Dispares. Violencia y memoria en la narrativa peruana - Lucero de Vivanco Roca Rey - E-Book

Dispares. Violencia y memoria en la narrativa peruana E-Book

Lucero de Vivanco Roca Rey

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Beschreibung

Desde los primeros años del conflicto armado entre el ­Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso y el Estado peruano, la literatura irrumpió en la escena cultural y social con la pretensión de interpretar su contexto inmediato y de contribuir a la producción de sentidos para comprender esa experiencia ­histórica.

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Lucero de Vivanco es doctora en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Chile, licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y egresada del bachillerato en Letras y Ciencias Humanas con mención en Lingüística y Literatura de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Cuenta con un Diploma en Trauma y Psicoanálisis Relacional por la Facultad de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado y el Instituto Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos (ILAS). Es profesora asociada del Departamento de Lengua y Literatura de la Universidad Alberto Hurtado (Chile) y directora de Investigación y Publicaciones de la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado de la misma universidad.

Sus líneas de investigación se articulan en torno a la narrativa peruana, en la que explora las relaciones entre literatura, cultura, violencia, política y sociedad en el Perú. Es autora del libro Historias del más acá: imaginario apocalíptico en la literatura peruana (2013). Ha editado Memorias en tinta: ensayos sobre la representación de la violencia política en Argentina, Chile y Perú (2013) y, junto a María Teresa Johansson, Pasados contemporáneos. Acercamientos interdisciplinarios a los derechos humanos y las memorias en Perú y América Latina (2019).

Lucero de Vivanco Roca Rey

DISPARES

Violencia y memoria en la narrativa peruana (1980-2020)

Dispares: violencia y memoria en la narrativa peruana (1980-2020)Lucero de Vivanco Roca Rey

© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2021Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú[email protected]

Imagen de portada: Ronda, obra de Ivana de Vivanco. Óleo y acrílico sobre lienzo, 190 x 190 cm, 2020. Fotografía de Uwe Walter© Ivana de Vivanco

Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP

Primera edición digital: junio de 2021

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2021-06464e-ISBN: 978-612-317-661-7

A las narradoras y narradores que han escrito sobre el conflicto armado interno y que, por diversas razones, incluidas mis propias limitaciones, sus obras han quedado fuera del radar de este libro.

Índice

Agradecimientos

Introducción. Violencia, representación y memoria

Parte I. La narrativa durante el conflicto armado interno: representaciones de la violencia

El Informe de Uchuraccay

Capítulo 1. Las causas de la violencia

Capítulo 2. El imaginario de la devastación

Capítulo 3. La pugna por la primera versión

Parte II. La narrativa después del conflicto armado interno: construcción de memorias

El Informe final de la CVR

Capítulo 4. Memorias dislocadas

Capítulo 5. Memorias sucedáneas

Capítulo 6. Memorias restaurativas

Epílogo. La ruta de la memoria en Ayacucho. Yuyanapaq

Sobre el origen de este libro

Referencias

Agradecimientos

En primer lugar, quiero agradecer a mis colegas del Departamento de Lengua y Literatura de la Universidad Alberto Hurtado (UAH) María Teresa Johansson y Constanza Vergara, por compartir mi interés por la literatura peruana y los estudios sobre memoria. Ellas me han acompañado durante los últimos años en distintos proyectos, en Chile y en otros países, lo que ha favorecido nuestros propios trabajos, pero también los vínculos de amistad que tenemos.

También agradezco al equipo de la Dirección de Investigación y Publicaciones de la UAH: Paloma Aravena, Ana Maliqueo, Camila Ríos y Daniel Castillo, así como a mi vicerrectora de Investigación y Postgrado, Paula Barros, por el continuo respaldo y, sobre todo, por la flexibilidad que me brindan para poder compatibilizar mis labores de investigadora y de directora de Investigación y Publicaciones de la universidad. Asimismo, agradezco al decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UAH Eduardo Molina por patrocinar la edición de este libro en su etapa final.

A mis colegas de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) Víctor Vich, Francesca Denegri y Alexandra Hibbett, por los frecuentes y enriquecedores diálogos mantenidos en años recientes. Ellos son un estímulo y un referente de calidad académica para mi propia investigación. También agradezco las conversaciones sostenidas con José Carlos Agüero y Lurgio Gavilán Sánchez, a quienes admiro por el trabajo que realizan para nutrir y complejizar la memoria en el Perú.

Mi oficio académico tiene una instancia privilegiada de interlocución dentro de la Red VYRAL, dedicada a la investigación y la colaboración académica sobre violencia y representación en América Latina (www.redvyral.com). Estoy infinitamente agradecida a sus miembros, especialmente a Ilse Logie, Geneviève Fabry, Brigitte Adriaensen, Ana María Amar Sánchez, Teresa Basile y Valeria Grinberg Pla, por los múltiples proyectos, seminarios, publicaciones conjuntas, en los que hemos ido creciendo y afianzando nuestros nexos institucionales y, más importante aún, acentuando nuestros lazos amicales.

Por otro lado, el proyecto REDES Nº 150021, «Truth-Telling: Violence, Memory and Human Rights in Latin America. A multidisciplinary Approach», financiado por el Programa de Cooperación Internacional (PCI) del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONICYT) de Chile (vigente entre 2016 y 2017), me permitió promover fructíferas interacciones con otros colegas peruanos de la PUCP y del Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la PUCP (IDEHPUCP), como Cecilia Esparza, Rocío Silva Santisteban, Juan Carlos Ubilluz, Ponciano del Pino, Félix Reátegui, Iris Jave y Salomón Lerner, quien fuera presidente de la Comisión de la Verdad y Reconciliación; y con colegas de Chile, como Elizabeth Lira, Pedro Milos, Hugo Rojas, Loreto López y Alicia Salomone. A ellos y ellas mi agradecimiento por la generosidad con la que comunicaron sus trabajos, condición fundamental para sopesar, desde una perspectiva comparada, mis propios avances.

Asimismo, ofrezco mi reconocimiento a la Asociación Internacional de Peruanistas (AIP) que, con la organización de sus congresos anuales, nos da la oportunidad de actualizar y profundizar conocimientos sobre temas y problemas del Perú, aun viviendo en el extranjero. Otros significativos encuentros con peruanos fuera del Perú se han dado con Cynthia Vich, de Fordham University; Enrique Cortez, de Portland State University; Fernando Rivera-Díaz, de Tulane University; y Adriana Churampi, de Leiden Universiteit.

De igual forma, expreso mi gratitud hacia mis estudiantes de pregrado y postgrado de la UAH, de manera especial a quienes han escrito sus tesis bajo mi tutela o dentro de mis proyectos de investigación. Estas han sido siempre oportunidades de crecimiento intelectual y, por cierto, han supuesto un inmenso aporte para el desarrollo del campo de estudio de la literatura peruana en Chile.

También quisiera hacer un reconocimiento a Ana Lea-Plaza y a Felipe Aburto Arenas por las acuciosas lecturas que hicieron de este libro y las valiosas sugerencias y comentarios que me ofrecieron. Asimismo, agradezco al Fondo Editorial de la PUCP, por hacer posible la publicación de este libro en el Perú

Finalmente, el agradecimiento más importante para mi familia: Alan, Ivana y Alhelí, por tanta confianza, apoyo, cariño y aliento que me transmiten de manera incansable.

Introducción. Violencia, representación y memoria

Desde los primeros años del conflicto armado interno (1980-2000) entre el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (PCP-SL) y el Estado peruano, la literatura peruana irrumpió en la escena cultural y social del país con la pretensión de interpretar la coyuntura inmediata de la violencia y, de esa manera, contribuir a la producción de sentidos para comprenderla. Más de un centenar de textos literarios conforman el gran corpus sobre la violencia y la memoria, contando únicamente narrativa. De estos, al menos ochenta han sido publicados después del año 2000; de los cuales, a su vez, al menos veinte en los últimos cuatro o cinco años. Se trata, por lo tanto, de un fenómeno literario en plena vigencia, que concita cada vez más el interés de creadores, lectores y críticos. Los textos en los que se relata la violencia y se construye la memoria cumplen, en este sentido, un rol relevante en la esfera pública peruana, al participar, como «política de la literatura», de lo que Jacques Rancière (2009 [2000], 2011 [2007]) ha llamado el «reparto de lo sensible»: ellos interrogan y cuestionan los significados y los sentidos circulantes, los modos de percepción y las sensibilidades, para hacer evidentes los mecanismos discursivos de inclusión y exclusión, de visibilización e invisibilización, de audibilidad y silenciamiento con los que se promueven y validan, relegan y anulan, precisamente los significados, los sentidos y los valores del mundo que habitamos. Lo anterior supone, según Rancière (2011 [2007]), entender la política como la esfera contenciosa en la que se trazan esas «fronteras sensibles» (p. 16) de los elementos que instituyen lo común y dan forma a una comunidad específica. Pero en esta configuración específica de comunidad, importa no solo qué se discute sino también quién discute, quién es apto para realizar esa delimitación que determina la validez de lo común, ya sea para visibilizar o invisibilizar, para incluir o excluir, para hacer audible o silenciar. En este sentido, por «política de la literatura» no debe entenderse «la política de los escritores […] [ni] la manera en que estos representan en sus libros las estructuras sociales» (p. 15), sino la incidencia de la literatura en ese reparto de lo sensible; el modo en que, desde la literatura, se define qué se debate y se establecen los términos de dicho debate. La política de la literatura implica, entonces, «que la literatura hace política en tanto literatura» (p. 15): tiene la capacidad de intervenir «en el recorte de los objetos que forman un mundo común, de los sujetos que lo pueblan, y de los poderes que estos tienen de verlo, de nombrarlo y de actuar sobre él» (pp. 20-21). Así entendida, la literatura comparte con la política su régimen de litigio, de debate; y allí encarnan sus regímenes de significación, sus esquemas de pensamiento y los modelos de interpretación del mundo.

La literatura peruana de las últimas décadas ha sido, así, una forma simbólica de primer orden a la hora de procesar los acontecimientos de violencia vividos en el Perú a partir de mayo de 1980. Es decir, en ella no solo la muerte, el miedo, el dolor, la injusticia se hacen presentes; o no solo la vida, la resistencia, el duelo, o la necesidad de reparación. Al margen de la valoración estética que de los textos literarios pueda hacerse, en ellos se está permanentemente dotando de nuevas interpretaciones a los debates nacionales con los que se intenta articular dicha experiencia histórica. Porque, como ha afirmado Víctor Vich (2015), es en la producción cultural y artística en la que se lleva a cabo la reflexión sobre la memoria y la posibilidad de destrabar el camino hacia la reconciliación nacional. Producción que es también una forma de hacer contrapeso a las posturas negacionistas de algunos sectores oficialistas y a la insuficiente capacidad o voluntad por parte del Estado para lidiar con las secuelas del conflicto armado interno

No es novedad para el campo cultural peruano que la realidad y su representación ocupen a críticos y a artistas, dada la consolidación realista de —al menos— la narrativa peruana1. Pero desde un punto de vista discursivo, existe cada vez más la necesidad de indagar en los argumentos y los saberes que se elaboran acerca de dicha realidad, como también en la distribución simbólica y efectiva de poder que la producción cultural realiza. En este sentido, la literatura se concibe no solo como un producto imaginario que representa el mundo y que contribuye a configurarlo, sino también como un ejercicio metarreflexivo, en tanto que posibilita el examen y el debate sobre lo que se dice del Perú; los significados, sentidos y valores que se atribuyen a sus relatos; la dimensión ideológica de los lugares de enunciación; y las consecuencias políticas de tales posicionamientos.

Desde esta perspectiva, este libro tiene como objetivo mapear, mediante una lectura contextualizada, la narrativa peruana cuyo referente es la violencia derivada del conflicto armado interno y la consiguiente elaboración de memorias. Con ello se busca ver, en términos del contenido y la representación, cómo los textos procesan la contingencia que coincide con sus momentos de producción y cómo eventualmente dialogan, afirman o confrontan otros discursos coetáneos; y, en términos de la enunciación, cuáles son las formas verbales, retóricas, genéricas o las estrategias narrativas con las que se construyen los relatos, pues sus sentidos se alimentan no solo de contenidos sino también de las formas de articular dichos contenidos.

Las obras que sustentan este mapeo y las lecturas y análisis que se proponen de ellas no pretenden agotar la complejidad de la propia literatura surgida en este contexto ni copar plenamente la comprensión de este difícil periodo de la historia peruana. Constituyen —con modestia— un conjunto representativo de textos, al menos tres por capítulo, que permiten ilustrar y ejemplificar el fenómeno antes descrito. En algunos casos, el análisis es más profundo; en otros, solo se hace un planteamiento, de modo de dejar establecido el vínculo del texto narrativo con su respectivo contexto y lugar en el «mapa». No obstante, a través de estas obras, es posible dar cuenta de la íntima conexión entre literatura y procesos histórico-sociales. Pero no entendiendo lo literario como un «reflejo» de lo que sucede en la vida «real», sino, más bien, conviniendo que lo literario es una instancia discursiva más para construir esa realidad y darle legibilidad. Es decir, reconociendo la importancia epistémica de lo literario cuando se le confronta con otras instancias de generación de conocimientos.

La perspectiva recién expuesta está inspirada también en Mijaíl Bajtín (1999 [1982]). Cuando el teórico ruso se posicionó críticamente frente al inmanentismo formalista, es decir, frente a cierta tendencia teórica que entiende la especificidad literaria fundamentalmente en función de sus aspectos formales, lo hizo proponiendo la articulación lingüística de todas las esferas de la actividad humana: cualquier acto enunciativo, señalaba Bajtín, se trate del género del que se trate, comparte una «naturaleza verbal (lingüística) común» (p. 249). En este sentido, el lenguaje es la materia social compartida en la que encarnan los diferentes discursos, los argumentos del poder, las justificaciones de la violencia, los relatos de memoria. Es preciso, pues, observar las interacciones entre los enunciados y leer cada texto, necesariamente, en diálogo con otros textos. La literatura se inscribe así dentro de un sistema comunicacional marcado por el dialogismo, en el que las distintas versiones de una misma historia conviven, subvirtiéndose o complementándose mutuamente; en el que los discursos sociales interpretativos del pasado divergen entre sí, compiten o se solapan parcialmente; y, por cierto, en el que las ideologías y los intereses políticos dominantes se resisten a perder su hegemonía o luchan por ella. De este modo, la literatura, en términos de su naturaleza lingüística y discursiva, afirma su condición social polivalente: la praxis humana se da en la esfera del lenguaje, esfera en la que se disputan y pactan los significados de una sociedad. Y es en este espacio, en el que se confrontan las interpretaciones del pasado y en el que se libran las disputas por la memoria, que este estudio focaliza su atención.

Respecto de la definición de violencia, este libro se sirve de la tipología propuesta por el filósofo esloveno Slavoj Žižek (2009 [2007]), quien distingue tres tipos. En primer lugar, la «violencia subjetiva», un tipo de violencia manifiesta, visible, directamente atribuible a un agente concreto, a un sujeto claramente identificable; se trataría de «la violencia de los agentes sociales, de los individuos malvados, de los aparatos disciplinados de represión o de las multitudes fanáticas» (p. 21). En segundo lugar, Žižek refiere la «violencia objetiva», estructural o sistémica, que funciona de manera soterrada, invisible, y que se sirve precisamente de la violencia subjetiva —de su carácter visible— para legitimarse a sí misma como el estado «normal», naturalizado, no violento, de una sociedad, a fin de cuenta: como el «fondo de nivel cero de violencia» (p.10). Por último, Žižek define un tercer tipo, la «violencia simbólica», que está «relacionada con el lenguaje como tal, con su imposición de cierto universo de sentido» (p. 10). Entiendo «universo de sentido» como el conjunto de significados valorados cultural, social, política y éticamente por una determinada colectividad; y la dimensión lingüística de la violencia simbólica, conforme a la noción de «discurso» planteada por Michel Foucault (2007 [1969], 2013 [1970]): como un sistema que estructura la forma en que percibimos la realidad y no como una traducción simple de la realidad al lenguaje (Mills, 2003, p. 55). En palabras de Foucault (2007 [1969]), los discursos no deben ser tratados como «conjuntos de signos (de elementos significantes que envían a contenidos o a representaciones), sino como prácticas que forman sistemáticamente los objetos de que hablan» (p. 81).

En cuanto a la noción de «memoria», Andreas Huyssen (1995) ha afirmado que esta ha adquirido mayor importancia y visibilidad desde finales del siglo XX, gracias a la popularidad del museo y al resurgimiento del monumento y el memorial como formas de expresión estéticas e históricas, especialmente después de los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial (p. 3). Huyssen también explica lo que él llama la «obsesión con la memoria» (p. 6) como una reacción a las nuevas tecnologías mediáticas que están transformando la vida de maneras muy distintas. La memoria representa un intento por ralentizar la temporalidad acelerada y el procesamiento de información, de recuperar modos contemplativos de baja velocidad y de anclarnos a estructuras temporales de largo plazo (p. 7).

Para efectos de este trabajo, se tendrán en cuenta al menos tres perspectivas propuestas por Elizabeth Jelin, quien ha reflexionado profusamente sobre el tema y ha realizado una labor de acopio y sistematización de lo que esta categoría significa. En primer lugar, la naturaleza subjetiva de los procesos de memoria. Como ha señalado Jelin (2012 [2002]), «el pasado no es algo fijo y cerrado» (p. 17); este permanece, o se pierde y retorna, o se olvida selectivamente, o se actualiza en diálogo con el presente y con las expectativas de futuro. A diferencia de la historia que, según Charles Péguy, es «esencialmente longitudinal» y «pasa de largo» (citado en Hartog, 2007 [2002]), la memoria es «esencialmente vertical» y consiste en estar «dentro del acontecimiento», en no salir, en permanecer en él (p. 156). Pero, aunque esto implique que los procesos de memoria estén anclados en emociones y afectos, no por ello se puede acusar a la memoria de falta de veracidad. Paul Ricœur (2002) ha insistido precisamente en la necesidad de

defender, contra viento y marea, la ambición de la memoria, su reivindicación, su pretensión […] de ser fiel al pasado. Ambición inalcanzable, quizás, pero ambición que constituye la dimensión que yo llamaría verista de la memoria, con lo que quiero denotar su relación fundamental con la verdad de aquello que ya no es, pero que fue antes (p. 26).

En segundo lugar, las memorias son objetos de disputas, luchas, conflictos, batallas. Esto hace necesario pensar las memorias en su pluralidad (Jelin, 2012 [2002]), es decir, como versiones y relatos pujando por visibilidad, reconocimiento y, eventualmente, por su institucionalización. No hay una única memoria, sino muchas: múltiples, diversas, dispares; contradictorias, incluso. Esto es parte de la definición de esta categoría.

En tercer lugar, las memorias se piensan dentro de un paradigma intersubjetivo y social (Jelin, 2012 [2002]). Los «recuerdos» y «olvidos» cambian con el paso de generaciones o en el diálogo con otros testigos, actores o activistas. Y, precisamente, porque no todos tienen experiencia directa de la violencia, la memoria es una «representación del pasado construida como conocimiento cultural» (p. 66), mediado por el lenguaje (o los lenguajes), lo que asevera su carácter social.

Este libro se organiza en dos partes, en función de dos temporalidades asociadas al conflicto armado interno. La primera parte está dedicada a las narrativas aparecidas en el periodo simultáneo a la ocurrencia del conflicto armado interno, especialmente tras la publicación del informe encargado y elaborado por la Comisión Investigadora de los sucesos de Uchuraccay, el Informe de Uchuraccay (Vargas Llosa y otros, 1990 [1983]), en las que predomina la representación de la violencia como tal. Se trata del esfuerzo de los narradores por relatar su propio tiempo, por ser contemporáneos a él. «¿Qué cosa ve quien ve su tiempo?» (p. 3), se preguntaba Giorgio Agamben (2008) al pensar lo contemporáneo, y respondía: «no las luces, sino la oscuridad. Contemporáneo es, precisamente, aquel que sabe ver esta oscuridad, que está en grado de escribir entintando la lapicera en la tiniebla del presente» (p. 3). La narrativa de este periodo busca atrapar esa tiniebla que se materializa en la violencia creciente del conflicto armado interno, procura darle algún grado de inteligibilidad, de significarla.

La segunda parte de este libro aborda las narrativas publicadas en un periodo posterior al término del conflicto armado interno, más exactamente tras la formación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) y la publicación de su Informe final (2003a), en las que predominan los procesos de construcción de memorias. Por construcción de memorias pienso, además de las definiciones planteadas por Jelin (2012 [2002]), en las múltiples perspectivas y relaciones que surgen al hacer una reflexión sensible y crítica sobre el pasado: no solo el para qué de la memoria y la verdad, desde una perspectiva ética, sino también los vínculos entre memoria y víctima (perspectiva testimonial), memoria y trauma (perspectiva psíquica), memoria y cuerpo (perspectiva afectiva, biopolítica), memoria y mujer (perspectiva de género), memoria y justicia (perspectiva jurídica), memoria y perdón (perspectiva moral), memoria y herencia (perspectiva transgeneracional), memoria e institucionalización (perspectiva oficial), memoria y colectividades (perspectiva social), memoria e historia (perspectiva epistémica) y, por cierto, memoria y representación (desde una perspectiva simbólica), entre otras.

Propongo aquí que estos dos informes —el de Uchuraccay y el de la CVR–, en gran medida, marcan discursivamente el desarrollo de la literatura en los dos periodos temporales recién mencionados. El Informe de Uchuraccay fue el discurso más influyente para la narrativa que se publicó durante el conflicto armado interno, especialmente en la década de 1980, ya sea para adherir a la interpretación de la violencia ofrecida en ese Informe o para detractar de ella. Y el Informe final de la CVR hace lo propio para el segundo periodo, aunque, desde el punto de vista de la crítica, también permite mirar retrospectivamente los relatos escritos durante el primer periodo (incluso el Informe de Uchuraccay es revisado y corregido por el Informe de la CVR). El Informe final es el gran relato del conflicto armado interno. No solo ofrece una mirada global e integral del conflicto, sino que cuestiona muchos de los sentidos comunes respecto de la violencia (por ejemplo, el supuesto éxito del fujimorismo en la derrota de Sendero Luminoso), pondera el rol de los distintos actores, establece las bases para que el Estado imparta justicia y reparación, nos acerca a la verdad más cruenta de las víctimas al hacer audibles las voces de los grupos subalternos, les da visibilidad pública a historias colectivas y particulares, funda la institucionalidad de la memoria y, especialmente, nos revela la dimensión más descarnada del conflicto armado y su impacto discriminatorio. Todo esto y más incide en la producción narrativa, al menos, hasta bien entrada la segunda década del siglo XXI.

Adicionalmente, en cada uno de estos periodos hay ciertos focos o ejes temáticos en los que convergen una serie de textos literarios, que serán presentados en los distintos capítulos de este libro. Para el primer periodo, se podría adelantar que las narrativas que surgieron en la década de 1980 se enfocaron, antes que nada, y en gran medida para responder al Informe de Uchuraccay, en la necesidad de comprender las causas de la violencia, poniendo en el centro de la representación al sujeto indígena, dada su vinculación directa con el epicentro territorial del conflicto. La magnitud de la devastación generada en el contexto de violencia es otro de los focos de interés de este primer periodo, evidenciado por una serie de narraciones apocalípticas y de fin de mundo, cuyos imaginarios representan, desde el temor y el desconcierto, una situación de crisis extrema que no visualiza sus bordes. Finalmente, con el inicio del fin del conflicto armado interno, apuntalado por la detención, en 1992, del cabecilla de Sendero Luminoso Abimael Guzmán, las narrativas comienzan a construir las primeras explicaciones de los años de violencia inmediatamente anteriores; a partir de ellas se empiezan a elaborar las primeras «versiones» del relato histórico.

El segundo gran periodo se inicia tras la publicación del Informe final de la CVR. Si bien este documento desde un principio generó detraer y rechazar, especialmente en los sectores del oficialismo, en términos culturales, sociales y de los derechos humanos, significó la necesidad de incorporar las dimensiones más feroces de la violencia acontecida y de hacerse cargo del pasado en los términos en los que este se revelaba. A partir de este momento, la literatura y otras producciones culturales comienzan con la imprescindible tarea de elaborar la experiencia traumática del país y de construir sus memorias. En líneas generales, es posible diferenciar al menos tres tipos de «narrativas de memoria», en función de las problemáticas que abordan, las estrategias narrativas de las que se sirven y el lugar de enunciación de sus autores.

Un primer tipo, que he caracterizado como «memorias dislocadas», enfrenta la difícil tarea de «nombrar lo innombrable», como diría Fernando Reati (1992) para el caso argentino, dentro del conocido dilema de si es posible representar el horror. Un segundo tipo, que he caracterizado como «memorias sucedáneas», se produce en novelas que se vinculan temáticamente a un contexto marcado por una voluntad política insuficiente para avanzar en temas de justicia transicional y por la incapacidad de los gobiernos de posconflicto para cumplir con el plan de reparaciones recomendado por la CVR. Un tercer tipo podría ser caracterizado como «memorias restaurativas», en tanto surge de narrativas que no solo se hacen cargo de representar la violencia simbólica que acompañó la violencia subjetiva, sino que se proponen ellas mismas como instancias de reparación.

En su conjunto, la narrativa peruana, al hacerse cargo de las causas, la magnitud y la complejidad de la violencia, por un lado, y de los esfuerzos por establecer y legitimar las distintas memorias, por el otro, ofrece contenidos para comprender tanto la historia vivida como sus interpretaciones, y da la posibilidad de encontrar argumentos suficientes para demandarnos a nosotros mismos garantías de no repetición.

Finalmente, el título de este libro, Dispares: violencia y memoria en la narrativa peruana, busca sintetizar una serie de principios involucrados en este periodo de violencia y memoria de la historia y literatura peruanas. Dispares, en su forma adjetival, alude a la diversidad de interpretaciones y representaciones de los hechos, a la naturaleza combativa de las memorias, y al desigual impacto que tuvo la violencia en la sociedad peruana, algo que, como se dirá varias veces en este libro, es un acto de violencia en sí mismo. En su forma verbal, dispares nos remite al acto mismo de la violencia, para recordarnos esa historia que efectivamente se vivió bajo el fuego cruzado. Pero el modo subjuntivo del verbo nos sitúa, con un matiz de futuro, frente a la dimensión virtual de la violencia, es decir, ante su posibilidad, para afirmar desde ahí el nunca más. Pues, efectivamente, las cuentas con el pasado no están cerradas, como ha dicho Jelin (2012 [2002]), y mientras esto sea así, la literatura será una instancia potente para provocar una reflexión sobre los distintos factores que política, social, discursiva, afectiva y éticamente necesitan ser revisados para que el nunca másde la violencia vivida se haga una realidad.

1 Respecto de la literatura peruana, Cornejo Polar ha señalado que «en su rumbo más consistente se propone revelar y juzgar la realidad de la que emana» (2000 [1980], p. 136).

Parte I. La narrativa durante el conflicto armado interno: representaciones de la violencia

El Informe de Uchuraccay

El primer discurso que verdaderamente impacta en el ámbito cultural y social peruano llega en 1983. Aunque no puede catalogarse como narrativa ficcional, cabe tener en cuenta que su elaboración formal se debe a un escritor de novelas, ya en ese entonces mundialmente reconocido. Me refiero al Informe de la comisión investigadora de los sucesos de Uchuraccay, redactado por Mario Vargas Llosa (Vargas Llosa y otros, 1990 [1983]), quien presidió la Comisión.

En Uchuraccay se vivió uno de los episodios más dramáticos de la violencia política, el cual provocó gran repercusión mediática e inmensa conmoción en la opinión pública. Ocho periodistas fueron confundidos con miembros de Sendero Luminoso y asesinados por comuneros de esa localidad, además de un guía y un lugareño, cuando investigaban en la zona las circunstancias que, unos días antes, rodearon la muerte de siete senderistas a manos de campesinos de la localidad ayacuchana de Huaychao. Este hecho (la muerte de «terroristas» por campesinos) fue celebrado por el general Roberto Clemente Noel, a cargo del comando militar instalado en la zona, quien saludó el «coraje y virilidad» de los campesinos, y por el propio presidente de la república Fernando Belaúnde Terry, quien felicitó la acción «patriota y saludable» de los comuneros de Huaychao (CVR, 2003a V, p. 172). Los periodistas que pretendían profundizar en el conocimiento de los episodios de Huaychao sufrieron una suerte trágica, cuando fueron confundidos y asesinados con piedras, palos y hachas2.