Dos corazones - Liz Fielding - E-Book

Dos corazones E-Book

Liz Fielding

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Beschreibung

¿Podrían acabar siendo una verdadera familia? Recoger moras junto a su hija en aquel jardín abandonado tuvo una consecuencia imprevisible en la vida de Kay Lovell: primero la besó un guapísimo desconocido, y después la contrató como jardinera. Kay trató de hacer todo lo posible con aquel jardín... y con su malhumorado jefe, Dominic Ravenscar. Era obvio que él todavía no se había recuperado de las heridas del pasado pero, poco a poco, Kay fue descubriendo al verdadero Dominic, el hombre que tanto amaba la vida y que sólo deseaba tener su propia familia.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Liz Fielding

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Dos corazones, n.º 5472 - enero 2017

Título original: A Family of His Own

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8795-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Es preciosa, Jake –Amy Hallam acarició con suavidad la mejilla de la recién nacida, después la sacó de la cuna, la colocó sobre su hombro, inhaló su aroma de bebé y la besó en la frente–. ¿Su madre la ha abandonado en la puerta de la casa de la tía Lucy? La pobre mujer debía de estar muy mal…

–Puede que sí, pero sabía que Lucy cuidaría de ella. Dejó una nota –Jake le entregó un papel a su esposa y le quitó al bebé para que pudiera leer lo que ponía.

Amy se estremeció al tocar el papel. Podía sentir el miedo de la mujer que había escrito la nota.

–¿Estás bien? –Jake la tocó para tranquilizarla.

–Sí –dijo ella, pero se sentó antes de comenzar a leer.

 

Querida «tía Lucy»

Cuidaste de mí una vez y ahora te pido que cuides de mi hija, porque no hay nadie más que pueda ayudarme.

Nació el día veintiséis de septiembre. No tiene nombre y no he registrado su nacimiento. Si no sé su nombre no puedo traicionarla. Es completamente anónima. Es su única esperanza.

Te suplico, y confío en ti, que no cuentes nada a la policía y que no utilices los medios de comunicación para intentar localizarme. Eso sólo servirá para llamar la atención hacia ella y ponerla en peligro.

Te dejo el poco dinero que tengo para ayudarte hasta que encuentres a alguien bueno que pueda cuidar de ella y ofrecerle una buena vida. La quiero, pero conmigo no estará segura.

 

K.

 

Amy pestañeó y se fijó en su propio hijo, que estaba sentado en el suelo. Deseaba abrazarlo para demostrarle lo mucho que lo amaba. Sin embargo, sin pronunciar palabra, agarró la mano de su esposo.

–¿Paranoia? ¿Violencia doméstica? –le preguntó él.

–No sé, pero esta mujer está aterrorizada por algún motivo. Basta con mirar su escritura –dijo ella, al ver que Jake arqueaba una ceja–. Sea cual sea el problema, ella está fuera de sí. Debe saber que lo que pide es imposible, y que quebrantaría todas las leyes de protección de la infancia, pero en lo único que piensa es en proteger al bebé.

–No podremos hacerlo durante mucho tiempo.

–No, por supuesto que no. Pero no estoy preparada para correr riesgos innecesarios. Una semana o dos no supondrá gran diferencia.

–No estoy seguro de que los servicios sociales lo vean de la misma manera –contestó Jake.

–Puede que no, pero si pudiéramos encontrarla…

–Ha dejado a su hija en un lugar que cree que es seguro, Amy. ¿No crees que habrá puesto la mayor distancia posible entre ambas?

–No hasta que esté segura. Se quedará cerca hasta que se asegure de que el bebé está a salvo.

–¿Y eso de qué servirá? No tenemos ni idea de qué aspecto tiene.

Ella frunció el ceño.

–A lo mejor no es necesario. Le ha dejado todo el dinero que tenía a Lucy. Estará débil. Hambrienta. En baja forma. Tenemos que buscar en las calles de alrededor de la casa de Lucy, Jake. No podemos perder tiempo.

Capítulo 1

 

Hacía calor para ser finales de septiembre. El cielo estaba despejado y sólo el fruto de las zarzamoras indicaba que el verano estaba a punto de terminar.

Kay se secó el sudor de la frente, se dio aire con el sombrero de paja y caminó junto al seto, buscando las moras que había dejado sin recoger, intentando ignorar las zarzas que colgaban sobre el muro que daba a la calle. Ramas combadas por el peso de las moras, pero a las que no conseguía llegar con el bastón de caminar.

–Vamos, Polly, tendremos que conformarnos con éstas –dijo después de revisar el seto una vez más.

–¿Tienes suficientes? –le preguntó su hija, mirando con escepticismo la pequeña cantidad que habían recogido.

–No hay más. Me temo que la tarta de la fiesta de la cosecha de este año tendrá más manzana que moras.

Polly frunció el ceño.

–Pero allí hay montones –dijo, señalando la parte alta del muro.

–Lo sé, pequeña, pero no puedo alcanzarlas.

–Podrías recogerlas desde el otro lado de la valla. ¿Por qué no te cuelas? Ahí no vive nadie. Alguien ha puesto el cartel de «Se Vende» –dijo, como si eso zanjara el tema.

¡Qué sencilla era la vida con seis años! Pero Polly tenía razón en una cosa: Linden Lodge estaba vacío desde que ella vivía en Upper Haughton. Desde la ventana de su dormitorio podía observar la frondosa vegetación que se ocultaba tras el alto muro, el tejado de la casa de verano hundiéndose bajo el peso de una clematis montana, rosales salvajes y árboles en flor que, año tras año, habían tirado sus frutos al suelo. Era como el jardín secreto de un cuento de hadas, cerrado, oculto, dormido. Esperando a que entrara la persona adecuada para que lo devolviera a la vida.

«Hará falta algo más que un beso», pensó ella.

Al ver que no respondía, Polly comentó con la insistencia de una niña de seis años:

–Son para la fiesta de la cosecha.

–¿Qué?

–Las moras, por supuesto. Todos los habitantes del pueblo tienen que llevar algo.

–Ah, sí –ése era el plan. Todo el mundo contribuía con algo en la fiesta de la cosecha que se celebraba una vez al año, una tradición que recordaba el pasado agrícola del pueblo.

Kay sabía que era ridículo que se resistiera a colarse por la valla. La fruta se echaría a perder si ella no la recogía.

–Puedes dejar una nota por debajo de la puerta para darles las gracias –dijo Polly.

Kay sonrió.

–¿Una nota de agradecimiento? ¿A quién? –preguntó divertida.

–A quien compre la casa. Yo haré un dibujo de las moras para que quien venga a vivir se alegre de que no se echaron a perder –dijo la pequeña, agarrando la mano de Kay y tirando de ella hacia la valla. En el muro había una puerta pequeña cuya pintura se estaba desconchado por el efecto del sol.

–Estará cerrada –dijo Kay, pero al mover la manija y empujar la puerta cedió con facilidad. Se quedó paralizada, invadida por la mezcla de alivio y decepción. Un pájaro salió volando de entre la hierba crecida y la asustó. Era como si esperara oír una voz enfadada preguntándole qué diablos estaba haciendo allí.

Pero sólo era la voz de su conciencia.

Aparte del sonido de su corazón acelerado, y del zumbido de las abejas revoloteando entre las flores, nada interrumpía el silencio.

Al ver las margaritas azules y moradas, unas flores resistentes que se abrían hueco entre la maleza que invadía el jardín, se le encogió el corazón. Le dolía pensar que alguien hubiera podido abandonar el jardín de esa manera.

 

 

Dominic Ravenscar dio la espalda a los muebles cubiertos por sábanas polvorientas del estudio y miró hacia el jardín.

Era el momento que más temía. Durante seis años había evitado mirar el jardín de Sara, pero había comprendido que por mucho que huyera no había lugar para para escapar del dolor, ni para olvidar el pasado.

La última vez que había mirado por la ventana había sido en primavera. Los árboles frutales estaban en flor y las lilas y los tulipanes mostraban su esplendor. Sara estaba radiante gracias a la felicidad que le provocaba la nueva vida que habían creado. Todavía era un secreto que ambos compartían, una alegría de la que querían disfrutar antes de dar la noticia, después de que las primeras semanas de incertidumbre hubieran pasado.

Una tragedia doble que él también había guardado para sí. Cuando Sara murió fue demasiado tarde para compartir la noticia y no tenía sentido causar más sufrimiento a los familiares y amigos.

Aquel enorme vacío le pertenecía a él.

Una rama del rosal que Sara había plantado junto a la puerta golpeó en la ventana y lo sobresaltó, haciendo que regresara a la realidad. No era la única planta que había crecido salvaje. Sin los cuidados de Sara, la naturaleza había seguido su ritmo y los arbustos habían crecido de forma desmesurada, acorralando a los árboles frutales que luchaban para encontrar más luz.

Dominic apoyó la frente contra el cristal y cerró los ojos para tratar de olvidar durante unos instantes el destrozo del jardín y de su vida, pero no lo consiguió. Había comprado la casa porque Sara se había enamorado del jardín, un lugar rodeado por un muro de ladrillo del que ella había dicho que sería un lugar seguro para que jugaran sus hijos.

Su mayor ilusión era crear un jardín al estilo inglés, lleno de plantas y flores que atrajeran a los pájaros y a las mariposas. Él podía imaginarla con un sombrero en la cabeza para protegerse del sol mientras podaba los rosales o ataba las ramas jóvenes de los melocotoneros.

Caminando entre los frutales del pequeño huerto que había creado.

No consiguió escapar del dolor en la oscuridad, así que abrió los ojos, pero la imagen de Sara continuaba allí.

Sara…

Sus labios se movieron, pero de su boca no salió ningún sonido, sólo se oyó el latir de su corazón acelerado. Se acercó a la puerta, desesperado por llegar hasta ella, pero se percató de que estaba cerrada y de que las llaves estaban sobre la mesa de la cocina, donde él las había tirado. Fuera de su alcance. Porque durante unos instantes no se atrevió a moverse. Si retiraba la vista de Sara, ella desaparecería…

Golpeó el cristal de la puerta con el puño, deseando que ella se volviera y lo mirara.

Si lo miraba, todo estaría bien…

–¡Sara!

–Dom, ¿estás bien?

El pestañeó, se volvió y cuando miró de nuevo, ella se había marchado.

–¿Dom?

Al principio le ocurría todo el rato. Mirara donde mirara, pensaba que la estaba viendo. Bastaba un mechón de cabello rubio entre la multitud, una risa en un restaurante o su color favorito para detenerle el corazón. Pero hacía mucho tiempo que no tenía una imagen de ella tan real…

Y se había quedado sintiéndose solo y deprimido.

–Estoy bien, Greg –dijo con brusquedad, volviéndose de espaldas a la ventana y dándose cuenta de que era motivo de preocupación. Era algo que había conocido bien durante los meses posteriores a la muerte de Sara. Una de las razones por las que se había marchado, tratando de continuar con su vida, viviendo y trabajando entre desconocidos que no sabían nada de lo que le había sucedido en su vida. Gente que no tenía que esforzarse en buscar palabras porque no sabían qué decirle. Gente que mantenía las distancias después de que él rechazara los gestos amistosos y de acercamiento que le mostraban en un principio.

–Estoy bien.

–Sabes que no hace falta que pases por esto –dijo Greg, y dejó la caja de comida que había sacado del coche–. Puedes dejármelo a mí. Dime lo que quieres conservar y lo empaquetaré y guardaré hasta que lo… bueno, hasta que lo necesites. No costará mucho vender la casa. Hasta se podría vender un cobertizo en Upper Haughton. Hiciste una inversión inteligente…

–No lo compré como inversión. Lo compré porque…

–Lo sé –interrumpió Greg–. Lo siento –Dominic negó con la cabeza. Sabía que Greg estaba hablando para rellenar el silencio–. Mira, ¿por qué no te quedas con nosotros hasta que soluciones todo esto?

–No. Gracias, pero hay cosas por las que tengo que pasar. Debí haberlo hecho hace mucho tiempo –se volvió hacia la ventana con la esperanza de que ella estuviera otra vez allí, pero el jardín estaba vacío.

–Ya –hubo una pausa–. ¿Necesitas ayuda para solucionar las cosas? No hace falta que sea alguien que conozcas. Puedo preguntar en la agencia que contrata nuestro personal si tienen a alguien. Quizá sea más fácil con alguien que no esté emocionalmente implicado, bueno, ya sabes…

Sabía, pero no quería ayuda. No quería a nadie. Sólo quería que Greg dejara de mirarlo como si hubiera perdido la cabeza, se marchara y lo dejara solo. Pero aquel hombre no sólo era su abogado, sino también el amigo que había permanecido a su lado desde el momento en que él había prometido ser fiel a Sara hasta que la muerte los separara. Palabras sin sentido. Eran jóvenes. Enamorados. Iban a vivir eternamente…

–Gracias, Greg –dijo él, consciente de que su amigo quería ayudar–. ¿Puedo pedírtelo cuando lo necesite?

–Por supuesto. ¿Estás seguro de que vas a estar bien aquí? –le dijo mirando a su alrededor–. Si me hubieras avisado, habría hecho que alguien diera un buen repaso a este lugar. Por lo que parece, las personas que vienen una vez al mes no han hecho más que lo mínimo.

–Eso es para lo que les pago –el mínimo. Él les había pedido que no tocaran nada–. Tengo agua y electricidad. Teléfono móvil. Es todo lo que necesito.

–¿Y que tal algún medio de transporte?

–No voy a ir a ningún sitio.

–De acuerdo –le dijo tras una larga pausa–. Entonces, me voy. ¿Estás seguro? La caja de comida es bastante básica.

–No te preocupes. He conseguido mantener unidos el cuerpo y el alma durante seis años. No voy a morirme de hambre.

Greg lo miró como si quisiera decirle algo, pero no era necesario. Dom había comprendido la mirada de asombro con la que lo había recibido en el aeropuerto.

Se volvió de nuevo para mirar por la ventana y le dio un vuelco al corazón al ver que ella estaba otra vez allí. Alta, delgada, vestida con unos pantalones vaqueros y una camiseta azul turquesa desteñida. Siempre había sido su color favorito.

–Te llamaré mañana –dijo Greg desde la puerta–. Hablaremos de conseguirte un poco de ayuda.

–No hay prisa –dijo abstraído, deseando que ella levantara la vista y lo mirara. De pronto, una niña apareció entre la hierba con una corona de flores. Sara la colocó sobre la cabeza de la pequeña, de forma que parecía una princesa.

Seguro que se estaba riendo. Si al menos pudiera ver su cara…

–No hay prisa… –dijo de nuevo, al oír que se cerraba la puerta. Con las manos apoyadas sobre el cristal, observó cómo la mujer besaba a la niña y después sacaba unas tijeras de podar del bolsillo trasero de los pantalones para cortar algunas ramas de la zarzamora–. Tengo todo el tiempo del mundo.

Entonces se percató de que ella no llevaba guantes.

Él le había comprado un par, pero habían terminado rompiéndose.

Entonces, vio cómo se pinchaba la mano con una rama que había salido despedida.

–No… –ella se la retiró de la piel, se metió el dedo pulgar en la boca y, como si fuera una pesadilla recurrente, la historia comenzó a repetirse–. Sara…

Pero el nombre se atravesó en su garganta y deslizó las manos sobre el cristal al ver que la imagen titilaba, para desvanecerse cuando cerró los ojos.

 

 

–Cielos, Kay, lo has hecho bien –Amy Hallam dejó un cuenco con moras sobre la mesa de la cocina–. Yo quería contribuir, pero no hay mucha fruta en nuestro prado. La cabra se come los brotes en cuanto salen.

–Las cabras se comen todo lo que aparece sobre la tierra –Kay lavó la fruta y la añadió a la olla que estaba sobre el fuego–. Pero gracias por la idea. Me temo que he tenido que hacer algo malo para asegurarme de que las tartas de mora y manzana tuvieran algo más que manzana este año.

–¿Algo malo? ¿Tú? ¡Qué inesperado! –sonrió–. ¡Qué prometedor!

–Basta. Lo digo en serio. He entrado en el jardín de Linden Lodge. Aunque he de decir que me ha animado tu ahijada.

–¿Y qué hay de malo en eso? Habría sido un crimen permitir que se echaran a perder. Polly es una niña inteligente y yo he cumplido mi deber como madrina al enseñarle cómo debe utilizar su iniciativa.

–Los mirlos de la zona no se lo han tomado de la misma manera.

–Que coman gusanos.

–Y he roto el cerrojo de la puerta al empujar para abrirla.

–Has cometido un delito doble de una sola vez –le dijo con una sonrisa–. Eres una delincuente, Kay Lovell. Habrá que informar a la coordinadora del grupo de seguridad del barrio. Oh, espera, tú eres la coordinadora de seguridad…

–Ya basta –dijo Kay, incapaz de contener una sonrisa. Después llenó la cafetera de agua–. ¿Café?

–Por favor. ¿Quieres que envíe a alguien para que arregle la verja?

–No, yo puedo hacerlo. La pieza donde encaja el cerrojo está oxidada. Estoy segura de que tengo alguna de repuesto en el cobertizo.

–¿Cómo es ese lugar?

–¿El cobertizo? ¿Quieres hacer una inspección ahora? Deberías haberme avisado para que pudiera recoger un poco…

–Linden Lodge –Kay sabía que era a eso a lo que se refería, pero no estaba segura de querer hablar del tema–. Hay algo misterioso tras esos muros.

–No, sólo que todo está muy crecido –dijo Kay–. Polly se sentó para hacer una corona de flores mientras yo cortaba las zarzas y desapareció por completo. Durante un minuto pensé que… –se calló de pronto. No quería recordar lo mal que se había sentido durante los segundos en que Polly no respondió a su llamada. Cuando lo único que podía ver era la verja abierta y un millón de posibilidades cruzaban por su cabeza…

–¿Has podado las zarzas? –preguntó Amy haciendo que volviera a la realidad.

–¿Qué? Ah, sí. Estaban estrangulando a un melocotonero. Pobrecito –puso café en la cafetera–. No te rías, Amy.

–¿Yo? ¿Reírme? Ni lo pienses.

–Bueno, entonces no sonrías. Sé que es patético, pero no soporto ver nada que sufra –se volvió para sacar las tazas. Sabía que no tenía que explicar nada. Amy nunca necesitaba explicaciones–. De todos modos, mañana meteré una nota en el buzón cuando vaya a arreglar la verja. Sólo para darles una explicación.

–¿Sobre por qué cortaste las zarzas para salvar al árbol?

–Sobre por qué robé las moras. Para una buena causa.

–No hay nadie en la casa, y los fantasmas no necesitan explicaciones, Kay.

Sobresaltada, se volvió para mirar a su visita.

–¿Fantasmas?

–¿No te has dado cuenta? Siempre que paso junto al jardín tengo la sensación de que está encantado.

–No. No era misterioso, sólo… triste.

–A lo mejor eso es lo que quería decir yo.

Kay creía que no era así. No había sentido la presencia de ningún fantasma, pero Amy era conocida por su capacidad de percibir más cosas que el resto de la gente.

–El viernes colocaron el cartel de «Se Vende». ¿Lo sabías? –dijo ella, decidida a cambiar de tema. No había sentido nada más que tristeza, ni siquiera en esos momentos que tenía erizado el vello. Y tenía que regresar a arreglar la verja.

–He oído que la habían sacado al mercado. Una lástima.

–¿Conocías a las personas que vivían allí?

–¿A los Ravenscar? No muy bien. Nos veíamos en los actos que se celebraban en el pueblo, por supuesto, pero yo estaba ocupada con los niños. Ese año tuve a Mark y todavía estaba estableciendo el negocio. Eran jóvenes, no llevaban casados más de un año o dos y todavía se interesaban el uno por el otro más que por cualquier otra cosa. Asistieron a la fiesta de la cosecha. Recuerdo que Sara Ravenscar se entusiasmó al ver cómo todo el pueblo se unía para el evento. Habría dado su aprobación para que recogieras las moras. Su muerte fue una tragedia.

–He oído que murió por el tétanos. ¿Es cierto?

–Bueno, tuvo complicaciones pero, ¿puedes creer que suceda eso hoy día? Al parecer, sus padres no creían en ningún tipo de vacuna y, como la mayor parte de los jardineros, ella no era capaz de dejarse los guantes puestos. Tras su muerte, Dominic se marchó al extranjero. Creo que estuvo trabajando en algún tipo de programa de ayuda.

–Me sorprende que no vendiera o alquilara la casa en lugar de dejarla vacía. La persona que la compre tendrá que invertir mucho trabajo en ella, y no sólo en el jardín. La pintura está en muy mal estado –dijo Kay.

–A lo mejor no podía soportar la idea de deshacerse de ella tan pronto. Supongo que la idea de regresar a vivir en ella era incluso peor, así que la cerró. Ahora es como la aguja atascada de un viejo gramófono, incapaz de continuar hacia delante.

Kay se estremeció.

–Bueno, ahora la ha puesto a la venta. Es un paso hacia delante.

–A lo mejor. Eso espero.

–Sí, bueno, llevaré la carretilla y limpiaré lo que podé cuando vaya a arreglar la verja. A lo mejor debería acercarme a la agencia para preguntarles si quieren que les limpie el jardín. Prefiero dejar un poco de lado mi negocio mientras Polly esté de vacaciones durante el verano.