Detective Zack y el secreto en la tormenta - Jerry D. Thomas - E-Book

Detective Zack y el secreto en la tormenta E-Book

Jerry D. Thomas

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Beschreibung

En esta aventura, el detective Zack, junto con su primo y su hermana, investiga algunos hechos misteriosos en la granja de los abuelos. Prisioneros que escaparon de la cárcel, ruidos inexplicables, alimento robado y un ataque sorpresa. Como su fiera poco, ¡se acerca un huracán a la zona! Y entre tanto misterio, surgen algunas preguntas muy serias: ¿Por qué Dios no respondió sus oraciones cuando su tía estaba enferma? ¿Cómo decide Dios qué oraciones responder?

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Detective Zack

y el secreto en la tormenta

Jerry D. Thomas

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Tabla de contenidos
Tapa
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14

Detective Zack y el secreto en la tormenta

Jerry D. Thomas

Título del original: Detective Zack and the Secret in the Storm .

Dirección: Natalia Jonas

Traducción: Natalia Jonas

Diseño de tapa y del interior: Carlos Schefer

Ilustración de tapa: Sandra Kevorkián

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Printed in Argentina

Primera edición, e-book

MMXXIII

Es propiedad. © Pacific Press Publishing Association (2016). © Asociación Casa Editora Sudamericana, 2023.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-900-7

Thomas, Jerry D.

Detective Zack y el secreto en la tormenta / Jerry D. Thomas / Director Natalia Jonas / Ilustrado por Sandra Kevorkián. - 1ª ed. - Florida: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

Traducción de: Natalia Jonas.

ISBN 978-987-798-900-7

1. Educación Religiosa. I. Jonas, Natalia, dir. II. Kevorkián, Sandra, ilus. III. Jonas, Natalia, trad. IV. Título.

CDD 207.5

Publicado el 31 de agosto de 2023 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: [email protected]

Web site: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Dedicatoria

Para Michael, Caleb y Zac y sus padres, que pasaron por la tormenta y ya aprendieron el secreto.

A menos que se especifique de otro modo, las citas bíblicas se han tomado de La Biblia, versión Reina–Valera 95 (RVR95).

Capítulo 1

Truenos en Texas

Tormenta tropical Jacobo

Vientos de 68 km por hora

Cada vez que tomo el lápiz ruge un trueno. No digo que me ruja a mí ni al lápiz, pero me sobresalta lo suficiente como para que la escritura no se vea muy prolija.

Estoy intentando escribir en mi cuaderno en medio de una tormenta eléctrica. Lo bueno es que no estoy en la tormenta. Estoy en casa… en la casa de mis abuelos. Me parece que tienen un montón de tormentas eléctricas acá en Texas.

De todos modos, esta tormenta se siente cada vez más cerca y más estruendosa. Antes de terminar de escribir la última frase… ¡Flash! ¡Crash! Se escuchó otro relámpago, y un trueno sacudió la casa. No es fácil escribir en medio de una tormenta.

Igual, es mejor que luchar contra gallinas. Créeme.

La granja del abuelo, en realidad, no es una granja. Mamá dice que solía serlo, pero ahora solo es una casa grande rodeada de árboles altos y campos abiertos. El abuelo dice que solía haber cultivos por kilómetros, pero ahora hay un montón de casas y solo quedaron unas pocas granjas. Igual es un lugar increíble para explorar, especialmente cuando nos juntamos con los primos.

Solo me gustaría que hubiera algunos animales. Ya sabes, algunos caballos, vacas, ovejas… Algo normal como eso. Pero no. Lo único que tienen son ya-sabes-qué.

Gallinas. Un gallinero lleno. Y no son las gallinas comunes ponedoras de huevos. Estas son gallinas que ganan premios; que se llevan el primer premio en la feria año tras año.

Luego de los abrazos de saludo a la abuela, al abuelo y al tío Fer, nos fuimos derechito con Keyla y nuestro primo Ger al granero de heno. El abuelo lo llama así, aunque solo quedan un par de pacas de heno adentro. La mejor parte de un granero de heno es que tiene un pajar, una pieza enorme en la parte de arriba donde se guardan las pacas de heno.

Nosotros usurpamos el pajar como nuestro fuerte hace dos veranos, cuando estuvimos de visita. Esa vez nos estábamos escapando y escondiendo de nuestro hermanitos y primos más pequeños. El pajar era el lugar perfecto porque solo se podía subir por una escalera de madera que estaba clavada a una de las paredes interiores, y los más chicos no tenían permiso para subir.

–Yo subo primero –gritó Ger mientras cruzaba la puerta del granero a toda velocidad. Es un poquito más chico que yo, pero más grande que Keyla.

–Buenísimo –gritó Keyla–. Así revisas si hay arañas o ratas.

Ger corrió por el pajar hasta las enormes puertas de carga y sacó la tabla que las mantenía cerradas.

–Zack, ayúdame a abrirlas.

Cuando los dos empujaron con fuerza, las puertas se abrieron y nuestro puesto de espionaje estaba listo.

–Esto es perfecto –dije–. Es hasta mejor de lo que recordaba.

–Y más polvoriento –agregó Keyla. Miró con sospecha los rincones.

Ger suspiró.

–Lástima que no tengamos a nadie a quien espiar. Este lugar se ve desierto. No pasa nada.

Levantó los binoculares y agregó:

–Lo único que se mueve es la ropa que se está secando en la soga y las gallinas en el gallinero.

–¿Y allá? –pregunté.

Él miró hacia el granero de los Miller, otro granero de heno como el del abuelo, pero que se veía bastante más viejo. El abuelo dice que la casa de los Miller se quemó hace unos treinta años, y nadie vive en la propiedad desde entonces. El granero de los Miller está justo pasando el límite de la propiedad del abuelo, al lado de los bosques.

–Parece que nadie se acercó a ese granero desde la última vez que estuvimos acá –informó Ger.

Desde detrás de nosotros, Keyla susurró:

–¡Shh! ¿Escuchan eso?

Al principio pensé que hablaba de una araña o algo así; pero entonces lo escuché. Justo debajo de donde estábamos, algo o alguien estaba haciendo un sonido que parecía un crujido o un rascado. Y sonaba como algo grande.

–¿Qué es eso? –me pregunté–. ¿El abuelo compró un caballo? ¿O una vaca?

Ger se encogió de hombros.

–No creo. Solo gallinas. Pero si eso es una gallina, ¡debe ser grande como una vaca!

Apoyamos una oreja en el piso del pajar para escuchar mejor.

–Ahí se escucha otra vez –susurré.

Me ponía nervioso escuchar algo sin poder verlo. Era un sonido extraño, como crujidos o arañazos.

–Quizá solo es el viento –comentó Keyla.

De repente, apareció una cabeza por la trampilla detrás de donde estábamos.

–¡Ey! ¿Qué están haciendo? –preguntó una voz.

Ger y yo nos dimos vuelta tan rápido que casi nos rompemos la cabeza.

–¿Qué? ¿Quién? –tartamudeó Ger–. Ah, Sonia. Eres tú.

Y colapsó en el piso.

–No los asusté, ¿o sí? –preguntó mientras terminaba de trepar hasta el pajar.

Fruncí el ceño.

–Eso es lo que escuchamos. Estabas caminando por abajo.

Sonia y su familia viven en la siguiente granja, pasando el granero de los Miller. Desde el pajar apenas se ve el techo de su casa. A menudo vemos a su papá, el señor Labrador, porque el abuelo lo contrata para que lo ayude con algunas de las tareas más pesadas de la granja. Sonia siempre viene a jugar con Keyla cuando estamos de visita.

Sonia negó con la cabeza.

–No fui yo. Estuve practicando cómo moverme sin hacer ruido. Nunca nadie sabe cuándo estoy cerca. Seguramente era solo una rata.

Keyla abrió grandes los ojos.

–¿Una rata? No habrá alguna acá arriba, ¿no?

Comenzó a mirar de reojo los rincones otra vez. Sonia solo se rio.

–¿No escuchaste nada extraño? –preguntó Ger–. ¿Algo que parecía muy grande?

Sonia sacudió la cabeza.

–Seguro lo imaginaron. A veces los sonidos dentro del granero suenan más fuertes de lo que son en realidad. Una vez pensé que alguien estaba tratando de derrumbar una pared y era solo un pájaro carpintero.

Un ratito después, la abuela nos llamó para cenar. Sonia se encaminó a su casa y nosotros a la casa de los abuelos. En el camino, pasamos al lado del gallinero. En realidad, a mí me hubiera gustado pasar de largo, pero Keyla quiso parar. Debería haber seguido de largo.

–Creo que la abuela tiene más gallinas que nunca –dijo Ger acercándose al portón de entrada.

Desde el interior del gallinero cercado se veían un montón de cabezas blancas, y el cacareo de las gallinas sonaba más y más fuerte.

Keyla asomó la cabeza por sobre la cerca y se las quedó mirando.

–¿Dónde está Mechón Rojo? –preguntó–. La última vez que vinimos, su cacareo me despertaba cada mañana.

Me acerqué al portón, al lado de ella, pero tampoco vi al viejo gallo. Como de costumbre, las gallinas se acercaron buscando quién las alimente.

Co, co, co, co, co. Se amucharon junto al portón. Eran tantas que el suelo parecía una almohada blanca con picos.

–Váyanse –comencé a decir. Y, entonces, sucedió.

Escuché alas que se batían. Entonces, Ger dio un grito. En el mismo segundo, Keyla también gritó. Yo comencé a darme vuelta justo cuando Keyla daba un paso hacia atrás y chocaba conmigo. El pestillo que mantenía el portón del gallinero cerrado se abrió de un golpe.

Puedes adivinar lo que pasó.

¡Puff! ¡Co, co, co, co!

Caí hacia atrás, ¡sobre las gallinas!

Capítulo 2

La lucha contra las gallinas

Tormenta tropical Jacobo

Vientos de 96 km por hora

¡P..uff! ¡Co, co, co, co!

Lo lógico sería que, con tantas plumas, las gallinas fueran suaves. Error. Son irregulares y ásperas; y esos picos y patas son duros como piedras.

Al menos el suelo estaba un poco suave y acolchonado. Eso me alegró, por medio segundo. Entonces me acordé de que el suelo probablemente estaba cubierto de… ya sabes qué… con todas las gallinas que vivían ahí. ¡Qué asco!

Al menos aterricé sobre mi espalda, pensé, feliz de no tener esa cosa en el rostro. En ese momento, las gallinas que habían salido volando volvieron a caer. ¡Dos de ellas trataron de aterrizar sobre mi cara al mismo tiempo!

Después de espantarlas, abrí los ojos y soplé las plumas que tenía en el rostro. La mayoría de las gallinas se habían dispersado hacia su casita, lejos de nosotros. Keyla estaba arreando a una gallina confundida mientras miraba a su alrededor con nerviosismo. Ger corría detrás de una gallina que se había escapado, pero estaba más preocupado en no caerse de tanto reír que en atraparla.

Me senté y me limpié un poco los brazos.

–¿Qué pasó? –pregunté mientras miraba para todos lados, intentando entender qué me había arrojado al suelo del gallinero.

Justo entonces apareció el señor Labrador.

–¿Qué están haciendo acá? ¿Están tratando de matar a las gallinas de su abuela? ¡Les va a retorcer el cuello!

Keyla levantó las manos.

–¡Algo nos atacó! Creo que debe haber sido un águila o un halcón. Salió de la nada, me golpeó con las alas ¡y desapareció de nuevo!

Ger paró de correr cuando el señor Labrador arreó las gallinas que faltaban al gallinero.

–Solo estábamos acá, mirando –quiso explicar–. Fue un accidente que se abriera el portón.

–No sé, no sé –gruñó el señor Labrador cerrando el portón con un alambre–. ¿Por qué los niños siempre tienen accidentes cuando están jugando en lugares donde no deberían estar?

–Vamos –susurró Keyla después de un momento–. Él está seguro de que fue nuestra culpa. Y sea lo que sea esa cosa, no quiero estar acá si regresa.

Ger asintió, y nos alejamos caminando.

–Seguro le dice a la abuela que estábamos tratando de matar a sus gallinas.

–¿Tratando de matarlas? –pregunté–. ¡Ellas me estaban tratando de matar a mí! ¿No vieron cómo me rasguñaban los ojos? ¡Y miren mi ropa!