E-Pack Bianca noviembre 2023 - Julia James - E-Book

E-Pack Bianca noviembre 2023 E-Book

Julia James

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Beschreibung

Pack 371 Un amor de verano Julia James Su corazón no lo perdonaría nunca. Su cuerpo no era capaz de olvidarlo. La justicia del amor Annie West La había apartado de su vida para protegerla, pero había llegado el momento de volver a buscarla. Unidos por la tentación Clare Connelly Dos semanas en la isla. ¡Dos semanas para no caer en la tentación!

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titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca, n.º 371 - noviembe 2023

 

I.S.B.N.: 978-84-1180-473-8

Índice

 

Créditos

Índice

 

Un novio siciliano

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

La justicia del amor

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Unidos por la tentación

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Una mujer que dice ser tu prometida está en recepción y quiere verte.

Luka Cavaliere levantó la mirada de su ordenador para ver la sonrisa irónica de su secretaria.

–Pensé que ya lo había oído todo –comentó Tara.

Era habitual que las mujeres quisieran verlo con cualquier excusa, pero era la primera vez que una decía ser su prometida. Tara sabía por amarga experiencia que la mujer que esperaba en recepción estaba mintiendo porque con lo único que Luka estaba comprometido era con su trabajo.

Y, por eso, su respuesta la dejó sorprendida.

–Llama a recepción y di que puede subir –respondió con su rico acento italiano.

–¿Perdona?

Luka no respondió a la pregunta. Sencillamente, siguió mirando la pantalla de su ordenador como si no hubiera pasado nada. No tenía que repetirse ni dar explicaciones.

–¿Luka?

Tara se quedó parada en la puerta, incapaz de creer que supiera quién era esa mujer cuando ni siquiera había preguntado su nombre.

–¿Quieres una segunda advertencia? Ya sabes que no me gusta tener que repetir las órdenes.

–No, tú quieres darme una segunda advertencia para poder despedirme –replicó ella, su voz cargada de angustia–. ¿Quieres que me vaya?

«Por supuesto que sí».

–Porque hemos hecho el amor, ¿verdad?

Luka podría haberla corregido, pero decidió no hacerlo. Él no hacía el amor, sencillamente mantenía relaciones sexuales.

A menudo.

Su dinero atraía a mujeres superficiales, pero su porte y sus habilidades en el dormitorio hacían que ellas quisieran más de lo que estaba dispuesto a dar. Y, desde luego, había sido un error acostarse con su secretaria.

–No voy a discutir sobre eso –replicó–. Dile que suba.

–Pero no me habías contado que estuvieras prometido. Ni siquiera me habías dado a entender que hubiera otra persona…

Luka empezaba a aburrirse.

–Tómate el tiempo que quieras para almorzar –la interrumpió–. No, ahora que lo pienso, tómate el resto del día libre.

Tara dejó escapar un sollozo antes de salir del despacho y el portazo hizo que Luka cerrase los ojos un momento. Pero no tenía nada que ver con el enfado de su secretaria, sino con lo que iba a pasar en los siguientes minutos, para lo que tenía que ir preparándose.

Siempre había habido otra persona.

Y estaba allí.

Se levantó del sillón para mirar las calles de Londres desde la ventana. Era verano, aunque a él le daba igual porque prácticamente vivía en su cómodo despacho con aire acondicionado y vestía los mismos trajes de chaqueta en verano o en invierno.

Menuda ironía, pensó, que Sophie y él fueran a encontrarse en Londres, el lugar de sus sueños juveniles, después de tantos años.

Siempre había pensado que si volvían a verse sería en Roma, en una de sus habituales visitas a la «ciudad eterna». O incluso en Bordo del Cielo, el pueblo costero en Sicilia donde habían crecido. Solo había vuelto para asistir al funeral de su padre el año anterior, pero se había preguntado si iría de nuevo en caso de que el padre de Sophie quisiera ser enterrado allí.

Aún no había decidido si iría al funeral cuando llegase el día. Y sabía que ese día llegaría pronto.

Y esa, también lo sabía, era la razón por la que Sophie estaba allí.

Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó el brutal recordatorio de por qué nunca podría ser: una cadena de oro con una sencilla cruz. Sí, iría al funeral de su padre porque esa joya debería estar en su tumba.

Entonces sonó un golpecito en la puerta.

Su vida sería mucho más fácil si no hubiese abierto la puerta aquel día, tanto tiempo atrás. Tal vez, pensó, en aquella ocasión no debería abrir.

Luka guardó la cadena en el bolsillo y se aclaró la garganta.

–Entra –dijo con voz ronca, sin darse la vuelta.

–Tu secretaria me ha pedido que te diera un mensaje: ha renunciado a su puesto. Aparentemente, soy la gota que ha colmado el vaso.

Su voz, aunque un poco forzada, seguía siendo para Luka como una caricia y tardó un momento en darse la vuelta.

Había esperado que los años no la hubiesen tratado amablemente. Incluso que algún mal hábito la hubiese avejentado prematuramente o que estuviera embarazada de trillizos, por ejemplo… cualquier cosa que pudiese apagar esa llama eterna.

Se volvió por fin y descubrió que el tiempo había sido cruel, para él al menos, porque sus ojos azul marino se encontraron con la perfección.

Sophie Durante estaba frente a él con un sencillo vestido de color marfil que realzaba su voluptuosa figura. El brillante pelo negro sujeto en un moño francés cuando él lo recordaba cayendo sobre sus hombros desnudos. Los zapatos de tacón de color nude destacaban sus bien torneadas y bronceadas piernas.

Tuvo que hacer un esfuerzo para levantar la mirada hasta su boca. Los generosos labios estaban apretados cuando él los recordaba abiertos, riendo. Entonces los recordó en otro sitio… pero era una imagen inconveniente y se obligó a mirar los ojos castaños.

Estaba tan preciosa como la recordaba y, como ocurrió el día que se despidieron, ella lo miraba con odio.

–Sophie –murmuró.

No sabía cómo saludarla. ¿Debía estrechar su mano o darle dos besos en las mejillas?

Se limitó a señalar un sillón para que se sentara y ella lo hizo, dejando su bolso de diseño a un lado y cruzando elegantemente las piernas.

–Tienes buen aspecto.

Había tenido que aclararse la garganta cuando le llegó el aroma de su delicado perfume.

–Estoy bien –respondió ella, con una sonrisa tensa–. Muy ocupada, claro.

–¿Estás trabajando? ¿Conseguiste trabajar en alguna línea de cruceros?

–No, me dedico a organizar eventos.

–¿Ah, sí? –Luka no intentó esconder su sorpresa–. Pero si siempre llegabas tarde a todas partes.

Miró el anillo en su dedo, un rubí montado en una banda de oro florentino. Era muy antiguo y no se parecía a lo que él hubiese elegido para ella.

–Parece que tengo muy mal gusto en anillos…

–¡No! –le advirtió ella abruptamente–. No volverás a insultarme.

Él miró los ojos de la única mujer a la que había hecho el amor en toda su vida.

–¿No vas a preguntarme por qué estoy aquí?

–Imagino que estás a punto de decírmelo –Luka se encogió de hombros. Sabía por qué estaba allí, pero la obligaría a decirlo solo por el placer de verla sufrir.

–Mi padre podría salir de prisión el viernes, por motivos de salud.

–Lo sé.

–¿Cómo?

–De vez en cuando miro las noticias –el sarcasmo de Luka no encontró respuesta–. ¿Cómo está?

–No finjas que te importa.

–¡Y tú no te atrevas a suponer que no es así! –replicó él, su tono haciéndola parpadear a toda velocidad.

Al verla se había sentido momentáneamente afectado, pero había recuperado el control y juró no volver a perderlo.

–Pero tú eres así, Sophie. Ya habías tomado una decisión sobre el juicio incluso antes de que eligiesen al jurado. Te lo preguntaré otra vez: ¿cómo está tu padre?

–Se ha hecho mayor y a veces está un poco desconcertado.

–Lo siento.

–¿No es eso lo que le hace la cárcel a un hombre inocente?

Luka la miró, sin decir nada.

Paulo no era tan inocente como ella decía.

–Aunque un Cavaliere no sabría nada de cárceles –añadió ella.

–Pasé seis meses en prisión a la espera de juicio, dos de ellos incomunicado –le recordó Luka–. ¿O te referías a que decidieron que mi padre era inocente?

–No quiero hablar de ese hombre –respondió ella.

Ni siquiera podía mencionar el nombre de su padre y la conversación sería mucho peor si supiera la verdad. Casi podía sentir el calor de la cadenita de oro que había guardado en el bolsillo. Sentía la tentación de tirarla sobre el escritorio para terminar de una vez por todas.

–¿Qué haces aquí, Sophie? Pensé que habíamos roto nuestro compromiso hace mucho tiempo.

–Primero, no quiero que pienses que estoy aquí por alguna idea romántica.

–Me alegro porque sería una enorme pérdida de tiempo si así fuera.

–En cualquier caso –siguió la joven– mi padre cree que has cumplido tu promesa. Cree que estamos comprometidos y que vivimos juntos en Roma.

–¿Y por qué piensa eso?

–Era mejor hacerle creer que habías respetado tu compromiso conmigo. Jamás pensé que saldría de la cárcel y ahora tengo que mantener las apariencias. Le he contado que solo dijiste esas cosas horribles sobre mí en el juicio para protegerlo a él.

–Y así era –respondió Luka–. Dije lo que dije con la esperanza de protegerlo, o más bien de protegerte a ti, pero te negaste a verlo de ese modo –la miró durante largo rato, en silencio, y descubrió que no podía soportar estar a su lado–. Esto no saldrá bien.

–Tiene que salir bien. Me lo debes.

–Te lo debo –asintió Luka–. Pero aparte de que no nos soportamos, yo tengo una vida. Puede que esté saliendo con alguien…

–Me da igual si pone tu vida patas arriba durante un tiempo. Esto tiene que ser así, Luka. Puede que ahora seas un hombre rico en tu elegante oficina londinense y vivas el estilo de vida de la jet set, pero eres de Bordo del Cielo, no puedes escapar de eso. Puedes usar a las mujeres como kleenex, pero el hecho es que estamos prometidos desde la infancia y eso significa algo en Bordo del Cielo. ¿Me ayudarás a conseguir que mi padre muera en paz?

–¿Quieres que me mude a tu casa y finjamos vivir juntos?

–No, he leído que tienes un apartamento en Roma. Podemos ir allí.

–¿Por qué no al tuyo?

–Lo comparto con mi amiga Bella. Supongo que la recuerdas.

Luka no dijo nada. Por lo que había oído, muchos hombres recordaban a Bella.

–Lleva su negocio desde casa y no sería justo molestarla –siguió Sophie–. Además, sería raro que compartiésemos apartamento con otra mujer.

–¿Y esa enamorada pareja compartiría cama?

–También sería raro que durmiésemos separados.

–¿Y habría sexo? –insistió Luka, deseando ver alguna indicación de que también a ella le dolía, pero Sophie lo miraba con total frialdad.

–No, en absoluto. Después de lo que pasó esa tarde tengo cierta fobia al sexo…

Luka abrió los ojos como platos. ¿Estaba diciendo que no había habido ningún otro hombre después de él?

–Pero, si eso es lo que hace falta para que aceptes, entonces sí, habrá sexo.

–Pensé que la fulana era Bella.

Sophie tuvo que disimular su indignación.

–Todo el mundo tiene un precio –respondió con despecho, y Luka miró a la hermosa, pero hostil, extraña cuya inocencia se había llevado–. Así que el sexo puede ser parte del trato…

–No, gracias –la interrumpió Luka–. No necesito sexo por caridad y, además, las mártires no me excitan. Las que me excitan son las que participan activamente… –al ver su expresión supo que estaba recordando esa tarde–. Tú tienes que saber cuánto me gusta una mujer que instiga a la acción.

Creyó que se ruborizaría al recordar que había sido ella quien prácticamente le suplicó que le hiciese el amor, pero Sophie le sorprendió encogiéndose de hombros.

–Entonces no habrá sexo porque yo no voy a instigar nada. ¿Vas a hacerlo, Luka?

–Me gustaría pensarlo.

–Mi padre no tiene tiempo.

–Déjame tu tarjeta. Te llamaré cuando haya tomado una decisión.

La vio inclinarse para tomar el bolso y, por primera vez, parecía cortada.

–Yo me pondré en contacto contigo –Sophie se levantó para marcharse, pero a última hora cambió de opinión–. Me debes esto, Luka. Estábamos prometidos y te llevaste mi virginidad.

Luka tenía que admirarla porque, al contrario que otras mujeres, no hablaba de su relación de manera emotiva. De hecho, la reducía a los fríos hechos.

–Qué extraña manera de exponerlo. Si no recuerdo mal… –Luka rodeó el escritorio y se colocó frente a ella–. ¿Prefieres un banco de cocina a un escritorio?

Entonces fue Sophie quien tuvo que hacer un esfuerzo para mantener la calma.

–No digas tonterías.

–¿Por qué no me casé contigo? Siendo como eres una buena chica siciliana… –empezó a decir Luka, haciendo el papel de abogado del diablo.

–Le dije a mi padre que mi sueño era entrar de su brazo en la iglesia. Le dije…

–Aún no sé si estoy dispuesto a hacerlo, pero antes de seguir hay algo que debes saber: nunca me casaré contigo.

–Harás lo que tengas que hacer –Sophie clavó un dedo en su torso–. Lo que haga falta.

A pesar de esa fría fachada, sabía que era tan siciliana como la tierra volcánica en la que habían crecido y no intentó disimular una sonrisa de triunfo. Seguía siendo tan apasionada como recordaba. Y eso era lo que siempre había amado y odiado en ella.

–No.

–Después de lo que hiciste, después de lo que dijiste de mí en el juicio…

–Déjate de dramas –replicó él–. Admito que tengo una deuda moral contigo, pero no te debo tanto. Podría ser tu falso prometido, pero no tu falso marido. Acepta eso o vete de aquí.

En realidad, esperaba que se fuera de su vida, de su cabeza, de su corazón.

Pero Sophie pareció aceptar sus términos porque volvió a dejarse caer sobre el sillón.

Era hora de hacer un trato.

Por fin, juntos, se enfrentarían con los errores del pasado.

Capítulo 1

 

Feliz cumpleaños por adelantado!

Sophie sonrió cuando Bella sacó del bolso un paquete envuelto en papel de regalo.

–¿Puedo abrirlo ahora?

Ya sabía lo que era, un vestido para su fiesta de compromiso, que tendría lugar la semana siguiente. Aunque las dos trabajaban como camareras en el hotel, Bella era una modista con mucho talento y Sophie había pasado las últimas semanas con piezas de papel cebolla prendidas a su cuerpo con alfileres. Estaba deseando ver el resultado. Bella lo había mantenido en secreto y ni siquiera sabía de qué color era.

–No, no lo abras aquí. Espera a llegar a casa. No querrás que se llene de arena.

Aunque cansadas después del turno de trabajo en el hotel Brezza Oceana, habían ido a su playa secreta. En realidad, no era una playa secreta, pero estaba medio escondida entre los acantilados y no se veía desde el hotel. Los turistas no sabían que se podía llegar a la estrecha playa por un camino que los vecinos de Bordo del Cielo se guardaban para sí mismos. Era allí donde Sophie y Bella iban después del colegio. Años después, aunque trabajaban juntas la mayoría de los días, seguían conservando la tradición.

Allí, donde nadie podía oírlas, se sentaban, con las piernas en el agua de color azul, para hablar sobre sus sueños, sus esperanzas y también de sus miedos…

Pero no de todos sus miedos.

Bordo del Cielo era un pueblo con secretos y algunas cosas eran tan peligrosas que ni siquiera ellas las discutían en voz alta.

–Ahora puedo ponerme a hacer mi vestido –dijo Bella.

–¿Cómo es el tuyo?

–Gris. Muy sencillo, pero sofisticado. A ver si así Matteo se fija en mí de una vez…

Sophie esbozó una sonrisa. Bella llevaba años enamorada de Matteo, el mejor amigo de Luka, pero él nunca la había mirado dos veces.

–Debes de estar muy emocionada –siguió Bella.

–Pues claro que sí.

Su sonrisa, la que esbozaba tan decidida cada vez que alguien mencionaba su compromiso, de repente flaqueó y sus expresivos ojos castaños se llenaron de lágrimas.

–¿Sophie? ¿Qué te pasa? Dímelo.

–No puedo.

–¿Qué es lo que te preocupa? ¿Acostarte con él? Esperará eso una vez que estéis comprometidos, pero podrías decirle que quieres esperar hasta la noche de boda.

Sophie consiguió sonreír un poco.

–Eso es lo único que no me preocupa.

Era la verdad.

Hacía años que no veía a Luka, pero siempre había estado enamorada de él. El padre viudo de Luka, Malvolio, era el dueño del hotel y de la mayoría de los negocios y casas del pueblo. Y los que no eran suyos tenían que pagar por «protección». Cuando la madre de Luka murió, en lugar de criar a su hijo como había hecho su propio padre, Malvolio lo envió a un internado, pero Luka volvía cada verano y cada año le parecía más guapo. No tenía la menor duda de que los años que había pasado en Londres no habrían cambiado eso.

–La verdad es que estoy deseando volver a ver a Luka.

–¿Te acuerdas de cómo lloraste cuando se fue?

–Entonces tenía catorce años –le recordó Sophie–. Mañana cumpliré los diecinueve…

–¿Recuerdas cuando intentaste besarlo?

–Me dijo que era demasiado joven. Imagino que entonces él tendría veinte años –Sophie sonrió ante el bochornoso recuerdo de Luka apartándola de sus rodillas–. Me dijo que esperase.

–Y lo has hecho.

–Pero él no –dijo Sophie, con amargura. La fama de donjuán de Luka era tan innegable como las olas que acariciaban sus piernas–. Ya entonces se acostaba con unas y con otras.

–¿Y eso te disgusta?

–Sí, pero… –sintió que le ardía la cara al pensar en Luka con otras mujeres–. Yo quiero lo que él ha tenido.

–¿Quieres salir con otros hombres?

–No, quiero libertad. Quiero tener experiencias y hacer realidad mis sueños. He pasado toda mi vida cuidando de mi padre, cocinando, lavando la ropa. Aún no sé si quiero casarme. Quiero trabajar en un crucero… –Sophie miró el brillante mar. Viajar en barco siempre había sido uno de sus sueños–. No me importaría hacer camas para ganarme la vida si fuera en un barco. Es como tú con tus vestidos…

–Pero eso es solo un sueño.

–Tal vez no. Puede que acepten tu solicitud y te vayas pronto a Milán.

–Me han rechazado. Mis diseños no eran lo bastante interesantes y yo nunca podré pagar modelos y fotógrafos decentes –Bella se encogió de hombros, intentando convencer a Sophie de que no entrar en el estudio de diseño de Milán no le dolía en el alma–. De todas formas no podría haber ido a Milán. Necesito ganar un sueldo para pagar el alquiler y Malvolio le diría de todo a mi madre si no pudiera… –sacudió la cabeza, sin terminar la frase.

Sí, había cosas que nunca debían ser discutidas, pero en una semana tendría lugar su compromiso con Luka, y Sophie ya no podía guardarse sus miedos.

–Malvolio me da miedo. No creo que Luka sea como su padre, pero…

–Calla –la interrumpió Bella. Estaban solas en la playa, pero miró por encima de su hombro para estar segura del todo–. No hables así.

–¿Por qué no? Solo estamos hablando. No quiero casarme, ya está –dijo Sophie por fin–. Tengo diecinueve años. Hay tantas cosas que quiero hacer antes de sentar la cabeza. No sé si quiero…

–¿No sabes si quieres vivir en una casa preciosa, rodeada de criados? –replicó Bella, enfadada–. ¿No sabes si quieres ser rica? Pues si me hubiera pasado a mí me sentiría afortunada.

–Pero yo…

–Malvolio quiere que trabaje en el bar del hotel. A partir de la semana que viene no estaré haciendo camas, estaré… –Bella no terminó la frase y Sophie tuvo que contener sus propias lágrimas–. De tal palo, tal astilla. No me avergüenzo de mi madre, hizo lo que tuvo que hacer para sobrevivir, pero no quiero eso para mí.

–¡Entonces no lo hagas! –Sophie sacudió la cabeza–. ¡Dile que no!

–¿Crees que me haría caso?

–No tienes que saltar cada vez que él dé una orden. No puede obligarte a hacer nada que no quieras hacer –insistió Sophie. Odiaba que todo el mundo obedeciese las órdenes de Malvolio, su propio padre incluido–. Si no puedes decirle que no, yo lo haré por ti.

–No, déjalo –le rogó Bella.

–No voy a dejarlo. Cuando Luka llegue el miércoles hablaré con él…

–No servirá de nada –la interrumpió Bella, levantándose–. Tengo que irme a trabajar. Perdona, no quería ponerme así. Entiendo que es tu decisión casarte o no.

–Las dos deberíamos poder decidir –dijo Sophie.

Pero no era así.

Todo el mundo pensaba que era afortunada porque gracias a la relación de su padre con Malvolio se casaría con Luka.

Nadie había preguntado a la novia.

Salieron a la calle y pasaron frente al hotel Brezza Oceana, donde tendría lugar la fiesta de compromiso.

–¿Estás tomando la píldora? –le preguntó Bella entonces.

Dos semanas antes habían ido en autobús a un pueblo vecino para que Sophie comprase las pastillas sin que lo supiera el médico del pueblo.

–Todos los días.

–Será mejor que yo también las compre.

El corazón de Sophie se encogió al notar la resignación en el tono de su amiga.

–Bella…

–Tengo que irme.

–¿Nos veremos esta noche en la iglesia?

–Por supuesto –Bella intentó sonreír–. Quiero ver cómo te queda el vestido.

Sophie casi había llegado a casa cuando recordó que debía comprar pan, de modo que se volvió y corrió hacia la panadería.

Cuando entró, las conversaciones pararon abruptamente, como solía ocurrir últimamente. Intentando pasar por alto la extraña tensión sonrió a Teresa, la propietaria, y pidió aceitunas y queso, además de un pan siciliano, que era el mejor pan del mundo, y luego sacó el monedero para pagar.

–Es gratis –dijo Teresa.

–Scusi? –Sophie frunció el ceño. No quería cobrarle porque iba a casarse con el hijo de Malvolio, pero dejó el dinero sobre el mostrador antes de salir. Ella no quería saber nada de esas cosas.

–Llegas tarde –la regañó su padre cuando entró en la cocina, donde Paulo estaba leyendo el periódico–. Llegarías tarde a tu propio funeral.

–Bella y yo hemos estado charlando un rato.

–¿Qué traes ahí?

–Pan y aceitunas… –Sophie se dio cuenta de que se refería al paquete que llevaba en la otra mano–. Padre, cuando iba a pagar en la panadería, Teresa me dijo que no tenía que hacerlo. ¿Tú sabes por qué?

–No lo sé –Paulo se encogió de hombros–. Tal vez solo quería tener un detalle. Después de todo, compras allí todos los días.

Sophie no iba a dejarse engañar.

–Me sentí incómoda. Cuando entré, todo el mundo dejó de hablar de repente. Creo que es por mi compromiso con Luka.

–¿Qué llevas en ese paquete? –su padre cambió de tema y Sophie dejó escapar un tenso suspiro mientras dejaba la bolsa sobre la encimera.

–El vestido para la fiesta que me ha hecho Bella. Voy a probármelo.

–Ah, muy bien.

–Padre… –mientras cortaba la barra de pan, Sophie intentaba que su tono no la delatase–. Dijiste que me darías las joyas de mi madre cuando me comprometiese.

–Dije que te las daría cuando te casases.

–¡No! Dijiste que me las darías cuando Luka y yo estuviéramos comprometidos. ¿Puedes dármelas ahora, por favor? Quiero ver cómo me quedan con el vestido.

–Sophie, acabo de sentarme…

–Si me dices dónde están, yo iré a buscarlas.

Su padre dejó escapar un suspiro de alivio cuando sonó el teléfono. Estaba inventando excusas y ella lo sabía. Durante años había preguntado por el collar de su madre con pendientes a juego y Paulo siempre inventaba alguna razón para no dárselos.

–Padre… –empezó a decir cuando volvió a la cocina.

–Ahora no, Sophie. Malvolio me ha pedido que me reúna con él.

–Pero si es domingo.

–Dice que tenemos que hablar de algo importante.

–¿Y no puede esperar hasta el lunes?

–¡Ya está bien! –replicó él–. Yo no puedo cuestionar sus decisiones.

–¿Por qué no? –lo desafió ella, harta de que su padre fuese la marioneta de Malvolio–. ¿Sobre qué es la reunión? ¿O es solo una excusa para quedarte en el bar toda la noche?

Curiosamente, Paulo soltó una carcajada.

–Hablas como tu madre.

Todo el mundo decía lo mismo. Al parecer, Rosa había sido una mujer volcánica, aunque ella no la recordaba porque había muerto cuando tenía dos años.

–Toma –dijo Paulo, ofreciéndole una bolsita–. Aquí están las joyas.

Sophie dejó escapar una exclamación.

–Esto significa mucho para mí.

–Lo sé –murmuró él, casi sin voz–. Solo están los pendientes.

–Pensé que había una cadena de oro con una cruz…

Su madre la llevaba en todas las fotos, pero su padre negó con la cabeza, apartando la mirada.

–Creo que se le cayó en el accidente. Incluso después de tantos años sigo buscándola entre los arbustos cuando voy a dar un paseo por las mañanas. Yo quería dártela… siento mucho no poder hacerlo.

–¿Es por eso por lo que siempre me dabas largas? Padre, yo solo quería tener algo de ella… –Sophie miró con lágrimas en los ojos los aretes de oro con pequeños diamantes–. Y ahora tengo sus pendientes. Muchas gracias.

–Tengo que irme a la reunión –se limitó a decir Paulo–. Intentaré volver a la hora de cenar.

Sophie hizo una mueca. No quería discutir después de que por fin le hubiera dado los pendientes de su madre, pero no podía morderse la lengua.

–Si Malvolio te deja.

Vio que su padre cerraba los ojos un momento antes de volverse hacia la puerta.

Sabía que tal vez se lo estaba poniendo aún más difícil, pero no le gustaba su relación con Malvolio Cavaliere.

–Padre, no sé si quiero comprometerme.

Contuvo el aliento al ver que Paulo tensaba los hombros.

–Es normal estar nerviosa –dijo él, sin volverse–. Tengo que irme, hija.

–Padre, por favor, ¿no podemos hablar?

Pero la puerta ya se había cerrado.

Sophie tomó una fotografía de su madre, pensativa. Podía ver el parecido. Tenían el mismo pelo negro, largo, los mismos ojos oscuros y labios gruesos. Desearía tanto que estuviera a su lado, aunque solo fuese un momento. Echaba de menos los consejos de una madre.

–Estoy tan desconcertada –admitió, mirando la foto de Rosa.

Por un lado temía casarse y, sin embargo, por otro anhelaba volver a ver a Luka, el hombre de sus sueños. Siempre había estado enamorada de él y quería que su primer beso se lo diera él, que le hiciera el amor…

¿Pero qué querría Luka?

Sin duda, él estaría temiendo tener que cumplir con el compromiso de su padre de casarse con la pobre Sophie Durante.

¿Era esa la razón por la que Malvolio controlaba a su padre?, se preguntó.

Pues ella no necesitaba caridad y así se lo diría.

Después de dejar la fotografía sobre la mesa, subió con el paquete a su habitación y lo abrió por fin.

El vestido, de seda color coral, era exquisito. Estaba deseando probárselo, pero antes se dio una ducha rápida y se lavó el pelo para ver el efecto completo frente al espejo.

Y se quedó sin aliento. Todas esas horas de pie mientras Bella le clavaba trozos de papel con alfileres habían merecido la pena.

El vestido era asombroso: escotado, ajustado a la cintura y cayendo en capas hasta las rodillas, destacaba unas curvas que hasta entonces ella hacía lo posible por ocultar.

Por supuesto, tendría que ponerse sujetador, pero incluso sin él resultaba elegante y sexy. Debería quitárselo, pero se puso los pendientes de su madre y un poco de brillo en los labios.

Trabajando en el hotel, estaba acostumbrada a ver mujeres guapas, pero esa tarde, por primera vez en su vida, se sentía como una de ellas. Y, de repente, se ruborizó al imaginarse frente a Luka.

Quería que la viese como una mujer adulta.

Brevemente, imaginó su boca sobre la suya… pero un golpe en la puerta la sacó de su ensueño.

Sonaba urgente y Sophie corrió por la casa, pero cuando abrió la puerta vio que solo era Pino, en su bicicleta.

Tenía doce años y todo el mundo lo usaba como mensajero.

–Malvolio quiere que vayas a su casa –le dijo el chico, ahuecando la voz.

–Malvolio –repitió Sophie, con el ceño fruncido. Ella nunca había estado en su casa–. ¿Por qué? ¿Qué quiere?

–Solo me ha dicho que te diera el mensaje –respondió Pino–. Dice que es importante y que vayas ahora mismo.

Sophie, con el corazón acelerado, le dio al crío unas monedas.

¿Por qué quería Malvolio que fuera a su casa? Había pensado que su padre y él iban a verse en el bar del hotel.

Se puso unas sandalias y corrió colina arriba hacia la espectacular casa de Malvolio, desde la que podía verse el mar y todo el pueblo. Una vez arriba se detuvo para tomar aliento antes de llamar a la puerta. No quería estar allí, pero Malvolio la había llamado.

Y nadie le decía que no a Malvolio Cavaliere.

Capítulo 2

 

Por qué no le pides a Sophie que venga?

Luka dejó escapar un tenso suspiro ante la sugerencia de su padre. En contra de sus deseos, había estado viviendo en Londres durante los últimos seis años, al principio estudiando, pero después empezando a hacerse un nombre en el mundo de los negocios.

Había ofrecido consejos financieros a los propietarios de un pequeño hotel, pero cuando le dijeron que no podían pagarle después de hacer los cambios que había sugerido, Luka se ofreció a trabajar para ellos por un porcentaje de la propiedad.

Había sido un riesgo, pero el hotel estaba empezando a funcionar y poseía un diez por ciento de un próspero negocio.

Podría tenerlo todo en Bordo del Cielo. Su padre era uno de los hombres más ricos de Sicilia y había llegado el momento de ocupar su sitio. Él pensaba que había vuelto para sentar la cabeza y hacerse cargo de su imperio, pero Luka había decidido apartarse para siempre.

Esos años en Londres le habían abierto los ojos. Había descubierto que su padre era un corrupto y solo había vuelto a Sicilia en algún viaje ocasional.

Deliberadamente, no había visto ni hablado con Sophie en todo ese tiempo.

Y en ese tiempo habían cambiado muchas cosas.

–Estaría bien que pasaras algún tiempo con ella antes de la fiesta de compromiso –había insistido Malvolio–. Angela estará en la iglesia –añadió, refiriéndose a su criada– así que me iré y os dejaré solos un rato…

–No va a haber ninguna fiesta de compromiso –lo interrumpió Luka, mirando al hombre al que ya no reconocía. A quien, en realidad, nunca había conocido–. Porque no habrá compromiso. No voy a casarme con Sophie Durante.

–Pero estáis prometidos desde la infancia.

–Esa fue tu promesa, no la mía. Tú elegiste a mi futura esposa como has elegido que me dedique al negocio familiar. Pero estoy aquí para decirte que vuelvo a Londres, padre. No voy a vivir aquí.

–No puedes hacerle eso a Paulo, a Sophie…

–No finjas que te importan –lo interrumpió Luka, viendo que su padre empezaba a respirar con dificultad, como le ocurría siempre que alguien le llevaba la contraria.

–No voy a dejar que me hagas esto –replicó Malvolio–. No vas a ensuciar el apellido Cavaliere.

Luka apretó los dientes. Su padre era quien había ensuciado el apellido Cavaliere. Él, que robaba a los pobres, a los enfermos, que dominaba a la gente de Bordo del Cielo con puño de hierro. Esa era la auténtica vergüenza.

–Hablaré con el padre de Sophie y le explicaré por qué no voy a casarme con una mujer elegida para mí. Como no voy a dejar que me dictes a qué debo dedicarme ni el sitio en el que debo vivir.

–Destrozarás la reputación de Sophie.

–No voy a seguir discutiendo –dijo Luka–. Hablaré con Paulo sobre mi decisión y luego, si él me lo permite, hablaré con Sophie.

–No vas a volver a Londres. Trabajarás para mí. Después de todo lo que he hecho por ti…

–¡No sigas! –lo interrumpió Luka–. No digas que has hecho todo esto por mí cuando yo nunca te he pedido nada.

–Pero lo has aceptado –le recordó Malvolio–. Has vivido en la mejor casa, has recibido la mejor educación. No voy a dejar que le des la espalda al negocio familiar.

–Tú no vas a decidir cómo vivo mi vida. No necesito tu permiso para hacer nada.

Iba a darse la vuelta, pero su padre lo interrumpió como solo él sabía hacerlo. Luka podría haber detenido el puñetazo, pero no lo hizo. Su padre lo envió contra la pared y sintió un chorro de sangre resbalando por la cara, pero eso no detuvo a Malvolio.

Su único hijo quería darle la espalda a todo lo que había construido para él y no iba a permitirlo. Lo golpeó en el estómago y cuando Luka se dobló sobre sí mismo Malvolio le golpeó en las costillas. Pero lo único que consiguió fue reafirmar su decisión de marcharse para siempre.

Luka logró apartarse para enfrentarse con él.

–Los hombres inteligentes no utilizan los puños sino el cerebro –le espetó cuando Malvolio volvió a levantar el puño–. Puede que asustes a otros, pero a mí no. Y si vuelves a pegarme te devolveré el golpe –le advirtió.

Y hablaba en serio.

–Te casarás con ella.

Luka no devolvía los golpes, pero la ira lo cegaba. Odiaba que su padre le dictase cómo vivir su vida.

–¡Vivo en Londres! –gritó–. Y salgo con modelos, mujeres guapas y sofisticadas, no con la vulgar campesina que tú has elegido para mí.

–Tengo que irme a una reunión –dijo Malvolio, con los dientes apretados–. Hablaremos cuando vuelva.

Luka, sangrando y sin aliento, no dijo nada mientras su padre tomaba las llaves del coche y salía de la casa.

Suspirando, se dirigió a su antiguo dormitorio y se quitó la camisa en el cuarto de baño. Le dolían las costillas y el hombro, que se había golpeado contra la pared, y se había abierto una vieja herida sobre la ceja derecha que probablemente necesitaría puntos, pero no tenía intención de ir al hospital.

Lo arreglaría como pudiera y luego se iría de allí. Tal vez llamaría a Matteo para preguntarle si quería tomar una copa, pero se verían en el aeropuerto.

Estaba harto de Bordo del Cielo.

«Sophie».

Mientras se echaba agua fría en la cara pensó en ella.

Sí, aquello sería terrible para Sophie. Lo sabía y lo apenaba. Tal vez antes de irse debería hablar con Paulo y quizá también con ella.

Apretó la camisa ensangrentada contra la ceja y abrió la maleta para buscar una limpia. Aún no la había deshecho. No llevaba ni una hora en casa cuando empezó la discusión.

Oyó un golpecito en la puerta, pero no hizo caso porque pensó que abriría Angela, pero entonces recordó que estaba en la iglesia…

Llamaron a la puerta de nuevo, con más fuerza, y Luka bajó corriendo por la escalera.

El aliento que acababa de recuperar después de la paliza de su padre escapó de su garganta. Su voz, cuando la encontró, sonaba ronca, aunque solo pronunció una palabra:

–¿Sophie?

Tenía que hacer un esfuerzo para mirarla a los ojos. Mientras discutía con su padre había dicho cosas sobre Sophie…

Cosas viles que ella no merecía y que había dicho en el calor del momento.

Cuando por fin la miró a los ojos, los dos se quedaron en silencio.

Sus ojos eran los mismos, pero más sabios. Sus labios más carnosos que antes y apenas llevaba maquillaje. Su pelo era más espeso, más largo.

Y su cuerpo… la flaca adolescente a la que recordaba había desaparecido y en su lugar había una mujer bellísima.

Una cuyo corazón estaba a punto de romper.

Capítulo 3

 

Luka? –Sophie frunció el ceño–. Pensé que no llegabas hasta el miércoles.

–Ha habido un cambio de planes.

–¿Qué ha pasado?

–He decidido volver a casa antes…

–Me refiero a tu cara.

–Ah, solo es un corte –murmuró Luka–. Un viejo corte que se ha abierto.

–Esos hematomas son recientes –Sophie señaló su cara y él esbozó una sonrisa.

–Mi padre –admitió.

Sophie no sabía qué decir, de modo que se aclaró la garganta.

–Acabo de recibir un mensaje de Pino. Tu padre ha dicho que viniera, que era algo importante.

–Imagino por qué –dijo Luka. Sin duda, su padre había pensado que una sola mirada a Sophie y cambiaría de opinión. Pues bien, él no era tan superficial–. Creo que mi padre quería que estuviéramos solos. Ya sabes lo manipulador que puede ser.

Ella no respondió. Todo el mundo pensaba eso de Malvolio, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta.

–Entra –Luka se apartó de la puerta y, tras unos segundos de vacilación, Sophie aceptó la invitación–. Tenemos que hablar.

Lo siguió a la cocina, con los ojos clavados en su ancha espalda. Se sentía muy pequeña y no en el buen sentido.

Luka Cavaliere era tan sofisticado, tan elegante, todo lo que ella no era.

Y por lo poco que había dicho, sin mirarla a los ojos, Sophie imaginaba que estaba a punto de decirle adiós.

Ella misma tenía dudas sobre el compromiso, pero que le dijese a la cara que no era lo que él quería…

–No sé dónde guarda Angela el botiquín de primeros auxilios –Luka empezó a buscar en los armarios–. Ah, aquí está.

Sophie hizo una mueca mientras él intentaba sacar una venda, sujetando la camisa sobre el ojo.

–Necesitas algo más que una venda. Tienen que darte puntos, es un corte muy feo.

–Iré mañana al hospital si es necesario. En Londres.

–Yo lo haré –Sophie limpió la herida y cortó un pedazo de gasa.

–Estás muy guapa –murmuró él.

Al menos la había visto con un vestido precioso, pensó Sophie. Que pensara que era algo normal para ella salir un domingo con un vestido de seda color coral, pendientes y brillo en los labios…

Y sin ropa interior, recordó mientras se sentaba en el banco de la cocina y cerraba las piernas a toda prisa.

–Ven aquí –murmuró.

–No quiero manchar de sangre ese vestido tan bonito.

Daba igual que lo manchase. Aquella sería la única vez que iba a verla con él.

–No te preocupes.

Luka permaneció en pie mientras Sophie se concentraba en limpiar el corte.

–¿Por qué os habéis peleado?

–No estábamos peleándonos. Él estaba descargando su ira conmigo y yo decidí no responder, pero es la última vez.

–Es horrible que te trate así –murmuró Sophie–. Cómo trata a todo el mundo, en realidad. La madre de Bella está enferma –siguió–. No puede trabajar y ahora tu padre quiere que Bella ocupe su puesto en el bar del hotel. ¿Puedes hablar con él, Luka?

–Antes de hablar sobre Bella tenemos que solucionar otro asunto.

–Antes me gustaría hablar de esto –insistió ella.

No quería verse forzada a un matrimonio, pero tampoco quería que Luka la dejase. Y no era por orgullo. Frente a ella estaba el hombre por el que había llorado sin descanso cuando la dejó por última vez.

Había sido un encandilamiento adolescente, un sueño de niña, una fantasía. Pero volver a verlo, tenerlo tan cerca… le gustaría tanto hacer realidad sus sueños prohibidos.

Sí, pronto su temperamento siciliano se apoderaría de ella, de modo que debía solucionar aquello mientras había una calma relativa.

Relativa, porque sus piernas querían enredarse en su cintura y la lengua que se pasaba en ese momento por los labios estaba preparándose para él sin darse cuenta.

–Bella no quiere trabajar en el bar.

–Hablaré con él –dijo Luka– pero antes quiero hablar contigo. Iba a ver a Paulo…

–Luka –Sophie puso una mano en su cara. Quería que dejase de hablar, quería besarlo, hacer el amor y luego lidiar con el resto.

«Por favor, no lo digas», estaba a punto de suplicar. «Aún no, hasta que por fin te haya besado».

–Luka, sé que esto es difícil, pero…

Luka no quería mantener esa conversación y se preguntó cómo podría explicárselo sin destruir la fe en su padre.

Aunque también era difícil por otras razones.

Sí, Malvolio es un canalla y un manipulador, pero Luka no era tan superficial como para cambiar de opinión solo porque Sophie tuviese un aspecto sensacional. Claro que era difícil estar allí, mirando el nacimiento de unos pechos turgentes y unos ojos que, Luka se dio cuenta, lo conocían de siempre.

Tal vez sus padres habían elegido con más acierto del que pensaba porque el dolor en su entrepierna y el sorprendente placer de hablar con ella había dado al traste, aunque momentáneamente, con sus planes.

Pero tenía que hacerlo.

Tenía que negar la atracción, el deseo que había entre ellos.

Las pupilas de Sophie estaban dilatadas de deseo y sabía que las suyas también lo estarían. ¿Cómo demonios iba a decirle que todo había terminado cuando estaba excitado como nunca, cuando sabía que con un solo gesto esos preciosos muslos se abrirían para él?

Tenía que decirle de inmediato que todo había terminado, antes de dejarse llevar por el beso que los dos deseaban.

–Mi padre se enfadó porque le dije que no volvería a Bordo del Cielo, que voy a vivir en Londres de forma permanente. Le he dicho que no quiero saber nada de esta vida, de su vida, que no voy a permitir que él decida dónde debo vivir, o en qué debo trabajar…

–¿Y yo no tengo nada que decir al respecto? –lo interrumpió Sophie.

Le gustaría abofetearlo. Después de volver a verlo se dio cuenta de que no solo anhelaba libertad, también lo deseaba a él.

Quería el beso que le había prometido entonces. Quería al Luka que había nadado en el río con ella, al que antes de irse de Bordo del Cielo la dejó esperando un beso porque, según él, era demasiado joven.

Sophie terminó de cerrar el corte y lo cubrió con la gasa mientras hablaba:

–Mi padre se llevará un disgusto. Siempre había pensado que viviría aquí y que nuestros hijos crecerían en Bordo del Cielo.

–En el tiempo que he estado fuera he entendido muchas cosas –Luka se pasó la lengua por los labios, recordándose a sí mismo que iba a hacer lo correcto–. Cómo hace las cosas mi padre, cómo mi madre solía mirar hacia otro lado… –Malvolio era un demonio y sabía que Sophie pensaba lo mismo–. Yo no quiero saber nada de todo esto.

–No me gusta que ordene y mande a mi padre –admitió Sophie–. Creo que él… –le costaba decirlo, pero hizo un esfuerzo– creo que algunas de las cosas que hace mi padre también están mal.

–Esa es su decisión y yo estoy tomando la mía –dijo Luka–. No creo que debamos estar atados por una promesa que nuestros padres hicieron por nosotros. Creo que deberíamos salir y enamorarnos de la persona que elijamos.

–¿Has salido con alguien? –preguntó Sophie. Luka no respondió–. Porque, si es así, no me parece justo cuando yo me he guardado para ti. Ni siquiera he besado a otro hombre, aunque me hubiera gustado.

Eso era mentira, nunca había deseado a ningún otro hombre.

Cuando Luka no respondió, Sophie pensó que estaba en lo cierto.

–¿Ella quiere que rompas conmigo?

–No hay ninguna mujer –respondió Luka–. No voy en serio con nadie en particular, pero…

–¿Has estado saliendo por ahí?

–Sí.

–¿Has besado a otra mujer, has hecho el amor con otra mientras estabas comprometido conmigo?

Levantó una mano para abofetearlo y, aunque Luka hubiese aceptado una bofetada porque la merecía, sujetó su brazo.

–Sophie…

–No me hace gracia que lo hayas pasado bien mientras yo me mantenía pura para ti, pero en realidad me siento un poco aliviada…

No había esperado esa reacción, pero Sophie siempre lo sorprendía. Lo hacía reír o tirarse del pelo de pura frustración. Nunca sabía lo que podía esperar de ella.

–Había pensado…

–¿Habías pensado que me pondría a llorar, que te echaría en cara haberme avergonzado? Bueno, imagino que a ojos de todo el pueblo me has avergonzado, pero me da igual lo que piensen. Mañana cumpliré diecinueve años y quiero vivir. Quiero algo más divertido que ser tu esposa.

Luka la miró, perplejo.

–¿Cuándo pensabas decírmelo?

–Después de hacer el amor. Estoy tomando la píldora…

–¿Pensabas que entonces estaría más abierto a sugerencias?

–Se me había ocurrido –Sophie sonrió de nuevo.

–Entonces, ¿no te importa? –Luka frunció el ceño porque esa no era la reacción que había esperado.

–No, claro que no –respondió ella–. Bueno, aparte de una cosa.

Sí, siempre lo sorprendía.

–¿Qué?

–Aún me debes un beso.

–Sophie, no se rompe una relación con un beso.

–¿Por qué no? Quiero que tú me des mi primer beso.

–Sophie…

–Tienes que ser tú –insistió ella, sentándose en el banco de la cocina y levantando las manos para enredarlas en su cuello–. ¿Recuerdas la fiesta, la noche que te fuiste a Londres?

–Claro que me acuerdo.

–¿Entonces querías besarme?

–No –respondió Luka. Entonces, Sophie era una adolescente llorona, pero en ese momento no había duda de que había una mujer frente a él, y una que sabía lo que quería.

–¿Quieres besarme ahora? –preguntó ella.

Al notar la suave presión de su boca, Sophie pensó que no quería casarse con Luka, pero eso no significaba que no lo encontrase atractivo. Y aquel beso compensaba todos los besos que se había perdido.

El beso era exactamente como tenía que ser, mejor de lo que había anticipado. Tan excitante que puso las manos sobre su torso, como había deseado hacer desde que volvió a verlo.

En sus sueños, él abría su boca con la lengua, pero en realidad no tuvo que hacerlo porque había abierto los labios por voluntad propia.

Acarició su torso desnudo adorando lo fuerte que era, lo masculino, con esas tetillas planas y oscuras.

Fue entonces cuando Luka tomó su cara entre las manos. Temía que parase y le rogó con la lengua que no lo hiciera. Deseaba aquello tanto como él.

Luka acarició sus pechos por encima del vestido y cuando sus pezones se levantaron él dejó escapar un gemido que la hizo vibrar. Se acercó un poco más y Sophie abrió las piernas para dejarle paso. Acariciaba sus pechos con una mano mientras deslizaba la otra por sus muslos, pero cuando descubrió su trasero desnudo se apartó un poco.

–¿Siempre vas por ahí sin ropa interior?

–Nunca lo sabrás –Sophie sonrió, pero cuando iba a besarlo él se apartó–. Por favor, Luka…

–Has dicho un beso.

–Los dos queremos más que un beso.

Estaba tan segura que podía hablar por los dos.

–No voy a romper el compromiso y llevarme tu virginidad al mismo tiempo –protestó Luka–. Ya tienes suficientes razones para pensar que soy un canalla.

–Pues entonces no me des más –le advirtió ella–. Lloré durante un mes cuando te fuiste, pero esta vez no voy a llorar. Te has llevado todas mis lágrimas, Luka. Solo quiero una parte de lo que me habías prometido.

–¿Qué parte?

–Esta parte.

Luka cerró los ojos cuando pasó los dedos por su miembro erguido. Ligeramente al principio, pero luego apretando un poco más.

Nunca había sido tímida con él y, al ver que cerraba los ojos, tuvo que disimular un grito de alegría. Siguió acariciándolo mientras se apretaba provocativamente contra el único hombre al que había deseado nunca.

Buscó su oreja y la besó mientras Luka la estrechaba con fuerza entre sus brazos.

–Quiero que tú seas el primero… –anunció–. Tienes que ser tú, Luka. Siempre has sido tú.

Capítulo 4

 

La chica a la que había apartado de sus rodillas años antes había desaparecido. La adolescente llorona también. En lugar de rogar, en lugar de llorar, Sophie estaba seduciéndolo.

Ella apartó la mano y detuvo el baile de su lengua para quitarse el vestido. Desnuda, se sentó sobre él y bajó la cremallera del pantalón para liberar su miembro.

Era tan hermoso; la piel tan suave y oscura. Juntos miraron cómo lo exploraba hasta que Luka no pudo soportarlo más. Estaba allí, en su entrada, con Sophie guiándolo, la mandíbula tensa mientras empezaba a abrirse paso.

–No, aquí no –dijo Luka. Aunque sus actos desmentían esas palabras porque ya estaba entrando en su estrecho espacio.

–Sí, aquí sí –insistió ella.

Querían besarse, pero sus frentes estaban unidas mientras miraban hacia abajo como desde el borde del paraíso. Bordo del Cielo significaba «el borde del cielo» y ahí era exactamente donde estaban los dos en ese momento.

–Aquí no –insistió Luka, a pesar de sus frenéticos ruegos para que siguiera–. Voy a llevarte a mi cama.

Intentó abrochar el pantalón, pero con sus dedos excitándolo era como intentar meter un muelle en una caja. Por fin se rindió y volvió a besarla mientras la levantaba del banco para ir hacia la escalera, con las piernas de Sophie enredadas en su cintura.

–Aquí –dijo ella cuando llegaron al primer escalón. Y Luka se detuvo para besarla. Estuvo a punto de ceder, pero entonces recordó por qué tenían que ir al dormitorio.

–Llevo preservativos en la maleta.

–Te he dicho que no los necesitamos.

Una vez en el dormitorio, Luka la dejó sobre la cama y se alejó un momento. Y en aquella ocasión Sophie no protestó porque sabía que en un momento volvería a reunirse con ella.

–Te he dicho que tomo la píldora –insistió al ver que se inclinaba para abrir la maleta.

–Es por seguridad.

–Nunca he necesitado protegerme de ti.

Inocente, pensó Luka, pero solo hasta un punto. En otra ocasión nada lo hubiera detenido porque ponerse un preservativo era lo que hacía siempre. Pero con Sophie… quería la desnuda felicidad de estar con ella. Más tarde la regañaría y le advertiría que no confiase en los demás hombres. Pero tenía razón, no necesitaba protegerse de él.

–Sé lo que quiero, Luka.

Él se acercó a la cama y, como una pantera, se tumbó a su lado con una sonrisa que no olvidaría nunca.

–Hablaremos más tarde.

–Pero ahora vas a hacerme el amor –murmuró Sophie.

–¿Estás nerviosa?

–Nunca estoy nerviosa contigo.

Era cierto, con él nunca estaba nerviosa. ¿Por qué iba a estarlo?, se preguntó cuando la boca que la hacía temblar volvió a rozar la suya.

Se besaron durante largo rato y luego él se apartó para besar su cuello y sus pechos, lamiendo la cálida piel, pero evitando los erectos pezones hasta que ella guio su cabeza con las manos. Sophie gemía cuando por fin capturó uno entre los labios y lo chupó profundamente una y otra vez hasta que estaba temblando. ¿Cómo iba a estar nerviosa cuando su cuerpo se encendía con él?

Y, sin embargo, casi le rogó que parase porque había abierto ligeramente la caja de los secretos y estaba ansiosa por ver lo que había después.

Luka se puso de rodillas sobre la cama para mirarla a los ojos.

Tenía los labios hinchados, los pechos húmedos, los pezones erectos y un pequeño chupetón morado que le había hecho él con los labios.

–Luka… –susurró Sophie, encendida, acariciándose íntimamente contra él. Aquel era un momento de pura decadencia, de puro placer.

Se sentía como su instrumento afinado para él mientras miraba hacia abajo para ver cómo desaparecía en su interior.

–Podría hacerte daño –dijo Luka.

–Así tiene que ser.

Riendo, Luka cayó sobre ella. Le gustaba sentir su peso y se sentía como perdida en otro mundo; podía oír el ladrido de un perro a lo lejos y a la luz del atardecer podía ver sus ojos cerrados mientras la besaba. Sus amigas habían necesitado vino, bailes y cortejos; algunas habían exigido promesas de amor antes de aquello.

Lo único que Sophie necesitaba era a Luka; aquello era exactamente como tenía que ser.

Luka estaba indeciso. Quería besar sus pechos otra vez, humedecer cada centímetro de su piel, deseaba sentir el almizcle de su sexo en la lengua, no solo en los dedos, pero estaba tan impaciente por estar dentro de ella como Sophie de sentirse poseída.

Más tarde, se dijo a sí mismo. Habría tiempo para eso más tarde.

Sabía que no volverían a verse y, sin embargo, en ese segundo supo que volvería a tenerla, que aquel no era el final.

Ella levantaba las caderas, impaciente, y notó que se enfadaba cuando se apartó.

–Luka…

–Ahora –dijo él, sin aliento al pronunciar esa simple palabra.

–Sí, ahora –repitió ella.

–Quiero decir que ahora es cuando puedes conseguir lo que quieras de un hombre, no después.

–Recordaré eso en el futuro.

Sophie no entendía el brillo posesivo de sus ojos, pero no tuvo tiempo de pensar porque Luka la hizo suya. Se enterró en ella, tragándose sus sollozos.

Le dolió, pero era mucho mejor de lo que había soñado. La llenaba, la ensanchaba, rasgando su carne virgen y sujetándola mientras su cuerpo luchaba para aclimatarse a él.

Olvidó respirar hasta que Luka enredó un brazo bajo su espalda.

–Luka… –Sophie no sabía lo que quería o qué le estaba pidiendo, pero el dolor fue olvidado porque con cada embestida la hacía más suya.

–No voy a hacerte daño –le dijo cuando ella sabía que sí iba a hacérselo.

El dolor físico había desaparecido, reemplazado por otro dolor más intenso.

Desearía que su cuerpo no lo amase tanto. Desearía que la tomase más profundamente, más fuerte, más rápido.

Enredó las piernas en su cintura cuando empezó a sentir los primeros espasmos.

¿Cómo voy a dejarte ir?, le habría gustado preguntar.

–Luka… –repitió, asustada ante la intensidad de la sensación.

–Deja que ocurra –dijo él. Y sus rápidas embestidas no le daban más opción que hacer lo que su cuerpo le pedía.

Pero no fue eso lo que la hizo llegar a la cima del precipicio, sino la tensión de sus hombros, de su rostro. Luka había pasado el punto sin retorno y se dejó ir. Nada podía ser mejor que aquello… sus espasmos internos parecían atraerlo, hacerlo suyo.

Sophie sentía que estaba cayendo, pero no suavemente. Cada embestida, cada sollozo, cada suspiro, todo parecía ir a cámara lenta. Quería apretarse contra él para buscar su protección, pero él sujetaba sus brazos. Esperaba que llegase un momento de claridad, pero abrumaba todos sus sentidos besándola con fuerza mientras empujaba una y otra vez, dándoselo todo mientras ella sabía que no tenía más que dar.

La había hecho suya.

Capítulo 5

 

Así que esto es lo que se siente –murmuró Sophie.

–Normalmente no.

Estaban tumbados en la cama, mirando el sol que se escondía tras el horizonte, la cabeza de Sophie sobre el torso de Luka mientras observaban por la ventana el paso de un crucero por la bahía.

–¿Normalmente no?

–Normalmente siento como un nudo aquí –tomó su mano para ponerla sobre su corazón–. Justo ahí.

–¿Por qué?

–No lo sé –admitió él–. ¿A ti te pasa?

–No, yo no me siento incómoda ni rara –respondió Sophie, intentando imaginar un momento en el que el hombre a su lado no fuese Luka.

Pero no era capaz. Era como si estuviera escrito en su ADN que aquel momento le pertenecía a él y solo a él.

–¿De verdad quieres trabajar en uno de esos barcos? –le preguntó Luka entonces.

–No, en realidad me gustaría ser una pasajera –Sophie sonrió–. Pero, por ahora, trabajar en uno de ellos sería maravilloso.

–¿Y qué diría tu padre?

–¿Qué dirá mi padre? –lo corrigió ella porque iba a pasar, estaba decidida–. No sé cómo va a reaccionar. Imagino que entenderá que quiera irme de aquí después de que tú me hayas dejado –reía, clavando un dedo en sus costillas, pero luego se puso seria–. No sé qué dirá mi padre, pero he tomado una decisión. No quiero quedarme en Bordo del Cielo, Luka. Hay tantas cosas en el pasado…

Eran iguales, pensó él.

–Creo que mi padre está haciendo algo malo –admitió Sophie–. Le quiero, pero necesito alejarme de él. No quiero saber nada de ese tipo de vida.

Durante los últimos años, Luka había empezado a cuestionar cómo funcionaban las cosas en el pueblo. Le habían abierto los ojos en la universidad en cuanto a su padre y desde entonces decidió alejarse.

Sophie había abierto los ojos estando allí, pensó.

O estaba empezando a hacerlo.

–Mi padre no trabaja, está en el bar casi todo el día y la noche. ¿Qué son esas reuniones a las que dice que va? –siguió ella.

–Ven a Londres conmigo –dijo Luka.

–¿Contigo?

–Podrías solicitar un puesto en un crucero. Yo podría ayudarte. Soy socio de un pequeño hotel y podrías trabajar allí hasta que consigas el trabajo de tus sueños.

Sophie se quedó pensativa. No le sorprendía que Luka fuese socio de un hotel. Malvolio se habría encargado de que no le faltase de nada.

–Tengo un apartamento –siguió Luka–. Podrías alojarte conmigo durante un tiempo.

–¿En tu apartamento? –Sophie parpadeó–. No sé si sería buena idea.

–¿Por qué no?

–He aceptado que esto solo va a pasar una vez, pero no quiero estar allí si llevas a otra mujer… –enfadada cuando él soltó una carcajada, saltó de la cama–. Voy a ducharme y luego tengo que ir a la iglesia… –interrumpió la frase al ver en las sábanas la prueba de lo que acababa de ocurrir.

–Yo me encargo –dijo Luka–. Ve a ducharte…

Sophie lo hizo, pensando en lo que él había sugerido y en su enfadada respuesta.

Era verdad, pero tenía que contener sus celos al imaginarlo con otra mujer. Había aceptado romper el compromiso, y en cierto modo estaba contenta y aliviada…

Pero eso había sido antes de hacer el amor.

¿Cómo podía una sola vez ser suficiente?

Luka la había hecho suya, dejándola exhausta y saciada… y al recordarlo se encendió de nuevo. Mientras enjabonaba sus pechos vio el moratón que le había hecho con los labios y notó su sexo hinchado mientras limpiaba los últimos restos de él.

Salió del baño envuelta en una toalla y vio a Luka desnudo, cambiando las sábanas. Era alto y fibroso, los músculos de sus poderosos muslos marcados mientras se inclinaba para extender la sábana. Su miembro se levantó un poco con el movimiento y Sophie deseó volver a la cama con él.

–¿Es la primera vez que haces una cama? –bromeó.

–Es la primera que he hecho en Bordo del Cielo –respondió Luka, preguntándose si lo que él podía ofrecerle sería suficiente. Sophie lo creía rico y en Londres no lo era.

Aún.

–Tengo un pequeño apartamento en Londres…

Se lo explicaría todo más tarde, pensó. Le contaría que estaba decidido a apartarse de su padre porque él era un hombre honrado, pero no iba a hacerlo en ese momento. Aquel día lo importante eran ellos y la posibilidad de un futuro lejos de Bordo del Cielo.

–Lo que has dicho antes de ver a otras mujeres en Londres… yo no te haría eso. E imagino que si vivieras conmigo tú no verías a nadie más.

–No sé dónde quieres llegar.

–Estoy diciendo que no quiero que todo termine entre nosotros. Tal vez no quiera un compromiso o un matrimonio por el momento, pero podemos salir juntos –le explicó Luka–. Una vez en Londres, podremos conocernos alejados de nuestras familias y de todo esto. Podremos hacer las cosas a nuestra manera, sin presiones ni expectativas.