Diarios íntimos - Teresa Wilms Montt - E-Book

Diarios íntimos E-Book

Teresa Wilms Montt

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En estos Diarios íntimos, que ella define como "el espejo de mis sentimientos", caben poesía, confesión, testimonio, relato y epístola. La mayor parte del tiempo el destinatario es su amante, pero también se dirige en estas páginas desgarradas al "querido diario", a ella misma en un soliloquio fatalista, al "canalla" de su marido, , al dolor con mayúsculas y al mismísimo dios. Estos diarios son también la manifestación de la culpa, del remordimiento, de la tensión constante con el qué dirán. Y el espacio donde la escritora ensaya su coqueteo con el suicidio, que concretará cinco años después de recuperar la libertad. Pero aunque Teresa Wilms Montt parece vivir adelantada a su tiempo, no puede escapar de la época que le corresponde. Y contra ella, contra esa realidad opresora, la escritora rivaliza y da una batalla que se expresa con la intensidad de una mente ebria y una agitadísima sangre en las páginas de estos precursores Diarios íntimos.

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Teresa Wilms Montt

Diarios íntimos

ISBN: 978-956-9974-05-2
Este libro se ha creado con StreetLib Write (http://write.streetlib.com).

Diarios íntimos

Teresa Wilms Montt

Diarios íntimos

Teresa Wilms Montt

De esta edición © Alquimia Ediciones, 2015

Colección: Umbrales de memoria

Transcripción: Patricio Alvarado y Julieta Marchant

Edición general y notas: Julieta Marchant

Coordinación de colección: Guido Arroyo González

Diseño editorial y fotomontajes: Estudio Navaja

Prólogo

N. DEL E.: El siguiente volumen reúne los cuatro manuscritos de diarios íntimos de Teresa Wilms Montt publicados en Obras completas. Libro del camino (Grijalbo, 1994). Se han corregido algunas erratas y errores de puntuación, cotejado detalles con la edición de Lo que no se ha dicho –antología publicada por Editorial Nascimento en 1922– y compuesto notas que colaboran a la comprensión. Las fechas, que en los originales tenían distintos formatos, fueron uniformadas, agregándoles los años correspondientes, aunque siempre manteniendo los datos adicionales que la autora iba anotando y los errores de continuidad. También se han conservado los usos y la ortografía de los diarios originales. Se agradece la colaboración de Erika Marrero en la precisión de las notas y de León Felipe Alarcón en las traducciones del francés.

Preciosa sangre

Es posible resumir los intensísimos veintiocho años de vida de Teresa Wilms Montt en menos de diez líneas. De sangre aristocrática, descendiente de cuatro presidentes de la república, segunda de siete hermanas, nace en Viña del Mar en 1893. Lectora prematura, trilingüe, se casa a los diecisiete años sin consentimiento de sus padres, simpatiza con el anarquismo, es acusada de adulterio por su marido e internada en un convento en Santiago y alejada de sus hijas. Huye a Buenos Aires con el poeta Vicente Huidobro, publica cinco libros –cuatro de prosa poética y uno de cuentos–, recibe aplausos de los círculos intelectuales, coquetea con la vanguardia europea, es adicta a los somníferos y al opio, intenta matarse dos veces sin éxito y a la tercera, el 24 de diciembre de 1921, en París, lo consigue.

Diez líneas de existencia y un correlato preciso en las páginas que dejó escritas. No solo en los libros publicados, sino especialmente en sus diarios, donde fue registrando desde muy temprano sus experiencias vitales y los primeros balbuceos en la poesía. Dado el carácter confesional de sus textos, el diálogo entre vida y literatura resulta evidente. Aunque la producción literaria de Wilms Montt no pueda ser leída al pie de la letra como el depósito de un sino trágico, su escritura da cuenta de una visión del mundo muy propia, muy consciente de las adversidades, y entrega ciertas claves que permiten dibujar un mapa del tiempo y de la escritora inserta con dificultad en aquellas coordenadas. Las páginas de sus diarios, especialmente, nos permiten ver a una mujer con carácter, insumisa, desfasada de su época, incomprendida por el medio, que enfrenta a una sociedad patriarcal, en extremo conservadora. A la prisionera de un sistema sexista, que la castiga una y otra vez. A una muchacha de alcurnia, que parte rebelándose contra su clase y su familia: “Me dijeron que en casa mis padres me maldecían y que había muerto para ellos, que no podía contar con nadie en el mundo, porque era la más corrompida de las mujerzuelas”, apunta el 13 de noviembre de 1915, recluida en el convento de la Preciosa Sangre, donde escribe la mayor parte de sus diarios. Y, de paso, pone en duda las creencias religiosas que le han inculcado. Ella quiere creer que cree, pero sabe que no es cierto: “Yo, que soy incrédula y que tengo mis ideas arraigadas más que las raíces de una encina vieja, me dejo seducir por el cuento de las doctrinas de Cristo y rezo e imploro, como si realmente creyera (...). El día que sufra el desengaño, seré la escéptica, la atea, con mis tristes verídicas ideas. ¡Nada, nada!”.

Ese es uno de los aspectos que destaca Luis Oyarzún en el capítulo “Lo que no se dijo” de su libro Temas de la cultura chilena, publicado en 1967. El escritor estima que el registro confesional de Wilms Montt lleva en sí un “fundamento literario perdurable” y que hay elementos innovadores en su desgarrada escritura. “¿No es nueva, al menos entre nosotros, esa obsesión de la nada, el escepticismo radical que se mezcla a intermitentes esperanzas cifradas en otro mundo, y esa especie de juicio de la historia y de la cultura, que se introduce subrepticiamente en la expresión misma de los sentimientos más íntimos?”, se pregunta Oyarzún. El comentario cobra especial signi cación si lo empalmamos con el propio registro del autor en sus a lados apuntes del Diario íntimo, donde despliega una visión igualmente apasionada y suspicaz. Así, por ejemplo, en una entrada de 1961: “No quiero vivir sin inspiración. Me aplastan los libros, mi avidez por todo lo insustancial, mi actividad y mi persona, mis kilos de más, mi debilidad de carácter ante mí mismo, mi falta de caridad, mi tendencia al goce y al escepticismo”.

Pero la transgresión de Wilms Montt, ya lo vemos, va por otras sendas. Porque la escritora sabe que infringe también las normas sexistas de su entorno, aunque sus concepciones sean espontáneas, muchas veces contradictorias, y carezcan de mayores elaboraciones teóricas. Escúchenla: “Mi opinión sobre las mujeres es tristísima y muchas veces me avergüenzo de ser mujer... Sin ser malas lo aparentan, son débiles, orgullosas, profundamente estúpidas y vanas. ¡Son animales de costumbre!”. Y a continuación: “Las mujeres somos vehementes, y por eso inconstantes”. Luego, entre la rebeldía y la sumisión internalizada, la autora con esa que sueña con ser actriz. Y escribe: “Lástima que en nuestro país sean tan mal miradas las mujeres que siguen la carrera teatral, pero como yo no tengo prejuicios que respetar y honras y nombre que guardar, espero aprovechar la libertad en que me deja el divorcio, y con permiso de mi amante dedicarme por completo a mi arte”.

“Con permiso de mi amante”: esa frase resume acaso las tensiones de la escritora. Tiene un amante, es decir, infringe las normas, pero sigue dependiendo del permiso del hombre para hacer lo que le dé la gana en términos profesionales. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con la elección de uno de sus primeros seudónimos: Tebal. Te de Teresa y bal de Balmaceda: autonomía y subordinación paralelas. Es la naturalización de una conducta demasiado arraigada en la época, incluso para una mujer como Wilms Montt.

En sus diarios –que ella de ne como “el espejo de mis sentimientos”– caben poesía, confesión, testimonio, relato y epístola. La mayor parte del tiempo el destinatario es su amante, pero también se dirige en estas páginas desgarradas al “querido diario”, a sí misma en un soliloquio fatalista, al “canalla” de su marido, a la “vida imbécil de animal degenerada”, al Dolor con mayúscula y al mismísimo Dios: “... tú que fuiste el salvador del mundo, que sufriste siendo Dios-Hombre, sabiendo que el cielo te esperaba, sufriste tres días; yo llevo un mes, qué digo, una vida y sin esperanzas de terminar. Yo soy criatura humana débil y pecadora”.

Estos diarios son también la manifestación de la culpa, del remordimiento, de la tensión constante con el qué dirán. Y el espacio donde la escritora ensaya su coqueteo con el suicidio, que concretará cinco años después de recuperar la libertad. Alusiones a veces sutiles e ingenuas y otras muy directas, que anidan una idea romántica de la muerte: “Siento verdadero sensualismo en morir”, escribe. Se obsesiona con la oscuridad, la angustia, el “negro fantasma” que “se enseñorea en mi cerebro”. Ella sabe que su equilibrio es precario, pero no tiene herramientas su cientes para dar pasos más rmes. “Mi cerebro, antes inagotable de ideas salvadoras, hoy se niega a discurrir; parece un cerebro ebrio, dormido, enfermo”, deja registrado en sus cuadernos del convento. Y más adelante, en su errancia europea, cree distinguir tres manchas negras dentro de su mente: el amor, el dolor y la muerte. Y entonces se observa en medio de su tiempo. Se detiene en sí misma con paciencia, llevando la lucidez al extremo del desvarío, hasta que logra verse por dentro. Y se habla: “Este siglo está caduco, sangre mía”.

Hoy su estado anímico acaso tendría un nombre: depresión. Y en vez de Veronal, opio o láudano, es probable que consumiera Ravotril, Diazepam, Fluoxetina. Pero aunque Teresa Wilms Montt parece vivir adelantada a su tiempo, no puede escapar de la época que le corresponde. Y contra ella, contra esa realidad opresora, la escritora rivaliza y da una batalla que se expresa con la intensidad de una mente ebria y una agitadísima sangre en las páginas de estos precursores Diarios íntimos.

Alejandra Costamagna

Teresa Wilms montt: De tumba en tumba

“Casa vacía: se robaron hasta las cañerías de cobre e instalación eléctrica. No insista”, advierte el cartelito con letra manuscrita clavado en el muro. Casa vacía es blanca, estilo inglés: madera y cemento, con porche, virgencita y terreno amplio para jardín. Pero está vacía y se robaron todo. Cuatro hombres vestidos con mamelucos instalan un cartel en la entrada: publicidad a escala gigante sobre la próxima teleserie nocturna. No saben de quién fue este sitio anclado en el corazón de Viña del Mar.

No conocen a Teresa Wilms Montt.

Las escaleras que conducen al balcón son cuatro o cinco peldaños rotos. Las puertas de la despensa son palos improvisados donde pudo haber una reja. Hay candados en todas las ventanas. Hay polvo, lagartijas y arañitas costeras que trepan el damasco, el níspero, la encina. Hay frutos reventados en un colchón de hojas. Hay los últimos hilos de una enredadera que trepa los muros de esta casa vacía, blanca, estilo inglés. Y hay también el origen de una historia. Los primeros peldaños de una mujer de belleza fatal que desacató los códigos sociales de su época y pagó cara, carísima, su falta. En este esqueleto palaciego de calle Viana, casi esquina con Traslaviña, cruje un pasado que hoy se pierde en el bullicio de la modernidad.

Pero esa casa alguna vez estuvo llena y fue un palacio. En la mansión de Viana 301, que abarcaba una manzana completa entre jardines, bodegas y salones, echaba raíces el matrimonio Wilms Montt: Federico Guillermo Wilms Brieba, descendiente –dicen– de la realeza prusiana, y Luz Victoria Montt Montt, emparentada con cuatro presidentes de la república (Manuel Montt, Jorge Montt, Pedro Montt y Ramón Barros Luco). Siete hijas, además de una tropa de institutrices, cocineros, matronas y choferes, llenaban la casa. Siete niñas de melenas doradas, ojos glaucos y facciones de muñeca alemana, nacidas entre 1892 y 1899: Luz, Teresa, María, Carolina, Carmen, Ana y Victoria Wilms Montt deslumbraban al vecindario. Tanto así que la calle Traslaviña era conocida como Tras las Wilms. Y aunque cada parto desairaba los ánimos del patriarca Wilms, que esperaba al retoño continuador del apellido, el hombre terminó por traspasar sus aspiraciones a María Teresa de las Mercedes, la segunda del tropel, nacida el viernes 8 de septiembre de 1893. Y la llamó, a falta de herederos varones, mi Tereso. De masculino tenía muy poco Teresa Wilms Montt, pero el apodo acentuó la diferencia con sus hermanas.

Más tarde ella misma acuñará otros nombres que serán seudónimos: érèse, Tebal, Teresa de la †. Con ellos rmará artículos de prensa, cinco libros –cuatro de prosa poética y uno de cuentos, redactados entre sus veintitrés y sus veintiséis años– y prolongados diarios, escritos desde la adolescencia, que serán rescatados a un siglo de su nacimiento en sus obras completas, Libro del camino, reunidas por la ensayista chilena Ruth González-Vergara, a cuyo trabajo corresponde hoy la mayor parte de la información biográ ca disponible sobre la autora. Escudada en estos seudónimos, Wilms Montt escribirá, al principio, cosas como: “Se imagina que la muerte es un medio de transporte para alcanzar el cielo, ese cielo que desea como un enorme pastel blanco”. O: “Morir debe ser una cosa deliciosa, como hundirse en un baño tibio durante las noches heladas”. O llevando la aspiración al límite: “Soñar, sin parar, encerrada entre las paredes de mármol, lisas y limpias, de una tumba”.

Pero la muerte soñada, esa cosa deliciosa, no llegará aún. No al menos en la adolescencia ni en su mundo fantasioso.

Mientras sus hermanas, auténticas criaturas de salón, jugaban a las muñecas o se alisaban el pelo con brillantina, Teresa alucinaba con los tonos violeta del cielo; pasaba horas leyendo a Flaubert, Baudelaire, Verlaine; soñaba con ser Floria Tosca, Madama Butter y o cualquier otra heroína de Puccini; y se reía sola. Especialmente desabrida era la relación con su hermana Luz, la primogénita, la favorita de su madre, con quien compartía institutrices. El esquema era siempre igual: aplausos para Luz, reproches para Teresa. Una de estas tutoras, a quien la niña describirá como una vieja caduca, le hacía escribir cien veces el verbo obedecer. “Se pasa la vida copiando el verbo obedecer y se lo sabe de sobra gramaticalmente sin haber pensado nunca en practicarlo”, escribirá en sus primeros diarios, sin fechar, hablando de sí misma en tercera persona. La señora Wilms también la castigaba. Así recreará Teresa una escena de infancia: “¡No quiero que leas!, le grita su madre cuando la sorprende en sus escondites, haciéndole daño con los brazos y pinchándola para arrancarle el libro que hace pedazos”.

Excepto en los sueños, leyendo o sentada al piano, Teresa no lo pasaba bien en aquellos años. Sus cercanos le parecían odiosos: “Entiende que su madre no dice siempre la verdad, que su padre no tiene voluntad, que su abuela es maniática y que los amigos que frecuentan su casa no son sinceros”, apuntará en sus diarios. Y la conclusión cabrá en una línea: “Teresa no es feliz”. Pero más tarde, ya lejos del palacete de la calle Viana, con veintidós años, marido, dos hijas y la ilusión de que su infancia es una historia cerrada, escribirá: “Hay dos seres en mí, eso sólo yo lo sé... Para vivir en este mundo conviene mostrar sólo el que me conocen”.

No sabrá la muchacha, entonces, que la historia recién comienza.

Más que la historia, esta es quizás la leyenda operística de Teresa Wilms Montt. Basta ensayar la sinopsis: niña de alcurnia, romántica, jaquecosa, lectora activa, incomprendida por su familia, rechazada por su madre. Jovencita de mente abierta, trilingüe, casada a los diecisiete años sin consentimiento de sus padres, linda a rabiar, maltratada por su marido. Muchacha de ideas claras, simpatizante del anarquismo, madre joven, sin espíritu práctico, histriónica, seductora, bohemia, in el. Esposa acusada de adulterio, encerrada en un convento por ocho meses, separada de sus hijas, ignorada por sus padres, escritora de diarios febriles, fumadora, enamorada de quien no debe, adicta a los somníferos, al opio, suicida frustrada que ruega ver a sus hijas. Mujer que huye del convento y del país con un poeta de alcurnia, bella a morir, a cionada al canto, sola entre hombres, escritora admirada por los círculos intelectuales bonaerenses, amante de un poeta suicida, quebrada de amor. Escritora que huye del continente, que intenta arrojarse al mar, que pide el divorcio, que establece relaciones con la bohemia y el vanguardismo europeos, que clama ver a sus hijas, que se apaga. Chilena sin familia en Europa. Mujer que busca la muerte y la encuentra al tercer intento, en un frasquito de Veronal, en París.

“Sus libros son el más el espejo del hastío de su vida desolada (...). En sus páginas está la historia de su alma desnuda”. Así es descrita su obra en el prólogo anónimo de Lo que no se ha dicho, recopilación póstuma de sus textos, que incluye una entrevista hecha por la escritora chilena Sara Hübner en París, en 1920. El libro es un homenaje, pero un homenaje extraño. La escritura de Wilms es catalogada en el mismo prólogo como “una queja repetida en la misma cuerda, el soliloquio monocorde de un alma enferma de tristeza, ahogada por la melancolía”. Muy distinto será el juicio de Ruth González-Vergara que, además de publicar las obras completas de Wilms Montt, escribió una documentada biografía (Un canto de libertad) y guarda hoy, con autorización de la familia, varios manuscritos inéditos. En clave teórica, González-Vergara sintetiza el aporte de la autora: “Teresa rupturó esta ley mayestática de casta: invadió el espacio abierto, civil, de dominio masculino y lo hizo suyo”.