E-Pack Bianca enero 2023 - Melanie Milburne - E-Book

E-Pack Bianca enero 2023 E-Book

Melanie Milburne

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Beschreibung

Pack 334 La otra hermana Melanie Milburne Su vida no volvería a ser la misma… Un final feliz Cathy Williams ¡Una semana con sorprendentes consecuencias! En brazos de su jefe Joss Wood ¡No podía sentirse atraída por su jefe! Empezar otra vez Maisey Yates Las noches de pasión que había olvidado… y el multimillonario que la reclamaba.

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Seitenzahl: 725

Veröffentlichungsjahr: 2023

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca, n.º 334 - enero 2023

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-667-2

Índice

 

Créditos

La otra hermana

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Un final feliz

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

En brazos de su jefe

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Empezar otra vez

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ELSPETH miró alarmada a su gemela.

–¿Qué dices que quieres que haga?

–No sería la primera vez que eres dama de honor –Elodie puso la mirada en blanco–. Será como…

–La única vez que fui dama de honor, la novia no apareció –interrumpió Elspeth–. ¿O ya has borrado por completo a Lincoln Lancaster de tu mente?

–Eso fue hace siglos –Elodie hizo un gesto de desprecio–. Nadie se acuerda ya –miró con expresión de cachorrito suplicante–. ¿Lo harás? ¿Ocuparás mi lugar durante el ensayo de la boda en las Highlands de Escocia? Siempre has querido ver de dónde vienen nuestros antepasados. Llegaré a tiempo para la boda, nos cambiaremos y tú podrás marcharte sin que nadie lo descubra.

–¿Y por qué no puedes estar allí? ¿Qué puede haber tan importante que te impida pasar el fin de semana con tu amiga?

–En realidad Sabine no es tan amiga –contestó Elodie–. Solo me ha pedido que sea su dama de honor por mi fama como modelo de lencería. Le gusta rodearse de influencers. Solo nos hemos visto unas cuantas veces, por eso no se notará que nos hemos intercambiado.

Elspeth contempló el rostro hermosamente maquillado de su gemela, su perfecto peinado y manicura. Eran gemelas idénticas, pero vivían en mundos totalmente diferentes. El de Elodie era exótico y excitante. El de Elspeth pequeño, seguro y tranquilo… todo lo que podía ser cuando se sufría una potencialmente mortal alergia a los cacahuetes. Elspeth quería ayudar a su hermana. Siempre se habían apoyado, pero no se habían cambiado la una por la otra desde niñas. No se le daba bien socializar y fuera de su ambiente era agónicamente tímida.

Sin embargo, la oportunidad de visitar Escocia, el lugar de origen de sus antepasados, era tentadora… sobre todo sin la irritante presencia de su sobreprotectora madre.

Pero…

Así era su vida, una sucesión de «peros», e «y si…». Se había perdido muchas actividades habituales que sus compañeros daban por sentadas. Su mundo se había reducido mientras el de su hermana se expandía. El miedo de su madre por la vida de Elspeth se había vuelto patológico. Cierto que había vivido algunos horribles momentos durante su infancia y adolescencia en los que había entrado accidentalmente en contacto con cacahuetes. Su primera cita había sido memorable. Un beso había bastado para tener que ser llevada al hospital en ambulancia. Nada divertido. Salir de su zona de confort implicaba un potencial peligro. ¿Y si se le acababa el EpiPen o no llegaba a tiempo al hospital? ¿Y si hacía el más absoluto ridículo?

–No sé…

Elodie saltó del sofá, su expresión cargada de reproche como solo podía mostrar una hermana diez minutos mayor que ella.

–¿Lo ves? Siempre lo haces.

–¿Qué hago? –Elspeth la miró perpleja.

–Te limitas. Dices que no cuando en el fondo quieres decir que sí –Elodie deslizó una mano por la larga y rizada melena pelirroja–. Lo haces por culpa de la sobreprotección de mamá. Pero tienes que salir más, Els. Tienes que demostrarle a mamá que puedes arreglarte sola, y esta es la ocasión perfecta. No tienes vida fuera de tu trabajo en la biblioteca. No has tenido una cita desde los dieciocho años. Pasas sola casi todo el tiempo. ¿No te apetece ver cómo viven los otros? ¿Divertirte un poco? ¿Ser atrevida y espontánea?

Elspeth sabía que había algo de verdad en las palabras de su hermana, una verdad a la que llevaba años evitando enfrentarse. Su mundo era demasiado pequeño y, últimamente, sentía que las paredes se encogían todavía más. Pero eso no significaba que ponerse los zapatos de tacón de su hermana durante veinticuatro horas en las Highlands de Escocia fuera una buena idea.

–No has contestado a mi pregunta. ¿Qué hay tan importante que no puedas asistir tú misma al ensayo de la boda?

Elodie se sentó en el sofá frente a Elspeth y la miró con ojos brillantes.

–Porque tengo una reunión ultrasecreta en Londres para una posible inversión financiera para lanzar mi propia marca. Esta podría ser mi única oportunidad –su expresión se tornó repentinamente sombría–. Pero no quiero comprometer mi actual contrato si se descubre que estoy pensando en marcharme. Quiero que todo esté bien atado antes de presentar mi renuncia.

Elspeth entendía el deseo de su gemela de dejar de ser modelo de lencería. Siendo ella tan introvertida, no se imaginaba nada más aterrador que caminar por una pasarela llevando únicamente unas braguitas y un sujetador o un bikini. Pero su extrovertida hermana parecía, hasta entonces, disfrutar de los focos, la fama y los viajes habituales a lugares exóticos para las sesiones de fotos. Cada vez que Elodie subía un nuevo bikini a su cuenta de Instagram, las ventas se disparaban. Elspeth, por su parte, no estaba en ninguna red social… ni tenía bikini.

¿Tanto daño le haría salir de su zona de confort durante veinticuatro horas? ¿Cambiarse por su hermana el tiempo suficiente para ver cómo era la vida al otro lado? Sería solo para el ensayo.

–¿Conoces a alguien más que vaya a asistir a la boda? Me refiero a aparte de la novia.

–Puede que un par de conocidos –Elodie evitó mirar a Elspeth a los ojos.

Elspeth se irguió en el asiento sintiendo un escalofrío en la espalda.

–Pero ¿y si alguien se da cuenta de que no soy tú?

–¿Cómo se van a dar cuenta? –preguntó Elodie–. Fuiste tú quien insistió en que jamás mencionara que tenía una gemela idéntica cuando empecé mi carrera de modelo. Lo más que he dicho en alguna entrevista es que tengo una hermana menor, pero no cuántos años menor. Tu intimidad permanecerá intacta porque todos pensaran que soy yo. Y como no estás en las redes sociales y te educaste en casa, no existe ninguna foto de las dos juntas y nadie podrá establecer la conexión. Nuestro secreto estará a salvo. Confía en mí.

–¿Y en tu boda? –insistió Elspeth–. Algunas fotos fueron filtradas, ¿recuerdas? Y todos querían hablar conmigo porque pensaban que yo debía saber que ibas a abandonar a Lincoln. Estoy segura de que fui mencionada como tu gemela en al menos un par de artículos.

Elodie se mordisqueó el labio inferior durante unos segundos y frunció ligeramente el ceño. Pero su expresión regresó rápidamente al modo «lo tengo todo controlado».

–Eso pasó tan al principio de mi carrera que nadie lo recordará. Por aquel entonces Lincoln era mucho más famoso que yo.

–¿Y si alguien ha estado investigando? En cuanto apareces en internet, te quedas en internet.

–Te preocupas demasiado.

Elspeth tenía buenos motivos para no desear ninguna exposición mediática por culpa de la carrera de su hermana. Elodie siempre había resaltado su aspecto, encantada de ser el centro atención. Pero ella había hecho todo lo contrario, para evitar la atención que tanto ansiaba su hermana. No soportaba la idea de ser perseguida por docenas de paparazis que dirigían sus cámaras sobre su rostro, confundiéndola con Elodie. No soportaba la idea de que su vida privada se convirtiera en carne de revistas de cotilleos.

No soportaba ser comparada con su alegre gemela… y descubrirse inferior.

Elspeth no era encantadora y alegre, no era una mariposa social, era una polilla.

Pero la perspectiva de fingir ser su gemela durante veinticuatro horas avivó una extraña excitación en ella. Era la oportunidad de salir de su capullo de algodón. El capullo en el que la había envuelto su madre desde que sufriera su primer shock anafiláctico a los dos años. Pero ya no tenía dos años. Tenía veintiocho, y estaba harta de tanta sobreprotección. Mudarse a su propio apartamento un mes atrás había sido el primer paso hacia una mayor autonomía. Quizás esa sería otra ocasión para demostrarle a su madre que podía moverse por el mundo sin ponerse en peligro de muerte.

–De acuerdo… –Elspeth cruzó los dedos mentalmente–. Hagámoslo.

–¡Sí! –Elodie abrazó a su hermana con fuerza y casi la levantó del suelo–. Gracias. Gracias. Gracias. Jamás podré agradecértelo lo suficiente –besó ruidosamente la mejilla de Elspeth–. Muac.

Elspeth hizo una mueca mientras se despegaba los tentáculos de su hermana del cuerpo.

–Reserva tu agradecimiento para cuando la farsa haya terminado. No quiero que me gafes.

–Estarás genial. ¿Recuerdas cuando nos cambiamos a los diez años en una de nuestras visitas a papá? No lo descubrió en todo el fin de semana.

–Ya, bueno, eso dice más de papá que de nuestras habilidades como actrices, aunque tu representación del ratón de biblioteca fue fantástica –todo un logro por parte de su gemela, que padecía dislexia y evitaba leer siempre que podía. Elspeth, en cambio, leía desde los cuatro años y, dado que había sido educada en casa por su madre, su mundo siempre había girado en torno a la lectura. Su puesto como archivera de biblioteca era el trabajo de sus sueños, en el que la pagaban por hacer lo que más le gustaba.

–Me aburrí mortalmente –Elodie rio–, y casi me quedo bizca intentando entender las palabras. Prefiero las revistas de cotilleos.

–¿Aunque aparezcas en ellas?

–Sobre todo cuando aparezco en ellas –los ojos de Elodie brillaron.

–Pues a mí no se me ocurre nada peor –Elspeth puso los ojos en blanco.

 

 

Mack MacDiarmid supervisaba atentamente los preparativos de la boda que tendría lugar en su finca campestre, Crannochbrae. Las bodas no eran lo suyo, pero su hermano pequeño, Fraser, quería casarse en casa y no iba a reparar en gastos. Que su problemático hermano por fin sentara la cabeza era algo digno de celebrar. Mack había pasado muchos años preocupándose por la tendencia de Fraser a la irresponsabilidad, pero la prometida de Fraser, Sabine, había aparecido en el momento justo y Mack esperaba que le aportara a su hermano la estabilidad que necesitaba. Hasta el momento había hecho milagros, pero el cínico que Mack llevaba dentro contenía la respiración.

El jardín donde se oficiaría la ceremonia estaba esplendoroso. Las glicinias estaban en flor y llenaban el aire con su dulce fragancia. El castillo había sido limpiado de arriba abajo, cada piedra pulida hasta brillar. Las habitaciones de los invitados estaban preparadas y la cocina llena de empleados del catering que se afanaban en preparar la comida para el fin de semana. Incluso el caprichoso clima veraniego había decidido cooperar. El día estaba nublado, pero el pronóstico para el día siguiente prometía un brillante sol. Por la noche se esperaban tormentas, pero para entonces la ceremonia ya habría terminado.

Sabine corría de un lado a otro comprobando que se cumpliera el plan, cometido del muy bien pagado planificador de bodas, pero Sabine no era de las que cedían el control a otros. Mack no podía culparla, pues él había repasado todo tres veces. Quería que la boda fuera perfecta y por eso debía vigilar a Elodie Campbell, una de las damas de honor, por si causaba algún problema. Exactamente qué problema podría causar escapaba a su conocimiento. Fraser se había mostrado reservado sobre Elodie, pero Mack la había investigado online. Era una impresionante modelo de lencería con más seguidores en las redes sociales que algunas estrellas de Hollywood. Había dejado plantado a su prometido en el altar siete años atrás y desarrollado una fama de juerguista. Mack sabía que esa clase de chicas eran impredecibles, pero estaba preparado.

Había hecho de la preparación la obra de su vida. El suicidio de su padre, cuando él contaba dieciséis años, le había enseñado a no dejar nada al azar, estar siempre vigilante, hacer y decir lo que fuera en el momento adecuado.

A mantener siempre el control.

Se volvió hacia la casa y vio una nube de cabellos rojos y un pálido rostro ovalado contemplándolo desde una de las habitaciones de invitados de la planta superior. No la conocía en persona, pero había visto suficientes fotos como para reconocer a Elodie Camp­bell. Se envolvía en un chal de seda color crema y llevaba su rizada cabellera recogida en una especie de moño. Su aire tradicional resultaba cautivador. Podría haber sido uno de sus antepasados viajando en el tiempo para visitarlos. Mack levantó una mano para saludar, pero ella se apartó de la ventana tan deprisa que tuvo que parpadear mientras se preguntaba si no se la habría imaginado allí de pie. Quizás a la impresionantemente hermosa Elodie Campbell no le gustaba ser vista sin maquillaje.

 

 

Elspeth se apoyó contra la pared del dormitorio y llevó una mano al corazón, que latía desbocado. Sin duda el hombre que acababa de ver era Mack MacDiarmid. Elodie le había mostrado algunas fotos, y le había hablado sobre otros invitados, aunque sobre Mack MacDiarmid solo había mencionado que era rico y con fama de playboy.

Ella lo había investigado por su cuenta y encontrado un par de artículos. Se llamaba Robert, como su padre, pero utilizaba el apodo de Mack, y era un exitoso empresario que había ganado millones en el negocio inmobiliario tanto local como en el extranjero. Crannochbrae era el hogar familiar, y lo había restaurado y gestionado desde la muerte de su padre. Pero las fotos que aparecían en los artículos no la habían preparado para verlo en persona, incluso desde una altura de tres plantas. Alto, delgado y fibroso, Mack MacDiarmid poseía un aura de mando y autoridad clara… y algo irritante. ¿Podría desenmascararla? ¿Cómo se le había ocurrido que aquello podría funcionar? No estaba acostumbrada a tratar con hombres como Mack MacDiarmid. Poderosos, dinámicos, que habían labrado su fortuna con ingenio e intuición.

Mack formaba parte de la comitiva de la boda. Y eso significaba que no iba a poder evitar relacionarse con él. Aunque, dado que solo suplantaría a su hermana durante el ensayo, el contacto sería limitado.

Elspeth tomó el móvil y, tras ignorar los diez mensajes y cinco llamadas perdidas de su madre, envió un mensaje a su gemela.

 

¿Conoces a Mack MacDiarmid en persona?

 

Los tres puntitos indicaban que Elodie estaba respondiendo.

 

Elodie: no.

Elspeth: ¿Y a Fraser, el novio?

 

No hubo respuesta. O bien Elodie estaba en su importante reunión o no quería responder, seguramente lo segundo. Elspeth deslizó una mano sobre su encogido estómago. ¿Por qué había accedido? Respiró hondo y se apartó de la pared. Había accedido porque quería que su hermana triunfara en su nueva faceta. Solo debía actuar durante veinticuatro horas. Conocía a su gemela casi tan bien como a ella misma y la veía cada mañana en el espejo. Bastaba con ponerse el maquillaje y la ropa de su hermana, y adoptar su amistosa, charlatana, extrovertida y confiada personalidad, y nadie descubriría nada.

¿Tan difícil era?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ELSPETH bajó a uno de los salones principales del castillo donde los invitados a la boda recibirían un cóctel de bienvenida. A pesar del valor que se había infundido, una colonia de mariposas atacaba su estómago con alas afiladas. Vestía uno de los trajes de diseño de su gemela, un vestido de satén azul eléctrico que se pegaba a su cuerpo como un guante. El color, y el maquillaje ahumado, hacía destacar sus ojos. El vestido era mucho más revelador que cualquiera que se hubiese puesto jamás, pero Cenicienta tendría que acostumbrarse a llevar un vestido de baile y zapatitos de cristal. Los de su gemela no eran de cristal, pero sí más altos de lo que Elspeth hubiese llevado jamás. También costaban el sueldo de un mes. Antes de atreverse a bajar, había tenido que practicar con ellos en la habitación. Solo se había tropezado una vez y se sentía orgullosa de sí misma.

Los años de observar a Elodie prepararse para una sesión de fotos dieron sus frutos. La piel de Elspeth lucía inmaculada, los ojos enmarcados por el maquillaje y las pestañas alargadas por el rímel. Los labios brillaban con un gloss sabor a fresa, y en las muñecas se había aplicado un embriagador perfume almizclado que, de momento, solo le había hecho estornudar una vez.

Pero a pesar del maquillaje y la hermosa ropa, Elspeth sabía que caminaba sobre fuego y que en cualquier momento un mal paso la delataría.

Seguía impresionada por pasar el fin de semana en un castillo de verdad. ¿Cuántas personas fuera de la realeza poseían un castillo? Los antepasados de Mack MacDiarmid se remontaban a siglos atrás. Había tantas habitaciones, tantas escaleras, tantas torretas como si estuvieran en un cuento de hadas. El terreno era extenso, con jardines salvajes y otros formales, colinas y densos bosques con las escarpadas Highlands como telón de fondo. Situada a la orilla de un pequeño lago, la propiedad era pintoresca e íntima, el lugar perfecto para una boda. Todo estaba impecable. Ni paredes desconchadas ni techos caídos. No había pasillos mal iluminados, ni una mota de polvo sobre los muebles o telarañas colgando de las cornisas o las arañas de cristal. Había hasta una brillante armadura en la galería junto a enormes retratos de las generaciones anteriores de MacDiarmid. Cada habitación estaba decorada con preciosos arreglos florales. Únicamente la comitiva de la boda se alojaba en el castillo, pero dado que ella era una de las seis damas de honor, esperaba camuflarse entre la multitud.

En cuanto entró en el salón, Sabine corrió hacia ella.

–¡Elodie! Estás impresionante como siempre –Sabine hizo el gesto de besar las mejillas y se apartó para estudiar el vestido de la gemela de Elspeth–. Ese azul te queda impresionante. Y tu maquillaje es muy profesional, sin que haya intervenido aún nuestra maquilladora, Maggie.

–¿Este trapito? –Elspeth agitó una mano, repitiendo el típico gesto de Elodie–. Tú también estás encantadora. Vas a ser la novia más preciosa del mundo –quizás su gemela no habría emitido un elogio tan entusiasta, pero a Elspeth, Sabine le pareció una chica normalita, pero muy guapa, resplandeciente de felicidad. Se preguntó si a ella le sucedería lo mismo si se enamorara del hombre de sus sueños. Pero ¿quién iba a enamorarse de una chica incapaz de pasar junto a un cuenco de cacahuetes sin sufrir un ataque de pánico?

–Me siento honrada de que encontraras un hueco en tu agenda para ser mi dama de honor –continuó Sabine–. Significa mucho para mí. Eres un maravilloso ejemplo a seguir por tener un aspecto fabuloso sin esfuerzo.

¿Sin esfuerzo? Elspeth tuvo que contener una carcajada. Llevaba dos horas intentando convertirse en la reina del glamour. ¿Cómo lo hacía su hermana a diario? Era agotador.

–El honor es mío –contestó Elspeth con una sonrisa–. Es un sitio precioso para una boda.

–¿Verdad? Mack, el hermano de Fraser, fue muy generoso –observó Sabine–. ¿Has comido algo? –hizo una señal a un camarero que llevaba una bandeja de plata con una selección de canapés–. Están deliciosos. Y yo ya me he comido tres.

Elspeth estudió la bandeja de comida y decidió no probar nada. Llevaba dos EpiPen encima, pero lo último que deseaba era delatarse nada más llegar con un ataque de alergia. Había pensado avisar discretamente a los camareros sobre su problema, pero decidió no hacerlo. Llamaría la atención aún más de lo que deseaba, sobre todo porque no había ninguna noticia de su gemela sufriendo alergia. Algún paparazi podría andar cerca y filtrar algo a la prensa. Lo más sencillo sería evitar comer. Además, llevaba fruta fresca y galletas en la maleta. Haría casi cualquier cosa por su hermana, pero morir de hambre no era una de ellas.

–Gracias, pero no tengo hambre.

–No me extraña que estés tan delgada –Sabine hizo una mueca–. Yo no podría ser tan disciplinada, adoro la comida –miró por encima del hombro de Elspeth y sonrió resplandeciente–. Permíteme presentarte a tu acompañante durante el fin de semana –la tomó de un brazo y la condujo al otro lado del salón–. Mack, esta es Elodie Campbell, la famosa modelo de lencería.

Mack MacDiarmid se volvió y posó la mirada sobre ella por segunda vez. Elspeth sintió un escalofrío y su corazón se aceleró. Era más alto de lo que había calculado, al menos metro noventa y cinco, con anchos hombros y penetrantes ojos color azul grisáceo enmarcados por unas prominentes cejas. Los cabellos eran marrones oscuros, con unas cuantas hebras plateadas en las sienes que le daban un aire distinguido y mayor para su edad.

Los cabellos, ligeramente ondulados y peinados de manera casual con un par de rizos cayendo sobre la frente, le conferían un aspecto desenfadado que hizo que a Elspeth le temblara el corazón. La mandíbula cuadrada no había visto una cuchilla desde hacía un par de días, pero lo que debería haberle hecho parecer descuidado conseguía el efecto contrario. La pelusa de diseño era espesa y oscura con toques de plata volviéndole arrebatadoramente atractivo.

–Mucho gusto –Mack le ofreció una mano y Elspeth deslizó la suya en ella con firmeza.

Por si el acento escocés y la voz ronca no bastaran para aturdirla, el contacto con su mano hizo el resto. Tenía la piel seca y cálida, los dedos largos y bronceados, y una descarga de electricidad pasó de su mano a la de ella.

–El gusto es mío –susurró Elspeth, incapaz de elevar más la voz, consciente del calor que se acumulaba en sus mejillas. Su gemela no se había sonrojado desde los doce años. ¿Cómo iba a resultar convincente si las suyas se incendiaban cada vez que él la miraba?

Mack le soltó la mano, aunque la mirada permaneció intensamente fija en sus ojos.

–Bienvenida a Crannochbrae.

–Gracias. Hacía siglos que no venía a Escocia. Es un lugar hermoso, sobre todo las Highlands. Tienes una casa preciosa y los jardines son espectaculares. Debe haber millones de abejas totalmente encandiladas con todas esas flores –hablaba demasiado, pero algo en la autoritaria presencia de Mack y su mirada la inquietaban profundamente. Tenía la sensación de que no se le engañaba, traicionaba, o manipulaba fácilmente. ¿Cómo se le había ocurrido que podría resultar convincente? Engañar a su padre años atrás había sido fácil, nunca había sabido distinguirlas.

Pero Elspeth tenía la sensación de que a Mack MacDiarmid no se le escapaba nada.

–¿No tuviste una sesión de fotos en la isla de Skye hará un par de meses? –preguntó él con los ojos entornados.

–¿L…la tuve? –Elspeth lo miró confusa y el corazón le falló un latido–. Ah, sí, lo olvidé, qué tonta. Viajo tanto que no me acuerdo de dónde estuve ni cuándo. Skye es precioso –la cosa empezaba a complicarse. Su gemela siempre estaba viajando a algún lugar exótico para hacerse fotos y no era fácil seguirle la pista. Recordó vagamente a Elodie mencionar algo sobre morirse de frío en una playa escocesa mientras posaba con la colección de baño del verano siguiente. Se colocó un mechón de cabellos detrás de la oreja y sonrió resplandeciente, tal y como habría hecho su gemela.

–¿Te gusta viajar por trabajo? –la sonrisa de Mack no alcanzó su mirada.

–Me encanta. Hay tantos lugares que ver, tantas personas que conocer. Aunque hay que esperar mucho en las sesiones, pasarse horas en peluquería y maquillaje, llevar tu vida en una maleta…

Elspeth repetía todo lo que había oído decir a su hermana desde hacía años, pero no le sonaba auténtico. Era como si estuviese interpretando un papel, y así era. ¿Lo notaría él? No parecía fácil de engañar. Elspeth nunca se había sentido tan fuera de su elemento, como un pececillo de colores lanzado a un mar infestado de tiburones.

–¿Te apetece beber algo? ¿Un cóctel? ¿Champán? ¿Gin tonic? ¿Vino? –preguntó Mack.

A diferencia de su hermana, ella apenas bebía alcohol. Casi nunca salía, pero parecería raro que no tomara lo que bebía habitualmente Elodie. Además, no le iría nada mal un poco de coraje líquido.

–Champán, gracias.

Mack se alejó en busca de la bebida y Elspeth aprovechó para intentar calmar su pulso. No pudo evitar seguirlo con la mirada, atraída hacia él de manera inexplicable. Era tan… dinámico. Fuerte, arrebatadoramente atractivo. Cualquier otro hombre que hubiera conocido palidecía en comparación. No había tenido muchas citas y, tras la última, a los dieciocho años, había terminado en el hospital. Su madre había estado a punto de sufrir un colapso y Elspeth no había vuelto a salir con nadie. Por eso se había independizado hacía un mes, para poder vivir sin que su madre se metiera en todo, como si aún fuera una niña y no una mujer adulta capaz de cuidar de sí misma. Y ese fin de semana era una buena ocasión para demostrárselo… a sí misma, no a su madre.

–Veo que por fin has conocido a mi hermano mayor –susurró una voz masculina detrás de ella.

Elspeth se volvió y se encontró con Fraser MacDiarmid. Lo reconoció por la foto que Elodie le había mostrado. Era atractivo, pero no como su hermano mayor. Era algo más bajo de estatura y con más peso. La mandíbula no era tan fuerte, la mirada menos directa, el aura menos dinámica. Fraser era soso y aburrido donde Mack era atractivo y cautivador.

–Ah, hola… –Elspeth no sabía qué más decir. No recordaba si su gemela conocía a Fraser. Seguramente solo conocía a la novia. Pero había una familiaridad en el trato de Fraser hacia ella que sugería que la consideraba algo más que una conocida.

–Sé qué te propones –Fraser hablaba bajo, como si no quisiera que nadie más lo oyera.

–No sé de qué hablas –por lo menos ahí no había mentido.

Fraser le ofreció una sonrisa casi cruel. Una advertencia de que, si le provocaban, podía ser peligroso. Se acercó un poco más y le echó a Elspeth el aliento de cerveza en la cara.

–Te crees muy lista consiguiendo una invitación para la boda solo para verme sufrir.

¿Por qué iba él a sufrir? ¿Qué había exactamente entre Fraser MacDiarmid y su gemela? Elodie no había mencionado nada. Desde que había abandonado a su prometido, siete años atrás, nunca había salido más de una o dos semanas con el mismo hombre. Aseguraba que no quería atarse. Pero era evidente que algo había habido entre Elodie y Fraser. ¿Qué?

–Me sentí halagada cuando Sabine me pidió que fuera una de las damas de honor –contestó ella, intentando hablar con la calma y frialdad habituales en su hermana.

–Sí, claro –Fraser la taladró con la mirada–. Pero si dices una sola palabra de lo sucedido aquella noche en Londres, lo negaré todo y quedarás como la estúpida lianta que eres.

El corazón de Elspeth se estrelló contra las costillas. ¿Qué había pasado entre ellos? A pesar del horror de ser amenazada por un matón, Elspeth se mantuvo en el papel de su hermana con renovado vigor, incluso con algo más de confianza. Fraser MacDiarmid no sabía que era una doble y la trataba como si fuera su gemela, alguien con quien había vivido un encuentro que intentaba desesperadamente mantener en secreto la víspera de su boda.

–¿Y tu prometida te creería? –Elspeth alzó la barbilla, orgullosa de su aire descarado y desafiante. Se estaba pareciendo tanto a Elodie que daba miedo. Fingir resultaba excitante.

Vio a Mack acercarse con el champán, la inteligente mirada asimilando la tensión entre su hermano y ella.

–Qué encantador –exclamó Elspeth mientras aceptaba la copa con una sonrisa tan resplandeciente que las lámparas palidecieron–. Es mi favorito. Salud –tomó un generoso sorbo, sorprendida al descubrir que le gustaba el sabor, sin duda porque se trataba del mejor champán que podía comprarse. Mack no iba a ofrecer una versión barata en la boda de su hermano. También podría ser que en esos momentos necesitara toda la ayuda posible para sobrevivir a esa ridícula pantomima.

Aunque, ¿tan ridícula era?

De hecho, estaba disfrutando. Estaba algo alejada de su zona de confort, claro, pero hasta ese momento nadie había sospechado que no fuera Elodie, ni siquiera Fraser quien, aparentemente, había tenido algo ilícito con su gemela. «Bien por mí», pensó ella. ¿Quién hubiera dicho que sería una actriz tan convincente? Pero lo más excitante era que empezaba a gustarle la compañía de Mack MacDiarmid. Cada vez que se acercaba a ella, todas las células de su cuerpo vibraban.

–Disculpa, pero tengo que atender a los demás invitados –afirmó Fraser antes de alejarse irritado.

–¿Todo bien? –Mack miró a Elspeth con expresión indescifrable.

–Claro –ella parpadeó con expresión inocente–. Me lo estoy pasando de maravilla.

–Mentirosa –él detuvo la mirada sobre su boca durante unos interminables segundos. Su voz grave provocó un cosquilleo en la base de la columna de Elspeth.

Que tuvo que recordarse que fingía ser su gemela. Elodie no se quedaría ahí con el corazón acelerado y los sentidos en alerta. No se dejaría intimidar por el hombre más atractivo que hubiera conocido jamás. Se la devolvería.

–Tú tampoco pareces estártelo pasando muy bien.

–¿Por qué dices eso?

Ella hizo el típico gesto de Elodie de encoger un hombro.

–Todas estas personas a las que no conoces, ni te gustan especialmente, merodeando por tu hogar durante el fin de semana, emborrachándose y a saber qué más.

–¿Ese es tu plan? –él le ofreció una sonrisa torcida–. ¿Emborracharte y a saber qué más?

Elspeth tomó otro sorbo de champán y concluyó que era tan adictivo como el combate dialéctico con el señor de Crannochbrae. Sus ojos no se apartaban de ella, desafiantes, y sonreía misteriosamente.

–No tengo ningún plan. Me gusta vivir el momento, es más divertido así –ella sonrió resplandeciente–. Deberías probarlo, señor Controlo Todo –vació la copa y la dejó en una mesa cercana. ¿Señor Controlo Todo? ¿De dónde había sacado eso? Parecía estar coqueteando con él. Elspeth jamás había flirteado con nadie, le faltaba el gen, o eso pensaba…

Mack devolvió la mirada a la boca de Elspeth, que se esforzó por no humedecerse los labios. ¿Qué tenía ese hombre que la excitaba tanto? ¿Se le estaba subiendo el champán a la cabeza?

–Te aconsejo, señorita Campbell, que no hagas nada para reventar la boda de mi hermano –le advirtió él con un destello en la mirada–. ¿He sido claro? –el tono era autoritario y ella sintió que se le erizaba el vello.

¿Qué pensaba él que haría Elodie? Quizás su gemela fuera algo alocada a veces, pero no sabotearía a propósito una boda. Cierto que había saboteado la suya, pero eso era otra historia, una que Elodie no había contado a nadie, ni siquiera a ella. Se negaba a hablar de ello y Elspeth sabía que, si insistía, su hermana levantaría un muro de piedra infranqueable. Era tan tozuda que podría triunfar impartiendo talleres para mulas.

Elspeth dio un paso hacia Mack y percibió el aroma cítrico con notas de madera de la loción de afeitar. Tuvo que estirar el cuello para poder mirarlo a los ojos. Y tuvo que contener el impulso de deslizar una mano por esa barba incipiente para comprobar si era tan sensual al tacto como parecía. Se obligó a no mirar fijamente esos sensuales labios y preguntarse cómo se sentirían contra los suyos.

–Tú no me mandas, aunque apuesto a que te gustaría.

«Dios, escucha esto, estoy clavando a Elodie».

–No juegues conmigo, estoy en otra liga –él la miró con dureza.

Elspeth sospechaba que incluso su gemela lo estaría, y ella mucho más. Bajó la mirada hasta los apretados labios y su estómago tocó fondo.

–¿Qué te hace pensar que quiero jugar contigo?

–Conozco a las de tu clase –contestó él tras una pausa.

–Ilústrame, ¿qué clase es esa?

–La clase de mujer a la que le gusta ser el centro de atención.

–Vaya, vaya –Elspeth enarcó las cejas exageradamente–. Qué mala opinión tienes de mí… nada más conocerme. Pero no te preocupes, señor MacDiarmid, no es mi intención eclipsar a la novia. Es su boda, no la mía.

–Oí lo de tu fallida boda. ¿Cómo se sintió tu prometido al ser plantado en el altar?

En la voz de Mack había una nota de censura que Elspeth había oído en su propia voz al preguntarle lo mismo a su hermana. Ese horrible día seguía grabado en su mente, la mirada de perplejidad del novio, la vergüenza en los rostros de los invitados, el horror en el de su madre. Y todos se habían vuelto hacia ella, seguros de que debía saber algo. Había sido terrible y vergonzoso tener que admitir que era tan ignorante como todos los demás.

–Eso fue hace siete años –Elspeth imitó la despreocupación de su gemela–. Ya se ha olvidado de mí –lo cual no era mentira. Lincoln Lancaster solo había tenido ojos para Elodie y, seguramente, ya habría olvidado a la tímida gemela. Y con suerte, los demás invitados también.

–¿Cómo de bien conoces a Sabine?

–Evidentemente lo bastante como para que quiera que sea una de sus damas de honor –ella le ofreció otra sonrisa de plástico sacada del manual de la chica fiestera.

–¿Y a mi hermano, Fraser?

–¿Qué pasa con él? –Elspeth sintió el calor en las mejillas y su sonrisa se esfumó.

–Describe tu relación con él –la mirada de Mack era dura como el diamante.

–¿Qué insinúas? –preguntó ella desafiante mientras le sostenía la mirada.

–Sabes exactamente a qué me refiero –él soltó una risa cínica.

Ojalá lo supiera. Elspeth estaba furiosa con su gemela por haberla puesto en esa situación sin ofrecerle todos los detalles. ¿Cómo iba a resultar convincente fingiendo ser su gemela cuando no sabía qué había hecho su gemela?

–No creo que sea asunto tuyo, señor MacDiarmid –contestó ella con descaro.

Mack dio un paso más hacia ella, que sintió aumentar el calor, no solo en las mejillas sino en todo el cuerpo, como si ese hombre la hubiese incendiado.

–Lo he convertido en mi asunto.

–Si tanto interés tienes en averiguarlo, ¿por qué no le preguntas a tu hermano?

–Te lo pregunto a ti.

–Me niego a discutir delante de tantas personas –ella se apartó antes de que fuera tarde, pero Mack le agarró una muñeca, paralizándola, no por la fuerza de su mano sino por la electricidad del contacto que se extendió en oleadas por su cuerpo.

Elspeth bajó la mirada a los largos y bronceados dedos. Hacía una década que no la tocaba ningún hombre. Devolvió la mirada a los ojos grisáceos e impregnó su voz de una nota de desdén.

–Si tan empeñado estás en evitar una escena en el ensayo de la boda de tu hermano, sugiero que apartes tu mano de mi muñeca.

Elspeth le sostuvo la mirada con una fuerza de voluntad que desconocía poseer. No estaba dispuesta a dejarse intimidar por él. Le haría frente y disfrutaría de cada instante. Jamás se había sentido tan entusiasmada, viva y consciente de su cuerpo. Destellos de lujuria fluían entre los muslos, los pechos cosquilleaban y su sangre corría por las venas a velocidad de vértigo.

Pero por emocionante que resultara hacerle frente a Mack MacDiarmid, no debía olvidar que estaba fingiendo ser Elodie. Y por poderosa que se sintiera, debía recordar que era una pantomima. Jamás formaría parte del mundo de su gemela. Podía fingir durante veinticuatro horas, pero nada más. Pensar otra cosa era una locura.

Mack deslizó el pulgar hasta el pulso en la muñeca de Elspeth.

–¿Por qué te pongo tan nerviosa? –preguntó con voz suave y mirada penetrante.

–No me intimidas –Elspeth alzó la barbilla. Al menos fingía que no la intimidaba, que no estaba agitada, intrigada y hechizada.

Mack sonrió indolente y acarició la sensible piel, que vibró de placer.

–Reúnete conmigo en la biblioteca en media hora. Continuaremos nuestra conversación en privado –él la soltó y se alejó antes de que ella pudiera pensar en qué responder, encontrar un motivo para no reunirse con él.

¿Reunirse con él en privado? ¿Para hablar de cosas sobre las que no tenía ni idea? Estar a solas con Mack MacDiarmid era pedir problemas. Bastaba con que la mirara para que su corazón se acelerara. Contempló su muñeca, allí donde el pulgar de Mack la había acariciado, y sintió un escalofrío. Su piel seguía sensible, los nervios activados.

Menos mal que Elodie llegaría a primera hora de la mañana y ella podría salir de allí antes de hacer el más espantoso ridículo. ¿Por qué no le había contado lo sucedido con Fraser? Pues algo había pasado. Tomó otra copa de champán de la bandeja de un camarero y humedeció su reseca boca. En la última hora había probado el mejor champán francés y el más taciturno escocés.

No sabía cuál de los dos podría resultar más dañino, la bebida endemoniada o el endiabladamente atractivo Mack MacDiarmid.

 

 

Minutos después, Mack acorraló a su hermano en la antigua salita de música, transformada en salón auxiliar y rara vez usada. Había vendido su adorado piano años atrás, y no lo había sustituido tras abandonar su sueño de convertirse en músico para concentrarse en salvar la herencia familiar. Cerró la puerta del salón y clavó la mirada en su hermano.

–Cuéntame qué hay entre Elodie Campbell y tú.

–No hay nada –Fraser apartó la mirada y se dirigió al otro extremo de la estancia.

–Algo pasó –Mack sabía que su hermano mentía–. Pensaba que te preocupaba que Elodie Campbell se pusiera a bailar encima de las mesas o bebiera demasiado y se comportarse de manera inapropiada con el padre de la novia, pero ¿esto?

Fraser se aflojó la corbata como si se estuviera ahogando. Gotas de sudor le caían por la frente.

–No fue nada –apretó los puños–. No significó nada –añadió–. Ella no significó nada.

–No soy quién para juzgar a nadie por un revolcón, pero… –Mack tomó aire y lo soltó lentamente–, ¿ya estabas prometido a Sabine?

–No contestaré a eso porque no es asunto tuyo –las mejillas de Fraser enrojecieron.

–¿Por qué te cuesta tanto admitir que has sido un imbécil de primera? –Mack frunció el ceño.

–Solo fue esa vez –su hermano lo miró furioso–. No hubo ningún daño. Sabine no lo sabe, y me gustaría que siguiera así.

–Sí que hubo daño –Mack soltó un juramento en gaélico–. Sabine cree que mañana se casará con un hombre fiel y leal. ¿Con cuántas más te has acostado desde que te prometiste a ella?

–No es asunto tuyo. No eres mi padre.

–No, pero te estás convirtiendo en él –espetó Mack–. Papá no tuvo agallas para sincerarse sobre los errores que cometía, las mentiras que contaba, las verdades a las que se negaba a enfrentarse. Era un cobarde, y eso destrozó a nuestra madre, a su amante y a su hija. ¿Quieres hacerle lo mismo a Sabine? Porque así se empieza: una mentira, un paso en falso, una traición. Y luego miles de mentiras y encubrimientos hasta que todo cae sobre ti como un castillo de naipes.

–No puedo contárselo a Sabine –Fraser tragó nerviosamente–. La destrozaría. Cree que no conozco a Elodie. Ella la conoció en una función benéfica y quedó encandilada. Y de repente descubro que están chateando online y que la ha invitado a ser una de sus malditas damas de honor. Estoy seguro de que todo fue cosa de Elodie. No podía decir que no la quería en mi boda porque Sabine habría empezado a hacer preguntas –se mesó los cabellos–. ¿Te imaginas el escándalo si se descubre? ¿Cómo lo utilizará la prensa?

–¿Por qué lo hiciste? ¿No eres feliz con Sabine?

–Ya has visto a Elodie –Fraser miró a su hermano–. ¿Tú qué crees?

Mack no podía discutirle a su hermano que Elodie era impresionantemente hermosa. Cualquier hombre con un mínimo de testosterona la encontraría atractiva. Pero había algo en ella que no encajaba, y estaba decidido a descubrirlo. Daba la sensación de que estaba actuando, interpretando el papel de mujer fatal, y no parecía totalmente cómoda en él. Cierto que la mayoría de los famosos tenían otro lado, sobre todo si representaban una marca. Lejos de los focos podían ser muy distintos. Estaba seguro de que la joven que había visto fugazmente asomada a la ventana no era la misma con la que había hablado. No era solo el peinado, el maquillaje y la ropa de diseño. Había algo en Elodie Campbell que lo intrigaba y no descansaría hasta averiguarlo.

–Que encuentres atractiva a una mujer no te da derecho a acostarte con ella. ¿Sabía ella que estabas prometido?

–No.

–Le mentiste a ella también.

–De todos modos, se habría acostado conmigo –Fraser puso los ojos en blanco–. Es una zorra. Todo el mundo lo sabe.

Mack rechinó los dientes con tanta fuerza que casi se le rompieron. ¿Cuándo se había convertido su hermano en un misógino?

–Cuidado, que se nota el doble rasero. Una zorra es básicamente una mujer que vive según la moral masculina. Te aconsejo que no uses un término tan ofensivo.

–¡Tú aconsejas! –Fraser bufó –. Es lo único que haces… decirme qué debo o no debo hacer.

Mack había tenido que adoptar el papel de padre a los dieciséis años, tras el suicidio de su padre al quedar expuesta su doble vida y las cuantiosas deudas. Había destrozado a su madre y a Fraser, pero Mack había tenido que ignorar su propio dolor y encargarse de todo antes de que la cosa empeorara. A pesar de ello, Fraser había pasado la adolescencia entre el absentismo escolar, suspensos, coqueteos con las drogas y exceso de alcohol. Había sido una pesadilla para Mack mantener cierta sensación de normalidad cuando todo estaba patas arriba.

La música había sido su pasión, su amor, todo, y había tenido que renunciar a ella. No había tocado un piano desde entonces. Esa parte de él había muerto con su padre. Había mantenido tres empleos, vendido objetos valiosos que hubiera querido conservar, suplicar y tomar prestadas enormes cantidades de dinero para cubrir las espeluznantes deudas que había dejado su padre. Había necesitado años de sacrificios y trabajo duro para sacar adelante la propiedad.

–Porque eres incapaz de organizarte. Sé que sufriste mucho con la muerte de papá. Todos sufrimos, especialmente mamá. Pero ya no tienes catorce años, Fraser. Eres un hombre a punto de casarse. Le debes a Sabine ser sincero con ella.

–Sufrirá…

–Una pena que no pensaras en ello al bajarte la cremallera… –Mack miró a su hermano.

–Empezó Elodie. Ella vino a mí.

–¿Y no tuviste elección? ¿Ninguna brújula moral que te guiara? Lo olvidaste todo para acostarte con una mujer hermosa a espaldas de tu prometida.

–Eres un hipócrita –Fraser frunció los labios–. Te has acostado con docenas de mujeres.

–No lo niego, pero jamás estando enamorado de otra.

Nunca se había enamorado. Siempre había evitado implicarse en una relación más de una o dos semanas. Se preguntaba si sería capaz de amar alguna vez. El amor se suponía ciego, y para su madre así había sido. Él mismo había estado ciego en relación a su padre, sin darse cuenta de que vivía una doble vida, acumulaba deudas y mantenía a una amante y una hija en otra ciudad, gastándose un dinero que no tenía para mantener un estilo de vida frenético. Mack recordaba cada una de las mentiras de su padre, mentiras que seguían doliendo. Le había hecho creer que trabajaba sin descanso por su familia, semanas enteras, faltando a citas importantes, como cumpleaños, reuniones con los profesores, eventos deportivos… cuando lo cierto era que estaba con su otra familia.

Esa traición de la confianza le había cambiado la vida. Ya no era ciego a los defectos de los demás. Ya no miraba a través de un cristal color rosa. Entraba en las relaciones con los ojos bien abiertos, y salía antes de que nadie resultara lastimado. Confiar en alguien, amar, te volvía ciego a sus defectos, sus mentiras, sus encubrimientos. Él mantenía las emociones fuera de sus relaciones. Eran transacciones temporales que terminaban sin lágrimas.

–No pienso sabotear mi boda confesándole un pequeño error a Sabine –la expresión de Fraser era beligerante–. Y te agradecería que controlaras a Elodie Campbell, tal y como te pedí.

Mack tenía la sensación de que controlar a Elodie Campbell iba a ser todo un desafío. Pero a él le gustaban los desafíos, y ese era hermoso y fascinante.

Controlar la ardiente atracción hacia ella iba a ser el problema.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

ELSPETH regresó a su habitación para telefonear a Elodie. No le sorprendió ver otra serie de mensajes de su madre. Suspiró y le envió unas letras asegurándole que estaba bien y pasándoselo de maravilla. ¿Qué importaba una mentira más? Después llamó a su gemela.

–¿Qué demonios pasó entre tú y Fraser? –preguntó en cuanto Elodie contestó.

–Nada.

–Tuvo que ser algo. Acaban de advertirme que mantenga la boca cerrada. Y ni siquiera sé sobre qué. Lo menos que podías haber hecho era contármelo.

–No te lo dije por vergüenza –Elodie suspiró–. Fue un revolcón. Ni siquiera me gustaba, pero acababa de encontrar a Lincoln con su última conquista y, no sé… me volví… Conocí a Fraser y lo acompañé a su habitación. Fin de la historia.

Elspeth sabía que su hermana era un poco imprudente a veces, pero elegir a un extraño en un bar no encajaba. Le gustaba flirtear, pero, que ella supiera, no era chica de un revolcón con un desconocido. Elodie siempre había asegurado no estar enamorada de Lincoln Lancaster, que era él quien había insistido en casarse. Entonces, ¿por qué iba a afectarle tanto encontrárselo con su nueva amante?

–Deberías habérmelo contado. Estoy desbordada y…

–Si te lo hubiera contado, no habrías accedido –contestó Elodie.

–¿Y por qué aceptaste ser dama de honor? Dijiste que solo conocías a Sabine de pasada. Podrías haberla rechazado amablemente…

–Acepté antes de saber con quién se casaba. Después ya era demasiado tarde. Además, me serviría para vengarme de Fraser por ser un asqueroso.

–El sexo fue… consensuado, ¿no? –Elspeth se estremeció.

–Sí, pero fue un egoísta y no me dijo que estaba prometido. Jamás habría ido a su habitación de haberlo sabido. Quería darle una lección, y su encantadora prometida me proporcionó la ocasión perfecta.

–¿Y Sabine qué? ¿Entraba en tu plan de venganza?

–En su momento no, pero después sí.

–¿Por eso me enviaste en tu lugar? ¿Demasiado para tu conciencia?

–En parte, supongo, pero la reunión en Londres es verdad. Acabo de terminarla.

–¿Qué tal fue?

–Quieren que sigamos mañana.

–¿Mañana? –una losa cayó sobre el estómago de Elspeth–. Dijiste que vendrías a primera hora de la mañana para cambiarte por mí. ¿No deberías estar ya en el avión, como me prometiste?

–No podré ir. Tendrás que seguir tú. Solo son veinticuatro horas más. Has llegado hasta aquí sin que nadie se dé cuenta. Todo irá bien. Tengo que irme. He quedado con todos para tomar una copa. Adiós.

Elspeth contempló desesperada el teléfono en su mano. Veinticuatro horas más llevando los zapatos de fiesta de su hermana.

 

 

Mack se preguntó si no debería hacérselo mirar por citarse en privado con Elodie Campbell. Pero la tentación de apartarla del resto de los invitados era irresistible. Además, quería conocer su versión del revolcón con su hermano. Necesitaba entenderla mejor. Con Sabine se mostraba cálida y amable, como si no hubiese roto un plato, pero, si se había acostado con Fraser, ¿qué clase de amiga de la novia era? Fraser había admitido que Elodie no sabía en su momento que estaba prometido, pero, aun así, acceder a ser la dama de honor de Sabine parecía inapropiado. Con su agenda, no le habría costado nada declinar la invitación. Y Sabine lo habría entendido.

Tenía que haber algo más. Con él se mostraba alegre y atrevida, pero la había pillado mordisqueándose el labio, perpleja, fuera de lugar. ¿Y los sonrojos? Alguien con la fama de Elodie no se sonrojaría tan fácilmente. ¿Se sentía culpable por el revolcón con el prometido de su amiga?

Pero había más. Mack quería asegurarse de que no tuviera otro motivo para estar en la boda. Sabine había ejercido una buena influencia sobre Fraser y estaba decidido a que la boda se llevara a cabo. Aparte del dinero que había gastado, a Mack le preocupaba que su hermano se descontrolara si Sabine lo anulaba todo. Su adinerado padre había ascendido a Fraser en su empresa, dándole unos privilegios que le serían retirados si algo salía mal con su adorada hija. No quería pensar en que Fraser perdiera ese empleo que tanto bien había hecho por su estabilidad.

Tenía que controlar a Elodie, asegurarse de que la boda siguiera adelante sin contratiempos.

Y un modo de lograrlo era mantener su atención centrada en él y no en su hermano.

Y eso, pensó, iba a resultar muy entretenido.

 

 

Elspeth consideró ignorar la orden de Mack, pero le pudo la curiosidad. No solo porque la biblioteca de un castillo con siglos de antigüedad fuera para ella uno de los lugares más emocionantes que visitar. El enigmático Mack MacDiarmid lo era aún más.

Encontró la biblioteca y se alegró de que él aún no estuviese allí. Le permitió recorrer las estanterías y repasar algunos títulos. Estar rodeada de ejemplares de incalculable valor era el sueño de todo archivero. Había diarios de algunos antepasados de Mack y ella deseó disponer de más tiempo para leerlos. Había un sillón y un sofá tapizados en terciopelo, colocados frente a la ventana que daba al bosque. Una lámpara de pie junto al sillón proporcionaba el lugar perfecto para leer y se imaginó acurrucada allí con un libro antiguo mientras fuera la nieve caía silenciosamente. Dejó el bolso en una de las estanterías y empezó a examinar los títulos. Casi se le salieron los ojos de las órbitas al ver algunos de los tesoros que había. ¿Sería Mack consciente del valor de esos libros? ¿Estaban inventariados y asegurados? Se moría de ganas de examinarlos, pero unos libros tan viejos requerían cuidados especiales, guantes de algodón y una atmósfera de temperatura controlada.

Se volvió al oír cerrarse la puerta.

–Tienes unos libros maravillosos. Un tesoro. ¿Han sido tasados y archivados? ¿Están asegurados?

–Los más valiosos fueron vendidos hace años –Mack se acercó.

–Pero debe haber algunos de valor incalculable –Elspeth levantó la vista y señaló–. Ese de ahí, el encuadernado en cuero, estoy segura de que se trata de una rara edición de Los cuentos de Canterbury. Hace poco se vendió una copia por varios millones de libras. ¿Podrías bajarlo? ¿Tienes guantes de algodón?

Ante el silencio de Mack, Elspeth se volvió.

–¿Sucede algo?

–¿Te interesan los libros antiguos? –él se acercó un poco más. Su expresión era inescrutable, pero una luz en su mirada provocó un escalofrío en Elspeth.

De repente ella se dio cuenta de la metedura de pata. Su gemela había abandonado la escuela para hacer carrera como modelo. En numerosas entrevistas hablaba de su dislexia y cómo había evitado leer durante su infancia.

–Eh… pues sí, es una afición –ella se mordisqueó el labio. El corazón latía tan deprisa que pensó que iba a desmayarse. Sentía arder sus mejillas.

–¿Qué otras aficiones tienes?

Elspeth se obligó a mirarlo con una sonrisa dibujada en el rostro.

–Pinto. Acuarelas –al menos eso era cierto, talento que ambas hermanas compartían.

–Dime una cosa –Mack le sostuvo la mirada–. ¿Por qué aceptaste ser la dama de honor de Sabine?

Elspeth se humedeció los labios y desvió la mirada.

–Me gusta Sabine. Es un amor –eso también era verdad. Sabine era cálida y amable, y se merecía algo mejor que Fraser. ¿Cómo advertirle sin delatarse? Sabine sería engañada tres veces: por Fraser, por Elodie, y por Elspeth.

–¿Y por qué te acostaste con el novio?

–No… no quiero hablar de ello.

–No saldremos de aquí sin haberlo hablado –aseguró Mack con autoridad.

–No puedes mantenerme prisionera –Elspeth le dedicó una gélida mirada.

–No me provoques –los ojos azul grisáceos se oscurecieron.

La tensión en el aire era eléctrica y palpitaba en el cuerpo de Elspeth. En el profundo deseo, la embriaguez de los sentidos, los ojos entornados, los labios separados.

Mack mantuvo la mirada fija en esa boca. Elspeth tampoco podía apartar sus ojos de los labios de Mack, hechizada por el sensual contorno. ¿Iba a besarla? El corazón dio un brinco y ella volvió a humedecerse los labios. Qué maravilloso sería sentir esos labios sobre los suyos. No la habían besado desde hacía una década. Era virgen, bordeando los treinta y con solo un beso en su haber.

Un beso casi mortal que la había llevado al hospital, y a su madre a la consulta de un terapeuta.

Era un recordatorio de que no estaba en su ambiente. Solo estaba interpretando un papel. Era la tímida e inexperta Elspeth, no la mundana y exuberante Elodie.

–Siento tentaciones de abofetear tu arrogante rostro –Elspeth alzó la barbilla.

–Entonces quizás debería darte un buen motivo para hacerlo –Mack la agarró por los brazos con firmeza, los ojos brillantes, con una inconfundible intención erótica.

–¡Espera! –ella aplastó las manos contra el fornido torso–. ¿Has comido frutos secos?

–¿Qué? –Mack frunció el ceño.

–No puedes besarme si has comido frutos secos –Elspeth volvió a humedecerse los labios–. Yo… odio su sabor.

–¿Quieres que te bese? –preguntó él tras una pausa.

–Eh… –ella parpadeó, las mejillas de nuevo ardientes. «Glups»–. Pensé que tú querías besarme.

–Pues no es mala idea –Mack desvió la mirada fugazmente a los labios de Elspeth y su sonrisa hizo que le flaquearan las piernas–. Pero no estoy seguro de que sea sensato dadas las circunstancias –le soltó los brazos.

–¿Por lo de los frutos secos?

–¿Eres alérgica o solo te disgusta el sabor?

–Pues… alérgica. Gravemente. Ni siquiera puedo tocar una superficie en la que hayan estado, ni utilizar productos que lleven aceite de almendras.

–Qué faena. No debe ser fácil evitarlos.

–Estoy acostumbrada. Intento no darle demasiada importancia. No es bueno para mi imagen.

–¿Nunca se te ha ocurrido posar por las alergias a los cacahuetes? ¿O utilizar tu perfil para hacer campaña a favor de la investigación necesaria, esa clase de cosas?

–Prefiero utilizar mi influencia para otras cosas, no que me recuerden el defecto de mi sistema inmune.

–¿Cualquier fruto seco?

–Todos, pero sobre todo los cacahuetes.

–A mí tampoco me entusiasman.

–¿En serio? –preguntó ella sorprendida.

–De bebé me atraganté con uno y tuvieron que llevarme al hospital. No he vuelto a probarlos.

–Vaya –Elspeth no podía apartar la mirada de la cautivadora boca–. Es muy peligroso para los bebés…

–Lo es.

Mack seguía tan cerca que ella sentía el cálido aliento sobre el rostro. Veía las motas grises en los ojos azules. Sentía su cuerpo reaccionar a la proximidad con pequeños escalofríos y una necesidad que florecía en su interior como una flor exótica bajo los tórridos rayos del sol. Él deslizó una mano por su rostro, la caricia tan hechizante, excitante, que ella se sintió atrapada en la sensualidad. Pensó en apartarse, pero ni un solo músculo de su cuerpo se mostró de acuerdo.

–Y ahora que hemos dejado claro que no he tomado frutos secos, ¿qué daño puede hacer un besito? –preguntó él con voz ronca, la mirada de nuevo clavada en su boca.

–Entonces, sí querías besarme –Elspeth tragó nerviosamente. No pretendía sonar tan impresionada. Su gemela seguramente besaba a hombres continuamente sin inmutarse.

Mack hundió la mano en los cabellos de Elspeth, provocándole un cosquilleo de placer en la cabeza.

–Me siento muy tentado de hacerlo.

–Pero… ¿por qué? –Elspeth contempló sus labios y el pulso se le aceleró.

–Porque, por algún motivo, te encuentro irresistiblemente atractiva –susurró él.

Lo que encontraba atractiva era su versión de Elodie, se recordó Elspeth. No tenía nada que ver con ella. ¿Querría alguien como Mack MacDiarmid besar a la auténtica Elspeth? Ni hablar.

–Es muy halagador, pero…

–Esta alergia tuya no ha aparecido en ninguna entrevista. ¿Por qué no? –el tono en la voz de Mack le provocó una punzada de alarma.

–Ya, bueno, no quería darle importancia… o animar a alguien a sabotearme antes de una importante sesión de fotos. Aquello es la jungla –Elspeth estaba satisfecha por cómo manejaba la situación. Qué gran actriz se había perdido.

–¿Sería alguien capaz de hacer eso? –Mack frunció el ceño.

–¿Quién sabe? Hay mucha competencia y no quiero arriesgarme –ella sonrió de nuevo–. Eh… ¿no deberíamos regresar a la fiesta?

–¿Qué prisa hay? –él hundió más la mano en los cabellos de Elspeth.

Elspeth era consciente de los atléticos muslos a escasos centímetros de los suyos, de lo mucho que deseaba que la besara, de cómo su mirada seguía fija en sus labios.

–Deben estarse preguntando qué hacemos…

–Quizás piensen que te estoy haciendo el amor apasionadamente en la biblioteca –la perezosa sonrisa de Mack aceleró el corazón de Elspeth.

–Y… ¿y por qué iban a pensar eso? Acabamos de conocernos.

–Por lo que dicen, eso no te ha detenido nunca.

–No deberías creerte todo lo que oyes –ella se apartó, el rostro ardiendo.

–No lo hago –algo en la voz de Mack hizo que Elspeth lo mirara. Su expresión era inescrutable, salvo por la enigmática sonrisa que curvaba los sensuales labios.

–¿Por qué tengo la sensación de que juegas conmigo al gato y el ratón?

–Me fascinas –contestó Mack.

–¿Por… por qué? –nadie se había sentido jamás fascinado por ella.

Mack se envolvió el índice en un mechón de cabellos rojos. La ligera tensión provocó un delicioso escalofrío en la cabeza de Elspeth. La aguda mirada aceleró su corazón. Todo en Mack MacDiarmid gritaba peligro. Jamás había conocido a un hombre más atractivo, ni había estado tan cerca de ninguno. Percibía la reacción animal, provocando una tormenta en su propio cuerpo.

–Eres un misterio que quisiera resolver.

–Te puedo asegurar que no hay nada misterioso en mí –susurró ella, incapaz de hablar más fuerte. ¿Por qué no se marchaba de allí antes de que fuera tarde? Se sentía hipnotizada por su presencia, adicta al sonido de su voz, hambrienta por esos labios.

–No estoy de acuerdo –Mack soltó el dedo–. En cuanto te vi en esa ventana, presentí que ocultabas algo.

–Claro que ocultaba algo –Elspeth parpadeó rápidamente–. Iba casi desnuda.

–Millones de personas te han visto con menos ropa.

–Escucha –ella se mordió el labio–, creo que deberíamos regresar a la fiesta. El ensayo está a punto de empezar. Será raro si no estamos.

–Tienes razón –Mack se apartó de ella–. Los dos tenemos asignados un papel importante este fin de semana, ¿verdad? –el tono hizo que a Elspeth se le volviera a acelerar el corazón.

–Sí, claro –ella tragó nerviosamente.

Su cometido del fin de semana sería mucho más sencillo si ese hombre no fuera tan agudamente inteligente y observador… Ni tan deliciosamente atractivo.

–¿Qué sientes por mi hermano?

–No creo que sea lo bastante bueno para Sabine –contestó ella con sinceridad.

–¿Te gustaría entonces que se anulara la boda? –la mandíbula de Mack se tensó.

–¿Crees que está realmente enamorado de ella? –Elspeth se obligó a sostener la penetrante mirada.

–No sé si mi hermano comprende el significado del amor verdadero –él sonrió cínicamente.

–¿Y tú?