Devorador de almas - Ana Zapata - E-Book

Devorador de almas E-Book

Ana Zapata

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Séptimo grado. En ese momento lo noté por primera vez. La monotonía. Día tras día. Todo me parecía igual. Al pasar los años fue aún más desesperante. Eso marcó la diferencia para el resto de mi vida, y no es que yo estuviese completamente consciente de mi situación mental. Tengo 24 años y, para mi propio desencanto, sigo sintiendo lo mismo que aquel día: la monotonía. El amanecer, el atardecer, la noche, las estrellas, la lluvia, el calor, todas esas situaciones que damos por sentado. Tal vez, si no le prestara excesiva atención…

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 449

Veröffentlichungsjahr: 2014

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


Devorador de almas

Ardid Espectral

A.D.J.Z.

Editorial Autores de Argentina

Zapata, Ana     Devorador de almas. - 1a ed. - Don Torcuato : Autores de Argentina, 2014.         E-Book.     ISBN 978-987-711-076-0               1. Narrativa Argentina. I. Título

Índice

Los días pasan…La última vezOjos azules.PsicosisIntento frustradoMenesterÍmpetuMi libidoRemansoPerturbaciónObstinaciónCompulsiónReincidenciaCita peligrosaIrasciblePesadumbreEnardecer47El arte de la seducciónDisplicenciaInevitableImpactoSeveras huellas del pasado

Dedicado a Fernando R. Zapata. Te recuerdo y extraño cada día.

Para mis hermanos, Fernando y Emiliano.
Salmo 23
Salmo de David…
Aunque ande en valle de 
sombras de muerte, no temeré

mal alguno, porque tu estarás conmigo…

Una y otra vez. Incansables y rítmicamente, las agujas del reloj
marcan cada instante con un sonido sin gracia.
Es la misma hora que ayer, la misma que hace cinco, diez años atrás,
cuando soñaba despierta contemplando la luna,
admirando las nubes del cielo nocturno.
Hoy no las miro con el mismo interés. Ya no
tengo sueños ingenuos.
Desapareció la esperanza.
En la soledad. En la oscuridad. Envuelta en el silencio,

5

Los días pasan…

Sin diferencias

Séptimo grado. En ese momento lo noté por primera vez. La monotonía. Día tras día. Todo me parecía igual. Al pasar los años fue aun más desesperante. Eso marcó la diferencia para el resto de mi vida, y no es que yo estuviese completamente consciente de mi situación mental. Tengo 24 años y, para mi propio desencanto, sigo sintiendo lo mismo que aquel día: la monotonía. El amanecer, el atardecer, la noche, las estrellas, la lluvia, el calor, todas esas situaciones que damos por sentado. Tal vez, si no le prestara excesiva atención… Releo una y otra vez las hojas desgastadas de mi agenda, hastiada, sintiendo una sensación extraña, como si estuviese soñando. Pero consciente de que ésta es mi realidad, en la que nada cambia, ni me sorprende. La inevitable rutina. El vacío que esto me provoca. Trato de no prestarle mayor atención mientras sigo escribiendo, una de las pocas cosas que puedo hacer sin gastar casi nada de dinero, que es lo que mueve al mundo y hace que solo pueda aspirar a una vida promedio. Una vida normal en la que solo ansío mantener mi trabajo y mis cuentas al día. No es que no tenga ambiciones inalcanzables, con los años simplemente resolví que son imposibles para mí. Creo que estoy atascada en esta realidad: los sueños son imposibles. Tomo nota de mi audaz falta de optimismo. Todo lo que pienso está escrito solo para desahogarme. Aunque a nadie le interese. Antes de aportar alguna nueva reflexión, el celular suena junto a mi anotador. Lo levanto resignada, ya sé de quién se trata. Victoria. Mi cable a tierra y mi mejor amiga. Es decir, la única amiga.*Buenos días… ¿Estás ocupada?… ¡Déjame adivinar!*, cita el mensaje.

A los pocos minutos, unos estrepitosos tacos cruzan las puertas dobles del restorán. Una melena pelirroja enrulada, prolijamente arreglada, se gira en mi dirección. Tiene aspecto de estrella de cine. Siempre presentable y disponible para cualquier ocasión. Es extraño que nos entendamos tan bien. Pienso esto cada vez que la veo contonearse con algún traje de marca. Muy pocas veces repite su vestuario. Incansable hasta los últimos detalles. Ahora menea la cabeza en señal de negación. —Tan predecible… —susurra con voz de locutora. Se sienta casi en cámara lenta, dejando su pequeñísima cartera a un lado sobre la mesa. Sus ojos gatunos color miel me observan expectantes. —¿A qué debo tan inoportuna visita? —bufo desinteresada. Me imagino el motivo, por lo que mi voz suena desagradable y carrasposa. Tengo cara de pocos amigos. Una expresión de odio impresa en el rostro, no por mi mal genio, es mi naturaleza. — ¿Cómo estás, Jezabel? —responde con mirada atenta. —Como siempre, supongo —agrega compasivamente. —Pesimista y libertina, querrás decir —formulo sonriendo. —Mmm… predecible, y muy poco encantadora, si me lo permites —murmura con gesto de desaprobación. A veces pienso que me toma como un reto personal, ya que somos tan diferentes. Se siente indignada por mi desgano y desinterés. Sobre todo con respecto a los hombres, para lo cual tengo una opinión muy reacia. El mesero se encuentra junto a nuestra mesa, así que aguardo en silencio. —Buenos días, ¿qué te puedo ofrecer hoy? —interroga éste, encantado con Victoria. Parece radiante como una moneda, igual que todos los que hablan con ella. —Buenos días, ¿me puedes traer dos de estos, por favor? —le indica señalando la carta con sus largas uñas esmaltadas de rojo. El mesero asiente y luego se retira con paso ligero. —¿Qué sucede? —increpo sin dar más vueltas. Conozco cada una de sus expresiones, y la que estoy viendo es definitivamente la peor. Mis labios se tensan en señal de desaprobación y repugnancia. —Es diferente. Lo juro. Es él —aclara sonriendo confiadamente. Tuvo otra revelación. Yo suspiro negando con la cabeza. —Eres un verdadero fastidio. ¿Acaso la palabra “cansancio” no tiene significado para ti? Porque así me siento con tus recurrentes citas. Me estoy preguntando si tienes suficiente trabajo. — (Victoria intenta por todos los medios posibles encontrarme pareja. Según su versión: “El amor le dará sentido a mi vida.” Como si fuera eso necesario) —. Se supone que las amigas ayudan… No necesito una pareja. —¿Cómo sabes? No tengo conocimiento de que lo hayas experimentado alguna vez. Ni siquiera suena lógico… a tu edad, ya deberías tener un novio… o al menos haber dado el primer beso… eres increíble —alega frunciendo el seño. Saca una de sus tarjetas de presentación de su pequeña cartera. Del otro lado hay escrito a mano un número de celular. —No otra vez. ¿Acaso no lo entiendes? —mascullo resentida. No estoy interesada en conocer a nadie y menos a un hombre. La idea me parece intolerable e innecesaria. No tengo esa necesidad biológica. O al menos no conocí a nadie que me haga sentir esa clase de “sensación necesitada”. Tampoco puedo hablar de algo que nunca sentí. —Tienes miedo de enamorarte… es completamente normal —continúa Victoria, convincente. Acepto su calidad de manipuladora—. Él es raro… igual que tú… y eso ya es extraño… predecible, pero peculiar. —Por favor… Victoria saca un celular enorme color rosado de su mini cartera. Muy femenino. Me lo ofrece para que lo llame. —Te conozco hace bastante. Dame algo de crédito. —Por Dios –altero visiblemente afectada—. Solo si me prometes que es la última vez que lo intentas. Si lo juras. —Lo prometo y lo juro— altera esbozando una sonrisa de comercial. Igualmente no le creo, es muy obstinada cuando se propone algo, aunque no sea de su exclusiva incumbencia. —¿Qué se supone que debo decir? —Invítalo a la reunión de esta noche. —No tengo intenciones de asistir —confieso sin pensarlo. Victoria tuerce el gesto indignada. —Nos invitaron a una residencia privada. Debes acompañarme —exige antes de que el mesero apoye dos copas de licuado sobre la mesa. Tomo el celular de mala gana marcando el número con extrema lentitud sobre la sensible pantalla táctil. —Que sea la última —altero con hosquedad. Apoyo el celular cerca de mi oído.“Intentaré arruinarlo de todas las maneras posibles” , son las palabras internas que me ayudan a superar la llamada. Apenas comienza a sonar el tono, siento una poderosa sensación de arrepentimiento. Suspiro profundamente antes de cortar la comunicación. —No, Victoria. No es el momento… lo presiento —afirmo devolviéndole el celular. Tomo el licuado esquivando su penetrante mirada. —¡Por supuesto que no! —espeta histérica. Marca nuevamente el número y lo pone en altavoz. Suena varias veces antes de que responda una voz masculina, suave y resonante a la vez. —Hola, Victoria, ¿cómo estás? —Muy bien. Estoy con Jezabel —responde, lanzándome una señal en forma de patada que sé interpretar a tiempo. —Hola —pronuncio débil y descortésmente. —Hola, ¡qué sorpresa! Es un gusto conocerte —admite— Victoria me habló mucho de ti —añade llamando mi atención. Me pregunto si ella le habrá contado todo de mí. La fulmino con la mirada. —Pareces una persona muy agradable —afirma en un tono más suave. Me invade una corriente fría que trepa mi espalda—. ¿Irás esta noche…? —Probablemente no —respondo indiferente. —Claro que sí —interrumpe Victoria, propinándome otro taconazo en la pierna. —Última vez —sisea en voz baja. —Está bien —asiento con una sutil sonrisa forzada. Me devasta su insistencia. Acepto con la idea de “la última vez”. Aunque eso suene imposible. Victoria no se detendrá hasta verme casada, como mínimo. —Nos vemos pronto, Jezabel —. Espeta él antes de cortar la comunicación. Me parece algo familiar cuando pronuncia mi nombre, pero no le doy importancia. —¡Perfecto! —exclama la pelirroja, con mirada maliciosa. —Eres una tramposa. —Lo invité por si acaso te negabas… Te va a encantar. A mí ya me cae bien —conviene elocuente. Le devuelvo un gesto de desprecio. Tuve gracias a ella innumerable cantidad de aburridas citas, en las que debí aguantar las charlas triviales de hombres sin cerebro. Solo a ella le pueden caer bien esos modelos masculinos. —¡Ah!… lo olvidaba: debes respetar el protocolo. —No lo creo. —Es la última vez, asique tengo que aprovechar de esta oportunidad al máximo. —Lo resolveremos —suspiro con ánimos insatisfechos. —¡Ánimo Jezz! Él es hermoso… estoy pensando en conquistarlo yo misma. —Adelante entonces… ¿Qué te detiene? —Tú. Por supuesto. —¡Hazlo! Me evitaría otra desastrosa cita. Ya sabes que va a salir mal. — ¡Dios es tan insistente y yo muy resabiada! ¿Por qué no se da cuenta? —No me daré por vencida, amiga. —Suspiro indignada y rechazo la idea de golpearla. Termino el licuado en silencio evitando el tema. ¿Qué será exactamente lo que define nuestro carácter, la forma en que tomamos decisiones y nos desenvolvemos de algún modo en nuestras vidas diarias, en la que somos criados y educados? Lo repetitivo se naturaliza, pero también se resiente en nuestro ánimo. En nuestras miradas, cada vez más cansadas. Lo veo todos los días y no puedo evitar pensar a dónde nos lleva, cuál es el destino final. Me pregunto si hay muchas personas que piensen como yo. Sé que puedo hacer la diferencia, solo que no tengo la oportunidad. La vida no me da una oportunidad. Aunque no sé si haré lo correcto cuando llegue el momento.

*****************************************************************************

Vivo sola en una casa recibida por herencia, gracias al esfuerzo de mi fallecido padre y mantenida en patéticas condiciones por mi difunta madre, varios años después. Es el hogar en el que crecí, por lo tanto me trae muchos recuerdos. Traté de reconstruirla con mucho esfuerzo, para que al menos desde adentro me parezca otra casa. Mi propia casa. Todos los ambientes tienen paredes pintadas de blanco, al igual que las puertas de madera y el piso de cerámica blanco lustroso. Todos los viejos muebles fueron donados y reemplazado por los necesarios. La planta baja cuenta con cinco ambientes: dos grandes habitaciones, el comedor, el baño y la cocina. Cada ambiente tiene su propio ventanal, que ocupa el mayor espacio en la pared y está cubierto por cortinas blancas de satén. Mi habitación, junto al comedor, solo tiene una cama de madera pintada de blanco en un rincón junto a la pared. La ropa de cama de satén hace juego con el resto de la habitación. Junto a esta hay una mesita de luz cuadrada que sostiene una lámpara de vidrio; ambos comparten la armonía en el color. Me transmite tranquilidad de una manera mental que no puedo explicar con palabras. Una puerta lateral conduce a mi sala de esparcimiento, en donde se acomodan, armónicamente, la computadora, una biblioteca, el placar, que por razones mentales (ya que soy incapaz de abarrotar la habitación en donde duermo con más de lo necesario), no quise ubicar en la habitación, y un pequeño equipo de música, de color gris, para mi perjuicio visual. En ningún lugar de la casa hay objetos decorativos. Guardo ordenadamente lo necesario. Modificaciones que pude hacer, además, gracias a mi falta de interés en la moda o de cualquier cosa que complemente el atuendo de una mujer. Algo que indigna desmedidamente a Victoria. Ella sí que sabe gastar dinero. En el comedor hay una mesa cuadrada de madera, pintada de blanco al igual que las cuatro sillas y frente a ésta, un sofá alargado para tres personas, del mismo color que el resto de los muebles. No hay ningún televisor en la casa, ninguna mascota, ninguna planta o árbol. Solo yo y mi aburrida monotonía. La tranquilidad total. Una vez en casa, después del desencanto provocado por la fatal pelirroja, me dispongo a guardar la ropa limpia que retiré de la lavandería, otro destino de mis gastos. Aunque bien invertido, porque no necesito lavar demasiada ropa como otras adictas a la moda. Mi perchero solo tiene siete prendas de cada tipo en blanco, negro y gris. Todo combina, no pierdo tiempo pensando en eso. Nada de objetos coquetos y esas cosas. Me interesa la pulcritud de mi cuerpo, mi ropa y mis ambientes, lo decorativo no tiene importancia para mí. Otro tema de discusión en el que puedo mencionar a Victoria innumerable cantidad de veces. Cuando termino de bañarme y de preparar la ropa para el evento nocturno, me recuesto unos momentos en silencio anticipando la inminente llegada de mi queridísima amiga, debido a que no acordamos la elección del vestuario apropiado, para cumplir con el protocolo, que siempre es el mismo: hombres: traje; mujeres: vestido. Yo no tengo ninguno. Odio los vestidos y los tacos. Son tan innecesarios. Intento mentalizarme en otra cita y no puedo resistir la idea de fingir enfermedad o algún repentino malestar. No voy a soportar otra tediosa charla trivial. Si tan solo Victoria intentara entenderme por una vez, evitaría todas estas molestias. Como anuncié: una hora después de dormitar escucho el timbre por tercera vez. Me incorporo de un salto sintiendo los gritos escandalosos y ladridos provenientes de todos los perros de la cuadra. —¡Jezabel! —grita Victoria desde el otro lado del portón, suena impaciente. Me apresuro a buscar la llave para permitirle el paso. —Entra rápido antes de que suelten a los perros —bromeo empujándola con suavidad. Me sonríe animada, acercándome un bolso con expresión altanera. Se dirige directamente hacia mi habitación. —Bueno. No me sorprende —afirma examinando la ropa que tendí al pie de la cama— Elegí una camisa blanca, unos jeans negros y mis botas preferidas. —Soy bastante modesta y no tardo nada en arreglarme. Es conveniente —disiento intentando persuadirla. —Absolutamente no. Es casi una broma. No te permitirán entrar con esto. Le darías mala reputación al evento— objeta impaciente. —Usaré una camisa… no me pondré un vestido—. Resoplo doblando la ropa prolijamente y guardándola en el placar de la habitación contigua. Victoria me habla desde el umbral de la puerta. —Me debes muchos regalos de cumpleaños… —. Cuando vuelvo a la habitación está sacando una caja de metal. Estilo maletín de empresario. Al abrirla se enciman cuatro repisas llenas de maquillaje. Pintura de labios, sombras y demás cosas de las que no tengo idea para qué se utilizan. Luego sale de la casa para volver con una percha en la que descansa una camisa larga hasta por debajo de la cola, sin mangas. De color gris brillante y botones perlados haciendo juego, junto con un pantalón entallado de encaje con detalles en dorado que cruzan a lo largo de las piernas. Tuerzo en gesto. —Tan pretensioso… ¿no? —balbuceo vacilante—. No es mi estilo. —No te olvides de que es una cita —objeta poniendo mala cara. La estoy insultando al rechazarla. —Sí, claro. Cómo olvidar semejante compromiso. —Déjamelo a mí —ordena señalándome la cama con mirada estratégica. Lo tiene todo fríamente calculado. Tiene serias ilusiones de verme casada. Me alcanza unas sandalias negras que guardo desinteresadamente en el armario. Fue un obsequio de su parte para mi primera cita. Inclusive conoce dónde los tengo escondidos. Los contemplo con recelo sin hacer comentarios. —¡Perfecto! —reitera con su inagotable energía— Será la última vez—. Su mirada, apagada y con una evidente necesidad de resistir. Me río entre dientes— No me decepciones. —Le das emoción a mi vida… —Jezz… hasta un par de copas le dan emoción a tu vida —afirma burlonamente—. Sé exactamente cuál es tu rutina. —Seguramente —la reto con ironía. —Los lunes llevas la ropa a la lavandería a las 10 en punto. Después vas al restorán, elijes la última mesa junto al ventanal. Desayunas y almuerzas. A las 14:30 recoges la ropa. Vuelves a casa y haces las compras a las 17 en punto. Los martes llegas 10 en punto al restorán y vuelves a hacer lo mismo. Hasta que finalmente los jueves entras 18 en punto al trabajo. ¡Ah! Olvidaba mencionar tus visitas a la librería y al cine —recita casi sin respirar. Lo sabe de memoria. Me quedo estupefacta pensando unos segundos—. ¿Y tu armario? Blanco, gris y negro. 7 prendas de cada cosa. Increíble… apenas lo puedo creer. —Eso es acoso… simplifico mi vida. Eso es todo. No va a cambiar por los adornos, Victoria. —Eso lo entiendo, Jezz… —No como me convendría —afirmo desinteresada, mientras ella me cepilla el pelo con delicadeza. —Me arreglo con lo mínimo e indispensable. No soy fanática de las compras como alguien que conozco —la miro directamente. — No necesito saber mucho de ti para afirmar que hoy te compraste algo —la evalúo unos segundos. —Llevas pendientes nuevos. —Por favor —murmura crispada. Pierdo la vista a través del ventanal de la habitación. No estoy muy convencida del plan. —No me pintes demasiado —advierto en tono de amenaza. —Estoy dispuesta a lavarme la cara o despeinarme si es necesario. —Lo sé. Te conozco. Solo un poco… ¿Te levantaste con el pie izquierdo? —Sí. Casualmente se transforma en el pie izquierdo cuando me planeas una cita. —Por favor. Esta vez no te arrepentirás. —Si tú lo dices. Tarda algo más de quince minutos en maquillarme, mientras yo la increpo para que no tarde. Luego de un exagerado suspiro de Victoria me puedo incorporar para mirarme en el espejo de pared de la habitación contigua. —No pidas demasiado en media hora —advierte molesta. Parece más aliviada. —Es aceptable —admito. Solo aceptable para buscar pareja… tan patético. Yo no busco eso. Ella me devuelve otro suspiro de fastidio desde la puerta. —Estás preciosa, además, tampoco ofreces algo con esa ropa. Una vista más sensual —apunta mostrándome una de sus piernas en forma provocativa, justamente su pollera de tiro recto tiene un pequeño corte que muestra sutilmente su muslo. —Demasiado —observo desaprobándola. —No busco atención, y lo sabes. —Como la palma de mi mano —afirma convencida. —Tienes un talento natural para atraer a los hombres. Me da un poco de lástima por ellos. —Río entre dientes. —Ultima vez —repite alcanzándome la camisa. Me visto con pesadez rogando que no sea otra noche de somnolencia y resentimiento contra Victoria por haberme presentado a otro más del montón. —¡Es hora! —grita ella cuando estoy en el baño conversando con mi reflejo. —¡Deja de babear frente al espejo! —¡Como si fuera posible! —le replico. Camino descalza hacia el comedor para guardar las sandalias en un bolso y ponerme mis botas preferidas en su lugar. La pelirroja me fulmina con la mirada. —Me los cambiaré antes de entrar. No quiero insultar tu obra de arte. —Vamos. Se hace tarde –ordena conduciéndome hacia su auto. Debido a que comparte un pequeño porcentaje en la línea de hoteles de su padre, no repara en gastos. Nuestras clases de vida son antagónicas, pero a pesar de eso nos mantenemos unidas, por mi bien mental y por el de ella, que insiste en cambiar mi vida. Solo Dios sabe la razón de su incansable insistencia.

6

La última vez

Definitivamente

Luego de dos horas de viaje, llegamos a una enorme quinta cercada por muros de ladrillo, prolijamente pintados de blanco. Eso me agradó. Se me revuelve el estómago cuando ingresamos por un sendero iluminado por cientos de candelabros que surcan todo lo largo del camino hasta subir por un puente que conduce a una enorme mansión de estilo moderno. —Demasiado lujo —observo a regañadientes. —Demasiada gente, demasiado… grande. —Esto es pretensioso —opina Victoria. Acostumbrada a este tipo de eventos, no se sorprende con facilidad. Nota mi postura forzada y ánimos negativos. Me pongo las sandalias torpemente al tiempo en que dos hombres vestidos de traje se acercan a las ventanillas, uno de ellos, del lado de la pelirroja, revisa una larga lista de varias hojas. Victoria le tiende un sobre plateado que supuse es la invitación. —Buenas noches —pronuncia el caballero revisando la invitación. —Buenas noches —dice ella con el rostro iluminado. Su piel de porcelana reluce bajo la luz de los cientos de lámparas. El hombre le cede el paso asintiendo con la cabeza. Victoria le sonríe y acelera con seguridad. —¿Preparada, Jezz? Es la última —menciona incansable. Mis ánimos descienden aún más, muy en lo profundo. —¿Podemos irnos? —Absolutamente, no. Un hombre delgado nos recibe en la entrada para estacionar el auto. Bajo respirando hondo un par de veces mientras Victoria me escolta por las escaleras de la entrada, las cuales están decoradas con varias cadenas de rosas de colores variados. Me pierdo en el fuerte aroma dulce. Nunca vi tantas rosas juntas.

La entrada principal está adornada con gruesas cintas blancas que forman ondas bajo un ramo armado de flores que corona el dosel de la puerta. La pelirroja parece encantada, me sacude el brazo para que cambie la cara. Al menos el lugar me resulta cómodo, excepto por la gente. El salón tiene varios pisos, en los cuales bastantes invitados caminan de un lado a otro, saludándose o charlando confiadamente. Todos están muy bien vestidos. No me siento a gusto. Los que están más cerca voltean en nuestra dirección intentando no evidenciar la curiosidad. —Buscaré a mi padre. —Victoria saca su celular para llamarlo. Camino entre los invitados sin prestarles atención. Seguramente no conozco a nadie, asique evito los saludos innecesarios. No puedo sentirme más incómoda. Llego hasta un enorme vidriado opaco que surca la entrada a las escaleras. Permanezco inmóvil, casi ausente. —¿Por qué sigo viniendo a estos lugares? —murmuro sin mirar a nadie directamente. Contemplo el papel tapiz que cubre las paredes del recinto. Es un entramado de líneas doradas con algún dibujo que no alcanzo a notar. Un camarero se acerca gentilmente para ofrecerme una copa. Tal vez el único motivo para brindar es que no tengo que pagar por nada. Me sirvo encantada después de agradecer al camarero. Espero pacientemente. El celular vibra en mi mano luego del tercer trago. Victoria me envió un mensaje de texto:*Sube al segundo piso como toda una dama. No vengas con el ceño fruncido. ¡Para variar!* Le respondo en otro mensaje:*¡Para variar! Intenta dejar de conseguirme citas* Doy la vuelta al vidriado para encontrar las escaleras. No me siento nerviosa. Al contrario, este momento para mí se siente como un fastidioso tramite. Como ir a pagar mis deudas.
Un alfombrado rojo cubre cada escalón, intento no volcar la copa sobre el lujoso tapiz mientras me concentro en mantener la estabilidad de las sandalias. Le dedico malos pensamientos a mi amiga. La veo en lo alto de la escalera, esperando para ayudarme. —Hola —musita con mirada calculadora. Está más emocionada que yo. Continuamos hacia una sala en medio, donde se acomodan sillones alargados de color púrpura. Un grupo de personas brinda en el fondo, frente una barra de metal. El barman de detrás juega ágilmente con una botella mientras las mujeres lo aplauden notablemente entretenidas. Bufo nuevamente. ¿Por qué yo no puedo divertirme como ellas? Victoria me propina un disimulado codazo llamando mi atención. —Es él —interrumpe señalando con la mirada hacía un extremo de la barra. Cuando él gira en cámara lenta siento que se me aflojan las piernas. Una sensación de ahogo me oprime el pecho. Me revuelvo por dentro sosteniendo con mucha concentración la copa. Victoria nota mi expresión, pero no dice nada. —No puede ser —murmuro reacia. Él se acerca rápidamente mirándome de reojo. —Buenas noches, Jezabel. —Está tenuemente sorprendido. Como si nada hubiese sucedido entre nosotros. —Isaac… tanto tiempo —respondo con tono molesto y apretando los labios. Respiro entre dientes mirando mi copa. —¿Se conocen? —interrumpe la pelirroja asombrada. Su plan se acaba de esfumar. —Lamentablemente —pronuncio resentida. Él permanece serio. No se incomoda por mi comportamiento. —¿Cómo? —reitera ella confundida como si se hubiese perdido algo de vital importancia. —Somos amigos —repone Isaac. Su tono es suave y apacible. No solía hablar así antes, cuando éramos amigos. —Fuimos… hasta donde yo sé. —Aclaro mi garganta con el ceño fruncido. —Imposible —altera la pelirroja. Suena realmente asombrada. No había olvidado sus preciosos ojos celestes, de un profundo matiz claro. Él sabe lo que provoca en las otras mujeres, por lo que pensó en algún momento que yo podía corresponderle. No fue así. Motivo por el cual dejamos de ser amigos. Me parece tan absurdo e injusto. —Me da gusto volver a verte Jezz… —observa con tranquilidad. Suspiro con resignación. Evito el sentimiento que me provoca su presencia. Lo había extrañado bastante. Endurezco el gesto. —A mí no. —Mis palabras salen con veneno. Él no se inmuta. Victoria se muerde el labio, gira en mi dirección fulminándome con la mirada. —Iré por otra copa —menciona antes de alejarse. —¿Cómo estás? —Evalúa mi expresión. Sabe bien que denota: “Me siento molesta. Te odio. De todos los idiotas que Victoria me presentó, eres definitivamente el peor”, pienso con verborragia. —Estoy perfectamente —respondo robando la palabra preferida de mi mejor amiga. Sigo reacia, aminorando la respiración. Me debo calmar. Estoy molesta, pero no puedo hacer un dramático escándalo. —¿Sigues sola? —indaga sorprendiéndome. No me lo esperaba. Fue directo. Qué atrevimiento. Lo voy a tener que matar. Me indispongo del resentimiento. Sonríe cuando lo miro con odio. —Eso no es de tu incumbencia —respondo con acritud. —Tú por lo visto no has cambiado. Sigues buscando una víctima… —Sabía que eras tú —alega casi demostrando recelo. Está diferente. Su mirada es diferente. Me provoca algo raro. No le doy atención y continúo con mi postura resentida, sin ser evidente. —¿Cómo conociste a Victoria? —Pregunto con desinterés. Sonríe nuevamente, con los labios apretados, ahogando todos mis recuerdos de él, de nuestro tiempo juntos. —¿Por qué lo preguntas? ¿Te interesa? —inquiere intenso y seductor. No lo recordaba de esa forma, sino más reservado. Tiene más seguridad. Me incomoda su seguridad. Ahora yo me siento intimidada y eso no me lo permito nunca. —Para nada —repongo crispada. —Ella me contactó. —¿En una página de citas? —En su hotel. Me lo imaginaba. Victoria está loca. —¿Y cómo sabías que me conocía? —interrogo acusadoramente. —Me mostró tu foto —aclara con honestidad. Oculta una sonrisa tentadora. Tuerzo el gesto incomoda. No tenía idea de que me buscaba pareja de ese modo. —¿Fue una casualidad?… Lo dudo —advierto bebiendo un poco para relajarme. —No lo fue —aclara sin expresión. De repente, casi imperceptiblemente, la claridad de sus ojos se oscurece—. ¿Quieres tomar aire? —pregunta indagando mi semblante enrojecido por la cólera. —Creo que sí —respondo dubitativa mirando alrededor. Debo calmarme. La pelirroja charla con un grupito de mujeres en la barra. Le doy una mirada aprensiva para que vuelva. —¿Me disculpas? —Isaac asiente encantador como nunca y con un brillo extraño en la mirada. —Vamos al sanitario —murmura Victoria. La sigo por un pasillo hacia la derecha de las escaleras, que al fondo se divide en dos direcciones. Una indica el sanitario de damas y la otra, el de los caballeros. Apenas ingresamos, lanzo un gemido. Varias mujeres jóvenes que hablan en voz baja me miran sorprendidas. —Imposible—advierte Vic— ¿Cuándo fueron mejores amigos? Nunca lo mencionaste ¿Qué más me ocultas? —Increpa ofendida. —Fue mi mejor amigo, además, ¿cómo pudiste mostrarle mi foto? —chillo molesta. Ella esconde los labios evitando responder. Ignoro a las demás y me dirijo al lavabo para mojarme las manos. —¿Cómo pudiste ocultármelo? Nos conocemos hace tantos años… —No estábamos juntos todos los días Victoria. A demás, no quería que insistieras. Isaac fue como un hermano para mí. —¿Es una casualidad? —Claro que no —objeto con seguridad. Aunque no lo puedo explicar. Es extraño. —Le interesas —observa perspicaz. —No —disiento algo perturbada. Ya tengo demasiado con nuestro encuentro y la imagen mental de Victoria mostrando mi foto a cualquier hombre. Es repulsivo. —Claro que sí —continúa ella, retocándose los labios. Entonces escuchamos una risa sarcástica proveniente del pasillo. Las dos nos miramos al mismo tiempo. —Maldita arpía —masculla Victoria recomponiendo la postura. —¡No te atrevas!— me advierte, y sé que se refiere a Isaac. Una mujer esbelta, con un vestido blanco perlado hace su entrada triunfal. Ondea su cabellera rubia con delicados movimientos felinos. Me clava la mirada con aire de superioridad. Beatriz es la enemiga principal de Victoria. Las dos están siempre chocando egos y peleando por algún hombre, o por alguna otra cosa sin valor. Por mi parte ignoro su grotesca altanería. Me parece una persona tan hueca… —Victoria, qué gusto verte —interrumpe. —Buenas noches —responde ella con sutileza en la voz. Quien no la conoce podría pensar que le cae bien. Ambas se miran con rivalidad. Pongo los ojos en blanco y entro a uno de los sanitarios sin darle importancia. —¿Y quién es el galán? —la escucho preguntar. Nos había visto. Salgo notando la expresión intensa de Victoria. —Es un amigo de Jezz —dice territorial. Un mensaje claro. —¿Tu amigo? —. Duda con el rostro angelical —¡Qué afortunada! —agrega secándose las manos con delicadeza. Tiene las uñas largas y arregladas tanto como Victoria. —Si… un viejo amigo —aclaro sin interés. Me da igual si lo quiere engatusar. La pelirroja me toma del brazo para salir. —¿Se lo dejarás a ella? Estoy indignada Jezz. Ni siquiera me respondas —bufa sin perder la postura. —Estaba mejor sin verlo. —Por supuesto que no. Si él solía ser tu amigo significa algo para ti. No lo arruines. Isaac nos espera al pie de las escaleras con la mirada fija en mí. Siento un profundo escalofrío a lo largo de la espina. Cuando me acerco, tiende su mano para que no trastabille sobre el último escalón. Temo hacerlo si lo rechazo. Victoria sonríe encantada dirigiéndose hacia atrás de la enorme escalera que conduce a un jardín trasero, en donde se ubica una enorme tienda de telas rojas plagadas de flores y telas brillantes que forman arcos sobre la pista y cintas que flotan en el aire. Se escucha una música tranquila al fondo de la tienda. Recorremos un camino de parqué en forma de abanicos que culmina en un organizado grupo de mesas, decoradas con manteles haciendo juego con la enorme tienda. Nos sentamos en la última mesa, la más cercana a la pista. Apenas lo hacemos, un camarero se acerca para ofrecernos otra copa. Esta vez de vino. —Mañana debo ir al trabajo… limpieza general —espeto rompiendo el silencio. —De ninguna manera —altera la pelirroja, ondeando sus bucles. —Llamaré a tu jefe —alega estratégicamente. Es demasiado. Me muerdo los labios con indiferencia. Isaac me observa casi estudiándome en silencio. Me pongo rígida al notarlo. Respiro profundo intentando no pensar en lo que tengo ganas de decirle. Por otro lado, el alcohol empieza a hacer efecto. Debo calmarme y no increparlo directamente. Espero en silencio sin demostrar aparentemente nada, mientras mi amiga se ocupa de sacarle información a mi nuevo pretendiente. En comparación con anteriores eventos, está más tranquila. Fijo la vista en Isaac sin querer. La claridad de sus ojos se profundiza con un haz de luz que se refleja cuando gira su mirada en mi dirección. Siento un atropellado golpeteo en mi pecho. Él se ríe entre dientes, notando mi incomodidad. En ese instante recibo un taconazo por debajo de la mesa. Victoria me mira amenazante. Puedo interpretar su expresión: “No lo permitiré”, dice claramente. Al siguiente momento, Beatriz camina contoneándose con elegancia a nuestra mesa, cual estrella de cine sobre la alfombra roja. Para envidia de muchas, es radiante y encantadora. Solo por fuera. —Buenas noches —interrumpe con aire angelical, pero de prepotencia. Extremadamente delicada y sutilmente egocéntrica. Debo ser una de las pocas que le resta importancia a tan peculiar presencia. Ni siquiera miro hacia Isaac para ver cómo reacciona. Saco el celular que guardé en la cartera de Victoria para mirar la hora. En el instante en que lo hago, ella me propina otra patada. —¿Nos conocemos? —Pregunta la rubia con delicadeza, mientras blande sus uñas esmaltadas en señal de disponibilidad sexual. Me quejo entre dientes. —Lo dudo —interrumpe mi amiga. Su aire de superioridad resulta más avasallante. Demuestra una clara necesidad de controlar la situación. —Soy Isaac —se presenta poniéndose de pie para saludarla. Miro a mi compañera, quien me da una mirada despiadada, como si pudiera despedazarme al hacerlo. —¿Vienes por negocios? —interroga Beatriz, acercándose a su lado como si nosotras no existiéramos. —No. Victoria me invitó —explica convincente. Es seductor inclusive hablando con ella. —Tal vez la próxima vez puedas ser mi invitado —espeta Beatriz, meneando su largo pelo. Continúo bebiendo sin prestarles demasiada atención. —Gracias Beatriz. Por el momento estamos bien, espero que no te moleste dejarme con mis invitados —interrumpe Victoria con voz estridente, cortando el aire. —Por supuesto. Hasta luego Isaac, espero verte pronto —responde, entregándole su tarjeta. No pierde oportunidad. Escucho por lo bajo el chirrido de las uñas de mi amiga. —¡Salió bien! —espeto sonriendo. Victoria disimula forzadamente su disgusto. Se lo toma demasiado en serio. Me da gracia verla enfurecida. Busca su celular y escribe algo con rapidez, luego toma de su copa sutilmente y se incorpora sonriendo. A los minutos se acerca su padre con paso seguro. —Buenas noches —vocifera éste. Es un hombre de unos cuarenta años, muy bien conservado. Elegante. Lleva un traje negro a la medida, que le marca su corpulenta figura. —Hola —lo saludo. Victoria se aleja con su padre, excusándose convenientemente hacia la pista de baile. Suena una canción melodiosamente romántica. Me retuerzo por dentro. La idea me desagrada demasiado. Intento no mirar a mi acompañante. —¿Quieres bailar? –espeta Isaac. Su mirada furtiva comienza a incomodarme. —Sabes bien que no bailo… no es lo mío —asevero esquivando su mirada aprensiva. —Es verdad. Lo había olvidado —sonríe de una forma tan hermosa. Su rostro iluminado me parece… atractivo. Aprieto los labios. —Por favor —reitera incorporándose. Está dispuesto a obligarme. Respiro hondo y accedo de mala gana a su propuesta. —No voy a esforzarme demasiado —murmuro entre dientes mientras me toma de la mano y pone la otra sobre mi cintura. Me estremezco pensando en una larga e interminable lista de insultos. —¿Te incomoda mucho? —Mucho —respondo por lo bajo mirándolo de cerca—. ¿Por qué demonios volviste? —mi voz suena a alcohol y a resentimiento. Una mezcla explosiva. —Me arrepentí. —¿Por rechazar mi amistad? …No lo creo. —Créelo —replica dulcemente. Me estremece. La última vez que nos vimos fue el día en que… me robó un beso y le dije que se fuera al quinto infierno. Solo quería su amistad. Obviamente eso no le alcanzó, porque dejó de verme. La angustia de ese día vuelve a mí. —Necesitaba volver a verte —murmura muy cerca de mi rostro. Me aprieta la cintura para acercarme más. Dejo de respirar. —Te tomaste tu tiempo. —No fue mi elección… pasaron muchas cosas, Jezz—. No puedo dejar de mirarlo con mala cara. —Lo arruinaste. —Lo sé. —No esperes nada de mi parte Isaac. —Intentaré no hacerlo. Cuando al fin termina la canción, él me devuelve una mirada compasiva. —¿Quieres que te lleve? —espeta comprendiendo mi necesidad. —Victoria no me lo permitirá. Es muy insistente —repongo. La miro de reojo notando su escalofriante vigilancia. —Si vienes conmigo no habrá problema. —¿Todo bien? —observa Victoria notando mi pesadez. —Nos vamos… Isaac me alcanzará. — Vacilo ante su inescrutable indagación. Victoria asiente emocionada, me toma el brazo para acercarse. —No lo arruines —ordena alegremente. —Hacen linda pareja. —Intentaré no arruinártelo —menciono contrariada debido a nuestro acercamiento durante el baile. Me retiro cabizbaja junto a Isaac. Nos dirigimos hacia la playa de estacionamiento para buscar su auto. Lo espero junto al puente, vislumbrando las estrellas pensativamente. A los minutos un Mustang negro con la pintura encerada centellea con el reflejo de las lámparas del camino. Se detiene frente a mí parpadeando las luces delanteras. Me apresuro a subir del lado del copiloto en el momento que asimilo que es Isaac quien me hacía señas con las luces. Eso despierta en mi memoria varios recuerdos, ya que es el mismo auto que tenía cuando lo conocí, y en el que también nos despedimos por última vez. Luce renovado. —¿Es el mismo auto? —examino con la mano sobre el impecable tapiz negro lustroso. —Sí. Nuestro auto —aclara recordando el día en que lo acompañé a comprarlo en un garaje de autos usados. Lo habíamos elegido juntos, y además de eso él siempre se ofrecía como chofer cuando Victoria estaba muy ocupada. Ahora que lo pienso es extraño que yo le ocultara mi relación de amistad con él. Tal vez no quería perderlo… —Solo me recuerda a ti —menciona nostálgico—. Lo siento Jezz. —Sabes que no me gusta el drama —convengo con tono tranquilo. Me pongo el cinturón de seguridad. —Lo hablaremos en otro momento. —Eso espero. Me resulta familiar su compañía, pero no es lo mismo. Él me provoca otro sentimiento ahora, tres años después. Niego con la cabeza mientras nos alejamos a toda velocidad por una inhóspita ruta flanqueada por árboles. La noche estrellada colma el cielo por completo, dando paso entre escasas nubes a la luna en su ciclo más esplendoroso, el de luna llena. —No sabía que tenías una amiga. —Victoria tampoco sabía que tenía un amigo —aclaro sin mirarlo. Es incómodo volver a hablar con él. Después de tanto tiempo. —¿Qué sucede? —Ella no conoce mi pasado… y aunque puede ser muy insistente, intenta no decirle nada sobre eso. —No lo haré. —Te conviene. Cuando al fin llegamos, Isaac se mantiene expectante. —Gracias por traerme… —balbuceo, afectada por su silencio.

7

Ojos azules

Decisiones apresuradas: Eventual desastre.

No me gusta pensar que si yo hubiese tenido otro tipo de vida, no sería “yo”. Padres vivos, protectores. Eso hubiese cambiado tanto las cosas. Intento superarlo sola, como aprendí a hacerlo. Vacía, pero a salvo. Intento no ser dramática y siempre seguir adelante. Día tras día, aunque sienta que todos son iguales y que simplemente estoy soñando, a punto de despertar. Al pasar diez años no puedo decir mucho de mi propia persona, algo que me haga sentir orgullo o autosatisfacción. Vivo con eso dentro de mi cabeza, restándole importancia y continuando siempre hacia delante. Con el enorme vacío en el alma que me hace sentir inservible. Igual a otros tantos días, me desperté con claras intenciones de no pensar demasiado en los detalles de mi nefasta existencia. Soy patéticamente pesimista. Antes que nada, reviso el celular para recibir las noticias del nuevo día, ya que no tengo televisor, por motivos y creencias personales. Como Victoria anunció, mi jefe llamó para avisarme que no es necesario que vaya al trabajo para la limpieza general, evitando aclarar la intromisión de la sensual empresaria pelirroja en el asunto. Me alegro plenamente por la noticia. Me tomaré el día para despejarme y redondear algunas ideas. Lo primero que hago es agradecerle el favor a Victoria, escribiéndole un mensaje:

*Eres terrible… mi jefe me dio el día libre. De verdad, tienes que revelarme tus métodos.*
Segundos después llegan otros dos:
*Mis métodos son demasiado complejos para tu escaso intelecto sexual.*
*¡Excelente! Aprovecha para salir con Isaac. ¡Es una orden!*
Claro que no. No voy a arruinar mi primer día libre del año:
*Él se arrepintió de rechazar mi amistad, pero eso no significa que yo quiera volver a ser su amiga… tengo mejores cosas que hacer.*
*No sabes de lo que te estás perdiendo amiga*, contesta. Me pareció que le cayó demasiado bien.
*¡Es todo tuyo! Sigue practicando tus métodos mi queridísima y seductora amiga. La próxima vez consígueme una semana libre para variar.*, respondo crispada. Hago a un lado el celular y me concentro en ordenar un poco la casa.
El día libre me hace replantear mi agenda de la monotonía. Me baño antes de salir hacia el restaurante. Dudo antes de hacerlo. Me parece que debería aclarar las cosas con Isaac. Lo eché de menos, eso tengo que reconocerlo, pero no quiero que tenga esperanzas acerca de recuperar mi amistad. Victoria insistirá demasiado si no lo hago. Rebusco en el bolso la tarjeta en donde ella anotó su número. Lo marco y llamo. —Jezabel —pronuncia al segundo tono. Suena sorprendido. — ¿Victoria te dio mi número? —objeto ofendida. Se lo habría entregado junto a mi foto. Ahora que lo recuerdo no había tenido oportunidad de recriminárselo. —Yo se lo pedí… —declara conturbado. — ¿Cómo estás Isaac? —Bien… ¿y tú? —Aceptable —afirmo un poco nerviosa e insegura —voy a ir al restaurante… de siempre. Me preguntaba si podías ir… —Seguro. Ahí estaré. —Bueno… solo para hablar. —Sí. Solo para hablar Jezz —repite burlón. Cuelgo sin previo aviso y por alguna razón mis piernas tiemblan y estoy sin aliento. Trato de no darle importancia mientras compruebo el día por detrás de las cortinas. El viento arremolina con fuerza la copa de los árboles y el cielo nublado se oscurece desde el horizonte. Está casi a punto de llover. Voy rápidamente al baño para contemplarme en el espejo, incansable, otra vez. Soy de autoestima baja, pero no le doy importancia. Ser hermosa en mi situación mental no me haría la vida más fácil. Aprendí a ocultar mis debilidades tras una máscara de falsa seguridad. Supongo que los extraños no lo notan y eso me satisface a la hora de rechazar estúpidas citas. Olvido el asunto y camino hasta la parada de colectivos. ¿Por qué tiene que ser tan difícil? Las relaciones humanas me frustran. Por eso me produce gusto estar sola, escuchar mis propios pensamientos. Pienso en eso durante los treinta minutos que dura el viaje, refutando mis propias hipótesis acerca del tema una y otra vez. Realmente tengo problemas.
Una vez en la estación, cruzo entre la innumerable cantidad de personas que se abarrotan por las estrechas veredas. Todas las tiendas están tan cerca que no hay espacio para caminar. Aunque a uno no le interese comprar nada, siempre se ve acorralado por la inmensa maraña de gente. Salen desde todas las direcciones como cardúmenes. Me quejo caminando sobre la ruta haciendo el menor contacto visual con estas personas. El restaurante se encuentra cruzando la plaza, por lo que camino unas tres cuadras hasta llegar al lugar. Cuando finalmente llego me dirijo al primer piso, donde solo una pareja habla en voz baja en un rincón. Me siento cerca del ventanal, de espaldas al interior del lugar. Finjo encontrarme sola para relajarme. El mesero se acerca rápidamente, casi pisándome los talones. —Buenos días —dice educadamente. Seguro tiene esperanzas de ver a Victoria. —Un café, por favor —pido en tono tranquilo. Intento ser cordial. El mesero asiente retirándose velozmente escaleras abajo. Respiro profundamente, reacomodando mis ideas. No imaginé tener que volver a ver a Isaac. No estoy preparada mentalmente como es debido. Intentaré decirle lo que siento, sin insultos ni lamentaciones. Solo la verdad. Cerca de las dos, él sube las escaleras con aspecto tranquilo. Luce jovial y raramente atractivo, más de lo que me gustaría admitir. —Viniste —bromea, sonriendo de golpe. Me desparramo por dentro. Me contengo de demostrar algo. Hasta evito sonreír o hacer algún gesto. —Sí. Me parece que ya es tarde para escaparme —respondo secamente. —Muy tarde Jezabel. Esta vez no te dejaré ir—. Su voz suena considerablemente diferente. Acerca su silla sin dejar de mirarme. Me inundo con sus ojos ardientes y fríos. Un temblor me invade todo el cuerpo y un espasmo eléctrico me apunta la espina. Su presencia logra sofocarme y debo esconder los labios para intentar serenarme. —Isaac…—cierro la boca de repente. Espera en silencio. —Te extrañé —confiesa finalmente. Evito un gesto de molestia. Después de todo había sido su decisión alejarse. Trago saliva forzadamente. El mesero se acerca antes de que pueda hablar. —Su pedido está listo. ¿Es el momento? —interrumpe dirigiéndose a Isaac. —10 minutos. Por favor —responde éste. —Muy bien, Señor. —agrega el mesero antes de retirarse con paso firme. —Vas a necesitar más que diez minutos para convencerme —replico provocando su encantadora sonrisa. Perdería mi postura si no fuera porque realmente estoy enojada con él. —Dime lo que piensas Jezz. —Me sorprende —sigo con un hilo de voz. El contorno afinado de su rostro luce perfecto y radiante, sus transparentes ojos celestes iluminados por una luz interior. Naturalmente luce hermoso. Mi rencor no va a retroceder frente a su inevitable atractivo. Aprieto los labios y sereno mi ímpetu. Lo había invitado para hablar seriamente. —Mi amistad no te interesaba —repongo con recelo. Fijo la vista en las nubes negras que se arremolinan inalterables sobre los edificios. El ventanal permite una vista única del parque. Me concentro en la tranquilidad que me trasmite el entorno. —Cambié, Jezabel. Depende de ti darme otra oportunidad —recita con voz segura. Lo miro inundada de rencor. —Pasaron tres años. No supe nada de ti. Supongo que perdí el interés —concluyo. Su mirada se vuelve más intensa. Me parece que está por reír. —Pensé que nada te interesaba —inquiere con una expresión intimidante. Pone los labios tensos. —Si te ofrecí mi amistad fue porque me interesaba —rectifico ofendida. —Jezz, tuve mis razones. Siempre fui honesto contigo. Y nuestro tiempo juntos… —No volviste después del estúpido beso. —Estaba enojado, decepcionado. Quería que fueras mi novia—. Casi salto del asiento. Esa palabra no es bienvenida en mi mundo. Es una señal de peligro. No sé bien qué decir… —¿No me conocías lo suficiente para saber que te iba a mandar al demonio? —Tenía esperanzas… —No hay nadie que me conozca mejor que tú Isaac ¿Por qué tenías que arruinarlo? Por ser hombre supongo… no me respondas. —Créeme que intente volver… pero sucedieron otras cosas. —Está bien—. Asiento, pero no estoy para nada convencida. Seguramente le tomó tres años arrepentirse. El mesero se acerca con dos copas y una botella sumergida en un bol metálico con hielo. Lo miro seriamente hasta que se retira en silencio. —Esta vez será diferente. Lo prometo —asegura inescrutable —. Dame otra oportunidad. Parece importante para él. Se me cierra la garganta cuando me toma de la mano. Odio que lo haga. Mi corazón se acelera repentinamente. Deslizo mi mano por debajo de la suya, evitando al tiempo su mirada aprensiva. Él ya sabe que no tolero el contacto físico. —Disculpa. Quería reforzar la intensidad de mi promesa —confiesa con una sonrisa. Luce radiante. Me pesa en la conciencia rechazarlo. ¿Está intentando seducirme? —Me molesta bastante…  y lo sabes mejor que nadie—. Me observa obstinado. Parece que está por sonreír, pero no lo hace. En su lugar vuelve a tocar mi mano y a fulminarme con el apasionante color de sus ojos cristalinos. —¿Entonces… me darás otra oportunidad? —¿Te mereces otra oportunidad? —convengo excedida mente confiada. Él sonríe poco sorprendido. —Con una oportunidad fue suficiente… no soy de las que olvidan las cosas fácilmente —admito con expresión de pocos amigos. Me está costando contenerme. El asunto del rencor es demasiado para mí. Lo quiero golpear pero también me gustaría gritarle cuánto me hizo falta. —No sé si merezco otra oportunidad…solo quiero estar contigo Jezz. Casi me atraganto. Lo dijo con una intensidad arrolladora. —Bueno… obviamente, no soy de las que dan segundas oportunidades…, pero…—farfullo confundida —me convences… como siempre. —No te convencí de ser mi novia. —Es verdad. Intentaré ser tu amiga… —En ese caso, ya podemos celebrarlo —. Toma la botella y me sirve primero. Su sonrisa hipnótica vuelve a dejarme sin palabras. Maldición. “A mí los hombres no me producen nada.” Fijo la vista en su deliciosa mirada. Su atractivo está llamando demasiado mi atención. Pero no. No lo acepto. —Todavía no estoy segura de mi decisión… Es muy apresurado —espeto tomando un sorbo de la sidra. El rencor vuelve nuevamente a mis pensamientos. —Solo quiero estar cerca… como amigo —. Interrumpe mis cavilaciones. Tal vez se estaba notando la sospecha en mi expresión calculadora. —Igualmente ya sabes lo que pienso acerca de… otro tipo de relación —mascullo con resentimiento. Él sonríe nuevamente. — ¿Qué? —Victoria me contó que tuviste muchas citas… pero no te gustó ninguno. —Es verdad… aunque no sea de tu incumbencia. —Lo siento… pero es una buena noticia para mí —admite rosando sus labios con la mano en un gesto de placer. Está siendo muy sugestivo. —Simplemente pensé que yo no te gustaba… —Nunca me gustó nadie… ni me interesa que suceda. Es más… espero que no suceda. Sería demasiado complicado… para mí. —Está bien. Sigues siendo la misma persona que hace tres años —observa sin expresión—, tan necia y orgullosa —agrega mostrándome una encantadora sonrisa. No sé cómo negarme ante tal espectáculo. —¿Y tú? —espeto sin pensarlo. Él me mira de forma intimidante. —No. —Estás mintiendo —acuso obstinada. Es bastante obvio. —¿Tanto me conoces? —pregunta algo tenso. Sorprendido. —Lamentablemente sí —digo molesta. Retoma el silencio. Apenas creo que haya vuelto a mi vida. Por alguna razón él me parece alguien diferente. —Tienes novia. —¿Estás celosa?—. Lo fulmino con la mirada. —¿Tú crees? — Increpo autosuficiente y demasiado segura de mí misma. —Estoy solo… Miro el reloj del celular. Creo que ya fue suficiente. —Debo irme —. Intento no hacer alguna expresión extraña. Victoria se pondrá furiosa por arruinar mi propia cita. —¿Te puedo llevar? —No—. Me mira fijamente. La claridad de sus ojos parece atravesarme. —Como amigo. —Claro… siempre y cuando no intentes robarme otro estúpido beso— admito sarcástica. Pero carente de expresión. —Cómo podría— objeta poco sorprendido por mis palabras. Hablamos un poco de camino a casa. Decido llevarlo despacio. No tan resentida pero un poco molesta de que haya vuelto. Nos despedimos en silencio y le prohíbo que me llame. Acepta sin problemas y desaparezco dentro de la casa. Suspiro cuando lo hago. No salió como lo planeé. No lo pude rechazar y no tengo explicación alguna. Algo extraño sucede con él. No es el mismo.
Me despierto repentinamente por el estrepitoso tono que produce el celular. Había olvidado ponerlo en vibrador. Victoria me envió un mensaje:
*Te imagino durmiendo. ¡Ceño fruncido!*
Miro la hora: 8:15 am.
*¡Maldita sea! ¿No tienes una vida propia?* , le respondo. Me refriego los ojos, extremadamente soñolienta y bostezando varias veces.
*¡=P! Eres muy PREDECIBLE. Hace días que no me escribes y quiero saber cómo te fue con Isaac.*
*Te espero en el restaurante*; resoplo con resignación y luego lo envío. Me desplomo con las manos sobre la cabeza.
¿Qué pasó con Isaac? No es el mismo y no encuentro manera de explicarlo. Eso me molesta en muchos niveles. Antes era tan fácil hablar con él. Ahora no puedo mantenerme lúcida y desinteresada como antes. Me levanto con pesadez, indignada. Me molesto conmigo misma por recordar su mirada. Evité llamarlo después de nuestra repentina cita. Él también se mantuvo distanciado como se lo pedí. Pongo la mente en blanco y me dirijo al baño. Aunque las imágenes y el sonido de su voz rebotan en mi cabeza. Insistentemente. Después de bañarme, encamino mi curso hacia la parada de colectivos, bajo el cielo gris y el aire fresco de la mañana. Para mi suerte, el transporte llega rápido y casi vacío. Me siento en el primer lugar más cercano a la puerta trasera y me coloco los auriculares para otra sesión de música deprimente. Me ayuda a relajarme… no es que sea una persona dramática. Cuando llego a destino, una leve llovizna fría me roza el rostro, por lo que apresuro el paso para no mojarme. Es un lunes típico y ya son cerca de las diez de la mañana. Aspiro hondamente intentando pasar desapercibida. El restaurante, como de costumbre a esta hora del día, está casi vacío. Me siento en el lugar de siempre. Irina, la mesera, se acerca con apariencia amistosa. Me conoce hace bastante, desde que empezó hace un par de años, en el turno de la mañana. —Buenos días, Jezabel —dice con energía. Realmente la envidio. —Hola. Me traerías un café por favor. —Claro —asiente antes de retirarse con paso firme. ¿Por qué yo no puedo ser como ella? Alegre, despreocupada, enérgica. Algo sensual. Abandono la absurda idea en pocos segundos. Saco mi agenda y birome para dar un paseo gratuito en mi privado mundo de confesiones. Esta vez decido repasar lo último que había escrito y que parece casualmente describirme de alguna manera:“Titubeante. Consternación. Afligida. Aspecto desdichado. Impaciente”