Diario de un peón - Thierry Metz - E-Book

Diario de un peón E-Book

Thierry Metz

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Beschreibung

Cuando el trabajo en los andamios para reconvertir una antigua fábrica de zapatos en un edificio de viviendas de lujo no lo deja exhausto del todo, durante seis meses Thierry Metz consigna en su diario sus impresiones y meditaciones con una prosa a media voz, lacónica, condensada al máximo, como si el poeta reservara sus fuerzas para repetir mecánicamente los mismos gestos en la obra. Sin embargo, de la mano de Metz esa economización de la palabra se traduce en una prodigiosa riqueza de imágenes en la que, entre la crudeza, el embrutecimiento, la alienación, lo prosaico de la faena y el lento discurrir de unas horas («La erosión de un dolmen es más activa que el paso del tiempo en la obra») asediadas por la fatiga («Unos zapatos que querrían gritar su cansancio a los cuatro vientos»), se abren camino el ensoñamiento y las observaciones sobre el transcurso de las estaciones, el cielo, las nubes, el arco iris, los petirrojos y las golondrinas, la camaradería, las manos que ríen y el lenitivo silencio de las pausas del mediodía o los fines de semana, en los que «el único canto que se oye es el del pájaro rojo y azul del lapicero» posado en una hoja. Diario de un peón es, además, un texto indispensable por el lugar que ocupa en la llamada literatura proletaria.

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LARGO RECORRIDO, 191

Thierry Metz

DIARIO DE UN PEÓN

TRADUCCIÓN DE VANESA GARCÍA CAZORLA

EDITORIAL PERIFÉRICA

PRIMERA EDICIÓN: septiembre de 2023

TÍTULO ORIGINAL:Le Journal d’un manoeuvre

DISEÑO DE COLECCIÓN:Julián Rodríguez

© Éditions Gallimard, París, 1990

© de la traducción, Vanesa García Cazorla, 2023

© de esta edición, Editorial Periférica, 2023. Cáceres

[email protected]

www.editorialperiferica.com

 

ISBN: 978-84-18838-87-3

 

La editora autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.

PREFACIO

Al leer estas páginas de Thierry Metz, comprendemos hasta qué punto escribir no consiste ni en adornar, ni en aderezar, ni en maquillar: consiste meramente en iluminar la realidad, pero no con los crudos focos del realismo. Más bien, la escritura debería ser una suerte de sombra que hiciera despuntar la propia luminiscencia de los objetos, los hechos y las personas.

Nada tiene que ver con la inquisitiva curiosidad de la filosofía. El candor de las apariencias es más revelador de lo que pensamos. Así pues, el realismo de un texto en verdad no viene dado por su precisión quirúrgica, sino por su intensidad, y esa intensidad es discreta, se aleja de las pasiones teatrales o de una languidez complaciente.

Si la vida nos sobrepasa, no pensemos que podremos escapar de la asfixia gritando, haciendo aspavientos, aferrándonos a las podridas tablas de salvación de unos valores sociales o de unas doctrinas secretas. Thierry Metz nos tiende la mano amiga de la sencillez.

La vida es de una elementalidad aterradora. Cada mañana el alma se despierta desnuda, y el trabajo, el dolor, la gente y el desposeimiento del ser están de pie, de brazos cruzados, esperándola con la dura mirada de un examinador. Pero, cada noche, cuando el cansancio no lo ha anestesiado, Thierry Metz anota la parte respirable de las horas que ha vivido.

Lo que podríamos tomar por un universo de banal mediocridad resulta ser una maravilla. Ésta no se dirige a nosotros tirándonos de la manga, como hacen los charlatanes de feria: habla a media voz y solamente la escucha quien así lo desea. Una maravilla que dice: «Quienquiera que seas, tus momentos no contienen nada más, pero son un milagro».

JEAN GROSJEAN

21 de abril de 1989

Para Guillaume

† Vincent

Thomas

Vivo en un mundo sin huellas donde sólo queda la memoria de mi aliento.

PROVERBIO TUAREG

16 de junio

La empresa de trabajo temporal me ha encontrado un empleo en una cooperativa obrera. Ocho horas al día. Salario mínimo.

Después de los mataderos y las fábricas, regreso a la construcción.

La obra está en una callejuela de sentido único. Transformaremos una manufactura de zapatos en un edificio de viviendas de lujo. En pie sólo quedan los muros exteriores. El interior está vacío, sin suelo ni tabiques. Es un inmueble viejo. Hay que reconstruirlo todo: consolidar los cimientos existentes, hacer la entrada de las plazas de garaje, colocar los suelos, construir el hueco del ascensor, encofrar la escalera… Todo. Tenemos mucho por hacer.

 

 

 

 

 

¿Cómo ha llegado hasta aquí?, ¿por qué camino?, ¿qué carretera?, ¿quién lo ha traído?, ¿el agua?, ¿el viento?

¿Cómo podría saberlo?

Camina, va de una obra a otra, de un amanecer a un atardecer. En una tierra de alineamientos y confluencias.

Una sola dirección: ver al maestro de obras. Una estatua yacente. Y construir alrededor de su piedra.

 

 

 

 

 

Una pala, una piqueta. El peón ha de buscar con ambos, ir de un sitio a otro, perderse…

Un principiante: eso es lo que es. Su memoria no es sino un reguero de agua, un manantial que desconoce el río.

Sus movimientos son sencillos: los de un pájaro. Sube, baja, recoge ramascos, paja, cortezas. Cualquier cosa que se le presente.

Para delimitar el territorio que se extiende alrededor de su nombre, ha de trazar un círculo con lo que le dan: tierra, escombros, piedras, órdenes, fragmentos de creta, expectativas, cansancio…

Algo sobre lo que meditar algún día. Nada más.

 

 

 

 

 

De momento somos tres: el jefe de obra, el conductor de la excavadora y yo, el peón.

El capataz es italiano, de acento y carácter fuertes. Lleva un sombrero de paja que le queda pequeño, una camisa de manga corta y un mono azul.

Tiene tal aguante que cuesta seguirlo. Maneja la piqueta como si fuera un bastón. No se detiene hasta lograr lo que quiere. Nunca abandona el círculo de lucha. Pero ¿cuántas obras lleva a sus espaldas?, ¿cuántas nos lleva de ventaja? Sus manos extendidas lo dicen todo.

Habla poco, pero siempre del trabajo. Con un torrente de señas que dirige hacia nosotros por el camino más corto.

Hablar le molesta, lo distrae.

«¿Sabes hacer este trabajo o no? Pues, si sabes, lo haces y sanseacabó. No me vengas con cuentos. ¿Dices que eres peón de albañil y me haces esta chapuza? Para eso llamo al primero que pase por la calle, y punto redondo…»

Estaba hablando de un hombre que la empresa había contratado en otra obra. Y al que finalmente despidieron.

Aquí no puedes esperar: o sigues o te quedas con los pájaros.

Aquí no puedes dibujar un arco iris alrededor de tu sed.

 

 

 

 

 

Mis primeras tareas aquí: cavar la tierra, hacer un hoyo y desaparecer. El día a día del peón: hasta que no encuentre el arco iris de su libro, deberá seguir cavando, encerrarse con su simiente.

Si no, ¿cómo podrá meditar sobre la muerte y los árboles?