Educar en clase... y en casa - Francesc Nogales - E-Book

Educar en clase... y en casa E-Book

Francesc Nogales

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  • Herausgeber: Plataforma
  • Kategorie: Bildung
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2023
Beschreibung

Una propuesta práctica, realista, viable, que nos invita a abrir las aulas y las escuelas, implicando a las familias y al entorno social. El autor analiza la evolución de los modelos educativos junto a sus vivencias personales, y todo ello acompañado de temas musicales. El libro desgrana siete proyectos educativos aplicables a cualquier escuela y familia; situaciones de aprendizaje en las que el alumnado, las familias y los docentes comparten el conocimiento desde una perspectiva dinámica basada en el servicio social.

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Educar en clase... y en casa

¿Trabajamos juntos?

Francesc Nogales

Prólogo de Pilar Alegría, ministra de Educación y Formación Profesional

Primera edición en esta colección: abril de 2023

© Francesc Vicent Nogales Sancho, 2023

© del prólogo, Pilar Alegría Continente, 2023

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2023

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-19655-21-9

Fotografía de la cubierta: Nuro Visuales

Diseño, realización de cubierta y fotocomposición: Grafime Digital S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

Prólogo de Pilar Alegría1. Infancia. Cambiar de idea no es tan maloLa educación de la que venimos«De pequeño seré…»La educación hacia la que nos dirigimos2. Juventud. Equivocarse es buenoLas cosas que sí conviene mantener en educaciónTaller de matemáticas en familiaTransformar el ambiente de la clase y de la casa3. Madurez. Aprender haciendo y viviendo¿Niños que crean contenidos o niños que consumen contenidos?Reseñamos nuestra lecturaFomentamos la conciencia crítica4. Vejez. Acompañando más allá de la escuelaImpliquemos a los mayores en su educaciónLa mejor herencia no tiene cifras, sino vivenciasSembrando hoy la sombra del mañana

Dedicado a Elena, que es quien convierte la casa en armonía, y a mis hijos, Elena y Saúl, que son la música que hace que la vida sea tan bonita.

Sé poco o nada de libros, sé poco o nada de educación, pero sé mucho de Fran y sé que pone el corazón en todos sus proyectos.Elena

Prólogo

En un momento en que el debate educativo se ha contagiado de la polarización que afecta a muchos de los asuntos de la agenda pública, el libro de Francesc Nogales es un bálsamo de empatía, experiencia y capacidad de comunicación puestas al servicio de explicar cómo es posible mejorar la educación en nuestras aulas.

Es un libro concebido para sus compañeros de profesión —Fran es maestro de Primaria—, pero podría y debería ser leído por cualquiera que se haya preguntado si innovar en educación es una buena idea o deberíamos volver a enseñar «como se ha hecho siempre».

El autor no elude responder a esta cuestión y comprometerse, pero no lo hace parapetándose en teorías pedagógicas, sino compartiendo lo que él ha aprendido a base de prueba y error en sus años de ejercicio. No es poco, porque recientemente Francesc Nogales fue elegido mejor profesor de Primaria de España por los prestigiosos Premios Educa Abanca.

He tenido la suerte de conocerle personalmente y de poder hablar con él largo y tendido sobre los desafíos de nuestro sistema educativo, lo que me ha permitido apreciar su amor por la profesión —es decir, algo más que simple vocación— y su fe inquebrantable en que un profesor motivado puede conseguir que sus alumnos y alumnas tengan en la escuela lo que él llama «vivencias significativas», es decir, situaciones en las que la emoción impulsa la curiosidad que lleva al aprendizaje.

Lo dice en su libro sin ambages: el futuro de la educación no depende de las leyes, sino de cada docente, «del modelo de maestro que queremos ser y de cómo queremos influir en nuestros alumnos». Estamos, pues, ante un texto que es una llamada al orgullo de enseñar, al privilegio de ser un referente para las nuevas generaciones, a lo excepcional que es desempeñar una profesión cuya meta es «ser sembradores de futuro». Pero, al mismo tiempo, es un aviso a los riesgos de estar siempre subido a la tarima, ya que «un profesor que no escucha es un profesor que no sabe lo que ha aprendido».

Le gusta huir de las simplificaciones y de los debates binarios. Cree, en cambio, que hay que mantener los elementos de la educación clásica que siempre han funcionado, y potenciar ideas que den respuesta a las nuevas formas de aprender y acceder al conocimiento. Así, debemos mantener el nivel de exigencia a cada alumno, pero de forma personalizada, de acuerdo con sus necesidades particulares, y prestar atención a los contenidos curriculares, pero también enseñar a los alumnos a crear conocimiento nuevo.

A través de los distintos proyectos educativos que ha realizado durante su carrera, muestra de manera práctica y directa qué es eso de la educación por competencias («la mejor manera de aprender se produce cuando lo que haces tiene una utilidad práctica en tu vida real»), las situaciones de aprendizaje, las nuevas formas de evaluación o el perfil de salida. Cuando las explica Nogales «traducidas» a la vida en su aula ya no hay dudas sobre su significado y pertinencia.

No obstante, quizás el objetivo principal del libro, tal como sugiere su título, es conectar el aula con el entorno y, en particular, con las familias de los alumnos como parte activa de la comunidad educativa y de los procesos de aprendizaje. Familia amplia, por supuesto, ya que reivindica el papel de los abuelos como fuente de sabiduría y conocimiento y convierte a los nietos en celosos guardianes de su memoria.

Agradezco a Francesc Nogales la invitación a escribir este prólogo porque la lectura de su libro es una inyección de esperanza para confiar en la capacidad y motivación de nuestros docentes para dar la mejor educación posible a nuestros hijos. Entretenido, inspirador y acompañado por la banda sonora de grandes estrellas del pop del último medio siglo, es un libro del que todos podemos aprender.

Madrid, diciembre de 2022

PILAR ALEGRÍA CONTINENTE

Ministra de Educación y Formación Profesional

Pink Floyd cantaba que no necesitamos educación…, pero ¿conoces el mensaje real de esa canción?

Sin la educación de la infancia, ni tú ni yo seríamos quienes somos.

Te recomiendo escuchar esta canción mientras lees el capítulo 1.

1.Infancia. Cambiar de idea no es tan malo

La educación de la que venimos

¿Cuántas veces has cambiado de idea a lo largo de tu vida? Espero que hayan sido muchas, ya que una persona de ideas fijas es una persona que no reflexiona ni razona, y la razón es la base de la existencia humana.

Yo no quería ser maestro. Mi infancia fue como la de cualquier niño de la EGB, y soñaba con ser arqueólogo, seguramente influido por Indiana Jones y esa saga de películas que en los ochenta marcaron nuestra infancia.

En mi infancia tuve buenos profesores, pero ninguno de ellos me inspiró a ser docente; en cambio, sí que puedo afirmar que soy la persona que soy gracias a ellos, así como a todas las demás personas que han formado parte de mi vida. No siempre los docentes dejamos huella, pero debemos asegurarnos de que la educación que practicamos sí que lo haga.

Así, por ejemplo, en mi caso no recuerdo cómo ni cuándo empecé a leer, pero sí que me acuerdo, en cambio, de leer El pirata Garrapata, de Juan Muñoz, y de que ese libro me enganchó a la lectura. De hecho, fue uno de los pocos libros que me obligaron a leer en la escuela y que realmente me gustó. Por norma general, los profes mandamos libros y nos creemos que a todos les gustan, pero no es así. Poco después leí Colmillo Blanco, de Jack London, y una adaptación de Drácula, de Bram Stoker, que, aunque no fueron impuestos del colegio, consolidaron el hábito lector durante mi infancia. A veces los colegios nos empeñamos en «obligar» a que los alumnos lean diez libros durante el curso como estrategia de animación lectora y nos olvidamos de dejarles tiempo para que lean lo que ellos quieran.

¿Por qué nos empeñamos en correr en educación? Como plantea Gustavo A. Segura-Lazcano,1 la formación de la persona no depende únicamente de la escuela, aunque es cierto que esta juega un papel fundamental. Así, tanto la paideía, la idea de educación griega de comunidad en la que la sociedad transmite sus valores, como el bildung, es decir, el enfoque alemán de la educación hacia la propia persona, que armoniza mente, corazón, identidad e individuo, que se forma en su propia humanidad, continúan siendo referentes educativos en la actualidad. Y es que somos comunidad, sociedad (paideía), pero a la vez debemos cuidarnos a nosotros mismos y ser aquello que queremos ser (bildung).

Soy yo quien se hizo lector, soy yo quien decidió leer los libros que cimentaron al niño lector, pero es la escuela quien me enseñó a leer, aunque no recuerde ni el proceso ni el momento. Dejemos de correr en el fomento de la lectura y cambiemos la forma de hacerlo, porque cambiar de idea no es malo. Yo, por ejemplo, dejé de leer durante unos años, y eso no significa que sea peor, sino que necesitaba tomarme un tiempo, o incluso cambiar la lectura de novelas o poesía por la lectura de artículos académicos. Pero, como afirmaba Pink Floyd con su doble negación en la canción sugerida para este capítulo, sí que necesitamos a la educación, por ejemplo, para aprender a leer.

Eran, entonces, tiempos de la EGB (Educación General Básica), y ese modelo educativo ha tenido sus cosas buenas y sus cosas malas, aunque parece que las malas se recuerdan más.

¿Qué tenía de bueno la EGB? En aquel entonces no había Internet, sino que los libros y el propio docente eran la mejor fuente de conocimiento. Teníamos un único método de evaluación, los exámenes, y un sistema de estudio basado en la memorización. Eso es algo negativo, pero la sociedad lo compensaba sin saberlo con la creatividad que generaba poder jugar en la calle y la imaginación para jugar con menos recursos y menos materiales que ahora. Teníamos, además, menos actividades extraescolares, y las familias pasaban más tiempo en casa, lo que permitía consolidar ciertas rutinas en el hogar o dedicar más tiempo a la lectura, ya que no había tantos entretenimientos fuera de casa. Otro dato curioso es que los libros de texto eran menos densos que en la actualidad. Ahora muchos libros se dividen en tres tomos, uno para cada trimestre, pero he comprobado que los libros de aquella época tenían menos páginas que los actuales y se centraban más en los contenidos académicos.

Ahora los libros son más voluminosos, y se dividen en trimestres para aligerar el peso, ya que en un mismo tomo serían auténticas losas. Ahora la creatividad y el pensamiento lateral, que consiste en buscar soluciones alternativas o creativas, se trabaja en las aulas, pero los niños ya no salen a jugar libremente a la calle ni tampoco desarrollan su imaginación a partir de escasos juguetes o palos y ramas, sino que se entretienen con la tablet. Ahora los niños no se aburren porque tienen multitud de actividades en las que ocupar el tiempo, cuando antes ese aburrimiento nos ayudaba a crear e inventar…, o nos empujaba a coger un libro y encontrar una aventura que no esperábamos.

Olvidamos que aquel sistema educativo nos hizo ser quienes somos hoy. Olvidamos que ese sistema ayudó a generalizar la educación para todos al juntar a niños y niñas, y también que la forma de adquirir aquellos aprendizajes no debió de ser tan mala cuando la sociedad ha avanzado tanto posteriormente. Recordemos que, si una generación está bien formada, la sociedad de treinta años después dará un importante salto adelante; esto es la paideía, la comunidad transmite sus valores y esta logra avanzar. Nuestra sociedad, pues, ha cambiado muchísimo en los últimos años, no solo por la tecnología y la digitalización, sino también en el respeto a la diversidad cultural, a los modelos de parejas, al medioambiente, a los derechos y a un amplio abanico de aspectos que, al cambiar poco a poco, nos pasan desapercibidos.

Cuando pensamos en los cambios de la sociedad, la primera idea que viene a la mente de muchas personas es la tecnología, pero olvidamos los cambios que ha traído la educación. Y es que esta ha permitido que en los últimos treinta años se haya producido una mayor igualdad de la mujer, pues entre 1980 y 2020 ha aumentado drásticamente el número de mujeres licenciadas. Hemos avanzado también hacia una sociedad más diversa y respetuosa, y ese aspecto es fundamental que se le reconozca a la educación. Si hoy las personas de entre treinta y cincuenta años aceptamos mejor las diferencias es gracias a la educación que recibimos en nuestra infancia, aunque a veces parece que solo miramos al futuro.

¿Pensaban mis profesores de los ochenta en formarme para que en el futuro supiese usar un smartphone? La respuesta es evidente, pero implica necesariamente que la educación de la que venimos no debió de ser tan mala, «no éramos un ladrillo más en la pared» o un mueble en clase, como cantaría Roger Waters si fuese español. Y sin duda necesitamos educación, pero una educación que no reniegue de su pasado, sino que lo acepte y siga avanzando.

Como familia tendemos a permitir que el miedo al futuro sobrevuele nuestras esperanzas, y es lógico preocuparnos por el futuro de nuestros hijos, a pesar de que los recuerdos negativos pudieron hacernos ser más positivos hoy.

Cuando pensamos en el futuro lo hacemos con los ojos del presente y con lo aprendido del pasado.

¿Dejamos a los niños en paz? Si los niños mantienen su infancia, nunca envejeceremos. Como docente y como padre no debo proyectar en ellos ni mis sueños, ni mis frustraciones, ni mis fracasos.

«De pequeño seré…»

Ya sabes que no quería ser maestro; primero quise ser arqueólogo y más adelante, en el instituto, quería dedicarme a crear documentales, ya que me encantaba ver los programas de Félix Rodríguez de la Fuente o de Jacques Cousteau. Así pues, acabé BUP y COU convencido de que estudiaría Imagen y Sonido, de que conseguiría ganar algún premio con un documental y de que trabajaría para la televisión.

¿Les has preguntado a tus hijos o a tus alumnos qué quieren ser de mayores? La pregunta, sencilla para nosotros, es en realidad compleja y, además, está mal formulada. Les estamos enseñando que somos lo que el oficio determina cuando en realidad SER no es eso. Yo soy padre, soy esposo, soy honesto, soy valiente, soy diabético, soy maestro…

Si hacemos la pregunta a los niños de ahora ya no te dicen youtuber, ahora quieren ser streamer, influencer o piloto de drones, y, ante esa inquietante pregunta, escasean respuestas como «Quiero ser feliz» o «Quiero ser alguien que mire atrás en el tiempo y se sienta orgulloso de lo que ha hecho». Esto último fue lo que me dijo mi abuelo la última vez que hablé con él, que quería que, cuando yo llegase a viejo, pudiese mirar atrás y sentirme orgulloso de mis actos. Los profesores deberíamos preguntar, pues: «¿Qué tipo de persona te gustaría ser de mayor?», pero, si queremos enfocarlo a los oficios, la pregunta debería ser: «¿Qué profesión te gustaría tener hoy?». El futuro es un tiempo demasiado lejano para un niño, por eso la respuesta mayoritaria es «no lo sé».