Dos amores para dos hermanos - Emma Darcy - E-Book
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Dos amores para dos hermanos E-Book

Emma Darcy

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Beschreibung

Tenía reputación de ser un magnífico hombre de negocios y un seductor empedernido El millonario Harry Finn siempre conseguía lo que se proponía... y lo que tenía ahora en la cabeza era a la secretaria de su hermano, Elizabeth Flippence. Un mes trabajando juntos en un paraje tan bello y lujoso como Finn Island iba a ser tiempo más que suficiente para que Harry consiguiera que la eficiente y sensata Elizabeth se relajara un poco y acabara en su cama. Pero Elizabeth no quería ser una conquista más. Lo que no imaginaba era que Harry tenía una faceta que era mucho más peligrosa que su arrolladora sonrisa...

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Seitenzahl: 175

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Emma Darcy. Todos los derechos reservados.

DOS AMORES PARA DOS HERMANOS, N.º 2253 - Agosto 2013

Título original: The Incorregible Playboy

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. con permiso de Harlequin persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3497-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Treinta.

Si había algún cumpleaños capaz de inspirarle la fuerza necesaria para hacer un gran cambio en su vida, sin duda era ese.

Elizabeth Flippence examinó la imagen que le devolvía el espejo con una mezcla de esperanza y ansiedad. Se había cortado su larga melena castaña justo por debajo de las orejas, con unas capas que le daban volumen y hacía que le cayeran algunos mechones sobre la frente. Era un peinado más moderno y femenino, pero no sabía si arrepentirse de haber dejado que el peluquero la convenciera para teñirse el pelo de color caoba.

Desde luego era llamativo, que probablemente era lo que necesitaba para que Michael Finn se fijara de verdad en ella... como mujer y no solo como su eficiente secretaria. Porque deseaba con todas sus fuerzas que su relación con Michael dejara de una vez de ser algo simplemente platónico. Dos años era demasiado tiempo para pasárselo suspirando por un hombre que parecía empeñado en no mezclar los negocios con el placer.

Era ridículo. Estaban hechos el uno para el otro y era tan obvio que Michael tenía que haberse dado cuenta. Elizabeth llevaba meses aguantando la frustración que le provocaba el callejón sin salida en el que parecía encontrarse y por fin había decidido que ese día iba a intentar derribar todas las defensas de Michael. Al menos el cambio de imagen conseguiría atraer su atención.

El peluquero tenía razón, el color caoba resaltaba el brillo de sus ojos marrones y tenía la impresión de que el nuevo peinado hacía que su larga nariz pareciera proporcionada con el resto de la cara y le daba un aire exótico a sus rasgos marcados; incluso los labios, tan carnosos, parecían encajar mejor en el conjunto.

En cualquier caso, ya estaba hecho, así que esperaba que consiguiera el resultado esperado. Cuando Michael hiciera algún comentario sobre su cambio de imagen, le diría que había sido el regalo de cumpleaños que se había hecho a sí misma y entonces quizá... ojalá fuera así, él propondría que lo celebraran saliendo a comer, o mejor aún, a cenar juntos.

No quería seguir siendo su chica para todo, simplemente quería ser su chica. Si algo no cambiaba pronto... Respiró hondo y se enfrentó a la inevitable realidad. Los treinta eran la fecha límite para una mujer que quisiera encontrar una pareja estable y formar una familia. Ella ya había elegido a Michael Finn, pero si no cambiaba de actitud hacia ella ese mismo día, probablemente no lo haría nunca. Lo que significaría que tendría que olvidarlo y tratar de encontrar otra persona.

Enseguida borró tan deprimente idea de su cabeza, pues en aquellos momentos era esencial ser positiva. «Sonríe y el mundo entero sonreirá contigo», se dijo. Era uno de los principios de Lucy y desde luego a su hermana le funcionaba porque se paseaba por la vida con una enorme sonrisa en los labios que siempre la sacaba de cualquier problema. A Lucy se le perdonaba todo cuando sonreía.

Elizabeth salió del cuarto de baño practicando su sonrisa y, estaba a punto de guardar el teléfono, cuando le sonó en la mano. Contestó con la certeza de que sería Lucy, que había ido a pasar el fin de semana con unos amigos en Port Douglas.

–¡Ellie! ¡Feliz Cumpleaños! ¿Te has puesto la ropa que te regalé?

–Gracias, Lucy. Sí, la llevo puesta.

–¡Genial! Una mujer debe ponerse guapa y atrevida el día de su treinta cumpleaños.

Elizabeth se echó a reír. La blusa de colores sin duda era llamativa, especialmente combinada con aquella falda tubo de color verde azulado. Aquel atuendo no tenía nada que ver con la ropa que solía llevar, pero se había dejado tentar por aquellos colores, empujada por la vehemencia de Lucy.

–También me he cortado el pelo y me lo he teñido de color caoba.

–¡Vaya! ¡Estoy deseando verte! Vuelvo a Cairns esta misma mañana. Me pasaré a verte por la oficina. Ahora tengo que dejarte.

Colgó antes de que Elizabeth pudiera pedirle que no lo hiciera.

Seguramente era una tontería, pero no le gustaba la idea de que Lucy fuera a verla al trabajo y siempre intentaba impedir que lo hiciera. Por Michael. Adoraba a su alocada hermana, pero lo cierto era que los hombres parecían encontrarla irresistible. Las relaciones no le duraban mucho. Con Lucy nada era demasiado duradero; siempre había otro hombre, otro trabajo, otro lugar al que ir.

Estuvo un rato sin saber si llamar a su hermana para que nada pudiera estropearle el día, robándole la atención de Michael. Luego pensó que quizá no era mala idea comprobar de algún modo lo que sentía por ella y esperó que le diera más importancia a ella que a cualquier atracción instantánea que pudiera sentir por Lucy. Además, quizá ni siquiera la viera, pues la puerta que separaba su despacho del de Michael solía estar cerrada. Tampoco le parecía bien decirle a Lucy que no fuera a verla; era su cumpleaños y su hermana estaba deseando verla.

Solo se tenían la una a la otra. Su madre había muerto víctima del cáncer antes de que ninguna de las dos llegara a los veinte y su padre, que desde entonces vivía con otra mujer, ni siquiera recordaba cuándo era su cumpleaños. Nunca se había acordado.

En cualquier caso, si su deseo de tener otro tipo de relación con Michael se hacía realidad, tarde o temprano tendría que conocer a Lucy. Una vez asumido que era inevitable, Elizabeth guardó el teléfono en el bolso y salió de casa rumbo al trabajo.

Aquel mes de Agosto estaba teniendo unas temperaturas bastante agradables en Queensland, así que no hacía demasiado calor para ir caminando desde el apartamento que compartía con Lucy hasta el edificio en el que se encontraba la oficina central de Finn’s Fisheries. Normalmente iba en coche, pero ese día prefería no tener la obligación de tener que conducir cuando volviera. Mejor estar completamente libre.

La idea le dibujó una sonrisa en los labios. Michael era sin duda el hombre ideal para ella. Finn’s Fisheries era un próspero negocio que se extendía por toda Australia, vendiendo todo lo relacionado con la pesca, desde las cañas hasta la ropa. Y Michael era el que lo controlaba todo. Lo que más admiraba Elizabeth era que nunca se le escaba ningún detalle, pues era así como le gustaba ser también a ella. Juntos formaban un gran equipo, cosa que él mismo decía a menudo.

Solo tenía que darse cuenta de que debían dar el siguiente paso y formar equipo también en lo personal, Elizabeth estaba segura de que serían muy felices compartiéndolo todo. Michael tenía treinta y cinco años, así que los dos habían llegado a ese momento en el que uno debe construir algo más estable. No podía creer que Michael quisiera seguir siempre soltero.

En los dos años que hacía que lo conocía no había tenido ninguna relación larga, pero Elizabeth lo achacaba a que Michael era un adicto al trabajo. Con ella sería distinto porque ella lo comprendía.

A pesar de tanto positivismo, el corazón le latía con fuerza al entrar a la oficina. La puerta del despacho de Michael estaba abierta, lo que quería decir que ya había llegado y estaría organizando las tareas del día. Era lunes, comienzo de una nueva semana y también de algo nuevo entre ellos, pensó Elizabeth con esperanza antes de respirar hondo para tranquilizarse. Echó a andar con decisión hacia la puerta abierta.

Estaba sentado a la mesa, bolígrafo en mano y tan concentrado en lo que estaba haciendo que ni siquiera se percató de su presencia. Durante unos segundos, Elizabeth se quedó allí mirándolo, admirando la perfección de sus rasgos, el cabello negro y siempre tan corto que no podía ni despeinarse, las cejas negras que parecían dar énfasis a la inteligencia de sus ojos grises. La nariz recta, la boca firme y la mandíbula algo cuadrada completaban la imagen de un auténtico macho alfa.

Como de costumbre, llevaba una camisa blanca de calidad impecable que hacía resaltar su tez morena y, aunque no podía verlo, estaba segura de que llevaría también unos clásicos pantalones negros, su habitual uniforme de trabajo. Los zapatos estarían relucientes... Era sencillamente perfecto.

Elizabeth se aclaró la garganta y rezó para que le prestara la atención que tanto ansiaba.

–Buenos días, Michael.

–Buenos... –levantó la mirada y abrió los ojos de par en par. Dejó la boca ligeramente abierta y por un momento se quedó sin voz al encontrarse con una Elizabeth que no era la misma de siempre.

Ella contuvo la respiración. Era el momento en el que tenía que dejar de mirarla de un modo absolutamente profesional. Tenía un millón de mariposas en el estómago. «Sonríe», le ordenó una vocecilla. «Que vea lo que hay en tu corazón, el deseo que te hace arder por dentro».

Elizabeth sonrió y de pronto también él lo hizo, en sus ojos apareció un brillo de admiración masculina.

–¡Vaya! –exclamó.

Ella sintió un escalofrío.

–¡Bonito pelo y bonita ropa! –dijo, entusiasmado–. Estás espectacular, Elizabeth. ¿Eso quiere decir que hay un hombre nuevo en tu vida?

La alegría que le había provocado su reacción se desinfló al oír aquello. El hecho de que creyera que su cambio de imagen se debía a otro hombre significaba que no tenía intención de acortar la distancia que había entre ellos. Claro que... quizá simplemente estuviese tanteando si estaba libre.

Respondió, animada por esa última posibilidad.

–No. La verdad es que llevo tiempo sin tener pareja. Sencillamente tenía ganas de hacerme algún cambio.

–¡Y vaya si lo has hecho! –exclamó con aprobación.

Eso estaba mejor. Elizabeth no perdió tiempo y le lanzó el anzuelo que esperaba que mordiera.

–Me alegro de que te guste. La ropa es un regalo de mi hermana. Hoy es mi cumpleaños y se empeñó en que me pusiera guapa y atrevida.

Michael se echó a reír.

–Desde luego que lo estás. Deberíamos celebrar tu cumpleaños. ¿Qué te parece si comemos en The Mariners Bar? Si repasamos todo el inventario a lo largo de la mañana, tendremos tiempo de sobra.

Volvió a albergar esperanza. La idea de comer con él en uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad, que además tenía unas preciosas vistas al puerto deportivo, sonaba muy bien.

–Encantada. Gracias, Michael.

–Haz la reserva para la una, así podremos terminar aquí –agarró unos papeles de la mesa–. Hasta entonces, me gustaría que revisaras esto.

–Claro.

El trabajo era el de siempre, pero había un rayo de sol al final de la jornada. Elizabeth apenas podía contener las ganas de ir bailando hasta su mesa para recoger los documentos.

–Guapa y atrevida –murmuró Michael mirándola con una sonrisa–. Tu hermana parece una persona con mucha energía.

Eso le quitó las ganas de bailar. Debería mostrar más interés por ella y no curiosidad por su hermana. No debería haberla mencionado, pero eso ya no lo podía cambiar.

–La tiene, pero también es bastante alocada. No es demasiado constante con su vida –era la verdad y quería que Michael lo supiese. La idea de que Lucy le pareciera atractiva le resultaba insoportable.

–No como tú –comentó con admiración.

Elizabeth se encogió de hombros.

–Somos muy diferentes, sí. Más o menos como tu hermano y tú.

Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera pararse a pensar. El hablar de Lucy la había puesto en tensión, pero no debería haber hecho ningún comentario sobre el hermano de su jefe, a pesar de lo nerviosa que la ponía Harry Finn con sus aires de playboy. No le gustaba nada que fuera por la oficina.

Michael se recostó en la silla y la miró con una ligera sonrisa en los labios.

–Desde luego Harry no está hecho para trabajar detrás de una mesa, pero me parece que tienes una idea equivocada de él.

–Perdona –se apresuró a disculparse–, no pretendía...

¡Y ahora se quedaba sin palabras!

–No pasa nada –la tranquilizó Michael–. Sé que a veces parece muy despreocupado, pero es tremendamente inteligente y tiene todo bajo control en su negocio.

Harry Finn se dedicaba al alquiler de embarcaciones y a organizar excursiones para hacer pesca submarina o submarinismo para los turistas que deseaban conocer de cerca la Gran Barrera de Coral, y que se alojaban en el complejo hotelero que había construido en una de las islas. Un negocio de playboy comparado con el de Michael.

–Intentaré verlo de otro modo a partir de ahora –prometió Elizabeth, aunque no había cambiado de opinión sobre él.

Michael se echó a reír y eso le provocó un nuevo escalofrío.

–Supongo que te ha molestado con sus coqueteos –dedujo–. Pero no te lo tomes como algo personal, es así con todas las mujeres. Creo que lo hace solo para divertirse.

¡Pues solo era divertido para él!

Elizabeth lo detestaba.

No obstante, esbozó una ligera sonrisa.

–Lo tendré en cuenta. Ahora me voy a trabajar y a hacer la reserva para la comida.

–Sí, hazlo –le pidió él, sonriendo de nuevo–. Podremos seguir hablando de nuestros hermanos.

De eso nada, pensó Elizabeth mientras cerraba la puerta para que Michael no viera a Lucy cuando llegara. No quería que su hermana despertara aún más su curiosidad. Ni tampoco quería que Harry Finn les estropeara de algún modo la comida. Tenían que dedicar todo su tiempo a acercarse el uno al otro de una manera más personal. Sus esperanzas de futuro con Michael Finn estaban puestas en esa comida.

Capítulo 2

Las diez y treinta y siete.

Elizabeth miró el reloj y frunció el ceño. Se suponía que los de la cafetería de abajo tenían que llevarles los cafés y las madalenas a las diez y media. Se había saltado el desayuno para poder darse el capricho de tomarse una madalena de fresa y chocolate blanco y ahora le rugía el estómago. No era habitual en ellos llegar tarde, quizá porque sabían que Michael odiaba la impuntualidad.

Por fin llamaron a la puerta y se levantó a abrir lo más rápido posible.

–Llegas tarde –dijo antes de darse cuenta de que el que llevaba la bandeja no era el camarero de la cafetería sino Harry Finn.

La miró con unos chispeantes ojos azules.

–Se han retrasado porque han tenido que hacer otro café para mí –le explicó sin disculparse.

–Explícaselo tú a Michael –le replicó entre dientes.

–No te preocupes, mi querida Elizabeth, por nada del mundo permitiría que tu impecable trayectoria quedara manchada –dijo él.

Ese tono provocador con que solía hablarle le provocaba un impulso violento muy poco habitual en ella. Harry Finn siempre despertaba algo explosivo en su interior.

–Permíteme que te diga que hoy estás impresionante. ¡Totalmente impresionante! –siguió parloteando mientras la miraba de arriba abajo.

La intensidad del examen, que se detuvo especialmente en su pecho, hizo que a Elizabeth los pezones se le endurecieran como balas que deseó poder dispararle. Entonces no habría estado tan sexy con la camiseta de surfista y los pantalones cortos que llevaba.

–El corte de pelo es espectacular, por no hablar de...

–Preferiría que lo dejaras ahí –lo interrumpió–. Tu hermano te espera.

–No le va a pasar nada por esperar un poco más –respondió con una arrogante sonrisa–. No todos los días se tiene el placer de ver una polilla transformada en mariposa.

Elizabeth meneó la cabeza y respiró hondo. No aguantaba más. ¡La había llamado polilla! Ella jamás había sido una polilla, simplemente había elegido una imagen más conservadora para que la vieran como una mujer eficiente y profesional y no pensaran que era tan voluble como su hermana.

–Se va a enfriar el café –le advirtió con una voz aún más fría.

–Me encanta la falda verde mar –continuó al tiempo que se apoyaba sobre su mesa–. Es del mismo color que tiene el agua cerca del arrecife. Y te queda de maravilla, como un guante. Me recuerdas a una sirena –sonrió con malicia–. Podrías cantar para mí.

–Solo para decirte adiós –espetó Elizabeth y fue a agarrar la bandeja, ya que Harry no parecía tener intención de llevársela a Michael.

Eso significaba pasar junto a él, algo que normalmente trataba de evitar porque Harry era tan intensamente masculino que hacía que sus hormonas se enloquecieran, lo que resultaba enervante.

Harry Finn no tenía la belleza clásica de Michael, el suyo era más bien un atractivo pícaro; con el pelo negro, rizado y algo largo cayéndole sobre la cara, las arrugas alrededor de los ojos de pasar tanto tiempo al aire libre, la nariz ligeramente torcida, sin duda a causa de alguna rotura sufrida en su salvaje juventud y una boca en la que generalmente tenía dibujada una sonrisa burlona. Hacia ella. Como en ese momento.

–Elizabeth, ¿alguna vez te has preguntado por qué te pones tan tensa conmigo? –le preguntó sin rodeos.

–No, la verdad es que no te dedico tanto tiempo como para plantearme ninguna pregunta sobre ti.

–¡Vaya! –exclamó como si le hubiera dolido–. Si alguna vez se me suben demasiado los humos, recurriré a ti para que me los bajes.

Lo miró mientras respiraba hondo.

–Pero hoy has venido a ver a Michael, así que acompáñame.

–Si me cantas –dijo, lanzándole de nuevo esa mirada malévola.

Ella se volvió a mirarlo fijamente.

–Deja de jugar conmigo. No vas a conseguir nada. Jamás –añadió con énfasis.

Pero no parecía dispuesto a recular.

–No todo es trabajo en la vida, Elizabeth. Bueno, con Michael estás a salvo en ese sentido.

¿A salvo? Elizabeth se quedó pensándolo mientras llevaba la bandeja. ¿Por qué estaba tan seguro de que estaba a salvo con su hermano? Ella no quería estar a salvo, quería que Michael la deseara tanto que no pudiera contenerse.

Fue Harry el que abrió la puerta del despacho, saludó a su hermano llamándolo Mickey y le explicó el motivo por el que llegaba tarde su café. Michael asintió y la miró con una sonrisa en los labios que Elizabeth guardó en su corazón como si fuera un tesoro. Michael era mucho más sutil, mientras que Harry era todo fachada. Y odiaba que lo llamara Mickey, un nombre que no correspondía a alguien de su posición. No denotaba ningún respeto.

–Gracias, Elizabeth –le dijo Michael mientras ella dejaba los cafés sobre la mesa–. ¿Has hecho la reserva?

–Sí.

–¿Qué reserva? –preguntó Harry.

Y ella volvió a ponerse en tensión de inmediato.

–Es el cumpleaños de Elizabeth y voy a invitarla a comer.

–¡Vaya!

Sintió un escalofrío al oír aquella exclamación. Si se atrevía a hacer la más mínima broma... Elizabeth le lanzó una mirada de advertencia.

Él levantó la mano como si estuviera pidiéndole una tregua, pero en sus ojos había un brillo burlón.

–Feliz cumpleaños, mi querida Elizabeth.

–Gracias –respondió rápidamente antes de salir del despacho cerrando la puerta tras de sí para protegerse de aquel hombre.

Le resultó muy difícil concentrarse en el trabajo. Lo intentó una y otra vez, pero no dejaban de pasar los minutos y Lucy no había aparecido ni se había marchado Harry. Lo de Lucy no era nada preocupante, pues era habitual que cualquier cosa le hiciera cambiar de planes. Quizá ni siquiera llegara a pasar por allí, lo cual sería un alivio porque así no habría peligro de que Michael y ella se conocieran. El problema principal era Harry. No le perdonaría que se invitase a la comida y, si lo hacía, ¿qué haría Michael?

Solo esperaba que le dijera que no porque no podría surgir nada romántico si Harry estaba delante. Su presencia lo estropearía todo.

De pronto llamaron a la puerta y apareció la cabeza de Lucy por una rendija.

–¿Puedo entrar?

–Sí –respondió Elizabeth con el estómago encogido por la tensión.

Como de costumbre, Lucy lo inundó todo con su energía. Iba vestida toda de blanco, con una blusa bordada que le dejaba los hombros al aire, una falda que apenas le tapaba medio muslo y un cinturón marrón a la altura de las caderas, a juego con las sandalias de tiras que le llegaban hasta la pantorrilla. Llevaba la larga melena rubia recogida en lo alto de la cabeza, pero con muchos mechones sueltos. Parecía una modelo de esas que podían ponerse cualquier cosa y siempre estaban guapas.

–Me encanta cómo te queda el pelo, Ellie –dijo, sentándose en la esquina de su mesa, tal y como lo había hecho Harry antes.