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Ramón de la Cruz entrega en éste, su primer poemario, un canto a la desolación y a la rabia al tiempo que su mirada, parpadeante, como la luz de las luciérnagas, se entrega al misticismo de la contemplación y así, poder escribir(se) en la distancia. No es, sino la sensación sentida, su verso más simple. Y el más profundo.
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Seitenzahl: 47
Veröffentlichungsjahr: 2018
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Ramón de la Cruz
Nada se edifica sobre la piedra,
todo sobre la arena,
pero nuestro deber es edificar
como si fuera piedra
la arena…
JORGE LUIS BORGES
Y esta voz es humo,
porque estás hecha de muchas palabras,
pero no eres ninguna.
GERARDO DENIZ
En el último día del mundo
—cuando ya no haya infierno,
tiempo, ni mañana—
dirás su nombre incontaminado de
[ cenizas, de perdones y miedo.
JOSÉ EMILIO PACHECO
El hijo será sueños;y he perdido un árbol de higos.Escribo un libro en páginas de ceniza…
IApuntes de un viajero que jamás salió de casa
IIMemorial de las islas
IIILibro de las revelaciones
IVDevastaciones al batir de alas
VFragmento de resplandores
ASÍ SE ESCRIBIERON LOS MAPAS
I
Inicia frente al espejo
El reino perdido de Alicia.
Descubrimiento de nuevas regiones.
Las líneas del cuarto se amotinan en el azogue,
y de la boca emergen luciérnagas
escupiendo pequeñas llamaradas,
treno de sirenas encanecidas,
mientras la noche multiplica reflejos.
Los árboles, nubes vegetales enardecidas,
alrededor de un ojo coronado de rabia
giran sobre el espejo de la luna en agua
y las frases se arrebatan penumbra.
Señales de la devastación que arriba.
Comienza:
el desvanecer la geografía de mi rostro,
apariciones detrás de mis párpados,
renombrar tu cuerpo apenas llegue la aurora.
Mapa de horas perdidas,
con él oriento el movimiento
dentro de mi memoria.
Las calles hechas palabras,
racimos de neblina arrumbados al silencio
desaparecen; en verdad,éstas son las últimas cosas.
Incendios corrompen el poema.
El asombro, un doble juego de luces,
y otra lista con cosas del olvido.
La duplicidad de las habitaciones interroga
mis recuerdos,
los gestos,
hechos que no tuvieron lugar.
Pregunta el destino de misamorosas culpas.
Atraviesan el frío que se instala en los muebles.
El señorío de los resplandores
da cuenta de la oscuridad que atesoro
entre los pliegues del libro que sueño
y que sé no llegará.
II
Llagaron mis regiones.
Desde el otro lado del espejo
hicieron del árbol plantado
en el centro de mi noche
lugar de reposo para sus incendios.
Llegaron desde el Norte.
Pero eso fue antes de que tú partieras,
y mis cabellos adquirieran tonalidades del fuego.
Acostumbran procesiones, buscan
los oscuros frutos;
crecen en los espacios preservados
de mi memoria
en lo que resta de mi sangre.
Alimentan con ellos sus resplandores
y hacen oficio de asombros.
Fugaces destellos para conocer mis rostros.
Dibujan nuevas, efímeras constelaciones.
Así nunca se encuentra un punto donde
orientar las naves.
No existen mapas fidedignos, ni cartas de navegación.
Cada isla es territorio de bruma
que cambia cuando cintila la luz.
Avanzamos, y sólo el registro de los escenarios
puede preservar una fugaz idea de quienes fuimos.
Quizá quede constancia de nuestros días.
La oscuridad tiene demasiados centros; todavía
muchos más son sus nombres.
No me conocía antes de su arribo,
ni supe después quién fui,
no puedo reconocerme entre estas páginas.
También levanté puertos de ceniza
entre el tumulto de islas, tu corazón,
donde dijeron: «nada perdurará».
Clavé en tus huesos mis huesos,
fundamentos de estas construcciones.
Encendí, una a una, las estrellas
para ver si alumbraban tu camino.
Debajo de mi piel,
pequeñas tormentas,
recorriéndome:
tu rostro y otras cosas
que no terminan de llegar;
tu rostro, pequeño león sin garras,
nada perduraría.
Y clamé a olvidados dioses
preces para la buenaventura,
vanas oraciones por
campos de luna para habitar contigo.
Hasta que mi voz fue nada,
y las palabras sólo sangre.
Desmadejado hilo de plata
me fue llevando al Minotauro;
en medio, donde nada perduraría,
mi carne trizada en
veladoras de una helada llama.
Al centro de tanta claridad
resoplaba a mis espaldas.
Desnuda entré a esa estancia infinita
dibujando extrañas geometrías.
En paredes de lado alguno
trazo lo que era nuestra historia.
Nadie te amó tanto.
Nadie logró domar al toro.
Aquel solitario habita en tu centro,
prisionero del fuego.
Ahora una isla apenas,
en medio de donde dijeron:
«Nada perdurará».
En donde ruinas permanecen
de templos y ciudades,
Ahí,
desnuda,
desolada yo misma,
aguardo tu regreso.
Una casa sobre pilares de aire.
Tres precarias paredes sin techo,
como escudo ante la noche que llega,
refugio para guarecerte del olvido.
Habitaciones clausuradas
con manos invisibles;
estancias resguardan lo que era tuyo.
Un patio apunta a lo infinito,
lluvias de voces perdidas
que la tormenta dispersa con el trueno.
Ahora los vientos,
ejércitos de polvo,
llegan a tu puerta.
Traen consigo el rayo: un ariete
te acosa y busca tu carne para morderla.
Sólo palabras
para cubrir las fisuras.
Sólo palabras
como hechizos y amuletos
para que no te arrebaten
y permanezcas.
Una casa sobre el aire.
Esta tormenta no pasa,
ocupa ahora tu espacio:
¿dónde estás mientras la devastación?
Ahora otros mares.
Hubo más viajes alrededor de lo que las islas ofrecían.
El cuerpo rendía en ellos los restos de otros huracanes.
Cada barco fue equivocado.
Una roca sobre las olas clama:
«Sólo agua tras de mí,
acaban aquí tus pasos.
Yo, principio y fin del mal de errancia».
Señora que guardas el hilo de plata,
ante ti,
un desierto,
murallas que no se apagan,
una estrella que no
[abandona el cielo,
únicos testigos de esto que ahora digo.
No hubo,
no habrá,
hechiceras reteniendo mis naves,
mientras los dioses se olvidan del espacio
y ofrecen imperios detenidos en el tiempo.
La voz corre en las islas:
partieron hace tanto,
mas nadie osa invadir sus moradas.
Ahora te hablo de cierto reino
donde esto es práctica común: