Dimensiones de la oralidad - José Cantero Serena - E-Book

Dimensiones de la oralidad E-Book

José Cantero Serena

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Beschreibung

Este libro es un instructivo y fascinante recorrido al mundo de la sonoridad y audibilidad humana, que progresivamente nos acerca a las complejidades de aquello que llamamos oralidad. Mediado por un exhaustivo análisis de las dimensiones que esta posee, nos enfrenta tanto a su posición teórica como a evidencia científico fonética acerca de nuestra capacidad de hablar, escuchar, comprender y, por tanto, interactuar.

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Dimensiones de la oralidad

Francisco José Cantero Serena

Ediciones Universidad Alberto Hurtado

Alameda 1869 – Santiago de Chile

[email protected] – 56-228897726

www.uahurtado.cl

Los libros de Ediciones UAH poseen tres instancias de evaluación: comité científico de la colección, comité editorial multidisciplinario y sistema de referato ciego. Este libro fue sometido a las tres instancias de evaluación.

ISBN libro impreso: 978-956-357-437-1

ISBN libro digital: 978-956-357-438-8

Coordinadora Colección Literatura

María Teresa Johansson

Coordinadora Colección Lingüística

Macarena Céspedes

Dirección editorial

Alejandra Stevenson Valdés

Editora ejecutiva

Beatriz García-Huidobro

Diseño interior

Gloria Barrios A.

Diseño portada

Francisca Toral

Imagen de portada

iStock

Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com

[email protected]

ÍNDICE

Prólogo

Nota del autor

Procedencia de los textos

I. La oralidad oral

Comunicación y voz

La comunicación oral

II. Para una didáctica de la oralidad

Conceptos clave en lengua oral

Didáctica de la pronunciación: de la corrección fonética al enfoque oral

Complejidad y competencia comunicativa

III. Análisis fónico de la oralidad

Adquisición de competencias fónicas

De la fonética del habla espontánea a la fonología de la complejidad

Códigos de la entonación y entonación emocional

Expresión y contacto: dimensiones de la afectividad en prosodia

IV. La oralidad escrita

Oír para leer: la formación del mediador fónico en la lectura

La ruta de acceso a la lectura

Referencias bibliográficas

PRÓLOGO

El autor desde su voz de profesor nos deja claro que este libro no pretende ser un manual. De hecho, esta zigzagueante ruta en busca de una teoría de la oralidad no tiene una perspectiva unidireccional, más bien, este tratado deja claro que la oralidad existe en la interacción comunicativa, en tanto, no solo debe ser producida sino también tendrá que ser comprendida; lo cierto, es que requiere reciprocidad. De esto trata el primer capítulo titulado “La oralidad oral”, en donde la protagonista es la voz entendida como una dimensión primaria cargada de un carácter afectivo-sensorial que nos conecta para entablar un vínculo comunicacional con el otro, desde que somos bebés y durante toda nuestra existencia. En este apartado, el doctor Cantero pasa revista a los códigos orales y, especialmente, se detiene a explicar cuáles son las restricciones de la comunicación escrita versus la oral, las que radican en que la escritura es unidireccional, no negociada, descontextualizada e intelectualizada. Sobre todo, nos dice el autor, la escritura no logra, en sí misma, ser afectiva.

También, es relevante la mención al hecho de “oír leer” en donde el énfasis está puesto en el desafío de la mediación fónica de la lectura, pues la interpretación sonora del texto escrito será la portadora del mensaje íntegro para el oyente y para que este lo pueda entender. Así vemos que el disfrute lector lo experimentamos tanto cuando nos escuchamos leer en silencio como cuando escuchamos leer a otro en voz alta. Lo mismo, quienes disfrutamos leer en voz alta y jugar con la prosodia para que el texto suene mejor.

Cabe destacar cómo el autor va coordinando conceptos clave en lengua: por un lado, comunicación oral, variedades lingüísticas y situación comunicativa; por otro, comprensión oral, audición, percepción y comprensión. Estos últimos, menos descritos por las ciencias del lenguaje y, por tanto, menos trabajados en didáctica, como, por ejemplo, entender sobre el reconocimiento de las unidades fónicas en bloques.

Con maestría, diferencia estos conceptos y elementos de las actividades de producción, expresión y comprensión oral, lo que es vital para aproximarnos a la didáctica de la oralidad. Sin dejar de detallar “la pronunciación” en sí misma, profundizando en conceptos fundamentales de fonética y fonología.

Una vez entretejido este marco conceptual, en torno a la sonoridad y audibilidad humana, comienza a introducirnos por la insospechada complejidad de la didáctica de la pronunciación. El autor ha recorrido varios caminos investigativos para llegar al punto de encuentro en donde el “enfoque de corrección fonética” se clarifica como un “enfoque de lo oral”, sin más. Por lo mismo, vuelve a hacer hincapié entre las diferencias de la lengua hablada y el lenguaje escrito, en donde desataca que estos no son complementarios, pues, como lo ha mencionado antes, el lenguaje natural es el hablado, porque nuestra lengua es oral; mientras que la modalidad escrita correspondería a un tipo de lenguaje que, como se sabe, ha considerado patrones de la lengua oral para ser formalizado mediante un código grafémico y ortográfico. Según el autor, esto ha conllevado que el sistema escolar considere la lengua oral como algo “que no merece ser estudiado, ni enseñado, porque es vulgar”, no obstante, advierte que hay un desconocimiento de lo que realmente es la oralidad, en tanto que esta se caracteriza por una “sencillez formal”, la que “se corresponde con una complejidad de las relaciones humanas” (p. 64).

A partir de esta problemática, revisita conceptos fundamentales en los que se ha enmarcado la didáctica de la oralidad, redefiniendo con su mirada de fonetista, cada uno de estos; persiguiendo la necesaria trasposición de la dimensión teórica a la práctica de los enfoques didácticos en pronunciación. Al final de este capítulo, el autor proporciona una revisión de los tipos de competencias comunicativas, así como su complejidad, explicando de este modo la multiplicidad de códigos que maneja el hablante/oyente y la competencia que tiene para alternar e integrarlos en el transcurso de las diferentes posibilidades de interacción humana en sociedad. De este modo, llega a la idea de la estrella comunicativa, la que “sería como un libro de arena, con un número indefinido de hojas, de códigos, que el hablante va elaborando a lo largo de su vida, número que puede variar y crecer, también indefinidamente” (p. 115).

En el tercer capítulo, de dimensiones, encontramos una presentación de análisis fónico de la oralidad, primero analizando la adquisición de competencias fónicas desde una perspectiva polifónica, múltiple y variada; centrándose en los tipos de pronunciación funcionales a contextos y situaciones específicas, por citar algunos ejemplos: la pronunciación en competencia estratégica, en competencia productiva o en competencia mediadora. Lo que está directamente relacionado con la enseñanza de lengua extranjera, por lo que trabaja el concepto de interlengua fónica y su análisis fónico.

A partir de los posibles tipos de análisis, el autor nos invita a repasar, de manera crítica, los métodos fonéticos y modelos fonológicos que han servido de base científica para explicar el español hablado; por lo mismo, transita de la fonética del habla espontánea a la fonología de la complejidad. En esta última parada, se sirve de la teoría de la complejidad, paradigma filosófico, y refiere a Edgar Morin como uno de sus máximos exponentes. Desde este paradigma desarrolla tópicos lingüísticos fundamentales como la Fonología de la interacción, Sistemas fonológicos dinámicos, no lineales y emergentes, y Fonología dialógica, autoorganizada, hologramática.

Una vez que nos deja claro que la realidad hablada es más compleja de lo que los antiguos paradigmas podían describir y, por tanto, explicar; entra en el fascinante mundo de los Códigos de la entonación y entonación emocional, en palabras del autor, la entonación “aporta simultáneamente información muy diversa: la procedencia del hablante, a veces también su condición social, la modalidad discursiva del enunciado, las intenciones del hablante, su posición dentro de la conversación, la parte del discurso más relevante, su actitud emocional, etc.”. Al mismo tiempo que acerca al lector a una dimensión translingüística, presenta su propio modelo teórico de la entonación, en el que distingue tres niveles de análisis: entonación prelingüística, entonación lingüística y entonación paralingüística (Cfr. p. 151), tales niveles se configuran bajo una lógica de jerarquía fónica desde donde se proyectan las unidades fónicas analizables para cada nivel propuesto.

Seguramente, una de las dimensiones más difíciles de abordar en oralidad es la afectividad en prosodia. Primero, porque traspasa los límites de lo puramente lingüístico, según el autor, desde una perspectiva paralingüística se distinguen tres tipos de entonación: la emocional, la de cortesía verbal y la de foco, entendiendo la primera como la menos estable dentro de los códigos de la entonación. Segundo, se activan mecanismos prosódicos para referir esta afectividad y, por tanto, se utilizan mecanismos fonéticos que el autor presenta mediante ejemplos tomados del análisis melódico del habla, desde donde define y desarrolla dimensiones de la afectividad en prosodia que ayudarán a comprender cada vez más las complejidades de la oralidad que quiere ser enseñada mediante una didáctica que todavía no alcanza a trasponer estos recovecos prosódicos a la práctica educativa. Sin detenerse a pensar en aquello que está bien o mal dicho, sino mirando el verdadero sentido interaccional de estas dimensiones.

El autor finaliza este viaje con un cuarto capítulo dedicado a la oralidad escrita, en donde muestra los mecanismos fónicos que permiten que la escritura cobre vida a través de la lectura, por eso señala que tenemos que oír para leer, dejando claro que la formación del mediador fónico en el aprendizaje de la lectura es elemental y que, por tanto, la enseñanza tendría que estar centrada en la audición, la que es la verdadera ruta de acceso a la lectura. En palabras del autor: “El mediador fónico (o leedor) es el intermediario entre el texto y el lector, y constituye el elemento metodológico esencial en la adquisición de la competencia lectora. Sin leedor no hay lector competente.”, desde esta premisa pone sobre la mesa los problemas de comprensión lectora debido a la ausencia de mediador fónico.

Durante estas últimas páginas nos lleva a las profundidades de nuestro “yo leedor”, aquel intérprete fónico que escuchamos cada vez que leemos en silencio y toda vez que otro lector nos provee de esta mediación; pues, leer es una escucha atenta que posibilita la comprensión de aquello que se ha puesto por escrito. Por esto, nos aconseja el autor, es importante integrar la lectura en voz alta como una herramienta didáctica elemental para la formación del mediador fónico, sobre todo en la etapa inicial, no obstante, es necesaria toda la vida para entrenar a este mediador fónico en la versatilidad del lenguaje escrito, pues no se lee del mismo modo un cuento que un poema, porque lo esperable es que suene diferente porque es un género distinto.

Quiero dejar por escrito que este libro que empiezas a leer, no solo trata de oralidad, sino que también trata de un viaje extenso que ha recorrido el doctor Francisco José Cantero como profesor e investigador. Por eso, te invito a escucharte sumergido en esta textualidad zigzagueante, a la que el autor ha dedicado décadas de su vida académica. Es así como hoy nos deja con este libro unos pilares fundacionales para una teoría de la oralidad.

MACARENA CÉSPEDESPrimavera de 2023, Santiago de Chile

NOTA DEL AUTOR

En este volumen he reunido textos dispersos que recogen las dos líneas de investigación principales a lo largo de mi vida profesional: el análisis del habla y la enseñanza de la lengua oral. En la selección, y en un primer momento, pensé en incluir también mis textos más antiguos, en los que se presentaban ya muchas de mis ideas en su primer estadio de desarrollo; la relectura de ellos me provocó una cierta ternura, y entendí que volver a enfrentarlos a la imprenta no podía ser más que un acto de coquetería. En los textos que he seleccionado, finalmente, los conceptos están mucho mejor expresados, presentados de manera más sistemática y ya sin las pulsiones de la juventud (aunque, creo, con su mismo entusiasmo). Reúnen más de veinte años de trabajo.

He optado por no rehacer los textos originales, porque mi intención no era reelaborarlos en un manual, sino presentar el itinerario diverso, incluso zigzagueante, que he seguido para intentar comprender la complejidad de la lengua hablada y la diversidad de sus dimensiones. Cada lector deberá decidir, entonces, qué camino toma a continuación, qué sugerencias sigue, qué reto afronta.

Sobre los textos originales, solo he hecho los cambios pertinentes para evitar repeticiones enojosas, he unificado las referencias bibliográficas, la numeración de figuras y citas, etc., con el fin de darle al conjunto la apariencia de unidad que requiere una publicación académica. Pero este volumen no constituye un manual. Un manual no deja de ser un artefacto normativo, y yo soy profesor: prefiero ofrecer más preguntas que respuestas.

Como soy profesor, yo no escribo manuales: dibujo mapas del tesoro.

FRANCISCO JOSÉ CANTERO SERENABarcelona, enero de 2021

PROCEDENCIA DE LOS TEXTOS

La oralidad oral

“Comunicación y voz” (2004): publicado en catalán como “Comunicació i veu”, ARTICLES de didàctica de la llengua i a literatura, num. 32. Monografia Veu i locució (pp. 8-24).

“La comunicación oral” (2019): en El arte de no enseñar lengua. Barcelona: Octaedro (pp. 55-63).

Para una didáctica de la oralidad

“Conceptos clave en lengua oral” (1998): en Antonio Mendoza (coord.): Conceptos clave en didáctica de la lengua y la literatura. Barcelona: Horsori (pp. 141-153).

“Didáctica de la pronunciación: de la corrección fonética al enfoque oral” (2020): en Francisco José Cantero Serena y Marta Giralt Lorenz (coords.): Pronunciación y enfoque oral en lenguas extranjeras. Barcelona: Octaedro (pp. 11-48).

“Complejidad y competencia comunicativa” (2008): Revista Horizontes de Lingüística Aplicada, V. 7, n.º 1 (pp. 71-87).

Análisis fónico de la oralidad

“Adquisición de competencias fónicas” (2014): en Yolanda Congosto et al. (eds.): Fonética Experimental, Educación Superior e Investigación. Vol. II. Adquisición y aprendizaje de lenguas / Español como lengua extranjera. Madrid: Arco-Libros (pp. 29-55).

“De la fonética del habla espontánea a la fonología de la complejidad” (2015): Normas (Revista de Estudios Lingüísticos Hispánicos), n.º 5 (pp. 9-29).

“Códigos de la entonación y entonación emocional” (2014): Actas del 31 Congreso Internacional de AESLA. La Laguna: Universidad de La Laguna (pp. 618-629).

“Expresión y contacto: dimensiones de la afectividad en prosodia” (2019): Moenia, Vol. 25, Especial: Fonología y fonética (pp. 521-537).

La oralidad escrita

“Oír para leer: la formación del mediador fónico en la lectura” (2002): en Antonio Mendoza (dir.): La seducción de la lectura en edades tempranas. Madrid: M.E.C.D. Colección Aulas de Verano (pp. 75-100).

“La ruta de acceso a la lectura” (2004): en Ignacio González Gallego (dir.): Investigaciones sobre el inicio de la lectoescritura en edades tempranas. Madrid: M.E.C.D. Colección Conocimiento Educativo (pp. 391-405).

LA ORALIDAD ORAL

COMUNICACIÓN Y VOZ

Introducción: transmitir o contactar

Comunicarse es “transmitir información”. Pero más que “transmitir”, la comunicación humana consiste en “contactar”, es decir, en establecer y mantener una relación valiosa en sí misma (haya mucha, poca o ninguna información). Comunicarse es, por encima de todo, “relacionarse”.

En este escenario las estrellas gemelas son la información y la comunicación.

(S. Serrano, 1999: 30)

Con todo, muy a menudo las ideas de “comunicación” e “información” aparecen juntas, como dos estrellas gemelas, y una sirve para definir a la otra. Así, la comunicación “consiste en el paso de información” de un emisor a un receptor (según el Diccionario de la Lengua Catalana, 1982: 398), o bien en una “puesta en común de informaciones con la ayuda de señales “(según el Diccionario de Lingüística de Lewandowski, 1975: 66).

Varios autores consideran que, de hecho, “toda señal está destinada a la transmisión de información” (Tusón, 1984: 45), ya que “la finalidad de todo contacto lingüístico es, precisamente, hacerse entender” (Malmberg, 1966: 140), es decir, “el intercambio y negociación de información entre, al menos, dos individuos” (Canale, 1983: 65).

Incluso, cuando por primera vez se formalizó una teoría de la comunicación fue, precisamente, como “teoría de la información” (Shannon y Weaver, 1949), basándose en esta idea fundacional: comunicarse es transmitir información (ni más, ni menos).

Más allá de esta idea unívoca que identifica comunicación e información, otros autores establecen varios niveles de comunicación, en los que la transmisión de información es solo un aspecto más del proceso. Watzlawick et al. (1967: 52 y ss.), por ejemplo (siguiendo a Bateson y Ruesch, 1951), proponen distinguir entre un aspecto referencial (report), que es la transmisión de información del mensaje, y un aspecto relacional (command), de carácter pragmático, centrado en la relación entre los interlocutores. Estos mismos autores explican que, en realidad, se diferenciarán tres áreas en la teoría de la comunicación humana: el estudio de la transmisión de información, el estudio de los significados (entendidos como “información compartida”) y el estudio de la comunicación “como conducta” (ibid.: 23).

Desde esta perspectiva, “cualquier conducta en una situación de interacción tiene un valor de mensaje, es decir, es comunicación”. Por tanto, “se deduce que, por mucho que se intente, no se puede dejar de comunicar” (ibid.: 50). Hagamos lo que hagamos, pues, nos comunicamos con los demás, con las palabras, con los gestos, con la indumentaria, con los silencios.

Es evidente, sin embargo, que no siempre estamos dando una información concreta y que, en todo caso, el receptor puede suponer una información que nosotros no hemos dado (intencionadamente). Puede discutirse, pues, si hay comunicación realmente entre lo que un interlocutor no ha dicho y lo que el otro sí ha entendido, pero lo cierto es que en la comunicación humana hay algo que va más allá de la pura transmisión de información.

Así pues, las definiciones clásicas que hemos visto de comunicación tienen un aspecto muy razonable, pero no son del todo correctas porque dejan de lado una parte esencial de la relación comunicativa, todo lo que va más allá de la información: “La comunicación es una actividad compleja, donde “hacer uso de una lengua” o “transmitir información” solo son aspectos parciales, circunstanciales, ni siquiera elementos centrales del proceso” (Cantero y Mendoza, 2003: 35).

Comunicación sin información

En nuestra vida cotidiana nos encontramos continuamente participando en actos de habla en los que la información que se transmite, si es que hay, no es demasiado relevante, o bien en situaciones comunicativas repletas de ceremonias y cortesía (que, en sí mismas, no son particularmente informativas).

Los elementos de cortesía, por ejemplo, no añaden ninguna información al discurso, pero son elementos esenciales en las conversaciones entre desconocidos. Si en la tienda decimos, sencillamente: “Quiero comprar seis melocotones”, damos una información exacta de lo que queremos, en efecto, y en el mensaje no hay mucho más que “información pura”. Ahora bien, tal vez no es la mejor manera de dirigirse al dependiente, y quizás este se sentirá ofendido. Si, en cambio, empezamos nuestro discurso con un saludo: “¡Buenos días!”, seguido de unos cuantos mensajes sin interés informativo: “¡Qué calor que hace hoy! ¡Ah, qué duraznos más bonitos! Cómo está su hija, ¿ha terminado ya la escuela?”, y finalizamos con una petición muy cortés: “Quisiera un quilo de duraznos ¿Qué precio tienen?”, etc., entonces, la comunicación será eficaz y feliz. Todos estos elementos de cortesía no añaden apenas información, pero permiten entablar una conversación satisfactoria para ambos interlocutores, es decir, establecen la relación, la regulan y, de hecho, permiten la comunicación. Aunque el objetivo de ir a la tienda es comprar los melocotones, el propósito de la conversación es establecer, definir y mantener la relación entre los interlocutores: por eso son tan importantes los dependientes, por eso no volvemos a entrar en una tienda donde tuvimos una mala relación comunicativa (al margen de la calidad o del precio de los productos), por eso volvemos siempre al negocio donde nos tratan bien, es decir, donde la relación comunicativa es satisfactoria (y, también, al margen de la calidad o del precio).

Otras veces, en la situación comunicativa no hay nada de información en absoluto, y únicamente hay “relación”, contacto puro. Así ocurre, muy a menudo, en los actos de habla de intimidad, entre amigos, familiares o en pareja. Decirle a la pareja: “Oh, ratita, qué guapa estás hoy, en qué piensas, ¿me amas?” no quiere decir nada, ni aporta ningún elemento informativo, pero refuerza el vínculo afectivo. De hecho, sin enunciados como este, no habría ningún vínculo afectivo y la relación no sería posible.

Decir al conjunto de la familia: “¿Quién cambió de sitio mi pañuelo verde?; yo lo había dejado en la silla y no sé qué hace sobre la cama. ¡No puedo tener nada ordenado!” tampoco expresa nada (en concreto), salvo manifestarse afectivamente. Las respuestas a enunciados de este estilo serán igualmente poco informativas, pero servirán para reforzar los vínculos y las relaciones: “Nadie te cambió nada, cariño, tal vez lo olvidaste”, para reforzar la relación de superioridad jerárquica de los padres, o: “Yo no he tocado nada, mamá, díselo”, para reforzar la relación de inferioridad del hermanito y, siempre, para reforzar la relación, sencillamente. Si no hubiera este tipo de enunciados, no habría ni podría haber ninguna relación.

Podríamos intentar valorar cuántas veces “transmitimos información” en nuestra vida cotidiana, frente a cuántas veces simplemente “nos relacionamos”, sin ningún otro objetivo. Quizá encontraríamos una proporción de 8 a 2. Ahora bien, si valoramos cuántos mensajes damos con “información pura” (sin ningún elemento de afectividad o cortesía), seguramente sería difícil encontrar alguno.

Una locución afectiva

El principal objetivo de la comunicación es la afectividad: contactarse con otro, sentirse cerca de otro, formar parte de un grupo, intercambiando afectividad (entendida como todo aquello que no es racional, sino emocional; más allá de los sentimientos –que necesitan de un constructo intelectual– y mucho más cerca de la pura carnalidad).

La comunicación debe entenderse, entonces, más que como “transmitir información”, como “contactarse” o “relacionarse” sin ningún otro objetivo que no sea la propia relación en sí misma; es decir, su función más bien es de cohesión social, interpersonal, con un fuerte componente afectivo.

Esporádicamente, es cierto, puede haber intercambio de información, pero este no es ni mucho menos el elemento esencial de la comunicación, ya que este es la pura relación, la pura afectividad. Puede haber información o no, mucha o poca, pero siempre hay, inevitablemente, un intercambio afectivo. Y esta afectividad siempre es el punto de entrada a la “comprensión” de la información y a su anclaje.

Es decir, un comunicador solo es bastante eficiente si se sabe “contactar” a nivel afectivo con sus interlocutores, independientemente de lo que diga, al margen de cualquier otra dimensión racional, intelectual, temática o discursiva. Diga lo que diga, al nivel que sea, y trate del tema que trate, desde la vertiente que sea, la comunicación será un éxito solo si hay un contacto eficaz en un nivel afectivo.

Un profesor, un orador, un locutor, que sí dan información en sus discursos (supuestamente, al menos, ya que son profesionales de la información), solo serán lo suficientemente eficaces en la medida en que sepan establecer y mantener estos lazos afectivos con su auditorio.

Realmente, lo que recordamos del orador o del profesor, pasado el tiempo, es su tono, su bondad, su simpatía, su agresividad… Y el recuerdo (el único recuerdo) que nos queda de nuestros antiguos profesores, los políticos retirados o los antiguos locutores de radio y TV es su “personalidad”, es decir, el vínculo de afectividad que supieron establecer con nosotros.

De otros profesores, oradores o locutores, que quizá nos ofrecieron mucha información en sus discursos, sencillamente no recordamos nada, no dejaron ninguna huella en nuestra imaginación: ni siquiera la información que quisieron darnos supieron transmitirla, porque no establecieron estos lazos de afecto necesarios para la comunicación.

¿Por qué la voz?

Pero la comunicación no es un fenómeno espiritual o abstracto, sino material, muy concreto, incluso sensual. El cuerpo material de la comunicación es el sonido, un fenómeno físico tan material que incluso puede tocarse. Consiste en la vibración de las partículas del aire, pero también en la vibración de nuestra piel y de nuestro propio cuerpo (v. Cantero, 2003).

Por eso incluso los sordos pueden “sentir” el sonido, porque todo nuestro cuerpo puede percibir las vibraciones de la música y del habla: por eso en una pista de baile es tan difícil estar quieto, porque todo nuestro cuerpo es zarandeado para que se mueva al ritmo de las vibraciones (no espirituales, sino totalmente materiales) que salen de los altavoces.

Contacto físico

Si el objetivo principal de la comunicación es establecer una relación (es decir, “contactar” más que “transmitir”, con más “afectividad” que “información”), no es trivial, pues, que el cuerpo material de la comunicación oral sea, precisamente, la voz, nuestra voz.

No es cierto, como decía el clásico latino, que a las palabras se las lleve el viento (verba volant), porque las palabras, más bien, chocan contra nuestra piel y vibran en nuestras cavidades de resonancia para establecer y mantener este contacto (físico) que es hablar.

La audición humana, además, está preparada para oír la voz humana, precisamente, por encima de cualquier otro ruido, y nuestra percepción de la voz es claramente privilegiada sobre cualquier otro aspecto auditivo. Ya antes de nacer estamos condicionados a oír la voz humana, especialmente la voz de la madre (v. Cantero, 2001). Y a lo largo de nuestra vida, oír la voz de las personas queridas nos da fuerza y calor humano.

En la comunicación oral, la voz es el camino de unión entre las personas (en el caso de una comunicación eficaz) o una barrera infranqueable (como en el caso de una mala pronunciación en lengua extranjera). Las dimensiones gramaticales, léxicas, discursivas, incluso pragmáticas del habla tienen un contenedor material que es la voz. Sin voz, pues, no hay discurso, ni gramática, ni palabra, ni comunicación efectiva.

La única comunicación oral posible, pues, es una comunicación sensual, de contacto. Porque, realmente, el sonido es un fenómeno físico y oír la voz es tener contacto físico con nuestro interlocutor.

No es ninguna metáfora decir que gritar a alguien es golpearlo, o que una voz dulce es una caricia. Las vibraciones del sonido golpean nuestra piel y nuestro oído materialmente, y su intensidad es una intensidad mecánica, que puede ser agradable o que puede hacer daño.

Hablar con alguien, entonces, es muy parecido a tocarse: su voz vibra en mi cuerpo, mi voz vibra en su cuerpo. La comunicación oral es así de sensual siempre.

Pero especialmente cuando hablamos abrazados, tocando a nuestro interlocutor, cuando nuestra voz entra en sus cavidades de resonancia y cuando sentimos su voz dentro de nuestro cuerpo. En estos casos, el vínculo afectivo es mucho más grande y sensible, y la relación puede convertirse en una relación íntima (el caso de las parejas, de los amigos íntimos, de las relaciones con los hermanos y, sobre todo, con la madre).

En estos casos de comunicación oral con un grado de intimidad, además, el nivel de afectividad de los intercambios comunicativos es tan grande que prácticamente anula o impide la transmisión de información, es decir, la comunicación objetiva, desapasionada o, sencillamente, cortés. Por el contrario, en estos casos la comunicación tiende permanentemente a la pura emocionalidad por lo que es muy difícil mantener la ecuanimidad, menos aun cuando la relación se descompone (parejas frustradas, amigos peleados, familias enfrentadas).

Antes que el habla

La voz, en cualquier caso, es anterior al habla (onto- y filogenéticamente). Mucho antes de hablar, el bebé oye las voces de los demás y hace uso de su propia voz para relacionarse, mucho antes, pues, de cualquier comunicación significativa y concreta. En nuestra especie (como en otras especies de simios) necesitamos mantener un contacto físico continuado con los demás individuos para sentirnos dentro del grupo.

Este contacto físico en la mayoría de los primates se establece tocándose con las manos y con el cuerpo, con caricias explícitas y contactos sexuales y, sobre todo, haciéndose limpieza, quitándose los piojos, como formato más claro de establecer y mantener las relaciones (amistosas y jerárquicas) con los demás.

En las montañas de Etiopía, sin embargo, encontramos un grupo de primates herbívoros (los gelada) que no pueden utilizar las manos para relacionarse, porque les hacen falta para cortar todo el tiempo la hierba que comen (siempre comiendo, ya que la hierba no es muy nutritiva). Entonces, las relaciones físicas necesarias para mantener la cohesión del grupo las han sustituido por vocalizaciones: en vez de tocarse con las manos, se tocan con la voz. Este contacto auditivo continuado es tan eficaz que los grupos de gelada se han convertido en los más numerosos entre todos los primates del planeta (exceptuando a los humanos), con cientos de individuos. Son auténticas sociedades de primates, complejas y cohesionadas.

Posiblemente, el origen del lenguaje humano fue muy similar; no tanto con el interés de ponerse de acuerdo para hacer algo en común (como a menudo se supone, a partir, como siempre, de la idea de que “comunicarse” es “transmitir información”), sino con el interés de mantener el contacto, la cohesión del grupo y establecer y definir la relación entre los individuos. Lo mismo que hace el bebé mucho antes del habla.

Sea o no sea este el origen del habla humana, es evidente que, en cualquier caso, su función principal, además de transmitir información concreta, es establecer, definir y mantener las relaciones con los otros individuos del grupo: relaciones humanas puras, es decir, relaciones afectivas.

Y, en efecto, la voz es el vehículo ideal para la relación humana, para la comunicación, porque consiste en un contacto físico real. Por eso la comunicación oral está hecha de voz, por eso todo acto comunicativo basado en la voz es fundamentalmente afectivo, sensual, antes y por encima de cualquier otra dimensión intelectual, racional o significativa.

No es extraño, pues, que muy a menudo la voz sea el principal atributo de un profesor, de un orador y, especialmente, de un locutor mediático (al margen de sus cualidades como sabio, como divulgador, como retórico o como periodista). Entre los locutores mediáticos, por ejemplo, abundan los actores, es decir, los artistas de la voz hablada.

Códigos orales

En la comunicación oral los códigos utilizados no son solo el código lingüístico conocido como idioma o lengua y que los lingüistas clásicos han identificado con un “sistema” cerrado de signos. Por el contrario, la comunicación oral consiste en un conjunto de códigos simultáneos, variablemente estructurados, que intervienen a la vez. Podemos diferenciar los códigos verbales (entre los que está el sistema de signos que estudian los lingüistas: el código lingüístico) de los códigos no verbales.

Códigos verbales

Llamamos códigos verbales a los sistemas de signos lingüísticos, de palabras y/o vocalizaciones definidas que, en su conjunto, constituyen un idioma determinado. El vehículo exclusivo de todos estos códigos es la voz, ya que la mayor parte de todos ellos es exclusivamente oral.

➢Códigos lingüísticos: Corresponden a los sistemas de signos que constituyen la base de la comunicación humana articulada. Son diversas las variedades lingüísticas que el hablante utiliza alternativamente, pero que también pueden aparecer de manera simultánea en una conversación (básicamente, variedades dialectales, diastráticas y de registro). Todas ellas son códigos exclusivamente orales (v. Cantero, 1998).La competencia comunicativa de un hablante incluye el dominio de varios códigos lingüísticos simultáneos o alternativos, sobre todo, varios registros (al menos formal, coloquial, familiar) y, muy a menudo, varios dialectos (por ejemplo, el dialecto familiar y el dialecto estándar –llamado, a veces, registro estándar– aprendido en la escuela, que es la base del código escrito).

➢Códigos prelingüísticos: Son el sistema de estructuración e integración fónica del discurso oral (como el acento, el ritmo y la entonación), y todos aquellos elementos que permiten la comprensión mutua de los interlocutores.Así, “el acento extranjero” o “el acento dialectal” es un elemento de cohesión que permite o impide la comprensión de un discurso. Un hablante de otro dialecto deberá hacer un esfuerzo extra para entender a su interlocutor dialectal, esfuerzo que a menudo se manifiesta en el fenómeno de “contagiar el acento”.También constituyen códigos prelingüísticos (pero no códigos verbales) otros elementos no verbales, como la indumentaria, la proxémica, etc., que predisponen favorablemente y permiten (o no) el intercambio comunicativo.

➢Códigos paralingüísticos: Son signos que añaden a los significados socialmente establecidos de los códigos lingüísticos sentidos diversos, personales o creativos. El caso más evidente es el de la entonación expresiva, que puede añadir matices, actitudes, incluso nuevos sentidos al enunciado. Los actores son profesionales de la entonación expresiva. También ciertas pronunciaciones pueden ser expresivas, como determinados timbres marcados culturalmente, como el timbre afectado (a menudo, nasalizado) con el que quieren distinguirse ciertas personas acomodadas1, o como el timbre vocálico muy abierto de ciertas jergas barriobajeras, etc.Todos estos signos paralingüísticos o expresivos no forman parte del sistema lingüístico del idioma, pero sí constituyen códigos culturales o grupales más o menos estructurados. En este aspecto de la comunicación, son especialmente relevantes, además, los códigos no verbales.

Códigos no verbales

Llamamos códigos no verbales a todos aquellos sistemas de comunicación y/o relación humana que están constituidos por signos hechos con nuestro cuerpo, como gestos, movimientos, proximidad o tempo y no por palabras o vocalizaciones. Signos o, según Poyatos (1994), “comportamientos”: “comportamientos kinésicos, proxémicos, cronémicos”.

Hay que tener en cuenta que los códigos no verbales son sistemas de signos no claramente estructurados (no son sistemas cerrados, ni siquiera sistemas arbitrarios), y que no está muy claro que formen parte de un idioma concreto, sino más bien de un grupo social o una comunidad cultural (que, en todo caso, utiliza un idioma concreto, eso sí). Nada que ver, por tanto, con los lenguajes signados utilizados por la comunidad de sordos que, sin lugar a duda, se deben considerar, sencillamente, códigos verbales, en los que la voz se sustituye por determinados gestos, estos sí bien definidos y claramente estructurados.

Los códigos no verbales a veces tienen una función lingüística (como cuando un gesto sustituye una palabra o una expresión, por ejemplo), pero mucho más a menudo una función prelingüística (sobre todo la proxémica, que permite el mantenimiento de la conversación) y casi siempre una función paralingüística o expresiva (añadida sobre la expresividad propia de los signos verbales).

➢Códigos kinésicos: Son los gestos, los movimientos que acompañan el habla, la postura. A menudo, para hacerse entender; a veces, con el fin de reforzar los significados; casi siempre, para reforzar las actitudes o las emociones.Los signos kinésicos son los movimientos de manos, brazos, hombros, torso, cabeza; la expresión facial (cejas, ojos, boca, lengua, nariz, etc.); la postura y orientación del cuerpo; el contacto ocular y la mirada. Son elementos “parakinésicos”, además, la intensidad del movimiento, su repetición, la amplitud del movimiento, el campo en el que se inscribe el gesto, incluso la velocidad y la duración (v. Cerdán, 1998: 245 y ss.).También es un elemento relevante su sincronía con el ritmo del habla, la curva melódica y el núcleo del discurso.Es muy difícil imaginar una conversación sin gestos, y hay muchas personas que no pueden renunciar a ellos. Cada cultura, cada comunidad lingüística, también cada pequeño grupo humano, ha desarrollado sus códigos kinésicos particulares, a veces con signos más o menos internacionales (como la afirmación con la cabeza). Nunca, sin embargo, son signos universales, sino signos arbitrarios (en otras culturas, por ejemplo, la afirmación con la cabeza se hace con nuestro movimiento de negación, lo que demuestra la arbitrariedad del signo).

➢Códigos proxémicos: Son la relación de proximidad, los movimientos de orientación entre los interlocutores y su uso del espacio. Su función es sobre todo prelingüística, de abrir el canal de contacto y garantizar su funcionamiento, de acompañar el discurso y, también, de enfatizarlo cuando es necesario.Los signos proxémicos son los movimientos con el cuerpo, la “danza” entre los interlocutores, su distancia física, la posición relativa (en altura, lateralidad o frontalidad, etc.), el contacto corporal.Otros signos no verbales, como el olor, la indumentaria (incluyendo el vestido, los colores, los piercings, etc.) o los roles sexuales, también podrían considerarse, hasta cierto punto, como “comportamientos proxémicos”, ya que tienen esta misma virtualidad de abrir (o no) el canal de comunicación y de marcar, ya de entrada, la relación entre los interlocutores.

➢Códigos cronémicos: Son la disposición del tiempo durante la comunicación, la relación temporal entre los interlocutores, el ritmo del habla, el tempo utilizado, la propia conceptualización del tiempo. También son característicos de cada comunidad cultural o grupal la manifestación de la prisa, la idea (y la práctica) de la puntualidad, la medida del tiempo (por minutos, por horas, por “ratos…”), etc.Su función es casi exclusivamente prelingüística, de garantizar el mantenimiento de la conversación y regularla. Los signos cronémicos son, siempre, propiedades de los signos kinésicos y proxémicos: la velocidad, la iteración, la duración de los gestos y los movimientos corporales, la ordenación de secuencias; así como de los signos verbales: el ritmo del habla, la duración de las pronunciaciones, las prisas para terminar el enunciado, la alternancia de turnos en la conversación y, muy especialmente, los silencios.Todos estos signos, pues, pueden utilizarse también con fines expresivos (sobre todo los actores, los profesionales de la comunicación hablada y, por supuesto, los locutores) con el fin de acompañar a los interlocutores o al auditorio, crear expectativas, enfatizar un elemento, ralentizar un efecto y, en general, potenciar la vertiente emocional del discurso.

Dimensión afectiva de los diversos códigos

Es importante darse cuenta de la dimensión comunicativa de los diversos códigos verbales y no verbales, fundamentalmente afectiva, de establecer el contacto entre los interlocutores y mantenerlo satisfactoriamente. También hay que darse cuenta de cómo la voz tiene una misión muy importante, en sí misma, de transmitir y “contagiar” la mayor parte de estos códigos (los verbales, evidentemente, pero también los no verbales).

El principal reto de la locución (y especialmente de la locución profesional) es saber incorporar a la voz del locutor todos estos elementos de una manera verosímil y eficaz, desde la estructuración prelingüística del discurso hasta el tempo de dicción, pasando por el ritmo y la entonación expresiva, los énfasis precisos, el timbre de voz adecuado al código lingüístico utilizado, las vocalizaciones correspondientes a los gestos (vistos o imaginados), la proximidad dada a la voz (con el micrófono, por ejemplo, o bien con el ecualizador) y los silencios expresivos o expectantes.

En el habla espontánea, todos estos códigos funcionan simultáneamente y constituyen, en conjunto, el discurso oral. La locución de un texto escrito, entonces, debe saber incorporar los elementos indispensables para una comprensión del texto dicho en voz alta como si fuera un discurso oral genuino, capaz de establecer con los oyentes los lazos afectivos que les permitan entenderlo, tener la sensación de entenderlo.

La locución de un discurso escrito, evidentemente, debe hacerlo comprensible, es decir, debe convertirlo en discurso oral. Y debe hacerlo comprensible afectivamente para poder hacerlo comprensible intelectualmente.

La locución y otros formatos comunicativos

Cuando hablamos de “comunicación oral”, no hay que perder de vista que, en realidad, toda la comunicación genuina es oral, y que la expresión comunicación oral casi puede considerarse un pleonasmo.

La comunicación es oral

La comunicación es oral por naturaleza, y el diálogo es su forma básica: es decir, la comunicación es interacción, negociación, contextualización y oralidad. Cuando no se cumplen estos requisitos básicos, podríamos discutir si lo que hay es realmente comunicación, o hasta qué punto, como en el caso de la “comunicación escrita” o los formatos comunicativos híbridos.

En cualquier caso, sin embargo, la locución eficaz persigue este objetivo, de tal manera que lo que conviene es convencer al auditorio de que el discurso que escucha es un discurso oral que satisface estas condiciones.

➢Interacción: Es decir, “acción”, porque comunicarse es “hacer”, es un acto material y comprometido que incluye, como hemos visto, incluso el contacto físico. No es un acto, pues, virtual, espiritual o simbólico (o no solo). Esta, digamos, “carnalidad” de la comunicación implica el compromiso de ambos interlocutores, el intercambio de fluidos afectivos, también de información (en su caso), así como el intercambio de roles: cada interlocutor es emisor y receptor, ambos a la vez, alternativa y simultáneamente.

➢Negociación: En la comunicación no hay nada, o casi nada, que esté dado de entrada, y los interlocutores deben negociarlo todo: el sentido de cada enunciado y del discurso en conjunto, los significados de cada palabra, las actitudes y el papel de cada interlocutor en la relación, la relación de turnos en la conversación, incluso la pronunciación (por ejemplo, con hablantes de otro dialecto o con hablantes extranjeros). Todo debe negociarse. Por eso la comunicación debe ser interactiva, necesariamente, para garantizar la negociación, que es la única manera de garantizar la comprensión (de la información, si la hay, pero también de las actitudes: la comprensión afectiva). Por eso, también, es posible la comunicación entre extraños y desconocidos; siempre pueden llegar a un acuerdo. Cuando no existe la posibilidad de negociar, sin embargo (como puede pasar entre un subordinado y su jefe, por ejemplo) la comprensión (esto es, la eficacia del acto comunicativo) puede verse resentida.

➢Contextualización: La carnalidad del acto comunicativo no solo tiene que ver con su “actividad” material, sino también con su concreción situacional. La comunicación normalmente no permite ninguna abstracción (o no mucha, en todo caso), es decir, la comunicación oral solo es significativa en su contexto, y solo en su contexto tiene sentido. Cuando no hay un contexto claro o suficientemente compartido, la comunicación puede convertirse en fracaso. Como contexto debe entenderse no solo la situación inmediata que rodea el acto comunicativo, sino todo el contexto objetivo y subjetivo que rodea a los interlocutores: no solo esta sala, esta ciudad, este mundo, sino también todos sus saberes, su imaginario, sus ideas y creencias, todo aquello que uno supone que sabe el otro, etc. Todo este espacio compartido de saberes es la intersubjetividad, elemento sobre el que se levanta el andamiaje de una conversación. Evidentemente, cuanto mayor sea este espacio común de intersubjetividad, más posibilidades habrá de que la comunicación sea eficaz. De hecho, buena parte de nuestra vida la pasamos conversando con los demás con el fin de poner en común un espacio mínimo de intersubjetividad que nos permita la relación.

➢Oralidad: Ya hemos visto cómo la voz es la forma material de la comunicación, con la dimensión afectiva que esto conlleva, y cómo la oralidad implica el contacto (incluso, físico) entre los interlocutores. La oralidad de la comunicación lleva, además, a su concreción situacional: aquí y ahora, nos relacionamos tú y yo. La voz, pues, condiciona el acto comunicativo y la relación que se establece entre los interlocutores.

Restricciones de la comunicación escrita

La comunicación escrita, en cambio, y en comparación con la comunicación oral, tiene unas restricciones muy grandes que la hacen particularmente difícil y reflexiva: unidireccional, no negociada, descontextualizada, intelectualizada.

Condiciones propias, pues, de un lenguaje muy poco comunicativo. Si no hay interacción entre interlocutores (de hecho, ni siquiera hay “interlocutores”, solo un emisor y un receptor, independientes), entonces, no pueden negociarse los significados, ni las actitudes, ni el sentido del discurso. El emisor y el receptor, en lengua escrita, siempre son unos desconocidos; no hay ninguna relación entre ellos, ni ninguna comprensión afectiva de los enunciados (salvo, quizá, una cierta literatura lírica en la que, más bien, es el lector quien recrea, o inventa, toda la afectividad del texto).

Además, emisor y receptor no comparten el contexto (a veces, separados por la distancia y el tiempo, incluso por el idioma y la cultura). No comparten ni el contexto situacional, claro, ni tampoco el contexto de intersubjetividad. No hay más negociación que la imposición (unidireccional) del mundo referencial del emisor que el lector debe aceptar y asumir como propio para entender el texto (v. Cantero y De Arriba, 1997), por lo que no es nada fácil ser un “buen lector”: sumiso y crítico a la vez.

Por tanto, el texto escrito debe ser autosuficiente. Tiene que dar toda la información necesaria para su comprensión a todos los niveles de lectura (ya que no hay un contexto compartido), y toda esta información debe ir muy bien explicada (porque no hay ninguna posibilidad de negociación ni de interacción). Por eso tardamos tantos años en aprender a escribir, y por eso difícilmente escribimos en tiempo real, al ritmo al que hablaríamos.