cambiado mi vida, que el futuro con el que me has contado que sueñas, es también el que yo quiero?

Ella lo miró y sus ojos rebosaban de esperanza y anhelo. Por una fracción de segundo, aquella intensidad inquietó a Vincenzo; solo una fracción de segundo.

Una amplia sonrisa transformó el rostro de Alessandra en una belleza arrebatadora.

–Sí, V. Hagámoslo. Casémonos.

Cualquier duda que Vincenzo pudiera albergar se borró con el beso que le dio Alessandra, con el dulce sabor de sus labios, con el susurro anhelante de que lo deseaba en aquel instante, allí mismo.

Vincenzo devoró su boca, acarició sus caderas y sus nalgas. En segundos, le quitó la parte baja del biquini, la penetró y una vez más se apoderó de él una deliciosa sensación de paz.

Y para un hombre que nunca había compartido su vida con nadie, cuyos pasos habían estado guiados siempre por la estrategia, aquello era una bendición, una invitación a un futuro que jamás había atisbado.

 

 

El persistente sonido del teléfono despertó a Alex. Se desperezó y sintió el delicioso entumecimiento resultado de la apasionada noche anterior.

Sonrió y ocultó el rostro en la almohada contigua a la suya, que, como de costumbre, estaba vacía. El hombre con el que se había casado era un adicto al trabajo.

Volvió a oír la llamada. Con un suspiro, Alex se levantó y buscó el teléfono. Finalmente lo encontró en un cajón del escritorio. Frunció el ceño al darse cuenta de que no era el teléfono que Vincenzo usaba habitualmente y el número de quien llamaba aumentó su confusión.

¿Por qué llamaba Massimo Brunetti a Vincenzo? ¿Cómo era posible que lo conociera?

 

 

Desde que, trece años atrás, Greta Brunetti, la matriarca de la familia, la había acogido con los brazos abiertos al descubrir que era la hija ilegítima de su segundo marido, consecuencia de una aventura anterior a conocerla, los Brunetti, incluidos los nietos de Greta, descendencia del hijo de su primer matrimonio, se habían convertido en su familia adoptiva. A pesar de no tener sangre común, Leonardo y Massimo Brunetti la habían recibido generosamente, compartiendo con ella su hogar y sus corazones.

En aquel momento, sabía que Massimo debía de estar preocupado por ella; como todos los demás, y Alex se sintió culpable. No había planeado pasar tanto tiempo alejada de Milán. Solo había ido a pasar unos días a Bali para una sesión fotográfica y luego se había quedado para reflexionar sobre su carrera y lo que quería hacer en la vida. Incluso había apagado el teléfono para desconectar completamente del resto del mundo.

Pero en lugar de concentrarse en su futuro, había conocido a Vincenzo y se había casado con él en secreto.

Y había retrasado dar la noticia a su familia porque pensaba que Greta, Massimo y Leo se merecían una notificación más solemne que un mensaje de texto o de voz.

Pero en ese momento…. De alguna manera, la genialidad tecnológica de Massimo le había permitido descubrir que estaba con Vincenzo. ¿Cómo era posible? ¿Por qué Vincenzo no había mencionado que conocía a los Brunetti?

Alex pulsó finalmente en la pantalla para contestar.

–Hola, Massimo.

–¿Alex, cara, eres tú? ¿Qué haces con el teléfono de Vincenzo Cavalli?

Alex se mordió el labio. Massimo sonaba extraño. Algo no iba bien.

–¿Por qué llamas a este número, Massimo? ¿De qué lo conoces?

Massimo habló apresuradamente.

–Cara, escúchame. Vincenzo es responsable de los problemas que hemos estado teniendo en Brunetti Finances. Es quien lanzó el ataque cibernético contra nuestro sistema, es quien ha estado engatusando a los miembros de la junta directiva para que expulsen a Leo. Es… un hombre muy peligroso, bella. Ha organizado ataques desde distintos frentes, contra todos nosotros. Incluso se ha hecho con el paquete de acciones de nuestro padre.

¿Contra todos? ¿Y ella? ¿Era también un objetivo?

Alex sintió que el suelo se abría bajo sus pies.

–Massimo, no entiendo. ¿Por qué?… ¿Cómo?

–Leo intentó dar contigo en cuanto nos enteramos de que Cavalli estaba en Bali; queríamos asegurarnos de que no te relacionabas con él. Al final, a Natalie, que trabajó para él en el pasado, se le ocurrió llamar a su viejo número de teléfono para intentar hablar con él…

Alex estaba paralizada.

–¿Alex, qué haces con él? ¿Por qué…?

–Yo… Si consigo un taxi para el aeropuerto, ¿podrás sacarme de aquí, Massimo? –preguntó ella.

Tenía que marcharse antes de que Vincenzo volviera y la sedujera con sus palabras y sus adictivas caricias.

–Claro, bella, estate tranquila. Dame unos minutos para organizar el vuelo. No te preocupes. Leo y yo nos ocuparemos de todo.

Alex colgó antes de echarse a llorar.

¿Qué había hecho?

¿Por qué atacaba Vincenzo a los Brunetti? No podía ser un error. Massimo y Leo llevaban un año teniendo dificultades en la empresa. Incluso ella se había enterado.

Y resultaba que el hombre del que había enamorado locamente, con el que se había casado, no era un príncipe azul, sino un enemigo.

Pero incluso horas más tarde, cuando volaba hacia Milán sin haberse despedido de Vincenzo, Alessandra quería creer que todo era un error. Que Vincenzo no era el hombre que había llevado la destrucción a su familia adoptiva. Que no era el hombre que representaba una seria amenaza para la posición de presidente de Leo en la junta directiva de BFI.

Que no era el hombre que había estado buscando los flancos débiles de una de las familias más poderosas de Milán, hasta dar con el que más podía dolerles.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

VINCENZO miró la casa que representaba el centro de poder de la familia Brunetti y subió la escalinata de mármol en la que su madre había suplicado a Greta Brunetti que creyera que Vincenzo era hijo de Silvio Brunetti y, por tanto, su nieto. Sangre de su sangre.

Dos décadas más tarde, mientras llegaba a la puerta, no sentía miedo, sino la certeza de que pronto todo aquello le pertenecería. Su dulce esposa, Alessandra, había precipitado los acontecimientos al huir y refugiarse allí.

Entrar en el salón y ver a la familia reunida le produjo un especial regocijo: la matriarca, Greta; sus nietos, Leonardo y Massimo; sus esposas Neha y Natalie; y en medio, sentada en un diván, Alessandra.

Ella alzó la mirada y el pulso de Vincenzo se aceleró como el de un adolescente. La rabia que lo había dominado desde que había descubierto su huida se tiñó de preocupación. Alessandra tenía los ojos hinchados y rojos, el cabello recogido en un moño, vestía una camiseta y unos vaqueros viejos y no llevaba gota de maquillaje, y aun así, estaba preciosa.

Sus ojos contenían un profundo dolor cuando lo miraron fijamente como si buscaran atisbar un mínimo sentido del honor en él. Pero no iba a encontrarlo.

Vincenzo la recorrió de arriba abajo y no pudo evitar sentir cierta satisfacción al ver que en su mano izquierda seguía brillando el anillo de diamantes.

«Mía, es mía», habría querido gritar como un salvaje.

–¿Te parece bien desaparecer sin despedirte, princesa? El matrimonio es nuevo para los dos, pero vamos a tener que poner algunas normas –dijo burlón, ignorando a los dos hombres que permanecían de pie, flanqueándola como dos centinelas.

Leonardo Brunetti, presidente del prestigioso conglomerado financiero, Brunetti Finances Incorporated al que se proponía sustituir; y Massimo Brunetti, la brillante mente tecnológica tras el éxito de la sección cibernética de BFI, Brunetti Cyber Services, y el hombre que había captado a su antigua asociada, Natalie.

Dos hombres que poseían todo aquello que también debía ser suyo y a los que pensaba arrebatarles todo.

–¿Crees que tenemos alguna posibilidad después de lo que has hecho, V?

Si Alessandra le hubiera gritado, Vincenzo se habría sentido cómodo; pero el dolorido susurro con el que habló, lo desarmó por completo.

–Vamos, cara. Contestaré todas tus preguntas en privado.

–Has tenido numerosas ocasiones de decirme por qué intentas destrozar la vida de mi familia, pero no las has aprovechado –Alessandra se mordió el labio. Tenía los ojos húmedos–. Dinos… por qué.

–¿Por qué, qué? –dijo Vincenzo entre dientes, enfurecido consigo mismo por no haberle dado explicaciones cuando necesitaba desesperadamente que Alessandra comprendiera su punto de vista.

–¿Por qué atacas a Brunetti? –dijo ella en tono de frustración–. ¿Por qué ordenaste a Natalie que desmantelara BCS antes de que ella acabara enamorándose de Massimo? ¿Por qué usaste al padre adoptivo de Neha como espía? ¿Por qué compraste la participación suficiente de BFI como para amenazar la posición de Leo como presidente?

–Creía que era evidente –dijo Vincenzo impasible.

Alessandra se levantó y dio un paso hacia él. Su perfume alcanzó a Vincenzo, recordándole al instante noches tibias, sábanas revueltas, gemidos suaves…, sonrisas contagiosas que deshacían las telarañas de una soledad en la que ni siquiera había sabido que estaba atrapado. Pero los ojos que lo habían mirado con amor y deseo, lo observaban en aquel momento con tristeza. Continuó:

–Nada de esto es un capricho, Alessandra. Llevo toda la vida trabajando para este momento. Voy a convertirme en el presidente de BFI y a adueñarme de la compañía y de todas las demás empresas Brunetti.

Una lágrima se deslizó por la mejilla de Alessandra.

–¿Por qué?

–Porque es justo recuperar lo que es mío. Especialmente… –Vincenzo no pudo contener el impulso de secarle el rostro y de acariciarle la mejilla mientras anhelaba que ella diera el último paso que los separaba y se cobijaba en sus brazos.

¡Cuánto ansiaba que lo mirara como si fuera un héroe! Pero eso era lo último que él era. No creía en sacrificarse por otros o en que las felicidad de otros pudiera contribuir a la suya. No, él solo creía en arrebatar y poseer. Y conservar todo aquello que era suyo.

–Especialmente si me he prometido conservarlo en mi vida –concluyó con voz ronca.

Una súbita inhalación, un entreabrirse de los labios, un tenue rubor sirvieron para que Vincenzo supiera que Alessandra estaba tan perdida como él por la magia que habían experimentado juntos, por la increíble conexión que le había impulsado a dar aquel paso y tratar de explicarse aun después de que ella se hubiera ido sin una palabra de despedida.

–¿Crees que BFI te pertenece? –preguntó Alessandra.

–Sí, puesto que fue Silvio Brunetti quien sedujo a mi madre, la dejó embarazada y luego se deshizo de ella. Más tarde, la mujer a la que consideras tu madre adoptiva, nos acusó a ella y a mí de mentirosos y mendigos. Los Brunetti me negaron los privilegios que me correspondían y no me daré por satisfecho hasta apoderarme de sus empresas y verlos salir humillados de esta casa.

–Eso es… –Alessandra lo miraba con los ojos desencajados. Cuando Vincenzo dio un paso adelante, ella retrocedió con una mueca de horror–. Greta nunca haría algo así. A mí me recibió con los brazos abiertos cuando vine a vivir aquí con mi padre, su segundo marido. Ella me ha amado más que…

La defensa que iba a hacer Alessandra de Greta se diluyó en sus labios al mirar a la mujer madura y atisbar en sus ojos el brillo de la verdad, el rastro de un encuentro en el que Greta probablemente no había vuelto a pensar, pero que se había convertido en el motor de la vida de Vincenzo.

Todas las miradas se volvieron hacia Greta con distintos grados de recriminación, excepto la de Alessandra. Aun con la culpabilidad grabada en el rostro de su madrastra, Alessandra se mantenía incrédula, como si fuera ella quien hubiera recibido el peor golpe, algo que Vincenzo no había calculado y por lo que se reprendió.

Incluso los hermanos Brunetti parecían horrorizados mientras alternaban sus miradas entre Greta y Vincenzo. Massimo dejó escapar una retahíla de maldiciones, mientras que Leo se quedó mudo de estupor.

–Podemos hacer una prueba de ADN para legitimar mis derechos –dijo Vincenzo con desdén–. Pero preferiría conservar el apellido de mi madre. Habría cierta justicia universal en encabezar la prestigiosa BFI con su nombre.

–Tendremos que creer en tu palabra, Cavalli –dijo Massimo impasible.

–Eso te honra, sobre todo teniendo en cuenta que tu padre y tu abuela negaron ese gesto de decencia a mi madre.

–¿Y dónde me deja eso a mí, V? –preguntó Alessandra con voz temblorosa.

Vincenzo sintió un frío interior al darse cuenta de que en aquel momento no tenía la respuesta apropiada, al menos la que lograría borrar el dolor que reflejaban sus ojos.

Alessandra asintió como si se diera por respondida, como si su silencio fuera una admisión de su culpa, y salió corriendo de la habitación.

 

 

Alex contuvo el llanto tomando aire profundamente. Ya había llorado bastante por Vincenzo en la última semana.

Miró hacía el jardín que bordeaba la villa, el invernadero que Leo había restaurado, la antigua bodega que Massimo había transformado en un laboratorio de alta tecnología. El orgullo y la herencia histórica de aquel lugar corrían por su sangre; eran su legado y su lugar en el mundo. Y uno y otro le habían sido negados a Vincenzo.

Ella no había olvidado la sensación de desasosiego e impotencia que la había embargado al saber que el marido de su madre, Steve, a quien siempre había creído su padre, no lo era; y cómo había experimentado una desesperada necesidad de encontrar un lugar propio, de sentirse aceptada.

Podía imaginar bien el dolor y la angustia de un niño al verse rechazado por su familia, las cicatrices que eso podría dejar en el hombre. Pero destruir a Leonardo y a Massimo después de tantos años… Eso no podía aprobarlo.

–Tienes que dejar de huir de mí, cara mia.

La voz grave y ronca le llegó desde el exterior, poniéndole la piel de gallina. No giró la cabeza porque se sabía débil y necesitaba protegerse con una coraza antes de mirarlo. Pero había llegado el momento de tomar una decisión.

–No me has dejado otra opción –contestó.