E-Pack HQN Brenda Novak 3 abril 2022 - Brenda Novak - E-Book

E-Pack HQN Brenda Novak 3 abril 2022 E-Book

Brenda Novak

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Beschreibung

Después de la tormenta Gail DeMarco se había marchado de Whiskey Creek, California, para hacerse un nombre en Los Ángeles. Su agencia de relaciones públicas había conseguido una importante lista de clientes, incluyendo al actor más taquillero del momento, el sexy e impredecible Simon O'Neal. Pero Simon, que acababa de salir de un turbulento divorcio, estaba tan ocupado destruyéndose a sí mismo que no estaba dispuesto a seguir sus indicaciones. Gail decidió entonces dejar de prestarle sus servicios, y él se vengó llevándose al resto de clientes consigo. Gail era la única en la que podía confiar. Y, aunque a regañadientes, aceptó convertirse en su esposa. Sin embargo, su resistencia no se debía a que Simon no le gustara, sino a que le resultaba muy difícil no amarle. Placeres robados Tras haberse criado viviendo en moteles baratos y viajando de ciudad en ciudad con su hermana y su madre, Cheyenne agradecía poder mantenerse por fin a sí misma. Sin embargo, continuaba inquietándola el misterio de sus primeros recuerdos, presididos casi todos por una mujer rubia y sonriente. Una mujer que no era su madre. Cuando llegue el verano Callie Vanetta recibió una noticia devastadora: necesitaba un trasplante de hígado, pero no era fácil encontrar un donante. Dispuesta a disfrutar del poco tiempo de vida que le quedaba, decidió mantener la enfermedad en secreto y trasladarse a la granja de sus abuelos. Siempre había querido vivir allí. Sin embargo, la granja llevaba años abandonada, lo que le hizo temer que quizá tuviera que renunciar y regresar al pueblo. Hasta que una noche llamó un desconocido a su puerta. Era un hombre atractivo y misterioso que estaba recorriendo el país en moto. Callie, pensando que no tenía nada que perder, le pidió que le arreglara el establo. Él necesitaba un lugar en el que alojarse hasta que arreglara su moto y ella un par de manos extra.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

E-pack HQN Brenda Novak, n.º 300 - abril 2022

I.S.B.N.: 978-84-1105-802-5

Índice

Créditos

Después de la tormenta

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Epílogo

Publicidad

Manuscritos

Placeres robados

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Epílogo

Publicidad

Cuando llegue el verano

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Epílogo

Publicidad

Para Pierce Rohrmann.

Tus numerosos talentos y tu energía nunca dejan de sorprenderme. Gracias por esforzarte tanto por mí, por tus brillantes ideas, por tu infinito apoyo, por tu ingenio y tu generosidad. Y, por último, gracias por hacerme levantarme y empujarme a la lucha cada vez que intento escapar. Eres el mejor amigo que una podría imaginar.

Capítulo 1

Estaba arruinada. Se había convertido en un anatema, en la Jerry Maguire del negocio de las relaciones públicas de Los Ángeles. Y había sido prácticamente de un día para otro.

–No tienes buen aspecto.

Gail DeMarco se volvió del teléfono que acababa de colgar para mirar a Joshua Blaylock. Vestido con unos vaqueros ajustados, zapatos de punta, una chaqueta de diseño y unas gafas rectangulares, su asistente personal se inclinaba sobre el escritorio de Gail con expresión esperanzada y preocupada al mismo tiempo. Al igual que ella, esperaba que pudieran superar la caída en picado que Gail había provocado tres semanas atrás con una impetuosa llamada telefónica y una serie de declaraciones imprudentes. Pero Gail sabía que Joshua había oído lo suficiente como para comprender lo que otros empleados no eran capaces de asimilar todavía. No solo habían perdido a un puñado de clientes importantes, como Maddox Gill y Emery Villere: los habían perdido a todos. Big Hit había caído de su privilegiada posición en la cumbre de la cadena trófica de las relaciones públicas y se había estrellado contra el suelo. Y todo gracias a un solo hombre: Simon O’Neal. El hombre más atractivo del negocio del cine había flexionado sus músculos de superestrella y había hundido la empresa con una facilidad y a una velocidad que a Gail le resultaban difíciles de asimilar. Continuaba pensando que se despertaría de pronto y descubriría que aquella contienda era solo un mal sueño, o que los demás verían a Simon como el desastre que era y se pondrían de su parte. Pero Estados Unidos adoraba a aquel hombre. Era el nuevo James Dean. Iba metiendo la pata a diestra y siniestra, pero tenía los admiradores más fieles del mundo, admiradores que estaban fascinados por su talento y por su capacidad de destrucción.

Gail no debería haberle dicho nunca que no quería seguir trabajando para él. Desde entonces, había ido abandonándola un cliente tras otro.

Pero cualquier relaciones públicas profesional que se respetara a sí mismo habría terminado harto de las tonterías de Simon. El actor había hecho todo lo que le había pedido específicamente que no hiciera. Había provocado todo tipo de pesadillas mediáticas y había conseguido que ella, en tanto que su representante personal, diera una imagen tan mala como la suya. ¿Cómo se suponía que iba a representar a alguien así?

–¿Hola? –Joshua dejó de sonreír y chasqueó los dedos delante de ella.

Gail se obligó a reprimir las lágrimas. Durante más de una década, desde el mismo instante en el que se había graduado en Publicidad y Relaciones Públicas y había empezado las prácticas en Rodger Brown and Associates, se había dedicado por completo a levantar su empresa. No tenía marido, ni hijos, y tenía muy pocos amigos, por lo menos en la zona de Los Ángeles. Su ambición no le había dejado tiempo para ello. Solo tenía un grupo de amigas de la infancia en Whiskey Creek, a seis horas de allí. Las veía una vez cada dos meses. Pero, en líneas generales, podía decirse que había abandonado a familia y amigos para hacerse un nombre en la gran ciudad. Allí, su relación más cercana era la que mantenía con sus empleados. Y en aquel momento se veía obligada a despedirlos a todos. Incluso a Joshua.

–Era Clint Pierleoni –mantuvo la voz en un tono monocorde para evitar que se le quebrara.

Joshua parpadeó rápidamente, como si también él estuviera a punto de llorar. No habría sido la primera vez que se derrumbaba en su despacho. Siempre estaba sufriendo por culpa de algún hombre. Normalmente, Gail le consolaba y disfrutaba realmente viviendo a través de él, puesto que hacía siglos que ella no tenía una vida amorosa. Pero aquel día, no tenía palabras de consuelo. El dolor de Joshua era también su dolor.

–No me lo digas... –comenzó a decir Joshua.

Pero Gail comenzó a hablar antes de que él hubiera terminado la frase.

–Ha dicho que ya iba siendo hora de que contratara a otra empresa de relaciones públicas.

–Pero... Clint ha estado con nosotros desde el primer momento. Incluso me acosté con él... después de firmar un contrato en el que me comprometía a no revelar nunca que es gay.

Gail ignoró la última parte de aquel comentario. Ella no consentía que sus empleados mantuvieran relaciones sexuales con los clientes de la empresa, pero ya había hablado con Joshua acerca de su relación con Clint y le parecía absurdo volver a ponerle objeciones, sobre todo en aquella situación. Lo que Joshua había dicho sobre Clint era cierto. Era el primer actor que se había arriesgado a contratarla. Y ella había hecho un gran trabajo por él a un precio ridículo.

Esperaba más lealtad por su parte. Habían estado muy unidos. Clint era más famoso de lo que lo había sido nunca y ella le había ayudado a conseguirlo.

–Ha intentado explicarme que...

Pero Joshua la interrumpió.

–¿Explicarte qué? ¿Que ha cedido a la presión de los pesos pesados de Hollywood y se ha unido a Simon O’Neal para posicionarse en contra de nosotros?

–Tiene miedo de que quedarse con nosotros suponga una publicidad negativa para su carrera. Simon le ha prometido que trabajará en su próxima película y está seguro de que si no cede, no aparecerá.

–¡Simon es un canalla! ¡Un canalla y un alcohólico!

Gail le miró con los ojos entrecerrados.

–No te has acostado con él, ¿verdad?

Por un instante, se permitió a sí misma imaginar el efecto que tendría en la carrera de Simon filtrar aquella información. No volvería a hacer de galán romántico en su vida. Pero sabía lo que Joshua iba a contestar antes de que este lo dijera.

–Está suficientemente bueno como para que lo hiciera si tuviera oportunidad. No conozco a nadie que no lo hiciera, excepto tú –añadió tras pensárselo ligeramente–. En cualquier caso, no es gay.

–Exacto –intentó encogerse de hombros, aunque la verdad era que también ella había fantaseado con Simon. ¿Y quién no?–. Es una pena.

Joshua se llevó los nudillos a la boca, como si estuviera planeando revelar un gran secreto.

–Pero es un mujeriego. Estoy seguro de que podríamos sacar a la luz todo tipo de historias perversas...

Gail le acalló con un gesto.

–No le sorprendería a nadie. Su mujer le dejó porque no era capaz de mantener los pantalones abrochados. Sus hazañas en ese campo solo las ha igualado Tiger Woods.

E incluso en el caso de que tuviera capacidad para hacerlo, dudaba de que fuera capaz de destruirle. Estaba enfadada y dolida, pero creía que era preferible no crear un mal karma.

–¿Entonces qué vamos a hacer? –preguntó Joshua.

–¿Qué podemos hacer?

Gail tomó aire e intentó permanecer erguida en la silla, como solía hacer cuando daba órdenes y atendía una llamada tras otra. Se crecía con la adrenalina que la sostenía durante los días de trabajo. Pero la diversión había desaparecido, al igual que todos sus clientes.

Se hundió en su carísima silla de cuero y pensó en llamar a los actores que la habían dejado. Si pudiera convencerlos de que volvieran con ella...

Pero no tenía sentido. Ya lo había intentado. Ninguno quería enfrentarse a Simon, salvo algunos clientes sin importancia a los que Simon no importaba lo suficiente como para seguir sus indicaciones, y tres de ellos eran clientes a los que Gail atendía gratuitamente, casi por caridad.

–Se va con Chelsea Seagate a Pierce Mattie –añadió sombría.

–¡No! –Joshua dio un puñetazo en el aire–. ¡Esa perra se está quedando con todo el mundo!

Y también gracias a Simon. Simon había estado con Big Hit durante tres años, sabía que eran rivales, así que se había ido con ella y se había llevado con él a cincuenta de los sesenta y cuatro clientes de Gail.

–Pierce se arrepentirá de permitir que Chelsea le acepte como cliente. Simon terminará arruinándolos a todos. No hay una sola empresa de relaciones públicas en todos los Estados Unidos, ni en ninguna otra parte, que pueda proteger la imagen de un cliente tan dado a la destrucción. Y desde que su esposa le dejó, Simon está peor que Charlie Sheen –respondió Gail.

–Por lo menos Pierce Mattie disfrutará una muerte lenta –respondió Joshua, sentándose en una silla frente a ella–. ¿Cuánto tiempo tardaremos nosotros en cerrar las puertas?

Gail apretó los labios y miró alrededor de su elegante despacho. Había días en los que se sentía incapaz de creer en su propio éxito. En aquel momento, le parecía que todo había sido una ilusión.

–¿Dos meses? –¿sería capaz de soportar tanto tiempo?

Joshua se inclinó bruscamente hacia delante.

–¿Solo?

–Nuestro presupuesto es enorme, Joshua. Solo en alquiler pago quince mil dólares. Si a eso le sumas los salarios de veinte personas, verás que el dinero se va muy rápido.

Joshua enterró el rostro en el pañuelo que llevaba bajo el cuello de su moderna chaqueta, haciendo que sonaran amortiguadas sus siguientes palabras.

–¿Cuándo se lo diremos a los demás?

Gail no soportaba verle derrumbarse de aquella forma. Joshua le había advertido que no dejara a Simon, pero ella lo había hecho de todas formas. Simon se merecía ser expulsado de su listado de clientes, lo estaba pidiendo a gritos. Pero nadie podía meterse gratuitamente con Simon, y se lo había demostrado.

Batallando bajo el peso de la responsabilidad, Gail se levantó y se dirigió a la ventana interior de su despacho, que daba a un lujoso vestíbulo diseñado expresamente para impresionar a las visitas. Los cubículos de los empleados y los otros tres despachos estaban a la derecha. Desde donde estaba, no podía verlos, pero sí a Savannah Berton, que estaba de espaldas, inclinando su cabeza morena mientras se asomaba al despacho de Serge Trusso. Savannah era una madre soltera con tres hijos. ¿Adónde iría? Serge lo tendría más fácil. Era un hombre ahorrador y nunca daba nada por garantizado. Pero, ¿y Vince Shroeder? Tenía una esposa discapacitada. Y también estaba Constance Moreno, que tenía solo veinte años. Había llegado dos meses atrás desde Nueva York y había firmado un contrato de alquiler de un año. ¿Cómo iba a poder pagarlo?

Todas aquellas personas dependían de ella. ¿Por qué habría cedido a sus ganas de castigar a Simon, a sus ganas de ver que recibía algún tipo de respuesta?

Gail apoyó la frente en el frío cristal.

–Será mejor que convoques una reunión. Estoy segura de que ya son conscientes de que tenemos problemas. La oficina está muerta. Están empezando a jugar a los barcos.

–¿Quieres que los convoque ahora?

Gail pensó en el estreno de la película de Simon que iba a tener lugar aquella noche y en el hecho de que después, él estaría en la fiesta, probablemente empapado en alcohol, pero disfrutando de la fama y la fortuna que lo seguían a todas partes. No debería salir bien librado después de lo que había hecho. Ella tenía razón, maldita fuera. Pero si quería salvar a sus empleados, iba a tener que humillarse y pedirle disculpas, iba a tener que suplicar, incluso.

Preferiría tirarse delante de un autobús, pero allí había más cosas en juego que su orgullo. Tenía un buen equipo. No se merecían perder su puesto de trabajo.

–¡No, espera!

–¿Crees que algo va a cambiar? –preguntó Joshua con evidente escepticismo.

Gail no se atrevía a albergar esperanzas. Pero tenía que hacer un último esfuerzo por salvar la empresa, aunque solo fuera por si había alguna posibilidad.

–Déjame esperar hasta mañana.

Joshua comenzó a juguetear con el carísimo juego de bolígrafos que el resto de los empleados y él le habían regalado a Gail en Navidad.

–¿Para qué?

Gail se volvió hacia él.

–Para hacer un último intento, aunque sea a la desesperada.

Capítulo 2

Simon reconoció a Gail inmediatamente. Destacaba en aquel mar de silicona, Botox y bronceado artificial. Quizá fuera por su pecho, demasiado plano para los estándares de Los Ángeles. O por el corte severo de su traje, acompañado con una camisa de un blanco almidonado, o por el gesto de determinación de su barbilla. O a lo mejor era por su general desprecio por las fiestas de Hollywood y la licenciosa conducta que en ellas tenía lugar, o por su negativa a unirse a la diversión.

Aun así, a Simon siempre le había gustado que no fuera una de aquellas admiradoras que lo idolatraban. Sí, le gustaba tanto como lo odiaba. Al fin y al cabo, si pensaba colarse en la fiesta, por lo menos podía intentar fundirse entre la multitud. Porque estaba completamente seguro de que no estaba invitada a aquella fiesta.

–¿Qué te pasa?

Simon desvió bruscamente la mirada hacia la rubia que estaba sentada en un taburete a su lado. Era una atractiva profesora de yoga a la que había conocido veinte minutos antes. Se llamaba Sunny algo y era más inteligente de lo que su minifalda y su blusa escotada podían hacer pensar. También era una mujer cariñosa. Pero él estaba aburrido. Últimamente, las mujeres con las que salía le parecían casi intercambiables.

–Nada –terminó el resto de su copa–, ¿por qué?

Sunny inclinó la cabeza para seguir el curso de su mirada, pero no se fijó en Gail. Probablemente, era incapaz de imaginar que una mujer tan anodina pudiera tener alguna importancia para él. De hecho, si no fuera por el sentimiento de culpa, ni siquiera habría pensado en ella. Cuando le había dicho a Ian Callister, su mánager, que quería arruinarla y obligarla a volver al pequeño pueblo que ella consideraba su hogar, Ian se lo habían tomado en serio.

Estaba borracho cuando había hecho aquella declaración, pero Ian estaba decidido a vengar su abandono y él estaba suficientemente enfadado y preocupado como para no prestarle atención. Ni siquiera le había preguntado qué se proponía. Parte de él imaginaba que Gail DeMarco se merecía cualquier cosa que le ocurriera. Pero otra parte de él no alcanzaba a entender los motivos por los que Ian se estaba tomando tantas molestias.

El día anterior, se había enterado de que Ian había llamado a todos los clientes de Gail y les había sugerido que contrataran los servicios de Chelsea Seagate. Y prácticamente todos habían cambiado de agencia.

–Estás frunciendo el ceño –le advirtió Sunny–. ¿Hay alguien aquí a quien no te apetezca ver?

–No –mintió.

–¿Qué has dicho?

No podía oírle por culpa de la música. Simon alzó la voz.

–¡Estoy cansado, eso es todo!

–¿Cansado? ¿Ya estás cansado? –hizo un puchero–. Pero si apenas son las diez.

Su falta de interés era un insulto para una mujer tan atractiva y Simon lo comprendía. Si fuera mejor persona, fingiría estar divirtiéndose, pero, sencillamente, no era capaz de hacerlo. No, aquella noche no. Ya tenía suficiente con actuar cuando le grababan las cámaras. Además, no le importaría mucho que Sunny se fuera con alguien que le hiciera más caso. No mentía al decir que estaba cansado. De hecho, estaba cansado incluso antes de llegar a la fiesta. Llevaba días sin poder dormir. Cada vez que su mente conseguía quedarse en silencio, volvía a torturarle el arrepentimiento.

–¿Quieres tomar otra copa? –le preguntó.

Sunny no tuvo oportunidad de contestar. Cuando Gail comenzó a caminar, Simon no pudo evitar prestarle de nuevo toda su atención. Le había localizado, como él había imaginado que haría. Y él no podía desaparecer entre la multitud. Siempre había sido el centro de atención, lo quisiera o no.

Y nadie podía imaginar qué podía suceder a partir de aquel momento. Jamás se le habría ocurrido pensar que su exrepresentante tuviera suficientes agallas como para presentarse en una fiesta como aquella, en la que estaría rodeado de amigos y apoyos, por no mencionar el habitual contingente de parásitos que estaban dispuestos a besarle los pies hiciera lo que hiciera.

Aquella mujer tenía valor. Eso tenía que reconocerlo.

–¿Simon?

Simon alzó la mirada lentamente, como si fuera demasiado perezoso o estuviera demasiado borracho como para moverse. Quizá su mal genio, y lo que le había dicho a Ian, había encendido la conflagración que estaba arruinando el negocio de Gail, pero él no pretendía que Ian fuera tan vengativo y no quería sentirse responsable de ello. Quitando unos pocos defectos, Ian era un buen mánager. Y jamás había hecho nada parecido. Si Gail quería hablar sobre sus problemas, podía llamar a Ian. Al fin y al cabo, tampoco ella era del todo inocente. Había desahogado su furia haciendo una serie de declaraciones muy poco halagadoras que habían llegado a la prensa.

A lo mejor, cuando madure, Simon O’Neal sea capaz de darse cuenta de que las mujeres son capaces de hacer algo más que una sola cosa.

Simon O’Neal tiene en sí mismo a su peor enemigo. Se odia a sí mismo en proporción directa a la admiración que despierta en los demás. Y nadie puede comprender por qué. Ese hombre lo tiene todo. Por lo que a mí respecta, su conducta no tiene ninguna justificación...

Es posible que mucha gente lo encuentre atractivo, pero yo no me acostaría con él aunque fuera el último hombre sobre la faz de la tierra. Nadie sabe de qué clase de enfermedades podría ser portador...

Había otros comentarios que no recordaba de forma literal. Algo así como que necesitaba más terapias de las que podría pagarse con todo su dinero. Y había hecho otro comentario sobre que estaba desperdiciando el talento que Dios le había dado, que era un hombre indecente, un encantador Dr. Jekyll en la pantalla y un Mr. Hyde diabólico fuera de ella.

–¿Qué puedo hacer por ti? –contestó, utilizando el mismo tono exageradamente educado con el que ella se había dirigido a él.

Gail alzó la barbilla.

–¿Podría hablar un momento a solas contigo, por favor?

¿Se había vuelto loca? Él no tenía ningún interés en salir a hablar con ella.

–Me temo que no. A lo mejor no te acuerdas, pero tú y yo ya no tenemos nada que hablar. Y por si no lo has notado, estoy con alguien.

Gail notó el interés de Sunny en aquella conversación: los observaba en silencio, sin decir nada.

Pero la ignoró completamente.

–Solo será un momento.

Simon hizo un gesto con la mano, esperando que Gail lo interpretara como lo que era: una indicación de que debería marcharse.

–Estoy ocupado.

Desgraciadamente, Gail no se fue a ninguna parte. Tiró de su propia chaqueta con un gesto de determinación y se aclaró la garganta.

–Muy bien, hablaremos aquí. Me gustaría ofrecerte una disculpa.

Simon no quería una disculpa.

La gente estaba comenzando a mirar, a darse cuenta de que aquella era la agente que le había humillado. Todo el mundo quería oír lo que tenía que decir. Debería intentar deshacerse cuanto antes de ella. Pero acababa de darle la oportunidad de desafiar aquella integridad a la que Gail se aferraba como si fuera un escudo y no podía resistirse.

–¿Estás diciendo que no pretendías decir todas esas cosas terribles que dijiste sobre mí?

Gail vaciló un instante, mientras buscaba las palabras adecuadas. Al final, le dio una respuesta diseñada a aplacarle sin necesidad de mentir.

–No debería haberlo dicho.

Maldita fuera, claro que no debería. Ella había sido la primera en atacar. Se había mostrado tan mojigata y digna mientras permanecía sentada en el trono de su agencia que Ian había decidido demostrarle lo vulnerable que era. La había pagado con la misma moneda, no creía que fuera para tanto. En cuanto a lo que a él se refería, su pequeño... desacuerdo, estaba zanjado.

–Ningún problema. Si tú estás dispuesta a olvidarlo todo, yo también. Que disfrutes de la velada.

–¿Y eso es todo? –Gail abrió de par en par sus ojos azules.

Simon le pasó el brazo por los hombros a Sunny y se recostó ligeramente contra ella, como si quisiera evidenciar que estaba tan a gusto que era poco probable que se moviera de allí.

–¿Esperabas algo más?

A Gail comenzó a temblarle el labio inferior y se le llenaron los ojos de lágrimas.

«¡Ah, mierda!».

–Esperaba que pudieras...

Jerry Russell, el director de la última película de Simon, les interrumpió. Se acercó a ellos y se inclinó para mirar a Gail a la cara.

–¿Qué estás pasando aquí? ¿Ya estás haciendo llorar a una mujer, Simon?

–¿Tienes algún problema, Simon?

Se acercó alguien más y aquello bastó para que comenzara a levantares un rumor entre la multitud que hizo que todo el mundo se volviera hacia él.

Las lágrimas rodaban por las mejillas de Gail. Simon era consciente de que ella estaba intentando contenerlas, pero eso solo servía para empeorar la situación. Gail estaba emocionalmente muy tensa y bajo el escrutinio de toda aquella gente.

Tenía que hacer algo antes de que terminara apareciendo otra vez en la primera página de los periódicos. Una fotografía de Gail llorando y algún paparazzi informaría de que la había destrozado intencionadamente para vengarse de ella. La gran estrella, Simon O’Neal, obligaba a cerrar la agencia de una pobre chica de provincias. Lo cual, gracias a Ian, estaba tan cerca de la verdad que ni siquiera podría replicar.

Y no podía permitirse el lujo de proporcionarle a su exesposa más munición para la amarga guerra que estaban librando. Si no limpiaba su imagen, no conseguiría ni la custodia parcial de su hijo. El juez lo había dejado muy claro.

La gente comenzaba a acercarse a ellos. Tenía que actuar rápido para evitar un espectáculo.

–Tranquila –le dijo con una tranquilizadora sonrisa. Se volvió hacia Sunny para decirle que no tardaría y se levantó del taburete–. Aquí hace mucho calor. Creo que será mejor que salgamos a refrescarnos.

Agarró a Gail de la mano y, para evitar que pudiera haber testigos de otra discusión, la condujo con paso controlado, intercambiando saludos con algunos de los invitados, hacia una habitación privada que le habían asignado para su uso exclusivo. Nadie había especificado la función de aquella habitación porque estaba destinada a que hiciera en ella lo que le apeteciera. Podía consumir drogas, acostarse con alguien, organizar una fiesta privada... lo que fuera.

Y, en aquel momento, lo agradeció.

–¿Cómo se te ha ocurrido presentarte en mi fiesta? –le reprochó malhumorado a Gail en cuanto cerró la puerta tras ellos–. Y, por el amor de Dios, ¿puedes dejar de llorar?

Gail se pasó la mano por la cara.

–Lo siento. Yo... me resulta muy violento, pero no puedo evitarlo.

Las lágrimas le hacían sentirse incómodo. Sobre todo procediendo de ella. Durante los tres años que habían trabajado juntos, soportando toda clase de compromisos, acontecimientos, películas y buena y mala publicidad, Gail siempre se había mostrado muy serena.

–Pues inténtalo con más fuerza.

–Gracias por tu comprensión –musitó Gail.

En parte para no tener que verla, Simon cruzó la habitación, sirvió una copa de champán de la botella que le habían dejado en un cubo de hielo y se la tendió.

–Toma, esto te ayudará.

–No bebo.

Simon esbozó una mueca.

–Una de las muchas razones por las que no me gustas. Bébetela de todas formas.

Gail vació la copa como si fuera agua y el consiguiente ataque de tos la distrajo lo suficiente como para ser capaz de cerrar el grifo de las lágrimas.

–¿Qué quieres de mí, Gail? ¿Qué puedo hacer para que esto se acabe?

Regresó entonces a los ojos de Gail su habitual brillo de inteligencia.

–¿Te refieres a mí? ¿Quieres saber qué puedes hacer para que me vaya?

Tras pensar durante un par de segundos en ello, Simon se encogió de hombros.

–Básicamente, sí.

–¿Y eres capaz de decirlo con tanta indiferencia después de haberme destrozado mi negocio?

Simon consideró la posibilidad de explicarle que no había estado tan activamente involucrado en ello como podría parecer, pero no se molestó. En cualquier caso, dudaba que le creyera.

–Necesitas dinero, ¿es eso?

–¡No! Lo que quiero es recuperar a mis clientes. Y no por mí. Bueno, no solo por mí. Tal y como está la situación, voy a tener que despedir a mis empleados. Y ellos necesitan este trabajo.

¿Su situación era tan desesperada? Iba a matar a Ian. ¿Por qué tenía que haber llevado aquello tan lejos?

–Muy bien. Me pondré en contacto con alguna gente y veré lo que puedo hacer para reparar el daño. Llámame la semana que viene. ¿Te parece bien? Ahora puedes irte a tu casa, ponerte a ver la televisión, ordenar los armarios o dedicarte a cualquier cosa emocionante que hagas en tu tiempo libre. A lo mejor puedes conectarte a Internet y buscar un vestido que sea más apropiado para una fiesta como esta.

Simon era consciente de que Gail tenía ganas de darle una buena respuesta. Y sabía que era perfectamente capaz de hacerlo. Pero Gail se mordió la lengua, respiró con gesto altivo, asintió, le tendió la copa de champán y comenzó a marcharse.

–¿Gail?

Gail le miró por encima del hombro.

–No tengo ninguna enfermedad, ni de transmisión sexual ni de ningún otro tipo –le aclaró Simon–. Y si te interesa, puedo demostrártelo con un análisis.

Por lo menos Gail tuvo la decencia de sonrojarse.

–No, gracias –contestó, y se marchó.

Capítulo 3

Joshua se levantó de un salto en cuanto Gail entró en su despacho.

–¿Lo has visto?

A Gail no le sorprendió que estuviera esperándola después de la conversación que habían mantenido el día anterior. Deseando ser capaz de disipar sus temores y de tranquilizar a sus empleados, sonrió.

No había sido fácil tener que tragarse sus palabras en la fiesta de la noche anterior. Y lo de echarse a llorar había sido, directamente, humillante. Pero por terribles que hubieran sido aquellos minutos, habían merecido la pena. Simon había prometido poner remedio a lo que había hecho y ella confiaba en que lo hiciera. Había dejado claro que no quería que volviera a molestarle otra vez, y menos en público.

Por primera vez desde que Simon O’Neal había dejado de ser su cliente, había dormido profundamente. Aquella mañana, después de pasar una hora en el gimnasio, había parado en una cafetería diferente a la que normalmente frecuentaba, solo para variar, y estaba disfrutando realmente de la nueva mezcla. Había sido una buena mañana.

–¿Si he visto qué?

Le tendió a Joshua el vaso de café mientras se quitaba la chaqueta y la colgaba en una percha.

Sonriendo con cierta petulancia, Joshua le mostró el ejemplar de Hollywood Secrets Revealed que llevaba en la otra mano.

–No, no he visto nada.

Gail ni siquiera había encendido todavía el ordenador. Se había saltado aquella parte del ritual de la mañana porque ni siquiera le preocupaba la posibilidad de encontrar alguna anécdota dañina sobre alguno de sus clientes en los blogs de chismorreos y en las revistas digitales dedicadas al mundo de Hollywood. De hecho, no tendría que volver a preocuparse hasta que hubiera recuperado a algunos de sus clientes.

–¿Hizo Simon alguna estupidez después de que le dejara?

Aquello pareció pillar a Joshua por sorpresa.

–¿Qué quieres decir?

–Estuve en la fiesta del estreno.

–¿Estuviste en la fiesta? ¿Y le viste?

Gail le dirigió una mirada conspiradora.

–Por supuesto.

Joshua la miró boquiabierto mientras le devolvía el café.

–¿Y para qué fuiste?

–Para pedirle perdón, ¿para qué iba a ir si no? Simon ha aceptado ayudarnos a empezar de nuevo. Estamos salvados.

¡Aleluya! Se había quitado un peso enorme de encima. Se sentía tan ligera que podría caminar por el aire... Hasta que vio que Joshua no reaccionaba como ella esperaba.

–¿Qué te pasa? ¿No estás más tranquilo?

Joshua retrocedió tambaleándose ligeramente y alargó el brazo para buscar un asiento, se dejó caer en él, apretando el ejemplar de Hollywood Secrets Revealed contra su pecho.

–Que el cielo me ayude...

Gail arqueó las cejas.

–¿Que el cielo te ayude a qué? Te acabo de decir que no vamos a arruinarnos. Ya he solucionado nuestros problemas. Todo saldrá bien.

Le apretó el brazo con un gesto tranquilizador y bebió un sorbo de café, esperando que Joshua asimilara la buena noticia.

–Bueno, ¿y qué dice la prensa esta mañana? ¿Algún desastre para Chelsea Seagate que haya que airear?

Rio, compadeciendo a la pobre Chelsea, y comenzó a rodear el escritorio, pero se detuvo antes de llegar a sentarse.

–¿Por qué parece que te acabas de tragar una canica? –preguntó cuando la expresión horrorizada de su ayudante acabó disipando la euforia con la que había llegado al trabajo aquella mañana.

–Yo... no sabía que ibas a hacer las paces con Simon. No fue eso lo que me dijiste. Dijiste que estabas dispuesta a hacer cualquier cosa. Yo pensé que pretendías suplicarle a Clint que volviera, o a pedir un crédito, o a buscar a los antiguos clientes de Chelsea, o a plantearte la posibilidad de abrirte al mundo de la moda y la belleza. Jamás se me ocurrió pensar que Simon estaría dispuesto a aceptar una disculpa, en el caso de que se la ofrecieras.

Gail recordó la discusión que había tenido con Simon cuando este había sido acusado de emborracharse en público.

–Yo tampoco. Últimamente ha estado insoportable, siempre estaba enfadado. Supongo que le pillé de buen humor –le hizo un gesto a Joshua para que le pasara el periódico–. Déjame ver que es eso que te ha afectado tanto.

Joshua cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, como si el cuello ya no fuera capaz de sostenérsela.

–¿Qué te pasa? –preguntó Gail riendo.

No era capaz de tomarse a Joshua en serio. Siempre actuaba de forma dramática. Y fuera lo que fuera lo que tanto le afectaba, estaba segura de que no podía ser peor que el problema que acababan de resolver. Lo bueno que tenía un desastre como aquel era que ayudaba a poner cualquier otro contratiempo en perspectiva.

–Joshua, el periódico –le urgió al ver que no tenía intención de tendérselo.

Al final, se lo entregó. Pero no la miraba. Se comportaba como si no fuera capaz de soportar su reacción.

Con el ceño fruncido, Gail abrió el periódico, leyó el titular y el vaso de cartón se le cayó de las manos.

–¡Dios mío!

Joshua se tapó la cara y gimió.

Gail se aferró al periódico y lo golpeó con un dedo.

–¿Cómo ha podido pasar algo así?

–Todo ha sido culpa mía –farfulló Joshua sin apartar las manos de la cara–. Quedé con una amiga del periódico para tomar una copa. Pensé que Big Hit debería cerrar dando un golpe de efecto y no desaparecer con el rabo entre las piernas. Le dije que tenía que tener cuidado a la hora de redactar la noticia para proteger a su periódico y para protegernos a nosotros. Y lo hizo. No hay nada que se te pueda atribuir a ti. Solo habla de rumores.

Gail no quiso seguir escuchándole. El pitido que le taladraba los oídos superaba a cualquier otro ruido mientras volvía a leer el artículo. Aquello tenía que ser una broma. No podía estar sucediendo. No, en aquel momento, no. Pero por el lenguaje corporal de Joshua podía decir que era, definitivamente, real.

Simon O’Neal acusado de agresión.

Una fuente anónima de Big Hit, la agencia que cerró sus puertas a uno de los grandes de Hollywood cuando este inició una pelea durante el rodaje de su última película, ha revelado que el problema entre Simon y la propietaria de la agencia, Gail DeMarco, surgió a raíz de una noche que pasaron juntos cerca de un mes atrás.

Aunque se desconocen los detalles y ambas partes prefieren ocultar la información, se ha hablado de una posible agresión sexual...

Ignorando el café que se extendía por la carísima alfombra, Gail se apoyó en el escritorio para no caerse.

–Jamás he acusado a Simon de haberme agredido sexualmente –resolló.

–En el artículo no dice que haya pruebas –dijo Joshua.

–Pero la prensa me estará llamando día y noche, me perseguirá para pedir detalles. Si fuera cierto, sería la noticia del año. Y...

Se interrumpió y alargó la mano hacia su bolso para sacar el teléfono móvil, segura de que ya tendría docenas de llamadas. Lo había apagado cuando había llegado al gimnasio para ahorrar batería y no había vuelto a encenderlo.

–Creo que voy a vomitar.

–Conozco esa sensación –respondió Joshua.

–¿Qué te ha hecho pensar que podría perdonar una mentira como esa? –presionó la tecla del teléfono para activarlo–. Simon está intentando conseguir la custodia de su hijo –sostenía el periódico frente a ella–. Aunque nada de esto sea cierto, esta noticia le servirá a su esposa para arrojarle una piedra más en el juicio.

Con expresión avergonzada, Joshua dejó caer las manos y se irguió en su asiento.

–No era capaz de pensar con propiedad. Estaba furioso. Y ella siempre me está diciendo que suelte todo lo que sé.

–¡Dice que yo fui víctima de Simon! Y ahora sí que lo seré. ¡Me va a matar! Destrozará la agencia y después vendrá a por mí. Y no podré culparle por ello. Por supuesto, lo negaré todo, pero no servirá de nada.

–Se merecía que su mujer le dejara. La engañó con más de seis mujeres...

–Lo sé. Nada de esto tiene sentido, pero él la quería. Y mucho. Incluso yo soy capaz de reconocerlo.

Joshua se levantó y comenzó a caminar por el despacho.

–Ahora que estoy sobrio admito que lo que hice fue... imprudente. Y que actué por impulso, y de forma insensata. Pero... siempre se va de rositas con todo lo que hace y no quería que saliera bien librado después de lo que nos ha hecho a nosotros. Quería que tuviera que pagar por lo que nos ha hecho.

En ese momento sonó el teléfono. El sonido puso todos los nervios de Gail en tensión. Eran las ocho de la mañana, la hora en la que el servicio de contestador traspasaba todas las llamadas a la oficina.

Miró la superficie de su escritorio, pero no levantó el auricular. Permaneció donde estaba hasta que Ashley asomó la cabeza en el despacho.

–Un periodista de The Star está al teléfono. Ofrecen un montón de dinero por la exclusiva. Pero no estoy segura de que te interese.

–Definitivamente, no me interesa. Díselo.

Necesitaba analizar el terreno y elaborar un plan para evitar que siguiera corriendo la noticia. Sería capaz de hacerlo, ¿verdad? Se ganaba la vida evitando ese tipo de desastres o, al menos, minimizándolos. Pero nunca había tenido que hacer nada para salvarse a sí misma.

–Entendido –Ashley bajó la voz–. Sé que esto no tiene que ser fácil para ti. Tengo que admitir que no estuve de acuerdo en renunciar a Simon, pero ahora ya no te culpo por haberlo hecho. Lo siento, he estado criticándote a tus espaldas por haber tomado una decisión tan estúpida.

–La próxima vez, antes de volver a abrir la boca, piénsatelo dos veces.

Ashley respingó.

–Bueno, no ha sido exactamente a tu espalda. Bueno, sí, supongo que será mejor que cierre el pico. Pero, en cualquier caso... lo siento. ¿Estás bien?

No, no estaba bien. Estaba en medio de la peor pesadilla de su vida y no sabía cómo salir de allí. Siempre había sido la que hacía las cosas bien, la persona capaz de solucionar cualquier problema, la primera en dar un buen consejo. Había conseguido ganarse la vida con aquellas virtudes, solo para que Joshua le hubiera dado aquel empujón hacia el desastre.

Ashley dio un paso hacia ella.

–¿Puedo ayudarte en algo?

Gail apretó las manos, clavándose las uñas en las palmas.

–Saca a Joshua de aquí antes de que empiece a gritar.

–¿Perdón?

–Lo siento –Joshua estaba desolado, pero Gail no estaba preparada para oír sus disculpas.

Todavía no, a lo mejor había hecho lo que había hecho en un desafortunado intento por defenderla, por defenderlos a todos, o, por lo menos, de darle una buena respuesta al Goliat de sus vidas. Teniendo en cuenta la situación, era comprensible, sobre todo si había estado bebiendo. Pero había cruzado una línea peligrosa y ella iba a tener que pagar por ello. Todos iban a tener que pagar por ello.

–¿Joshua? –preguntó Ashley con inseguridad–. ¿Vienes?

–Lo siento –volvió a decir Joshua, y estalló en un agudo lamento.

Gail tomó aire mientras Joshua salía.

–Déjale llorar.

–Entonces, ¿qué hago cuando comiencen a llamar otros periodistas?

Ashley continuaba esperando órdenes, y no precisamente sobre cómo manejar a Joshua.

–Dile a todo el mundo que estoy ocupada. Llame quien llame, no insinúes siquiera que estoy aquí ni me pases con nadie hasta que yo te lo diga.

–¿Eso lo aplico también a la policía? Porque han dejado un mensaje en el contestador.

«¡Oh, no!».

Ashley se retorció las manos.

–Estás muy pálida. No irás a desmayarte, ¿verdad?

–A lo mejor.

¿Era solo el día anterior cuando había vuelto a casa felicitándose por haber conseguido una segunda oportunidad?

–¿Quieres que te traiga algo? Un vaso de agua o... ¡Ah! Se te ha caído el café. ¡Mira qué desastre!

Una mancha no podía compararse con todo lo que estaba pasando. Gail señaló hacia la puerta.

–Está sonando el teléfono. Alguien tendrá que contestar.

–Sí, por supuesto. No quieres hablar con nadie. Cuenta conmigo –le dijo, y recogió el vaso de café.

Preparándose para lo que iba a encontrar, Gail revisó las llamadas de su móvil. Por supuesto, tenía treinta mensajes. Y todos los habían enviado en las dos últimas horas.

Casi todos eran de Simon y de Ian.

¿Qué iba a hacer?

No tuvo oportunidad de decidirlo. Un segundo después, la puerta de la agencia se abrió bruscamente y todo el mundo comenzó a gritar mientras intentaban detener al hombre que acababa de entrar. Tenía la mirada fija en la puerta del despacho de Gail mientras iba empujando a cuanta persona se interponía en su camino.

Capítulo 4

Gail dio un salto para poner el escritorio entre ellos. No tenía la menor idea de qué otra cosa podía hacer. Nunca había visto a Simon tan enfadado, ni siquiera cuando le había pegado un puñetazo al coprotagonista de su película por haberle llamado «Tiger Woods» tras la noticia de su divorcio.

–¿A qué demonios estás jugando? –gritó–. ¡Te dije que repararía todo el daño que le había hecho Ian a tu negocio! Anoche llegamos a un acuerdo. ¿Es que no me creíste?

Las venas que sobresalían en su cuello ponían a Gail tan nerviosa como la sangre que inyectaba sus ojos. Si su intuición no se equivocaba, no se había acostado desde la última vez que le había visto. Estaba sin afeitar, con el pelo revuelto y la ropa arrugada, y tenía arrugas de cansancio alrededor de los ojos y la boca. Pero continuaba siendo maravilloso.

Gail lo consideró más que un poco injusto. Además, ni siquiera era tan bajito como otros actores atractivos, pues medía más de un metro ochenta.

–No estoy jugando a nada –contestó–. Te creí y, si me das una oportunidad, puedo explicártelo.

Simon sacó un ejemplar del Hollywood Secrets Revealed del bolsillo trasero del pantalón y lo plantó en el escritorio.

–¡Todo eso es absurdo y lo sabes!

A Gail le dolían los nudillos de la tensión mientras se agarraba las manos.

–Lo sé, y estoy dispuesta a admitirlo, te lo prometo. Ahora lo que necesitamos es hacer una tormenta de ideas para ver cómo... cómo proceder. Para averiguar la mejor manera de neutralizar el daño.

Simon inclinó la cabeza como si se le acabara de ocurrir algo que no había pensado antes.

–¿Lo has hecho para eso? ¿Para hacerme volver? ¿Para que podamos trabajar juntos otra vez?

–¿Qué? –al perder parte del miedo, se sintió crecer–. ¡Por supuesto que no! Para empezar, fui yo la que te echó de aquí.

Simon apretó aquellos labios que tan sensuales parecían en sus películas.

–Pero ahora te arrepientes de haber perdido mis ingresos.

–Me arrepiento de haber perdido otros clientes, no del dinero que dejé de ganar contigo. Eres un desastre y ya iba siendo hora de que alguien tuviera el valor de decírtelo.

–¿Yo soy un desastre? –repitió Simon–. ¡Por lo menos yo no acuso a nadie de un delito que no ha cometido!

Gail pareció encogerse.

–Es cierto, eso ha sido terrible.

–Si estás de acuerdo conmigo, ¿por qué lo has hecho? Jamás te he puesto la mano encima, y he tenido muchas oportunidades. ¿Cuántas veces hemos ido solos en el asiento trasero de una limusina, yendo o viniendo de cualquier evento, o hemos estado reunidos durante horas en este despacho?

No muchas. Y nunca durante mucho tiempo. Ian, su mánager, estaba normalmente con ellos, o Serge, que trabajaba para ella y la ayudaba con los clientes más importantes. A veces también los acompañaba alguno de los guardaespaldas de Simon, pero no iba a discutir por nimiedades. Especialmente, cuando Simon añadió:

–Pero eso no quiere decir que ahora mismo no esté deseando retorcerte el cuello.

–Supongo que no querrás empeorar la situación.

Cuando Simon dio unos pasos hacia la izquierda, ella fue alejándose poco a poco, siempre manteniendo la distancia entre ellos. Gail no creía que fuera a hacerle ningún daño. No había noticia de que hubiera pegado nunca a una mujer. Pero Simon perdía el control con mucha facilidad desde que se había divorciado y ella no quería correr riesgos.

–Las cosas ya no pueden ir peor –replicó Simon–. Me han acusado de todo tipo de cosas, ¡pero nunca de violación! ¿Eres consciente de lo que supondrá esto para mí? Los abogados de mi exesposa ya me están llamando. Van a utilizar esto para retrasar la próxima vista del proceso de custodia. Eso podría retrasar el proceso durante meses, impedirme recuperar a mi hijo...

Se le quebró la voz y tensó los músculos como si prefiriera dar un puñetazo a la pared a mostrar el lado más vulnerable de sí mismo, como si no quisiera demostrar que había algo que realmente le importaba.

–Si eso sucede, si pierdo a mi hijo, me aseguraré de que te arrepientas de haber nacido.

Gail no pudo evitar encogerse de nuevo. Sabía que Simon estaba hablando en serio.

–Lo siento, de verdad. Lo digo sinceramente. Por favor, tranquilízate y...

La puerta se abrió en ese momento y entró Ian Callister en el despacho. Tenía el rostro rojo por la tensión y el pelo de punta como si acabara de levantarse de la cama. Era evidente que había ido hasta allí a toda velocidad. Pero no parecía estar buscándola a ella. Por lo menos, todavía. Tenía los ojos clavados en su abatido cliente.

–Simon, déjame manejar esto a mí, ¿de acuerdo? Este es un asunto peligroso. Como le toques un solo pelo de la cabeza, lo único que conseguirás será agravar el problema. ¿Por qué no te vas a casa e intentas dormir? Te llamaré en cuanto haya resuelto esto. Lo solucionaremos, te lo juro.

–¿Cómo lo arreglaste la otra vez? ¿Quitándole todos sus clientes? –preguntó Simon–. ¿Por qué crees que me ha hecho esto?

–No estaba intentando vengarme –le aclaró Gail, pero ninguno de los hombres la estaba escuchando.

–Era demasiado creída –replicó Ian–. Lo único que pretendía era darle a esta señorita tan mojigata y correcta un merecido toque de atención.

¿Creída? ¿Esa era la imagen que proyectaba? Gail abrió la boca para defenderse: no había sido ella la que había actuado incorrectamente cuando le representaba. Pero Simon ya estaba respondiendo.

–No sé ni qué demonios estoy haciendo aquí –alzó las manos–. Lo hecho, hecho está. Ya no se puede dar marcha atrás. Por lo que a mí concierne, podéis iros los dos al infierno. Que tengas suerte y consigas salvar tu negocio –le dijo a Gail–, porque no pienso mover un solo dedo para ayudarte, y será mejor que vayas preparándote para defenderte de una denuncia por calumnias –se volvió hacia Ian–. Y tú, estás despedido.

Y sin más, se marchó, pero no sin acordarse de cerrar de un portazo cuanta puerta encontraba en su camino.

Durante aquella ruidosa partida, Gail pudo ver a sus empleados asomándose a la ventana interior de su despacho. La miraban con los ojos y las bocas abiertos de par en par.

Gail los ignoró. Ian todavía estaba en su despacho con la respiración agitada y mirándola como si estuviera a punto de retorcerle el cuello.

–Muchas gracias –le espetó a Gail.

Gail tragó saliva.

–Te lo mereces. Si lo único que querías era dejarme sin negocio, tal y como Simon ha dicho, no te mereces trabajar para él. Ni para ningún otro actor de Hollywood.

–¿Y tú te lo mereces más que yo después de esta jugada? ¿Te parece bien acusar a un hombre inocente de violación?

–¡Yo no he filtrado esa historia tan falaz!

–¿Entonces de dónde ha salido?

Gail era demasiado leal a Joshua como para revelarlo. Y, en cualquier caso, el hecho de que trabajara para ella la convertía en responsable de lo que había hecho. Atrapada entre la desaprobación y la compresión de la frustración que había empujado a Joshua a mentir, sacudió la cabeza, evitando contestar.

–En cualquier caso, ahora que se ha convertido en noticia, deberíamos decidir qué hacer al respecto.

Ian caminó hasta el aparador y regresó después a donde estaba ella.

–¿Y qué sugieres que hagamos?

El sarcasmo que rezumaban sus palabras sugería que aquello no tenía solución. Pero tenía que haberla.

Gail se presionó las sienes con los dedos.

–En primer lugar, tenemos que tranquilizarnos para poder pensar.

Todos sus empleados, salvo Ashley, que estaba hablando por teléfono, los observaban, intentando averiguar qué estaba pasando allí. Irritada por aquella falta de privacidad, Gail hizo un gesto con la mano para que se apartaran.

–Es más fácil decirlo que hacerlo, ahora que nos estamos enfrentando al final de nuestras respectivas carreras –gruñó Ian, frunciendo el ceño, mientras sus espectadores se dispersaban reluctantes.

–Este artículo es la última de una serie de malas prácticas –comentó Gail–. El verdadero problema empezó mucho antes. Simon lleva meses cayendo cuesta abajo, bebiendo demasiado, metiéndose en peleas, abandonando trabajos y acumulando denuncias por incumplimiento de contrato. Antes de todo esto ya tenía problemas.

–Eso no es excusa para lo que has hecho. Chelsea y yo hemos estado intentando cambiar la situación, pero tú acabas de empeorarla de forma exponencial.

Gail se preguntaba qué diría Chelsea de todo aquello, cómo intentaría contrarrestar el daño. Y agradecía el saber que podía contar con alguna ayuda.

–Estoy de acuerdo. Lo único que quiero decir es que este no es un problema nuevo. Es más de lo mismo. Simon necesita cambiar de imagen. Tenemos que sacarlo de la circulación hasta que sea capaz de tranquilizarse y controlarse.

Ian se pasó la mano por el pelo, un pelo tupido y rebelde.

–¿Cómo vamos a sacarle de la circulación? Acaba de estrenar una película y está obligado a promocionarla. Eso implica que tendrá que participar en la mayor parte de los programas de los Estados Unidos.

Probablemente aparecería borracho, porque ya no podía soportar hacerlo sobrio. Gail nunca había conocido a nadie tan quemado.

–¿Y si tuviera una buena razón para cambiar la situación? Podríamos darle al productor de la película una perspectiva que le permitiera hacer la promoción sin necesidad de hacerle participar en esas pantomimas.

–No te sigo –respondió Ian, pero parecía más apaciguado y animado por el tono de Gail.

–Hace seis meses que Simon se divorció.

–Y todavía no lo ha superado.

Gail le miró exasperada.

–Estamos hablando de soluciones. Simon vuelve a estar disponible otra vez. Ese es el lado bueno de la situación.

Ian permanecía junto a la ventana, mirando a través de las persianas.

–¿Qué estás diciendo?

–Lo que deberíamos hacer es... –intentó concentrarse en la idea que tenía en la cabeza–, encontrar una buena mujer para que se case con ella.

Las persianas regresaron bruscamente a su lugar cuando Ian las soltó para volverse hacia ella.

–¿Casarse? Después de lo que le ha hecho Bella no creo que vuelva a casarse nunca más.

–Pero imagínate hasta qué punto podría distraerle una nueva relación y contrarrestar toda su mala prensa. Pero tenemos que encontrar a la persona adecuada.

Ian vagaba por el despacho, contemplando los premios que Gail había ganado y cambiándose de mano un pisapapeles que había levantado de la mesa.

–¿Y quién podría ser esa mujer?

–Una mujer suficientemente dulce y cariñosa como para suavizar sus aristas. Alguien con una reputación intachable, incuestionable, para que no pueda surgir ninguna revelación inesperada a lo largo de todo ese proceso.

Ian suspiró.

–Es demasiado peligroso. Todo el mundo es impredecible.

–No necesariamente. Esto sería un asunto de negocios. La mujer firmará un acuerdo prenupcial y un contrato en el que se señale exactamente lo que puede hacer y lo que no. Si cumple con sus obligaciones, se la recompensará de forma muy generosa. Pero solo se le pagará si se atiene a lo pactado en el contrato. Nos aseguraremos de que no diga nada contra él y de que en público se comporte como si lo adorara. Simon tendrá el control absoluto de la situación.

Ian continuaba siendo escéptico.

–Es imposible controlar completamente la situación. ¿Cómo puedes estar segura de que la persona a la que contratemos no va a ser una psicópata? ¿O de que no va a causar problemas más graves de los que ya tenemos? Es imposible encontrar a una mujer que no le conozca. Y cualquier mujer intentaría sacar más dinero.

–Tienes mucha confianza en el género femenino –respondió Gail con una mueca.

Ian se encogió de hombros ante su sarcasmo.

–¿Y si al final se cansa de fingir y decide vender la historia a la prensa y revela que todo era mentira? O puede intentar chantajearle y quitarle todo lo que tiene.

–Eso sería incumplir el contrato.

–¿Y? –preguntó Ian exasperado–. La gente lo hace continuamente, y cuando se supiera la verdad...

–La esposa tendría que ser alguien en quien confiemos –admitió–, alguien que no tenga ninguna ansia de fama y no tenga ningún interés en la industria de Hollywood.

–Una mujer que parezca responsable y entregada –añadió Ian.

Ian estaba comenzando a ver el potencial de aquella idea, y aquello encendió la llama de la emoción en Gail. Lo que se estaba imaginando podría funcionar incluso para alguien como Simon.

–El público se lo tragaría. ¿A quién no le gusta una buena historia de amor, sobre todo cuando la bella consigue domar a la bestia?

Ian vaciló, como si la idea le tentara, pero al final negó con la cabeza.

–No. No sé en qué demonios estamos pensando. Esto es una locura. Incluso en el caso de que pudiéramos encontrar a la mujer adecuada, Simon jamás estaría de acuerdo. Ya está suficiente harto de las mujeres... o del matrimonio, mejor dicho. Su exesposa le ha metido el corazón en una trituradora de carne.

Gail puso los brazos en jarras.

–¿Y él no ha hecho lo mismo con ella?

–A lo mejor. Pero jamás ha utilizado a su hijo como arma contra su exesposa, como está haciendo ella. Hace semanas que no ve a Ty. Y hay muchas otras cosas que no sabes porque Simon se niega a dañar la imagen de Bella. Está asumiendo toda la responsabilidad de la ruptura, aunque ella tampoco es ninguna joya.

–Me alegro de enterarme de que consideras que la conducta de la exesposa de Simon es reprobable, puesto que parece que destrozarle a alguien el negocio no te remueve la conciencia. Por lo menos tienes ciertos límites.

Ian hizo una mueca.

–Tú te lo buscaste. Dejaste a Simon en la estacada y después terminaste de complicarle la vida abriendo esa enorme bocaza.

–¡Se presentó borracho en casa de su exesposa e intentó entrar a la fuerza!

–¡Porque quería ver a su hijo!

–Y consiguió justo lo contrario. Ahora tiene una orden de alejamiento.

–Lo que está haciendo esa mujer le hace tanto daño a Ty como a Simon. Ty tiene que estar preguntándose dónde demonios está su padre y eso es lo que destroza a Simon. En cualquier caso, no es Bella la que me paga, así que dejaré que sean otros los que se preocupen de lo que es mejor para ella.

–Ahora mismo no va a pagarte nadie –le recordó Gail–. Si quieres recuperar a Simon, tendrás que hacerle una buena oferta. Demostrarle que tienes la manera de sacarle del lío en el que se ha metido.

–¿Y tú crees que un matrimonio fingido es la solución? –la miró con recelo–. ¿O me estás proponiendo una trampa para que fracase?

Gail extendió las manos. En aquel momento, lo que quería era que todo el mundo volviera a la normalidad, incluso Ian, para que después todos pudieran continuar con sus vidas.

–No te estoy tendiendo ninguna trampa. Y, para demostrártelo, me ofrezco a hacerme cargo personalmente de todo el trabajo de publicidad de forma gratuita.

–Y eso incluye...

–Pondré la información en manos de personas clave. Haré que la información sobre el nuevo interés amoroso de Simon se convierta en uno de los secretos mejor guardados de la ciudad. Todo el mundo estará salivando, esperando a enterarse de quién es la afortunada. Mientras tanto, tú puedes ir buscando a la mejor candidata. Y cuando la encuentres, venderé la exclusiva a People y él podrá utilizar esos fondos para pagar a su esposa –satisfecha por haber encontrado la solución perfecta, giró las manos con las palmas hacia arriba–. O puedo ofrecerle mi idea a Chelsea y que sea ella la que la lleve a cabo.

–De ninguna manera –Ian sacudió la cabeza–. ¿Por qué va a querer Pierce Mattie involucrarse en esto y jugarse su reputación?

–¿Por dinero? ¿Porque representa un desafío?

–De ninguna manera. Jamás lo aceptarán –se triscó los nudillos.

–En ese caso, lo haré yo.

–Eso será lo mejor. ¿Pero cómo demonios se supone que voy a encontrar a una mujer inocente en los círculos que frecuenta últimamente Simon? Tiene tanto miedo de sentirse tentado a confiar en nadie que se ha alejado de todas las mujeres, excepto de las más fáciles. Tú eres la única que conoce que... –alzó la cabeza bruscamente–. ¡Ya está!

Gail no estaba segura de por qué, pero dio un paso atrás.

–¿El qué está?

–Tú te casarás con él. De esa forma, ni siquiera Chelsea tendrá que enterarse. Todo quedará entre tú y yo. Entre los tres.

–No puedes estar hablando en serio...

–Claro que estoy hablando en serio. Tiene que ser una persona a la que él conozca si no queremos que la gente piense que esto es la estratagema que en realidad es. Además, nos lo debes, y necesitas el dinero mucho más que Chelsea Seagate. Ella se ha quedado con todos tus antiguos clientes, ¿recuerdas? –añadió con una sonrisa diabólica.

–¿Cómo voy a olvidarlo? Pero yo no doy la imagen de la esposa de Simon.

–¡Claro que sí! Eres perfecta. Nadie prestará atención al tema de la violación porque pensarán que si fuera verdad, no te casarías con él. Todo comenzará a verse bajo una nueva perspectiva.

¿De verdad había sido ella la que había tenido aquella idea? Gail comenzaba a sentirse otra vez al borde del desmayo.

–Pero Simon y yo no somos en absoluto compatibles. Bastará vernos juntos, ver la forma en la que interaccionamos, para delatarnos.

–Simon es actor, y un actor muy bueno. Es capaz de fingir incluso que está enamorado de ti. Y tú eres relaciones públicas, para lo cual hace falta ser muy elástico con la verdad.

Gail consideró lo que aquella sugerencia entrañaba y tragó saliva.

–Espera un momento...

–¿Por qué?

Porque estaba empezando a darle vueltas la habitación.

–¿Y qué pasará con mi negocio? Aquí me necesitan.

–Tú misma has dicho que te has quedado sin negocio.

–Sí, pero esperaba que...

–Envía a tus empleados de vacaciones hasta que tengamos todo listo y preparado para tu regreso.

–No funcionará. Mis empleados no pueden sobrevivir sin salario ni siquiera un par de semanas.

–En ese caso, que se queden y sigan trabajando. Simon se hará cargo de los gastos de la plantilla.

Estaba dejándola sin argumentos.

–¿Y el alquiler?

–También lo asumirá Simon.

Las rodillas se le aflojaron de tal manera que tuvo que sentarse en una silla. Tenía que admitir que había fantaseado con Simon. ¿Qué mujer de los Estados Unidos no había imaginado sus labios sobre los suyos? En realidad, había imaginado algo más que eso. Pero eran sueños estúpidos con personajes que ni siquiera existían, no con un hombre de carne y hueso. O, por lo menos, eso era lo que ella se decía...

–No sé si voy a ser capaz de hacer una cosa así.

Ian se metió las manos en los bolsillos y se acercó a ella.

–¿Por qué no? ¿Quién mejor que una especialista en relaciones públicas para estar junto a Simon día y noche? Si eso no le sirve para no meterse en líos, ¿qué lo conseguirá? Además, así sabrás exactamente lo que tienes que decir cuando alguien te plante un micrófono en la cara.

Gail se aferró al único argumento que se le ocurrió.

–¿Y cómo puedes garantizarme que Simon pagará a mis empleados o se hará carga del alquiler y de cualquier otro gasto que surja? Lo último que sé es que te ha despedido.

Ian le guiñó el ojo.

–Simon nos necesita. Y lo comprenderá en cuanto tenga la posibilidad de hablar con él.

A lo mejor se negaba. Gail estaba segura de que no le gustaría aquella idea. Eso era incuestionable.

Pero si pensaba que de esa forma podía recuperar a Ty, se comprometería sin vacilar.

Capítulo 5

–¿En serio? ¿En eso es en lo que tiene que convertirse mi vida? ¿En un matrimonio falso?