Diálogos de Blas Zambrano - Blas Zambrano - E-Book

Diálogos de Blas Zambrano E-Book

Blas Zambrano

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Beschreibung

Los Diálogos de Blas Zambrano, a la manera de los diálogos de Platón, son un excelente ejercicio de retórica que presenta de manera clara el pensamiento filosófico y pedagógico del autor.Algunos de estos textos se publicaron en el periódico «El Heraldo Granadino».-

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Blas Zambrano

Diálogos de Blas Zambrano

 

Saga

Diálogos de Blas Zambrano

 

Copyright © 1900, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726509786

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

El Heraldo Granadino, 3 junio 1899

—Todo te enoja.

—No; me aburre, nada más. El enojo, el enfado, el coraje, la ira, por ser negaciones exageradas, envuelven afirmaciones vehementes. La repulsa de lo actual eleva la unión con el porvenir. El horror a la realidad viviente supone complacencia en la idealidad vivida. Quien aborrece, compara; y en toda comparación hay dos términos opuestos aquí distantes del centro crítico de pensamiento. Calificar algo de malo es indicio seguro de que se busca lo mejor, cuando no de que se sueña lo bueno. Quien odia, ama.

—Hay quien odia todo y no ama nada; el misántropo.

—No; no caben sentimientos absolutos, intensos, hasta impedir todo sentimiento contrario, extensos, que lo abarcan todo, y duraderos, que constituyen un estado perpetuo. Lo que sí cabe es el tedium vitae –como estado predominante del ánimo– o el convencimiento sereno, aliado con profunda pero tibia melancolía, de que el hombre está condenado a luchar contra antinomias, o irresolubles o solucionadas unas dentro de otras, que le impidan realizar la felicidad individual y armonía colectiva; que su destino, puramente biológico y social, es hasta limitado; que sus energías, encadenadas a leyes inflexibles, son muy débiles; su conocimiento de las cosas, relativo; su ciencia, convencional; sus necesidades siguiendo una progresión geométrica con sus progresos; su perfeccionamiento, mera delicadeza e irritabilidad nerviosa; su vida senda espinosa de la muerte.

—No tienes ideales, cuando así te expresas.

—El ideal es, o una deducción desatada de la cadena lógica y avanzada en el vacío, o un espejismo engañoso de la imaginación, o una piadosa mentira que el sentimiento elabora para dormir la conciencia ¡Ideales! Sombras a las que prestan cuerpo la sangre y las lágrimas sobre ellas derramadas. La sombra lo cubre todo y cubre, y decimos; he ahí el ideal realizado.

¡Ideales!... ¡cuánto ha costado convertiros en fórmulas!

—Lo que valen. El ideal. A tantas lágrimas, sangre; eso cuesta, eso vale, para eso sirve.

—Sofisma, sofisma evidente! Cuando una cosa cuesta mucho, para mucho ha de servir. Uno es el valor en cambio y otro el valor útil.

—Ejemplo: los diamantes ¿eh? Pues eso son las conquistas de la civilización; inútiles diamantes, que después de inmensos sacrificios para extraerlos de la tierra, pulimentarlos, tallarlos, y engarzarlos en el hilo de oro de la vida, sólo sirven para fascinar con sus fulgores y recrear con su brillo, a los infantiles ojos de cándidos optimistas.

—No negarás que existe un progreso enorme de las cavernas terciarias al Partenón, y, luego, de la esclavitud a la igualdad, como del fetichismo al monoteísmo y del patriotismo de tribu al patriotismo del planeta.

—¿Y qué? descuento la suma enorme de cruelísimos padecimientos que esos partos de la inteligencia han producido. Supongo que las idas progresivas han ido surgiendo espontáneamente y se han apoderado de las conciencias de una manera gradual y pacífica –y claro está que quien no se lo cree no lo es– y las últimas palabras de la ciencia no pueden ser más desconsoladoras. El hombre entero, desde la superior actividad voluntaria hasta los movimientos más inconscientes de la vida, atan a la vida universal como fenómeno más o menos complejo; la inteligencia condenada a perpetua impotencia ante lo esencial, y a cambiante incertidumbre, a verdades provisionales, ante lo fenoménico; el corazón retorciéndose entre mil incansables apetitos; la existencia perturbada por mil desequilibrios orgánicos; la vida de relación sometida a la ruda ley de la lucha; la herencia transmitiendo gérmenes impuros, y la selección sacrificando, no al más malo, al más débil; impotente la educación para modelar la espontaneidad y dirigirla al bien; insuficientes la agricultura y la industria, para satisfacer, sin perjuicio de servidor automático suyo al infeliz obrero, desquiciando el cultivo del arte o de la ciencia las funciones del intelectual; la degeneración produciendo seres insociables, y la ley dando palos de ciego. Los sistemas económicos y políticos extremos originando males, cada cual mayores, y los términos medios juntando los inconvenientes de cada uno sin reunir las ventajas de todos; la fraternidad universal imposible entre los hombres, como es imposible en el resto de los seres el mutuo respeto a la vida y en el Universo entero la armonía sin disonancia y la luz sin sombras. Es todo un desorden ordenado, una anarquía sempiterna; un caos con alma: el dolor.

—Pues yo he leído en sabios ilustres,positivistas, como tú, que la ciencia, sobre ofrecer los medios más eficaces, los únicos medios de prosperidad general, es profundamente religiosa y grandemente consoladora.

—¡Consoladora!...lo será para ellos, para los fanáticos de la ciencia, para los fetichistas del dinamo y el émbolo, y el alambre y la pila... De la locomotora y el trasatlántico, y del mismo antropoide y las berzas perfeccionadas. Pero, ¿qué le dice todo eso a un espíritu delicado, que no se pague ni de fórmulas abstractas –cuyo estudio distrae, eso sí– ni de hechos ruinosos, sino que atienda a sus resultados humanos, a su trascendencia en el bien? La ciencia eleva el poder del hombre y acrece sus necesidades; perfecciona algunas formas de su actividad, y desquicia el conjunto; lo dignifica, sin prestarle inmunidad contra lo indigno que le rodea, que lo penetra y que muchas veces lo vence o lo sacrifica; excita el deseo, sin aumentar el poder de la voluntad.