Edad oscura - Pierce Brown - E-Book

Edad oscura E-Book

Pierce Brown

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Beschreibung

HÉROE, TRAIDOR, VILLANO.Hace diez años, Darrow encabezó una revolución que creó un nuevo mundo. Hoy disputa una guerra sin cuartel en Mercurio con la esperanza de salvarlo de la destrucción. Pero, ahora que deja a su paso un reguero de muerte, ¿seguirá siendo el héroe que rompió las cadenas? ¿O surgirá otra leyenda que ocupe su lugar?A SU SOMBRA, CADA VEZ MÁS OSCURA, SE ALZAN NUEVOS HÉROES.LISANDRO AU LUNE, el heredero en el exilio, ha regresado al Núcleo. Si consigue unir a las traicioneras familias doradas, la joven República podría perecer. La joven LIRIA, antigua refugiada roja, está acusada de traición y su única esperanza es una huida desesperada con nuevos e inverosímiles aliados. Secuestrados por una nueva amenaza para la República, PAX y ELECTRA, los hijos de Darrow y Sevro, deben confiar en un ladrón, EFRAÍN, para que los salve... Y este debe buscar en ellos su oportunidad para redimirse.ROMPIÓ LAS CADENAS PARA LUEGO ROMPER EL MUNDO.

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Título original inglés: Dark Age.

Esta es una obra de ficción. Los nombres, lugares y hechos narrados

son productos de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia.

Cualquier parecido con sucesos reales, lugares o personas, vivas o muertas,

es completamente fortuito.

© Pierce Brown, 2019.

© del mapa: Joel Daniel Phillips, 2019.

Todos los derechos reservados.

© de la traducción: Ana Isabel Sánchez Díez, 2020.

Diseño de la cubierta: Faceout Studio/Charles Brock.

© de las ilustraciones de la cubierta: Shutterstock/Joel Phillips.

Diseño de interior: Lookatcia.com.

© de esta edición: RBA Libros, S. A., 2020.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición: abril de 2020.

RBAMOLINO

REF.: ODBO709

ISBN: 978-84-272-2234-2

REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL•ELTALLERDELLLIBRE, S. L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida

a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)

si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados.

ALILY

DRAMATIS PERSONAE

LA REPÚBLICA SOLAR

DARROWDELICO/SEGADOR: archiemperador de la República, marido de Virginia, rojo.

VIRGINIAAUAUGUSTO/MUSTANG: soberana reinante de la República Solar, esposa de Darrow, primus de la Casa de Augusto, hermana del Chacal de Marte, dorada.

PAX: hijo de Darrow y Virginia, dorado.

KIERANDELICO: hermano de Darrow, Aullador, rojo.

RHONNA: sobrina de Darrow, hija de Kieran, lancera, Cachorro Dos, roja.

DEANNA: madre de Darrow, roja.

SEVROAUBARCA/TRASGO: emperador de la República, esposo de Victra, Aullador, dorado.

VICTRAAUBARCA: esposa de Sevro, Victra au Julii de soltera, dorada.

ELECTRAAUBARCA: hija de Sevro y Victra, dorada.

DANCER/SENADORO’FARAN: senador, antiguo teniente de los Hijos de Ares, esposo de Deanna, tribuno del bloque rojo, rojo.

KAVAXAUTELEMANUS: primus de la Casa de Telemanus, cliente de la Casa de Augusto, dorado.

NÍOBEAUTELEMANUS: esposa de Kavax, cliente de la Casa de Augusto, dorada.

DAXOAUTELEMANUS: heredero de la Casa de Telemanus, hijo de Kavax y Níobe, senador, tribuno del bloque dorado, dorado.

THRAXAAUTELEMANUS: pretor de las Legiones Libres, hija de Kavax y Níobe, Aulladora, dorada.

ALEXANDARAUARCOS: nieto mayor de Lorn au Arcos, heredero de la Casa de Arcos, aliado de la Casa de Augusto, lancero, Cachorro Uno, dorado.

CADOHÁRNASO: emperador de la República, segundo al mando de las Legiones Libres, naranja.

ORIÓNXEAQUARII: navarca de la República, emperadora de la Flota Blanca, azul.

COLLOWAYXECHAR: piloto, actual campeón asesino de la Armada de la República, Aullador, azul.

GLIRASTES, ELMAESTROHACEDOR: arquitecto e inventor, naranja.

HOLIDAYTINAKAMURA: dux de la Guardia del León de Virginia, hermana de Trigg, cliente de la Casa de Augusto, centurión de la Legión Pegaso, gris.

QUICKSILVER/REGULUSAGSOL: el hombre más rico de la República, presidente de Industrias Sol, plateado.

PUBLIOCUCARAVAL: tribuno del bloque cobre, senador, cobre.

TEODORA: jefa de los operadores Esquirla, clienta de la Casa de Augusto, rosácea.

ZAN: archiemperadora de la República tras la destitución de Darrow, comandante de la flota defensiva de la Luna, azul.

PAYASO: Aullador, cliente de la Casa de Barca, dorado.

GUIJARRO: Aulladora, cliente de la Casa de Barca, dorada.

MIN-MIN: Aulladora, francotiradora y experta en municiones, cliente de la Casa de Barca, roja.

MUECAS: Aullador, cliente de la Casa de Augusto, dorado.

CANICAS: Aullador, hacker, verde.

DESLENGUADO: exprisionero de la Fondoprisión, obsidiano.

FÉLIXAUDAAN: guardaespaldas de Darrow, cliente de la Casa de Augusto, dorado.

LA SOCIEDAD

ATALANTIAAUGRIMMUS: dictadora de la Sociedad, hija del Señor de la Ceniza (Magnus au Grimmus), hermana de Aja y Moira, antigua cliente de la Casa de Lune, dorada.

LISANDROAULUNE: nieto de Octavia (la anterior soberana), heredero de la Casa de Lune, excliente de la Casa de Grimmus, dorado.

ATLASAURAA/CABALLERODELMIEDO: hermano de Rómulo au Raa, legado de la Legión Cero («las Gorgonas»), antiguo pupilo de Casa de Lune, cliente de la Casa de Grimmus, dorado.

ÁYAX/CABALLERODELATORMENTA: hijo de Aja au Grimmus y Atlas au Raa, heredero de la Casa de Grimmus, legado de los Leopardos de Hierro, dorado.

KALINDORAAUSAN/CABALLERADELAMOR: Caballera Olímpica, tía de Alexandar au Arcos, cliente de la Casa de Grimmus, dorada.

JULIAAUBELONA: madre distante de Casio y enemiga de Darrow, primus de lo que queda de la Casa de Belona, dorada.

ESCORPIOAUVOTUM: primus de la Casa de Votum (magnates de la minería metálica y constructores de Mercurio), dorado.

CICERÓNAUVOTUM: heredero de la Casa de Votum, hijo de Escorpio, legado de la Legión Escorpión, dorado.

ASMODEOAUCARTHII: primus de la Casa de Carthii (los constructores navales de Venus), dorado.

RHONETIFLAVINIO: subpretor de la Luna, antiguo segundo oficial de la XIII Guardia Pretoriana de los Dracones bajo el mando de Aja, gris.

SÉNECAAUCERN: dux de Áyax, centurión de los Leopardos de Hierro, dorado.

MAGNUSAUGRIMMUS/SEÑORDELACENIZA: antiguo archiemperador de Octavia au Lune, incendiario de Rea, dorado, asesinado por los Aulladores y Apolonio au Valii-Rath.

OCTAVIAAULUNE: anterior soberana de la Sociedad, abuela de Lisandro, dorada, asesinada por Darrow.

AJAAUGRIMMUS: hija del Señor de la Ceniza, Magnus au Grimmus, dorada, asesinada por Sevro.

MOIRAAUGRIMMUS: hija del Señor de la Ceniza, Magnus au Grimmus, dorada, asesinada por Ragnar.

EL DOMINIO DEL CONFÍN

DIDOAURAA: cocónsul del Dominio del Confín, esposa del anterior soberano del Dominio del Confín, Rómulo au Raa, Dido au Saud de soltera, dorada.

DIOMEDESAURAA/CABALLERODELATORMENTA: hijo de Rómulo y Dido, taxiarca de la falange del Relámpago, dorado.

SERAFINAAURAA: hija de Rómulo y Dido, lochagos de los Undécimos Caminantes del Polvo, dorada.

HELIOSAULUX: cocónsul del Dominio del Confín junto con Dido, dorado.

RÓMULOAURAA/SEÑORDELPOLVO: antiguo primus de la Casa de Raa, anterior soberano del Dominio del Confín, dorado, muerto en suicidio ceremonial.

LOS OBSIDIANOS

SEFILASILENCIOSA: reina de los obsidianos, lideresa de los valquirios, hermana de Ragnar Volarus, obsidiana.

VALDIRELINTONSO: caudillo y concubino real de Sefi, obsidiano.

OZGARD: chamán de los Quemahuesos, obsidiano.

FREIHILD: guerrera de los espíritus skuggi, obsidiana.

GUDKIND: guerrero de los espíritus skuggi, obsidiano.

JENOFÓN: asesore de Sefi, logos blanque.

RAGNARVOLARUS: antiguo líder de los obsidianos, Aullador, obsidiano, asesinado por Aja.

OTROS PERSONAJES

EFRAÍNTIHORN: trabajador por cuenta propia, antiguo miembro de los Hijos de Ares, esposo de Trigg ti Nakamura, gris.

VOLGAFJORGAN: trabajadora por cuenta propia, colega de Efraín, obsidiana.

APOLONIOAUVALII-RATH/MINOTAURO: heredero de la Casa de Valii-Rath, verboso, dorado.

ELDUQUEDEMANOS: agente del Sindicato, maestro ladrón, rosáceo.

LIRIADELAGALOS: gamma de Marte, clienta de la Casa de Telemanus, roja.

LIAM: sobrino de Liria, cliente de la Casa de Telemanus, rojo.

HARMONY: lideresa de la Mano Roja, antigua teniente de los Hijos de Ares, roja.

PITA: piloto, compañera de Casio y Lisandro, azul.

IMAGINACIÓN: trabajadora por cuenta propia, marrón.

FITCHNERAUBARCA/ARES: antiguo líder de los Hijos de Ares, dorado, asesinado por Casio au Belona.

LA SOBERANA

—Ciudadanos de la República Solar, soy vuestra soberana. —Medio cegada, clavo la mirada en un pelotón de fusilamiento de cámaras con las lentes como ojos de mosca. Al otro lado del ventanal, detrás de mi escenario, las estaciones de batalla y las naves de guerra flotan más allá de la atmósfera superior de la Luna. Ocho mil millones de ojos sobre mí—. El pasado viernes por la noche, el tercer día del mensis Martius, recibí un informe que indicaba que la Sociedad estaba llevando a cabo una operación militar a gran escala en la órbita de Mercurio. La más importante en cuanto a equipamiento bélico y número de soldados desde la batalla de Marte, hace cinco largos años.

»Nosotros somos los responsables de esta crisis. Cautivados por las falsas promesas de un enemigo plenipotenciario, hemos permitido que nuestra determinación se debilite. Nos hemos permitido tener fe en las mejores virtudes de nuestro enemigo y en que la paz con los tiranos es posible.

»Esa mentira, por muy seductora que fuera, ha demostrado ser una cruel maquinación del arte de gobernar diseñada, perpetrada y ejecutada por la recientemente designada dictadora de la Sociedad Remanente, Atalantia au Grimmus, hija del Señor de la Ceniza. Bajo su hechizo, nos comprometimos con los agentes de la tiranía. Le dimos la espalda a nuestro general más excelso, a la espada que rompió las cadenas de la esclavitud, y le exigimos que aceptara una paz que él sabía falsa.

»Cuando se negó, le gritamos «¡Traidor! ¡Tirano! ¡Belicista!». Por temor a él, trajimos de vuelta a los efectivos de la Guardia Doméstica de la Flota Blanca desde Mercurio hasta la Luna. Dejamos a la emperadora Aquarii despojada de la mitad de sus fuerzas, expuesta, vulnerable. Ahora, su flota, la flota que liberó todos nuestros hogares, está suspendida en el espacio convertida en despojos. Doscientas de vuestras naves de guerra destruidas. Miles de vuestros marineros asesinados. Millones de vuestros hermanos y hermanas abandonados en una esfera hostil. Miles de billones de vuestras riquezas desperdiciados. Y no en virtud de las armas enemigas, sino por las peleas de vuestro Senado.

»A lo largo de estos últimos meses, en los pasillos del Nuevo Foro, en las calles de Hiperión, en los canales de noticias de toda nuestra República, he oído decir que deberíamos abandonar a estos hijos e hijas de la libertad, a estas Legiones Libres. He oído que se referían a ellas, en público, sin vergüenza, como las «Legiones Perdidas». Las habéis dado por perdidas a pesar de la valentía de la que han hecho gala, de la resistencia que han mostrado, de los horrores que han sufrido por vosotros. Las habéis dado por perdidas porque tememos que renunciar a nuestras naves provoque la invasión de nuestros mundos natales. Porque tememos volver a ver el hierro de la Sociedad sobre nuestros cielos. Porque tememos arriesgar las comodidades y libertades que los hombres y mujeres de las Legiones Libres ganaron para nosotros con su sangre...

»Os diré lo que temo yo. ¡Temo que el tiempo haya diluido nuestro sueño! ¡Temo que, rodeados de comodidades, creamos que la libertad está garantizada por su propia naturaleza! —Me inclino hacia delante—. Temo que la mansedumbre de nuestra determinación, las disputas y las murmuraciones de las que tan decadentemente nos hemos atiborrado, nos priven de la voluntad unitaria que hizo avanzar el mundo hacia un lugar más ecuánime, en el que el respeto a la justicia y a la libertad ha encontrado un punto de apoyo por primera vez en un milenio.

»Temo que en esta desunión nos hundamos de nuevo en la terrible época de la que escapamos, y que la nueva edad oscura sea más cruel, más siniestra y más prolongada por causa de la malicia que hemos despertado en nuestros enemigos.

»Os conmino, pueblo de la República, a permanecer unidos. A que les supliquéis a vuestros senadores que rechacen el miedo. A que rechacéis este letargo de interés propio. A que no tembléis con miedo primario ante la idea de una invasión, a que no dejéis que vuestros senadores acaparen vuestras riquezas para sí y se escondan detrás de vuestras naves de guerra, sino a que convoquéis a los ángeles más iracundos de sus espíritus y enviéis todo el poderío de la República a derribar los motores de la tiranía y de la opresión del cielo de Mercurio y a rescatar a nuestras Legiones Libres.

En ese momento, a trescientos ochenta y cuatro mil kilómetros de mi corazón, en órbita a unos mil kilómetros por encima del rebelde continente de Pacífica del Sur, los proyectiles envueltos en el polímero antidetección de Industrias Sol se lanzan al vacío a trescientos veinte mil kilómetros por hora hacia Mercurio, cargados no de muerte, sino de suministros, de medicamentos para la radiación, de máquinas de guerra y, si mi esposo está vivo, de un mensaje de esperanza.

«No te hemos abandonado. Iré por ti.

»Hasta entonces, aguanta, mi amor. Aguanta».

PRÓLOGO

Dos meses antes

DARROW

Rojo sangre

Un cementerio de barcos de guerra de la República flota a la sombra de Mercurio.

De la triunfante Flota Blanca que liberó la Luna, la Tierra y Marte no quedan más que fragmentos retorcidos y oquedades ennegrecidas. Destruidas por la potencia de la Armada de la Ceniza, las naves rotas giran en órbita alrededor del planeta que liberaron hace solo unos meses. Ya no están llenas de marineros de Marte y legionarios leales al sueño de Eo, sino que sus salas frías están desnudas por completo y pobladas únicamente por los muertos.

Esta es la última carcajada del Señor de la Ceniza, y el debut de su heredera.

Cuando Apolonio, Sevro y yo asesinamos al caudillo quemándolo en su cama de Venus, su hija Atalantia salió de debajo de la sombra del viejo para asumir su cargo de dictador. Consiguió llevarse a la mayor parte de su armada lejos de Venus y utilizó la distorsión de los sensores que provocaba la radiación del sol para emboscar a la Flota Blanca en la órbita de Mercurio.

Orión, la comandante de mi flota y la mejor estratega naval de la República, ni siquiera los vio venir. Fue una masacre, y llegué tres semanas tarde para detenerla. Las frenéticas llamadas de socorro de mis amigos me torturaron mientras cruzaba el vacío, alejándome cada vez más de mi hijo y de mi esposa, en dirección al caos.

Puede que la Flota Blanca haya desaparecido, pero las Legiones Libres que enviaron a Mercurio no han muerto todavía. Pronto me uniré a ellas en la superficie del planeta, pero antes tengo trabajo que hacer.

Sería más fácil con Sevro a mi lado. Todo lo violento lo es.

Oigo mi respiración rasposa en el interior de mi traje resistente al vacío mientras cruzo el cementerio. Aterrizo posándome con sigilo sobre el espinazo roto de un acorazado de la República, gracias a mis botas magnéticas, y me asomo a la gran fisura del casco para comprobar el progreso de mi lancero. La herida del casco tiene treinta cubiertas de profundidad. Los desechos flotan en la oscuridad: pedazos de metal, colchones, cafeteras, globos congelados de los fluidos de las máquinas y extremidades cortadas. Ni rastro de Alexandar.

El cadáver rígido de un marinero pertrechado con un equipo de mecánico se eleva con los pies por delante. Tiene las piernas solidificadas en un solo muñón retorcido debido al calor de una explosión de partículas. La boca se le ha quedado encajada en un grito silencioso, como si quisiera preguntarme: «¿Dónde estabas cuando llegó el enemigo? ¿Dónde estaba el Segador al que juré seguir?».

Le mintieron sus enemigos, sus aliados, él mismo.

Mientras el Senado de la República se engañaba creyendo que podía alcanzar la paz con los señores de la guerra fascistas, yo fingía que matar al Señor de la Ceniza pondría fin a la guerra en nuestro tiempo. Que tenía la llave para abrir un futuro en el que podría dejar el falce y regresar con mi hijo y mi esposa para ser padre y marido. Mi desesperación me llevó a creerme esa mentira. La ingenuidad del Senado los llevó a creer a Atalantia. Pero ahora sé la verdad.

La guerra es nuestro tiempo. Sevro pensó que podría escapar de ella. Yo pensé que podría finiquitarla. Pero nuestro enemigo es como la Hidra: si le cortas una cabeza, surgen dos más. No reclamarán la paz. No se rendirán. Debemos extirparles el corazón, machacar su voluntad de luchar hasta convertirla en un polvo finísimo.

Solo entonces habrá paz.

Unas luces parpadean en el abismo que se abre bajo mis pies. Unos minutos más tarde, un dorado ataviado con un evacutraje se propulsa hacia arriba y aterriza a mi lado en el casco. Por miedo a los sensores enemigos, pega su protector facial al mío para proporcionarles un medio a sus ondas sonoras.

—El reactor está preparado y a punto para la necromancia.

—Bien hecho, Alexandar.

Asiente con estoicismo.

El joven soldado ya no es el chico bisoño e inseguro que entró a mi servicio como lancero hace cuatro años. Tras la guerra, la mayoría de los hombres se empequeñecen. Algunos por el desgarro de la carne. Otros por la pérdida de compañeros. Hay quienes por la pérdida de autonomía. Pero la mayoría por la vergüenza de descubrir su propia impotencia. Confrontados con el horror, sus sueños sobre el destino se derrumban. Solo unos cuantos malditos disfrutan de la oscura emoción de descubrir que son asesinos por naturaleza.

Alexandar es un asesino. Ha demostrado ser el digno heredero del legado de su abuelo, Lorn au Arcos. Y yo he empezado a preguntarme si heredará mi carga. Él solo detuvo la marea sobre lo alto de la aguja del Señor de la Ceniza cuando a Thraxa, a Sevro y a mí nos tenían arrodillados. Aquello despertó su hambre. Ahora ansía vengarse de Atalantia por la masacre de nuestra flota.

Echo de menos tener un propósito tan puro.

¿Cómo era aquello que dijo Lorn una vez? «Los viejos se enfurecen de maneras más frías, porque solo ellos deciden cómo prescindir de los jóvenes».

¿De cuántos más debo prescindir? ¿Cuánto vale la vida de Alexandar? ¿Cuánto vale la mía? Como si buscara la respuesta, miro a mi derecha. Más allá del casco del acorazado que flota a la deriva, el confín oriental de Mercurio palpita como una guadaña fundida.

El planeta es poco más grande que la Luna, pero visto tan de cerca parece un gigante. Las sombras de un dragaminas de la Sociedad pasan proyectándose sobre su superficie. Está buscando las minas atómicas que Orión sembró en la órbita para cubrir la frenética retirada de nuestro ejército tras la emboscada de Atalantia. Quedan pocas. Y cuando desaparezcan, solo los escudos troposféricos que resguardan el preciado continente de Helios impedirán la ira de la Armada de la Ceniza. Las naves negras merodean alrededor del cementerio, fuera del alcance de los cañones de tierra de la República, esperando para lanzar una Lluvia de Hierro contra mi ejército abandonado.

Cuando los escudos caigan, también lo hará el planeta.

Diez millones de mis hermanos y hermanas se enfrentarán a la aniquilación.

Por eso ha venido Atalantia. Para destruir a la Flota Blanca. Para matar a las Legiones Libres. Para recuperar Mercurio y alimentar con sus metales y fábricas la máquina de guerra de los dorados en Venus, para prepararse para un único e irresistible embate hacia el corazón de la República.

Un láser diminuto titila contra el casco entre los pies de Alexandar. Pego mi casco al suyo otra vez.

—La están moviendo —le digo. Se le endurece la mirada—. Hora de marcharse.

Juntos, nos impulsamos desde el acorazado y volvemos a flotar por el cementerio. Atravesamos mares de cadáveres congelados y de alas ligeras destrozados hasta aterrizar a dos kilómetros de nuestro punto de partida, en el fuselaje roto de una nave antorcha reventada. Avanzamos dando saltitos por su superficie y llegamos a un hangar oscuro. Dentro hay un prototipo de lanzadera negra, la Nigromante, la lanzadera interplanetaria personal del Señor de la Ceniza. La robé de su fortaleza y navegué en ella desde Venus hasta Mercurio. Hoy la obligaré a hacer honor a su nombre.

—Oso Hormiguero a Tango Oscuro, ¿me recibes?

La voz del Caballero del Miedo es fría e inteligente cuando resuena por los altavoces de la zona de carga de la Nigromante. La voz se corresponde con el hombre. Atlas au Raa, el mariscal de campo más eficaz de Atalantia, está a años luz de su honorable hermano, Rómulo. Implantado en la superficie con sus guerrilleros de la Legión Cero, Atlas siembra el caos detrás de nuestras líneas y es el responsable de que haya tardado tanto en reunirme con mi ejército. Mis hombres ni siquiera saben que estoy aquí. Pero el enemigo tampoco.

La Armada de la Ceniza tenía bloqueado el planeta cuando llegué a Mercurio hace tres semanas. Por suerte, las capacidades de ocultación de la Nigromante son las más avanzadas de la armada de la Sociedad, y el campo de escombros veló nuestra aproximación.

Escondido en el cementerio, me he servido del software de descifrado de la Nigromante para espiar la correspondencia del Caballero del Miedo. Da parte de sus horrores, de sus empalamientos, de sus mutilaciones, con el desapego de un médico que administra medicamentos a un paciente. Hoy comenta un asunto diferente:

—Aquí Tango Oscuro, adelante Oso Hormiguero.

Una fina voz de cobre responde por Atalantia. Algún siniestro administrador de operaciones encubiertas desde la nave Annihilo.

—Esclavo Dos está empaquetado y listo para la entrega —dice Atlas despacio—. Medusa de Sangre a punto. La pista de baile parece abarrotada, confirmad la llegada de acompañantes y la doble guardia de la carabina.

—Recalada confirmada. Acompañantes: Amor, Muerte y Tormenta entregados en tiza, menos veinte. Tiempo estimado de llegada al apretón de manos cuarenta minutos. Doble guardia de la carabina preparada. Solicito confirmación del apretón de manos de acompañantes. Entrega activada a la espera de su orden.

—Recibido. Confirmaré el apretón de manos. Oso Hormiguero finaliza la comunicación.

El audio se desactiva.

Esclavo Dos es como llaman a mi amiga. Desde el día en que Sevro y yo secuestramos la nave de Orión en nuestra huida sobre la Luna, la azul ha sido mi confidente, mi fiel aliada, mi gracia salvadora contra la increíble sofisticación de los pretores navales dorados. Ahora ella es su prisionera.

«Esclavo Dos». Qué hijos de puta.

Antes de que llegáramos, el Caballero del Miedo secuestró a Orión en su cuartel general de Tyche, la capital de Mercurio. Masacraron a su guardia personal y dejaron sus dedos sobre su cama para burlarse de las Legiones Libres.

A pesar de no poder ponerla en órbita, el Caballero del Miedo se las ingenió para mantenerse un paso por delante de los rastreadores que mis comandantes enviaron tras ella. Escuché los informes en los que ese cabrón explicaba que había desollado vivos a varios de ellos y las torturas que se le estaban infligiendo a Orión en sus bases escondidas en las montañas. Hoy pretende trasladarla a la órbita para que se enfrente a las arcanas psicotécnicas de Atalantia. Será una extracción neural, una ciencia en la que solo mi esposa la iguala. Puede que Orión haya resistido a la tortura, pero cuando Atalantia descascare una por una las capas de su mente, la arquitectura de defensa planetaria de la República quedará al descubierto.

No puedo permitir que eso suceda.

—Capullos fascistas —murmura Rhonna, mi sobrina, y señala con sus guantes sinápticos en dirección a Alexandar.

—Fueron los campesinos rojos chamuscados quienes entregaron a Orión. No los dorados —dice Alexandar mientras talla con su filo un halcón de guerra en la gigantesca cabeza de Thraxa au Telemanus.

Es igual que el mío. Thraxa lo admira en el reflejo de su martillo de guerra labrado: Muchachita.

—Todo el planeta está lleno de capullos —replica Rhonna—. Deberías plantearte comprarte una villa aquí, princesa.

Él le lanza un beso a modo de respuesta.

—Al menos Atalantia tiene algo de estilo —dice Colloway en tono perezoso. Nunca ha sido de los que malgastan esfuerzos, así que el mejor piloto de combate de la República está tumbado encima de un baúl de armaduras de pulsos mientras se fuma un cisco. Sus esbeltas extremidades se desparraman en todas direcciones mientras, con aire distraído, contempla las volutas de humo con sus ojos de color azul pálido—. ¿Os acordáis de Martillo de Miedo y Flagelo de Luz? Por Júpiter, el tufo al Señor de la Ceniza te irritaba la nariz. Apuesto a que él no la llamaba nariz. Seguro que la llamaba Devoradora de Aire o Consumidora de Gas Vital...

La Muchachita de Thraxa golpea la cubierta y deja dos socavones en el suelo.

Todo el mundo guarda silencio.

Mi asesina más destacada tiene ansias de batalla. Thraxa lleva la cara pintada de naranja. Tiene el cuello, del grosor de un muslo, echado hacia delante como el de un semental de sangre solar en el cajón de salida del hipódromo. Mientras que yo me arrepiento de mi gusto por la violencia a causa del típico sentimiento de culpa de los rojos, la dorada de sangre antigua se regodea en su furor. No en la gloria que Casio amaba, ni en la noble lucha que persigue Alexandar, ni en la venganza catártica que Sevro necesita, sino en la esencia primordial de la propia batalla. Thraxa nunca está más viva que después de treinta días en el campo, llena de llagas costrosas de la silla de montar y de sudor, cazando a hombres que nunca han sido presas.

«Me gusta matar a la gente que no me gusta —dijo una vez cuando Pax le preguntó por qué me sigue—. Y tu papá los atrae como moscas».

Inspecciono al resto de mis escasas fuerzas. Todos excepto Colloway llevan el halcón de guerra que Sevro hizo famoso. Alexandar, Colloway y Thraxa están listos. ¿Y Rhonna y Deslenguado? El viejo obsidiano está sentado en el suelo con las piernas cruzadas.

Tras pasar de guardia de prisión a prisionero y después a un insólito activo, Deslenguado demostró su valía en la isla del Señor de la Ceniza. Es un verdadero patriota de la República, pero me da miedo que no esté preparado para lo que se aproxima. Me da miedo que no lo estemos. Sin el compañero de Sefi, Valdir, y sus obsidianos; sin Sevro, Victra, Guijarro, Payaso y Holiday, la compañía parece más pequeña de lo que debería. Me faltan mis mejores armas y amigos.

—El enemigo está en movimiento —digo—. El Caballero del Miedo intentará entregar a Orión en el Annihilo dentro de menos de una hora. Si podemos rescatarla, lo haremos. Si no, liquidamos. No obtendrán esa información. —Los miro uno por uno a los ojos para valorar su voluntad—. Ya conocéis el plan. Todos disponéis de autorización para matar. Recordad por qué estamos aquí. Nuestra misión no es salvarnos a nosotros mismos. Es proteger la República a cualquier precio.

Asienten con la cabeza, pero me pregunto si entienden hasta qué punto espero que defiendan ese principio. Habrá algunos que serán engañados por sus conciencias para que den prioridad a otros.

Necesito un núcleo en el que pueda confiar.

—Los datos sugieren que nos encontraremos con al menos tres Caballeros Olímpicos y con agentes de las Gorgonas. —Las Gorgonas conforman la legión de operaciones encubiertas del Caballero del Miedo. Sus filas están compuestas por dorados deshonrados en los Institutos y por grises y obsidianos con tendencias antisociales consideradas corrosivas para el espíritu de lucha de las legiones normales—. Nadie se enfrentará a un Olímpico a menos que esté conmigo.

—¿Estará allí el propio Miedo? —pregunta Thraxa.

—Se llama Atlas —respondo—. Es muy posible, pero dudo que Atalantia renuncie a su mejor agente en tierra antes de la Lluvia. Pero enviará a Áyax.

Alexandar y Thraxa se tensan.

—¿Tenemos confirmación de Muecas? —pregunta Rhonna.

—Muecas sigue callado —contesto. Mi sobrina baja la mirada, temerosa de que el hombre esté muerto. Es probable, ya que nuestro único topo en el Annihilo no nos advirtió de la emboscada de Atalantia—. ¿Alguna otra pregunta? —Ninguna. Un innovador cambio de escenario—. Bien. A vuestros puestos. Recuperemos a nuestra chica.

Rhonna coge su saco de vacío, choca el puño con Char y con Deslenguado y se desliza por la escalera hacia el hangar de los caparazones estelares. Siento una punzada de culpa. Le dije a mi hermano que la mantendría a salvo. Si no estuviera tan falto de personal, me inventaría una razón para que no saliera de la Nigromante. Pero por Orión merece la pena arriesgar incluso a mi sobrina, sobre todo teniendo en cuenta que es posible que su papel de hoy sea aún más importante que el mío.

Agarro a Alexandar del brazo mientras los demás van saliendo y señalo el sello de pintura de Thraxa. Le pido que haga los honores.

—Sé que estabas unido a Kalindora —le digo mientras coge el artilugio.

Él asiente con la cabeza cuando menciono a la Caballera del Amor, la hermana menor de su madre, y comienza a trastear con las opciones del sello de pintura.

—Pasaba todos los veranos con nosotros en el Elíseo, siempre rogándole al abuelo que la entrenara. Pero era la mejor amiga de Atalantia y Anastasia, y Lorn no quería proporcionarle otra arma a Octavia. —Alexandar levanta la mirada—. Cuando mi abuelo se llevó la casa a Europa, ella eligió a su soberana por encima de su familia. Kalindora ya no es de mi sangre. —Me apunta a la cara con la pistola de pintura—. ¿Qué va a ser? Negro Trasgo, azul valquirio, púrpura Minotauro, jade Julii...

—Rojo sangre.

Otra vez en el tubo escupidor.

Esperando la matanza.

Odio esta parte.

Una mente en movimiento siempre está alimentada. En reposo, la mía se devora a sí misma.

¿Cuántas veces he estado aquí, sellado en un vientre de metal no para nacer, sino para comerme a los vivos? El confinamiento me colma de terror. Terror no a lo que me espera más abajo —nunca puedes estar preparado para ese juego—, sino a que esta sea mi tumba eterna.

Castigado a vivir para matar. ¿Seré siempre esta persona?

¿Es esta la vida que anhelo? ¿Amanecer antes que el sol? ¿Sonreír ante los chistes de pollas y pedos de los asesinos, que cada vez son más jóvenes mientras que yo cada vez soy más viejo? ¿Dormir debajo de tanques, en ciudades destrozadas, entre los cadáveres?

Ya no creo en el Valle. Yo soy el muerto viviente.

Pobres de los que se cruzan con mi sombra.

Echo de menos la promesa de la vida. El olor de la lluvia. El murmullo de las olas en la orilla. El ruido de una casa abarrotada. Esa es una vida que he alquilado, pero que nunca he poseído.

Mi esposa e hijo son reales. No fantasmas en mi cabeza. Ahora mismo están ahí fuera, respirando. ¿Dónde estás, Pax? ¿Luce el sol por donde caminas? ¿Tienes miedo? ¿Te ha encontrado tu madre? ¿Tu tío? ¿Te preguntas si tu padre volverá? ¿Lo odias por haberse marchado? ¿Lo entenderás alguna vez?

He robado pedazos de él y de su madre, por los que pido rescate, y prometido que regresaré algún día. Sé que es mentira. Mercurio será mi fin.

Busco la llave de Pax, olvidando que la guardé en mi equipaje hace tres semanas. Mis pensamientos se desvían hacia su madre. Al contrario que Sevro, Virginia no me acusó de negligencia paterna. Ella conoce las fuerzas desgarradoras que actúan en mi corazón. ¿Cómo puedo ser el padre de Pax si abandono a los millones que eligieron seguirme a la Luna? La responsabilidad hacia muchos pesa más que la responsabilidad hacia uno, aunque eso me rompa por dentro. Me siento solo sabiendo que Sevro no haría ese sacrificio. ¿Estoy solo en mi convencimiento o es que he perdido la cabeza?

Mi esposa y yo mantuvimos correspondencia durante mi travesía de Venus a Mercurio, antes de que tuviera que enmascararme al acercarme al planeta. Ahora es demasiado peligroso. Reproduzco las últimas palabras de su mensaje final. Su voz retumba en mi casco. «Confía en que tu esposa encontrará a nuestro hijo. Confía en que tu soberana enviará a la armada. Confía en mí lo suficiente para conservar la vida».

Confío en mi esposa. No confío en mi soberana.

Encontrará a Pax con la ayuda de Victra y Sevro. Pero no habrá ninguna flota de rescate que venga por mi ejército abandonado. La mayoría ha olvidado que el falce de mi pueblo no se creó para matar víboras. Se creó para cercenar los miembros de los mineros atrapados. Mi antiguo mentor, Dancer, no lo ha olvidado. Ahora es el principal senador del movimiento Vox Populi, y nos amputará para salvar la República.

Es lo que espera Atalantia. Si arrasa aquí a las Legiones Libres, si alimenta su máquina de guerra con los recursos de Mercurio, ¿quién podrá igualarla a ella en el espacio y a Atlas y a los comandantes de la Legión de la Ceniza en tierra cuando carguen contra mi madre, mi hermano, mi hermana, mi hijo, mi esposa, mis amigos, mi hogar?

No sobreviviré a Mercurio, ya lo sé. Las Legiones Libres no sobrevivirán a Mercurio. Pero podemos hacer que Atalantia pague tan cara nuestra muerte que le rompamos el espinazo al ejército dorado y garanticemos una oportunidad a nuestra familia, a nuestra República y su frágil sueño.

Guardo la cara de mi esposa, igual que guardé la llave de la gravimoto de mi hijo —que el propio Pax me entregó cuando partí hacia Mercurio—, y me quedo mirando la luz roja hasta que el intercomunicador del enemigo cobra vida.

—Oso Hormiguero a Tango Oscuro. Apretón de manos de los acompañantes confirmado. Vamos en tres, dos...

La furia se despliega en el planeta con una chispa. Una fragata solitaria se eleva desde un hangar escondido en las montañas del desierto. La sigue una escolta de seis alas ligeras de las Gorgonas que vuela bajo sobre el desierto en dirección al Mar de Sycorax, que queda fuera del alcance de los escudos de tierra. En órbita sobre el planeta, cinco acorazados liderados por el Annihilo de Atalantia se precipitan hacia el hemisferio occidental.

Las naves de la Legión Libre responden formando estelas sobre el mar. La fuerza de ataque de Atalantia bombardea una pequeña zona desprotegida del planeta. Los cañones de tierra contraatacan al mismo tiempo que los escuadrones de la República se acercan a la corbeta que escapa. Varios alas ligeras de la Sociedad descienden del Annihilo. Va a montarse un buen fiestón en el hemisferio occidental.

Nosotros no asistiremos. Y los Caballeros Olímpicos tampoco.

Mientras la batalla se desarrolla en segundo plano, sigo el escrutinio del Yermo de Ladón que Colloway está llevando a cabo.

—Veo una sombra en el Ladón oriental. Ese es nuestro pájaro. Una corbeta de clase Hermes.

—Espera a que entre en el campo de despojos. —Como no podía ser de otra manera, la corbeta no muestra ni el más mínimo interés por la refriega que se ha organizado en el hemisferio occidental. Perfora la órbita por el hemisferio oriental y se encamina a toda velocidad hacia el cinturón de escombros—. Char, atácalos.

—Fuegos artificiales de iones.

Mil toneladas de artilugios y armamento de alta calidad cobran vida en el hueco del destructor muerto. Los amortiguadores de inercia palpitan cuando la Nigromante sale de su escondite como una exhalación.

—El mentón al cuello —les recuerdo a mis Aulladores mientras Colloway serpentea por el cementerio hacia nuestra presa. Aún no nos han avistado entre los escombros—. Yo soy la punta de la lanza. Moveos a mi ritmo. Matad a todos los hostiles. La velocidad lo es todo. Si paramos, morimos.

Se produce una sacudida cuando nuestra nave golpea unos cascotes. Veo una línea abierta entre Alex y Rhonna. Me conecto a ella.

—Pues espero que este merezca la capa de lobo —dice Alexandar.

—Bah, nos hará morir cachorros —responde Rhonna—. Mantente alerta, princesa.

—Y tú, roñosa.

Me desconecto.

—Objetivo a la vista —dice Colloway con voz monótona—. Pichas y rajas, atentos a vuestras partes delicadas, escupitajo inminente.

La nave retumba cuando sus cañones comienzan a disparar. Nos han visto. Ahora esto se ha convertido en una carrera a través del campo de despojos hacia la armada que los espera. Giramos como una peonza. La artillería rebota cuando la Medusa de Sangre devuelve el fuego. Los segundos se espesan. Todos y cada uno de ellos ponen a prueba mi paciencia. Tres semanas llevo esperando. Tres semanas en la oscuridad. Tres semanas de tormento. Tres semanas hasta esta masacre.

Una carga magnética se acumula a mi espalda.

Las luces se ponen verdes.

Amarillas.

Rojas.

La gravedad me saluda.

Salgo disparado del escupidor.

Impulso, y luz solar, y metal que gira. Nuestra presa se lanza en barrena entre los fragmentos de una nave antorcha sin dejar de intercambiar disparos con la Nigromante. Colloway se pega a su cola como una sombra malvada.

Las huellas de los Aulladores se pierden entre los cascotes. Me hago con el control de los propulsores laterales de mi traje, me acoplo a la corbeta y confío en que mi equipo me siga. Faltan quinientos metros. Los despojos pasan a toda prisa. Los glóbulos de sangre y agua congelada salidos de los almacenes de las naves se vuelven borrosos. Los monitores que controlan el ritmo cardíaco de mis Aulladores resuenan como un martillo neumático mientras intentan mantener el ritmo.

—Uníos a mí —digo yo—. Uníos.

En su desesperación por escapar de la Nigromante, la Medusa está a punto de chocar con el bloque del motor de un destructor. Acelera a fondo sus propulsores de estribor y gira en ángulo recto. Muy buen piloto. Pero los hombres del interior se estrellarán contra las paredes si no van asegurados.

Aprovecho la oportunidad.

—Grieta —digo mientras activo las gravibotas y salto hacia delante.

El casco de la Medusa se hace más grande. Apunto a su línea central y dirijo a Colloway hacia el punto en el que debe abrir la grieta.

Una rabia sistémica se acumula en mí mientras me preparo para el contacto.

Atalantia pensaba que podría arrebatarme a mi emperadora.

Que su Caballero del Miedo podría quedarse con mi amiga y utilizarla como un juguete para la tortura.

Que me limitaría a volver corriendo a la Luna y dejaría morir a mis hombres.

Que podría robarme a mi hijo y no habría consecuencias.

Bueno, aquí estoy, zorra desviada. Aquí estoy, maldita sea.

La puta consecuencia.

—Cinco segundos para la grieta.

El casco de la corbeta se abre con un desgarro cuando Colloway lanza un disparo milagroso que da en el blanco. Su cabeza explosiva expele una red de choque molecular.

Dos segundos.

Uno.

«Grieta».

Perforo el agujero fundido. La mancha negra de la red de choque molecular se expande como un hongo brillante que se replica.

Choco contra la red. Atravieso el protector bucal con los dientes. Me laten todos los órganos internos. La red ha absorbido mi impacto, pero enseguida se convierte en un lastre, tal como nos advirtió Alexandar. Sella la grieta y me atrapa cabeza abajo en su abrazo. No alcanzo el agente de dispersión que llevo en el muslo de la armadura de pulsos.

La red continúa propagándose y yo solo veo oscuridad. Enemigos enmascarados provistos de maltrecho equipamiento desértico se arrastran por ella. Hace un momento, las Gorgonas salían despedidas por la brecha hacia el espacio. Ahora están tan atrapadas como yo. No llego al filo que llevo en la muñeca. A menos de medio metro, un obsidiano quemado por el sol y con los ojos cromados del desierto me apunta a la cabeza con una pistola. Aparto el cañón y, ralentizado por la red, le clavo la mano izquierda en el estómago hasta que la carne cede. Grita cuando le meto los dedos por debajo de la caja torácica y le aprieto el hígado.

—Informad —ladro.

—Aullador Tres —dice Thraxa—. Contacto enemigo, liberando contraagente.

—Cachorro Dos. Aterrizada —dice Rhonna—. Empiezo a taladrar a tu señal.

—¿Cachorro Uno? ¿Deslenguado?

El crujido de la estática es la única respuesta.

Se forman burbujas en la red de choque. Thraxa ha liberado el contraagente. La red se diluye hasta formar una sopa negra que sisea sobre la cubierta. Desprende cortinas de vapor que se elevan. Por fin libre, mi armadura resuena contra el suelo, a pesar de que continúo teniendo la mano dentro del esclavallero vociferante. Saco el filo y se lo hundo en la cara.

Otros se mueven entre el vapor mientras él convulsiona. Seis enemigos, todos viniendo hacia mí. Intento ponerme en pie. Luego, una por una, las seis formas se dividen en doce. Una figura esbelta se desliza entre todas ellas como un bailarín de Lico.

—Cachorro Uno, presente.

Alexandar, que acaba de bisecar a media docena de los mejores hombres del Caballero del Miedo, hinca una rodilla ante mí. Limpia la sangre de la hoja de su familia y me ayuda a levantarme.

El agujero que el disparo de Colloway ha hecho en el barco tiene tres cubiertas de profundidad. Las chispas de los instrumentos rotos restallan. La armadura molecular del casco de la nave traquetea al sellar la grieta detrás de nosotros. Nos encierra.

Deslenguado emite un clic por el comunicador y aparece dos cubiertas más abajo. Se propulsa hacia arriba y monta el cañón de alas ligeras que Rhonna y él rescataron del cementerio; después, se engancha el arma del tamaño de un hombre al exoesqueleto casero de la armadura. Thraxa se despega de una pared destrozada. Su casco de combate con forma de zorro está abollado. Un afilado trozo de metal le atraviesa la parte inferior del vientre y sale por la parte posterior de su armadura. Dobla los extremos del fragmento de metal hacia abajo y vuelve la cabeza hacia el ruido de los enemigos que suben desde las cubiertas inferiores y bajan por el pasillo principal.

Lanzo una granada hacia las cubiertas inferiores. Estalla una luz blanca y se oye el fragor de una sacudida. Me asomo al pasillo principal.

Varios hombres enmascarados y ataviados con equipamiento táctico avanzan como un organismo encorvado por el pasillo. Echo la cabeza hacia atrás justo en el momento en que las balas roen la pared y esta comienza a derretirse.

—Deslenguado, enséñales a lamerse las heridas.

Deslenguado proyecta hacia delante el cañón de alas ligeras apoyándolo en su brazo hidráulico mientras Thraxa lo sujeta desde atrás. El cañón está diseñado para atacar barcos, no hombres. Entre alaridos, el arma arroja toroides de energía por el pasillo y hace que el obsidiano se empotre contra Thraxa. La tasa de fotogramas por segundo del mundo empieza a parpadear. Detrás de Deslenguado, Thraxa saca su martillo de la funda magnética donde lo guarda. Alexandar me saluda con su hoja y se vuelve hacia el pasillo principal.

Una carnicería caleidoscópica se despliega ante nosotros.

—Cachorro Dos, a taladrar —le digo a Rhonna.

—Recibido.

—Invertíos —ordeno. Todos excepto Deslenguado levantan las botas hacia el techo—. A cien metros del paquete. Adelante.

Cargamos a la estela de la vorágine de Deslenguado. Todo está al revés. El aire reverbera de calor. El suelo está atestado de partes humeantes de cuerpos. Las puertas semifundidas se ladean. El pasillo principal recorre la columna vertebral de la nave. Es la ruta más directa hacia las celdas de la prisión. Pero también implica que nos atacarán por ambos flancos en cuestión de segundos. Debemos abrirnos paso como sea o todo dependerá de Rhonna.

Hay una mancha al final del pasillo. Los drones nos persiguen aullando y escupiendo municiones. Los tres avanzamos con nuestros puños de pulsos. La metralla tintinea por todas partes. Y entonces las Gorgonas se apuntan al juego.

Decenas de guerrilleros de élite disparan desde las esquinas, pero nosotros rodamos por el techo como una bola de demolición invertida, hecha de energía, filos y martillos.

Disparo a quemarropa contra el pecho de una Gorgona, y de paso mato al hombre con armadura que tiene detrás. El tercero se retuerce de una forma imposible y me lanza tres tiros a la cabeza. Pero ya lo he dejado atrás y estoy disparando a un obsidiano con mi puño.

Una granada de rastreo choca contra mi muslo derecho. La corto con mi filo y Alexandar le da una patada. Explota diez metros por delante de nosotros y nos desplaza hacia atrás.

—Avanzad.

Yo era un asesino a los dieciséis años. Un caudillo a los veinte. Pero mi yo más joven no era esto. Aquel Darrow todavía era blando y novato en la guerra. Si él era el sondeainfiernos, yo soy la Garra Perforadora.

Rebano acérrimos veteranos de la Legión Cero como si estuvieran hechos de hojaldre. Aun así, salen a raudales de todos los pasillos. La existencia es humo y fuego. Mi armadura emite pitidos. Las alarmas internas gritan. Conecto y desconecto mis escudos de pulsos para dejar que se enfríen y no me frían. Las Gorgonas no mueren fácilmente, y son demasiadas.

Estamos atrapados. Flanqueados por tres lados y sin poder avanzar. Deslenguado vuelve a disparar hacia el pasillo principal y lo despeja por completo. Algo lo golpea por la derecha. Un agujero humea en su armadura. Se tambalea al mismo tiempo que yo disparo a su agresor y superpongo mis escudos para protegerlo mientras se recupera.

—Cambio.

Alexandar se coloca en cabeza de inmediato y dispara hacia el pasillo. Thraxa gira para relevarlo en su posición anterior. Deslenguado se recupera y ocupa la de la dorada. Alexandar titila por el pasillo como una llama poseída, haciendo restallar su filo en una matanza abyecta, invirtiendo la gravedad mejor que cualquier otro hombre que haya visto, excepto tal vez Sevro. Intenta atravesar la escuadra de expertos que nos impide el paso.

—Penetración del casco —dice Rhonna—. Atravesado.

La escuadra de Gorgonas lleva a cabo una perfecta desactivación de armadura contra Alexandar, al estilo de Flavio. Tres lo inmovilizan con proyectiles eléctricos antes de que llegue hasta ellos, y eso reduce la efectividad de su escudo de pulsos. Dos le disparan balas inmensas que lo aturden hasta casi hacerle perder el sentido. Alexandar se tambalea como un borracho. El centurión le asesta el golpe de gracia. Su bozal parpadea. Tres descargas excavadoras, capaces de penetrar en la armadura, chillan hacia la cabeza de Alexandar.

Thraxa salta hacia delante y las balas chisporrotean cuando rebotan contra su escudo de pulsos intacto. Una de ellas consigue superarlo, le escarba un agujero en el hombro izquierdo y la hace girarse de lado.

—¡Cambio!

Giro para ocupar la posición de Thraxa y me propulso a toda velocidad con mis gravibotas hacia esa maldita escuadra para matarlos a todos. Mientras sus cadáveres gotean de mi armadura y mis amigos luchan a mi espalda, miro por el pasillo lleno de humo y veo un corazón rojo que arde en la oscuridad. Se le suma un cráneo blanco.

Dos siluetas nos bloquean el camino hacia las celdas. Los filos de los Caballeros Olímpicos relucen como dientes. Los emblemas del corazón y el cráneo de su cargo brillan en el peto de sus respectivas armaduras. La Caballera del Amor y el Caballero de la Muerte.

¿Dónde está el Caballero de la Tormenta?

¿Dónde está el único hijo de Aja?

Le ruego a un dios silencioso que no esté con Orión.

Miro a la izquierda, Gorgonas. A la derecha, Gorgonas. Luego me vuelvo hacia atrás y veo ciento cincuenta kilos de depredador alfa agachados en el pasillo, con el casco de combate de leopardo negro y gris bajado para la caza.

Áyax.

—Cachorro Dos, tenemos a los Olímpicos. Tienes el camino despejado. ¡A mí! —ladro.

Despegamos alejándonos de Áyax y hacia Amor y Muerte. Ambos bandos con gravibotas e invirtiendo la gravedad a voluntad. El metal repica cuando chocamos. Muerte y yo nos estampamos contra la pared, el techo, el suelo, destrozando a las Gorgonas que aún llevaban su equipamiento desértico. Disparamos nuestros puños de pulsos a la vez y nos fundimos el uno al otro hasta la inconsciencia. La fuerza nos hace salir despedidos, tambaleándonos, hacia la Caballera del Amor y Alexandar, que se enfrentan en un duelo de hojas mucho más elegante. Alexandar vuelve a Amor hacia Thraxa, que está a punto de completar un tremendo golpe con su martillo. Entonces Muerte impacta contra ella de costado para proteger a su compinche.

Por detrás de ellos, Deslenguado descarga su cañón contra Áyax. Nunca he visto a nadie tan rápido como el hijo de Aja. Va dando botes por el techo hacia Deslenguado y luego se lanza en picado para deslizarse por el suelo tumbado de espaldas y levantando chispas. Como el retroceso del cañón levanta el arma hacia arriba, Deslenguado tarda en volver a apuntar hacia abajo.

Áyax contaba con ello.

Continúa deslizándose más allá de Deslenguado. Hace un gesto rápido con la muñeca. Se detiene y adopta la pose del cortador de raíces del Método del Sauce. Una de las últimas y más complicadas llaves que su madre le habría enseñado antes de que mis amigos y yo la matáramos.

Deslenguado cae dividido en cuatro pedazos, muerto incluso antes de llegar al suelo.

—¡Thraxa! ¡Espérame! —grito cuando la veo cargar contra Áyax.

Es rápida, tan fuerte que parece imposible, dura como una roca. Pero Áyax nació de la impía unión genética de dos estirpes situadas en la cumbre: Raa y Grimmus. La supera en todos los aspectos marciales excepto en la experiencia, y cada vez va adquiriendo más.

Áyax esquiva el martillo de Thraxa con gracia y le asesta dos golpes en la armadura. Ella retrocede, sorprendida por su velocidad. Corro a ayudarla, pero Muerte y Amor han atrapado a Alexandar. Me bloquean el paso. Áyax tiene a Thraxa en el suelo. La golpea en un costado con su propio martillo.

Entro en modo rojo sangre.

Las estocadas de mi filo hacen que me tiemble el brazo cuando le dedico al Caballero de la Muerte toda mi atención. Hace bien en durar siete segundos. La abertura es pequeña y poco elegante. Se topa con un embate arrollador que le llega por encima de la cabeza y, en lugar de absorber el golpe, intenta desviarlo. Se olvida de la curva. Mi hoja no gira y todo mi peso le incrusta la suya en la armadura. Antes de que pueda sacársela, pivoto y le corto la cabeza.

Me doy la vuelta. Áyax estaba quince metros más allá cuando lo vi por última vez. Ahora está a punto de decapitarme al pasar por encima de mí. Esquivo su hoja en el último milisegundo, pero la salva que compartimos haría que a su madre le brillaran los ojos.

Un muy buen asesino puede encadenar una serie de tres movimientos en un ataque: un conjunto de golpes preprogramados y cuidadosamente cultivados de un segundo de duración. Todo el mundo tiene su firma. Casio, que era uno de los cincuenta mejores luchadores con hoja del Núcleo, podía hacer cinco. Una vez vi a Lorn hacer ocho. Áyax hace ocho. No puede decirse que sea tan bueno como Lorn, pero sí igual de rápido; y combatir contra él es como que te sumerjan en agua fría.

Pura conmoción.

Lo cierto es que a estas alturas no veo los movimientos. Ni siquiera mis ojos de dorado son capaces de seguir las hojas a esta velocidad. Cuando desciende para impedirme el paso hacia el bloque de celdas, me ha cortado tres veces. Pero yo a él también. Blande su hoja como un bastón y la Caballera del Amor aprovecha la oportunidad para emparejarse con él y adoptar la formación de combate de la hidra. Alexandar llega cojeando hasta mí. Thraxa gruñe a nuestra espalda mientras avanza a trompicones hacia nosotros.

Los dos bandos nos miramos con fijeza en el estrecho pasillo. Todo el mundo sangra. «Vamos, Rhonna. No quiero pagar este peaje todavía».

—Esperaba que fuera así —dice Áyax desde detrás de su casco. Su voz es casi tan grave como la de su abuelo—. Primero tú. Y luego me abro camino hacia abajo a través de la cadena trófica. Tu esposa. Tu sombra. Tu Belona.

Por más que quiera cortarle las manos izquierda y derecha a Atalantia matando a sus dos mejores caballeros, por más que quiera acabar con Áyax antes de que se convierta en algo que no sea capaz de manejar, morir aquí no termina con la guerra.

Llamo a Rhonna.

—Cachorro Dos, ¿estado? —digo sin apartar la vista de Áyax.

—El paquete está envuelto. Regalo depositado. Acabo de sujetar el cable. Char, cuando quieras, por favor.

—Cagando leches. Las cosas se están poniendo calentitas aquí fuera. Dos destructores y cuatro antorchas en camino.

—Saltando en tres, dos, uno.

Le doy la espalda a Áyax y envuelvo a Alexandar y a Thraxa en un abrazo. Esperaba que mi presencia atrajera a los Caballeros Olímpicos. Todos quieren ser el que acabe conmigo. Aun así, creí que podría superarlos. Pero con los caballeros que tiene el Núcleo últimamente, siempre hay que hacerse una póliza de seguro.

Mientras yo acaparaba su atención, el caparazón estelar de Rhonna ha aterrizado en el casco por detrás del bloque de celdas y mi sobrina lo ha taladrado para sacar a Orión a espaldas de los caballeros.

Duuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuum.

La sección de popa de la nave se volatiliza detrás de Áyax y la Caballera del Amor cuando la bomba de Rhonna estalla. Se abre como unas fauces hacia el espacio y la presión de la nave los arrastra al vacío. Salimos dando tumbos tras ellos hacia el campo de escombros. Todo da vueltas, y lo único que podemos hacer es aferrarnos los unos a los otros. Veo destellos de las naves enemigas que se acercan. Los alas ligeras vuelan en la oscuridad y la Nigromante se precipita hacia nosotros. Justo cuando pienso que va a atropellarnos, se levanta sobre el morro, se pone del revés y nos inhala hacia el interior de su garaje trasero. Las puertas se sellan al instante y nosotros rebotamos como las canicas. El mecanismo de Rhonna está unido al suelo mediante imanes, rodeando una bolsa con los brazos como si fuera un bebé.

Me agarro a un peldaño para alzarme hasta el ventanal justo al mismo tiempo que se activan los reactores que Alexandar y yo trucamos. Una docena de naves muertas se iluminan con un destello repentino. Sus cascos comienzan a desmoronarse desde el interior, y luego los reactores se sobrecargan con una avalancha de luz cegadora.

Los dos destructores atacantes y las naves antorcha zozobran cuando las oleadas de energía atraviesan el cementerio. Los cadáveres de mis cruceros estelares reventados se animan retorciéndose en contorsiones frenéticas. Aúllo con Alexandar y Thraxa cuando los cascos ruinosos se hacen añicos para cubrir nuestra retirada y proyectan cascotes de cien metros en dirección a las naves enemigas que Atalantia había enviado al cementerio.

Desde el otro lado de este, su flota observa cómo arden sus destructores de kilómetros de eslora mientras nosotros rugimos hacia Mercurio. Colloway comunica a todas las naves de la República que el Segador está de vuelta. Necesitamos fuego de cobertura.

Empapado de sudor, bajo al suelo de un salto. Alexandar me ayuda a sacar a Rhonna de su mecanismo. Thraxa esboza una mueca de dolor cuando tira de la bolsa de vacío para liberarla del abrazo del aparato. La depositamos con cuidado en el suelo. Cierro los ojos antes de abrirla. Deslenguado ha muerto por esto. Aunque lo conocía menos de lo que se merecía, hoy habrá salvado más vidas de las que jamás habría imaginado.

Abro la cremallera de la bolsa.

Dentro hay una mujer arrugada con un mono de prisionero y una esfera de oxígeno sellada herméticamente alrededor de la cabeza. Se la quito. Tiene la piel cenicienta. Le falta media cara, es como si se la hubieran comido. Pero sus ojos siguen siendo tan azules como los recordaba. Se le llenan de lágrimas cuando tiende una mano para acariciarme la cara con los muñones de sus dedos. Con los labios hechos jirones y en tono de burla, dice:

—Hail, Segador.

Es la última de duro hierro.

Enseguida irrumpió a ese tiempo, de vena peor,

toda impiedad: huyeron el pudor y la verdad y la confianza,

en cuyo lugar aparecieron los fraudes y los engaños

y las insidias y la fuerza y el amor criminal de poseer.

OVIDIO

Metamorfosis, I, 129-134

1

DARROW

Hasta el Valle

Me alzo en medio de los ciegos. Los ojos nublados de esos rostros destrozados por el sol miran con fijeza hacia la estrella, hacia los obeliscos de piedra, hacia los magros cubitos de proteína que sostienen en las manos ampolladas, hacia el líder que los trajo a este lugar maldito, y no ven más que oscuridad. La artillería de nuestros enemigos les ha frito las retinas.

Estiran las manos para tocar mi capa roja como si fuera a sanarlos. Son rojos, grises, marrones, cobres y los pocos obsidianos que decidieron no acatar la orden de su reina de regresar a la Tierra. Los legionarios sobrevivieron a la emboscada del Caballero del Miedo en el Ladón Occidental solo para convertirse en 2.301 heridos a los que debemos continuar alimentando, suministrando ayuda médica y protegiendo. ¿Por qué iba a matar Atlas au Raa cuando la mutilación da sus frutos? Mis hombres miran a las víctimas vivas con desesperación. Otros vuelven la cabeza hacia otro lado, como si mirarlos pudiera hacerles correr la misma suerte.

Gota a gota, Atlas ennegrece el pigmento de nuestras almas.

Me agacho ante un gris con dos muñones cauterizados en lugar de piernas.

—Tienes pinta de haberte interpuesto entre un Telemanus y una pinta de whisky, legionario.

—Me temo que sí, señor. Ya habría regresado a la batalla, si dispusiéramos del equipo.

Si fuera un dorado o un obsidiano, estaría de vuelta en la batalla antes de que terminara el mes, pero no podemos gastar nuestro casi agotado suministro de prótesis en infantería regular. Sería una mala inversión. Antes pensaba que el mayor pecado de la guerra era la violencia. No lo es. El mayor pecado es que requiere que los hombres buenos se vuelvan prácticos.

—Todavía la veo, señor. Como una sombra fantasma. —El gris se frota los ojos al recordar la antorcha del Caballero del Miedo—. Tan clara como el día. No soy capaz de pegar ojo.

—A mí también me pasa. Pero la próxima vez que abras los ojos, lo que verás será Marte. Eres de Hipólita, ¿verdad?

—Nacido y criado en la ciudad de jade, señor.

—Entonces pronto compartiremos unas ostras y unos puros allí. Te lo prometo.

Le doy una palmadita en el hombro, murmuro algo intrascendente y sigo adelante. Me detengo ante un anciano rojo que lleva una manta fina echada sobre los hombros a pesar del calor. Calvo excepto por una media luna de fino pelo gris, está liando un cisco con facilidad experta. Mueve los ojos de un lado a otro cuando se da cuenta de que estoy allí. Coge una gran bocanada de aire.

—¿Eres tú?

Tiende una mano. La tomo en la mía. El cisco empieza a temblarle en los labios a causa de los nervios. Coloco una mano sobre la suya y le hago un gesto a una mujer para que me lance su anillo encendedor. El extremo del cisco expele volutas de humo cuando le doy fuego al rojo y devuelvo el mechero.

—Parece que has tenido mal día —le digo.

Inhala una calada profunda. Su mano se estabiliza.

—Soy rojo, señor. Llevo ciego la mayor parte de mi vida. Me irá bien. Si hay otras bocas que alimentar, no te preocupes por mí. Yo no muero.

Su acento...

—¿De qué mina eres, legionario?

Sonríe con ganas.