Una biblioteca junto al mar - Brenda Novak - E-Book

Una biblioteca junto al mar E-Book

Brenda Novak

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Beschreibung

HQN 286 Hay secretos que unen a los amigos, pero hay otros que los separan… La isla de Mariners solo tenía dieciséis kilómetros de largo, pero cuando Ivy, Ariana y Cam eran adolescentes aquel era todo su mundo. Más allá de las playas prístinas y de su icónico faro se encontraba la preciosa biblioteca que siempre había pertenecido a la familia de Ivy. Mientras que su patrimonio familiar ataba a Ivy a la isla, Ariana estaba deseando dejar atrás Mariners. Su pueblo guardaba demasiados recuerdos, no solo de sus sentimientos no correspondidos por Cam, sino de la tragedia que había dejado una tremenda cicatriz en la comunidad. La desaparición de una niña convirtió a Cam en sospechoso. Ariana e Ivy sabían que él nunca le haría daño a nadie y juraron que lo protegerían, aunque tuvieran que mentir por él. Veinte años más tarde, Ariana volvió a Mariners justo después de que aparecieran nuevas pistas del caso, pistas que ponían en duda todo lo que pensaban los tres amigos. ¿Qué había pasado realmente aquella noche? Durante el transcurso de aquel agitado verano, Ariana, Ivy y Cam supieron la verdad de su pasado, de su futuro y de los lazos que los unían tanto como a las páginas de un libro…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023, Brenda Novak, Inc.

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Una biblioteca junto al mar, n.º 286 - noviembre 2023

Título original: The Seaside Library

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

 

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 9788411419932

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Dedicatoria

 

 

 

 

 

A Kathy Allbritton Bennett, lectora y amiga que ha hecho tanto para apoyarme a mí y a los demás. Kathy no solo ha viajado para conocerme en persona, sino que, además, es muy activa en el grupo de libros que creé hace varios años en Facebook, asiste a las reuniones mensuales, publica para animar y hacerse amiga de otros miembros del grupo, se suscribe a las cajas de libros de Brenda Novak (a las que dedicamos tanto trabajo) y cumple el desafío anual de lectura Brenda Novak cada año. ¡Y no se conforma con todo eso! Va más allá, ofreciendo obsequios divertidos a los muchos otros lectores del grupo, algo que es completamente idea suya. ¡Kathy, gracias por alegrarnos el día a todos!

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Mariners Island parecía un plató de cine vacío, alegre y prístino, pero solo un decorado, hasta que llegaba la temporada alta. Entonces, era como si el director gritara «¡Acción!» y la marea trajese una avalancha de turistas.

Después de aquel invierno tan largo y triste, Ivy Hawthorne estaba deseando que llegara el verano. Adoraba el sol, la arena de la playa y a los veraneantes que llegaban en tromba a las lujosas residencias, a las playas prístinas y a las tiendas y restaurantes exclusivos de la isla. Aquella afluencia representaba un buen cambio de ritmo, sobre todo, después de aquel año durante el que la niebla y el mal tiempo habían aislado a la isla de la costa más a menudo de lo normal, restringiendo la actividad de los barcos y aviones de suministro que, de otro modo, habrían ido y venido de forma más regular.

Después de un invierno tan duro, el verano era un soplo de aire fresco y, además, aquel año prometía ser más emocionante todavía. Ivy estaba deseando ver a Ariana Prince, una amiga de toda la vida que se había criado con ella en Mariners. Ariana vivía en Nueva York y, aunque había muchos vuelos directos que solo duraban una hora, había dejado de ir a la isla hacía una década, más o menos al mismo tiempo que se había licenciado en Yale.

Tampoco mantenía demasiado el contacto. Hasta hacía pocas semanas, era editora en una de las editoriales más grandes de la ciudad, y siempre argumentaba que no podía escaparse. Pero Ivy dirigía la única biblioteca que había en la isla, y entendía cómo funcionaba la industria de los libros. Agosto era temporada baja porque estaba entre dos periodos de grandes ventas, y durante ese mes, los editores se tomaban sus vacaciones. Ariana podría haber ido a Mariners Island unos días o unas semanas en agosto, si hubiera querido.

Por lo menos, ahora volvía, y no solo iba a quedarse una semana, sino todo el verano. Ivy esperaba que fuera como en los viejos tiempos, pero tenía algo de inquietud. Ariana había dejado su trabajo pero no había explicado el motivo, ni lo que pensaba hacer después, ni si volvería a Nueva York cuando terminara el verano. ¿Por qué? Y ¿por qué volvía precisamente aquel verano, después de haber evitado hacerlo durante tantos años?

Teniendo en cuenta los recientes titulares, Ivy tenía la impresión de que sabía lo que había atraído a su amiga a la isla. Sin embargo, odiaba incluso pensar en la decisión que habían tomado hacía tantos años. Lo hecho, hecho estaba, y ella no quería cuestionarse a sí misma. Ariana y ella habían actuado de acuerdo con lo que pensaban que estaba bien en aquel momento del pasado.

Se quitó de la cabeza aquellos recuerdos que llevaba reprimiendo desde hacía más de veinte años y trató de liberarse de la ansiedad. Con suerte, ni siquiera tendrían que hablar del pasado.

Sin embargo, cuando sonó su teléfono mientras ella miraba al reloj que había sobre la sección de ficción, porque esperaba que Ariana apareciese en cualquier momento, le pareció bastante profético que se tratara de la única persona, aparte de ellas dos, que había estado involucrada en lo ocurrido durante su tercer curso.

–¿Diga?

–Ahí estás.

Cam Stafford respondió con tanta despreocupación como de costumbre. Sin embargo, el momento de la llamada empeoró la ansiedad de Ivy.

–Hola, Cam. ¿Qué ocurre? –le preguntó.

–Melanie me ha dicho que se ha encontrado con la abuela de Ariana en Anchors Away cuando fue a recoger mi comida. ¿Sabías que Ariana va a volver a la isla?

Ivy se quedó inmóvil. Melanie y Cam llevaban cuatro años casados. Él era el único de los tres que se había casado, y el hecho de ver tan a menudo a Melanie con su hija por la isla era lo que había convencido a Ivy de que debían dejar las cosas como estaban, a pesar de lo que decían en las noticias.

–Eh…, sí. Quería decírtelo. Ariana me llamó hace unos días y me dijo que iba a pasar aquí el verano.

–¿Y por qué no me llamó a mí?

En el fondo, él tenía que saber cuál era el motivo, ¿no? Después de lo que había sucedido, los tres habían intentado seguir adelante y, durante un tiempo, parecía que todo iba bien. De adolescentes, aquel secreto que compartían los había unido. Ellas admiraban a Cam y estaban tan seguras, tan reticentes a aceptar cualquier tipo de duda…

Pero, después de la graduación, todo empezó a cambiar y, con el cambio, llegó un aumento de la tensión. Era como si aquella noche hubiera puesto una banda de goma invisible alrededor de ellos tres. Mientras seguían con sus vidas y se separaban, la goma se estiró y se estiró hasta que…, ¿qué iba a ocurrir? ¿Se rompería, finalmente, y les permitiría seguir con su vida sin el estorbo de la amistad y la lealtad que los había atado durante tanto tiempo? ¿O aquella goma elástica se contraería y volvería a juntarlos a los tres? ¿Era eso lo que significaba el regreso de Ariana? ¿Era el pasado lo que la había devuelto, por fin, a Mariners?

–Seguramente, porque esperaba que te lo dijera yo –respondió Ivy, dando a entender que había sido un descuido–. He estado tan ocupada que…, ya sabes, lo dejaba para otro día, pensando que iba a hablar muy pronto contigo y…

Se quedó callada porque no consiguió dar con una explicación verosímil. Por lo menos, podía haberle enviado un mensaje, pero, por algún motivo, no lo había hecho. Últimamente, incluso antes de que salieran a la luz las noticias, había estado evitándolo.

–¿Cómo es que puede quedarse todo el verano? –preguntó él–. ¿Qué pasa con su trabajo?

–Parece que ya no tiene trabajo. Me contó que lo había dejado.

–¿Por qué? Yo creía que le encantaba.

–Sí, le encantan los libros. A lo mejor prefiere escribir uno.

–¿Va a venir aquí a escribir?

–¿Quién sabe? Pero si hay alguien que puede escribir la próxima gran novela americana, es ella.

Ariana era inteligente y tenía talento. Pero también era una persona sensible, y tenía tendencia a preocuparse más que el resto de los mortales por cosas que podían ser moralmente reprobables. Eso era lo que ponía tan nerviosa a Ivy; cabía la posibilidad de que lo que sucedió veinte años atrás hubiera sido un cargo de conciencia para Ariana durante todo aquel tiempo, o que hubiese cambiado su forma de ver, moralmente, lo que habían hecho.

Eso no sería una buena noticia para Cam. Y menos, en aquel momento.

Y, después de haber mantenido durante tanto tiempo la mentira que habían contado, tampoco serían buenas noticias para ella.

–La salud de su abuela cada vez es más frágil –prosiguió–. Puede que venga para estar con ella.

–También puede ser que quiera estar en un lugar familiar para poder pensar y decidir qué hace durante el resto de su vida.

–Es cierto. No me lo dijo. Acababa de decirme que iba a volver a la isla cuando recibió otra llamada y tuvo que colgar.

–¿Y cuándo llega?

–Hoy.

–¿Hoy? –repitió él, sorprendido.

–Sí. Va a pasar por la biblioteca en cualquier momento.

–¿Vais a salir esta noche? Si vais a salir, ¿puedo ir con vosotras?

–Por supuesto –dijo Ivy.

No podía herir sus sentimientos. Cam había sido su mejor amigo desde que su familia había ido a vivir a la isla, a mitad de sus estudios. Los tres lo hacían casi todo juntos. No había muchos niños que se quedaran en la isla todo el año; especialmente, unos niños que se llevaran tan bien como ellos. Siempre habían agradecido tenerse los unos a los otros.

–Muy bien, perfecto. Llámame en cuanto llegue.

Parecía que le aliviaba el hecho de que lo incluyeran… o quizá fueran imaginaciones suyas.

–Claro –dijo Ivy–. ¿Y Melanie y Camilla? ¿Van a venir también con nosotros?

–No. Melanie se ha ido a Boston después de traerme la comida. Ha ido a ver a su familia y se ha llevado a la niña.

–Ah. ¿Y cuánto tiempo va a estar allí?

–No lo sé.

Aquella respuesta le pareció extraña. ¿Cómo era que Cam no sabía cuándo iban a volver su mujer y su hija? Sin embargo, Ivy no lo presionó. Desde que él se había casado, ellos se habían distanciado lo suficiente como para que aquella pregunta tan personal pudiera resultar indiscreta.

–De acuerdo. Entonces, nosotros tres solos.

–Sí, como en los viejos tiempos.

–Suena bien. Te escribo en cuanto hayamos decidido a qué restaurante vamos –le dijo Ivy, y colgó.

Justo en aquel momento, se abrió la puerta y entró Ariana.

 

 

La biblioteca no había cambiado. Richard Taylor, el mismo comerciante de aceite de ballena que había fundado Mariners a principios del siglo XIX y que era tatarabuelo de Ivy por parte de madre, había mandado construir el edificio, que conservaba su encanto antiguo con las estanterías originales de caoba y la escalera de caracol que subía al segundo piso. Había lámparas de latón, réplica de una época ya pasada, y butacas de cuero colocadas alrededor de varias mesas para crear un ambiente acogedor.

A Ariana siempre le había encantado ir a la biblioteca. No solo proporcionaba paz y tranquilidad durante la frenética temporada turística, sino que satisfacía su hambre de conocimiento. Además, tenía mucha relación con la forma en que se habían conocido Ivy y ella. Antes de morir, la abuela de Ivy, Hazel, estaba empeñada en que los esfuerzos de sus antepasados no cayeran en saco roto, en que las colecciones que ellos habían comenzado siguieran disponibles para la gente y fueran bien mantenidas. Así pues, cuando Hazel cuidaba de Ivy, la llevaba allí. Y, como la abuela de Ariana, Alice, había criado a su nieta durante los años de preescolar y vivía a una manzana de Hazel, Hazel invitaba a Alice y a Ariana a que fueran con ellas. Las dos abuelas llevaban a las dos nietas a la Hora de los Cuentos y, después, a merendar en la playa si hacía buen tiempo y, si hacía frío o llovía, a tomar un chocolate a la taza con algún bollo a Horneado con Amor, la pastelería más famosa de la isla.

Aquellas excursiones habían sido el origen de los primeros recuerdos de Ariana. Solo el olor familiar del papel impreso y de la cera para muebles la llevaban de vuelta a aquellos días idílicos. Sintió tal nostalgia que estuvo a punto de olvidar el motivo por el que había vuelto a la isla.

Casi. Pero no. Siempre había estado tan atormentada que no creía que nada pudiera conseguir eso.

–¡Oh, Dios mío! ¡Cuánto tiempo! –exclamó Ivy, mientras salía del mostrador para darle un abrazo.

Ariana se lo permitió, pero se alejó en cuanto pudo. Aunque estaba deseando ver a su vieja amiga, no quería caer de nuevo en la red de amor, obligación y lealtad en la que estaba cuando tenía dieciséis años.

–¿Cómo estás?

–Bien.

–La biblioteca está maravillosa –dijo ella, girando sobre sí misma y observándolo todo.

–El objetivo siempre fue mantenerla lo más cerca posible del original. Y yo estoy haciendo eso, por supuesto –dijo Ivy, sonriendo.

Gracias al dinero y al patrimonio que había heredado de su abuela, Ivy no necesitaba trabajar para vivir. No había tenido que marcharse de la isla en busca de una carrera profesional, sino que había dedicado su vida a la biblioteca, protegiéndola de los recortes presupuestarios y de otros problemas económicos que estaban provocando el cierre de muchas instituciones públicas por todo el país. Para ella era un deber velar por la biblioteca y preservar lo que pudiera de la historia de Mariners, ya que su familia era una parte muy importante de ella.

–¿Estás segura de que no se ha convertido en un lastre? –le preguntó Ariana, con escepticismo.

–Algunas veces, me pregunto si no debería haber terminado la universidad en vez de volver a Mariners cuando murió mi abuela. Pero, cuando me imagino alejándome de este sitio y dejando la isla para una temporada, me doy cuenta de que no quiero hacerlo. Mi sitio está aquí –dijo Ivy–. Este es el legado de mi familia.

Había un retrato del tatarabuelo de Ivy colgado sobre el mostrador de la entrada, con un marco grueso y muy adornado.

–El legado de tu familia abarca mucho más que la biblioteca –dijo Ariana.

Los turistas que visitaban Mariners conocían el pasado de la familia de Ivy cuando visitaban el museo de la caza de las ballenas, que no era tan completo como el de Nantucket, pero de todos modos era un sitio muy interesante para los visitantes. Y, durante el verano, algunas personas hacían fotografías de la casa en la que vivía Ivy. Estaba en el casco histórico, en Elm Street, y era un precioso ejemplo de la arquitectura de estilo griego tan de moda durante el auge de la caza de la ballena en la isla.

–Aquí soy feliz –dijo Ivy.

Sus padres y su hermano mayor, Tim, se habían marchado de la isla. Tim era dentista y vivía en Filadelfia. Estaba casado y tenía tres niños. Por lo que le contaba Ivy, Tim iba a la isla todos los veranos. Los padres de Ivy tenían una casa de verano, que era la que utilizaba él cuando se quedaba allí, pero no parecía que nadie más de su familia sintiera la misma obligación y conexión con la biblioteca. Tal vez fuera porque Ivy había pasado mucho tiempo allí con su abuela.

–Me alegro –le dijo Ariana–. Bueno, ¿te apetece ir a comer algo? Yo no he tomado nada desde el desayuno. Me muero de hambre.

Ivy tomó el bolso y sacó las llaves, seguramente, para cerrar. La mayoría de los restaurantes estaban en aquella zona de la isla, cerca del muelle, del aeropuerto y de los centros comerciales, así que no había necesidad de ir en coche.

–Sí, ya estoy lista, pero…

Al ver que no terminaba la frase, Ariana enarcó las cejas.

–Pero… ¿qué?

–Cam me llamó justo antes de que llegaras. Su mujer se ha encontrado con tu abuela hoy, y Alice le dijo que ibas a venir a pasar el verano aquí.

Ariana tuvo que contenerse para no dar un gruñido.

–¿De verdad?

–Sí –dijo Ivy, mirándola con atención–. ¿Ocurre algo?

Ariana intentó tranquilizar a su amiga encogiéndose de hombros. No quería que la ira y las dudas que la habían obsesionado durante aquellos veinte años invadieran la vida de su amiga. Ella todavía no estaba convencida de que hubiera algo que debiese o pudiese hacer para cambiar el estado de las cosas.

–Por supuesto que no. ¿Por qué iba a pasar algo?

–Bueno, no le dijiste que ibas a venir. Creí que…

–Estaba… ocupada –dijo Ariana.

Ariana sabía que su comportamiento hacia Cam era tan raro, teniendo en cuenta lo unidos que habían estado los tres, que Ivy debía de haberse dado cuenta de que su reacción escondía algo más de lo que dejaba entrever. Por suerte, no puso objeciones a su respuesta.

–Ah, bueno –dijo Ivy–. Me alegro, porque me preguntó cuándo llegabas.

A Ariana se le formó un nudo en el estómago, pero intentó que no se notara su tensión al hablar.

–¿Y qué le dijiste?

–La verdad. No tenía ningún motivo para no hacerlo. ¿No? –preguntó Ivy, con incertidumbre.

Ariana sonrió de forma tranquilizadora.

–No, claro que no –respondió–. ¿Qué ha dicho?

–Me preguntó si podía venir a cenar con nosotras esta noche.

Vaya. Todavía no estaba preparada para ver a Cam. Había un motivo por el que se había distanciado cada vez más de él con el paso del tiempo. Sin embargo, cuando había decidido regresar a Mariners, sabía que tendría que verlo. Él era la razón más importante por la que había renunciado a su trabajo y había vuelto a la isla para corregir, con suerte, todos sus errores. Sin embargo, había pensado que tendría uno o dos días para aclimatarse y prepararse antes de verlo.

–¿Y Melanie y Camilla? ¿Ellas también vienen?

–No, se marcharon hace unas horas a la costa para ver a la familia de Melanie.

–Entonces, ¿va a venir solo?

–Sí. ¿Eso es mejor o peor?

Ariana sonrió aún más.

–No es ningún problema de ninguna de las maneras. Hace años que no lo veo.

–Pero seguís hablando, ¿no?

–No tan a menudo como tú y yo, pero… bueno, alguna vez. Yo no quería inmiscuirme, ahora que está casado. Creo que no a todas las esposas les gusta eso de que su marido tenga amigas, ¿no?

–Sí, ya lo sé. En la boda me dio la impresión de que Melanie no iba a aceptar mi relación con Cam, así que yo también he tenido cuidado con eso.

Aunque Ivy también sonrió, su mirada siguió reflejando las dudas que sentía.

–Bueno –dijo–, ¿dónde vamos a cenar?

–¿Te apetece que vayamos al Jumbo Gumbo? Me apetece tomar pescado fresco.

–Me encantaría. ¿Quieres decírselo tú a Cam, o lo hago yo?

Ariana carraspeó.

–Yo se lo digo –respondió, y sacó su teléfono.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Cam estaba tan guapo como siempre. Era rubio y tenía unos ojos muy azules, y medía un metro noventa y cinco centímetros y tenía un cuerpo delgado. Sus rasgos faciales se habían vuelto incluso más marcados a medida que maduraba. Ariana pensaba que, si hubiera querido, podría haber sido modelo. Sin embargo, había estudiado Arquitectura y se había hecho famoso por su trabajo.

Aquella noche se había puesto un polo de color salmón, unos pantalones de pinzas y unos mocasines, y cumplía a la perfección con el estereotipo de los estudiantes ricos y guapos que visitaban la isla.

Sonrió a Ariana en cuanto la vio, y ella notó un cosquilleo en la espalda. Aunque lo había ocultado, Cam siempre había tenido aquel efecto en ella. No dejaba de pensar que la atracción que sentía por él era lo que le había empujado a tomar aquella decisión cuando estaban en el instituto.

Ariana se había preguntado a menudo si él se había aprovechado de aquel sentimiento. Sin duda, Cam tenía que haber notado que sus sentimientos no eran tan platónicos como daba a entender, ¿no?

De cualquier modo, él tenía cierto poder sobre ella, y ella lo lamentaba.

–Hola –le dijo, mientras él se levantaba de un asiento del vestíbulo, donde había estado esperando.

–Por fin te dejas ver –respondió él.

La abrazo y ella cerró los ojos mientras inhalaba su olor limpio. Claramente, su estancia en Mariners iba a ser más difícil de lo que había pensado. Después de todo el tiempo que llevaban alejados, después de todas las cosas que ella se había repetido una y otra vez, después de haberlo evitado durante años, Ariana esperaba sentir más distancia emocional cuando lo viera.

Pero esa distancia se esfumó al instante y la dejó en el mismo lugar en el que estaba hacía veinte años. Siempre había estado enamorada de Cam y eso no había cambiado.

–Tú también podías haber venido a la ciudad –le dijo, para responder a su tono de acusación.

–Estabas demasiado ocupada ascendiendo en tu trabajo como para que yo te molestara con una visita –dijo él, en broma. Después, se puso serio, y añadió–: Y luego conocí a Melanie, se quedó embarazada y ya sabes el resto de la historia.

Aunque Cam se encogió de hombros para aligerar algo el peso de aquellas palabras, había un vacío en sus ojos que antes no estaba allí.

–Supongo que la vida es así –dijo. Se giró hacia Ivy y le dio otro abrazo–. Tú también te has dejado ver muy poco últimamente, y eso que vivimos en una isla de dieciséis kilómetros de largo por ocho de anchura. ¿Dónde has estado?

–No quería entrometerme. Es importante que seamos respetuosos con Melanie.

–Entiendo que te hayas sentido así –dijo él, mientras la soltaba–. Ella no ha sido precisamente simpática con vosotras. Pero no creo que tengáis que preocuparos mucho más.

En aquel momento, el maître apareció para saludarlos y los llevó al comedor. Cuando se habían acomodado en su mesa, Ivy le preguntó:

–¿Qué quiere decir eso de que no vamos a tener que preocuparnos más por Melanie?

Él suspiró y se pasó los dedos por el pelo.

–Creo que no vamos a superarlo.

Ariana abrió mucho los ojos.

–¿Te refieres a vuestro matrimonio?

Él colocó sus cubiertos cuidadosamente.

–Lo que queda de nuestro matrimonio. Sí, me refiero a eso.

Ariana se quedó muda. Fue Ivy quien llenó el repentino silencio.

–Lo siento –dijo–. ¿Qué ha pasado?

–Es demasiado posesiva y está paranoica –respondió él–. Yo nunca le he sido infiel y, sin embargo, ella me mira el teléfono constantemente en busca de llamadas o mensajes de texto comprometedores. Se enfada si hablo con alguna de vosotras, se niega a que tenga amigas. Aparece en mi oficina al azar, con alguna excusa, para controlarme. Cuando llego a casa por las noches, dice que prefiero estar en la oficina con la chica a la que contraté, solo porque tengo que pasar allí mucho tiempo trabajando.

–No hay nada de verdad en eso… –dijo Ariana, dejando abierto el final de la frase.

–¡No! –exclamó él–. ¡Courtney solo tiene veinte años! Para mí es insultante, agotador y molesto tener que estar calmando a Melanie todo el tiempo. Y, ahora que han aparecido los restos de Emily Hutchins…

Ariana se puso tensa. Todavía tenía pesadillas sobre la posibilidad de que Cam hubiera tenido algo que ver con la desaparición de una niña de doce años cuando estaban en el instituto. Le sorprendió que fuera él quien mencionara el tema, y casi por casualidad. ¿Era aquello una buena señal, o la indicación de que era un psicópata?

–¿Melanie piensa que tú podrías ser el culpable de lo que pasó? A pesar de que Ivy y yo…

Ariana no se atrevió a terminar la frase.

–Sí.

–¿Por qué?

–Por los rumores. Porque, en el pasado, yo fui uno de los sospechosos. Ella siempre me ataca con todas las armas que tenga a su disposición.

–Pero ahora ya no eres sospechoso… –dijo Ivy.

–No, que yo sepa.

–¿No has tenido noticias de la policía? –le preguntó Ariana.

–Han pasado por mi casa un par de veces –dijo él–. Pero solo a fisgar, a hacer unas cuantas preguntas. Tienen mucha presión para resolver ese caso, y yo lo entiendo. Pero, al verlos por casa, Melanie se asusta. Y a mí tampoco me gusta, claro. Lo último que quiero es que vuelvan a centrar la investigación en mí. Ya tuve bastante la primera vez. Pero ella solo consigue empeorar las cosas diciendo cosas raras.

–¿Como, por ejemplo…?–preguntó Ariana.

–Por ejemplo, que soy tan distante que, realmente, no me conoce. O que solo me casé con ella por Camilla y que, si no tuviéramos a la niña, yo la dejaría. Y la cosa sigue y sigue. Yo ya me estoy enfrentando a demasiadas dudas y sospechas como para no poder apoyarme en mi mujer porque no confía en mí.

–Debe de ser difícil –dijo Ariana, asintiendo.

–Sí, exacto. Y hay otra gente en la isla, gente a la que conozco de toda la vida, que me está vigilando de cerca, como si yo fuera un lobo con piel de cordero.

Ariana se sintió culpable por ser una de las personas que dudaban de él. Cam siempre había sido un buen amigo. Ella había dejado que las dudas eclipsaran a los motivos que tenía para confiar en él. Aunque eso podía cambiar ahora que había vuelto a la isla. El hecho de sentirse segura a su lado le quitaría un gran peso de los hombros. Parecía que Cam era sincero, que se sentía torturado por lo que le había pasado a Emily Hutchins, y ella se sentía muy mal por lo que le estaba pasando a Cam.

¿Y si estaban en lo cierto en el instituto? ¿Y si él era completamente inocente y ellas habían impedido que las circunstancias lo convirtieran en otra víctima?

Ariana le tendió la mano instintivamente y sintió el mismo anhelo y la misma admiración de siempre cuando él se la tomó. Ivy hizo lo mismo y, un momento después, los tres estaban tomados de la mano en círculo.

–Estamos aquí para apoyarte –le dijo Ariana.

–Sería terrible que esto te costara tu matrimonio –dijo Ivy, con cara de consternación–. Sobre todo, porque la que más sufriría sería Camilla.

–He aguantado tanto tiempo por ella –dijo Cam–. Si Melanie y yo nos separamos, ella se la llevaría de la isla y a mí me resultaría difícil estar con mi hija. Pero, si me convierto en sospechoso de una investigación… Eso sería la muerte de mi matrimonio. No podría seguir aplacándola como hasta ahora si tengo que estar defendiendo mi seguridad, mi reputación y mi futuro.

–¿Ella no te da nada del amor y el apoyo que necesitas? –preguntó Ariana.

Él sonrió apagadamente mientras la camarera se acercaba a la mesa con las bebidas que habían pedido.

–Nuestro matrimonio empezó con dificultades, y todo ha empeorado con el tiempo –dijo.

 

 

A Cam le estaba pasando factura su situación. Ivy se daba cuenta. Había adelgazado, estaba pálido y sonreía forzadamente, de manera poco natural. Su buen amigo lo estaba pasando mal y ella se había mantenido alejada de él, diciéndose a sí misma que tenía el apoyo de su mujer, mientras ella intentaba averiguar cuál era su reacción a la noticia de que habían aparecido los restos de Emily Hutchins.

Tal vez, si hubieran descubierto el cuerpo en otro lugar, ella habría reaccionado de otra forma. Para ella era un gran disgusto que hubieran asesinado a la niña, pero lo que más la asustaba era que la hubiesen encontrado tan cerca del faro. Eso hacía que se cuestionara todo lo que había creído.

Se miró al espejo del baño mientras ordenaba sus pensamientos antes de volver a la mesa con sus amigos. Estaba disfrutando de aquellos momentos con Cam y Ariana, pero el pasado se cernía sobre ellos como si fuera una nube negra. ¿Era solo una coincidencia que Emily hubiera aparecido en aquel lugar?

Podría ser. La isla no era grande, y el faro era el sitio más apartado de todos. Si alguien quería esconder un cadáver, era un buen sitio para hacerlo, porque la arena y las hierbas ocultarían las huellas.

El que hubiera enterrado a Emily había cavado una fosa muy profunda; de lo contrario, los restos habrían aparecido mucho antes. Y, tal vez, sin el tremendo problema de erosión que estaba sufriendo la isla, nunca hubieran hallado a Emily.

Para cavar tanto en una sola noche hacía falta que un hombre fuera muy fuerte.

Cam siempre había sido fuerte.

Pero él no era la única persona capaz de cavar un agujero tan hondo. Debía tener en cuenta eso.

–¿Estás bien?

Ariana se asomó al baño, y ella abrió rápidamente el grifo para lavarse las manos.

–Sí, estoy bien.

Ariana no se marchó. Entró al baño.

–Me alegro de verte otra vez, Ivy. Yo… no me había dado cuenta de lo mucho que te echaba de menos.

–Y yo me alegro muchísimo de que hayas vuelto –le dijo Ivy.

Se sentía así por varios motivos. Echaba de menos la camaradería, pero, por otro lado, Ariana era la única persona, aparte de ella, que sabía lo que había ocurrido aquella noche. Las dos estaban atrapadas en la misma pesadilla, y eso significaba que ella no iba a estar sola aquel verano mientras se enfrentaba a las recientes novedades de aquel terrible conflicto.

Eso le proporcionaba cierto alivio y, al mismo tiempo, le causaba una preocupación aún mayor. ¿Y si llegaban a conclusiones diferentes sobre si lo que habían hecho estaba bien, y cómo iban a continuar desde aquel momento?

Ariana se encontró con su mirada en el espejo.

–Siento que… Lo siento.

Ivy interpretó que se arrepentía de haber evitado a todo el mundo que estuviera relacionado con los recuerdos de aquel día.

–¿Has vuelto por lo que ha encontrado la policía? –le preguntó, con un hilo de voz.

–Tiene que ser una parte del motivo, porque, si hubiera podido, os habría dado la espalda a ti, a Cam, a la isla entera, con tal de poder mirar al futuro sin más sentimiento de culpabilidad ni incertidumbre.

–Espero que no lo digas en serio –respondió Ivy.

–Necesitaba un descanso. Necesitaba la oportunidad de poder olvidar el pasado y lo que hicimos.

–¿Crees que tú eres la única que ha estado luchando contra todo eso?

–No lo sé. Da la sensación de que para ti ha sido más fácil que para mí.

–Puede que lo parezca desde la distancia. Tú has tenido mucho cuidado de mantenerte alejada, pero yo sigo viviendo aquí. No puedo esquivar a Cam, ni abstraerme de las habladurías sobre Emily Hutchins, ni aunque quiera.

Ariana asintió.

–Es cierto. Te pido perdón otra vez. Estoy completamente perdida, Ivy. De verdad, no sé qué hacer. Cuando pienso en cómo nos ocupamos del asunto… ¡a los dieciséis años! Y con qué facilidad podríamos habernos equivocado. Me preocupa mucho que estemos negando a los seres queridos de Emily la justicia y la posibilidad de ponerle punto y final a la tragedia.

Ivy cerró el grifo del lavabo.

–Entonces, ¿por qué no has hablado nunca?

–He estado a punto de hacerlo muchas veces, pero, en cuanto decidía que tenía que hacerlo, pensaba en Cam. Lo que yo dijera podía servir fácilmente para que lo metieran en la cárcel de por vida, fuera culpable o no. La policía no siempre acierta. ¿Sabes a cuánta gente inocente han absuelto estos diez últimos años gracias a las pruebas de ADN?

–No –respondió Ivy, mientras se secaba las manos con una toalla de papel–, pero supongo que demasiada.

–Sí, tienes razón. Lo he buscado en internet, y han liberado a más de cuatrocientas personas gracias a las pruebas. ¡Veintiún hombres estaban en el corredor de la muerte! Y la policía de aquí… No creo que haya habido ningún otro asesinato en la isla que no estuviera relacionado con la violencia de género o con una pelea de borrachos, casos fáciles y rápidos de resolver.

–Pero, si no confiamos en la justicia, ¿qué vamos a hacer? ¿Nos quedamos calladas con la esperanza de haber hecho lo que debíamos? ¿O se lo contamos todo a la policía y confiamos en que hagan bien su trabajo?

–Esa es la pregunta del millón, ¿no?

Ivy tiró la toalla de papel a la papelera. Y ella que tenía la esperanza de que no hablaran del pasado… Ariana acababa de llegar a la isla, era su primera noche, y ya habían abordado el tema.

–¿Crees que fue él, Ariana?

–No. Si lo creyera, ya habría hablado.

–¿Aunque hayan encontrado el cuerpo en el faro?

En el faro, donde ellos tres estaban de fiesta, más temprano, aquella misma noche. Era toda una coincidencia. Cuando Cam las había acompañado a las dos a casa de Alice, donde iban a dormir, había dicho que se iría a casa directamente. Sin embargo, cabía la posibilidad de que hubiera vuelto al faro. Sus padres salían de la isla muy a menudo, o se emparejaban con otra persona para vengarse el uno del otro después de alguna de sus frecuentes peleas. Lo dejaban sin supervisión durante largos periodos de tiempo. De hecho, estaba tan falto de seguridad y amor que muchas veces entraba al dormitorio de Ivy por la ventana para dormir en el suelo y no tener que estar solo.

–El faro es el lugar al que iría cualquiera de esta isla que quisiera ocultar un cadáver –dijo Ariana.

–Sí, yo también pienso eso –respondió Ivy.

Ariana suspiró.

–Ahora que soy una adulta, tenía la esperanza de poder entender todo esto. Creía que, mirándolo todo con otros ojos y con menos subjetividad, sería diferente. Pero…

–¿Pero?

–Las cosas no han cambiado –respondió Ariana.

Después, Ivy la siguió hacia el comedor, de vuelta a su mesa.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

En cuanto Ariana se despertó a la mañana siguiente, se arrepintió de haberle dicho a Ivy que hubiera preferido alejarse para siempre de ella, de Cam y de la isla. Su amiga era la última persona a la que quería hacer daño, pero ella estaba tan desesperada por liberarse del cargo de conciencia que la torturaba tanto, que no le importaría alejarse de todos los que formaban parte de su vida.

Sin embargo, Ivy no había hecho nada malo, por lo menos, nada en lo que ella no hubiera estado de acuerdo ni hubiera hecho también.

Por el sonido de los cacharros de la cocina, se dio cuenta de que su abuela ya se había levantado. Alice siempre había sido muy madrugadora. Ella también, cuando trabajaba, pero aquella noche casi no había dormido. Había tenido sueños inquietantes de Cam, de la época en que lo había conocido en el instituto y del momento presente. Ella pensaba que, después de dos décadas de crecimiento personal, en la edad adulta, sería capaz de enfrentarse con solvencia a lo que la estuviera esperando en la isla. Cuando estaba en la ciudad, todo le parecía distinto, mucho más claro.

Sin embargo, ahora que estaba de nuevo en casa, tan cerca de todo, no podía mantener la misma perspectiva. Las líneas empezaban a desdibujarse y ya no era capaz de ver dónde debían trazarse.

Suspiró y tomó el teléfono de la mesita de noche para mirar la hora. Eran las siete de la mañana. Necesitaba dormir una hora más, pero, en vez de tratar de conciliar el sueño, se puso a navegar por internet en busca de artículos sobre Emily Hutchins.

 

Hallan un cuerpo en la zona del faro.

Descubiertos los restos de una niña en el marco de la investigación de un antiguo caso.

El primer gran misterio de Mariners Island.

¿Hay un asesino suelto en Mariners?

¿Qué le ocurrió a la niña de doce años Emily Hutchins?

 

Aquellos eran los titulares que le mostró el buscador, pero ella ya los había visto y no quería volver a leer aquellos artículos. Estaba buscando información nueva, algo que pudiera arrojar algo de luz sobre el caso, pero no encontró nada de eso.

Estaba a punto de dejar el teléfono cuando recibió un mensaje de texto de Bruce Derringer. ¿Has llegado sana y salva?

A aquellas horas de la mañana, él estaría yendo a trabajar en metro. Ella había roto su relación al dejar la editorial, en la que él tenía un puesto ejecutivo, y no esperaba volver a tener noticias suyas.

¿Debería contestar?

No quería retomar la comunicación con él, porque solo iba a conseguir que la ruptura fuera más difícil. Desde el principio, ella le había dicho que no quería mantener ninguna relación sentimental, pero él se había esforzado tanto en conseguir su atención que, al final, una cosa había llevado a la otra, y habían terminado durmiendo juntos.

–¿Por qué no puede haber nada que sea fácil? –murmuró, y le escribió una respuesta: Sana y salva, gracias.

Te echo de menos, respondió él.

Ella decidió ignorar aquel mensaje. No era por dureza, porque lamentaba de todo corazón haberle hecho daño. Sin embargo, con una respuesta cortés y distante no iba a satisfacer a Bruce y si, por el contrario, le decía que también lo echaba de menos, él se haría ilusiones. Qué irónico que ella hubiera mantenido una relación con alguien a quien solo consideraba un amigo y, sin embargo, hubiera mantenido una larga amistad con el único hombre del que había estado enamorada.

Tal vez no hubiera sido así si Cam hubiera demostrado algún interés romántico por ella. Sin embargo, desde que se habían conocido, él siempre había hablado de las chicas que le atraían y con las que quería salir, y de cómo eran las cosas de su vida amorosa, sin que ella fuera una candidata. Y ella nunca le había contado a nadie lo que sentía, ni siquiera a Ivy, por si Ivy se lo decía a Cam o, peor aún, por si estaba ocultando el mismo secreto. ¿Para qué iba a arriesgarse a que se deteriorara la amistad que tenían los tres?

Por lo menos, quería seguir conservando la pequeña parte que le daba Cam de su corazón. Así pues, también era irónico que se hubiera esforzado tanto por mantenerse a distancia de él durante todos aquellos años. No era solo por la angustia y la confusión que había sentido desde la noche de la desaparición de Emily Hutchins. La otra causa era la decepción de saber que se había casado con Melanie y que no había posibilidad de que su amistad se convirtiera en algo más.

Pero, ahora, tal vez Melanie y él se separaran… Ojalá Cam no se lo hubiera contado. El hecho de saber que iba a quedarse soltero de nuevo reavivaba su interés por él y, si ella había vuelto a Mariners, era para cerciorarse de que había hecho lo correcto hacía veinte años, no para enamorarse más de Cam, cuando ni siquiera sabía si podía confiar en él.

Por fin, dejó el teléfono en la mesilla y se tapó con la manta. Quería dormirse de nuevo para poder enfrentarse a aquel nuevo día. En parte, se sentía muy contenta de haber vuelto a casa. Había echado mucho de menos estar en Mariners. Aparte de Nantucket y Martha’s Vineyard, no había un sitio igual, y ella había tenido la inmensa suerte de criarse allí.

Sin embargo, sabía cuál iba a ser el tema de conversación de todo el mundo: Emily Hutchins. La mayoría de los habitantes de la isla habían insistido en que quien se había llevado a la niña había sido un turista. No querían creer que uno de ellos hubiera podido cometer semejante atrocidad.

Y tal vez tuvieran razón. Había sucedido un cinco de julio, en pleno apogeo de la temporada turística. Aunque en la isla solo había doce mil habitantes durante todo el año, en verano la cifra aumentaba hasta ochenta mil residentes, o más.

«Duerme». Cerró los ojos y trató de bloquear el ruido que estaba haciendo su abuela en la cocina. Sin embargo, unos segundos después, empezó a oler a beicon. Alice estaba preparándole el desayuno. La noche anterior, Ariana había llegado a casa después de que su abuela se acostara, así que aún no la había visto, y decidió levantarse y bajar a decirle hola.

Ariana bostezó, apartó las sábanas y se levantó. Estaban a principios de junio y el día anterior había sido maravilloso, pero en Mariners el tiempo era muy cambiante, así que se puso unas mallas, una sudadera y las zapatillas. Bajó las viejas escaleras, que crujieron bajo sus pies. Su abuela seguía viviendo a una manzana de Hazel, la abuela de Ivy, que era la misma casa donde ahora vivía su amiga. Sin embargo, Alice nunca había reformado la casa como había hecho Hazel. Salvo por las cosas básicas, como cambiar algunos de los pomos de las puertas, la electricidad o la fontanería, la casa estaba exactamente igual que cuando fue construida, a principios del siglo XIX.

–Hola, abuela –dijo, al entrar en la cocina.

–¡Ah! Aquí estás –exclamó su abuela; dejó sobre la encimera las pinzas que utilizaba para darle la vuelta al beicon y abrazó a Ariana–. ¿Qué tal estás, cariño? ¿Te lo pasaste bien anoche con Ivy y Cam?

–Sí. Siento mucho haber llegado tan tarde. Quería llegar antes de que te acostaras, pero…

–Lo entiendo –dijo Alice–. Hace mucho tiempo que no los veías. Y, seguramente, Cam necesitaba estar con vosotras. Me imagino lo que estará pasando estos días.

Ariana se apoyó en la encimera mientras su abuela seguía friendo el beicon.

–¿A qué te refieres?

–Ya te habrás enterado de que han encontrado los restos de esa pobre niña…

–Sí, pero todo el mundo sabe que Cam no tuvo nada que ver con lo que le pasó a Emily. Esa noche estaba con Ivy y conmigo.

Lo que había dicho era cierto. Cam, Ivy y ella habían estado juntos aquel viernes. Pero solamente hasta las diez. Según lo que había averiguado la policía hasta aquel momento, Emily no había desaparecido de la casa de veraneo que había alquilado su familia, y que estaba cerca de la de Cam, hasta las diez y media.

¿Sabía su abuela que ellas habían dicho que estuvieron con Cam hasta las once para protegerlo?

Era una posibilidad. Ariana y Ivy estaban pasando aquel fin de semana en casa de Alice. Alice se había encargado de Ariana cuando era pequeña y estaba en preescolar, porque su madre, Bridget, no era responsable en ese momento, y su padre era un turista escocés que solo había pasado un mes en la isla. Cuando su madre conoció a Kevin, su padrastro, y se casó con él, se hizo cargo de sus dos hijos y se volvió responsable. Entonces, Kevin había adoptado a Ariana y ella se había ido a vivir durante varios años con ellos. Sin embargo, cuando estaba en segundo curso del instituto, Kevin y su madre habían decidido marcharse a vivir fuera de la isla para empezar de cero. En lugar de obligar a Ariana a ir con ellos y separarla de todos sus amigos, Bridget había permitido que volviera a vivir con Alice.

Ariana se había preguntado a menudo si Alice recordaba a qué hora habían vuelto Ivy y ella aquella noche de hacía veinte años. Su abuela todavía estaba despierta, viendo la televisión. Si se acordaba, nunca había dicho nada.

Tal vez ella también quería proteger a Cam.

O se había mantenido en silencio para protegerla a ella…

–Pero todavía hay habladurías –le dijo Alice–. La gente anda diciendo que tal vez la niña desapareciera más tarde de lo que se pensó en un principio. Ese tipo de cosas.

No era de extrañar que Cam pareciera tan conmocionado. Si la cronología de los hechos cambiaba tan solo treinta minutos, él ya no tendría coartada.

–Con suerte, ahora que tienen los restos, conseguirán pistas para encontrar al culpable –dijo Ariana.

–Ojalá. Pero las posibilidades de conseguir muestras de ADN después de tanto tiempo…

–Sí, ya lo sé –dijo Ariana, y empezó a poner la mesa–. ¿Quieres que haga las tostadas?

–No, he hecho unas galletas que están en el horno –dijo Alice–. Y hay una mermelada de frambuesa deliciosa que preparé el verano pasado.

–Suena maravilloso –dijo Ariana.

Al poco tiempo estaban sentadas en la mesa del pequeño patio de su abuela, desayunando huevos, beicon, croquetas de patata y galletas con mermelada. Pero Ariana casi no podía saborear la comida. Por la forma en que Alice había sacado a relucir el caso de Emily, empezó a pensar que su abuela sabía que Ivy y ella estaban mintiendo sobre aquella noche.

 

 

Melanie no respondía.

Cam frunció el ceño mientras colgaba, tras dejar otro mensaje. Llevaba intentando hablar con ella desde que había llegado a casa después de cenar con Ariana y con Ivy. Ella tenía que haber visto sus mensajes y sus llamadas. Pero Melanie hacía eso algunas veces, a propósito, para preocuparlo y castigarlo por sus muchos defectos como marido. Le encantaba angustiarlo; pensaba que era la mejor forma de que demostrara que ella le importaba.

Él entendía que su mujer tenía necesidades que no iba a poder satisfacer, aunque lo hubiera intentado, sobre todo, al principio de su matrimonio. Ahora, se limitaba a hacer la vista gorda con respecto a los jueguecitos a los que jugaba Melanie. Si no hiciera eso, estarían peleándose todo el tiempo, y él no quería que Camilla se criara en un ambiente tan hostil.

Sin embargo, aquella manipulación constante hacía que se sintiera como una marioneta. La madre de Melanie le habría llamado si ellas no hubieran llegado sanas y salvas, así que él sabía que estaban bien. Pero, si asumía eso y dejaba de llamar, Melanie lo acusaría de que no quería a su hija. Le diría que a él no le hubiese importado que el avión cayera en picado al océano o que, como de costumbre, había puesto su trabajo por delante de ellas dos.

Cualquier hombre querría escapar de una mujer como Melanie. Él adoraba a su hija, pero su mujer conseguía que incluso aquella relación fuera difícil. Utilizaba a Camilla para manipularlo cada vez que quería algo pero, a la vez, lo trataba como si no hiciera nada bien con la niña y no se apartaba de ellos para dirigir todas las acciones y todas las palabras.

Sinceramente, su estudio se había convertido en una vía de escape. Cuanto más conseguía, más se concentraba en su profesión. Era la única forma que tenía de sentirse capaz.

–¿Ocurre algo?

Alzó la vista y vio a Courtney en la puerta de su despacho. Rápidamente, cambió la expresión de su rostro para no revelar la desesperación que sentía.

–No, nada –respondió–. Solo estaba… pensando. ¿Qué querías?

–Siento interrumpirle –dijo la muchacha–, pero ha venido a verlo un hombre. Dice que es detective privado.

Cam se irguió en su silla. Que un detective privado fuera a su despacho era algo nuevo. Tuvo el horrible presentimiento de que, en aquella ocasión, la investigación no iba a quedar en nada como la vez anterior, lo cual significaba que, por muy mal que se sintiera en aquel momento, su vida podía empeorar.

–¿Te ha dado su tarjeta?

–No, pero me ha dicho que se llama Warner Williams y que lo ha contratado la familia Hutchins.

Él no había hablado del caso con Courtney, pero, obviamente, ella sabía lo que estaba ocurriendo. Todo el mundo lo sabía. Se avergonzó al imaginarse lo que estaría diciendo la gente y lo que, seguramente, habría oído su recepcionista.

Pero no podía distraerse con eso. Había un detective privado esperándolo en el vestíbulo.

Warner Williams. Cam nunca había oído hablar de él, pero estaba seguro de que era muy bueno en su trabajo. Él había visto la página web de GoFundMe que había publicado la familia de Emily para recaudar fondos que les permitieran investigar el caso. La última vez que había entrado, ellos habían recibido donaciones por valor de ciento veinte mil dólares, en parte, gracias a la atención que estaban dedicándoles los medios de comunicación.

Estaban haciendo un trabajo muy bueno para mantener la presión sobre la policía.

Era muy inteligente por su parte. Para ellos.

Para él, podría ser desastroso.

No quería hablar con aquel hombre, no quería correr el riesgo de cometer algún error. Pero, si se negaba, parecería culpable y, si no tenía cuidado, se convertiría en el único objeto de la investigación. Además, no estaba convencido de que pudiera seguir contando con que Ivy y Ariana lo protegieran. Después de todo, mentirle a la policía era ilegal y también las ponía en peligro a ellas.

–Que pase.

–De acuerdo.

Parecía que Courtney era tan reacia como él, pero desapareció un instante y volvió acompañada por un hombre gigantesco, de más de un metro ochenta de estatura y ciento treinta kilos de peso.

–¿Señor Stafford? –preguntó Williams. Llevaba botas de piel de serpiente, cuyo tacón añadía unos cinco centímetros más a su altura, unos pantalones vaqueros rígidos, una camisa abotonada hasta el cuello y un sombrero de cowboy.

–¿Sí? –dijo Cam.

El detective se adentró en el despacho.

–Soy Warner Williams, de Abilene.

–Abilene…

–Texas.

–Sí, sé que Abilene está en Texas. Es solo que… me asombra que venga desde tan lejos.

Seguramente, tenía que haber buenos detectives privados más cerca de la costa este…

–Reconozco que estoy un poco fuera de lugar en una isla tan lujosa como esta–dijo el detective, con una sonrisa–, pero yo voy allá donde me llama el deber.

Cam señaló una de las butacas que había frente a su escritorio.

–¿Qué puedo hacer por usted?

El señor Williams no se sentó. Empezó a caminar por la habitación, examinando los premios y los recortes de revista que había enmarcados y colgados por las paredes. Eran galardones por algunos de los edificios que él había proyectado.

–He oído decir que es usted el mejor para diseñar una casa.

De niño, Cam nunca había imaginado que pudiera llegar a ser arquitecto. Se le daba bien dibujar, y llenaba cuadernos con personajes de videojuegos y de Marvel. Sin embargo, su padre, que en la actualidad vivía en Italia con su madre, le había obligado a especializarse en Informática durante los estudios preuniversitarios en la Universidad de Nueva York y, después, a empezar a trabajar con él. Como Elon Musk, Jack había ganado millones de dólares durante los primeros tiempos de internet y había sabido ver que todavía quedaban muchas oportunidades en el futuro, así que no le había sentado nada bien que su hijo le dijera que no tenía interés. Estaba contento yéndose de juerga y saliendo con sus amigos mientras estudiaba.

Sin embargo, cuando a su compañero de habitación, Eddie Schultz, a quien había conocido en el primer curso, le diagnosticaron un cáncer, él se tomó un semestre libre para ayudarlo y cuidarlo durante el tratamiento y, durante ese tiempo, aprendió a manejar el programa AutoCAD 2D de manera autodidacta, porque tenía la intención de construirse la casa de sus sueños algún día.

Al darse cuenta de que se le daba muy bien manejar aquel programa, de que los conceptos espaciales eran algo intuitivo para él y de que podría ganarse la vida dibujando con un ordenador, se enganchó. Cuando conoció a Melanie y ella se quedó embarazada, Eddie se había curado del cáncer y estaba viviendo en Virginia con su mujer y sus dos hijos, y él ya se había licenciado en la carrera de Arquitectura y había fundado su estudio en la isla.

–Yo me crie aquí –le dijo a Williams–. Conozco perfectamente Mariners, Martha’s Vineyard y Nantucket, y los estilos arquitectónicos que funcionan mejor en cada una de ellas, tanto funcional como estéticamente.

–Vaya trabalenguas –respondió el detective–. Pero creo que todo esto se puede resumir en que, habiéndose hecho tan conocido, gana usted mucho dinero.

El señor Williams no le pareció especialmente inteligente ni astuto. Más bien, por su actitud, parecía un poco lento, pero él se dio cuenta de que era algo impostado. Sin embargo, aunque el detective no estuviera haciendo un esfuerzo consciente por parecer inofensivo, Cam sabía que no debía subestimarlo. Si la familia de Emily había contratado a un detective del otro lado del país y le estaba pagando una buena suma de dinero, era por un buen motivo.

–Disculpe –le preguntó–, pero ¿por qué tiene esto alguna relevancia?

–Solo digo que le ha ido muy bien desde que Emily desapareció.

Aquella respuesta molestó a Cam más, incluso, que la referencia a sus ingresos.

–Pero… eso son dos cosas que no tienen ninguna relación.

–Ah, sí, lo sé –dijo el detective–. Es solo que resulta agradable ver su éxito. El recepcionista del hotel en el que me alojo me comentó que está tan ocupado que tiene una lista de espera de un año.

¿Por qué estaba hablando de él con el recepcionista del hotel? Aquella isla era muy pequeña y las noticias se sabían inmediatamente. La más mínima insinuación de que él era el culpable de lo que le había sucedido a Emily podría perjudicar su reputación y su negocio. Sin embargo, a los que investigaban el caso no les importaba que pudieran destrozarle la vida, de manera merecida o inmerecida, con tal de conseguir justicia.

–Tengo la suerte de que hay mucha demanda en mi campo laboral –respondió, con sencillez.

Warner Williams enarcó las cejas, como si no esperara una respuesta tan humilde. Después, se quitó el sombrero, dejando a la vista una maraña de pelo gris, dejó el maletín en el suelo y se sentó.

–Voy a dejarme de rodeos, señor Stafford –dijo–. Es la familia de Emily quien me ha contratado, así que es posible que no me considere un amigo.

–Tampoco lo considero un enemigo –respondió Cam–. Yo también quiero que se descubra la verdad, puesto que no hice nada malo.

Williams lo observó un instante, como si estuviera tratando de dilucidar si eso era cierto.

–Por lo que he leído en el informe policial, usted estaba en el faro la noche que desapareció la niña. ¿Es cierto?

–Sí, estuve allí un rato con dos amigas.

–¿Por casualidad vio a Emily?

–No, en el faro, no.

–¿Dónde la vio, si no le importa que se lo pregunte?

Sí, sí le importaba. Lo habían interrogado tantas veces que ya solo repetía lo que había dicho antes. Pero tenía que fingir que no le importaba o solo conseguiría levantar más sospechas.

–En mi casa, más temprano, esa misma noche.

Williams se sacó una libreta y un bolígrafo del bolsillo de la camisa y comenzó a tomar notas.

–¿A qué hora fue eso?

Cam reprimió la impotencia y la frustración para que no lo dominaran y respiró profundamente.

–Más o menos, a las cinco y media. Su familia estaba pasando las vacaciones en una casa de alquiler que había un poco más abajo de donde yo vivía con mis padres. Vino a pedir ayuda porque se había quedado fuera de casa sin llaves.

–¿Y cómo ocurrió eso?

–Me dijo que sus padres habían ido a pasar el día a Boston porque tenían una reunión especial de la iglesia de su padre, y que ella había dejado a su hermana mayor, Jewel, en la playa. Al volver sola a casa, se había dado cuenta de que Jewel había cerrado con llave al salir.

Williams levantó la vista de la libreta.

–¿Pudo ayudarla?

–Sí. Fuimos juntos hasta su casa y buscamos alrededor de la puerta principal por si había una llave de repuesto. No la vimos, así que fuimos a la parte trasera de la casa para ver si encontrábamos la forma de entrar.

Williams frunció los labios con consternación.

–¿Por qué no entró en su casa y llamó a su madre?

–No lo sé. Ella no me pidió eso, y yo no se lo ofrecí. Solo la seguí por la calle y, entre los dos, intentamos abrir todas las puertas y las ventanas de la casa, hasta que descubrí que la del baño no estaba cerrada por dentro.

Williams se guardó la libreta y se puso el maletín en el regazo. Lo abrió y sacó una fotografía. La dejó sobre la mesa y la deslizó hacia él.

–¿Era esta ventana?

Cam intentó bloquear la avalancha de recuerdos para no mostrar ninguna señal de angustia mientras miraba la fotografía.

–Sí, es esa –dijo, con calma, y se la devolvió al detective.

–Me parece usted un hombre de buen tamaño. No creo que pudiera entrar por esa ventana.

–No, pero la levanté en brazos y ella consiguió entrar a gatas.

–¿Esa fue la última vez que la vio?

–No. Cuando me marchaba a casa, vino detrás de mí para decirme que había encontrado una llave de repuesto en la encimera de la cocina. Quería que yo la ayudara a esconderla en un buen sitio para no volver a quedarse sin forma de entrar.

–¿Y lo hizo?

–Sabía que solo iba a tardar un minuto, así que fui con ella. Estábamos metiendo la llave debajo de una piedra, al lado del arriate delantero, cuando Jewel volvió de la playa.

–¿Jewel lo vio a usted escondiendo la llave?

–Sí.

Ese era el motivo por el que él se había visto implicado. Era una de las últimas personas que había visto a Emily con vida. También sabía cómo entrar en la casa sin forzar puertas ni ventanas.

–Le dijimos lo que había ocurrido y lo que estábamos haciendo.

–¿Y qué respondió ella?

–No mucho –dijo Cam, encogiéndose de hombros–. Nada importante que yo recuerde.

–Ah. Y, entonces, ¿usted se marchó?

–Sí –contestó Cam.

Pero no añadió que estaba deseando marcharse. Jewel, que en ese momento tenía dieciséis años, lo había invitado a casa a tomar un brownie, supuestamente, para agradecerle que hubiera ayudado a su hermana pequeña. Sin embargo, le había dejado claro que le resultaba muy atractivo y, aunque él pudiera tener interés en el brownie, la chica no le interesaba. En vez de aceptar, había evitado una situación incómoda diciéndole que tenía que irse.

–¿Y nunca volvió a ver a Emily? –le preguntó Williams.

Cam mantuvo la mirada del detective, pero no le resultó fácil.

–No, no volví a verla –dijo, mintiendo.