Dos novias para dos hermanos - Kim Lawrence - E-Book

Dos novias para dos hermanos E-Book

Kim Lawrence

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Beschreibung

¿Amante... o amante esposa? Finn Fitzgerald se quedó boquiabierto cuando conoció a Lucy Foster. Por el momento tenían que ser enemigos, pero eso no era impedimento para que él ya hubiera decidido que acabarían siendo amantes. Saltaban chispas cada vez que estaban juntos, y Lucy no tardó en acostumbrarse a la increíble conexión que había surgido entre ellos; aun así no quería ser el juguete de ningún millonario. De todos modos, con una vida tan complicada como la suya, no podía permitirse un romance sin compromisos...

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Seitenzahl: 146

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Kim Lawrence

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Dos novias para dos hermanos, n.º 1438 - noviembre 2017

Título original: At the Playboy’s Pleasure

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-468-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

DURANTE los primeros veinte minutos de conversación telefónica, la contribución total de Lucy consistió en una serie de admiraciones y algún ocasional «¿de verdad?».

Su hermana Annie estaba enamorada y Lucy sabía que aquello significaba consentirle más de lo normal. No pasaba nada, Lucy podía hacerlo, aunque había un límite para todo en la vida.

Lucy Foster no era una romántica desesperada y tenía que morderse la lengua para impedir que de su boca saliera algo desagradable que ofendiera a su hermana.

Nunca había conocido a Connor Fitzgerald, pero odiaba su sola mención.

Al igual que Annie, hubo un tiempo en el que Lucy también pensaba que había un hombre especial ahí fuera esperándola e incluso, en más de una ocasión, había pensado que lo había encontrado. Solamente había pasado dos años desde que ella había dejado de ser una patética e inocente criatura.

En aquel momento, Lucy trabajaba en la asunción de que los hombres eran unas criaturas superficiales de las que una no se podía fiar. Aquella filosofía la estaba ayudando. En dos años no había tenido ningún problema emocional. Aunque tenía muy mala prensa, el celibato era altamente recomendable.

En aquellos momentos hubiera sido inútil intentar recomendárselo a su hermana. La naturaleza humana era lo que era, algunas cosas había que aprenderlas de la manera más difícil. Pero ella estaría allí para recoger los trozos cuando el hombre del momento, aquel Connor, rompiera el corazón de su pobre hermana. Era cuestión de tiempo.

Cabía la posibilidad que aquel hombre fuera una excepción, pero las posibilidades de que su hermana tuviera aquella suerte eran muy remotas.

Fue un alivio cuando finalmente Annie dejó de hablar de la longitud de las pestañas de Connor, de su increíble sentido del humor y de su superioridad general sobre el resto de los hombres, y se concentró en el verdadero motivo de la llamada.

–Simplemente te llamo para decirte que los noquees, Lucy.

–Lo haré lo mejor que pueda –prometió Lucy.

–¿Estás nerviosa?

–No mucho.

Lucy se había arrepentido de haber permitido que su hermana le consiguiese una entrevista de trabajo para un puesto para el que ella estaba claramente no cualificada.

–Bueno, de hecho creo que estoy un poco nerviosa –añadió Lucy.

Se pasó la lengua por los labios resecos y comprobó el sabor del caro pintalabios color rojo fuerte que le había recomendado Marcus. Lucy, totalmente ignorante de la fama de aquel hombre, había creado un revuelo enorme en el salón de belleza, frecuentado por numerosas celebridades, cuando delante de todo el mundo le preguntó su apellido. Lucy tenía sus dudas respecto a Marcus, el soltero de oro en el mundo del estilismo y de la moda, y a sus recomendaciones de belleza. No se fiaba de un hombre que iba vestido con cuero negro apretado de la cabeza a los pies.

–La adrenalina es buena –comentó Annie–. Tienes que ser positiva.

–Soy positiva… de verdad –contestó Lucy un tanto irritada por el optimismo de su hermana. Pero ella seguía pensando que su licenciatura en Historia Moderna y sus viajes por Europa no eran requisitos suficientes para poder ser una relaciones públicas en el mundo de la publicidad.

–Empiezo a pensar que no te estás tomando esto muy en serio. ¿Quieres un trabajo decente o no? –dijo su hermana con un toque de crítica en la voz.

–¿Decente? –gritó Lucy indignada–. ¿Qué te crees qué he estado haciendo hasta ahora?

–Bueno, déjame ver. ¿Por dónde empiezo? ¿Por haber desperdiciado tres años de tu vida haciendo investigación de forma gratuita para un novio que te abandonó en cuanto terminaste su proyecto mientras se quedaba con todo el reconocimiento de tu trabajo?

Lucy hizo una mueca. Aquello era verdad, pero había aprendido y había madurado.

–¿O por recoger uvas en Burgundy? –Annie seguía con su tema– Sin contar con cuidar a los hijos mimados de las familias ricas de Lucerne, o tu episodio como camarera…

Lucy suspiró.

–Eran unos niños encantadores y yo quería conocer Europa.

–Llámame superficial, querida, pero yo prefiero conocer los lugares hospedada en un hotel cinco estrellas. ¿Es algo malo que quiera ver a mi hermana en un trabajo de provecho? Siempre has sido muy lista.

Aquello había dicho Rupert cuando había roto con ella, que era muy lista. Por eso se había buscado otra ayudante, menos lista, pero mucho más guapa, para sustituirla. Lucy intentó despejar aquel recuerdo tan doloroso.

–Aprecio mucho lo que estás haciendo –dijo Lucy.

–Bien. Entonces, dime, ¿qué te vas a poner, el crema?

–Yo no tengo un escote tan bonito como el tuyo.

–No, supongo que no –murmuró Annie, consciente de que ella tenía mucho mejor escote que su hermana.

–Me voy a poner tu traje de chaqueta negro –dijo Lucy.

Su hermana le había dejado casi toda su ropa y su apartamento mientras duraba su estancia en la capital.

–Bueno, cualquier cosa será mejor que tu indumentaria habitual –comentó Annie, que siempre criticaba a su hermana por llevar vaqueros–. ¿Has ido al salón de Marcus?

–Casi no me reconozco –replicó Lucy–. Si esto es un aspecto natural, no me atrevo a pensar cómo estaría con uno que no lo fuese.

Le habían puesto varias capas de maquillaje mate, le habían perfilado los ojos con unas sombras oscuras dándole un aire misterioso y le habían peinado su desenfadado pelo rubio en una perfecta melena echada hacia atrás.

–Si tuviera que hacerme esto todas las mañanas, tendría que levantarme a las cuatro de la madrugada –añadió Lucy.

–Pensé que eras una mujer madrugadora –comentó su hermana riéndose–. Solamente necesitas un poco de práctica. Le dije a Marcus que te hiciera un completo, pelo, maquillaje, uñas… no porque lo necesitaras…

–Además, me ha dado una bolsita llena de productos de belleza.

–Eso es un regalo de mi parte, por tu nuevo trabajo.

–Aún no lo he conseguido… –Lucy odiaba tener que recordárselo. Desgraciadamente, su hermana se iba a llevar una horrible decepción.

–¡Oh, bueno! ¿Has dado ya de comer a los gatos y has regado las plantas? Por cierto, si Derek, del piso de arriba, te ofrece un café dile que no; le encanta hacerse el soltero cuando su mujer se va de visita a casa de su madre.

–Los gatos están perfectamente al igual que tus plantas y te prometo que me resistiré a los cafés de Derek. Están llamando a la puerta, tengo que dejarte.

–Está bien, te llamaré luego para que me cuentes qué tal te ha ido.

Cuando Lucy colgó el teléfono se dio cuenta de que se le había olvidado preguntarle a su hermana su número de teléfono. Lo único que sabía sobre Annie era que estaba en un hotel, en algún lugar del Lake District, en una habitación con una cama con dosel.

 

 

La puerta se abrió y Finn Fitzgerald vio que sus peores temores se confirmaban. Ella era todo lo que él esperaba no encontrarse.

Parecía que su hermano pequeño, en cuanto a las rubias se trataba, no aprendía de sus errores pasados, dos divorcios. Todo un récord, teniendo en cuenta que a Connor le faltaban seis meses para cumplir los treinta años. Parecía que su hermano seguía enamorándose del tipo de mujer equivocado.

Poco después de acabar la universidad, Con se había casado con Mia, una rubia de piernas espectaculares ocho años mayor que él. Doce meses después, Mia le había dejado por un trabajo como diseñadora para una prestigiosa casa de modas francesa.

Cuatro años después, había aparecido Jasmine. Otra rubia obsesionada con su aspecto y muy ambiciosa profesionalmente, tanto, que un día Con, al llegar a casa, se la había encontrado en la cama con el jefe que ella tenía entonces.

La mujer que tenía delante, en aquel momento, reunía todas las características típicas de las novias de su hermano. Piernas estilizadas y largas y una figura espectacular. Finn no tenía ninguna duda de que se trataría de una mujer maleducada y vanidosa, al igual que lo habían sido las dos últimas señoras Fitzgeralds.

Siendo creyente integral de que un hombre se crea su propio destino y que es responsable de sus propias decisiones, Finn se resistía a la tendencia popular que responsabilizaba los defectos del carácter a incidentes traumáticos ocurridos durante la niñez. Pero cuando consideraba la vida de su hermano, no podía evitar pensar que quizá había algo de razón en aquello.

Sus padres se habían divorciado cuando él tenía diez años y su hermano Connor dos menos. Sus padres habían tomado la terrible decisión de repartirse a los hijos junto con la casa y sus enseres. Él, que era el mayor, le había tocado quedarse con su madre, una mujer alta, guapa y rubia; ¿mera coincidencia? No hacía falta ser Freud para darse cuenta del problema. Su hermano se había sentido rechazado por su propia madre durante su niñez y se estaba pasado su vida adulta intentando buscar el amor en mujeres curiosamente muy semejantes a su rubia… egoísta… y superficial madre.

Finn quería mucho a su madre, pero se daba perfecta cuenta de las deficiencias en su carácter.

–¿Puedo ayudarlo? –preguntó Lucy educadamente con una sonrisa. Tuvo que alzar un poco la mirada para poder ver los ojos de aquel hombre. Pestañeó al encontrarse con los ojos más azules que había visto en toda su vida.

Era como el capitán del equipo de fútbol de su instituto. Un hombre que cuando entraba en una habitación, todas las mujeres interrumpían sus conversaciones para mirarlo. Era el tipo de hombre que todos los hombres querían ser. Y el tipo de hombre que todas las mujeres querían. Por un momento, Lucy se sintió de nuevo como la alta, delgada e infeliz adolescente llena de granos que ningún chico se molestaba en mirar. Pero había cambiado. Antes de terminar el instituto, su piel era tersa y suave y su cuerpo se había desarrollado espectacularmente. Sus matrículas de honor le habían conseguido una beca para ir a la universidad, pero lo mejor de su adolescencia había sido cuando había rechazado la cita para salir con el capitán del equipo de fútbol.

Se estremeció al mirar aquel hombre que despertaba en ella todos aquellos recuerdos.

Por lo menos medía un metro ochenta. Tenía los hombros cuadrados y encajaban perfectamente dentro de la camisa azul que llevaba. También llevaba unos pantalones marrones que no escondían los músculos de unas piernas largas y proporcionadas. Su cara tenía unos rasgos marcados y angulosos. Una fuerte mandíbula, una nariz recta y una piel bronceada. Se le podía considerar un espécimen muy guapo y era obvio que también era increíblemente sexy. En términos sexuales no se le podía pedir más.

–¿Señorita Foster?

–Sí, pero… –antes de que pudiera explicarle que ella era una señorita Foster, pero no la que él estaba buscando, para su asombro aquel hombre entró decididamente en el recibidor del piso de su hermana y pasó directamente al salón.

–¿Hola? –gritó él sin obtener respuesta.

–¿Qué cree qué está haciendo? –preguntó ella mientras iba de tras de él. Se detuvo para poder inhalar su embriagadora fragancia.

–¿Está él aquí? –soltó aquella brusca pregunta por encima del hombro. Estaba con los brazos cruzados mirando a su alrededor de una forma ofensivamente crítica.

–¿Está quién aquí? –preguntó Lucy intentando calmarse. Era un maleducado y un arrogante, pero también era peligroso. Su corazón empezó a latir con fuerza. Nunca, hasta aquel momento, se había topado con nadie que reuniera tan perfectamente todos los elementos que configuraban el peligro en un hombre. Tampoco comprendía por qué el peligro era algo que excitaba a muchas mujeres. Ella se humedeció los labios con la lengua e intentó que su imaginación no echara a volar. Lo miró de reojo a la boca y pudo ver que aquel hombre era un intenso animal sensual.

Sintió un cosquilleo en la boca del estómago mientras lo veía cómo la ignoraba al tiempo que seguía escudriñando aquel pequeño salón.

Se dio la vuelta bruscamente.

–¿Estás sola?

Lucy había leído en alguna parte que frente a un animal peligroso lo último que había que hacer era demostrar que se tenía miedo. Esperando que no se le notara su aprensión, levantó un poco la barbilla antes de hablar.

–Mi marido vendrá en cualquier momento –dijo. Normalmente se ruborizaba cuando mentía, pero sorprendentemente aquella vez no ocurrió.

–¡Marido! –los fuertes músculos de su garganta se sacudieron visiblemente.

Aquella cara, que podía haber estado esculpida en piedra, se quedó perpleja y sus ojos de azul eléctrico la miraron fijamente. Ella encontró aquello muy molesto, pero era incapaz de retirar la mirada. Involuntariamente retrocedió un paso, apoyando la espalda contra la pared.

Él se pasó las manos por el pelo, frustrado e impotente.

–¿Es esto realmente necesario? –preguntó ella mientras él seguía estudiándola.

–Sí, sí lo es –soltó bruscamente.

–Bueno, si no le importa, me gustaría que demostrase un poco más de autocontrol.

Él la miró cómo si no se pudiera creer lo que acabara de escuchar.

–¿Te gustaría? Bueno, pues a mí me gustaría que le quitases las manos a mi hermano de encima.

–¿Su hermano? –repitió ella atónita.

Él echó la cabeza hacia atrás exponiendo totalmente su cuello.

–¡Dios mío! No me puedo creer que él sea tan estúpido… ¿por qué no habrá podido esperar? Lo mataré –exclamó él violentamente.

Su expresión era inexplicablemente acusadora y hostil, y Lucy sintió una necesidad irracional de defenderse. El problema era que ella no tenía ni la más remota idea de lo que se suponía que había hecho.

Él suspiró.

–No, él no ha podido hacerlo, estás mintiendo –dijo muy seguro de sí mismo.

–No estoy mintiendo.

Él sonrió maliciosamente.

–En ese caso, lo esperaré –contestó mientras convertía su sonrisa en una mueca burlona–. ¿Te importa si me siento?

Lucy apretó los dientes enfadada.

–Sí, de hecho me importa y mucho –gritó, tomando una figurita de bronce del aparador y levantando la mano.

Una ceja marrón se arqueó interrogante e irónica; sus ojos la miraban fijamente.

Capítulo 2

 

A PESAR de que su corazón estaba latiendo violentamente dentro de su pecho y de que le temblaban las rodillas, Lucy alzó la barbilla y le devolvió la mirada al intruso, desafiante.

–Estoy preparada para usar esto –le advirtió ella, respirando profundamente para llenar su pecho de oxigeno.

–Puedo verlo –observó él.

Seguía mirándola. Notó que respiraba violentamente porque pudo ver subir y bajar su pecho. Sin necesidad de poner la mano sobre su corazón, algo que naturalmente no tenía ninguna intención de hacer, él pensó que la palma de su mano cubriría perfectamente uno de sus pechos, casi podía sentir el latido salvaje de aquel corazón.

Algo cercano a la admiración pasó por su cabeza al ver la frialdad con la que se defendía la novia de su hermano. Aquello la hizo distinta a Mia y Jasmine. Pero que ella tuviera valor no justificaba que Connor se hubiera casado con ella.

–Si no se va en este preciso instante, llamaré a la policía –dijo ella mientras se acercaba al teléfono con la figurita en alto.

–Escucha, no era mi intención asustarte…

Lucy se encontró mirando fijamente aquellas enormes manos. Eran grandes y fuertes, como el resto de él, con los dedos largos… Apartó la mirada cuando sintió que su estómago volvía a encogerse.

–Bueno, naturalmente saber eso me deja mucho más tranquila –dijo con ironía.

Obviamente ella no estaba apreciando el esfuerzo que él estaba haciendo por ser simpático. Finn se hubiera apostado todo el dinero del mundo a que ella nunca había utilizado aquel tono con su hermano Con.

–Estoy indefenso –dijo él fijándose en sus labios pintados provocativamente de rojo. De pronto, se sintió menos exasperado con su hermano pequeño; estaba bastante clara la razón por la que se había enamorado tan profundamente de Anne Foster.

–¡Indefenso! –«indefenso como un tiburón», pensó ella–, y ¿espera que me lo crea? Pues para alguien que no quiere asustar a nadie, tiene una forma muy particular de entrar en las casas –añadió sujetando la figurita contra el pecho.

–Mira, puedes hacer lo que quieras, pero voy a encontrarlo.

Lucy sintió, por un momento, simpatía hacia aquel hombre.