El amante italiano - Tara Pammi - E-Book
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El amante italiano E-Book

Tara Pammi

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Beschreibung

Su legado estaba en riesgo, pero, si se compraba una novia, podría salvarlo. Raphael Mastrantino, presidente de Vito Automóviles, tenía todo el poder en su mano. Hasta que apareció una heredera con la que no contaba, Pia Vito. Desde ese momento, Raphael inició una campaña de seducción destinada a quedarse con la herencia de Pia; una campaña que los devoró a los dos con sus tórridos efectos. Pero la inocencia de su joven amante echó por tierra su intención de comprarla. Ahora, si Raphael quería que fuera suya, tendría que darle algo más que un anillo de diamantes.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Tara Pammi

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El amante italiano, n.º 2625 - abril 2018

Título original: Bought with the Italian’s Ring

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-130-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

LA PIEL se le puso de gallina. Y, de repente, a pesar de llevar dos horas bailando en la enorme mansión de su abuelo, se estremeció.

Pia Vito supo que la temperatura no tenía nada que ver. Estaba bastante acalorada, y hasta la brisa que entraba por los balcones del salón de baile era caliente. Pero sintió un escalofrío de todas formas, y en un momento de lo más revelador: cuando él entró en la sala.

Raphael Mastrantino.

El ahijado y protegido de su abuelo

El presidente de Vito Automóviles.

El hombre del que hablaba toda la sociedad milanesa.

Las mujeres que estaban junto a ella se giraron hacia el recién llegado y se lo comieron con los ojos mientras alababan sus múltiples virtudes. Y no era de extrañar. Caminaba como si fuera el dueño de la propiedad y de todas las personas presentes; era tan carismático que llamaba la atención de todo el mundo y, por si eso fuera poco, estaba magnífico con esmoquin y camisa blanca.

Pia no llevaba mucho tiempo en la mansión. Había llegado en verano, poco después de descubrir que tenía un abuelo y de que este la reconociera como nieta. Desde entonces, Gio no había hecho otra cosa que contarle historias sobre Raphael Mastrantino. Y por lo que pudo ver, no exageraba en absoluto.

Justo entonces, sus miradas se encontraron. Fue como una descarga eléctrica o, más bien, como si se hubiera formado entre ellos un arco voltaico, asunto del que precisamente había estado hablando en su clase de física.

No encontraba adjetivos suficientes para describirlo. Hombros anchos, cadera estrecha, piernas largas y un rostro de ángulos tan marcados como si estuvieran esculpidos en piedra. Era tan masculino que tuvo que hacer un esfuerzo para mantener la sonrisa en sus labios y fingirse relajada.

Sin embargo, Raphael no la saludó, y ella se llevó una sorpresa al comprender lo que sucedía. El ahijado de Gio no la aprobaba. Pero, ¿por qué?

Fuera cual fuera el motivo, Pia bajó la cabeza y se dirigió a la salida, haciendo un esfuerzo por no mirarlo. Y súbitamente, chocó con algo duro. Era el pecho de Raphael, lo cual la llevó a maldecirse en silencio y alzar otra vez la cabeza.

¿Cómo era posible que la hubiera interceptado? Ni siquiera estaba en su camino cuando decidió marcharse.

Pia se encontró bajo el escrutinio de los ojos más oscuros que había visto en su vida. Sin embargo, eso no la inquietó tanto como el hecho de que Raphael cerrara las manos sobre sus muñecas. No era un contacto agresivo, pero tampoco era amable. Evidentemente, intentaba impedir que escapara.

Su aroma y su cercanía provocaron en ella un rubor que no pudo controlar. Nunca se había sentido cómoda con los hombres. No manejaba bien el sutil y refinado lenguaje del coqueteo, que todas sus compañeras de profesión parecían conocer; o por lo menos, todas las profesoras jóvenes. Era tan tímida que había tardado dos meses en dirigirle la palabra a Frank, su último novio.

Pero aquello era mucho peor. Se sintió como si estuviera desnuda y a merced de sus peores fantasmas: la soledad que la acompañaba a todas partes desde la muerte de su abuela y la abrumadora necesidad de pertenecer a algo.

–No estarás huyendo de mí, ¿verdad, cara mia? –preguntó Raphael con voz profunda.

Ella guardó silencio. Al chocar con él, había tocado brevemente su duro estómago. Y le había gustado tanto que no se había podido resistir a la tentación de acariciárselo.

–¿No vas a decir nada? –insistió él con frialdad–. ¿Acariciar a los hombres es tu forma de comunicarte con ellos?

Pia dio un paso atrás, indignada. ¿Cómo se atrevía a decir eso? Daba clase a docenas de adolescentes y, desde luego, no se dedicaba a tocarlos.

–Me duele la cabeza –contestó, siendo parcialmente sincera–. No estoy acostumbrada a llevar tantas joyas... y encima, estos tacones me están matando.

–Mientes muy bien. Solo te ha faltado decir que odias las fiestas, que has venido porque Gio se ha empeñado y que las joyas y los vestidos caros te disgustan muchísimo –se burló–. Incluso podrías haber añadido que no has bailado con todos los hombres de la sala porque te apeteciera, sino porque te sentías obligada. Esto es una tortura para ti.

Pia pensó que Raphael había acertado sin pretenderlo. Efectivamente, era una verdadera tortura. No le gustaban ni las joyas ni los vestidos caros ni el enrevesado peinado que le habían hecho. Ella no era así. Pero se lo había callado porque quería que Gio se sintiera orgulloso de ella. A fin de cuentas, estaba en deuda con él.

Y, sin embargo, Raphael creía todo lo contrario.

–¿Qué quieres que te diga, Raphael? Ya has sacado tus propias conclusiones.

–¿Sabes quién soy? –preguntó, extrañado.

–Por supuesto que sí. Gio comentó que serías el hombre más atractivo, más carismático y más arrogante de la sala. Y tenía razón.

–Pues estoy en desventaja, porque Gio no me ha dicho nada de ti –replicó–. De hecho, no sabía de tu existencia hasta que vi la invitación... una fiesta en honor de Pia Alexandra Vito, la nieta perdida de Giovanni, la oveja descarriada que vuelve al seno de nuestra familia.

Pia tragó saliva. Era una mujer alta, bastante más que la mayoría; pero Raphael le sacaba varios centímetros y, por primera vez en mucho tiempo, se sintió pequeña, incluso frágil.

¿Por qué estaba tan enfadado con ella? ¿Y por qué sentía ese cosquilleo extraño, como si en lugar de agarrarle las muñecas, la estuviera acariciando?

–La Cenicienta del año –continuó él, sonriendo con sorna–. Supongo que Gio te habrá pagado un príncipe para que baile contigo hasta medianoche.

Pia se ruborizó. ¿Pagarle un príncipe? ¡Como si tuviera que pagar dinero para estar con un hombre!

–Gio sabe que yo no quiero un...

Ella dejó la frase sin terminar. Su abuelo había invitado a un montón de hombres jóvenes y atractivos, y todos se estaban comportando como si fuera la única mujer de la fiesta. Ciertamente, era la invitada de honor, lo cual podía explicar su comportamiento. Sin embargo, resultaba demasiado sospechoso.

–¿Ah, no? –dijo él–. ¿Y por qué crees que hacen cola para bailar contigo? ¿Por tu inmensa belleza? ¿Por tu apasionante conversación? ¿Por tu magnetismo personal?

Pia supo que Raphael estaba en lo cierto, pero ya se había cansado de sus burlas. No lo iba a soportar ni un segundo más.

Furiosa, dio media vuelta con tanta rapidez que resbaló. Y su trasero habría sentido el duro impacto de las baldosas blancas y negras si los fuertes dedos del hombre que la había ofendido no se hubieran cerrado sobre su talle, suavizando su caída y arrancándole un estremecimiento de placer.

Ella se quedó sentada en el suelo, y él se arrodilló delante con un movimiento fluido. Luego, Raphael se inclinó y llevó una mano al tobillo que Pia se acababa de torcer. Sus ojos oscuros la observaron brevemente antes de clavarse en el zapato, que le quitó a continuación.

La exploración de Raphael fue tan lenta y suave como metódica. Pia soltó un grito ahogado cuando la tocó donde le dolía, aunque eso no fue tan molesto como el extraño e intenso calor que empezó a sentir entre las piernas. Su respiración se había acelerado, y sus pequeños senos subían y bajaban bajo el corpiño del vestido.

–Deja que me levante –dijo, nerviosa.

–Te has torcido un tobillo. Si te levantas, te caerás.

–No me caeré.

Raphael se encogió de hombros y se apartó. Ella se quitó el otro zapato y se puso en pie, con el calzado en la mano.

–No te irás tan pronto, ¿verdad? La Cenicienta no se va hasta medianoche.

Pia frunció el ceño.

–Ni yo soy la Cenicienta ni tú eres un príncipe. De hecho, te pareces más a un diablo.

Él sonrió, y ella hizo ademán de marcharse tras darle las gracias por su ayuda. Le dolía la cabeza, le dolía el pie y estaba agotada. Pero el ahijado de Gio tenía sus propios planes y, cuando vio que podía andar, la llevó al centro de la pista de baile e hizo un gesto a la orquesta para que interpretara otro vals.

Durante los minutos siguientes, se dedicaron a bailar. Se movían con ligereza, como si no pasara nada, pero Pia estaba tan abrumada por su contacto y su aroma que no se relajó en ningún momento. Era demasiado consciente de la mano que tenía en su cintura, y de las duras y lisas superficies del cuerpo de Raphael.

–Mi ego saldría mal parado si no te hubiera visto bailando con otros hombres –susurró él–. Pero estabas tan tensa con ellos como lo estás conmigo.

Ella lo miró a los ojos.

–Dudo que tu ego pueda sufrir ningún daño –replicó–. Es descomunal.

Raphael soltó una carcajada.

–Háblame de ti, Pia –dijo, acariciándole la cintura–. Háblame de tus sueños y aspiraciones.

Pia suspiró, y él insistió en sus caricias de forma implacable.

–Siento curiosidad –continuó–. Quiero saber qué tipo de helado te gusta y cuál es tu diseñador preferido. O qué le vas a pedir a Gio para tu cumpleaños.

–¿Para mi cumpleaños?

–Sí, ya sabes, en compensación por todos los años que se ha perdido –contestó–. ¿Un yate? ¿Una casa en Venecia?

–Yo no...

–¿Cuántos años tienes? –la interrumpió.

–Veintitrés.

–Has llegado muy lejos para ser tan joven.

Ella tragó saliva, cada vez más incómoda.

–Déjalo ya, Raphael. Estos juegos no se me dan bien.

Él le pasó la mano por la espalda y preguntó:

–¿A qué juegos te refieres?

–A los de los hombres como tú. No estoy acostumbrada a ellos. No soy como las mujeres que conoces... Ni siquiera soy como las mujeres que yo conozco.

Raphael clavó la vista en el collar de diamantes que llevaba al cuello.

–Pues yo diría que se te dan muy bien. Tienes a Giovanni en la palma de tu mano.

–No sé lo que pretendes. No sé qué estás insinuando. No sé por qué te has empeñado en burlarte de mí delante de todo el mundo y, desde luego, tampoco sé por qué...

Pia no terminó la frase. No quería admitir en voz alta que sus caricias la estaban volviendo loca. Pero él insistió.

–¿Qué ibas a decir?

Ella respiró hondo.

–Qué no sé por qué me tocas de esa manera ni por qué reacciono así. Mi corazón late con tanta fuerza que tengo la sensación de que se me va a salir del pecho –le confesó–. Pero, sobre todo, no sé por qué me acaricias mientras me miras con recriminación.

La sonrisa de Raphael perdió la ironía, y sus ojos se volvieron más cálidos. Las palabras de Pia lo habían desconcertado, y ya no estaba tan seguro de que fuera una arribista.

Tras soltarla, Pia se alejó por la sala de baile, sintiendo el frío suelo bajo sus desnudos pies. Se había dejado los zapatos, casi como en el cuento; pero, definitivamente, ni ella era la Cenicienta ni él, un príncipe azul.

 

 

Raphael se pasó una mano por el pelo, abrumado por sus propias emociones. El súbito e intenso deseo que había sentido desafiaba la lógica. Pia no era una mujer bella en el sentido clásico del término y, por muchas joyas que se pusiera, tampoco era una mujer refinada; pero tenía algo irresistiblemente sensual.

¿Cuántas mujeres de su clase social habrían admitido sin tapujos que se sentían atraídas por él? ¿Cuántas lo habrían confesado con tanto candor?

Muy pocas, por no decir ninguna. Siempre se andaban con juegos que hasta su propia madre practicaba con asiduidad: cuando le preparaba su comida favorita o rompía a llorar por su difunto esposo no pretendía otra cosa que hacer que se sintiera culpable y le concediera otro de sus carísimos deseos. Y sus cuatro hermanas se portaban exactamente igual con sus respectivos maridos.

Ninguna de ellas habría admitido abiertamente su deseo. Ninguna habría mirado a un hombre con unos ojos tan anhelantes y luminosos como los de Pia, haciéndole sentirse el ser más apetecible del mundo. Lo suyo eran los coqueteos, las indirectas cargadas de tensión sexual y el truco de insinuarse a otros para dar celos a su pareja, argucias que él mismo había sufrido a manos de su exmujer, Allegra.

Pero Pia parecía diferente.

Estos juegos no se me dan bien, le había dicho. Y se lo había dicho con tanta sinceridad como inseguridad; como si su cuerpo la estuviera traicionando y no supiera qué hacer.

Solo había dos posibilidades: que fuera verdaderamente inocente, como indicaba su propensión al rubor, o absolutamente cínica. Quizá había decidido que la forma adecuada de ganarse a un hombre como él era fingir y apelar a su parte más tradicional.

¿Sería eso? ¿Intentaba atenerse a sus gustos para ganarse su confianza?

Mientras paseaba por la mansión, como solía hacer cuando estaba de visita, sintió un escalofrío. Gio le habría hablado mucho de él. Al fin y al cabo, era su ahijado, su protegido y su mayor orgullo, porque había logrado que Vito Automóviles pasara de ser una empresa pequeña a convertirse en una de las mayores del sector. Pero Raphael lo conocía muy bien, y sabía que podía ser extremadamente manipulador.

Durante el baile, había permanecido en un segundo plano, contemplando todo con una sonrisa de satisfacción, como un titiritero encantado con las evoluciones de sus marionetas. Era obvio que estaba tramando algo y que, como de costumbre, él tendría que arreglar los desperfectos causados por los Mastrantino, sin esperar nada a cambio.

Al cabo de un rato, mientras interrogaba a uno de los empleados sobre Pia, se dio cuenta de que aquello iba a ser más difícil y desagradable que lidiar con los familiares de Giovanni o quitarle de encima a los muchos enemigos que se había ganado durante su carrera profesional.

Ningún empresario de la competencia le había quitado el sueño, aunque fueran capaces de clavarle un puñal por la espalda.

Ninguna de las amargadas exmujeres de Gio había llegado nunca a dañar su aplomo.

Pero la sensual y supuestamente inocente Pia había logrado algo inquietante: despertar sus instintos más básicos.

Capítulo 2

 

PIA ESTABA en la piscina cubierta, nadando largo tras largo a toda velocidad, como si la persiguiera el mismísimo diablo. Y, en cierto modo, la perseguía; porque Raphael Mastrantino le parecía el diablo.

¿Cómo podía ser tan arrogante?

La había sacado de sus casillas, pero la traición de su propio cuerpo le molestaba bastante más. Con todos los hombres que había en el mundo, se había ido a encaprichar precisamente de aquel.

Desesperada, gimió y hundió la cabeza en el agua. Aún podía sentir el contacto de sus manos en la cintura. Lo único que la animaba un poco era el hecho evidente de que ella lo había sorprendido tanto como él lo había incomodado a ella.

Raphael Mastrantino vivía en un mundo completamente diferente. No la habría mirado ni le habría ofrecido que bailaran si no hubiera sido la nieta de Gio. Pero, ¿por qué había sido tan grosero? ¿Qué sentido tenía?

Ya estaba a punto de salir de la piscina cuando vio al objeto de sus pensamientos, que se había acercado al borde. Tenía el cabello ligeramente revuelto, y su camisa blanca, ligeramente entreabierta, dejaba ver un pecho musculoso y de vello oscuro.

Al mirarlo, se preguntó qué hacía falta para borrar su arrogante sonrisa, qué haría falta para que se arrodillara a sus pies.

–No sabía dónde estabas –dijo él, enseñándole una botella de vino y dos copas–. He tenido que sobornar a uno de los empleados para que me lo dijera.

–No me gustas, Raphael –replicó ella.

–¿Ah, no? Pues yo diría que te gusto demasiado, y que te has escondido por eso.

Pia pensó que, definitivamente, era el hombre más irritante que había conocido nunca.

–El hecho de que mi cuerpo se sienta atraído por ti no implica que mi mente comparta esa opinión. Es una simple y pura reacción química, el resultado de miles y miles de años de evolución –se defendió.

Los ojos de Raphael brillaron con ironía.

–¿Quieres decir que ya no soltarás suspiros cuando bailes conmigo?

–Si he suspirado cuando estábamos bailando, habrá sido por las hormonas –dijo, encogiéndose de hombros–. No estoy acostumbrada a ese tipo de situaciones, y supongo que no me controlo bien cuando estás cerca.

Él dejó la botella y las copas en una mesa y se sentó en una de las sillas.

–¿Por eso huyes de mí? –preguntó.

–Mira, me han hablado mucho de lo importante, poderoso y rico que eres. Diriges una multinacional y, por lo visto, controlas no solo las finanzas de Gio, sino también las de la familia de tu padre, las de la familia de tu madre y las de tus muchos primos. Yo no pertenezco a tu mundo. Solo estoy aquí de vacaciones, y me iré cuando termine el verano. Olvídate de mí, Raphael. No tendremos ocasión de conocernos.

–¿Te vas a ir de verdad?

–Por supuesto que sí. No sé si Gio lo creerá, pero tengo mi propia vida.

Pia prefirió no añadir que su vida era un desastre. Ya no estaba su abuela, y se sentía completamente sola. Nadie se preocupaba de ella.

–¿Gio es consciente de tus intenciones?

–No, y no quiero que lo sea.

Él se quedó en silencio, mirándola con intensidad.

–¿Por qué me miras así? –preguntó Pia, incómoda.

–Porque no pareces la mujer de la fiesta. Pareces distinta.

–Es que lo soy. Me asustaba la posibilidad de manchar un vestido tan caro. Puedo ser más patosa que mis alumnos, y no estoy acostumbrada a llevar lentillas, Además, ya no llevo maquillaje, y mi pelo ha vuelto a su estado normal –dijo, jugueteando con uno rizo.

–¿Tus alumnos?

–Sí. Doy clases de ciencias en un instituto.

Él la miró con asombro y, a continuación, pasó la vista por su boca y por sus hombros, visibles por encima del agua.

–Así que eres profesora... Me empiezo a morir de curiosidad, y no es algo que me pase con frecuencia.

Pia se estremeció, consciente de que su voz no se había vuelto súbitamente más ronca porque sintiera curiosidad por ella, sino porque la deseaba. Y decidió cambiar de conversación.

–¿Qué tienes en contra de mí, Raphael?

Él ladeó la cabeza y sonrió a la luz de la luna, que acariciaba la oscura columna de su cuello y la aterciopelada piel de su pecho.

–¿Al margen de que intentes manipular a un anciano? –replicó.

Pia se estremeció una vez más. Evidentemente, Raphael creía que intentaba echar mano a la fortuna de su abuelo, lo cual era del todo falso.

–Será mejor que salgas del agua. Te vas a quedar congelada –continuó él, malinterpretando su estremecimiento.

–Estoy bien, y estaré mejor cuando te vayas.

–Si no sales ahora mismo, te sacaré yo.

Pia lo miró un momento y empezó a subir por la escalerilla.

En cuanto salió de la piscina, él se le acercó y le puso una toalla por encima de los hombros. Sin embargo, no se limitó a eso: le frotó los brazos, el pecho y la espalda como si fuera una niña, para que entrara en calor. Y, aunque su intención era inocente, Pia se excitó de todas formas.

–Has estado demasiado tiempo en el agua. Venga, siéntate.

Pia se sentó, aceptó la copa de vino que Raphael le ofreció y echó un trago.

Estuvieron varios minutos en silencio, sentados el uno junto a la otra, sin decir nada. Ni siquiera se miraron, lo cual no impidió que ella se sintiera igual que en la sala de baile, abrumadoramente consciente de él. Aún podía sentir el eco de su contacto.

Raphael Mastrantino era el hombre más atractivo que había visto en su vida, y era lógico que lo deseara. No tenía motivos para sentir vergüenza. Pero tampoco lo quería analizar, porque habría llegado a la conclusión de que ella no estaba a su altura; no era ni suficientemente bella ni suficientemente refinada ni suficientemente elegante.

Y si no se andaba con cuidado, volvería a caer en la trampa de Frank, su exnovio, que se había aprovechado de su inseguridad.

–Solo quiero pasar el verano con mi abuelo –dijo ella, rompiendo el silencio–. No sé por qué te preocupa tanto.

–Porque soy amigo de Giovanni, y lo quiero mucho más que ese montón de arribistas que tiene por familia. Haría cualquier cosa por protegerlo a él y proteger sus intereses. No voy a permitir que lo manipules.

–¿Se puede saber qué he hecho para que desconfíes de mí?

–Engañar a un anciano que te ha recibido con los brazos abiertos sin comprobar siquiera si eres quien dices ser.

–Ah, vaya. De ser una estafadora que le quería robar su fortuna he pasado a ser una estafadora y una impostora a la vez –ironizó.

–Los hechos parecen demostrarlo.

Pia apretó los puños y dijo, levantándose de la silla: