E-Pack Brenda Novak 6 junio 2023 - Brenda Novak - E-Book

E-Pack Brenda Novak 6 junio 2023 E-Book

Brenda Novak

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Beschreibung

Pack 354 Descubriéndote India Sommers tenía una familia perfecta, hasta que un exnovio disparó a su marido. Justo después de mudarse con Cassia, su hijita, con intención de comenzar una nueva vida, se enteró de que el juiciohabía terminado sin que el jurado hubiera sido capaz de llegar a un acuerdo. Eso significaba que el asesino iba a salir de la cárcel y podría intentar volver a localizarla. Se sentía atraída por su vecino, pero Rod Amos era el típico chico malo que tantos problemas le había causado en el pasado. Si iniciara una relación con él, su familia política podría intentar quitarle la custodia de Cassia. Nada más que tú Agobiada tras un complicado divorcio, Sadie Harris había llegado al límite. Su empleo de camarera no bastaba para pagar las facturas, y menos asegurarle la custodia de su hijo. Desesperada, había acepto trabajar para Dawson Reed, el hombre que había sido juzgado por el asesinato de sus padres adoptivos. Dawson le había proporcionado a la pequeña ciudad de Silver Springs numerosos motivos para que desconfiaran de él, sin embargo, en el caso del asesinato de sus padres era inocente. A medida que la relación profesional se iba convirtiendo en algo personal, Sadie comprendió que Dawson no tenía casi nada que ver con ese chico malo. Hasta que me ames Tras haber pillado a su prometido engañándola… con otro hombre, Ellie Fisher había decidido disfrutar de una apasionada noche con un forastero. Avergonzada, se había marchado a hurtadillas sin saber siquiera el nombre completo de su amante, algo que no debería haber supuesto mayor problema… hasta que el test de embarazo dio positivo. Jugador profesional de fútbol americano, Hudson King siempre se había mostrado cauteloso con las mujeres. Pero esa era distinta. Hudson tenía mucho amor que ofrecer, desde luego de sobra para su bebé y, quizás lo tuviera también para Ellie.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Brenda Novak 6, n.º 354 - junio 2023

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-924-6

Índice

 

Créditos

Descubriéndote

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Nada mas que tú

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Hasta que me ames

Dedicatoria

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

Para Kay Myers, que leyó mi primer libro antes de que se publicara y me dijo que era bueno.

 

 

Queridas lectoras:

Dylan Amos es, probablemente, mi personaje favorito de Whiskey Creek, así que es un gran placer poder regresar junto a su familia para escribir la historia de uno de sus atractivos hermanos.

Hay algo especial en esta familia de hombres fuertes que han conseguido plantar cara a la adversidad. Los Amos son hombres duros, capaces de cargar con el peso del mundo sobre sus hombros. Me gusta que tengan ese rudo perfil porque, por mucho que no quieran admitirlo, son también hombres de corazón blando (al menos en el fondo). Creo que Rodney asume un desafío cuando conoce a su atractiva vecina, una joven que necesita de su amistad y su apoyo con desesperación. No había otro hombre mejor para ella. Espero que estéis de acuerdo conmigo.

Si empezáis ahora la serie, no os preocupéis. Los libros han sido escritos para ser leídos individualmente, así que no os perderéis en ningún momento. Y si os apetece ir al principio y poneros al día, tengo el listado ordenado de los libros en mi web: brendanovak.com.

Capítulo 1

 

Había un hombre en medio de la carretera.

A India Sommers se le subió el corazón a la garganta en el momento en el que los faros del coche iluminaron a aquella silueta alta y delgada. Si hubiera estado familiarizada con la zona, podría haber acelerado en la curva en su silencioso Prius y habría terminado atropellándolo, pero a él no parecía importarle el peligro. Parecía demasiado furioso como para que le afectara. Y, a juzgar por el estado de su ropa, India podía entender por qué. Aquel tipo había tenido una pelea.

Parecía decidido a detenerla. Pero ella ya había sido testigo de suficiente violencia como para comprender que no era una víctima indefensa, lo cual la hacía menos proclive a mostrar empatía hacia sus necesidades de lo que podría haber sido de otra manera.

Comenzó a aminorar la velocidad; no quería golpearle con el coche. Pero tampoco quería colocarse en una posición vulnerable. Estaba sola en una sinuosa carretera a los pies de las montañas de Sierra Nevada y no llevaba más de una semana en el País del Oro. Apenas había tenido oportunidad de conocer a nadie. Por lo que ella sabía, aquel hombre podía ser un lunático que acabara de cometer un asesinato. Tenía un aspecto amenazador, con los puños cerrados y la mandíbula apretada como si quisiera darle otro puñetazo a alguien.

¿Con quién habría peleado?

Se desvió hacia la derecha para poder adelantarle. Una vez le pareciera seguro, pensaba pisar el acelerador y largarse de allí. Fuera cual fuera el asunto en el que se había visto envuelto aquel hombre, India no quería saber nada. Como había utilizado el GPS para regresar a casa desde la exposición que había ido a ver en otro pueblo de la zona, tenía el teléfono móvil en el asiento de pasajeros. Llamaría a la policía en cuanto se alejara de allí para no dejarle tirado y fin de la historia.

Pero en cuanto redujo la velocidad y él comenzó a caminar hacia ella, le reconoció. ¡Era su vecino! Le había visto jugando al fútbol con sus hermanos el día que se había mudado a su casa. Los tres hermanos, todos ellos igual de altos, morenos y musculosos, la habían ayudado a llevar el torno al porche cerrado de la parte de atrás de su casa nueva, donde había decidido trabajar durante el verano.

Aunque no quería parar, tampoco podía seguir, sabiendo que su vecino necesitaba ayuda. De modo que pisó el freno y Rod, recordaba su nombre porque era la clase de hombre al que ninguna mujer olvidaría fácilmente, se acercó al coche.

Sintió un escalofrío mientras Rod esperaba a que bajara la ventanilla. ¿Estaría haciendo una tontería al confiar en él? Por el mero hecho de que viviera en la casa de al lado no tenía por qué ser un hombre de fiar, sobre todo si había consumido algún tipo de droga.

Maldiciendo aquella tendencia a ofrecer su ayuda y a ser afable que, en algunas ocasiones, se imponía a su sensatez, presionó el botón de la ventanilla.

–Eres tú –dijo Rod en cuanto el cristal dejó de ser una barrera entre ellos.

–Sí –no estaba segura de que recordara su nombre, así que añadió–: India Sommers.

–Sí, mi vecina nueva. Escucha, India, necesito que llames a la policía.

Lo dijo como algo indiscutible. India no tuvo la impresión de que pretendiera arrancarla del asiento del conductor y arrastrarla hasta los bosques, ni robarle el bolso o el Prius. Pero no se había equivocado al pensar que había participado en una pelea. Tenía los nudillos ensangrentados.

–¿Qué ha pasado?

Rod se secó una gota de sangre que le corría por el labio.

–Un imbécil se ha pasado de la raya.

¿Y Rod le había puesto en su lugar?

–¿Y dónde estaba ese imbécil?

Sintió un revoloteo de mariposas en el estómago mientras entrecerraba los ojos para ver la carretera, intentando alcanzar todo lo lejos posible con la mirada en medio de aquella oscuridad.

–Por ahí detrás –señaló con el pulgar por encima del hombro.

¿El otro tipo no se había marchado? ¿Por qué?

–¿Está seriamente herido?

Rod estiró los dedos como si le doliera la mano.

–No creo que sea nada serio, pero está inconsciente.

India todavía no tenía claro qué estaba haciendo él caminando por la carretera. No era fácil llegar a pie a una zona tan alejada.

–Entonces… ¿por qué estás sin coche? ¿Ibais juntos?

–No. Ha aparecido detrás de mí con el coche y ha intentado sacarme de la carretera. Tengo la moto destrozada. Ahora es imposible conducirla. Y en medio de todo el lío he perdido el teléfono. He buscado el suyo, pero parece que no lo lleva encima.

–¡Es un milagro que estés vivo! –exclamó ella, alargando la mano hacia su móvil–. ¿Por qué habrá hecho una cosa así?

Irritado, Rod hizo un gesto con el que parecía estar diciendo que habían pasado demasiadas cosas como para poder explicarlas.

–Todo ha empezado en el bar. Debería haberle dado allí una paliza.

–¡Ay, Dios mío! –la mano le temblaba mientras marcaba el número de la policía.

India no asimilaba bien la violencia; la había padecido en exceso. Aquella era una de las razones por las que había decidido ir a vivir a Whiskey Creek. Quería empezar de nuevo en un lugar que parecía continuar conservando la inocencia. Su pasado estaba plagado de hombres rebeldes, peligrosos y atractivos, de tipos muy parecidos a su nuevo vecino. Aquellos tipos duros y transgresores alimentaban sus emociones en el pasado, nutrían su deseo. La hacían sentirse… viva.

Pero, con los años, había aprendido unas cuantas lecciones acerca de lo que era de verdad importante. Y no lo era la violación temeraria de las normas, ni un rostro atractivo, ni unos fuertes músculos abdominales. Era algo que había comprendido no solo con el intelecto; lo llevaba profundamente grabado en su memoria emocional. Pero tanto si había aprendido la lección como si no, todavía estaba pagando un precio terrible por haberse relacionado con gente con la que debería haber guardado las distancias.

Y mientras esperaba a que descolgaran el teléfono reparó en el tatuaje de una serpiente deslizándose por un árbol que cubría los fibrosos contornos del antebrazo derecho de Rod y desaparecía bajo la manga de su camiseta blanca. Sí, era, exactamente, la clase de tipo que le habría gustado en otra época de su vida. No le habría importado que pudiera ser un hombre inestable. Ni que, con toda probabilidad, no tuviera estudios universitarios o, ni siquiera, un trabajo decente. Físicamente, era todo lo que una mujer deseaba.

Y estaba segura de que sería bueno en la cama, aunque no tenía la menor idea de dónde había surgido aquel pensamiento. De la naturalidad con la que se comportaba, de su desinhibición y de la confianza en sí mismo que irradiaba, supuso. Destacaría entre otros hombres. Pero la intimidad que había compartido con Charlie, que no se parecía en nada a aquel tipo, había sido algo dulce y pleno. Y lo que Charlie le había entregado para el resto de su vida era incluso mejor. Necesitaba encontrar a otro hombre como él. Y lo haría cuando estuviera preparada.

–Novecientos once, ¿cuál es el motivo de su llamada?

Al oír la voz de la operadora, India se puso en alerta.

–Hola, estoy en… –alzó la mirada hacia Rod en busca de ayuda.

Había olvidado el nombre de aquel lugar. Solo conocía los pocos edificios que conformaban el centro del pueblo y Gulliver Lane, la calle que iba desde el pueblo hasta su casa.

–En la carretera de la Antigua Iglesia –dijo.

India había comenzado a repetirlo cuando él le agarró el teléfono y habló.

–Ha habido un accidente un kilómetro y medio antes de llegar al Sexy Sadie’s, en Whiskey Creek. Hay un hombre inconsciente, así que envíe una ambulancia.

La operadora debió de preguntar más detalles, porque India le oyó decir a Rod:

–No soy médico. Lo único que puedo decirle es que no se mueve.

–¿Señor? ¿Y qué es lo que ha producido la lesión? ¿Está usted allí todavía? ¿Puede decirme su nombre?

India oyó las preguntas porque Rod estaba tendiéndole el teléfono.

–Por favor, manden a alguien –le suplicó India a la operadora, y colgó.

–¿Te importaría acercarme a mi moto? –le pidió Rod a India.

Ella no estaba segura de que le apeteciera llevarle en su coche. Pero Rod sabía que iba en aquella dirección. Vivían puerta con puerta.

–De acuerdo –dijo, incapaz de negarse.

Cuando Rod rodeó la parte delantera del coche, India advirtió que cargaba el peso en la pierna izquierda y supuso que también tendría alguna lesión, además de los nudillos raspados y el labio hinchado.

–A lo mejor tú también necesitas un médico –le sugirió cuando Rod abrió la puerta.

–Estoy bien –respondió él mientras entraba en el coche.

–Pero la pierna…

Rod estiró la pierna a través de la puerta abierta para echarle un vistazo.

–Cuando me ha dado el golpe, he tenido una caída bastante dura –apartó el vaquero rasgado de la herida–. Solo tengo la piel levantada, eso es todo –le explicó, como si aquello no fuera motivo de preocupación.

–¿Estás seguro de que no te la has roto?

Girando con un movimiento enérgico, Rod consiguió doblar la pierna lo suficiente como para meterla en el coche.

–Si la tuviera rota no habría podido andar.

Ella le dirigió una mirada escéptica.

–Eso no tiene por qué ser cierto. Depende del tipo de rotura. Deberías hacerte una radiografía.

Estaba segura de que eso era lo que habría dicho su marido, un cardiocirujano que habría podido llegar a convertirse en una eminencia.

Rod cerró la puerta del coche.

–No hace falta.

Estar en ese mismo espacio le produjo claustrofobia. O a lo mejor la hizo sentirse incómoda por otras razones. Como, por ejemplo, porque le recordaba a Sam, el hombre con el que se había casado en cuanto había salido del instituto, a las pocas semanas de la muerte de su madre. A diferencia de Charlie, Sam había sido un marido horrible. No contaba con más habilidades de las que tenía ella a aquella edad, así que el matrimonio no había durado ni un año. Pero estar con él había tenido sus cosas buenas, entre ellas, una vertiginosa atracción que le impedía mantener las manos lejos de aquel hombre.

India sintió parte de aquella atracción en aquel momento, al igual que le había ocurrido el día que Rod la había ayudado a sacar el torno del Prius. Y sintió también cierto recelo; sí, era recelo más que ninguna otra cosa. Pero no podía quejarse de la fragancia que emanaba de Rod, olía a calor viril y a tierra fecunda. Vio algunas hojas en su pelo y en su camisa y asumió que se le habían pegado al caer de la moto. O a lo mejor habían terminado revolcándose por el suelo. La mayor parte de las peleas que ella había visto terminaban así.

Se fijó las pulseras de plata en el brazo y pisó el acelerador. Pasaron lentamente por la siguiente curva, pero India no vio señal ni de la moto, ni del coche, ni de nadie más por allí.

–Es más adelante –le informó Rod antes de que ella pudiera preguntarlo.

Por lo visto, había recorrido más distancia con la pierna en aquellas condiciones de la que ella pensaba.

Avanzaron por nuevas curvas, pero ella seguía sin ver dónde podía haber tenido lugar aquel incidente.

–¿Adónde ibas? –le preguntó a Rod confundida.

Rod se volvió hacia ella.

–¿Cuando me ha tirado? Volvía a mi casa.

–No, cuando te he visto. Te estabas alejando del pueblo, ¿lo sabes?

–Claro que lo sé. He pasado en Whiskey Creek toda mi vida. No es fácil que me pierda. Me dirigía al bar para conseguir un teléfono y pedir ayuda.

India había pasado por una taberna estilo salón del Oeste con un enorme letrero de neón en la entrada. Aquel tenía que ser el bar del que estaba hablando.

–¿Están ahí tus hermanos?

Tenía la impresión de que estaban muy unidos, de que hacían muchas cosas juntos.

–Estuvieron hasta que se cansaron y se fueron.

–Deben de estar preguntándose dónde estás.

Rod iba demasiado concentrado en la carretera como para mirarla.

–Lo dudo. Estoy seguro de que estarán durmiendo –señaló hacia delante–. Es ahí.

India se inclinó sobre el volante hasta que vio el reflejo de la luz de la luna sobre una superficie cromada.

–Así que este tipo te tiró de la moto y después volvió a buscarte, ¿para qué? ¿Buscando pelea?

–Creo que planeaba burlarse de mí para celebrar su hazaña. O a lo mejor quería aprovechar para darme una patada mientras estaba en el suelo. Por la forma en la que me caí, supongo que pensaba que estaba peor de lo que estoy.

–Debió de sorprenderle que no fuera así.

–Sí, habría sido más inteligente seguir, aunque al final le habría pillado.

La última frase le dio a India muy mala espina, pero, al menos, el otro tipo había sido el atacante.

–¿Y tienes idea de por qué te ha tirado?

–Supongo que no le gustó lo que le dije en el Sexy Sadie’s.

Llegaron a su Harley, una moto negra abandonada en el suelo. India aparcó en la cuneta, entre la moto y un coche blanco todavía con el motor en marcha. El coche tenía la parte trasera colocada hacia la carretera, como si el conductor hubiera frenado de golpe y hubiera salido a toda velocidad. La puerta estaba abierta y la luz del interior se proyectaba como un inquietante triángulo luminoso sobre el asfalto.

India quería preguntarle a Rod qué podía haber dicho en el Sexy Sadie’s para despertar en el conductor de aquel coche tamaña violencia, pero no tuvo oportunidad. Rod salió del coche y, a pesar de su pierna herida, avanzó hasta la sombra oscura que yacía entre los arbustos.

India corrió tras él, aunque no sabía si tendría estómago para lo que estaba a punto de ver. Años atrás la visión de la sangre no la perturbaba. Pero, al igual que había pasado con el resto de su vida, todo había cambiado once meses atrás: padecía pesadillas en las que se ahogaba en sangre.

Y no en la sangre de cualquiera…

Apartó aquel recuerdo de su mente y se concentró en el crujido de la grava bajo los tacones hasta que llegó hasta aquel tipo inerte contra el que Rod había luchado. No había farolas, pero la luna estaba llena. El hombre aparentaba unos treinta y cinco años e iba vestido con un polo, unos vaqueros y botas de vaquero. Una mancha oscura sobre el asfalto sugería que alguien, Rod, sin lugar a dudas, le había apartado de la carretera cuando se había desmayado para que no le pillara un coche.

Era un punto a favor de su vecino el que hubiera tenido suficiente presencia de ánimo como para tomar aquella medida. Pero, como él mismo había mencionado, su oponente no estaba consciente. India imaginó que la sangre de la carretera era de la herida que tenía el hombre en la cabeza, pues era donde tenía la mayor parte de la sangre.

¿Estaría vivo siquiera?

Sosteniéndose su vestido largo, se agachó para buscarle la carótida. Después, retrocedió muy despacio. Conservaba el pulso, gracias a Dios. Pero, más allá de para saber que estaba vivo, no quería tocarle. Ya la estaban asaltando los recuerdos, se oía a sí misma gritando el nombre de Charlie…

Se tapó las orejas con un gesto instintivo, pero cuando Rod le dirigió una mirada extraña, bajó las manos.

–¿Le conoces? –le preguntó.

Ella negó con la cabeza y respiró aliviada al ver que Rod no insistía.

Tras dirigirle a aquel hombre una mirada de disgusto, comenzó a caminar nervioso por la carretera.

–¿No deberíamos buscar tu teléfono? –le preguntó ella–. Si me das tu número, puedo llamarte.

–Lo tenía en silencio. Odio quedar con gente a la que le está sonando el teléfono continuamente.

–Pero por lo menos se iluminaría –señaló India.

Lo intentaron. Usaron incluso la linterna del móvil de India para barrer ambos lados de la carretera, pero fue en vano.

–Volveré mañana por la mañana, cuando haya luz –dijo Rod, y siguió caminando.

India se llevó los dedos a la frente mientras le miraba por encima del hombro.

–¿Puedes por favor salir de la carretera? –le pidió al ver que no parecía dispuesto a situarse en una zona más segura.

Rod la recorrió entonces de pies a cabeza con la mirada, como si de pronto estuviera preguntándose por qué iba tan arreglada. Pero no lo preguntó. Tampoco atendió a su petición. Continuó andando mientras ella miraba hacia Whiskey Creek, deseando que llegaran la policía o la ambulancia.

–¿Es que no puedes parar? –musitó por fin–. Me estás poniendo nerviosa.

–No te preocupes tanto –gruñó él.

Era obvio que los dos estaban nerviosos. India podía sentir la ansiedad que bullía en el interior de Rod.

–No puedo evitar preocuparme –replicó–. Supongo que no todo el mundo es tan prudente como yo, pero podría aparecer un coche por esa curva en cualquier momento y…

–¡Vale! –la interrumpió y se acercó a la cuneta, como si no mereciera la pena discutir con ella.

India dominó su genio.

–Gracias.

Pero él no le reconoció el agradecimiento.

–No tendrás un cigarrillo por casualidad, ¿verdad?

India estuvo a punto de volver al Prius para buscar el bolso antes de recordar que, por supuesto, no tenía tabaco. No había vuelto a comprar un paquete de cigarros desde que se había quedado embarazada de Cassia seis años atrás.

–No.

Rod se llevó la mano a la boca y se miró los dedos para comprobar si seguía sangrando.

–Nunca fumo, a menos que esté tomando una copa –le explicó a India–. Y la verdad es que hace un año que fumé por última vez. Pero te aseguro que ahora me vendría muy bien un cigarro.

–Yo lo dejé a los veinticuatro años –no había vuelto a ser la misma persona desde entonces.

Rod se pasó la mano por el pelo, de color castaño claro. Lo tenía demasiado largo, pero a India le gustaba su caída suelta y su forma de rizarse en las puntas.

–¿Puedo utilizar tu teléfono? –le preguntó Rod.

En el momento en el que se lo tendió, él se apartó y le dio una patada a una piedra mientras esperaba a que contestaran a su llamada.

India supo el momento en el que alguien había contestado porque le vio erguir la espalda y olvidarse de seguir jugueteando con la piedra.

–No te lo vas a creer –dijo–. Soy yo. Nuestra vecina… Sí, esa vecina. Espera. Escucha, necesito ayuda. ¿Te acuerdas del tipo que estaba molestando a Natasha? ¿Ese al que le dijimos que se mantuviera alejado? Sí, él. Me ha destrozado la moto.

No explicó que lo había hecho mientras él iba conduciendo la moto, que, para India, era lo fundamental. Podía haberle matado. Pero no quería entrometerse en la conversación.

–No, no es ninguna broma –contestó Rod–. Ajá… No te preocupes, no creo que vuelva a molestarla.

Giró despacio hacia el hombre que continuaba inconsciente en el suelo y le dio un golpe con el pie.

El hombre no se movió.

–Todavía no me puedo ir –dijo, alejándose en dirección contraria–. Estoy esperando a la ambulancia… Sí, a la ambulancia. Ese imbécil ha perdido el conocimiento. ¿Y qué habrías hecho tú? No tenía ningún derecho a golpearme la moto. Tengo suerte de poder caminar siquiera. ¡Claro que estaba en la moto! Iba de camino a casa.

Ya estaba, por fin había salido la información. India tomó aire y se obligó a relajarse.

Normalmente refrescaba por las noches, cuando se levantaba la brisa del delta. Aquello era lo que le gustaba del norte de California. Pero desde que había llegado a Whiskey Creek había pasado un calor insoportable. Parte de su incomodidad se debía al estrés de la situación, pero tenía la sensación de que estaban a más de treinta y ocho grados, como habían estado durante el día.

–Muy bien. ¿Puedes traer el tráiler y llevarte mi moto? –le oyó decir a Rod–. ¿Y cómo quieres que lo sepa? El jefe Bennett va a hacerme pasar un infierno. A lo mejor me lleva a comisaría a declarar o intenta dejarme encerrado esta noche… De verdad. No, no llames ni a Dylan ni a Aaron. Puedo arreglármelas solo.

Colgó. Estaba a punto de devolverle a India el teléfono cuando vio que lo había manchado de sangre. Después de limpiarlo en los pantalones, se lo devolvió.

–Lo siento.

–No te preocupes –sostuvo el teléfono en la mano, puesto que no tenía bolsillos y se había dejado el bolso en el coche–. ¿Has hablado con uno de tus hermanos?

–Sí.

No se veía ningún vehículo llegando desde Whiskey Creek. ¿Por qué estaría tardando tanto la ambulancia? No estaban tan lejos del pueblo.

–¿Con cuál?

–Con Grady. Va a venir a buscar mi moto.

–Es el mayor o…

–Dylan y Aaron son los mayores. Grady y Mack son más pequeños.

–¿Te importa que te pregunte cuántos años tienes?

Ambos eran lo bastante jóvenes como para que aquella pregunta no resultara ofensiva.

–Treinta y uno, ¿y tú?

India consideró la posibilidad de quitarse los tacones, pero tuvo miedo de pisar una piedra o clavarse un cristal.

–Treinta.

–Sí, ya imaginé que tendríamos la misma edad.

–¿Cuándo?

–El otro día.

India decidió ignorar aquel comentario. No quería pensar en lo que implicaba. Se había fijado en más detalles de los que quería admitir; saber que él había hecho lo mismo con ella no la ayudaba a mantener la cabeza fría.

–Así que en tu familia sois cinco hermanos, ¿verdad?

–Exacto. Dylan y Aaron están casados. Viven en el pueblo con sus esposas. A Grady y a Mack ya les conoces.

Al final, llegó hasta sus oídos el débil aullido de una sirena.

–¿Y Natasha? ¿Es tu…?

Sabía que no debería preguntarlo. Que sonaría como si estuviera intentando enterarse de si tenía alguna relación de pareja. Pero, aun así, sentía demasiada curiosidad como para dejarlo pasar.

–Es como una hermana pequeña. En realidad, es mi hermana pequeña, puesto que mi padre se casó con su madre hace unos años.

–Ya veo. Así que tienes una familia numerosa –comentó ella, intentando desviar la atención del hecho de que había querido saber si Natasha era su novia–. Creo que a tu padre y a tu madrastra les he visto. ¿También viven con vosotros?

–De momento. Se suponía que tenía que ser una solución temporal, pero ya llevan un par de años en casa y no parece que tengan muchas ganas de marcharse.

–Tenéis una casa muy grande. Supongo que tenerlos no tiene que ser tan malo si os están ayudando a pagar la hipoteca.

–No nos están ayudando.

–Así que es una imposición.

Rod la recorrió con la mirada, reparando en cada detalle de aquel vestido negro y ajustado, incluyendo la raja de la falda.

–¿Y cuál es la historia de tu vida?

India se aclaró la garganta.

–Soy hija única.

–¿Eres de ciudad?

–¿Qué te hace pensar que soy de ciudad?

–El vestido –contestó–. Las mujeres de esta zona no visten así muy a menudo.

–Viví y crecí en Oakland.

Sin embargo, desde que se había casado con Charlie, había estado viviendo en San Francisco. Una exposición de arte en San Francisco era una cuestión muy sofisticada. Sabía que se había arreglado en exceso para cualquiera de los pueblos de la Autopista 49, pero había sentido la necesidad de arreglarse, de sentirse atractiva otra vez, como solía sentirse cuando salía con Charlie.

–Y ahora vives sola en Whiskey Creek, bueno, con tu hija.

India se irguió sorprendida.

–¿Cómo sabes que tengo una hija?

–Vi una fotografía suya el otro día en el coche.

–¡Ah!

Sonrió al pensar en su hijita de cinco años. Echaba mucho de menos a Cassia.

Rod esperó hasta que India volvió a mirarle a la cara.

–¿Está ahora con su padre o…?

–Está con sus abuelos. Se ofrecieron a cuidarla mientras yo me instalaba –y, consciente de que echaban tanto de menos a Charlie como ella, India se había sentido obligada a aceptar.

Había otras razones por las que también sentía que tenía que permitir que Cassia se quedara con los Sommers, pero pensar en ellas le revolvía el estómago.

Rod hundió las manos en los bolsillos.

–¿Y dónde está tu marido?

India se negó a hacer gesto alguno, a pesar del dolor causado por aquella pregunta.

–No hace falta tener marido para tener un hijo.

Rod arqueó las cejas.

–Pero llevas una alianza.

Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se había encontrado frente a un hombre que pudiera molestarse en preguntárselo que ni siquiera se había tomado la molestia de quitársela, probablemente porque la alianza ya no significaba lo que se suponía que debía significar. Ya no. Charlie había muerto. India había vendido la maravillosa casa que compartían porque no soportaba vivir en ella. Tampoco era capaz de desprenderse del anillo. Aquel símbolo del amor de Charlie significaba mucho para ella. Aparte de su madre, Charlie había sido la única persona que la había tratado como si de verdad importara, como si fuera lo suficientemente especial como para merecer algún tipo de atención. Ella había imaginado que aquello era un reflejo de su propia autoestima, pero, de alguna manera, Charlie había sido capaz de mirar más allá y descubrir lo que India podía llegar a ser, de ayudarla a convertirse en lo que era.

–Sí, la alianza… Por supuesto, pero… –clavó la mirada en aquel diamante de un quilate y medio, recordando la noche que Charlie se lo había regalado–, mi marido ha muerto.

Por suerte, en aquel momento llegó una camioneta desde la dirección del bar, interrumpiendo la conversación antes de que Rod pudiera preguntar nada más. Los dos hombres que iban en la cabina conocían a Rod.

El conductor se detuvo y bajó la ventanilla. El pasajero que iba a su lado gritó:

–¿Qué pasa, tío? ¿Estás bien?

Intercambiaron unas cuantas palabras. Los tipos de la camioneta le preguntaron a Rod que si necesitaba ayuda y Rod llamó a su hermano para decirle que podía enviar la moto a casa con Donald y con Sam. Cuando estaban terminando de colocar una plancha de madera para poder subir la moto al lecho de la camioneta, llegó el jefe de policía, Bennett, por lo que decía su tarjeta.

–Atrás –les ordenó, haciéndoles apartarse todavía más de la carretera–. Hablaré con vosotros en cuanto ponga algunas luces de emergencia para que nadie termine herido.

La ambulancia llegó en cuanto los amigos de Rod acababan de marcharse con la moto.

India observaba todo cuanto ocurría a unos tres metros de distancia, mientras dos paramédicos se arrodillaban al lado del hombre inconsciente y el jefe Bennett le hacía pasar a Rod una prueba de alcoholemia que, afortunadamente dio un resultado negativo.

India odiaba interrumpir a los paramédicos, pero estos estaban comenzando a subir al herido a la ambulancia y ella esperaba que le dijeran algo sobre su estado antes de macharse.

–¿Se pondrá bien?

–Es muy probable –contestó uno de ellos–. En la cabeza todas las heridas sangran muchísimo. Creo que se pondrá bien.

–Hace falta ser idiota para pelearse con Rod Amos –comentó el otro.

El primer tipo giró la cabeza hacia la cartera que descansaba sobre el pecho del hombre inconsciente. El jefe Bennett la había utilizado para identificarle.

–Liam Crockett, de Dixon. No me suena su nombre.

India quería preguntarles si Rod era luchador profesional, pero tenían demasiada prisa, así que se apartó y permitió que se marcharan.

Desde el momento en el que Bennett había comprobado que Rod estaba sobrio, había comenzado a someterle a un interrogatorio sobre todo lo ocurrido. Todavía seguían hablando e India no sabía si meterse en el coche y largarse o esperar a ver si Rod necesitaba que le llevara a casa.

–Maldita sea, Rod –oyó decir al policía–. Estás loco. Siempre estás metiéndote en líos.

Fue evidente que a Rod no le gustó aquella reacción.

–Ya se lo he dicho. Empezó él.

–Sí, bueno, ya veremos lo que dice él.

–¡Pero si ha visto mi moto! ¿Cómo cree que ha terminado así?

Como el policía se negaba a comprometerse, Rod continuó:

–Podríamos haber zanjado las diferencias en el bar. Pero no, me ha seguido y ha intentado sacarme de la carretera. ¿Qué clase de cobarde intenta atropellar a alguien en vez de luchar como un hombre?

–Espera. ¿A qué te refieres cuando dices que deberíais haberlo solucionado en el bar? –preguntó Bennett–. Como vuelvas a tener una pelea en el Sexy Sadie’s no te permitiré volver.

–¿Pero qué dice? –gritó Rod–. ¡Jamás he tenido una pelea en el Sexy Sadie’s! No me puede cargar con lo que han hecho mis hermanos.

–Siempre que está alguno de vosotros termina habiendo problemas –replicó el policía disgustado–. En cualquier caso, puedes estar seguro de que voy a investigar lo que ha pasado.

–Muy bien –replicó Rod–. Eso espero. Cuando ese canalla se despierte, debería ir a la cárcel.

–Si se despierta –refunfuñó el policía–. ¡Dios mío, estoy agotado! ¿Necesitas que te lleve o…? –miró a India, deseando, obviamente, que le librara de aquella obligación.

–Yo le llevaré –se ofreció–. Voy en su dirección.

–A lo mejor debería llevarle antes al hospital –le recomendó Bennett– para ver si se ha roto algo o necesita algún punto. No le llevará mucho tiempo. Seguro que a estas alturas ya le conocen más que de sobra.

Rod le miró con el ceño fruncido.

–Deje de intentar dejarme mal.

–Ni siquiera tengo que intentarlo –respondió Bennett–. Eres tú el que quedas mal al no parar de buscarte problemas.

India se interpuso entre ellos y le tocó el brazo a Rod para llamar su atención antes de que estallara y terminara siendo detenido.

–¿Quieres que vayamos al hospital?

Él negó con la cabeza, como si estuviera sugiriendo que hasta la mera idea era ridícula.

–No te hará ningún daño que te examinen –insistió Bennett, intentando persuadirle.

–No pienso ir –respondió Rod–, quiero irme a la cama.

–Tú mismo.

Con un suspiro, Bennett se ajustó el cinturón y caminó cansado hacia el coche.

Y allí acabó toda la tensión. India se levantó el vestido para evitar arrastrarlo por el suelo mientras regresaba hacia al coche. Pero estaba a medio camino cuando advirtió que Rod no la seguía y se volvió para averiguar por qué.

–No soy capaz ni de empezar a imaginar dónde has estado esta noche –dijo Rod–, pero ese vestido… –terminó la frase con un silbido.

–Gracias –sintió un intenso calor en el rostro y deseó que aquel cumplido no le hubiera resultado tan gratificante.

Sin lugar a dudas, aquel no era el tipo de hombre que necesitaba. Necesitaba a Charlie, pero Charlie se había ido para siempre y no iba a volver. El vacío que había dejado con su muerte, además del motivo de la misma, la habían dejado… hundida. Era terrible estar tan perdida y tan sola como para que la mera atención de un desconocido se le antojara como un salvavidas.

–Lo que ha pasado no ha sido culpa mía –le explicó Rod–. Espero que me creas.

–Por supuesto –respondió ella, a pesar de que había oído decir al policía que siempre se estaba buscando problemas. Aquello confirmaba su primera impresión, ¿no? Pero Rod continuaba sin avanzar hacia ella, así que se cruzó de brazos y le miró–. ¿No quieres que te lleve a tu casa?

Rod comenzó a caminar por fin.

–Sí, pero… a lo mejor deberíamos aclarar antes algunas cosas.

–¿Como cuáles?

–Esa alianza… –dijo Rod, y le dirigió una sensual sonrisa.

India sintió un estremecimiento de deseo que la aterrorizó. ¡No!, se dijo así misma. Aquel tipo no. No podía volver a arruinarse la vida.

Capítulo 2

 

Rod nunca había tenido una predilección particular por las pelirrojas. Casi siempre había preferido a las rubias. Pero el pelo de India, cayendo en una lisa melena por sus hombros era de un tono intermedio entre el naranja intenso y el caoba oscuro y quedaba muy bien con aquella piel tan clara y unos ojos azules casi traslúcidos. Era una mujer diferente, delicada y única en su aspecto.

Cuanto más la miraba más le gustaba lo que veía. Pero a juzgar por la información que había reunido durante la conversación que habían mantenido desde que habían empezado el trayecto, seguía enamorada de su marido, ya fallecido. Se emocionaba cuando hablaba de él y todavía no le había contado cómo había muerto. Cuando se lo había preguntado, había contestado que no quería hablar sobre ello. Y durante el resto del camino hasta el pueblo, había estado jugueteando con el anillo. Lo único que había conseguido sonsacarle había sido que habían pasado casi once meses desde aquella tragedia que le había arrebatado a Charlie.

–¿Cuándo vendrá tu hija? –le preguntó, esperando que se sintiera más cómoda con aquel cambio de tema.

–Después del Cuatro de Julio –contestó.

Rod cambió de postura, intentando aliviar el terrible dolor de la pierna.

–Eso significa que vas a pasar otras dos semanas sola.

–Sí, demasiado tiempo para mí, pero pienso aprovecharlo bien –giró hacia la zona del río, donde vivían los dos.

–¿Haciendo qué?

–Utilizando ese torno que me ayudaste a meter en mi casa.

–¿Vives de la cerámica?

–Me gustaría. Para serte sincera, hasta ahora no he ganado mucho dinero, pero nunca me he puesto en serio a ello. Me gustaría poder llegar a montar mi propio taller algún día.

Al decirlo, iluminó su rostro una sonrisa, como si aquel hubiera sido siempre su sueño.

–¿Aquí, en Whiskey Creek?

–Sí.

–Y no en tu casa.

–No, imagino una tienda de artesanía y un taller en el centro del pueblo. Pero todavía tengo que crear el inventario.

Rod se alegró de que no esperara que la gente se acercara hasta la casa que tenía al lado del río. No creía que un negocio tan apartado pudiera tener éxito.

–¿No tienes ya piezas para vender? ¿No llevas tiempo dedicándote a la cerámica?

–En realidad, desde que salí del instituto, pero nunca lo he hecho pensando en montar un negocio. Todo lo que he hecho hasta ahora pertenece a otro momento de mi vida. Ahora estoy intentando empezar de nuevo, reinventarme. Me gustaría dar una nueva orientación a mi trabajo.

Su marido debía de haberla dejado en una buena situación económica, decidió Rod. Acababa de decirle, esencialmente, que lo que pensaba hacer no iba a cubrir sus gastos, y él sabía que había pagado una buena cantidad por la casa. Aunque en otro tiempo había sido una casa de alquiler muy barata, la habían comprado unos inversores y la habían arreglado con intención de revenderla. Habían invertido mucho trabajo y habían llevado a cabo numerosas mejoras, así que, para cuando habían terminado, el precio había subido de forma considerable.

Por supuesto, aunque no hubiera sabido lo que había pagado por la casa ni se hubiera fijado en la calidad de los muebles que habían llevado los encargados de la mudanza unas horas después de que sus hermanos y él la hubieran ayudado a cargar el torno, tanto su ropa como el diamante que llevaba en el dedo habrían delatado que no era una mujer que sufriera por falta de dinero.

–¿Y de momento piensas trabajar en casa?

–Durante este año sí, hasta que decida si tengo alguna posibilidad de éxito.

–Seguro que sí. No hay muchas tiendas de artesanía en el País del Oro. Hay una tienda de vidrio en Sutter Creek, no sé si la conoces.

–Sí, es maravillosa –se detuvo en un cruce. Era el último desvío que quedaba antes de tomar la carretera paralela al río–. ¿Y tú? ¿A qué te dedicas? –le preguntó–. Por lo que han comentado los paramédicos he pensado que eras luchador profesional.

–No –contestó riendo para sí–. Mi hermano mayor, Dylan, era un profesional de las artes marciales mixtas. Y ganó mucho dinero con eso. Pero no quiso que nos metiéramos en ese mundo. Necesitaba que trabajáramos en el negocio de la familia, que comenzó a ir bien en cuanto él tomó las riendas.

–¿Quién se encargaba antes?

–Mi padre –Rod no aclaró la razón ni contó nada sobre las circunstancias en las que aquello había ocurrido.

Era consciente de cómo le sonaría su historia a una persona que no la conociera, sobre todo a una persona procedente de una clase social más alta que la suya. Y bastaba ver la ropa de India, conocer su interés por el arte e incluso su manera de hablar para saber que pertenecía a una clase superior.

Ella se colocó la larga melena detrás de la oreja.

–¿Qué clase de negocio?

–Tenemos un taller de chapa y pintura.

–¿Y trabajas ahí?

Rod podía percibir su perfume. Un perfume que también olía a dinero.

–Sí. Y es probable que lo haga durante el resto de mi vida. Pero no me quejo. No hay nada que me guste más. A lo mejor lo has visto, se llama Amos Auto Body. Son un par de edificios situados al final de Sutter Street.

India negó con la cabeza.

–Creo que no.

–He estado arreglando coches, furgonetas y motos destrozados durante la mayor parte de mi vida.

–Teniendo en cuenta cómo ha quedado tu moto, no te vendrá mal tanta experiencia –dijo India con ironía.

Rod abrió los ojos y cerró la mano derecha, que estaba comenzando a hincharse.

–Ya la reconstruí la primera vez. Podré volver a hacerlo.

–¿La tienes asegurada?

–Sí, claro que sí.

–Eso te vendrá bien.

Rod se inclinó para mirar el velocímetro. Él conduciría a mucha más velocidad.

–Supongo que eres consciente de que vas a quince kilómetros menos de la velocidad permitida.

–Estoy un poco nerviosa.

–¿Por qué? He sido yo el que ha tenido la pelea.

India le miró exasperada.

–Lo que demuestra que una no sabe con qué se puede llegar a encontrar.

Rod se echó a reír.

–Esta es una zona muy tranquila. Me atrevo a decir que estarás a salvo durante el resto de la noche. Y me gustaría llegar a casa antes de que amaneciera –añadió, solo para meterse con ella.

India le miró boquiabierta.

–¡No tienes vergüenza! –replicó–. Soy una buena conciudadana que se ha ofrecido a ayudarte y tú te dedicas a criticarme.

–No. Solo estoy sugiriendo que te esfuerces un poco más.

India pisó el acelerador, impulsando el coche hacia delante.

–¿Ya estás contento?

–Sí, más contento.

–Me alegro de haberte complacido.

Rod estudió su perfil.

–India es un nombre muy original. Eres la primera mujer que conozco con ese nombre.

–A mi madre le encantaba Lo que el viento se llevó. Me puso el nombre por India Wilkes.

–¿No debería haberte llamado Scarlett o algo así?

–India era un personaje secundario.

–Supongo que me salté ese libro –bromeó.

En realidad, se había saltado muchos libros, puesto que apenas había ido a clase. Era sorprendente que hubiera conseguido graduarse y acabar el instituto. Y no lo hubiera conseguido si su hermano mayor no se hubiera conformado con menos.

–¿Dónde vive tu madre? ¿Sigue en Oakland?

–Murió cuando yo tenía dieciocho años.

¿Había tenido que enfrentarse a la muerte de dos familiares?

–Lo siento. ¿Así que ahora solo estáis tu padre y tú?

–No, mi padre murió antes que ella, pero apenas le conocí. Se divorciaron cuando yo tenía tres años. Era un alcohólico, no formaba parte de mi vida.

Aquel habría sido un buen momento para que Rod le hablara de su familia. Su padre también se había dejado arrastrar por el alcohol.

–Así que tus padres no conocieron a Charlie.

–No, solo llevábamos seis años juntos.

–¿Dónde le conociste?

Esperaba que dijera que en la universidad. Le parecía que aquel habría sido el momento perfecto. Pero no fue aquella la respuesta.

–Yo trabajaba de camarera en un restaurante que estaba cerca del hospital en el que trabajaba Charlie. Él solía ir por allí con otros médicos muy a menudo.

–Médicos.

Ella asintió.

–Tenía diez años más que yo.

–Y era médico –repitió Rod, porque no era una buena noticia.

Aquella información le confirmaba que estaba fuera de su alcance.

–Cirujano cardiovascular.

Mierda. Justo lo que un tipo quería oír cuando ni siquiera había intentado ir a la universidad.

–Si hubiera vivido quince o veinte años más, quién sabe lo que habría llegado a conseguir –dijo con una dulzura casi reverencial–. Creo que habría hecho una gran aportación al mundo.

Rod supo entonces que no importaba que Charlie estuviera seis metros bajo tierra. Un mecánico especialista en chapa y pintura no podía competir con un renombrado cirujano, ni siquiera con su recuerdo.

–¿Murió en un accidente de coche?

Esperaba que no hubiera muerto de un ataque al corazón. Habría sido toda una ironía.

–Por favor, ya te he dicho que prefiero no hablar de su muerte.

Rod no entendía que le dejara con la duda. Le había contado otras cosas, como el tiempo que había pasado desde que su marido había fallecido. ¿Por qué no podía decirle si había muerto por culpa de un accidente, de una enfermedad o de lo que fuera?

–No debería haber vuelto a preguntártelo –le dijo.

Pero no podía extrañarle su curiosidad. No era normal que alguien muriera tan joven.

Se produjo un silencio. Después, Rod volvió a hablar. No quería que la conversación terminara con una pregunta sobre la muerte de su marido.

–No debe de ser fácil trabajar como artesana con una niña en casa. ¿Por eso está ahora con tus suegros? ¿Para que puedas empezar con la cerámica?

–La verdad es que no. Tenerla cerca les ayuda a llenar el vacío que ha dejado Charlie. Tienen una hija, pero se fue a trabajar a Japón hace dos años y no la ven muy a menudo.

–Una familia de triunfadores, ¿eh?

–Sí, pueden llegar a resultar intimidantes.

–¿No encajabas bien en la familia?

India vaciló un instante.

–Siempre me han tratado bien. Y, para que conste, yo habría preferido no quedarme sin Cassia –le sonrió con tristeza–. Cuando se fue, apenas sabía qué hacer con mi vida. No puedo estar trabajando todo el tiempo.

Acababa de perder a su marido y era nueva en el pueblo. Rod entendía los motivos por los que habría preferido quedarse con su hija. Pero, por lo menos, la niña tenía unos abuelos que se preocupaban por ella. Rod no había tenido la suerte de contar con unos padres decentes, y menos aun con más familia. Si no hubiera sido por Dylan, su hermano mayor y la persona que le había criado, le habrían llevado a un hogar de acogida cuando estaba terminando la primaria.

Siendo ya todos ellos adultos y capaces de cuidar de sí mismos, la vida era más fácil. Y Rod se alegraba de ello. También estaba decidido a no hacer nada que pudiera volver a cambiarle la vida. Y, por intrigado que estuviera por su nueva vecina, haría mejor en centrarse en otro objetivo.

–Has tenido muchos cambios en tu vida –le dijo–. Pero estoy seguro de que con el tiempo las cosas mejorarán –era un comentario retórico.

Comenzó a recular, dejando que India conservara sus secretos y mantuviera la distancia. Teniendo en cuenta lo que había hecho su propia madre y cómo había afectado lo sucedido a toda la familia, no tenía ninguna gana de relacionarse con una mujer emocionalmente inaccesible. No iba a intentar forzar la que consideraba una puerta cerrada.

Cuando India le miró, Rod supo que había notado el cambio de tono. Su mirada rebosaba inseguridad y, quizá, un punto de arrepentimiento. Era consciente de que la había descartado, podía verlo en su rostro. Y le sorprendió que no pareciera convencida de querer aquel distanciamiento. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? Había sido ella la que había levantado las barreras.

–Estás muy callado –señaló India.

Una vez había desaparecido todo interés sentimental que le distrajera de las heridas, Rod había descubierto que la pierna, la boca, las manos y, prácticamente, todo el cuerpo, le dolían de una manera infernal. Necesitaba darse una ducha, tomar un analgésico y meterse en la cama.

–Es tarde y no estoy en mi mejor momento. Además, no tengo mucho que decir.

–Es posible que todavía no esté abierta a una relación. Todavía sigo enamorada de Charlie, pero espero que podamos ser amigos.

Había sido muy directa, pero también lo había sido él con ella. Le gustaban las cosas claras, no veía ninguna razón para jugar a la ambigüedad.

–Por supuesto.

–Lo digo en serio. No me vendría mal tener un amigo.

Rod se encogió de hombros.

–Claro, seremos amigos y vecinos.

Debió de parecerle una frase trillada, porque frunció el ceño como si no le hubiera gustado su respuesta.

Una cama, se dijo a sí mismo. Necesitaba dormir. Aquella mujer le estaba enviando señales contradictorias. Le decía que seguía enamorada de su marido, pero, aun así, continuaba mirándole como si… bueno, como si le gustara lo que veía. ¿Cómo se suponía que debía reaccionar si no le estaba dando ninguna oportunidad?

En cuanto India aparcó, él alargó la mano hacia la manilla.

–¿Rod?

Cuando se volvió a mirarla, ella parecía a punto de hablar.

–¿Sí? –la urgió.

India clavó las uñas del pulgar en el volante.

–A lo mejor… si no estás muy cansado, podrías pasar un rato por mi casa.

–¿Ahora?

India alzó la mirada. Parecía nerviosa. Pero, aun así, asintió.

–¿Para qué?

Ella dejó de clavar las uñas en el volante.

–Bueno, tengo vendas y algunos ungüentos. Podría ayudarte a quitarte la tierra y la gravilla de la pierna.

Y acababa de decirle que no estaba interesada en una relación. ¿Qué demonios quería?

–No te preocupes, me las arreglaré.

Ella le agarró del brazo.

–Podrías –bajó la voz hasta convertirla en un suspiro– ducharte en mi casa.

Rod bajó la mirada hacia aquella mano pálida posada contra su piel oscura.

–Pensaba que no querías estar conmigo.

India le soltó el brazo y desvió la mirada.

–Yo no he dicho eso.

–Me has cerrado las puertas. En cuanto te he dicho que tenía algún interés, que quería salir contigo, has dejado muy claro que no estabas interesada.

India volvió a hacer incisiones en el volante.

–Porque no estoy dispuesta a iniciar una relación y me ha parecido importante ser honesta desde el principio.

–¿Entonces qué me estás ofreciendo? –la miró con atención–. ¿Sexo?

India clavó la uña con fuerza.

–¡No! Yo pensaba que… quizás podíamos llegar a conocernos algo mejor.

–Entonces esto no tiene nada que ver con el sexo. ¿Quieres que me duche en tu casa… como amigo? ¿Quieres compañía o algo así?

–Algo así. Supongo que podríamos… hablar.

Ya habían estado hablando. Él no creía que fuera eso lo que ella tenía en mente. Pero fuera lo que fuera lo que le estuviera pidiendo, era obvio que no le resultaba fácil expresarlo con palabras.

–Echas de menos a tu marido –aventuró él.

–Por supuesto.

–Su forma de acariciarte…

Ella cerró los ojos un instante.

–Sí.

–Y no has estado con nadie desde entonces.

India se sonrojó. Si hubiera habido suficiente luz como para verle las mejillas, sospechaba que estarían a juego con su pelo.

–Exacto.

Rod soltó la respiración que ni siquiera sabía que había estado conteniendo.

–Entonces quieres que follemos.

Al verla palidecer, se arrepintió de haberlo dicho de forma tan grosera. Pero no quería terminar en su casa y que al final le dejara tirado. Aquella noche ya había sido suficientemente mala.

–No hace falta ir tan lejos –le dijo.

–¿Quieres que nos enrollemos pero sin llegar a acostarnos?

–Estoy… abierta a todo. Supongo que cuando Cassia se fue, pensé que sería una buena oportunidad para… –alzó por fin la mirada y después pareció perder el curso de sus propios pensamientos, porque se interrumpió de nuevo.

–Para estar con un hombre –terminó Rod por ella.

¿Habría sido lo bastante educado?

India deslizó las pulseras por el brazo con un gesto que había repetido mientras conducía.

–Si tú también… estuvieras interesado. Pero… estás herido y yo… soy casi una desconocida para ti, así que… si no estás preparado para un encuentro de ese tipo, lo comprenderé.

–Estoy intentando entenderlo. No me vas a pedir que te invite a cenar, pero me dejarás desnudarte.

India ya no le miraba.

–Lo sé, parece una locura –dijo con una risa incómoda–. No soy capaz de pensar con claridad. Puedes irte.

–Este ir y venir me resulta muy confuso. Has estado enviándome señales contradictorias desde que me he montado en el coche. ¿Por qué no me dices abiertamente lo que quieres?

Ella abrió los ojos como platos.

–El vestido te ha gustado –le dijo ella con impotencia, como si no pudiera ser más clara.

Él rio para sí ante aquel pésimo intento.

–Me gusta lo que hay dentro del vestido y no me importa admitirlo.

India no dijo nada. Fijó la mirada en la casa de Rod y se mordió el labio inferior.

–Mírame –le pidió Rod, y esperó hasta que ella obedeció–. ¿De verdad estás dispuesta a acostarte con un hombre al que acabas de conocer? ¿Has hecho eso alguna vez?

–No. He estado con algunos… tipos desagradables, pero les conocía antes de… bueno, ya sabes.

–Y eso significa…

–Que no sería una buena idea.

–Eso es un no –dijo él–. Muy bien. Me alegro de que hayan quedado las cosas claras. Porque si hubiera tenido que adivinarlo, habría dicho todo lo contrario.

Comenzó a salir del coche, pero ella volvió a agarrarle del brazo. En aquella ocasión, cuando Rod se volvió para mirarla, India se llevó la mano libre a la frente y cerró los ojos con fuerza.

–Sí, es un sí.

De pronto, Rod dejó de sentir los dolores y molestias que hasta entonces habían estado fustigándole. Oportunidades como aquella no se presentaban a menudo. Aunque nunca le habían faltado las mujeres, no había conocido a ninguna como India Sommers. Era una mujer refinada, clásica, educada, no era la clase de mujer que solía intentar ligar con él.

Bajó la mirada hacia sus labios y se inclinó hacia ella para tener una muestra de lo que podía esperarle en su casa. Él podía decir muchas cosas sobre una mujer por su manera de besar… India no le decepcionó. No se mostró demasiado resuelta ni anhelante a pesar de que había sido ella la que había lanzado la invitación. Todavía estaba demasiado enfrentada a su propia decisión como para hacer algo tan imprudente. Podía sentir el tira y afloja que se estaba librando en su interior, cómo se debatía entre aquello que consideraba apropiado y su propio deseo. Pero, a pesar de todo, reaccionó a aquel beso y su boca se fundió de una forma tan agradable con la suya que Rod no tuvo ninguna duda de que iba a disfrutar de algo muy especial.

No le sentaría mal pasar una cuantas horas con una mujer, sobre todo con una mujer que besaba tan bien como aquella.

Cuando posó las manos en su rostro y la lengua de India tanteó con delicadeza el corte que tenía en el labio inferior antes de profundizar el beso, pudo sentir una dulzura innata que disparó su excitación como un cohete. Le había parecido una mujer atractiva y especial desde el primer momento, pero se había comportado de manera tan distante cuando la había ayudado a descargar el Prius que había decidido que se consideraba demasiado buena para él y para sus hermanos.

Jamás había esperado lo que estaba ocurriendo en aquel momento.

–Ha estado bien –susurró ella cuando él suavizó su beso.

Había estado bien. Y su beso le había indicado que no era tan fría e inalcanzable como había pensado.

El corazón no tardó en comenzar a latirle con tanta fuerza como durante la pelea. Pero cuando ella se relajó y comenzó a profundizar el beso, comprendió que India estaba volcando en aquel beso una enorme cantidad de emoción. Era como si… como si le conociera mejor de lo que le conocía.

Retrocedió para mirarla, pero ella no abrió los ojos. Rod estaba convencido de que no quería verle. Quería sentir lo que le estaba haciendo sentir para poder fingir que estaba besando a otro hombre. Un hombre al que amaba y al que echaba de menos. Charlie.

Le golpeó entonces un extraño rechazo que le serenó el pulso. Dos minutos antes no le había importado que le quisiera solo por su cuerpo. Sabía que no le estaba invitando a su casa por su personalidad: ni siquiera se conocían. ¿Pero en aquel momento?

Las entrañas le decían que se detuviera. Había estado con muchas mujeres. Sabía que podía hacerla llegar al orgasmo. Pero ella ya había experimentado lo que era sentir algo más profundo por el hombre que la hacía temblar. Un encuentro rápido, por exitoso que fuera, solo la convencería de que el tiempo que habían pasado juntos había sido un error.

Al final, India abrió los ojos.

–¿Qué pasa?

Rod no estaba seguro de cómo explicar la desilusión que sentía. Ni siquiera sabía si debería intentarlo. Teniendo en cuenta que apenas se conocían, probablemente no tenía sentido.

–¿Te… te duele? –le preguntó ella–. Tengo ibuprofeno en casa.

–No es eso.

Tenía suficiente testosterona fluyendo por su sangre como para poder sentir las heridas. La deseaba, estaba duro como una piedra. Pero ella no le deseaba a él y Rod nunca había experimentado aquel tipo de desconexión. Sus anteriores aventuras de una noche habían sido con mujeres que le admiraban y estaban locas por estar con él, o con el hombre que imaginaban que era. Y aunque no pudiera contar con que el amor jugaba ningún papel, siempre había la esperanza de que pudiera haber algo más, una cierta apertura que no estaba presente con India. Era casi como si le hubiera elegido porque sabía que jamás sería una amenaza para su corazón. Era un pobre sustituto del hombre con el que había estado casada.

–Lo siento –le dijo.

–¿Lo sientes? –repitió ella–. ¿Qué significa eso?

–No quiero darte esperanzas y decepcionarte después.

Al contrario, aquello era lo único que le incitaba a continuar. Tenía la sensación de que había adquirido un compromiso, aunque apenas la había tocado.

–¿Es eso lo que estás haciendo? –le preguntó.

–Supongo que sí.

–¿Qué ha pasado? ¿No te ha gustado… mi forma de besarte? ¿O mi perfume te recuerda a alguien? O…

–No es nada de eso.

–¿Entonces qué pasa?

¿Debería decirle que había adivinado por qué le había elegido? ¿Decirle que comprendía que le considerara un hombre conflictivo después de lo que había visto aquella noche y de lo que había dicho Bennett?

–Iría contigo a tu casa si de verdad pudiera solucionar algo –se sinceró–. Pero mañana por la mañana te sentirías triste y deprimida. El sentimiento de culpa lo empeoraría todo.

India le miró con los ojos rebosantes de preocupación.

–Si te estás deteniendo por mí, no lo hagas. Para mí serán un par de horas en las que podré dejar de sentir lo que sentiré si no vienes –presionó los labios contra los suyos, intentando animarle de nuevo–. No me importa lo demás –insistió al ver que se resistía–. Asumo la responsabilidad.

Rod tomó sus manos y la alejó de él.

–Pero no puedo competir con el hombre que tienes en la cabeza.

India le miró confundida.

–No tienes por qué competir, no te estoy pidiendo que lo hagas.

–Es inevitable. Ya me has descartado, ¿qué sentido tiene que me acueste contigo?

–Seguramente, un hombre como tú…

–¿Un hombre como yo? Ni siquiera me conoces.

–Supongo que habrás tenido otras aventuras como esta.

–Por supuesto, no voy a fingir que soy un santo.

–¿Entonces, por qué conmigo es diferente? –le preguntó–. No esperaré nada después, te lo prometo. Aunque viva en la puerta de al lado, no te molestaré.

–A lo mejor ese es el problema.

Pudo sentir su sorpresa mientras salía del coche y supo que le estaba siguiendo con la mirada mientras caminaba hacia su casa y se metía dentro. Él mismo estaba estupefacto. ¿No era una locura rechazar lo que aquella mujer le había ofrecido?

Sabía lo que dirían Grady y Mack. Pensarían que había perdido la cabeza. A todos ellos les encantaba India, ¡y le había invitado a acostarse con ella!

Si hubiera tenido unos años menos, habría aceptado un encuentro rápido y turbio como aquel, se dijo a sí mismo. Pero tenía treinta y un años. Ya era hora de que se tomara la vida en serio, de que empezara a hacerse respetar. Si India quería estar con él, tendría que ofrecerle un encuentro sincero, no relegarle a la categoría de «bueno para un polvo de una noche y nada más».

El hecho de que hubiera tenido tan poco a lo largo de su vida no significaba que tuviera que conformarse con menos, aunque fuera un mecánico de coches y no un cardiocirujano.

 

 

Si cerraba los ojos, India podía saborear el beso de Rod, podía sentir el movimiento de sus labios y su lengua contra los suyos. No era frecuente que un hombre besara con una presión tan precisa, una presión tan atemperada por el control. Acababa de decidir que había elegido la pareja ideal, un hombre que de verdad podría llegar a cautivarla, cuando él se había apartado y había acabado de forma precipitada con aquella sensación tan agradable.