Diamante - Ángela R. Duarte - E-Book

Diamante E-Book

Ángela R. Duarte

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Beschreibung

Diamante. Caminos que se cruzan es una novela de ficción ambientada en un mundo medieval tardío, donde los personajes tendrán que enfrentarse a varios peligros y a las desigualdades socio-culturales existentes entre plebeyos y nobles. Estos últimos, quienes poseen habilidades mágicas por el uso de los diamantes, caracterizándose por la peculiaridad del color de ojos en cada familia. Dániel, Laurie y algunos más se encontrarán y se enfrentarán a enemigos siniestros y a sus propios fantasmas queriendo o no; revelando misterios y a consecuencia de ello, abriendo heridas en la historia que nunca cicatrizaron, más bien solo se habían ocultado.

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Ángela R Duarte

Diseño de edición: Letrame Editorial.

ISBN: 978-84-17965-30-3

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

Dedicatoria

Este libro es una dedicatoria a aquellas figuras reales de mi vida que, con sus personalidades y acciones, sirvieron para impregnar su magia en la historia de mi vida. Tomaría, para expresarme de manera un poco más cercana, la frase de The Washington Post que encontré en una buena lectura: «La gente que aparece en este libro es tan real, sus triunfos y derrotas son tan fieles a la verdad de la existencia humana, que vemos el mundo en miniatura. Es precisamente esa la tarea de la ficción».

De manera especial está dedicada a los que me sirvieron de apoyo, se tomaron su tiempo en leer y creer primero en ella: mi maestra, Mariela Raquel Zena Giménez, y mi mejor amigo, Roberto Carlos Mereles Díaz. Dios guarde sus prodigiosos caminos, desde el fondo de mi corazón mi más grande estima a ellos.

Introducción del autor

Dicen que las grandes aventuras comienzan con un primer «encuentro», pero no en un encuentro común, pues bien, esto es así: «Nada sucede por acaso».

Esta es una historia real que no existió. Es totalmente incongruente, me dirán; sin embargo, real porque suele pasar… Suele pasar, no está muy alejada de la realidad en contextos sociales, y que no existió porque tanta magia no está permitida a simples mortales. Demasiado realismo es aburrido, este relato es de mucha magia.

Iré narrando las hazañas de genios, caballeros, vengadores, y, lo más interesante, de tontos, tontos que le pondrán la cereza al pastel.

Aparecen dos cosas significativas para entender la historia, dos obras literarias que no nacieron de mi imaginación, pero sí me sirvieron de inspiración. La primera es la canción Ay, linda amiga, una canción medieval de autor anónimo, la canción favorita de alguien trascendental en la trama, y el poema a la luna, que está llena de secretos, hace parte del ser de un personaje que se aflige por el destino desdichado de muchos, ya que conoce profundas historias. Las otras obras que aparecerán pertenecen a mi autoría.

Esta historia, lector, me la contó ese sueño, sueño de luna llena que observaba aquella noche no muy fría que empezaba, era como si yo estuviera en esa historia, conociera el mundo y conociera todos los pensamientos de allí; comienza con él, un joven viajero.

Noche con mi luna I

Veo las aflicciones de tu corazón, mientras el mío se quiebra contigo.

Veo tu confusión, pero solo se me permite ser testigo.

Mira la luna, ella te cuida, en tu siempre huida.

Correr es lo mejor, no exponer en público tu dolor.

¡Ay! ¿Acaso hay dolor más grande?

Si pudiera llorar en tus brazos, por un rato, sentir tu abrazo.

Tu presencia se siente cálida, la sueño en cada salida.

Al observar la luna, ella me guía a ti, y a veces se equivoca.

Tú la seduces y luego la engañas, es por los impulsos humanos que te salen.

¡Ay! ¿Acaso hay dolor más grande?

Tu condena es tonta y más porque tú la llevas al pie de la letra.

No es tu culpa la sanción, el sufrirla y que yo sea tu testigo.

Te amo con el más puro amor y otra es la que te consuela ahora.

Encontrar tu verdad te dará tu libertad.

¡Ay! ¿Acaso hay dolor más grande?

Poema al joven viajero de parte de un gran amor.

(Fecha de creación, abril 2018)

Noche con mi luna II

Niña traviesa y coqueta, no le gusta ser discreta.

Te importa dar lo mejor, pero más tu corazón.

No te suprimes en tu inspiración, lo lanzas con emoción.

Con acomodo vas por todo.

Niña traviesa que a muchos estresas.

¿Por dónde vas sino por donde tú quieras?

¡Ay, si pudieras! Vas por donde tú quieras.

En tus ojos no se refleja color neutro.

Corres por lo que piensas, consideras vuestro.

Niña traviesa, muy risueña, confías mucho en lo que sueñas.

Luchas para que te puedan oír a riesgo de morir.

Reduces la razón, sin importar esfuerzo en la acción.

Se preguntan confusos dónde está tu inteligencia.

Pues en tu trabajo con todo no hay negligencia.

Niña traviesa que con lealtad a todos sueñas dar libertad.

La libertad nadie la obtiene completa.

Y menos en esta tierra, mientras estamos en ella.

Te burlas de ella, juegas al oírla y danzas al sentirla.

Poema para Laurie

(Fecha de creación, abril 2018)

Capítulo I. Despedidas sin retornosEl encuentro. Primera parte

A orillas del río, sentado frente al peculiar monumento se veía su silueta. Una capucha lo cubría de la cabeza a los pies, no era un plebeyo, ni noble, era solo un hombre, para él eso bastaba. El sol se ponía en esa tarde de invierno, los guardias que andaban por ahí lo ignoraban por el momento hasta ver si entraba al fatigoso pueblo, dejando pasar el tiempo, sin actuar de manera deliberada antes de saber de qué descendencia era.

A la madrugada se veía en la niebla presto a entrar, parado firme, no apuraba el paso, se tomaba su tiempo.

En el corazón del pueblo, un poco más tarde, se encontraba caminando con su primo soñador una señorita de mal carácter que escapaba de sus obligaciones por un rato. Observaba de forma lenta el camino, mientras su primo le hablaba, ella no prestaba atención a sus alegatos insistentes:

—Laurie, yo que tú aceptaría una propuesta de tus muchos pretendientes y olvidaba el espíritu inquieto que tienes, pues ahorrarías muchos esfuerzos. En estos momentos sería avispado, dispones mucho que ganar con el noble que anda tras de ti, él es capaz de dejar de ser noble por ti.

—Vosotros no entendéis, Alfonso, ya fui sincera con todos, no me interesan, es su problema si insisten —afirmaba con una sonrisa muy liviana.

.

—Estás demente, prima —sentenció en medio de una sonrisa.

Ella era una chica de cabellos negros, flecos, ojos de color claro, medio amarronados, sin nada que llamase la atención de modo especial. Su primo le mencionaba que poseía un carácter serio, de mandona, con una resistencia enorme. Él era alto, algo esbelto, de cabellos negros, corte normal de plebeyo y ojos marrones; era propio en él un temperamento serio y centrado:

—Piensa con cuidado, amas la flauta y solo tocas para quien te agrada; sin embargo, debes cambiar un poco ese carácter complicado —decía mientras se rascaba la cabeza.

La joven tenía una cantidad notable de pretendientes, pues claro, el que más sobresalía era el noble. Viendo que su primo se mantuvo callado, soltó un comentario:

—Quiero salvar a mi abuelo. —Lo miró con firmeza.

—¿Qué? ¿Estás loca? —Alfonso se detuvo—. Ningún caballero te ayudaría con eso, la vez que pediste ayuda no lo lograste, además dijiste que les pagarías y no cuentas con dinero, a no ser que te cases con el noble aquel —volvía a insistir, tratando de llamar a la razón.

—Les dije que les pagaría, no cuándo ni cómo ¡Y no quiero casarme aún! —Alfonso retomó el paso sorprendido por la impertinencia de ella, ya estaban casi llegando a la puerta principal cuando tenían esta conversación.

—¡Niña bruta! Para eso sales ahora, ¿no es así? ¡Nadie lo haría aun si le pagaras! —Repentinamente Laurie se detuvo, a consecuencia su primo se estrelló levemente contra ella.

—¿Qué te pasa? —replicó el joven por el golpe, pero luego mantuvo silencio igual que Laurie al ver la escena frente a ellos.

—Los guardias amanecieron con ganas de liquidar a alguien —musitó la joven manteniendo una cara seria y fría.

Alfonso cambió su expresión y pensaba: «Le harán las preguntas comunes que hace la guardia, en realidad nadie es bienvenido en el pueblo, salvo si es de una buena familia noble o si posee guardias amigos en la región. Aunque si eres plebeyo y tienes parientes, podrías conseguir amparo; en estos tiempos nadie suele decir nada si los guardias matan a una persona para divertirse, pueden hacerlo con los pobres que no gozan de quien los ampare».

—No me gusta esa idea —balbuceó Laurie como respondiendo a los pensamientos de su primo, y sonrió levemente; ella no era de esas personas que solo se quedan viendo.

Mientras tanto se escuchaba a un guardia hacer las preguntas al joven:

—¿Cuál es tu familia?

—Ninguna.

—¿Noble o plebeyo?

—Ninguno.

—¿Con parientes o guardias? ¿Qué haces aquí?

—Nada —respondió con un rostro sereno que apenas se distinguía por la vestimenta que lo cubría.

Aquel hombre, sin que nadie se percatara, estaba a punto de sacar algo de la manga, pero fue detenido por los guardias, y justo en ese momento llegó Laurie con su primo. El tumulto fue enorme mientras los guardias intentaban someter a aquel joven.

—Es pariente mío —exclamó Laurie sin ninguna vacilación.

—¿Qué? ¿Estás loca? —le reclamaba su primo en respuesta a esa acción inesperada.

Aquel joven extraño no cambió su expresión y, aprovechando la confusión, se dispuso a seguir su camino. En cuanto a los guardias, al escuchar las mentiras de Laurie se apaciguaron, y sus planes de divertirse quedaron frustrados por el momento. Pero apenas solucionado el conflicto, aquel joven había desaparecido, ella dejó de interesarse, satisfecha por su buena obra, y dio media vuelta.

—¿A algún caballero le gustaría una misión? —propuso.

—Ya es estúpido, ya no lo intentes —le volvió a insistir su primo mientras se decía que los caballeros de la región no estaban dispuestos a ayudar a nadie en peligro o que necesitase de ellos, si no les convenía, pues algunos nobles los tenían como espías o eran los propios verdugos de quienes no se doblegaban a ellos.

Se escuchaban las voces que rebatían:

—¡Ya vete a cultivar verduras, campesina! ¡No es un lugar adecuado para una débil mujer! Cumple tu obligación como mujer, o, mejor, cumple conmigo —dijo uno de estos acercándose a ella.

Laurie, evadiendo el contacto del caballero, le contestó:

—Ni te atrevas a tocarme, ustedes no son caballeros de verdad, no poseen el derecho a decirme que cumpla con obligaciones, son unos pocos hombres que no se atrevieron a ser más que títeres. ¿En verdad es muy bonito tener una vida así? Estafadores, cómplices de múltiples crímenes de los guardias, no se atreven a tocarme por el noble que me pretende, si no yo ya estaría acabada por cómo me expreso.

—Sé una buena mujer y aléjate —le sugirió el mismo guardia que interrogó al joven misterioso.

«Este hombre estará ya fastidiado de Laurie, no es la primera vez que les echa en cara sus verdades», pensaba Alfonso.

—Siento lástima por tu insistencia y perseverancia —prosiguió el guardia.

—Yo soy la que siente lástima, no son capaces de tomar decisiones propias, ni por amor —rebatió Laurie, y esto impacientó al guardia.

—Ya basta. ¿Acaso no razonas que hay cosas que son así y no podrán cambiar?

—Su nariz se cayó y no se dio cuenta.

Su primo se tapó la cara con la mano derecha y se dijo: «Respondiendo como siempre, con una incoherencia, pero haciendo referencia a su dignidad perdida y el no darse cuenta de que está frente a él, eso que lo demuestra».

—¿De dónde saca tantas cosas? —murmuró.

—¿Qué? —respondió irritado, el guardia.

—¡No puedo comprender y no creo poder aceptarlo! —replicó ella.

Los guardias fastidiados la miraban con antipatía hasta que Laurie y su primo se retiraron, debido a que no conseguían respuesta favorable.

Una vez alejados con lo sucedido en la cabeza, saturada, quería darse un respiro:

—Ya me hartaron —se quejó entre dientes—. Déjame sola.

—Está bien, solo cuídate mucho.

«Sé que odia a la gente cuando quiere estar sola, así que prefiero no contradecirla ya que podría golpearme», analizaba Alfonso. «Vaya carácter, espero que no le pase nada».

Luego de un rato, caminaba a la orilla del río algo despistada, la misma orilla donde la noche anterior estaba aquel hombre misterioso. En eso, tres guardias llegaron detrás de ella y la tomaron desprevenida.

Estando Laurie totalmente acorralada, el que la sostenía tomó la palabra:

—Tenías razón en una cosa, no te tocábamos por el noble aquel, pero aquí no habrá testigos y menos quien te defienda. ¡Empieza a llorar y clamar perdón!

—¡No lo haré! No cambiaré mis palabras, no las retiraré, y prefiero morir, aunque tenga miedo como ahora.

—Das pena, estás sola —se burló uno de los guardias.

—¡Odio esa palabra!

Laurie abrió los ojos en el momento en que el guardia pronunció la palabra sola, y, como mostrando repulsión a ella, dio una mordida al guardia que la sostenía, provocando así que la soltara, y corrió lejos sin mirar atrás. Los guardias la siguieron, pero encontraron en el camino a aquel joven que salió al paso, al parecer sin planearlo.

—La diversión no para hoy —soltó entretenido uno de los guardias desenvainando un cuchillo.

En cuanto a Laurie, se quedó sin aire y se detuvo. Ya un poco lejos, adentrada en el bosque, estaba recuperando fuerzas cuando vio una figura, y tomando una rama medianamente pequeña y pesada para su convicción, se abalanzó para golpearlo, pero el hombre la esquivó y ella cayó al suelo.

—No busquéis problema conmigo, pues yo no los busco con nadie —escuchó decir al joven que tenía una voz grave. Era el joven misterioso. Laurie se levantó del suelo y le preguntó:

—¿Qué haces por este lugar?

—Nada.

—A todo respondes nada o ninguno. —Lo observó, luego volteó a mirar el cielo. Pensó en irse, pero él la detuvo con un comentario.

—Espera, es interesante. Posees un vidrio melado (vidrio de color miel). Debe de tener un valor oculto, ¿verdad? No deberías estar en un nivel de campesina.

—Lo dice el hombre que oculta su diamante de manera más celosa y dice ser nadie —se expresó fresca.

—También eres del tipo sensorial, eres muy bocona, niña, no sabes hablar en código, puedes perder la vida si sigues con esa actitud.

El diamante que ella portaba estaba muy bien oculto y su interlocutor también ocultaba el suyo.

—No necesito hablar con trajes, creo que deben ser trasparentes todas las conversaciones —exclamó Laurie sacudiéndose.

—En este mundo existen personas perversas, no seas imprudente —le respondió desenvainando su espada.

—De acuerdo, el vidrio melado al que te refieres viene de una familia extinta y no funciona si no es de una descendencia pura. —Lo interesante es que lo mencionaba de manera muy calma, ella no sentía intimidación por la espada.

—A nadie le agradan los mestizos —comentó el joven.

—No eres como yo, el tuyo funciona y muy bien, así que sigue con el tuyo y déjame con el mío.

—No seas estúpida, no pretendo lo que no me pertenece.

—¿Entonces?

Él la ignoró fijando de nuevo la vista en el camino del pueblo.

—¿No sería imprudente que volvieras por ese camino?

—Tengo asuntos pendientes con un señor feudal que llegará, debo regresar al pueblo; sé inteligente y ya no pongas atención en mí. —Mientras decía esto ya estaba de espaldas a Laurie.

—Es raro, ¿quién se preocupa por ti? —insinuó levantando la ceja en señal de duda.

—Está bien, sería molestoso ser tu pariente.

Laurie casi se mantuvo callada a la respuesta de aquel joven, sin embargo, añadió:

—Solo que no me gustan las injusticias y, si quieres, puedes hacer lo que bien te plazca. —En su interior se quedó analizando la manera peculiar de accionar del joven misterioso: «Es grosero, dispone de un mal carácter, yo creo que se hace el interesante, se esconde tras una capucha que lo cubre todo, no muestra el rostro, quizás es un noble renegado o un simple rebelde. Pero más bien creo que está afligido».

El joven, viendo que ella no se movía, le ordenó:

—No pienses demasiado, ya vete. —Lo que dijo la despertó de su análisis. Laurie movió la cabeza levemente en señal afirmativa, cuando dio media vuelta llevó su mano al mentón imitando al pensador.

—No sé qué es peor, arriesgarme a que los guardias me encuentren yendo sola o arriesgarme a llegar con él. Aunque realmente no creo que quiera acompañarme. ¿Qué haré? ¿A quién engaño? Yo soy la única imprudente aquí —murmuraba recordándose de que estaba huyendo de algunos guardias, perdiéndose en sus pensamientos y cuando por fin iba decir algo en voz alta... —Espera, no sería bueno…

—¡Largo! No necesito a nadie cerca, ya no me interesa seguir sabiendo nada más. —De forma tajante, pero serena a la vez, le cortó la frase.

Lo único que él realmente buscaba era información, y al ver que ella no poseía, quiso apartarla enseguida. El viento sopló entre las ramas que refractaban la vista al cielo, cantando con un ligero silbido. En ese momento un hombre apareció, estaba montando un caballo muy bien cuidado, en el pecho portaba un diamante brillante y deslumbrante:

—Ahí estás.

—Tú… ¿Qué haces aquí? —preguntó Laurie al ver al hombre de ojos azules con rostro rectangular y cabellos oscuros bien cortados a los lados, dejando elevado la parte de arriba.

—Te perdiste mucho tiempo de tu primo mi dama bonita, flor pura.

Era el noble que puso su interés en Laurie

—No seas cursi —replicó.

Este, dando una carcajada, se bajó del caballo, se acercó y le besó la mano.

—Tú, buen hombre, me alegra que su pariente la esté cuidando bien, ha corrido rápido la información. —El noble miraba fijamente al hombre misterioso, aunque no podía ver su rostro por lo que lo cubría.

«Mi suerte no cambia, pero vamos con él, peor es nada», se decía Laurie perdiéndose de nuevo en sus pensamientos.

—Despierta niña y acompáñame —luego invitó—, y tú también buen hombre.

«Por fuera tiene una sonrisa, pero yo creo que está muy serio. ¿Sabrá algo?», se preguntó Laurie.

—¿Es una orden? —indagó el joven.

—Es lo que tú quieras —contestó el noble.

Caminando de regreso por el sendero, Laurie iba por delante. El noble le comentó al hombre:

—Ella discierne con un sentido de justicia muy amplio y una intuición muy buena, pero es de carácter fuerte. Confío en ella, pero ya no te le acerques por favor. —Dio pasos más rápidos y se puso en línea con ella, la contempló como si quisiera contenerse de decir algo, cerró los ojos, después sonrió y le mencionó—: Muy a mi pesar, estuve investigando sobre lo que te aflige para calmar tu corazón, pero no encontré nada que te consuele, pocos rastros de raptos en el pueblo, al parecer ni los guardias ni nadie se vinculan, y él nunca tuvo problemas, se llevaba bien con todos, eso es lo raro, por más que busque…

—A mi abuelo no se lo tragó la tierra, yo siento, yo sé. ¡No insinúes que fue por su propia voluntad!

—¿Conocías bien a tu abuelo?

Laurie se incomodó al oír esa pregunta, pues no quería creer lo que el noble le insinuaba en hipótesis. Era como si ella misma no quisiera aceptar algo un poco evidente. Abrió la boca para responder.

—No es conveniente meterme; sin embargo, alguien viene y no parece estar de humor —interrumpió el joven misterioso, que se mantuvo unos pasos atrás, pero escuchando muy bien las palabras del noble.

— ¿Cómo sabes? ¿Eres…?

—Goza de razón —secundó Laurie cortando la pregunta del noble.

—De acuerdo —aceptó con una mirada de intriga.

Se escondieron detrás de unos árboles, pasaron unos segundos y divisaron una multitud de caballos con sus carruajes dignos de reyes. Y una buena cantidad de soldados, se podían llevar todo por delante. Casi al final, se oía el llanto de una mujer como si estuviera muriendo.

—No sería prudente —comentó el noble mirando a Laurie, como si pidiera un favor, el cual no obtendría.

—Alexandro, perdón —respondió Laurie, lanzándose.

El joven misterioso lanzó su espada enfrente al carruaje que llevaba a la mujer y este se detuvo. En un abrir y cerrar de ojos entró por la ventana y sacó a la mujer. En su mano derecha, él poseía vendas blancas con unas manchas rojas, Laurie notó eso.

—Usaré mi diamante —habló Alexandro saliendo también del escondite, pasó su mano derecha por su diamante y este brilló—. Aquí no pasó mucho, solo se les escapó. —Los guardias, como hechizados, dieron media vuelta y se marcharon.

—Tú quieres morir, pues muere sola, con esto nos arriesgaste a todos —la reprendió muy tranquilo el joven luego de soltar a la mujer.

—Prefiero morir a ver algo así y dejarlo pasar. Si no eres capaz de luchar por lo que crees, por lo que sientes hasta morir, ¿quién eres? —pronunció fuerte Laurie.

Él no respondió.

—Realmente no pasó algo muy malo. ¿Está usted bien? —preguntó Alexandro a la mujer.

Ella se quedó llorando mucho rato hasta que pudo hablar, finalmente. Luego se levantó y les comentó lo siguiente:

—Tengo que huir lejos de aquí y ver si aún hay alguien de mi familia con vida.

—El señor feudal que viene de visita —murmuró el noble con un rostro intranquilo.

Laurie le ofreció ayuda, pero esta se negaba, luego de insistencias pudo convencerla de quedarse en su casa mientras buscaba cómo regresar.

Llegaron hasta la puerta de la casa de Laurie, el noble la tomó de la mano y la llevó un poco distante:

—Habrá una cena de bienvenida al señor feudal que nos visita cortésmente. Desearía yo tener la grata dicha de verte ahí, Laurie, como mi pareja.

Ella se mantuvo callada, el noble con una sonrisa amable se despidió, en tanto el joven misterioso se quedó de pie observando el lugar, mientras Alexandro montaba en su caballo con una mirada de intriga por el visitante.

—¿Tú piensas quedarte toda la noche ahí? —preguntó Laurie al joven.

—No estorbes, sigo pensando en las habilidades del diamante del noble.

—Si quieres te puedo llevar a la cena para que hables con el feudo.

Por alguna razón ella tenía una idea positiva del joven y quería ayudarlo si podía, pero él respondió tajantemente.

—No quiero ayuda, quiero valerme solo en todo esto.

—Recuerda esto: estar solos nos trae paz y serenidad, pero muere infeliz quien exagera con la soledad. —El otro no se dignó en responder—. No hay mucha comida, sí mucho cobijo, pase, señor amargado. —Él la ignoró.

Laurie entró a la casa luego de darse por vencida, ya que él se la quedaba mirando y no respondía nada. Cuando ella entró, él también dio media vuelta.

—¿Cómo puede solo mirarme y no responder? Más bien, ni sé si me miraba, con eso que le cubre la cabeza no creo que pueda ver bien.

Una vez dentro de la casa se sentó al lado de la mujer que rescataron y comenzó a hablarle:

—No te sientas incómoda… ¿eh? ¿Cuál es tu nombre?

—Cristina.

—Mi madre es muy solidaria y le caíste bien.

Laurie siguió hablándole mucho rato y la mujer solo guardaba silencio.

—Eres una caja de sorpresas, impulsiva prima. —Apareció su primo dándole una palmada leve en la espalda, pero que sonó.

—Y tú un soñador —respondió levantando la ceja mientras se frotaba la espalda.

—Eres muy pequeña para todo lo que posees en la cabeza, te vendría bien pensar. —Lo decía burlándose de ella; sin embargo, un tanto preocupado, observaba a la mujer de manera extraña. En eso, Laurie le respondió:

—Puedo ser pequeña, pero soy alguien que defiende lo que ama. —La primera reacción de su primo fue poner una cara de sorpresa, luego cambió a una sonrisa.

—Irritas a la gente con tu actitud inusual y petulante.

—Tu abuela.

—¿Qué?

—Que vuelan, vuelan muy cerca los cuervos. Es exagerado. —Ella se tapó intentando contener la risa, luego se fijaron en los cuervos que realmente volaban muy cerca de la casa, se los veía a través de la ventana.

La noche se hacía joven, el viento no soplaba fuerte, pero empezaba a emitir la sensación de invierno. Por los árboles se posaban cuervos, una plantación estaba cerca, de repente un halcón espantó a uno que se atrevió a posarse cerca de la plantación.

El joven misterioso se mantenía un poco distante de la casa, algunos cuervos volaban muy cerca del lugar, fijó la mirada hacia adelante y sintió a alguien cerca. Preguntó muy sereno:

—¿Quién eres?

—Mi hija no suele traer a nadie, es particularmente discreta y reservada, es un tanto introvertida.

Aquel joven pensaba que esto era un tanto raro, porque no parecía que ella conociera el carácter de su hija. Apartaba la vista de los hermosos ojos verdes de la mujer con cabellos negros cubiertos con un paño en la cabeza y delantal de estatura mediana.

—Perdóneme si Marian le causó molestias, no es de relacionarse mucho, no sabe cuándo estar quieta en algunas situaciones.

— ¿Marian? ¿Que no se llamaba Laurie? —se intrigó el forastero.

—A propósito, lindos ojos —añadió la madre de Laurie, el joven se quedó perplejo.

«La mujer es de descendencia noble, está en sus ojos», pensaba, levantó un poco el rostro al momento.

—Usted es más perceptiva que su hija, usted es de descendencia noble. ¿Cuál es su familia?

—No tengo, mi nombre es Maíte.

—Su nombre de campesina, supongo. —Levantó su capucha y mostró su espada a Maíte, agachándose levemente. Quizás en muestra de reverencia, o tal vez solo estaba tratando de intimidarla con la espada. Esta sonrió y también se fijó en la mano derecha del joven.

—Le traje comida… Sé que no eres alguien de mal, igualmente no te arriesgues a nada inadecuado, adiós. —Dio media vuelta y se retiró.

La noche caía fría, divisó una sombra que se deshizo con cuervos que salían de ella. El joven reposaba recostado sobre un árbol. Volvió a sentir que alguien se acercaba, y apareció en escena un hombre:

—Quizás la noche engañe por la niebla y el frío, pero sé lo que vi —dijo levantándose—. De nuevo alguien se acerca…

—Te soy útil por lo que veo, forastero. —Montado en un caballo de otro color y con una vestidura marrón se le presentó a cara descubierta, estaba a espaldas del joven misterioso.

—Alexandro, el noble de la tarde. ¿Qué quieres? —inquirió impasible.

—Dime, Faruk, aquí, por favor, si eres gentil. —Mantenía un rostro amable.

—Gracioso, me pediste que me alejara y me trajiste hasta su casa, pudiste usar tu diamante desde el principio a gusto tuyo. —Volvió a recostarse sobre el árbol, aunque con mano sobre su espada.

—Ya dije que confío en ella, no te hablé en ese sentido. No usaría el diamante para tareas innecesarias, y tú sabías que no arriesgarías tu vida salvando a aquella mujer. Quisiera saber qué pretendes.

—¿Para eso viniste?

—No estoy acostumbrado a forasteros, este es un lugar pobre, los únicos que se dan bien son los de buena posición y los que obedecen. Estas tierras se utilizan para cosechas que se llevan al comercio en otros lugares. Suelen pasar caballeros a descansar, el castillo está lejos y les sirve para recuperar fuerzas. Las guerras no alcanzan este sitio, es un tanto recóndito. Mi padre se dividió de la familia principal sin perder derechos de nobleza, se asentó en este lugar porque es tranquilo, manda reclutar unos pocos guardias para mantener al pueblo bajo vigilancia, pero suele ser un poco desalmado con personas desconocidas o que no acatan sus órdenes. —El joven se mantuvo callado y el noble continuó—: Un señor feudal, hace unos meses, mandó una carta informando de su visita, y posee tres asuntos que quiere tratar. A mi padre le encanta hacer negocios, no desaprovechó la oportunidad y respondió con una aceptación. Después me enteré que mandaba primero a sus lacayos por delante. Llega dentro de dos días. Una de dos, o eres uno de sus lacayos, o estás contra él. —El joven guardó silencio sin cambiar su expresión. El noble se dispuso a marchar.

—Espera, ¿por qué motivo te marchas sin respuesta? —Esto rompió por un momento el silencio del joven.

—Ya te di la información que necesitabas.

El encapuchado se quedó mudo de nuevo, «de alguna manera sabía que estaba recolectando información», pensó.

—Ahora, tu repuesta tarde o temprano será dada, yo seguiré protegiendo lo que pretendo. —Se marchó haciendo rampar al caballo y él, por su parte, dio pasos en la niebla y desapareció.

El encuentro. Segunda parte

El día cayó y el rastro del joven misterioso desapareció. Laurie salió de la casa, miró alto hacia el cielo, el sol todavía no se posaba en él, bajó la cabeza, vio a su madre regando algunas hortalizas y oyó que la llamaba.

—¡Marian! Ven, que ya es hora de regar antes de que el sol salga y caliente mucho.

—No creo que el sol caliente tanto, mamá. Está muy temprana la entrada del invierno.

—Después ve al pueblo con tu primo. —Ni bien había terminado de hablar la madre de Laurie y ya se sentía la queja de su primo.

—Qué controversial, con ella. —La madre de Laurie solo dio una sonrisa y convenció al joven.

—Gracias, Alfonso —respondió Maíte con una mirada alegre.

—Qué remedio, tía. ¿No desearías imprevistos ahora, Laurie?

—No, ayer fue un día largo.

Laurie miraba las plantas y se puso volar de nuevo en sus pensamientos. En eso su primo le tocó el hombro y le pidió ya irse para volver temprano.

Al pasar por los lugares, un hombre viejo tomó del brazo a Laurie. Alfonso reprendió al hombre, que no la soltaba:

—¿Qué le pasa? —se molestó.

—Tu abuelo no fue un hombre muy bueno —expuso el hombre con la mirada fija en la chica. Ella solo quería que la soltara.

—¿De nuevo usted, señor? —repuso, no se sorprendió ni le molesto oír esas palabras, más bien no le interesó escucharlas.

—Tus lazos serán rotos y te herirán en profundidad si escoges el camino sin vuelta atrás —volvió a añadir el viejo. Ella intentaba zafarse sin lastimarlo.

—Ya pare, viejo —siguió insistiendo Alfonso.

—Esconden a un noble entre ustedes. Viven como campesinos, pero solo uno lo es…

Alfonso golpeó en la nariz al sujeto al momento que iba a decir más y exclamó:

—¡Cállese! Y suéltela. —«Nadie sabía o había visto a Maíte nunca, no es posible que cualquiera supiera su identidad o algo más de ella», temía Alfonso analizando dentro de sí—. Señor, aléjese de ella. —Lo decía con un rostro serio.

En la escena apareció un pintoresco personaje y Laurie, mirándolo, dijo:

—Tú, ¿por qué siempre tiene que aparecer gente como tú?

—Bueno prima, es tu destino ser estorbada hasta casarte con uno —dijo su primo burlándose de ella y cambiando su expresión. «El campesino que le declaraba su amor cada vez que puede», pensó.

—Sutil dama, las jóvenes de tu clase examinan con más decoro y guardan respeto a la ley de que solo el hombre es digno.

—¿Sutil? A ella le viene mejor su antónimo, tosca, no le importa ley alguna —respondió su primo, el viejo corrió después de eso.

—Yo voy detrás de él —exclamó el joven lleno de valor, y Laurie completamente desinteresada.

—¡No, espera! ¡Felipe! —gritó Alfonso.

—Déjalo, no lo vas a alcanzar, regresemos —respondió Laurie.

Caminando con Alfonso, nació un silencio incómodo por lo que había sucedido. Mientras, él pensaba: «Ese hombre no era del pueblo, pero cuando llegó se lo trató de manera amable pues poseía amigos de la guardia que solían molestar a Laurie, pero nunca mencionó nada de su madre o algo más». Miró a Laurie que caminaba absorta de todo: «¿Qué es lo que realmente piensa? Es la que menos conocimiento obtiene sobre su familia y no le da mucha importancia».

En un instante ella se detuvo, sintió algo raro en el estómago.

—Creo que necesito ir al baño. No, no es eso. —murmuró.

—¿Y ahora qué, Laurie? —preguntó extrañado.

—Nada, sigamos. —Ella lo evadió y quiso continuar el camino. Volvió a detenerse unos pocos segundos después por lo que sentía en el estómago, sin embargo, volvió a caminar.

Alfonso, ya bastante incómodo y un poco desconfiado, la detuvo.

—¿Podrías adelantarte? —le sugirió la joven.

Él suspiró y lo aceptó, creía que no era bueno forzarla, que tenía que ver con lo que aquel hombre le mencionó, y pensó: «No pensará hacer algo sola, dijo que no quería imprevistos».

—Quiero comprobar algo, primo.

Él escuchó a Laurie mientras intentaba entender lo que le sucedía.

—De acuerdo, me llevo yo lo que tu madre nos encargó.

—Mi cabeza parece que zumba —se decía Laurie.

Caminando, un poco errante, llegó de nuevo al río, cuando volvió en sí, trató de dar media vuelta y vio a Felipe a punto de tirarse de una ladera alta. Corrió hacia él.

—¡Espera! ¿Qué haces, idiota? —gritó Laurie viéndolo lanzarse, ella se dispuso a lanzarse también cuando oyó una voz.

El joven misterioso apareció en escena tratando de impedírselo.

—No lo hagas, morirás.

Ella, como si ya hubiera sentido su presencia le contestó:

—No necesito tu opinión, gracias, y no estorbes. —Al terminar se lanzó.

La expresión del joven no cambió al ver eso, clavó su espada al suelo atada a una cuerda.

—Por lo menos, se hubiera lanzado con un plan. ¡Vaya carácter! —Se lanzó también, tapándose el rosto con un paño.

Dentro del agua, que estaba helada, Felipe volvió en sí e intentó salir, se topó con unas ramas que le sujetaban los pies. Al lanzarse el joven, una luz brilló bajo su ropa, obligando a que las ramas soltaran a Felipe. Este pudo salir del agua porque era pescador y sabía lidiar con aguas caudalosas. En cuanto a Laurie…, pues…, terminó siendo salvada por el joven.

—La próxima vez trata de disponer de un plan por lo menos, niña bocona. —La reprendió adusto y frío.

—¿Por qué te lanzaste también? —preguntó Laurie.

—Estamos a mano. —El joven se intentó retirar.

—¡Espera! No me dejes sola con este hablador, no me parece cortés.

Él se agachó, se fijó en el resto de las extrañas ramas que aún quedaban en los tobillos de Felipe y preguntó:

—¿Cómo llegaste aquí?

—No recuerdo.

Laurie, sorprendida, queriendo dar con una respuesta, recordándole por lo acontecido en el pueblo, fue interrumpida por otra pregunta del joven, esta vez dirigida a ella.

—¿Y tú?

—Yo solo sentí… —profirió en un casi balbuceo tocándose el estómago, aún ida por las sensaciones—, y…

—Es suficiente, largo los dos —les ordenó cortándola el encapuchado.

—¿De nuevo con lo mismo? —protestó Laurie recobrando lucidez.

—Yo necesito secar mis ropas o moriré de frío —comentó Felipe levantándose.

—Hagan lo que quieran —espetó el hombre ladeando a su diestra.

—De acuerdo —replicó Laurie bastante irritada.

Dicho todo esto, volvió a sentir un zumbido en la cabeza, se la tocó, y en ese instante Felipe la abrazó.

—Yo te mantendré junto mí y te brindaré calor hasta llegar a tu casa.

—¡Desagradable! —Entornó los ojos asqueada, y añadió—: No me gustan los abrazos —se soltó de inmediato—, y menos de personas molestas —murmuró.—Está bien —respondió aturdido Felipe, no conseguía aún recordar bien lo que había pasado.