E-Pack Bianca y Deseo junio 2020 - Julia James - E-Book

E-Pack Bianca y Deseo junio 2020 E-Book

Julia James

0,0
4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Corazón bajo llave Julia James Un matrimonio de conveniencia… ¡con la realeza! Una mentira inocente Maureen Child Era solo un trabajo pero ¿sería capaz de marcharse cuando terminara?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 366

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

E-pack Bianca y Deseo, n.º 201 - junio 2020

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-501-0

 

Índice

 

CORAZÓN BAJO LLAVE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

UNA MENTIRA INOCENTE

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LEON Dukaris miró la factura que tenía sobre el escritorio y, tras encogerse de hombros, procedió al pago de la importante suma de dinero.

El Viscari St James era uno de los hoteles más caros y exclusivos de Londres y el golpe de estado que había echado a Mikal de Karylya de su gran ducado en el corazón de Europa había tenido lugar hacía menos de dos semanas, así que, no era de extrañar que al gran duque le resultara difícil adaptar su estilo de vida de la realeza al de un antiguo gobernante empobrecido, sin disponer de ninguna de las riquezas de su pequeño pero próspero feudo.

Eran unas dificultades que le convenían a Leon. Financiar el exilio del gran duque no era un gesto de generosidad por su parte. Puso una sonrisa tensa que acentuó las facciones de su rostro y le brillaron los ojos. Más bien era una inversión.

Una que pretendía realizar con muy buenos resultados.

Sus ojos se oscurecieron. De pronto no estaba viendo su despacho con muebles caros y vistas a la ciudad de Londres, el dominio privado de un multimillonario y su entorno de trabajo. Su visión iba más allá, hacia el pasado amargo y empobrecido…

La fila del comedor social durante el lúgubre invierno de Atenas, los agujeros de la suela de sus zapatos, tiritando de frío mientras esperaba la cola para recibir comida caliente y llevarla al pequeño alojamiento donde su madre y él tenían que vivir después de que los hubieran desalojado de su espacioso apartamento por no pagar el alquiler. Él era todo lo que su madre tenía, el marido que había prometido amarla eternamente se había marchado, abandonándola junto a su hijo adolescente, ante todo lo malo que acarreaba el colapso de la economía griega durante la gran recesión que había sufrido el país una docena de años atrás…

Y lo malo había sido muy malo, ya que se habían quedado sumidos en una pobreza de la que Leon había prometido que escaparía por mucho que le costara.

Y había conseguido escapar, ascendiendo peldaño a peldaño por la escalera del éxito financiero. Asumiendo riesgos que siempre habían compensado, a pesar de que con cada movimiento especulativo hubiera tenido que controlar sus nervios. Había realizado una incesante persecución de la riqueza y se había convertido en un especulador financiero excepcional, capaz de detectar oportunidades multimillonarias antes que otras personas y de aprovecharlas, consiguiendo así llegar a la cima de la riqueza.

En esos momentos, quería que su dinero le proporcionara algo más. Sonrió con satisfacción. Algo que estaba a su alcance gracias al golpe de estado que había expulsado al soberano de Karylya.

Al pensar en ello, sus ojos oscuros recobraron el brillo dorado. Una princesa casadera para sellar su ascenso vertiginoso desde los comedores sociales.

La hija del gran duque Mikal.

 

 

«¡Ellie! ¡Hay noticias sobre tu padre! ¡Malas noticias!».

En su cabeza, Ellie podía escuchar la voz alarmada de su madre, resonando mientras salía de la estación de metro de Piccadilly Circus y se dirigía a toda prisa hacia el Hotel Viscari bajando por la calle St James.

Puesto que estaba muy cerca del St James’s Palace, de Clarence House y de Buckingham Palace, a menudo era frecuentado por diplomáticos, políticos extranjeros y miembros de la realeza extranjera.

Incluida la realeza destituida.

«Destituida».

La palabra provocó que Ellie sintiera un nudo en el estómago. El golpe que había provocado que su padre y su familia tuvieran que abandonar el palacio de Karylya había convertido al gran duque en tan solo un antiguo soberano en el exilio. Ellie se fijó en la opulencia del recibidor de mármol del Viscari. Aunque fuera un exilio de lujo…

Se acercó a la recepción y preguntó:

–La suite del gran duque Mikal, ¿por favor?

–¿A quién debo anunciar? –preguntó la recepcionista, descolgando el teléfono.

Parecía dubitativa y Ellie comprendía por qué. Su traje de trabajo estaba arrugado tras el vuelo trasatlántico y parecía más adecuado para la vida rural que había tenido durante su infancia en Somerset, donde vivía con su madre y su padrastro, que para alguien que tenía permiso para entrar en una suite de la realeza de un lujoso hotel de Londres.

–¡De parte de Lisi! –contestó, ofreciendo el diminutivo de su nombre en el idioma de Karylya.

Un momento después, la actitud de la recepcionista cambió y llamó con firmeza a un botones.

–Acompañe a Su Alteza a la Suite de la Realeza –le ordenó.

Mientras subía en el ascensor, Ellie deseó que no hubieran averiguado su identidad. Ella nuca empleaba su título fuera de Karylya, excepto en raras ocasiones de estado con su padre. Solía utilizar el diminutivo inglés y el apellido británico de su padrastro, el nombre que aparecía en su pasaporte, Ellie Peters. Ese nombre hacía que su vida fuera mucho más fácil. Y también era considerablemente más corto que su patronímico.

Elizsaveta Gisella Carolinya Augusta Feoderova Alexandreina Zsofia Turmburg-Malavic Karpardy.

¡Debían de haberle puesto el nombre de todas las tías, abuelas y otros miembros de las familias reales europeas con las que su padre decía tener parentesco!

Desde los Hapsburgs hasta los Romanovs, y cierto número de casas reales alemanas, polacas, húngaras y lituanas. Incluso un par de otomanas o dos. Una dinastía que había logrado durar novecientos años, mediante alianzas y matrimonios, en el refugio que proporcionaba el Gran Ducado de Karylya, con sus picos nevados y verdes valles, sus pinares y ríos, lagos glaciales y modernas estaciones de esquí.

Pero ya no. En esos momentos, Ellie sentía un nudo en el estómago. Su madre acababa de anunciarle que todas las posesiones que habían acumulado durante esos novecientos años habían, de repente, llegado a su fin…

El ascensor se detuvo y Ellie salió al recibidor desierto de la planta de suites exclusivas. Una de las puertas del pasillo se abrió y una mujer se acercó a ella para recibirla con los brazos abiertos.

–Oh, Lisi, ¡menos mal que ya estás aquí!

Era su hermana pequeña, Marika, su hermanastra, una de las hijas que su padre había tenido con su segunda esposa. Aunque Marika estaba allí con sus padres, Ellie sabía que su hermano Niki, el heredero de su padre, o ya antiguo heredero, seguía en Suiza a punto de realizar un importante examen para acceder a la universidad.

Ellie no sabía cómo se había tomado la noticia su hermano, pero era evidente que Marika no se la había tomado bien.

–¡No puedo creer que haya sucedido esto! –dijo Ellie, contestando a Marika en el idioma de Karylya.

–¡Es como una pesadilla! –dijo Marika, y entró con Ellie en la suite.

–¿Cómo está papá? –preguntó Ellie.

–En shock. No puede asimilarlo. Mutti tampoco… –Marika suspiró–. Vamos, entra. Papá lleva mucho esperándote.

Ellie se apresuró para entrar en el lujoso salón de la suite y se fijó en que la habitación estaba llena. Su padre y su esposa, la gran duquesa, y varios empleados del palacio estaban allí. Su padre estaba junto a la puerta de cristal que daba a una terraza privada, contemplando los tejados de los alrededores. Se volvió al oírla llegar y ella se acercó para abrazarlo.

Una voz hizo que se detuviera:

–¡Elizsaveta! ¡Te olvidas de quién eres!

Era la gran duquesa, su madrastra, regañándola. Percatándose de lo que debía hacer, Ellie respiró hondo, se sujetó la falda e hizo una reverencia. Mientras la hacía sintió un vacío en el estómago. Su padre ya no era un soberano…

Él se acercó a ella y le agarró las manos.

–Por fin has venido –dijo él. Su tono denotaba alivio y una pizca de crítica.

Ellie tragó saliva.

–Lo siento, papá. Estábamos en Canadá. Muy al norte. Grabando con Malcolm. La comunicación era muy difícil, estábamos muy lejos, y hasta que he llegado aquí…

Se calló de golpe. Tras el desastre sufrido era evidente que su padre no estaría pensando en la madre de Ellie, ni en su padrastro, un famoso director de documentales sobre la vida salvaje que viajaba por todo el mundo y por quien su madre había dejado a su marido de la realeza cuando Ellie tan solo era un bebé.

–Bueno, afortunadamente ahora estás aquí –dijo su padre, antes de dirigirse a uno de los empleados–. Josef… ¡los refrigerios! –le ordenó.

Ellie se mordió el labio. Siempre había pensado que la actitud arrogante de su padre había contribuido a que fuera un hombre poco popular en Karylya. Y su pensamiento se había visto reflejado en los análisis políticos que había leído desde que la noticia había salido a la luz, explicando los motivos del golpe.

Eso y su intransigente negativa a realizar cualquier reforma constitucional, fiscal o social para calmar la tensión que había entre una población compuesta de gran mezcla étnica y cuyas rivalidades internas siempre habían requerido un cuidadoso y constante equilibrio para evitar que cualquiera de las minorías se sintiera despreciada o ignorada.

Ellie suspiró en silencio. El problema era que su padre no tenía el carisma y el talento necesarios para la gestión política, ni la personalidad extrovertida de su abuelo, el padre de su padre. El gran duque Nikolai había gobernado Karylya durante las décadas del telón de acero, manteniendo la precaria independencia del ducado ante las grandes presiones extranjeras y labrando la prosperidad de la que disfrutaba el ducado. La torpeza y cautela de su padre durante los diez años de su reinado, solo había servido para enemistar a todas las facciones, incluso a aquellas que tradicionalmente lo apoyaban más.

Por lo tanto, no tuvo a nadie que lo apoyara cuando el Consejo Superior, liderado por la facción étnica que consideraba sufría mayor desigualdad, dio el golpe de estado,

Teniendo en cuenta todo aquello, era comprensible que su padre y la gran duquesa albergaran una enorme rabia y resentimiento. Así que Ellie murmuró unas palabras de apoyo y decidió que más tarde podría hacer todas las preguntas necesarias.

Cuando por fin se retiró a la habitación de Marika, Ellie formuló la pregunta que más le preocupaba y que no podría haber realizado delante de los empleados de la realeza, por muy fieles que fueran.

–Marika, ¿qué sucede con las finanzas de papá? ¿Qué ha acordado el nuevo gobierno? Debe haber sido un acuerdo muy generoso –miró el lujo que había a su alrededor–. Está claro que este lugar no puede ser barato.

Su hermana la miró de una forma que la hizo estremecer.

–Papá no está pagando este hotel, Lisi. No puede permitírselo. Oh, Lisi, ¡no puede permitirse nada! ¡No tenemos dinero!

Ellie palideció.

–¿Nada? –preguntó Ellie con incredulidad, antes de mirar de nuevo la lujosa habitación–. Y… ¿Y este lugar? Lleváis aquí casi dos semanas…

–Ya te he dicho que papá no paga por esto, Lisi… Lo paga otra persona.

Ellie la miró asombrada.

–¿Quién?

–Se llama Leon Dukaris… Es un multimillonario griego. Estuvo en Karylya el año pasado, por un tema de negocios. Asistió a la gala de verano que preside Mutti. Nos lo presentaron y papá lo invitó a una fiesta en los jardines del palacio. También vino a un evento y a una cena. Yo no presté mucha atención. Era un asunto de negocios con algunos de los ministros y otros inversores extranjeros. Él estuvo hablando con ellos y con papá. No sé mucho más excepto que, cuando llegamos a Londres, él se puso en contacto con papá y le dijo que cubriría nuestros gastos…

–¿Por qué? –preguntó Ellie–. ¿Por qué iba Leon Dukaris a preocuparse por papá? ¡Y encima pagar por este lugar! Si lo que quiere es tener negocios en Karylya no es a él a quien debe hacer la pelota.

Ellie vio que su hermana se sonrojaba y preguntó:

–¿Qué ocurre, Marika?

Su hermana tenía cara de angustia.

–Oh, cielos, Lisi…Solo hay un motivo por el que está pagando todo. Quiere… –tragó saliva–. ¡Quiere casarse conmigo!

Ellie la miró con incredulidad.

–¿Casarse contigo? ¡No lo dices en serio!

–Es muy evidente –dijo Marika–. Ha venido varias veces y siempre ha sido muy atento conmigo. ¡Algo más allá de la mera educación! Yo hago lo posible por mantenerlo a distancia, pero sé que Mutti confía en que termine haciéndole caso. Ella está preocupada por lo que va a pasar con nosotros, y si él de verdad quiere casarme conmigo…

Se le entrecortó la voz. Ellie la miró doblemente sorprendida. Enterarse de que su padre no tenía dinero y de que un multimillonario griego pagaba sus gastos ya era bastante malo, pero ¿que su hermana creyera que el multimillonario griego quería casarse con ella?

¿Marika lo estaría imaginando?

Ellie se lo tomó con humor a pesar de que la ocasión no era favorable para ello.

–Por favor, no me digas que ese tal Leon Dukaris es un viejo de tripa gorda y mirada lasciva.

–No, no exactamente –contestó Marika con voz temblorosa. Entonces, sus ojos se llenaron de lágrimas–. Lisi, ¡da igual qué aspecto tenga o quién sea! –comenzó a llorar–. ¡Estoy enamorada de otro hombre! –exclamó–. ¡Así que no puedo casarme con Leon Dukaris! ¡No puedo!

 

 

Leon se bajó de la limusina frente al Viscari St James y entró en la recepción del hotel. Había llegado el momento de visitar a la familia real otra vez.

Él había visitado al gran duque en varias ocasiones desde que había llegado a Londres dos semanas atrás, aparentemente para asegurarle que cubriría todos sus gastos durante su estancia, hasta que decidiera si quería exiliarse tal y como hacían otros monarcas cuando sus países ya no los querían. Sin embargo, el verdadero motivo de sus visitas era otro muy distinto.

Él estaba intentando decidir si iba a continuar reclamando a una princesa como esposa… su premio definitivo.

La idea permanecía en su cabeza cuando se cerró la puerta del ascensor que lo llevaría al ático. ¿Sería una fantasía? Se le había ocurrido el verano anterior, cuando había ido a Karylya por un tema de negocios. Allí lo habían invitado al palacio a un evento de la familia real y había conocido a la princesa Marika…

En aquel entonces no le había dado mucha importancia a la idea, pero durante los meses siguientes había empezado a dársela. La mujer era muy bella y, aunque a él le gustaban las mujeres rubias y ella era morena, estaba seguro de que compensaba el hecho de que fuera princesa…

Además, parecía inteligente, y eso era una ventaja. Teniendo en cuenta que era princesa, estaría abierta a la idea de casarse por motivos prácticos. El amor no tendría que echar a perder el matrimonio…

Leon decidió no pensar en ello. No había motivo para descartar a la princesa Marika, y puesto que la situación de la familia real de Karylya era desastrosa, había muchas posibilidades de que la princesa y su familia consideraran seriamente su propuesta.

Si es que él llegaba a hacerla, claro…

Era evidente que los padres de ella estarían a favor… ¿Qué podía ser más deseable que el hecho de que un yerno rico pudiera financiar su exilio de forma indefinida? Y en cuanto a la princesa… Él era consciente de que resultaba atractivo para las mujeres. Por su vida habían pasado varias mujeres que lo demostraban. No obstante, a los treinta años ya estaba preparado para asentar la cabeza con una mujer simpática y estaba seguro de que sería un buen esposo para la princesa.

Su matrimonio sería honorable. No engañaría ni engatusaría a su esposa con hipócritas declaraciones de amor y palabras románticas vacías.

A Leon se le oscurecieron los ojos a causa de los recuerdos. Su padre había hecho declaraciones interminables y Leon había crecido escuchando cómo le decía a su madre lo mucho que la amaba, o que era todo para él, que ella era la luna y las estrellas y muchas otras frases románticas.

No había servido para nada.

Cuando la economía griega entró en crisis, su padre se marchó con una mujer adinerada, dejando que su esposa y su hijo adolescente salieran adelante por si mismos. Abandonándolos por completo.

Su madre se había quedado destrozada tras la traición, Leon muy enfadado con el hombre que los había abandonado.

«Nunca seré como él… ¡Nunca! ¡Jamás le haré a una mujer lo que mi padre le hizo a mi madre! Porque nunca le diré a una mujer que la quiero. No voy a enamorarme nunca. El amor no existe… solo existen las palabras vacías que mienten y hacen daño».

El ascensor se detuvo y se abrieron las puertas, y Leon decidió no pensar más en ello. No permitiría que lo acosaran las miserias de su adolescencia. Había creado su propia vida, con sus propias condiciones, y se casaría respetándolas. Unas condiciones que nunca incluirían lo que no existe, por ejemplo, el amor…

Cuando se casara, su esposa recibiría respeto, amistad y compañerismo.

Y, por supuesto, también habría deseo.

Era una palabra que no debería haber pensado en esos momentos, ya que, cuando se abrieron las puertas de la suite apareció una mujer.

Él la miró de arriba abajo de forma instintiva.

Era alta, rubia, delgada, con los ojos de color azul grisáceo. Llevaba el cabello recogido en una coleta y no se había maquillado. Y su ropa no era de diseño. Sin embargo, no importaba. Era una mujer despampanante… Y deseable.

Él notó que una ola de adrenalina invadía su cuerpo.

«¿Quién será esta mujer?».

Nunca la había visto antes. Una mujer tan bella no le habría pasado desapercibida.

Se percató de que ella lo estaba mirando y Leon la miró a los ojos, demostrándole lo placentero que era mirarla también…

Entonces, ella apartó la mirada bruscamente y él vio cómo se sonrojaba. Agachando la cabeza, ella se dirigió al ascensor. Él rio en voz baja. Fuera quién fuera, si pertenecía al séquito del gran duque, volvería a verla. Y esa idea le resultaba atractiva…

¡No! ¡No le venía bien ver a esa rubia otra vez!

Respiró hondo y se dirigió hacia la puerta de la suite. Aquella mujer, no era de su incumbencia. Fuera quien fuera. Él tenía que cortejar a una princesa.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ELLIE se apoyó en la pared del ascensor. Se sentía débil y tenía el corazón acelerado. ¿Qué le había sucedido?

Al salir de la suite de su padre se había encontrado con el hombre más atractivo que había visto en su vida…

¡Alto, atractivo y misterioso!

Solo habían compartido unos instantes. Lo suficiente para que ella se fijara en su altura, sus anchas espaldas y sus caderas estrechas… También en su ropa de diseño y en la mirada de sus ojos negros que no ocultaba lo placentero que le resultaba mirarla.

Ella negó con la cabeza, como para disipar la imagen de su retina. ¿Qué más daba quién fuera ese hombre? Tenía cosas más importantes en las que pensar.

¿No sería que su hermana se estaba imaginando lo que le había contado? ¿Que un multimillonario griego pensaba que podría casarse con ella? ¡Era indignante!

«Ella está disgustada, eso es todo». Disgustada, sorprendida y consternada, después de lo que había sucedido.

Entonces, Ellie recordó lo que Marika le había dicho.

–¡Estoy enamorada de otro hombre!

Y cuando Ellie se enteró de quién era el hombre del que su hermana estaba enamorada, se le encogió el corazón.

Un hombre con el que los padres de Marika nunca permitirían que se casara…

 

 

Leon se inclinó ante la gran duquesa y le besó la mano.

–Herr Dukaris –sonrió ella mientras hablaba con acento alemán, cortesía de su extenso linaje con la aristocracia austriaca.

–Alteza… –dijo Leon, después de hacer una reverencia ante el gran duque.

Él no era muy amigo de las ceremonias, pero ¿qué sentido tenía pagar las facturas desorbitadas de la realeza europea si no seguía el protocolo?

Leon se fijó en la hija de ambos. Parecía nerviosa, y él comprendía el motivo. Dos semanas antes había sido una princesa en un castillo de cuento de hadas y había pasado a ser una mujer joven, sin dinero, y sin más posibilidades que las que le confería su pertenencia a la realeza.

Si él se casaba con ella, recuperaría su fortuna y volvería a sonreír.

Leon la miró con cariño, confiando en que se sintiera mejor. Era una mujer atractiva con rasgos delicados, ojos y cabello negros y una boca sensual. Sin embargo, antes de que pudiera evitarlo, la imagen de la mujer que había visto en el pasillo apareció en su cabeza. Si esa mujer rubia y despampanante hubiera sido la mujer que estaba sentada junto a la gran duquesa…

Se obligó a no pensar en ella y sonrió a la princesa Marika con calidez. No obstante, ella permaneció con cara apesadumbrada, como si la asustara que él le sonriera. El gran duque estaba contando cómo al nuevo régimen de su país le estaba costando conseguir el apoyo de otros gobiernos.

–¿Quizá cuando hagan las elecciones que prometieron? –preguntó Leon.

Fue un comentario inapropiado.

El gran duque contestó:

–¡Es solo propaganda incendiaria del gobierno para elegir a un dictador! ¡Eso es lo que es!

Leon no contestó. Como muchos países pequeños de esa zona de Europa, Karylya era un cóctel complicado de rivalidades históricas que todavía estaban presentes, a pesar de que el ducado había prosperado gracias a que era el centro financiero de las economías emergentes del antiguo bloque del este. Lo llamaban el Luxemburgo de la Europa central, y por eso él había ido a visitar el país el verano anterior.

Y allí había conocido personalmente a la familia real y a la princesa…

La miró de nuevo. ¿De veras estaba pensando en casarse con la princesa Marika?

Una vez más, la imagen de la mujer rubia que había visto en el pasillo invadió su cabeza. ¿Cómo podía estar pensando en casarse con una mujer cuando otra había captado su atención?

La desconfianza se apoderó de él. Aunque nunca le declararía su amor a una mujer, tampoco sería infiel a la mujer con la que se casara. No, como su odiado padre.

No tenía ni idea de en qué se había convertido su padre, pero tampoco quería saberlo. Él día que los abandonó, dejó de tenerlo idealizado. Su padre había dado prioridad a sus intereses y había abandonado a su esposa, mofándose de todas las declaraciones de amor eterno que le había hecho y abandonando a su propio hijo. Pensando solo en sí mismo.

Desde luego, él no debía hacer que la princesa o sus padres creyeran que él podía ofrecerles algo y luego echarse atrás.

«Tengo que tomar una decisión».

Decidir significaba llegar a conocerla mejor, y eso era lo que estaba haciendo allí en la suite del gran duque.

–Alteza, me preguntaba si, puesto que le gusta tanto la ópera, ¿me permitiría que las invitara a Covent Garden esta noche? Le pido disculpas por no habérselo propuesto con más antelación, pero Torelli va a representar Turandot y recuerdo que le causaba admiración –le preguntó a la madre de la princesa Marika.

–¡Turandot! –exclamó la gran duquesa, y miró a Leon con una amplia sonrisa–. Qué amable. Será una distracción para mi hija en este momento tan estresante, ¿verdad, Marika?

La princesa esbozó una sonrisa.

–Entonces, me ocuparé de todo –dijo Leon.

No conseguiría estar a solas con la princesa Marika, pero sería un comienzo. Y que lo vieran en público con la familia real de Karylya serviría para que comenzaran a asociarlo con ellos. Y ellos con él.

Satisfecho, decidió marcharse. Aunque de camino al ascensor volvió a preguntarse quién sería aquella mujer rubia tan atractiva. Intentó no preguntarse si volvería a verla de nuevo, y también intentó no desear verla otra vez.

Enfadado, se regañó en silencio.

«He venido para casarme con una princesa, no para fijarme en otra mujer».

Le gustara o no, sería mejor que no lo olvidara.

 

 

Ellie entró apresurada al recibidor de Covent Garden’s Royal Opera House. Le resultaba difícil caminar con zapatos de tacón alto y vestido largo. Su madrastra había insistido en que esa noche se vistiera para la ocasión.

«Ya ha sido bastante malo que llegaras de esa manera, ¡vestida como una sirvienta!».

La gran duquesa no había dicho mucho más, pero Ellie había captado el mensaje.

Esa noche había hecho todo lo posible, pero su ropa de alta costura se había quedado en Karylya y en su piso de Londres solo tenía el vestido que había llevado a la gala de premios de la televisión que había asistido con su madre y su padrastro.

Afortunadamente, su padre había aceptado que ella pudiera quedarse allí, ya que la suite del Viscari estaba llena y habría sido necesario pedir otra habitación e incurrir en más gastos.

El vestido de color azul claro era decente, pero no de alta costura, y puesto que tampoco había podido sacar sus joyas de Karylya, Ellie solo llevaba un collar de perlas de su madre. Se había hecho un peinado sencillo, y se había maquillado con discreción. Sabía muy bien que nadie pensaría que era una princesa con tan solo mirarla.

«Igual que ha hecho aquel hombre en el pasillo del ático».

Trató de no pensar en aquel hombre. No tenía sentido pensar en él, ni en su incapacidad para dejar de mirarlo. Era mucho más importante que se centrara en la noche que tenía por delante.

Marika le había puesto un mensaje de texto explicándole el plan con su madrastra.

 

Lisi, ¡tienes que venir! Leon Dukaris estará allí. Por favor, ¡intenta mantenerlo alejado de mí!

 

Ellie se puso seria al llegar al recibidor casi vacío. El espectáculo estaba al punto de comenzar y haría lo posible para mantener al pretendiente de Marika alejado de ella. Puesto que su hermana se hubiera enamorado de un hombre con el que le resultaría imposible casarse, Ellie sentía lástima por ella.

Por supuesto, ¡Marika solo quería casarse por amor!

«¡Igual que lo que yo siempre he deseado!», pensó.

Estaba muy bien creer en ello, y tratar de proteger a su hermana de un pretendiente no deseado, pero ese multimillonario desconocido era todo lo que había entre su padre y la penuria…

Las luces todavía estaban encendidas cuando le mostraron el palco reservado para ellos, y mientras se apagaban, ella se fijó en que su padre y su madrastra estaban sentados junto a otro hombre, y al lado de este, su hermana.

Marika miró a Ellie agradecida. Ellie se sentó después de hacerle una reverencia a la gran duquesa, quien la había amonestado con la mirada por haber llegado tarde.

Ellie agachó la cabeza y se alisó la falda mientras se sentaba y no se percató de que el hombre que estaba junto a su hermana se había vuelto para mirarla. En ese momento se abrió el telón y Ellie levantó la vista. Al ver al hombre se quedó de piedra.

El hombre que se había vuelto para ver quién era la persona que había llegado tan tarde era el hombre con el que se había encontrado en el pasillo del hotel. El hombre del que no había podido apartar la mirada.

Se quedó boquiabierta unos instantes y volvió la mirada hacia el escenario. Su corazón latía con fuerza y estaba segura de que se había sonrojado.

Ese hombre era el griego desconocido… ¿El multimillonario que estaba pagando los gastos de su padre y que quería casarse con su hermana?

Las palabras que le había dicho a su hermana aquella misma mañana resonaron en su cabeza…

«Un viejo de tripa gorda y mirada lasciva…».

Estuvo a punto de soltar una carcajada. ¡No podía haber estado más equivocada!

¿Qué había contestado Marika?

«No exactamente…».

Ese hombre era justo lo contrario a lo que ella había imaginado.

Ellie notó que se le aceleraba el corazón y agradeció tener todo el tiempo del primer acto de la obra para recuperarse y reflexionar acerca de lo que Marika le había contado.

«No importa que él sea la fantasía de cualquier mujer… ¡No es posible que crea que puede casarse con Marika así como así! Ella debe de habérselo imaginado…».

Entonces, ¿por qué Leon Dukaris se molestaba en cubrir los gastos del hotel? ¿Qué ganaba él haciendo tal cosa?

Ella se estremeció. Estaba sentada detrás de él, así que lo miró y se fijó en sus anchas espaldas y en la silueta de su rostro en contraste con las luces del escenario.

Él parecía concentrado en la obra, pero no parecía cautivado por ella.

Ella se fijó en que tenía las piernas cruzadas y una mano apoyada sobre uno de sus muslos, y en que estaba ligeramente inclinado hacia su hermana. Finalmente, volvió la mirada hacia el escenario, donde una princesa prometía que no se casaría jamás y su pretendiente no deseado trataba de convencerla de lo contrario…

«No debe suceder… ¡No debe suceder!».

Ellie no se refería a lo que sucedía en el escenario.

 

 

Leon continuó mirando hacia el escenario, pero su atención permanecía centrada en la mujer que estaba sentada detrás de él. No podía creerlo. Era la mujer despampanante con la que se había encontrado aquella tarde.

«¿Quién será?».

Le había hecho una reverencia a la gran duquesa y esta la había mirado con el ceño fruncido. El vestido que llevaba no era de alta costura, como el de la duquesa o la princesa. Así que debía ser una dama de compañía o algo parecido.

Leon percibió que sus emociones se enfrentaban. Por un lado, la reacción que había tenido al verla, por otro, su intención de casarse con la princesa Marika. Aquella mujer rubia podía ser una gran distracción. Incluso en ese momento no podía resistirse al deseo de darse la vuelta para mirarla.

Le pareció que pasaba una eternidad antes de que se cerrara el telón tras el primer acto y el público comenzara a aplaudir. De pronto, se encendieron las luces y vio que la gran duquesa se estaba dirigiendo a él.

–¡Torelli tiene una voz perfecta! –exclamó ella.

–Impresionante –contestó Leon.

Entonces, forzó una sonrisa para dedicársela a la princesa que estaba a su lado, que estaba tan tensa como había estado durante todo el primer acto. Leon deseaba que estuviera un poco más relajada.

–¿Qué le ha parecido? –le preguntó con amabilidad.

–Ella es muy buena –dijo la princesa Marika.

El gran duque Mikal se estaba poniendo en pie.

–¡El primer acto ha sido muy largo! –exclamó.

Leon, que estaba de acuerdo, soltó una risita y se puso en pie, recordando que no debía permanecer sentado cuando la realeza estaba de pie. La duquesa seguía sentada, igual que su hija, pero Leon oyó que la mujer rubia se ponía de pie detrás de él.

Leon decidió darse la vuelta.

Allí estaba ella.

Incapaz de apartar la mirada, se percató de que ella no lo miraba, pero no le importaba. Estaba contento mirándola.

Era tremendamente bella. Incluso más que la primera vez que la vio. Llevaba un poco de maquillaje, lo justo para resaltar sus ojos, su boca y sus pómulos. El cabello lo llevaba recogido en un moño sencillo, pero elegante. También llevaba un collar de perlas que resaltaba la palidez de su piel. Su vestido azul definía la figura de su cuerpo.

Leon notó que un fuerte deseo se apoderaba de él. Trató de reprimirlo, consciente de que no podría satisfacerlo, no, si de veras tenía intención de casarse con la princesa Marika.

«¿Cómo puedo pensar en algo así si reacciono de esta manera ante otra mujer? ¡Es imposible! ¡Imposible!»

La frustración se apoderó de él, pero era incapaz de apartar la mirada de Ellie. Sabía que ella era perfectamente consciente de su presencia, y que había reaccionado ante él de la misma manera que él había reaccionado ante ella. Igual que durante el primer encuentro que tuvieron en el pasillo del hotel.

Leon quería que ella lo mirara, pero oyó que detrás de él, el gran duque daba un paso adelante y vio que ella hacía una pequeña reverencia y murmuraba algo en el idioma de Karylya. Leon interpretó que estaba disculpándose por haber llegado tarde.

El gran duque dijo algo admonitorio y se volvió hacia Leon.

–Señor Dukaris, permita que le presente a mi hija mayor.

Leon se volvió hacia la mujer rubia y respiró hondo, inhalando el aroma de su perfume.

Ella permaneció muy quieta y sin mirarlo.

Entonces, el gran duque añadió:

–La princesa Elizsaveta, mi hija mayor.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

LEON se quedó paralizado. Como si se hubiera congelado por dentro. Al cabo de un momento, notó que se relajaba y que su cuerpo reaccionaba. Todo era perfecto.

«Igual que ella».

La miró a los ojos.

–Princesa… –le agarró una de las manos y vio que se le iluminaban los ojos a la vez que respiraba hondo.

Entonces, a propósito, Leon acercó la mano a su boca e inclinó la cabeza para besársela. Notó que ella temblaba.

Le soltó la mano y permaneció mirándola. Oyó que ella murmuraba su nombre y vio que se sonrojaba, y eso fue suficiente. Se fijó en que ella se había apresurado para agarrarse la mano que él le había besado, como para evitar que siguiera temblando.

Leon se llenó de satisfacción. Y de mucho más que satisfacción. Se volvió hacia sus invitados, el duque y la duquesa y sonrió:

–¿Champán?

Gesticuló hacia la parte trasera del palco, donde estaba la botella enfriándose en una cubitera y las copas en una bandeja.

Champán era exactamente lo que se necesitaba en ese momento. Nunca había estado tan seguro.

 

 

Ellie intentaba mantener la compostura, pero le resultaba imposible. Estaba acostumbrada a los besamanos, y no era nada extraordinario para una mujer de la realeza en Karylya. Quizá, un saludo algo anticuado y formal, pero nada para que la hiciera perder la compostura de ese modo.

Aunque era cierto que ningún hombre tan atractivo como Leon Dukaris le había besado la mano antes.

Ella tragó saliva, deseando que su rostro hubiese recuperado el color normal.

–¿Princesa…?

El anfitrión que los había invitado a champán, que había pagado las entradas a la ópera y que también la suite del Viscari St James, estaba frente a ella, ofreciéndole una copa de champán burbujeante.

Ella aceptó la copa, murmuró palabras de agradecimiento y lo miró con amabilidad. Bebió un sorbo de champán y oyó que Leon Dukaris le preguntaba si le estaba gustando la ópera.

Él estaba sonriendo y ella sintió un nudo en el estómago. Tenía las facciones marcadas, la nariz recta y el mentón prominente. Y había algo en su sonrisa que la animó a responder

–Torelli es tan impresionante como siempre –contestó ella–. Sin embargo, el papel no es muy atractivo. Turandot no puede ser la heroína favorita de nadie.

Vio que Leon Dukaris fruncía el ceño.

–¿No? Es una mujer muy fuerte –contestó él–. Insiste en no casarse porque es lo que todo el mundo espera que haga.

Ellie se puso tensa.

–¿Fuerte? ¡Es brutal! Tiene amordazados a sus pretendientes y tortura a su rival.

–La esclava, Liu, podría haber evitado su destino si le hubiera dicho a Turandot el nombre del príncipe desconocido.

–¡Y Turandot lo habría matado! –exclamó Ellie–. Liu se niega a traicionarlo… ¡Lo ama!

Leon Dukaris bebió un sorbo antes de contestar.

–No le sirve de mucho. Él la rechaza y elige a otra mujer que considera mejor propuesta que una mera esclava.

Leon hablaba con cierta ironía y Ellie se percató de que ella estaba trasladando la conversación acerca de una obra de ficción a la realidad con que se enfrentaba su familia. Una realidad a la que debía enfrentarse si quería proteger a Marika de un pretendiente no deseado.

–Bueno, sí –murmuró ella antes de dar un sorbo–. Turandot es una princesa y, sin duda, hay hombres a los que les gustaría casarse con una princesa… –miró a Leon Dukaris con nerviosismo. Tras su comentario, ¿diría él algo que indicara si los temores de Marika estaban justificados o no?

Casi inmediatamente, él cambió de expresión.

–Bueno, eso depende… –contestó.

Ella se fijó en sus largas pestañas oscuras y notó un nudo en el estómago.

–Depende de la princesa en cuestión.

–Sin duda –repuso ella–. Y, por tanto, quizá debería saber, señor Dukaris, que mi hermana está enamorada de otro hombre.

Ellie habló en voz baja, solo para que él pudiera oírla. Nada más decirlo, supo que había hablado demasiado.

¿Y si los temores de Marika eran infundados? ¿Y si eran producto del miedo y del estrés? Era demasiado tarde. Acababa de advertirle a Leon Dukaris que no se hiciera ilusiones sobre su hermana. Aunque, quizá, él ni siquiera se las había hecho.

Ellie tuvo que esforzarse para mantener una expresión tranquila, como si no hubiera dicho nada fuera de lo normal.

Leon la miró un instante y levantó la copa para brindar con ella.

–Le deseo todo lo mejor –comentó.

Ellie percibió cierta ironía en su tono de voz.

–Me temo que ha malinterpretado la situación, princesa. No tengo ni el más mínimo interés en su hermana –hizo una pausa.

Ella se quedó sin respiración. Leon Dukaris estaba dominando su espacio, su conciencia. Le sonreía de tal manera que había conseguido que ella fuera incapaz de respirar y que le costara sostenerse en pie.

–Preferiría que usted fuera mi esposa –añadió él, con cierto tono de intimidad.

Brindó de nuevo con ella, levantó la copa y bebió un sorbo sin dejar de sonreír. Después, como si no le hubiera dicho nada más aparte de que disfrutara de la velada, se volvió y se dirigió a los demás invitados.

Detrás de él, Ellie sintió que le ardían las mejillas y le temblaba la mano con la que sujetaba la copa.

Él no podía haber dicho lo que había dicho.

¡No era posible!

Pero lo había hecho.

Ellie esperó a que la rabia la invadiera por dentro, pero no sucedió. Y solo pudo quedarse mirándolo, inmóvil, oyendo el eco de sus palabras en la cabeza.

 

 

Leon estaba de pie junto al ventanal del apartamento que tenía sobre sus oficinas. Era su segunda vivienda y se la habían decorado los mejores interioristas con muebles ultra modernos. Él no le daba demasiada importancia a ese tema, pero el lugar resultaba lo bastante prestigioso para los encuentros de negocios que celebraba en alguna ocasión y para los encuentros personales que tenía de vez en cuando con las mujeres que él elegía.

Siempre dejaba claro a las mujeres que su relación sería corta y, que estaría basada en el placer sensual únicamente. Nunca engañaría a una mujer y fingiría que le estaba ofreciendo algo más.

Leon bebió un trago de coñac y continuó contemplando las luces de la ciudad, que brillaban como si fueran piedras preciosas a esas horas de la noche.

Ya estaba cansado de su estilo de vida. Había cumplido su propósito de acumular riqueza durante los años, pero ya necesitaba algo diferente.

Alguien diferente.

¿Cómo había sucedido? ¿Cómo había surgido la confluencia de dos deseos tan dispares? La idea que se le ocurrió el año pasado en el Gran Ducado de Karylya, acerca de que podía completar sus logros con el premio más llamativo de todos…Una esposa de la realeza… Y el encuentro con una mujer que provocó que todo su cuerpo se incendiara nada más verla y que resultó ser como un regalo de los dioses, al descubrir que podía ser la princesa que él estaba buscando…

«La mujer que deseo y la princesa con la que aspiro a casarme… La incitante y preciosa princesa Elizsaveta».

Retirando para siempre a la princesa Marika de su pensamiento, permitió que el nombre de su hermana mayor resonara en su cabeza y recordó cada momento del encuentro y la conversación que había tenido con ella. No le importaba haberle mostrado su jugada, de hecho, agradecía la oportunidad que ella le había dado para hacerlo. Había ido al grano, y eso dejaba las cosas más claras.

Ella era la princesa que él deseaba.

Solo le faltaba que ella aceptara…

«¿Y por qué no iba a hacerlo?».

Leon puso una sonrisa sensual y su mirada se iluminó con el recuerdo. La mujer rubia despampanante, que resultó ser una princesa, no había sido capaz de ocultar que se sentía atraída por él.

«Me desea tanto como yo a ella».

Y además del deseo, que en ese mismo instante lo invadía por dentro, aquel matrimonio conllevaría cientos de ventajas para ambos, así que, ¿cómo podía haber alguna objeción al respecto?

Era la pareja perfecta.

«Y lo mejor es que ambos sabemos los motivos por los que nos vamos a casar, y ese sinsentido del amor ¡no tiene nada que ver con ellos!».

Y nunca lo tendrá.

Leon levantó la copa de coñac y brindó por la única esposa que deseaba, la bella y despampanante princesa Elizsaveta.

 

 

Para Ellie, la siguiente semana resultó ser la más agobiante de su vida. ¿Leon Dukaris realmente quería decir lo que había dicho abiertamente en la ópera? ¿O solo había hecho un comentario a la ligera como respuesta a la advertencia que ella le había hecho acerca de Marika?

Y, si esas no eran sus ambiciones, ¿por qué se estaba gastando una fortuna en mantener la lujosa vida de su familia?

Era imposible determinar cuáles eran sus intenciones.

Dos días después de la velada en Covent Garden, él invitó a comer a la familia real en un salón privado del hotel y ella no detectó nada en su comportamiento aparte de amabilidad. Ellie, a pesar de esforzarse para mantener la compostura y comportarse según las normas de la realeza, sintió que el impacto que en ella había causado Leon Dukaris se había agravado y que estaba más pendiente que nunca de él. Lo mismo al día siguiente, cuando él invitó a Marika y a ella a merendar en Meredon.

Sentada en la terraza del prestigioso hotel rural de las afueras de Londres, Ellie trató de buscar temas de conversación seguros, como la historia de la poderosa familia que había sido propietaria del Meredon o las medidas de protección contra las inundaciones que se necesitaban en el río Támesis para afrontar los efectos del cambio climático.

Marika no le sirvió de gran ayuda, ya que se dedicó a comer las deliciosas pastas mientras miraba nostálgica a la lejanía.

Por su parte, Leon Dukaris, que llevaba unas gafas de sol de diseño que lo hacían parecer todavía más atractivo, mantenía la conversación y hacía las preguntas pertinentes sin dejar de mirarla a través de los cristales oscuros.

Como si estuviera evaluándola.

«¿Para qué? ¿Para ver si soy la novia adecuada?».

Se le formó un nudo en la garganta, pero consiguió suprimir todas sus emociones hasta que, por fin, después de dar un paseo por los jardines y de hacer una pequeña excursión por el río privado del hotel, Marika y ella regresaron al Viscari St James.

Ellie le dio las gracias a Leon manteniéndose serena y él le dedicó una sonrisa y la miró de manera que la hizo sonrojar.

–El placer ha sido mío, princesa –murmuró.

Leon le agarró la mano y se inclinó sobre ella. Ellie estaba convencida de que lo hacía para recordarle cómo le había besado la noche de la ópera. Había algo en su mirada que se lo indicaba…