E-Pack Bianca junio 2023 - Maisey Yates - E-Book

E-Pack Bianca junio 2023 E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

Pack 352 Noches de pasión prohibida Clare Connelly Una petición escandalosa que resultó en una semana de pasión. Amenazado por la pasión Maisey Yates Estaba prometida a un hombre… ¡pero siempre había deseado a otro! Atrapados por la suerte Lucy King Mi corazón está vedado... pero nuestra atracción no tiene límites. Casada con su mejor amigo Lynne Graham Su anillo la salvaría de la ruina. Casándose con él, ella lo salvaría del escándalo.

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Seitenzahl: 735

Veröffentlichungsjahr: 2023

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca, n.º 352 - junio 2023

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-922-2

Índice

 

Créditos

Noches de pasión prohibida

Prólogo 1

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Amenazado por la pasión

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Atrapados por la suerte

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Casada con su mejor amigo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Celebración de la boda de Oliva y Luca

 

Alejandro, necesito tu ayuda.

Alejandro se volvió hacia su amigo Luca. Aunque Olivia y él habían contraído matrimonio hacía meses, sonreía como un recién casado. Se habían casado por la iglesia, allí, en Italia, con la sola presencia del sacerdote y la abuela de Luca, y ahora habían querido renovar sus votos acompañados por sus familiares y amigos. De hecho, había tanta gente que parecía como si hubieran invitado a todas las personas que habían conocido a lo largo de su vida.

Entre tantos invitados elegantes, Alejandro llamaba la atención. Y no porque no fuese bien vestido, que lo iba, sino por quién era: un hombre que había salido de la pobreza gracias a su esfuerzo y a su ingenio y que no se avergonzaba de sus orígenes. De hecho, torcía los labios con desprecio cuando tenía delante a un miembro de la élite europea, esas personas de familia adinerada que no tenían ni idea de lo cruel que podía ser la vida.

–Necesito que me eches una mano con la hermana de Olivia, Sienna.

Los ojos azules de Alejandro siguieron la mirada de su amigo hasta posarse en una joven que estaba a unos metros de ellos, sola, observando a la gente a su alrededor. Para ser hermana de Olivia Thornton-Rose, no podría ser más distinta de ella. Mientras que la esposa de Luca era rubia, esbelta y delgada, Sienna tenía el cabello cobrizo, como las mujeres de los cuadros de Tiziano, una figura curvilínea y era más bien bajita. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, Alejandro la recorrió con la mirada.

–¿Quieres parar? –lo increpó Luca.

Alejandro apartó la vista de ella y lo miró.

–Bueno, ¿y qué es lo que quieres que haga? –le preguntó.

–Verás, es que… Olivia adora a Sienna; siempre está pendiente de ella.

Alejandro enarcó una ceja.

–Pues a mí me parece que ya es mayorcita como para cuidarse sola.

–Puede ser. Pero es que me gustaría que Olivia disfrutara de la celebración, y no quiero que en vez de eso ande preocupándose por su hermana.

Alejandro volvió a mirar a la pelirroja y sintió una cierta curiosidad. Su tez era blanca como el alabastro y sus ojos tan verdes que parecían esmeraldas pulidas. Tenía una leve sonrisa en los labios, pero en su mirada había tristeza y dolor. Conocía esas emociones lo bastante como para reconocerlas.

–¿Y qué puedo hacer yo para ayudar? –le preguntó a Luca.

–Asegurarte de que lo pase bien.

Alejandro enarcó una ceja.

–¿Te refieres a…?

–¡Por supuesto que no! –contestó Luca con fiereza–. ¿Por quién me tomas?, ¿por un chulo? Es más, te prohíbo que la toques siquiera –dijo levantando una mano en señal de advertencia–. No es como tus conquistas de una noche, así que ni se te ocurra. Además, no es tu tipo.

Alejandro se acarició la barbilla.

–¿Me lo prohíbes? –murmuró divertido. Se mordió la lengua para no apuntar que el fruto prohibido siempre sabía más dulce.

–Sí. Solo te pido que rescates a Sienna de su espantosa madre, Angelica.

Alejandro esbozó una sonrisa cínica.

–¿Qué tiene de espantosa? –inquirió, girando la cabeza hacia el lugar donde estaba la suegra de Luca.

Era una mujer muy hermosa, que aparentaba menos edad de la que tenía y que era muy consciente de su atractivo.

–Explicártelo llevaría su tiempo.

–Y supongo que estás ansioso por volver junto a la novia.

–Junto a mi esposa –lo corrigió Luca, sonriendo de oreja a oreja. Vaciló un momento, como si estuviese sopesando algo delicado, y luego, inclinándose hacia él y bajando el tono, aunque ninguno de los invitados estaba tan cerca como para oír su conversación, añadió–: Angelica no ha dejado de meterse con Sienna desde esta mañana. Hasta ahora Olivia se ha mordido la lengua, pero me temo que, si Angelica vuelve a hacerlo una vez más, mi dulce y amable esposa se convertirá en un dragón furioso que empezará a escupir fuego a diestro y siniestro.

–¿Y eso sería malo? –inquirió Alejandro con sorna.

–Bueno, la verdad es que a Angelica no le vendría mal que la pusieran en su sitio –contestó Luca. Luego suspiró y murmuró–: Pero Olivia es tan buena que después se odiaría por haberlo hecho. Por eso necesito que mantengas a Sienna lejos de su madre para que Olivia no pierda los estribos.

A Alejandro nadie le importaba tanto como Luca, ni había nadie en quien confiara tanto como en él. Además, Luca era la única persona que lo comprendía de verdad. Sabía cómo había sido su vida anterior, sabía acerca de su madre, de la profesión que había tenido, de su muerte. También sabía por qué era un experto en peleas callejeras: porque había tenido que aprender a defenderse para sobrevivir.

–Está bien –accedió finalmente, aunque de mala gana. No le apetecía nada hacer de niñera.

–Gracias –le dijo Luca con una sonrisa de alivio.

–No hay de qué; creo que me las apañaré –respondió él.

Al fin y al cabo no serían más que unas horas. ¿Qué podría salir mal?

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TIENE cara de estar pensando que preferiría estar en cualquier parte antes que aquí.

Sienna contrajo el rostro, disgustada consigo misma. ¿Tanto se le notaba? Tenía toda la intención de negarlo, por supuesto, pero cuando se volvió hacia su interlocutor se quedó sin palabras. No era que nunca hubiera visto a un hombre apuesto, pero ese adjetivo se quedaba corto para describir al hombre que tenía ante sí.

Sus ojos eran de un azul muy claro, sus facciones perfectamente simétricas, su mandíbula recia, como esculpida con martillo y cincel, y su cabello de un tono castaño oscuro y ligeramente ondulado.

–A mí tampoco me gustan las bodas –comentó él con una media sonrisa.

Los ojos de Sienna descendieron a sus labios y el estómago le dio un vuelco.

–¿No habla inglés? –probó él de nuevo.

A pesar de los nervios, Sienna logró esbozar una sonrisa.

–Pues claro que sí.

–Entonces, ¿es tan diplomática que no quiere criticar la boda?

–No, es que… es la boda de mi hermana –dijo ella señalando a Olivia, que estaba bailando con Luca –. Me alegro mucho por ella.

–Ya se nota.

Sienna parpadeó antes de echarse a reír. Cuando él bajó la vista brevemente a su escote, se sintió acalorada.

–¿Siempre es tan directo?

–Sí.

–¿En serio?

–¿Qué se supone que debería hacer sino? ¿Mentir?

–No, pero a veces decir la verdad no se considera apropiado.

–Pues la verdad es que a mí me da igual lo que se considere o no apropiado –contestó él encogiéndose de hombros.

Sienna se rio de nuevo.

–¿Viene por el novio o por la novia? –le preguntó.

–Por el novio. Luca es mi mejor amigo.

–¿Y cómo es que no ha hecho de padrino?

–Vaya… Veo que no soy el único que no se anda por las ramas.

–¿Acaso se trata de un secreto?

–No, claro que no.

–¿Y entonces?

–Como he dicho, no me gustan las bodas. Habría sido hipócrita que hubiera tomado parte en la ceremonia. Además, no creo en el matrimonio. Ni lo respeto como institución, ni veo que sea una necesidad. Por eso rehusé educadamente cuando Luca me pidió que fuera el padrino.

Sienna ladeó la cabeza.

–¿Cómo ha dicho que se llamaba?

–No se lo he dicho.

–Además de directo, veo que se toma las cosas de un modo literal –apuntó Sienna.

La sonrisa que se dibujó en los labios de él le provocó mariposas en el estómago.

–¿Me está preguntando mi nombre, señorita? –murmuró.

–Supongo que sí –contestó Sienna con picardía.

–Alejandro –dijo él finalmente.

De modo que era extranjero… ¿Tal vez español? Eso explicaría el ligero acento que tenía.

–¿Y usted es…?

–Sienna. Me llamo Sienna.

–Sienna… –repitió él.

Las mariposas revolotearon de nuevo en su estómago al oírle decir su nombre con ese sensual acento.

–Y dime, Sienna: ¿quieres bailar? –le propuso él, tendiéndole la mano.

Ella tragó saliva y lanzó una mirada a las parejas que giraban fuera al son de la música. El hotel había convertido el patio, al que se salía por unas puertas cristaleras abiertas de par en par, en una pista de baile. Habían decorado con lucecitas blancas el emparrado, y las flores de jazmín que colgaban de él llenaban el aire nocturno con su aroma.

–¿Bailar?

Para bailar hacía falta gracia y coordinación, y eran dos cosas de las que ella carecía.

–No es tan difícil –le susurró él, inclinándose hacia su oído–. Puedo enseñarte.

Se había dado cuenta, pensó Sienna, muerta de vergüenza. Se había dado cuenta de lo nerviosa que estaba. «Solo tienes que ser tú misma», le había aconsejado Olivia esa mañana. En vez de animarla, esas palabras la habían hecho sonreír con sorna. Si fuera ella misma, habría ido a la boda en vaqueros y se habría llevado a su perro, Starbuck.

–Es que yo… no bailo –murmuró.

–¿No te gusta bailar?

A decir verdad, no estaba segura. En los bailes del instituto siempre se había quedado junto a la pared, mirando y tomando sorbitos de su refresco, rogando por que nadie se fijara en lo incómoda y fuera de lugar que se sentía.

Intentó buscar una excusa para marcharse, y como no se le ocurría nada señaló hacia donde estaba su amiga Gertie, que estaba charlando con otras personas.

–No, es que debería volver con… –comenzó a balbucir.

Pero antes de que pudiera terminar la frase, él tomó su mano y entrelazó sus dedos con los de ella. Fue algo tan inesperado y tan íntimo que se le cortó el aliento.

–Ven y baila conmigo. Solo una canción –la instó él.

Sienna tragó saliva.

–Está bien –accedió finalmente–. Pero luego no me eches la culpa si acabas con dolor de pies porque te he pisado una y otra vez.

–Hecho –respondió él con una sonrisa.

Y cuando se llevó su mano a los labios y le besó los nudillos, un cosquilleo delicioso recorrió la espalda de Sienna.

 

 

Sienna no había exagerado al decir que no se le daba bien bailar, pero mientras bailaban, cada movimiento hacía que sus cuerpos se rozasen, y para Alejandro estaba siendo un tormento. Sus pechos eran tan voluptuosos que se moría por desnudarla, por rodearlos con sus manos y admirarlos, por tomar sus pezones con la boca y…

«Sienna no es como tus conquistas de una noche»… Alejandro apretó los dientes, irritado, y giró la cabeza hacia el otro extremo de la pista, donde los novios estaban bailando. Luca solo estaba pendiente de Olivia; no estaba vigilándolo para asegurarse de que se comportaba. «Porque se fía de ti», apuntó su conciencia. ¿Y qué?, se dijo. Tampoco era que estuviese pensando hacer nada que fuera a traicionar su confianza…

No, Sienna no se parecía en nada a las mujeres con las que salía, pero tenía algo que provocaba en él una atracción irresistible. Esas pecas adorables que salpicaban el puente de su nariz… ¿las tendría también en alguna otra parte de su cuerpo?, se preguntó excitado. Luego se fijó en sus pestañas, que eran pelirrojas, como su cabello. ¿El vello que cubría su sexo tendría el mismo color?

Maldijo para sus adentros. Lo estaba volviendo loco que Sienna le estuviese vedada, pero siempre se había preciado de su capacidad de autocontrol, y se negaba a sucumbir a la tentación. Sobre todo cuando Luca había sido tan explícito.

–Tienes que relajarte –le dijo a Sienna, a pesar de que él estaba cada vez más tenso por el deseo–. Siente la música; déjate llevar por ella.

–Creo que me sería más fácil relajarme si no parecieras un dios del Olimpo, o una estrella de Hollywood –le dijo ella sonrojándose.

¿Por qué lo complacía tanto aquella confesión? Sabía muy bien que las mujeres lo encontraban atractivo, pero aquel sencillo cumplido y que la irritara sentirse atraída por él hicieron que le entrasen ganas de picarla.

–¿Bailar con un dios no está entre las cosas que quieres hacer antes de morir? –inquirió, pegándose un poco más a ella.

Un gemido ahogado escapó de los labios de Sienna, y se preguntó cómo sería oírla gemir al alcanzar el orgasmo, oírla gritar su nombre… Maldijo en silencio al notar que la entrepierna del pantalón se le estaba poniendo tirante.

–Pues aunque te sorprenda, la verdad es que no –respondió ella, equivocándose de paso una vez más.

–Relájate –le recordó él. Y, al ver que seguía tensa, la tomó de la barbilla para mirarla a los ojos–. No apartes la mirada –le susurró.

Dejó caer la mano y volvió a ponerla en la cadera de Sienna para hacer que se moviera con él al ritmo de la música. El vestido de dama de honor que llevaba era excepcionalmente bonito. Se había fijado cuando había entrado en la iglesia, detrás de su hermana. Al contrario que otras bodas a las que había asistido, en las que la novia intentaba eclipsar a sus damas de honor haciendo que llevaran un diseño espantoso, estaba claro que Olivia había escogido un vestido que le sentara realmente bien a su hermana. Era perfecto para ella, desde el color, un verde esmeralda que resaltaba sus misteriosos ojos, hasta la tela, un material vaporoso que insinuaba sus voluptuosos senos y se ceñía amorosamente a su cintura, y que hacía que la falda cayese como flotando hasta sus rodillas.

Alejandro se moría por levantarle el vestido y palpar sus nalgas; se moría por… ¡Dios!, estaba fatal… Luca lo mataría si hiciera lo que se le estaba pasando por la cabeza.

–Esto se te da muy bien –dijo Sienna, sacándolo de sus pensamientos.

–¿Bailar?

–Cautivar a las mujeres con tu encanto personal.

La sinceridad de Sienna le hizo sonreír.

–¿Y contigo lo he conseguido?

–¡Ay, no me preguntes eso! Resulta aún más embarazoso si no era lo que pretendías.

Alejandro se rio y Sienna dejó de bailar y se quedó mirándolo. Sus labios carnosos y sonrosados parecían estar pidiendo un beso. Y no un simple beso, sino uno ardiente y apasionado.

–Solo sé que estoy bailando con una joven preciosa –respondió, encogiéndose de hombros.

Sienna palideció, dejó caer las manos y retrocedió, apartándose de él.

Era como si la Sienna vivaz y espontánea se hubiese desvanecido de repente, y Alejandro se quedó aturdido.

–Discúlpame –balbució Sienna con una sonrisa tirante–. Debería ir a atender a mis tías.

Y antes de que él pudiera comprender qué había ocurrido se alejó, abriéndose paso entre la gente con la espalda bien recta, como si tuviese algo que demostrar.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

PRECIOSA? Sienna echaba chispas cuando salió del restaurante y se alejó hacia la orilla del Tíber, que fluía lentamente bajo la luna llena. Hasta ese momento Alejandro casi la había engañado. Se había creído su numerito de seductor. Y había creído que de verdad quería bailar con ella. Había creído que la veía tal y como era. Y ella no era preciosa.

No era que estuviese siendo demasiado crítica consigo misma; solo sincera. Desde un punto de vista objetivo, era fácil afrontar la realidad cuando tu madre era Angelica Thornton-Rose y tu hermana Olivia. Era imposible albergar falsas esperanzas con respecto a su aspecto físico que pudiese atraer a ningún hombre. Ella era el patito feo entre dos cisnes gráciles y elegantes. Hacía tiempo que había dejado de soñar con una transformación mágica que la convirtiera en cisne a ella también. Jamás lo sería y no necesitaba que la halagasen con mentiras.

Se quedó mirando el río y trató de serenarse, de poner los pies en el suelo, a pesar de lo tentadora, lo increíblemente tentadora que había sido la fantasía que acaba de experimentar.

 

 

–¿Has visto a Sisi?

Alejandro miró a Olivia, que acababa de acercarse a él en compañía de Luca. No acertaba a ver parecido alguna entre las dos hermanas. Olivia era muy hermosa, pero no tenía las adorables pecas de Sienna en la nariz, sus ojos no eran fascinantes y sus labios no eran carnosos ni tentadores.

–Mi hermana –aclaró Olivia, como interpretando por su silencio que no la había entendido.

–Creíamos que estarías bailando con ella –dijo Luca.

–No importa –murmuró Olivia, estirando el cuello mientras paseaba la vista entre los invitados–. En algún sitio tiene que estar.

Luca miró a Alejandro fijamente, como suplicándole que le echara un cable.

–Puedo buscarla yo, si queréis –se ofreció.

–No, tranquilo, seguro que anda por aquí –replicó Olivia–. Es solo que quiero asegurarme de que está…

–Deja que Alejandro se ocupe –la instó Luca–. Ya sabes que Sienna odia que te preocupes en exceso por ella.

Alejandro estaba seguro de que Sienna se encontraba perfectamente y, aunque sus motivos para ir en su busca distaban de ser altruistas, insistió.

–Es el día de vuestra boda –le dijo a Olivia–. Es lo menos que puedo hacer, ya que me he escaqueado de ser el padrino –añadió con una sonrisa forzada, sintiéndose como un lobo con piel de cordero.

La expresión agradecida de Luca lo hizo sentirse aún más rastrero. ¿Qué diría su amigo si supiera que solo iba a buscar a Sienna por su propio interés?

 

 

–¡Ah, sigues aquí!

Justo cuando Sienna estaba recobrando la calma, la voz de Alejandro detrás de ella hizo que volviera a llenársele de mariposas el estómago. Se volvió despacio, porque necesitaba un momento para templar sus nervios.

Alejandro le tendió una copa de champán, y cuando ella la tomó sus dedos se rozaron.

–Gracias –murmuró Sienna, llevándose la copa a los labios para tomar un trago. Necesitaba sofocar el fuego que la abrasaba.

Él se encogió de hombros y se acercó un poco más. Sienna, incapaz de seguir fingiendo que estaba calmada, sujetó la copa con ambas manos y se giró hacia el río.

–Has huido de mí –comentó él.

No tenía sentido negarlo.

–Necesitaba un poco de espacio.

–No lo estás pasando bien, ¿no?

En realidad el problema era que sí lo había estado pasando bien. Demasiado bien.

–No, es que… ha sido un día muy largo.

Empezando por el horror de tener que prepararse para la boda con su madre al lado, oyéndola deshacerse en alabanzas a la belleza de Olivia, mientras a ella la criticaba con frases como: «¿No podrías haber escogido para Sienna un vestido de dama de honor que no la hiciera parecer un gnomo rechoncho?». Estaba acostumbrada a sus pullas, pero se había sentido tan bien con aquel vestido vaporoso que le había dolido aún más.

–¿De dónde eres? Eres español, ¿no? –le preguntó a Alejandro.

–Sí, de Barcelona.

–Hablas inglés muy bien.

–Es que estudié en Inglaterra.

–¿Ah, sí? ¿En qué parte?

Él mencionó uno de los colegios privados más prestigiosos del país, en las afueras de Londres. Ladeó la cabeza y lo miró largamente.

–¿Sí? –la instó él, para que dijera lo que estaba pensando.

Sienna tomó otro sorbo de champán.

–Es que… bueno, no pareces un esnob de colegio privado –dijo con una mueca, a modo de disculpa.

–¿Ah, no?

Ella sacudió la cabeza. Alejandro alargó la mano para remeterle por detrás de la oreja un mechón que había escapado de su recogido.

–¿Por qué no? –inquirió, dando un paso hacia ella.

Sus muslos se rozaban y con que Sienna solo se inclinara un poco hacia delante, sus senos rozarían también el pecho de él. El solo pensamiento hizo que sintiera un cosquilleo en los pezones.

–¿Sienna?

Alejandro solo estaba instándola a que le explicara qué había querido decir, pero tuvo la sensación de que había algo más. Era como si estuviera pidiéndole permiso para… ¿para besarla?

Un suspiro tembloroso escapó de sus labios y, como si tuviera voluntad propia, su mano se posó en el pecho de Alejandro. Había querido hacer aquello desde el momento en que se había acercado a ella. Su cuerpo era tan cálido… Y los músculos de su torso, que exploró con timidez, eran duros como una roca, tal y como había imaginado. Había deseo en su mirada, o eso le pareció, aunque también una cierta vacilación, y se preguntó si no sería que sentía lástima por ella. ¿Cómo podría desearla a ella, que no era hermosa ni sofisticada como su hermana?

–Luca y yo somos viejos amigos –dijo Alejandro con la mirada perdida en el horizonte, como si no estuviera hablando con ella, sino consigo mismo.

–Sí, lo habías mencionado –musitó ella, tragando saliva–. ¿Estudiasteis juntos? Sé que durante un tiempo estudió en el Reino Unido. ¿Fue allí donde os conocisteis?

Alejandro había girado la cabeza hacia ella y estaba mirándola como si nunca hubiera visto a una mujer. Bueno, seguramente las mujeres con las que se relacionaba se parecían muy poco a ella, que era rústica y poco refinada. En sitios como aquel estaba fuera de su elemento. Preferiría estar en casa, leyendo un libro frente a la chimenea, o dando un paseo a caballo por la campiña. Tomó un sorbo de su copa y trató de pensar en algo más que decir para retenerlo allí, al tiempo que se resignaba a la idea de que probablemente se volvería a marchar.

–Sí –respondió él.

–¿Sí qué? –inquirió ella, confundida.

Alejandro dio un paso hacia ella, y Sienna, nerviosa, se pasó la lengua por los labios.

–Que sí, así fue como nos conocimos Luca y yo –contestó él, quitándole la copa de la mano.

Tomó un sorbo de ella, y Sienna se estremeció al pensar en lo íntimo que era que hubiese posado sus labios donde ella los había posado antes.

Sin embargo, no fue nada comparado con lo que ocurrió a continuación. Alejandro inclinó la cabeza y tomó sus labios. Ella le rodeó el cuello con los brazos y la lengua de él asaltó su boca, entrelazándose con la suya y besándola como nunca la habían besado.

Alejandro le puso la mano en la nuca y enredó los dedos en su cabello. Empujó su cuerpo contra el de ella, y la espalda de Sienna chocó con la balaustrada de piedra que los separaba del río. Al sentir su miembro erecto apretado contra su sexo, gimió suavemente. Alejandro bajó una mano para levantarle la falda y la asió por las nalgas para atraerla aún más hacia él.

Sienna se encaramó al borde de la balaustrada y le rodeó la cintura con las piernas. Y entonces fue él quien gimió. Despegó sus labios de los de ella y masculló algo en español antes de besarla en el cuello y seguir bajando hacia el escote de su vestido.

Sienna echó la cabeza hacia atrás y miró el cielo estrellado, preguntándose si aquello sería un sueño, o un deseo hecho realidad. Alejandro volvió a besarla en los labios y la atrajo de nuevo hacia sí, moviendo las caderas para simular el acto sexual. ¡Dios, cómo deseaba que la hiciese suya allí mismo! Sería su primera vez, pero ¿qué importaba? Tampoco era que hubiese estado reservándose a la espera de un príncipe azul.

Alargó las manos para desabrocharle el cinturón y estaba tan segura de lo que quería que ni siquiera le temblaban las manos. Cuando le bajó la cremallera y cerró una mano en torno a su miembro, se sintió triunfante. Con la respiración entrecortada, se echó un poco hacia atrás con una sonrisa traviesa y le lanzó una mirada sugerente, mezcla de desafío y de invitación.

 

 

Alejandro se quedó mirando a Sienna como si acabara de despertarse de un sueño, el mejor sueño que había tenido jamás. ¿O sería una pesadilla? Más bien una pesadilla, porque era justo lo que Luca le había advertido que no hiciera, lo que se había jurado a sí mismo que no ocurriría. Su amigo no se merecía que traicionara su confianza de aquel modo.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, apartó la mano de Sienna de su palpitante miembro. El deseo lo abrumaba, pero no iba a traicionar a Luca. Le había dejado muy claro que se mantuviera alejado de Sienna, y entendía por qué. Sienna era una buena chica, era dulce y amable, la clase de mujer a la que él evitaba a toda costa. Los hombres como él acababan rompiéndole el corazón a las buenas chicas como ella, y se negaba a hacerle daño a Sienna.

–Lo… lo siento –dijo. Sienna lo miró aturdida–. Me he dejado llevar –añadió en un tono quedo, avergonzado por su falta de autocontrol.

–Los dos nos hemos dejado llevar –contestó ella, apartando la vista.

Se bajó de la balaustrada, ignorando la mano que él le tendió para ayudarla, y le lanzó una mirada fría, aunque el temblor de sus labios delató que su rechazo, al contrario de lo que pretendía aparentar, le había dolido.

–Sienna, escucha… –comenzó a murmurar él.

Pero ella no dejó que acabara la frase y lo cortó, diciéndole en un tono gélido:

–Disculpa, pero creo que he oído a mi madre llamándome.

 

 

Solo era una excusa para alejarse de él antes de que la engullera la vergüenza, pero cuando regresó dentro una mano la agarró bruscamente por la muñeca. Era su madre, y no parecía muy contenta.

–¡Mira quién ha aparecido! –masculló–. ¿Qué diablos has estado haciendo? Parece como si te hubieras estado arrastrando por entre la maleza –la reprendió, intentando arreglarle el peinado con las manos–. El mejor estilista de Europa se ha pasado horas peinándote y maquillándote y tú acabas hecha un espantajo.

Sienna se sintió como si la hubiera golpeado un tren de mercancías.

–Deja mi pelo, madre, está bien.

–No, no está bien –replicó Angelica con aspereza–. Es la boda de tu hermana. Por algún motivo… supongo que por caridad… ha querido que seas su dama de honor, y no puedes posar a su lado en las fotos como una desarrapada.

Sienna apretó los dientes.

–Solo estoy un poco despeinada. Estaba fuera y hace viento.

–No hay manera… –murmuró su madre sin dejar de atusarle el pelo–. Tendremos que ir al lavabo a arreglártelo.

–¿Quieres escucharme? –la increpó Sienna, apartándole las manos–. Ya lo haré yo. Eres la madre de la novia; no puedes desaparecer. Tienes que atender a los invitados.

Sabía que era justo lo que debía decirle para que la dejase tranquila. Su madre era muy vanidosa; siempre quería ser el centro de atención y, cuando eso no era posible, se arrimaba a quien lo era. Y en ese día, obviamente, la protagonista era su hermana.

Su madre claudicó por fin, aunque de mala gana, y se alejó. Sienna resopló, e iba a dirigirse al servicio de señoras cuando alguien volvió a agarrarla por la muñeca y tiró de ella.

–¡Eh! –protestó al ver que era Alejandro, pero él la ignoró y volvió a llevarla fuera.

Cuando finalmente se detuvo y se volvió hacia ella, sus ojos relampagueaban con una ira apenas contenida.

–No parece que hayas estado arrastrándote por la maleza –le dijo con vehemencia–. Lo que parece es que te han besando apasionadamente, que es lo que ha pasado. Es más, me estoy sintiendo tentado de terminar lo que empezamos.

Sienna se quedó mirándolo boquiabierta.

–Pero si fuiste tú quien paró… –balbució.

–¿Tu madre suele hablarte de ese modo? –le preguntó él.

Sienna palideció.

–No quiero hablar de eso.

Cuando Alejandro dio un paso hacia ella, se estremeció. Tenía las emociones tan a flor de piel que su cuerpo no podía evitar responder a la proximidad entre ellos.

–Pero mi madre tiene razón –murmuró–. Debería ir a arreglarme un poco para estar más presentable.

–Estás perfecta como estás –replicó él, dando otro paso hacia ella y tomándola por las caderas.

–¿Qué haces?

–No lo sé –murmuró él, mientras sus ojos inescrutables estudiaban sus facciones.

–Pues hace un rato me dejaste bien claro que no tenías ningún interés en mí…

Él la silenció poniéndole un dedo en los labios.

–No creerás eso de verdad, ¿no? –inquirió, dejando caer su mano.

–Puede que no tenga tanta experiencia como tú –respondió ella–, pero no estoy ciega.

Él resopló y esbozó una sonrisa socarrona.

–Pues que Dios te conserve la vista… –murmuró–, porque no podrías estar más equivocada.

Sienna apartó la vista. No estaba de humor para mentiras, ni para falsos halagos. Sabía que había malinterpretado sus actos, y se había puesto en ridículo, arrojándose prácticamente a sus brazos.

–Si paré fue, en parte, precisamente porque sé que tengo más experiencia que tú –contestó él, poniéndole las manos en las caderas y atrayéndola hacia sí–. No te pareces en nada a las mujeres a las que suelo llevarme a la cama.

El pulso de Sienna se aceleró.

–Aquí no hay ninguna cama –balbució.

–Bueno, pues digamos que no te pareces en nada a las mujeres con las que suelo practicar sexo –puntualizó él.

Al oírle decir eso, Sienna se sintió acalorada.

–Ya, seguro que soy distinta a ellas en un millar de cosas –murmuró.

Alejandro frunció el ceño.

–Me refería a que da la impresión de que has vivido toda tu vida en una burbuja de cristal, que eres muy inocente. No quería aprovecharme de ti; no cuando para mí no serías más que… –vaciló, intentando encontrar el modo de decirlo sin herirla.

–¿Otro nombre en tu lista de conquistas?

Él enarcó una ceja.

–Más o menos.

Estaba diciéndole que no habría significado nada para él, pensó Sienna. Que no habría sido más que sexo de una noche. Pero si lo hubieran hecho, al menos no tendría que acabar casándose siendo aún virgen. Y tendría que casarse, en algún momento de los próximos veinte meses… El tiempo se le agotaba y había empezado a entrarle el pánico ante la sola idea. No le importaba casarse con un hombre a quien apenas conociera, o por quien no se sintiera atraída, pero detestaba la idea de casarse sin haber adquirido al menos algo de experiencia.

Se sentía tan frustrada… Frustrada por las crueles pullas de su madre que tantos años llevaba aguantando, por las limitaciones que había impuesto sobre su vida el testamento de su padre…

–¿Y si es eso lo que quiero, ser un nombre más en tu lista de conquistas?

–Es imposible que quieras eso.

–¿Cómo lo sabes?

–Sienna…

La nota de advertencia en la voz de Alejandro fue para ella la gota que colmó el vaso. Irritada e impaciente, plantó un dedo en sus labios para interrumpirlo.

–Voy a besarte –le dijo–. Así que si no quieres que las cosas vayan más lejos, márchate ahora mismo. Y si no, deja de poner excusas.

–Mira, Sienna, lo que tú quieres…

–Es que me traten como a una adulta, capaz de tomar mis propias decisiones. Y si lo que pasa es que no me deseas, al menos ten las agallas de decirlo.

Él la miró sorprendido y Sienna vaciló un instante antes de ponerle la mano en la nuca para atraerlo hacia sí. Cuando sus labios se tocaron fue algo explosivo, como cuando la presión del agua revienta el muro de contención de una presa. Una sensación de alivio arrolló a Sienna, y al instante supo que no estaba equivocada, que él también la deseaba.

–Ven conmigo –le dijo, entrelazando sus dedos con los de él.

Y antes de que ninguno de los dos pudiera cambiar de opinión, lo arrastró tras de sí.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

SIENNA empujó la puerta del lavabo de señoras e ignoró la cursi y recargada decoración. Ignoró todo salvo los fuertes latidos de su corazón. Por primera vez en su vida iba a hacer lo que le apetecía. Iba a perder la virginidad porque quería, y no porque su padre hubiese dictado en su testamento que tenía que casarse y el sexo fuese a ser un requisito del matrimonio.

Alejandro echó el pestillo de la puerta y empezó a besarla de nuevo, sin contenerse, y el peso de su cuerpo la empujó hacia atrás, hasta que chocaron con un elegante diván estilo rococó. Sienna apenas había caído sobre él cuando Alejandro empezó a levantarle el vestido, casi con desesperación.

Sin embargo, a pesar de lo excitada que estaba, cuando sus dedos le rozaron las braguitas blancas de algodón, sintió vergüenza de llevar una ropa interior tan práctica y poco sexy. Estaba segura de que él estaba acostumbrado a que sus conquistas llevaran provocativa lencería fina.

Pero si Alejandro se fijó, no pareció importarle, o al menos no dijo nada, sino que le bajó las braguitas y se las quitó antes de volver a besarla, enroscando su lengua con la de ella. Sienna arqueó la espalda, impaciente.

–Haces que me sienta como un adolescente a punto de hacerlo por primera vez –susurró él con voz ronca, mientras se desabrochaba la camisa.

Aquel cumplido provocó un cosquilleo en el estómago a Sienna, que le sonrió nerviosa. Alejandro, que con las prisas no conseguía acabar de sacarse las mangas, gruñó de pura frustración mientras se colocaba a horcajadas sobre ella. Sienna lo ayudó a terminar de quitarse la camisa para luego arrojarla al suelo, y gimió cuando sintió la erección de Alejandro contra su sexo cuando le rodeó la cintura con las piernas.

–Querría tomarme mi tiempo, pero no tenemos demasiado –le susurró él al oído–. Eres la dama de honor y alguien podría venir a buscarte.

No, nadie estaría buscándola, pensó ella. Ni siquiera se darían cuenta de que no estaba. Y nadie se imaginaría que pudiera estar en el lavabo de señoras haciendo lo que estaba haciendo. Con una sonrisa pícara se incorporó un poco, apoyándose en los codos y lo besó mientras le desabrochaba los pantalones. Esa vez Alejandro no la detuvo, sino que incluso la ayudó a bajárselos junto con los calzoncillos, y poco después lo tenía completamente desnudo sobre ella, bronceado y tan hermoso como una escultura griega.

–Un segundo –murmuró él.

Alargó el brazo hacia su pantalón, que no había caído muy lejos, y alcanzó su billetera del bolsillo trasero. La abrió con una mano y sacó un preservativo. Sienna lo miró preocupada mientras observaba cómo se lo ponía. Era enorme… ¿Cómo iba a caber dentro de ella?

Se mordió el labio, nerviosa, pero Alejandro comenzó a besarla de nuevo. Le bajó los tirantes y el cuerpo del vestido. Tomó sus senos, uno en cada mano, sopesándolos, masajeándolos y le frotó los pezones con los pulgares.

Una vez había salido con un tipo que le había tocado los pechos de un modo lascivo y le había dicho que parecían pomelos. Lo había dicho como un cumplido, pero desde entonces Sienna se había sentido avergonzada del tamaño de sus pechos y siempre hacía todo lo posible para disimularlos.

Sin embargo, las caricias de Alejandro no le recordaban al manoseo de aquel tipo. Eran unas caricias sensuales y posesivas al mismo tiempo. Arqueó la espalda, extasiada, y cuando Alejandro tomó un pezón en su boca fue como si algo estallara en su interior, haciéndola estremecer. Y luego, cuando sus dedos se deslizaron entre sus piernas, un calor abrasador se expandió por todo su cuerpo. Sacudió las caderas en una muda invitación y él le susurró algo en español.

–Por favor… –jadeó mientras los dedos de Alejandro la exploraban.

Hasta ese momento ella era la única que se había tocado ahí abajo, y Alejandro lo hacía con tal maestría que no podía dejar de gemir. Cerró los ojos, extasiada. Justo cuando notó que estaba a punto de alcanzar el orgasmo, él apartó la mano. Su sexo estaba húmedo y caliente y se sentía como si estuviese flotando, cuando de pronto experimentó un intenso dolor.

Se incorporó con un grito ahogado y abrió los ojos. Él la miró sobresaltado, y ella no pudo disimular su confusión hasta que se dio cuenta de que al apartar la mano Alejandro la había penetrado de una embestida.

–¿Qué diablos…?

La expresión de él reflejaba ira y espanto.

–¿Qué pasa? –balbució ella.

–Dime que no eres virgen.

Su reacción confundió a Sienna, pero el dolor había remitido y estaba dando paso a una sensación tan cálida y placentera que sintió que el deseo volvía a apoderarse de ella. Sacudió la cabeza, lo agarró por los hombros, clavándole las uñas en ellos y le suplicó:

–Luego… Ya hablaremos luego… Ahora necesito… Te necesito…

Alejandro maldijo entre dientes. Sienna tomó su rostro entre ambas manos para que la mirara y le dijo:

–Te he traído aquí porque deseaba esto. Por favor, no pares. Y por favor, no me hagas suplicar. Hazme tuya…

–Pero es que tu primera vez… –Alejandro volvió a farfullar un improperio–. Tu primera vez no debería ser con alguien como yo –le dijo atropelladamente–. No debería ser así.

Ella le puso un dedo en los labios para acallar sus protestas.

–Esto es justo lo que quiero. Quiero que mi primera vez sea contigo.

Alejandro cerró los ojos y gruñó de pura frustración.

–Por amor de Dios… –masculló.

Cuando se echó un poco hacia atrás, sacando ligeramente su miembro de ella, Sienna contuvo el aliento, creyendo que iba a poner fin a aquello, pero entonces volvió a hundirse en ella, con suavidad, y comenzó a sacudir las caderas rítmicamente contra las suyas.

Con cada movimiento su excitación iba en aumento. Apenas podía pensar, apenas podía respirar, y cuando Alejandro inclinó la cabeza hacia sus senos y se puso a succionar primero un pezón y luego el otro, creyó que iba a perder la cordura. Volvió a clavarle las uñas en los hombros y dejó que sus manos se deslizaran por su ancha espalda. Pronto sintió que estaba llegando al clímax y agarró sus nalgas, aferrándose a él al tiempo que gritaba su nombre.

Alejandro, para impedir que la oyeran, la besó con fuerza y Sienna notó como se tensaba al alcanzar el orgasmo también. Se convulsionó unos instantes y luego se derrumbó sobre ella, como un barco azotado por la tormenta es arrojado por las olas hasta la playa.

 

 

Alejandro ya no estaba seguro de absolutamente nada; lo único que tenía claro era que había cometido un error.

–Madre mía… Ha sido increíble… –murmuró Sienna.

Increíble, sí, de eso no había duda. Alejandro aún estaba aturdido por el clímax. Su respiración todavía era jadeante, y cada célula de su cuerpo vibraba de satisfacción. Incorporándose, bajó la vista hacia Sienna. Su mirada inocente y sus mejillas arreboladas eran la prueba de que para ella aquello había sido su despertar sexual. Avergonzado por el modo en que se había comportado, se levantó y le dio la espalda, deseando que hubiera algún modo de deshacer lo que acababa de ocurrir.

Apretó los dientes mientras tiraba el preservativo a una papelera y fue a por sus pantalones rehuyendo la mirada de Sienna. Estaba furioso. Principalmente consigo mismo, pero también con ella. Debería haberle dicho que era virgen.

Toda su vida se había propuesto demostrarse con cada decisión que tomaba que no era como su padre, el hombre que había seducido a su madre, una joven ingenua y virgen, haciendo que se enamorara de él, para luego esfumarse al enterarse de que la había dejado embarazada.

Al contrario que Sienna, las mujeres con las que él se acostaba tenían experiencia y tan poco interés como él en una relación seria. Y dejando eso a un lado, también estaba la cuestión de que había traicionado la confianza de su mejor amigo. Desoír la advertencia de Luca pensando que Sienna tenía experiencia había estado mal, pero ahora que sabía que hasta hacía un momento había sido virgen, comprendía por qué le había dicho que se mantuviera alejado de ella.

Con un gruñido de frustración se volvió hacia ella. Sienna seguía tumbada en el diván, con una expresión embelesada, las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes. Sus magníficos y voluptuosos pechos continuaban descubiertos y tenía la falda del vestido medio subida. Ni siquiera había acabado de desvestirla, por la urgencia que había tenido por satisfacer su deseo. Apretó los labios y le dijo:

–No es así como debería haber sido tu primera vez.

Sienna se incorporó, ladeó la cabeza y se quedó mirándolo.

–¿Te parece que tenga alguna queja?

A pesar de que se arrepentía de haberse dejado llevar, su respuesta lo llenó de orgullo. Pero era un orgullo infantil y arrogante, se reprendió. No había nada de lo que sentirse orgulloso; no después de lo que había hecho. Le había dado a Luca su palabra de que cuidaría de Sienna, y apenas una hora después la había desflorado en el lavabo de señoras del restaurante.

–Deberías habérmelo dicho –la increpó, con más aspereza de la que pretendía por lo furioso que estaba consigo mismo.

Sienna pareció darse cuenta de que algo no iba bien. Se subió el cuerpo del vestido, se puso bien los tirantes y, frunciendo el ceño, le respondió:

–Antes dijiste que te parecía muy inocente. Pensé que habías dado por hecho que era virgen.

–Me refería a que eres muy inocente comparada con alguien como yo, no a que no tuvieras ninguna experiencia. Además… a tu edad no es normal que siguieras siendo virgen.

¿Cómo podía ser que una mujer tan hermosa, tan sensual, tan hipnotizadora, aún fuera virgen?

Las facciones de Sienna se tensaron.

–Pues ya ves –le dijo levantándose–, soy la excepción a la regla.

–Esto ha sido un tremendo error, Sienna, y desearía que no hubiese ocurrido.

Ella jamás calificaría de «error» lo que acababan de compartir.

–Siento que lo veas de ese modo –murmuró–. Pero no te preocupes, no espero que me propongas matrimonio ni nada de eso. Lo he hecho contigo porque quería. No te has aprovechado de mí –escrutó su rostro–. Además, me dejaste muy claro que no buscabas nada serio, así que mis expectativas no han cambiado con respecto a las que tenía hace veinte minutos.

–Te he utilizado porque no buscaba nada más que sexo, Sienna. ¿De verdad eso te parece bien?

–Se me podría acusar de lo mismo a mí. No le veo ningún problema a lo que ha sucedido entre nosotros. De hecho, lo único que lamento es que haya sido tan breve porque lo he disfrutado muchísimo.

Él la miró patidifuso.

–¿Te lo estás tomando a risa?

–No, solo pretendo hacerte ver lo ridícula e hipócrita que es tu perspectiva. Era virgen, sí, pero soy adulta. Era perfectamente consciente de lo que me estabas ofreciendo y sabía lo que hacía cuando entramos juntos aquí –contestó ella alzando la barbilla.

Alejandro entornó los ojos.

–¿Pero a ti te parece normal que tu primera vez haya sido con un perfecto extraño? Deberías haberme dicho la verdad.

–¿Lo habrías hecho conmigo si hubieras sabido que era virgen?

–Por supuesto que no.

Su rápida respuesta fue como un jarro de agua fría para Sienna, que se quedó mirándolo aturdida y dolida.

–El que fueras virgen lo complica todo –añadió él–. Esto no debería haber ocurrido, pero es algo que ya no podemos cambiar.

–No, es verdad –murmuró ella con aplomo. Las constantes críticas de su madre habían hecho que desarrollara una habilidad especial para ocultar sus sentimientos–. Pero siempre podemos hacer como si no hubiera ocurrido.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

ANTES de que Luca le pidiera que distrajera a Sienna, Alejandro apenas se había fijado en ella. Había estado demasiado absorto en sus pensamientos, preguntándose qué había hecho que el Luca al que conocía se hubiera transformado en un dócil cachorro, en un marido complaciente.

En cambio, ahora no lograba sacarse a Sienna de la cabeza. La observó, cerveza en mano, desde la distancia, mientras ella se paseaba por entre la gente. Era una suerte que Luca no tuviera ojos más que para la novia, porque no sabía cómo iba a poder volver a mirarlo a la cara.

De todos modos Sienna parecía feliz. Se había detenido y estaba charlando con una mujer mayor con el pelo corto y plateado. Se rio de algo que esta le acababa de decir, echando la cabeza hacia atrás, y su cabello pelirrojo volvió a hipnotizarlo.

Daría lo que fuera por deshacerle el recogido, agarrarla por el pelo para obligarla a mirarlo a los ojos y besarla hasta que… Maldijo para sus adentros. Debería marcharse antes de hacer algo verdaderamente estúpido, como proponerle que pasasen la noche juntos, se dijo. Y, sin embargo, no se movió. Se quedó donde estaba, observándola, ansioso y pensativo.

 

 

–Sabes que no estoy preparada para casarme, Gertie. Aún no.

–¡Pero mira todos los hombres que hay aquí! –exclamó la anciana, señalando en derredor con un ademán. Sacudió la cabeza–. Tienes tanto donde elegir…

–Sí, pero ninguno de ellos es el adecuado para mí –replicó Sienna.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no girar la cabeza hacia donde estaba Alejandro, aunque podía sentir su mirada sobre ella.

–¿Y qué me dices de mi Andrew? Sabes que te aprecia muchísimo.

Sienna puso los ojos en blanco y sonrió con indulgencia.

–Trabajo para él –le recordó.

–Pero Andrew te haría feliz.

–¡Gertie! –la increpó Sienna. Se rio, sacudió la cabeza y recalcó–: Eso no va a pasar.

La anciana torció el gesto.

–Pues es una lástima. Me habría gustado tanto que fueses mi nieta política…

Sienna se enterneció y, poniendo una mano en el hombro de Gertie, le dijo:

–Pero podemos seguir siendo amigas.

Gertie sonrió y brindaron con sus copas de champán.

–¡Ah, mira, hablando del rey de Roma…! –exclamó al ver que se les acercaba su nieto.

–Ya me parecía a mí que me pitaban los oídos… –bromeó él.

Andrew Davison, conde de Highbury y jefe de Sienna, se detuvo junto a ellas con una copa de champán en cada mano.

–Pensé que a lo mejor os apetecía tomar algo, pero veo que ya vais servidas –dijo.

Andrew era una de las pocas personas, aparte de su abuela Gertie, que conocía bien a Sienna y la comprendía. Y sabía que, aunque se sentía feliz por su hermana, cualquier evento familiar como aquel le provocaba una tensión tremenda.

–Bueno, personalmente, no por eso voy a rechazar una segunda copa –replicó Sienna.

Aún se sentía excitada por lo que habían hecho Alejandro y ella, pero él le había dejado muy claro que aquello no se repetiría y no iba a rebajarse a suplicar que volvieran a verse.

«Ningún hombre podría sentirse atraído por una cosa fofa como tú. ¿Qué he hecho yo para merecer a una hija cómo tú, eh? Dímelo». Sin motivo, esas hirientes palabras de su madre acudieron a su mente. Apuró su copa de un trago, y se la cambió a Andrew por una de las que les había traído. Él la miró preocupado, así que esbozó una sonrisa para tranquilizarlo.

Gertie tenía razón cuando decía que su nieto era un buen partido. Era extraño que ella nunca hubiese pensado en él de esa manera. ¿Quizá porque a sus treinta y tantos era demasiado mayor para ella? Claro que… ¿cuántos tenía Alejandro? Si ni siquiera sabía cómo se apellidaba…

–Mi chófer está fuera –le dijo en voz baja Andrew, inclinándose hacia ella–. Si necesitas escapar… pues eso.

Andrew creía que estaba tensa por la boda, y por su madre. Poco podía imaginar que un fogoso encuentro con un desconocido había desplazado de su mente cualquier otro pensamiento.

–Gracias, pero debo quedarme hasta que Olivia y Luca se marchen. Si desapareciese sin decir nada, la gente empezará a murmurar.

–Lo entiendo, pero si te ves muy agobiada, ya sabes.

–¡Lord Highbury!

Sienna se tensó al reconocer la voz de Alejandro detrás de ellos y, para su sorpresa, Andrew exclamó con una amplia sonrisa: «¡Alex!», y le estrechó la mano con entusiasmo. ¿«Alex»? ¿Es que se conocían?

–No sabía que estabas aquí –dijo Andrew.

–Luca y yo somos amigos; fuimos juntos al colegio –respondió Alejandro, a modo de explicación. Lanzó una mirada a Sienna y a ella le pareció que sus ojos relampagueaban.

–¡Ah, claro! Debí imaginarlo. Hacía como un año que no te veía. ¿Cómo estás?, ¿cómo te va?

¿De qué conocía Andrew a Alejandro?, se preguntó Sienna. ¿Y cómo de bien se conocían?

–Bien, todo bien –respondió Alejandro. No tuvo la cortesía de preguntarle a Andrew por él, como este había hecho–. Disculpa, me he acordado de que antes le prometí un baile a Sienna –añadió, tomándola de la mano.

Sienna se quedó tan sorprendida que no dijo nada, pero Gertie frunció el ceño y le preguntó:

–¿Y usted quién es?

–Alejandro Corderó –se presentó él.

Corderó… Sienna saboreó aquella palabra en su boca, susurrándola para sí, antes de darse cuenta de que Gertie estaba observándola con suspicacia. «Contrólate», se reprendió.

–¿Y cómo es que conoce a nuestra Sienna? –inquirió Gertie.

Alejandro apretó la mano de Sienna y contestó:

–La he conocido a través de Luca. Y ahora, si nos disculpa…

Mientras Alejandro la arrastraba detrás de él Sienna intentó soltarse, pero no pudo y él giró la cabeza y clavó sus ojos en los de ella a modo de advertencia.

–¿Qué estás haciendo? –masculló Sienna cuando hubieron salido al patio.

–Vamos a bailar.

–No quiero bailar contigo –replicó ella.

Por la expresión burlona de Alejandro le quedó claro que sabía que era mentira, aunque no dijo nada, sino que la atrajo hacia sí, rodeándole la cintura con los brazos y empezó a bailar con ella al suave ritmo de la música. Sienna se sentía tan acalorada como si corriera lava en vez de sangre por sus venas.

–Tranquila, después de este baile me iré –le dijo él.

Al oírle decir eso, el estómago le dio un vuelco. Se detuvo y se quedó mirándolo aturdida. Detestaba estar dejándole entrever hasta qué punto se sentía atraída por él, pero en ese momento fue consciente de que probablemente jamás volvería a verlo, y la sola idea hizo que se le secara la boca.

–Ya. Bueno, es tarde. Seguro que a Luca no le importará. Yo, en cambio, tengo que quedarme hasta el final, hasta que mi hermana y él se vayan…

Estaba diciendo tonterías, se increpó, apretando los labios y apartando la vista. Sin embargo, Alejandro la atrajo hacia sí y murmuró:

–Mira, di por hecho que tenías experiencia. No mucha, necesariamente, pero algo al menos.

Ella lo miró irritada.

–Vaya. Siento haberte decepcionado.

–No he dicho que lo que ha ocurrido entre nosotros me haya decepcionado.

A pesar de lo serio que estaba, Sienna sintió un cosquilleo en el estómago al oírle admitir que sí había disfrutado de lo que habían compartido.

–Imagino que no estarás tomando la píldora.

–No, pero tú usaste preservativo, así que no hay nada por lo que preocuparse, ¿no?

–Los preservativos no son eficaces al cien por cien. Hay una posibilidad de que te hayas quedado embarazada.

Sienna sacudió la cabeza.

–No puede ser…

–Claro que puede ser. Y por eso espero que te pongas en contacto conmigo si lo que hemos hecho tiene consecuencias.

Sienna nunca había pensado en ser madre. No era algo que ansiase, y desde luego tampoco era algo que entrase en sus planes a corto plazo. Tragó saliva.

–Por supuesto –murmuró.

Cayó un pesado silencio entre los dos. Alejandro escrutó su rostro como si estuviera intentando averiguar qué estaba pensando y al cabo le preguntó en un tono quedo:

–¿Te hice daño?

Ella parpadeó sin comprender.

–¿Cuándo?

–No fui muy delicado. No como lo habría sido si hubiera sabido que…

Sienna se mordió el labio.

–No pasa nada. Estoy bien.

Sin embargo, era evidente que Alejandro se sentía culpable, así que, para tranquilizarlo, añadió:

–No sé si debería decir esto porque… bueno, ya sabes, no tengo experiencia, pero la verdad es que me gustó que no fueras delicado.

Alejandro pareció relajarse un poco, pero Sienna, en cambio, sintió que el pánico estaba apoderándose de ella. Olivia se preocupaba tanto por ella que, si resultase que estaba embarazada, probablemente insistiría en que Luca y ella se mudaran a Inglaterra para poder ayudarla.

–Escucha –le dijo a Alejandro, poniéndole una mano en el pecho–: nadie puede enterarse de lo que hemos hecho.

Él entornó los ojos y respondió:

–No tengo por costumbre ir pregonando mi intimidad por ahí.

–Bien –murmuró ella–. Porque en lo que a mí respecta, debe quedar únicamente entre nosotros. Nadie tiene por qué saberlo. En especial mi hermana. Le daría algo si se enterase. Sobre todo si me hubiese quedado embarazada, y no quiero que se ponga en plan ultraprotector conmigo, como suele hacer.

–No se lo contaré a nadie –le prometió él.

Alejandro dio un paso atrás, sacó su billetera y extrajo de ella una tarjeta de negocios.

–Pero no lo olvides: llámame si hay algo que deba saber –le reiteró.

Ella tomó la tarjeta, se quedó mirándola, y cuando levantó la vista Alejandro ya se había dado media vuelta y estaba alejándose.

 

 

Ocho días después de abandonar Roma y de otras tantas citas con distintas mujeres, Alejandro tuvo que admitir para sus adentros dos cosas: una, que estaba tremendamente aburrido, y dos, que quería volver a ver a Sienna.

Para ser justos, no le habían hecho falta ocho citas con ocho mujeres distintas para darse cuenta de que estaba intentando reemplazar el equivalente de un vino excelente con un insípido vaso de agua.

No quería sexo con cualquier mujer, por guapa que fuera. Quería volver a hacerlo con Sienna. Quería explorar cada centímetro de su cuerpo con las manos, con la boca, con la lengua… Quería volverla loca de deseo. Quería hacerla estallar, caricia tras caricia.

Cuando entró en su apartamento, fue a la cocina, sacó una cerveza de la nevera y volvió al salón. Se quitó los zapatos y salió a la terraza con una expresión adusta.

Ocho días… Ocho días no eran nada. Sabía por experiencia que todo se hacía más fácil con el paso del tiempo. Lo único que tenía que hacer era seguir con su vida y dejar que pasaran unos cuantos días más, o unas cuantas semanas, y con el tiempo dejaría de pensar en Sienna. No tenía elección: por su amistad con Luca, Sienna le estaba vedada.

 

 

Sienna no podía dejar de pensar en Alejandro. Sus manos acariciando su cuerpo, su boca sobre sus senos… Habían pasado tres semanas desde la boda. Tres semanas desde que lo había conocido y había sufrido aquel arrebato inesperado de pasión. El deseo por un extraño la había consumido y se había dejado llevar por sus impulsos. No se había parado a cuestionarse nada y había mandado al diablo las posibles consecuencias.

Claro que tampoco las había habido: tres semanas después se había hecho una prueba de embarazo, que había salido negativa. Y extrañamente había sentido una punzada de decepción al darse cuenta de que no tenía ningún motivo para llamar a Alejandro.

Por enésima vez desde el día de la boda sacó su móvil, entró en sus contactos y seleccionó su número. Lo tenía guardado desde aquella noche, cuando él le había dado su tarjeta de negocios. Se quedó mirando la pantalla, preguntándose cómo sería volver a oír su voz.

«¿Qué tienes que perder?», se dijo. «¿Mi amor propio, tal vez?», se respondió con cinismo. Pero… ¿acaso no había cosas por las que merecía la pena arriesgarse? «¡Mira a Olivia!», pensó. Su hermana lo había arriesgado todo yéndose a Roma para pedirle a Luca que se casara con ella y le había salido bien.

Ella no quería casarse con Alejandro, pero tampoco estaba segura de que le estuviera haciendo bien alguno seguir fingiendo que no quería algo de él. Claro que… ¿querría él lo mismo de ella? Solo había una manera de averiguarlo.

Capítulo 5

 

 

 

 

 

PERDONA que te interrumpa, Alejandro.

Al oír por el interfono la voz de María, su secretaria, Alejandro, que se estaba quitando el traje para ponerse su ropa de correr, pulsó un botón en el teléfono para activar el altavoz.

–Dime. ¿Qué pasa? –contestó mientras se desabrochaba la camisa.

–Hay una mujer aquí que quiere verte.

–Voy a salir –respondió él irritado, arrojando la camisa sobre el respaldo de la silla de su escritorio.

–Lo sé, sé que es la hora a la que sales a correr.

La respuesta de María le hizo esbozar una media sonrisa. Llevaba seis años trabajando para él, y después de Luca era la persona que mejor lo conocía.

–Y no suelo recibir a nadie sin cita previa.

–Eso también lo sé.

–¿Y entonces por qué no le has dicho que se vaya?

María suspiró y se rio suavemente. Se picaban el uno al otro así a diario; se había convertido en una costumbre. Alejandro se desabrochó el pantalón, e iba a alcanzar los shorts cuando su secretaria contestó:

–Dice que es importante.

Él enarcó una ceja.

–¿Te ha dicho su nombre?

–Sienna Thorn…

Alejandro levantó el teléfono de la base antes de que su secretaria pudiera terminar de decir el apellido de Sienna.

–¿Y dices que está aquí? –la cortó de sopetón.

El estómago le dio un vuelco al pensar en que solo podía haber una razón para que se presentase allí de esa manera: estaba embarazada.

–¿Le digo que pida una cita para otro día? –preguntó su secretaria.

Alejandro se quedó mirando la pared. Jamás sería la clase de hombre que rehuía sus responsabilidades. No sería como su padre. Si Sienna estaba embarazada, aunque probablemente Luca no volvería a hablarle, haría lo que tenía que hacer: se casaría con ella.

–No. Dile que pase.

Dejó el teléfono de nuevo en la base, se volvió hacia la puerta, nervioso, preparándose mentalmente para todos los cambios que estaban a punto de producirse en su vida.

Cuando Sienna entró en su despacho, fue como si recibiera una descarga de alto voltaje. ¿Qué había en ella que irradiaba esa electricidad? Era como una fuerza de la naturaleza, con su cabello pelirrojo. Y a pesar de que lo llevaba recogido en un moño medio deshecho, no pudo evitar fijarse en cómo atraía la atención hacia sus altos pómulos, sus ojos verdes y esos labios carnosos que parecían estar suplicando… No, se reprendió, conteniendo sus pensamientos. No era eso por lo que ella había ido hasta allí.

–Hola, Sienna –la saludó, manteniendo las distancias entre ellos para controlarse–. Siéntate, por favor –le dijo, indicando los sillones junto al ventanal.