Dos vidas diferentes - Julia James - E-Book

Dos vidas diferentes E-Book

Julia James

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Beschreibung

El magnate italiano necesitaba una esposa... y estaba dispuesto a pagar por ella. El millonario Rafaello di Viscenti estaba furioso por el ultimátum de su padre, por eso prometió casarse con la primera mujer que viera... que resultó ser Magda, una madre soltera a la que le costaba llegar a fin de mes. La proposición de matrimonio de Rafaello iba acompañada de una importante compensación económica, así que Magda no tenía elección. Sólo tenía que pasar seis meses siendo la esposa de Rafaello, después podría marcharse. Pero los planes no siempre salían como uno quería...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Julia James. Todos los derechos reservados.

DOS VIDAS DIFERENTES, Nº 1509 - Noviembre 2013

Título original: The Italian’s Token Wife

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3882-6

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

¿Cómo que no vas a firmar?

Rafaello di Viscenti miró a la mujer tumbada en su cama. Era una rubia voluptuosa, con el cabello rizado y unos ojos azules celestiales. Su cuerpo desnudo estaba ligeramente cubierto por el edredón.

Amanda Bonham cruzó las piernas sobre el edredón y lo miró fijamente.

–Ese acuerdo prenupcial es de mal gusto –le dijo con un mirada llena de coquetería.

Rafaello se puso serio.

–Tu abogado y tú estabais de acuerdo en todo, repasamos las condiciones juntos. ¿Por qué has cambiado de opinión?

Amanda sonrió.

–Raf, cariño, ese contrato no es necesario. ¿Acaso lo de anoche no fue suficiente para que te dieras cuenta? –su tono se había vuelto seductor–. Puedo hacer que sea tan bueno como anoche... Todas las noches.

Amanda se volvió a recostar mientras dejaba que el edredón se deslizara para destapar un pecho.

–Puedo hacerlo incluso ahora mismo –lo miró de arriba abajo con unos ojos llenos de deseo. Aquella mirada parecía desnudarlo por completo.

Rafaello la miró molesto; se había vuelto inmune a los encantos de Amanda; ya había disfrutado de ellos durante aquella noche y había tenido bastante.

–No tengo tiempo para esto, Amanda. Tú limítate a firmar el contrato como prometiste –cuando se enfadaba el acento italiano era mayor.

La seductora mirada de Amanda desapareció.

–No –replicó ella muy seria mientras se destapaba con brusquedad–. Si quieres casarte conmigo hazlo sin ese ridículo acuerdo prenupcial.

Rafaello maldijo en voz baja, aquella situación lo estaba enfadando mucho.

–Amanda, cara –comenzó a decir con toda la paciencia de la que era capaz–. Ya te he explicado cómo son las cosas. Sólo quiero una mujer temporalmente. Tú accediste a ello sin ningún tipo de presión, nunca he pretendido engañarte. Quiero una mujer durante seis meses y después un divorcio tranquilo. A cambio me haré cargo generosamente de tus gastos durante medio año, después de un breve viaje a Italia, y en el divorcio te daré una generosa cantidad ya acordada. ¿Capisce?

–¡Por supuesto que tecapisce! –el tono de Amanda se había vuelto duro–. ¿Pero ahora entiéndeme tú a mí! ¡Sólo firmaré si me das el doble de lo acordado!

Rafaello se quedó estupefacto. Todo estaba claro ya: Amanda Bonham era una mujer encantadora, pero el dinero era su debilidad.

Sin embargo él no permitía que nadie lo manipulara, ni aquella avariciosa mujer, ni su predittione padre. Nadie.

La cara de Rafaello se volvió impasible.

–Peor para ti –su tono también permanecía impasible. Cualquier persona que conociera a Rafaello en los negocios habría sabido que aquél era el momento de ceder si seguía interesado en llegar a un acuerdo con él. Sin embargo Amanda no era tan lista.

–Me parece que no tienes opción, Rafaello, cara –le dijo mientras lo miraba con astucia–. Necesitas una mujer rápidamente, y lo entiendo, pero no me obligarás a firmar un absurdo contrato prenupcial.

Él se encogió de hombros.

–Tú decides –después la miró–. Pediré un taxi.

Atravesó a habitación y buscó el móvil. Amanda se levantó de la cama y se acercó a él.

–Espera un momento... –empezó a decir.

Rafaello no le hizo caso y siguió marcando.

–Ya no hay acuerdo posible, cara. Será mejor que te vistas.

Ella lo agarró del brazo.

–No puedes hacerme esto, me necesitas.

Rafaello se soltó como si ella fuera una mosca molesta.

–Te equivocas –su tono era categórico–. ¿Joe? ¿Puedes pedir un taxi? Que esté listo dentro de diez minutos.

Cuando terminó de hablar miró a la mujer rubia, que permanecía desnuda y de pie junto a él. Después guardó el móvil en el bolsillo con naturalidad.

–Puedes darte una ducha si quieres, pero date prisa.

Él se giró y se dirigió a la puerta de la habitación.

–¿Y cómo pretendes conseguir a una mujer en tan poco tiempo? –le espetó ella.

–Me casaré con la primera mujer que vea –le contestó impasible antes de abandonar el apartamento.

Magda se ajustó los guantes de goma y se dispuso a limpiar el baño. Estaba agotada. Benji se había pasado dos horas despierto, todavía no dormía ni una sola noche del tirón. Por lo menos dormía, pensó ella mientras limpiaba las baldosas de porcelana y se apartaba un mechón de pelo de la cara.

De repente frunció el ceño. No iba a poder mantener aquel trabajo durante mucho tiempo. Cuando su hijo era un bebé fue fácil trabajar llevándolo consigo, pero desde que había empezado a gatear era más difícil vigilarlo. Al niño le gustaba moverse y explorar, pero en los apartamentos donde limpiaba Magda todo era tan caro y delicado que no podía dejarlo corretear.

Pensó en el tipo de trabajo que podría hacer con un niño de aquella edad a su cargo. No tenía sentido contratar a nadie para que lo cuidara ya que el dinero que ella ganara tendría que gastárselo en pagar a esa persona. También había pensado en cuidar de su hijo y de otros niños en su casa, pero vivían en un lugar oscuro, pequeño y húmedo donde ella intentaba permanecer lo menos posible.

Sonrió con ternura. Benji era la luz de su vida, la alegría de su corazón, su hijo...

Él se merecía todo, todo lo mejor. Era lo más importante de su vida, pero no podía hacer nada más por él, no podía darle nada más de lo poco que le daba.

Rafaello atravesó el salón y se dirigió a las escaleras del dúplex. Estaba furioso con Amanda por fallarle de aquella manera, y estaba también furioso con su padre por ponerlo en una situación tan complicada.

¿Por qué su padre no podía aceptar que no podía obligarlo a casarse con su prima Lucia para que ella consiguiera por fin el marido rico que tanto anhelaba? Era una mujer muy bella, sí, pero era ambiciosa, egoísta y tenía muy mal genio, aunque el padre de Rafaello no conocía aquella parte de ella. Lucia había sabido mostrarse ante el padre de Rafaello como la mujer perfecta para su hijo. Cuando las órdenes y las lamentaciones de su padre no dieron fruto, apareció el chantaje. Su padre lo amenazó con vender su parte de la empresa Viscenti AG. Dio, Lucia sabía cuáles eran los puntos débiles de un hombre. Ella sabía que su padre deseaba que su hijo heredara la empresa y que Rafaello quería que la empresa siguiera siendo de la familia. Lucia era una gran estratega.

Las últimas palabras que su padre le había dicho antes de partir eran imposibles de olvidar.

–Quiero que te cases o vendo mi parte de la empresa. Y no pienses que no lo haré porque sabes que soy capaz. Pero... –el tono de su padre se había vuelto malicioso–. Preséntame a tu futura esposa antes de que cumplas treinta años y te daré la empresa ese mismo día.

Rafaello le presentaría a su padre a su futura esposa el día de su cumpleaños. Pero no sería la esposa que su padre estaría esperando...

Sería una esposa que haría que su padre tuviera que cumplir su palabra, pero nada más.

Se enfureció aún más. Amanda Bonham era la mujer perfecta para presentar a su padre, hubiera sido un castigo ideal para el injusto chantaje de su padre. Ella habría hecho que la tensión arterial de su padre aumentara varios puntos. Una mujer despampanante, educada, elegante y a la que sólo le preocupaba su aspecto y el dinero.

Pero ella había dado marcha atrás y él tenía que volver a empezar de cero. Tenía que buscar a una mujer que fuera capaz de enfurecer a su padre y borrara la maliciosa sonrisa de la cara de Lucia. Frunció el ceño. No se arrepentía de haberse negado a aceptar el trato con Amanda, pero conseguir una mujer en tan sólo unas semanas iba a resultarle muy difícil incluso a él.

Bajó las escaleras mientras pensaba en la forma de solucionar todo aquello y cuando llegó al piso inferior se detuvo en seco.

Había un niño dormido en el pasillo.

Magda terminó con el lavabo y se dispuso a limpiar la bañera. Los baños de los pisos de lujo eran fáciles de limpiar, siempre estaban inmaculados aunque había siempre muchos.

Se distrajo durante unos segundos pensando en cómo sería vivir en un lugar como aquél. Tener tanto dinero como para tener un piso de dos plantas con vistas al Támesis y con un balcón tan grande como un jardín. Magda pensó que la gente rica era realmente diferente.

Aunque ella no solía ver a los que vivían allí: a la gente de la limpieza sólo les dejaban entrar cuando los que vivían allí no estaban.

–¿Qué está haciendo aquí? –Aquella repentina voz asustó a Magda e hizo que derramara parte del líquido viscoso que usaba para limpiar el baño. Magda soltó un leve grito y se dispuso a limpiarlo rápidamente–. Le estoy hablando, ¡contésteme!

La persona que se dirigía a ella parecía cada vez más enfadada y Magda se giró.

En la puerta había un hombre que la miraba fijamente, Magda lo miró, pero no podía dejar de pestañear. Estaba horrorizada. Se suponía que el piso estaba vacío, el portero se lo había dicho. Sin embargo frente a ella había un hombre que no parecía nada cercano a un empleado.

Y aquel hombre estaba furioso. Ella se limitó a seguir limpiando.

–Lo lamento mucho, señor –logró decir. Sabía que ante una persona como aquélla su tono debía ser servicial, aunque no era culpa suya que el portero estuviera mal informado–. Me dijeron que podía limpiar aquí esta mañana.

El hombre se puso aún más serio.

–Hay un niño en el pasillo –le informó él.

Magda observó a aquel hombre y se dio cuenta de que no era británico. Era demasiado moreno para serlo, y además tenía un leve acento extranjero. ¿Español quizá? ¿Italiano?

–¿Y bien? –insistió él.

Magda se levantó como pudo del suelo. No podía seguir hablando desde allí abajo.

–Es mi hijo –logró decir.

Algo parecido a un arranque de furia pareció recorrer la mirada de aquel hombre.

–Ya me he imaginado pero, ¿qué está haciendo aquí? Éste no es un buen lugar para un niño.

Para Rafaello estaba claro que un niño de aquella edad debía estar en casa y no acompañando a su madre a aquella hora del día. Estaba claro que aquella mujer era una madre irresponsable.

–Lo lamento mucho –repitió ella. Deseaba calmar el enfado de aquel hombre. Estaba claro que le desagradaba ver a un niño en su piso inmaculado. Recogió su material de limpieza, miró a su alrededor para asegurarse de que el baño estaba bien y se dirigió a aquel hombre–. Me voy ahora mismo, señor. Lamento haberlo molestado.

Ella se acercó a la puerta y pasó muy cerca de él. Aquello la hizo sentirse incómoda ya que él era todo elegancia y estaba claro que acababa de salir de la ducha. Ella sin embargo llevaba varias horas limpiando y estaba sudada. Debía de oler mal, y se apresuró a tomar a Benji en brazos y dio gracias a Dios de que siguiera dormido.

–¡Espere! –le gritó él.

Aquello parecía una orden y ella se detuvo y se giró para mirarlo.

Aquel hombre la miraba fijamente.

Magda se quedó inmóvil, como si fuera un animal que acababa de caer en una trampa.

Deseó que Dios la ayudara. ¿Qué querría aquél hombre?

Rafaello miró detenidamente a aquella mujer.

Era una mujer corriente, con facciones normales y pelo de color marrón oscuro. Además, estaba algo sucia y sudada. Parecía tener cerca de veinte años.

Se fijo en sus manos. Llevaba guantes de goma puestos y él frunció el ceño y volvió a fijarse en su cara. Lo estaba mirando fijamente y parecía muy preocupada.

–No hay razón para que te escondas –le dijo suavizando su tono a propósito, aunque sus palabras no parecieron calmarla demasiado. Él se acercó un poco a ella–. ¿Estás casada?

El tono de sus palabras recuperó su brusquedad habitual: él no quería que fuera así, pero no podía controlarlo. La idea que se le acababa de ocurrir era de locos, pero se le había ocurrido...

Ella lo miró estupefacta, como si le hubiera preguntado algo difícil de entender.

–¿Y bien? –volvió a preguntar.

Aquella mujer negó con la cabeza, aunque seguía mirándolo perpleja. Él la miró con más atención. No estaba casada... Él ya lo había intuido, a pesar del bebé.

Rafaello miró al niño. No era muy bueno calculando la edad de los niños, pero éste parecía bastante grande, demasiado grande para la sillita. El niño tenía el pelo negro y seguía durmiendo plácidamente.

Un niño era algo bueno, a pesar de lo irresponsable que parecía la madre. Y el aspecto de ella también estaba bien, se dijo Rafaello mientras la volvía a observar detenidamente. Ella seguía asustada.

–¿Novio? –preguntó él de nuevo.

Ella lo miró aún más sorprendida y negó con la cabeza. Rafaello se dio cuenta de que la mujer se estaba acercando a la puerta cada vez más. Él frunció el ceño. ¿Por qué estaba tan asustada?

–Quiero hacerle una oferta de trabajo.

Ella lo miró aún muy asustada y Rafaello se dirigió a la puerta de la cocina y la mantuvo abierta.

–Pasemos a la cocina –le indicó.

–¡Tengo que irme! –dijo ella con un tono tembloroso–. Lo lamento mucho.

Rafaello volvió a fruncir el ceño. En aquel preciso momento se oyó un portazo procedente de la segunda planta. Segundos después vieron a Amanda bajar por las escaleras. Bajó con rapidez, a pesar de los tacones de aguja y la minifalda que llevaba. Cuando los vio a los dos se le iluminó la cara y sonrió.

–Raf, cariño –dijo muy complacida–. Ya veo que cumples tus amenazas, así que la primera mujer que veas, ¿no? Y esto es lo que has conseguido, qué mala suerte...

El hombre se puso rojo de furia y se dirigió a aquella mujer.

–En efecto, Amanda, cara, y es perfecta para mí.

Ella lo miró con una mezcla de furia e incredibilidad.

–No lo dirás en serio...

Rafaello se limitó a mirarla fijamente con una expresión burlona.

–El taxi te espera en la puerta, cara, es hora de que te vayas.

La mujer se quedó allí durante unos segundos. Parecía muy enfadada. Después apartó a Magda de su camino y se dirigió a la puerta muy decidida.

–¡Espere! –gritó Magda. Después se apresuró detrás de ella. ¿Por qué querría aquel hombre saber si tenía marido o novio? Las posibles respuestas la asustaban, no había ninguna buena razón posible. Conocía muchas historias de hombres a los que les gustaba forzar a mujeres aprovechándose de su precaria situación laboral.

–Apártate de mí, ser asqueroso –replicó la mujer mientras abandonaba la casa muy enfadada. Magda intentó salir también, pero alguien le cortó el paso.

–Le he dicho que quiero hacerle una oferta de trabajo. Tenga la amabilidad de escucharme por lo menos. Tal vez le interese.

Magda lo miró aterrorizada. Sus sospechas parecían ciertas: aquel hombre parecía querer hacerle un proposición indecente.

–No, gracias, no hago ese tipo de trabajos.

El hombre volvió a fruncir el ceño.

–No sabe qué le voy a proponer –le contestó con brusquedad.

–Sea lo que sea, yo no hago ese tipo de trabajos. Yo me dedico a limpiar, es lo único que hago –su tono era tembloroso–. Por favor, déjeme marchar. Yo sólo limpio. Es lo único que hago.

La expresión del hombre se suavizó, como si de repente hubiera entendido por qué ella estaba asustada.

–Creo que me ha malinterpretado –su tono era frío–. La oferta de trabajo no tiene nada que ver con el sexo.

Magda se quedó mirándolo fijamente. Era un hombre muy atractivo y ella se dio cuenta de que alguien como él nunca le propondría algo así a una mujer como ella. Al verse a través de los despectivos ojos de él, se sintió repentinamente muy pequeña.

De repente sintió cómo alguien le quitaba el material de limpieza de las manos.

–Entre en la cocina y le explicaré todo –dijo él.

Magda se sentó en una de las banquetas de la barra de la cocina. Seguía muy asustada. Parecía un milagro, pero Benji seguía dormido en su sillita.

–¿Podría... repetirme su proposición? –se atrevió a preguntar Magda.

–Le pagaré cien mil libras si acepta casarse conmigo durante seis meses, y cuando termine ese periodo de tiempo nos divorciaremos por acuerdo mutuo. Tendrá que hacer un viaje conmigo a Italia por razones... legales. Después regresará aquí y yo la mantendré. El día de nuestro divorcio recibirá cien mil libras, ni un penique más. ¿Lo ha entendido?

Lo único que Magda podía entender era que aquel hombre estaba loco.

Pero no era el momento de decirle algo así a aquel hombre. Se sentía muy incómoda en la cocina con él. Y no sólo por la absurda proposición que él le acababa de hacer.

También se sentía incómoda porque aquel hombre era el hombre más atractivo y sensual que había visto en su vida. Incluso los de las revistas parecían hombres corrientes comparados con el hombre que estaba delante de ella. Tenía rasgos suaves y elegantes, muy italianos, y algo en su cara que hacía que su hermosa cara no pareciera tan dura. Era un hombre terriblemente atractivo.

–¿No me cree, verdad?

Aquella pregunta interrumpió sus observaciones. No podía dejar de mirarlo y abrió la boca para hablar y después la volvió a cerrar.

Él sonrió ligeramente: era una sonrisa desprovista de humor, pero aun así provocó algo extraño en Magda. Ella no tuvo tiempo de descubrir de qué se trataba porque enseguida él volvió a hablar.

–Yo mismo entiendo que esta situación puede resultar extraña pero... –Rafaello apoyó las manos en la barra de la cocina y Magda se dio cuenta de lo bellas que eran–. En realidad necesito una esposa con urgencia por un motivo muy concreto. Quizá debería señalar que el matrimonio será tan sólo aparente. ¿Tiene usted pasaporte?

Magda negó con la cabeza. Él pareció ligeramente molesto, pero después hizo un gesto como para quitarle importancia.

–No importa, eso es fácil de arreglar. ¿Y qué hay del padre del niño? ¿Está presente en sus vidas?

Magda intentó buscar una respuesta para aquella pregunta, pero no la encontró.

–Ya me imaginaba yo –volvió a hablar él–. Pero es casi mejor, así no interferirá –aquel hombre parecía estar tomando una decisión definitiva–. No veo ningún obstáculo posible a mi proposición, está claro que es la persona ideal.

Magda se quedó estupefacta. Aquel hombre estaba decidiendo por ella, estaba arrastrándola a hacer algo como si ella no tuviera ni voz ni voto. Tenía que detener aquella situación de inmediato, todo era demasiado absurdo.

–Por favor –logró finalmente decir–. No soy la persona que está buscando, y lo lamento pero me tengo que ir ahora mismo. Tengo que limpiar otros pisos y ya voy retrasada.

En realidad aquél era el último piso que tenía que limpiar, pero él no tenía por qué saber aquello.

–Si acepta mi proposición no volverá a limpiar pisos nunca más. Podrá vivir con cierta holgura económica durante varios años si actúa con prudencia y sabe administrarse lo que le voy a dar.

Magda se sentía muy ofendida. Aquel hombre parecía despreciarla, era como si pensara que era de otra especie. Aunque aquel sentimiento se mezclaba con otro aún más poderoso.

La idea le tentaba.

La idea de tener cierta estabilidad económica era muy atrayente.

De repente pensó en la proposición. ¿Cuánto había dicho aquel hombre? ¿Cien mil libras? Era demasiado dinero para su imaginación. Con aquel dinero podría mudarse a Londres, comprarse un piso, incluso una pequeña casa, y dejar de depender de las ayudas del gobierno, podría dejar de trabajar y cuidar de Benji, podría hacer planes para el futuro.

Durante unos segundos se imaginó a sí misma y a Benji viviendo en una pequeña casa con jardín y vecinos encantadores. Un lugar decente donde podría darle una infancia feliz y tranquila.

Sintió un enorme deseo de darle todo eso a su hijo: estabilidad, un lugar donde jugar tranquilo... Un hogar de verdad.

Rafaello la miraba atentamente y se dio cuenta del cambio de expresión. Había sido duro convencerla, pero iba por buen camino, lo notaba en la mirada de ella. Cuanto más esfuerzo le costaba convencerla más se daba cuanta de que aquella mujer era la mujer adecuada.

Dio, pero a su padre seguramente le daría un infarto cuando le presentara a aquella mujer que se ganaba la vida limpiando baños y que era madre soltera. Una mujer tan corriente como cualquier otra. Aquello le enseñaría a no inmiscuirse en su vida...

Magda vio la mirada triunfante en los ojos de aquel hombre y se arrepintió de haber considerado la oferta. Debía de estar loca si contemplaba la posibilidad de aceptar una proposición tan absurda. Era una idea ridícula, absurda...

–Tengo que irme –se apresuró a decir mientras se ponía de píe. De repente Benji se despertó y comenzó a lloriquear. Magda se acercó a él y le acarició la mejilla y el niño dejó de llorar–. Todo va bien, Benji, mamá está aquí.

El niño dejó de llorar y alzó la mano para acariciar la mejilla de su madre. Después empezó a moverse nervioso para intentar librarse de las ataduras que lo mantenían sentado en la silla.

–Todo va bien, cariño, ya nos vamos –Magda lo tomó en brazos con una mano y con la otra recogió el material de limpieza–. Yo misma cerraré la puerta –le dijo al hombre que acababa de proponerle matrimonio y que la miraba enfadado desde el otro lado de la barra americana.

–Cien mil libras y no tendrá ni que limpiar ni que llevar a su hijo consigo de esta forma. No es forma de criar a un niño.

–Esto no es real –dijo ella de repente–. No puede serlo, es una idea absurda.